Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Simposio en Jartum, Sudán
Diálogo entre culturas: el camino a la paz

por Lyndon H. LaRouche, Jr.

El autor pronunció el siguiente discurso en la sesión final del simposio "Paz mediante el desarrollo en el valle del Nilo, en el marco de un nuevo orden económico más justo", celebrado en Jartum, Sudán, del 14 al 17 de enero de 2001. El simposio fue coauspiciado por el Ministerio de Información y Cultura de Sudán, el Centro de Estudios Estratégicos de Sudán, Executive Intelligence Review y el Instituto Schiller, y acudieron al mismo personalidades políticas de Sudán, Egipto, Etiopía y Nigeria. Lyndon H. LaRouche fue el ponente invitado especial de la conferencia, y encabezó la sesión de apertura con una exposición titulada "El nuevo sistema de Bretton Woods: marco para un nuevo orden económico más justo".


Demasiado a menudo la gente disculpa su falta de iniciativa para cambiar el rumbo de las cosas argumentando que la historia muchas veces parece repetirse. De hecho, casi en cada crisis, la humanidad siempre ha tenido la capacidad intrínseca y la responsabilidad moral de cambiar el curso de la historia para mejorar la condición humana. Y así es en el presente momento de grave crisis financiera internacional y de otras clases. Una vez más, nos enfrentamos a la obligación de cambiar nuestro destino con un acto apropiado de voluntad humana. Las naciones aún tienen tiempo, por un breve lapso, de elegir no repetir las guerras religiosas y edades oscuras que hoy vuelven a amenazarnos y que han arruinado el progreso de la humanidad, de la peor manera, en los pasados ciclos de la historia medieval y moderna.

En esta ocasión, tengo tres puntos principales a someter a discusión. Primero, quisiera definir el significado de un diálogo entre culturas, en una forma que tal vez sea única, pero que creo necesaria, entre las propuestas que sobre el particular he oído, provenientes de todo el mundo, hasta ahora. Segundo, quiero recalcar el papel de la política económica en la definición de los objetivos prácticos decisivos de semejante diálogo. Tercero, quiero dejar clara la manera en que ciertos intereses angloamericanos muy poderosos, como el Samuel P. Huntington de Zbigniew Brzezinski, entre otros, pretenden fomentar la guerra religiosa como una forma de impedir que ocurra un diálogo entre culturas. Comenzaré por concentrarme en la parte continua que desempeña la instigación premeditada de la guerra religiosa en la historia europea moderna.

1. La guerra religiosa en la historia moderna

Para situar la discusión presente, consideremos unos cuantos de esos ciclos de guerra religiosa y otras formas semejantes de conflicto que debemos estudiar como lecciones de la historia pasada próxima, lecciones a aplicar a esa mortal combinación de posibilidades crecientes de semejante guerra, en una situación estratégica actual que, por lo demás, se define por un derrumbe financiero general en marcha al que se enfrentan todas las regiones del mundo. Mi atención se concentra en la orquestación deliberada de la guerra religiosa, cuando es utilizada por grandes potencias como un arma estratégica de conflicto.

Por ejemplo, durante casi siglo y medio, desde la victoria de Venecia en 1511 sobre la Liga de Cambray, hasta el Tratado de Westfalia de 1648, Europa estuvo dominada por la guerra religiosa. La Guerra de los Treinta Años de 1618–1648, que produjo las condiciones de una nueva edad oscura en Europa Central, al igual que en la guerra previa de los Habsburgo en contra de los Países Bajos, caracterizó todo el período que va más o menos desde la formación de la llamada Santa Alianza, en 1511 dC, hasta la paz de Westfalia, en 1648.

Estas guerras religiosas de 1511 a 1648 fueron organizadas por la misma Venecia que dominó el Mediterráneo como una potencia marítima imperial, desde lo que se llamó la Cuarta Cruzada (1202–1204 dC), en la que Venecia conquistó y saqueó Bizancio. Fue esta misma Venecia, con sus aliados normandos, la que había organizado las guerras y otras formas de ruina que produjeron el hundimiento de la civilización europea más o menos de 1239 dC a la llamada Nueva Era de Tinieblas de mediados del siglo siguiente.

La misma Venecia mantuvo ese papel aún después de la paz de Westfalia, mientras mantuvo su posición de potencia marítima imperial importante, aunque en decadencia, casi hasta finales del siglo 17. Después de 1511, en su contrataque a las grandes reformas introducidas durante el Renacimiento del siglo 15, Venecia no sólo orquestó, sino que, en gran medida, creó las belicosas facciones religiosas de 1511–1648, la mayoría de las cuales estaban formadas por tontos embaucados nominalmente cristianos. Por medio de estos conflictos religiosos dirigidos por Venecia, ésta maniobró para enfrentar entre sí a los nacientes Estados nacionales soberanos de Europa, como Francia, Inglaterra y los estados alemanes, que habían sido aliados en contra de Venecia antes de 1511 dC.

Aun entre 1511 y 1648, hubo cierta continuación de ese espléndido legado de progreso en el arte, la ciencia y el estadismo que introdujera el Renacimiento del siglo 15, centrado en Italia. No obstante, Europa en su conjunto se hundió en lo que algunos historiadores han llamado con razón una "pequeña nueva edad oscura", sólo menos terrible que la Nueva Era de Tinieblas de la Europa del siglo 14. Solamente gracias a la paz asegurada por el Tratado de Westfalia de 1648 se alcanzó cierto grado civilizado de progreso y estabilidad en Europa. El progreso general en la economía europea y en las instituciones políticas continuó en los dos siglos y medio, a menudo desgarrados por la guerra, que siguieron a ese tratado de 1648, hasta que se llegó a un punto de inflexión, como resultado del asesinato del presidente de los Estados Unidos William McKinley.

El asesinato de McKinley, perpetrado en el interés estratégico del rey Eduardo VII de Inglaterra, puso en marcha esa alianza entre la monarquía británica y su antiguo adversario, los Estados Unidos, que desató todas las grandes guerras y conflictos concomitantes que dominaron la mayor parte del siglo 20 hasta el presente.

Es importante reconocer que la orquestación de formas militares y afines de conflicto estratégico, durante todo el período que siguió a la Primera Guerra Mundial, y hasta el derrumbe del sistema soviético en 1989–1991, se organizó en la forma de guerra religiosa, principalmente en torno al tema de la "cruzada contra el comunismo" de la que el régimen nazi de Hitler fue parte y producto.

Notablemente, en los tres casos citados, el que condujo a la Nueva Era de Tinieblas del siglo 14, la "pequeña nueva edad oscura" de 1511–1648, y las grandes guerras del siglo 20 angloamericano, estas facciones oligárquico-financieras que dominan los círculos financieros gobernantes de la alianza angloamericana actual siempre fueron producto de un factor imperial específico de influencia. En contra de las mitologías generalmente aceptadas, estas guerras no tuvieron su raíz en conflictos de intereses nacionales de las naciones en tanto tales, sino que fueron esencialmente conflictos ideológicos, sea como guerras religiosas o conflictos ideológicos, como las cruzadas anticomunistas, que fueron del mismo carácter que las guerras religiosas.

Del siglo 13 al 17, por ejemplo, Venecia, como potencia imperial marítima y financiera, fue la influencia determinante. En cada caso, la guerra fue orquestada por la propia Venecia o por una forma de interés oligárquico financiero que se construyó conforme al modelo veneciano.

En épocas posteriores, el interés oligárquico-financiero angloholandés ha sido el modelo imitado por los intereses rentistas financieros de Wall Street hoy día. Estos intereses angloholandeses, representados por las Compañías de las Indias Orientales holandesa y británica, los crearon, en los siglos 16 y 17, por la poderosa oligarquía financiera de Venecia, y se autoerigieron en potencias marítimas mercantes y banqueras copiadas de la Venecia que, de hecho, engendró lo que se convirtió en la oligarquía financiera británica y holandesa de los siglos 17 y 18. Ciertamente, desde las últimas décadas del siglo 16 y las primeras del 17, fue Paolo Sarpi, entonces amo de Venecia, quien creó la ideología empirista de Tomás Hobbes, John Locke, Bernard Mandeville y Adam Smith; ideología que, como Henry Kissinger subrayó en su discurso del 10 de mayo de 1982 ante la Chatham House, representa la forma empirista de pensamiento que da forma al estado mental característico y a la conducta global de la oligarquía financiera angloamericana, y del propio Kissinger, aún hoy día.

Todavía hoy el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York de la oligarquía financiera promueve activamente los mismos legados de guerra religiosa del pasado, como los llamados conflictos geopolíticos en contra de China y otros.

Hoy, la guerra religiosa orquestada, tal como la organizara Venecia desde la Cuarta Cruzada hasta 1648, se vuelve a utilizar en las secuelas del derrumbe de 1989 a 1991 del sistema soviético. El mundo en su totalidad está al borde de otra predecible era de tinieblas planetaria. El principio de la guerra religiosa, en estas circunstancias de crisis económica global, podría asegurar que la amenaza de una edad oscura se convierta en realidad.

Desde que, en el siglo 15, se introdujo una nueva forma de sociedad, la forma moderna de Estado nacional soberano, y especialmente desde el Tratado de Westfalia de 1648, la vieja pauta cíclica ha cobrado una forma significativamente modificada. En esta forma, son los ciclos de crisis económicas recurrentes las que aportan un elemento crítico de impulso y compás para los ciclos modernos de guerra religiosa y conflictos similares.

Veamos la presente amenaza de semejante guerra religiosa y tipos relacionados de guerra ideológica a la luz de lo que el mundo en su totalidad debió aprender de la experiencia de Europa de 1511–1648. Examinemos esta historia con esa paciente consideración implícita en las famosas palabras del famoso profesor Santayana de Harvard, de que los que no aprendan de la historia que acabo de mencionar, están, por consiguiente, condenados a repetirla.

2. La crisis estratégica mundial actual

Para comprender las cualidades específicas de la década pasada de la historia mundial en marcha, debemos concentrarnos en cambios axiomáticos en la correlación del poder político y económico que se produjeron durante y desde el derrumbe de la Unión Soviética como una fuerza estratégica importante, de 1989 a 1991.

A principios de 1990, las fuerzas representadas por la primera ministra británica Margaret Thatcher, el presidente de Francia François Mitterrand, y el presidente de Estados Unidos George Bush padre, orquestaron un conflicto armado entre Irak y Kuwait, que luego se tomó de pretexto para desatar una guerra contra Irak, que, de hecho, continúa hasta el presente.

El lanzamiento de esta guerra contra Irak dirigida por Londres fue seguido de inmediato por la provocación de una serie de nuevas guerras en los Balcanes, iniciadas bajo la dirección de los intereses británicos y franceses que han dominado la política de los Balcanes desde el tratado de Trianón, posterior a Versalles. Esa guerra de los Balcanes ha seguido hasta el presente, como la Guerra de los Treinta Años de 1616–1648, y también las guerras de los Balcanes que precedieron a la Primera Guerra Mundial, en una forma que evoluciona.

En el mismo lapso reciente, ha habido un esfuerzo orquestado por hundir a gran parte de Europa en lo que el asociado de Zbigniew Brzezinski, el profesor Samuel P. Huntington, propuso que se fomentara para que se convirtiese en un "choque de civilizaciones", expresión que, el profesor ha indicado, significa el intento de manejar la política de las naciones de todo el planeta provocando una gran conflagración en la forma general de guerra religiosa, cuyo eje sería la incitación a un conflicto más o menos interminable y sangriento entre el islam y Occidente.

La propuesta del profesor Huntington y sus asociados de un conflicto religioso casi a escala planetaria, de la civilización europea en contra del mundo islámico, tiene la intención de servir de detonador de esta nueva oleada de guerras religiosas, y es lo que ha puesto en marcha la ya existente carga explosiva de las tres generaciones de sangriento conflicto árabe-israelí.

En este momento, la intención es desplegar las especies lunáticas de fundamentalistas protestantes estadounidenses, como John Ashcroft, designado por el presidente electo George Bush, y estrechamente ligado al gobierno entrante de los Estados Unidos, para fomentar una atrocidad contra el sagrado Domo de la Roca en Jerusalén, con el propósito de detonar el potencial de una nueva guerra árabe-israelí. Con esta guerra se pretende no sólo continuar la destrucción de Estados árabes como Siria e Irak, sino hacer también a Irán blanco de ataques israelíes, y de este modo propagar la guerra por todas las regiones del mundo con poblaciones musulmanas y sus vecinos.

Vemos expresarse la misma acometida en el fomento de disputas religiosas y similares, organizadas por las antiguas potencias coloniales angloholandesa y portuguesa, dentro de Indonesia, y en los pérfidos ataques a Malasia por parte de personas como el vicepresidente estadounidense Al Gore y su cómplice de éste, la secretaria de Estado Madeleine Albright, seguidora fanática confesa de H. G. Wells. Vemos la intención de ciertos intereses angloamericanos por encender nuevas olas de guerra comunalista en el subcontinente de Asia.

Al igual que las guerras religiosas orquestadas por la potencia imperial marítima de Venecia de 1511 a 1648, la amenaza de una guerra religiosa generalizada hoy día, también tiene una arquitectura bien definida, de lo cual es mero ejemplo la estrecha relación personal y familiar que, por encima de divisiones partidarias, mantiene Zbigniew Brzezinski, asociado de Samuel P. Huntington, con la señora Albright, el padre de ésta, Josef Korbel, y Condolezza Rice, protegida de Korbel y consejera del presidente electo de los Estados Unidos, George W. Bush.

Irónica, pero no accidentalmente, los motivos por los que orquestó Venecia las guerras religiosas de 1511 a 1648, y los motivos de Brzezinski, Huntington y otros para tratar de desatar el mentado "choque de civilizaciones" hoy, son esencialmente los mismos.

Entonces, en 1511–1648, el motivo de Venecia era destruir el proceso de fundación de formas modernas de Estados nacionales soberanos, como los que fundaran Luis XI de Francia y Enrique VII de Inglaterra. La Santa Alianza dirigida por Venecia y sus sucesores casi lo consiguieron. El Tratado de Westfalia rescató la forma moderna de Estado nacional soberano de sufrir el mismo destino que la Europa de la Nueva Edad Oscura del siglo 14. La fundación del derecho internacional merced al Tratado de Westfalia permitió que la institución del Estado nacional moderno emergiera como la institución característica de la civilización europea moderna.

Hoy, la forma de ese conflicto es algo diferente; muchos de los nombres han cambiado; pero la pauta es esencialmente la misma. Hoy día, la forma ideológica orquestada de conflicto mundial es un conflicto con el interés imperial de las Cinco Potencias de Habla Inglesa, interés formulado en un lenguaje tan puramente ideológico como la "globalización" y "el imperio de la ley", términos simbólicos que expresan la reavivación de las nociones de imperio y de derecho propios de la Roma pagana, términos que expresan un tipo religioso de oposición maligna al principio del Estado nacional soberano.

La ruina del poder soviético, de 1989 a 1991, alentó a las potencias ligadas entonces a la primera ministra británica Margaret Thatcher, al presidente de Francia François Mitterrand y al presidente de los Estados Unidos George Bush, a declarar a esas cinco potencias de habla inglesa, el Reino Unido de la reina de Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, y los Estados Unidos, un gobierno mundial angloamericano de facto y de fuerza.

Así, bajo este reino, de 1989 a 2000, no sólo se han tomado medidas para destruir la base jurídica de la forma soberana de Estado nacional, sino también la base económica. Las doctrinas del "libre mercado" y la "globalización", combinadas con el curioso uso del nombre "democracia" por parte del Huntington de Brzezinski, representan el esfuerzo por instaurar un estilo de gobierno imperial mundial inspirado no sólo en el modelo "marítimo geopolítico" de la Venecia medieval y moderna, sino también en el precedente de la antigua Roma pagana, una forma neorromana de imperialismo basada en lo que algunos han llamado, eufemísticamente, "el imperio de la ley", más honradamente descrito como "el principio imperial de la ley romana".

El impulso angloamericano de estos sucesos de 1989–1991 no comenzó a fines de los ochenta; exactamente ésas han sido las metas de la monarquía británica desde el asesinato, en 1901, del presidente estadounidense McKinley, asesinato que llevó a los intereses financieros ligados a la antigua Confederación esclavista y a las finanzas de Wall Street a una estrecha alianza con la Inglaterra imperial. Tal fue, por ejemplo, la intención reiteradamente manifiesta del principal autor del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, Bertrand Rusell, la intención de forzar a las naciones a disolver sus soberanías en favor de una forma imperial, estilo romano, de gobierno mundial.

La conexión con 1511–1648 va más al fondo que estos conjuntos particulares destacados de hechos de la historia europea moderna. La Venecia imperial fue una forma de poder basada en una oligarquía financiera que extendió sus tentáculos por todo el comercio, las finanzas y la política de Europa entera. Los intereses angloamericanos representados por la presunta camarilla imperial de Thatcher, Mitterrand y Bush de 1989–1991, y por la correspondiente doctrina Thornburgh estadounidense, constituyen el mismo tipo de interés oligárquico especial.

Por eso, hoy día, una vez más, la paz y la estabilidad de nuestro planeta se ven amenazadas por la provocación de esas formas de guerra religiosa orquestada que son los tipos de guerra a los que es más difíciles poner fin, y que son los que más probablemente conduzcan a alguna zona extensa de nuestro planeta y aun al planeta entero a una nueva edad oscura. De modo que es urgente que saquemos hoy ciertas enseñanzas valiosas de los últimos ocho siglos de civilización europea, ahora extendida por el mundo; es importante reconocer puntos de coincidencia histórica entre lo que se consiguió con el Tratado de Westfalia de 1648, y lo que personajes destacados, como el presidente de Irán, entre otros, han propuesto como diálogo entre las culturas.

3. La economía de un sistema condenado

Aunque el uso de la guerra religiosa como arma estratégica es muy antiguo, el ciclo del siglo 20 tiene rasgos decisivos que hacen la presente crisis económica mundial cualitativamente diferente de cualquier otra crisis de los dos siglos anteriores de la historia de la forma mundial actual de la cultura europea moderna.

En el siglo 20, más o menos hasta 1966–1971, la tendencia general en el desarrollo económico iba en pro del aumento de la capacidad productiva promedio de la mano de obra, y del mejoramiento de las características demográficas de la población de Europa y América, en particular. Hace cerca de 35 años, en la campaña presidencial de 1966–1968 de Richard Nixon, hubo un resurgimiento orquestado, dentro de mis Estados Unidos, de las formas prorracistas aliadas de las llamadas creencias "fundamentalistas cristianas" y lo que David Ben-Gurión de Israel condenara una vez como creencias "sionistas de derecha", profascistas, que, juntas, son las principales expresiones populares de los impulsos ideológicos de las facciones de la Estrategia Sureña en el Partido Republicano, que se introdujeron también al Partido Demócrata, bajo la presidencia de Jimmy Carter. Merced a los efectos de esta influencia ideológica sobre la definición de la política estadounidense, las características demográficas de América y Europa se llevaron, intencionalmente, a un curso descendente.

Ejemplo típico de esta tendencia descendente son la propagación e intensificación de medidas promaltusianas y la destrucción sistémica de las economías de ésas y otras regiones del mundo sujetas a esas influencias. Una vez que el sistema soviético dejó de ser un rival estratégico del poder transatlántico, los gobiernos de esas potencias se movieron de inmediato a producir una destrucción general de las instituciones de infraestructura económica básica, agricultura e industria, de las que había dependido la fortaleza y seguridad de las naciones hasta ese momento. Esta salvaje destrucción de los antiguos "potenciales económicos autosuficientes" de las economías nacionales, desatada con toda su fuerza, a escala mundial, en la década reciente, representa una aceleración de tendencias económicas suicidas en la misma dirección que se tomó en los Estados Unidos y en otras partes a consecuencia tanto del asesinato del presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy como del patrocinio del presidente Lyndon Johnson a dos leyes de los derechos civiles cuya aprobación enfureció a las corrientes racistas tradicionales dentro de los Estados Unidos.

Esta coincidencia entre el surgimiento de orientaciones prorracistas en la dirección de los partidos Republicano y Demócrata de los Estados Unidos, y la promoción de las llamadas medidas neomaltusianas y también racistas para frenar la economía y reducir el crecimiento de la población, nunca fue accidental. Este nexo se entiende mejor a partir de la inspección de la historia interna pertinente de los propios Estados Unidos. El nexo descubre el problema fundamental que debemos superar si es que hemos de disfrutar de la cooperación y de otros beneficios a alcanzar a través de un diálogo entre culturas.

La institución de la esclavitud, a la que se sometió en los Estados Unidos a personas designadas como de ascendencia africana, es mucho más que un crimen obvio contra las víctimas de semejante inhumanidad. La práctica de la esclavitud, que defendieran los autores de la traidora conspiración conocida como los Estados Confederados de América, expresa un concepto de la humanidad que es intrínsecamente contrario al concepto del hombre de la doctrina mosaica común al cristianismo y al islam. Las fuerzas que cobraron una posición dominante en los partidos políticos de los Estados Unidos desde que lanzó Nixon, en 1966, la Estrategia Sureña del Partido Republicano, tienen como premisa el corrupto y degenerado concepto de la Confederación de la naturaleza del hombre. Muchos de los partidarios de esa visión política neoconfederada, como la base popular de los republicanos de Bush, como el escogido del presidente electo Bush, John Ashcroft, y los demócratas de Gore, se declaran cristianos; obviamente, no lo son.

Semejantes perspectivas culturales neoconfederadas no sólo son intrínsecamente racistas y, por tanto, anticristianas y antiislámicas. Las orientaciones políticas y económicas de esas corrientes prorracistas son totalmente congruentes con su concepto erróneo, probestial y virtualmente satánico de la naturaleza y los derechos de la personalidad individual humana.

A este respecto, las cuestiones de la economía y el diálogo de culturas, devienen de inmediato una y la misma cosa.

La forma moderna de civilización europea, la forma conocida como Estado nacional soberano republicano, deriva su concepción de la economía y la política de una larga lucha en Europa por establecer formas de nación y de economía congruentes con el concepto de la civilización cristiana de la naturaleza esencial del hombre como criatura hecha a imagen del Creador.

De modo que la revolucionaria forma moderna de Estado nacional soberano europeo, que se definió por vez primera en el Renacimiento del siglo 15, tuvo como premisa la noción de que el gobierno no tiene autoridad moral conforme a la ley, excepto cuando ese gobierno se consagra eficientemente a la promoción del bienestar general tanto de los vivos como de su posteridad. En otras palabras, las formas previas de sociedad, en las que algunos hombres trataban a la mayoría de la humanidad virtualmente como ganado humano, debían proscribirse. La sociedad debe constituirse como la obliga su ley suprema, la ley natural, para expresar y proteger la cualidad de la persona individual que se apega a la noción de que el hombre está hecho a imagen del Creador.

Así, la forma soberana moderna de Estado nacional, que se expresa en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776, al igual que en las orientaciones de la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII a fines del siglo 15, pone el acento en el desarrollo de las facultades creadoras de descubrimiento científico y de otro tipo por medio de las cuales cada persona puede ser capaz de participar y contribuir al progreso de la condición humana de una generación a la siguiente. Según enunciara esta orientación Nicolás de Cusa en el siglo 15, esto exige que adoptemos una fraternidad objetiva y ecuménica entre naciones soberanas, tal que cada una se comprometa a promover el bien común de su propio pueblo, y a cooperar en una comunidad de principios entre naciones, para promover el bien común de todas ellas.

En contraste, los actuales seguidores ideológicos estadounidenses de la tradición de la Confederación insisten en poner el interés del "libre comercio" y el del llamado "valor del accionista", no sólo por encima de los valores humanos, sino aun en oposición a éstos. No sólo se oponen a la dedicación al bienestar general fundada en principios, que es la suprema ley constitucional de la república de los Estados Unidos, sino que la atacan.

En la historia del progreso en la civilización europea moderna, la erección de los medios para el progreso científico y tecnológico de las facultades productivas del trabajo en general y de las condiciones de vida, se expresó en la promoción a gran escala de infraestructura económica básica, principalmente por parte del gobierno, y en el fomento al crédito para ayudar a los granjeros, industriales y otros a prosperar en aquellas actividades que representan una contribución al progreso del bienestar general de la sociedad en su conjunto.

Las fuerzas económicas asociadas a semejante progreso, incluyen a granjeros individuales progresistas, empresarios, fuerzas de trabajo industrial tecnológicamente progresistas y las profesiones científicas y de otro tipo, esenciales para promover semejante progreso.

El intento de 1966–2000 de las fuerzas neoconfederadas por restablecer y consolidar la tradición de la Confederación de los esclavistas se ha expresado en un rabioso esfuerzo por eliminar el poder político de esas fuerzas agrícolas, industriales y profesionales en la sociedad de cuyo sostén depende el principio del bienestar general. En consecuencia, el 80 por ciento de menores ingresos familiares en los Estados Unidos, que dominaba la aplastante mayoría del ingreso nacional total en 1977, cuando Jimmy Carter devino presidente, ahora percibe, por las medidas de Carter y de otros, mucho menos de la mitad del total.

Por eso, en los Estados Unidos, en Europa y en otras partes, desde mediados de los sesenta, hemos atestiguado un empeño malévolo y cada vez más salvaje por destruir esos elementos de infraestructura, agricultura, industria y profesiones avanzadas de los que dependió el éxito de la economía anterior a 1966 en los Estados Unidos, Europa y en otras partes.

A causa de la extensa destrucción de los elementos de la economía nacional y mundial de los que dependió absolutamente la recuperación de las economías estadounidense y europea, hemos llegado al año 2001 en una condición mundial mucho peor que la del derrumbe financiero de 1929 a 1931. Los éxitos de la neoconfederación y las fuerzas de disposición parecida del maltusianismo, la globalización y el utopismo semejante han destruido la subestructura de la economía mundial a tal extremo que la crisis económica que ahora oprime al mundo no es meramente una crisis cíclica de la economía u otra similar; este planeta, por primera vez en la historia moderna, enfrenta una crisis de desintegración económica general.

Esta consideración pone de relieve el papel crucial que debe desempeñar el diálogo entre culturas para evitar que el planeta se hunda en una forma mundial de nueva edad oscura para toda la humanidad.

4. Economía, política y fe

La posibilidad de evitar semejante nueva edad oscura exige poner muy de relieve el lado económico de la discusión. La economía, si se define apropiadamente, como economía física, en vez de contabilidad de precios, se creó como una expresión de ese concepto de la naturaleza del hombre en tanto criatura creada a imagen de Dios para ejercer dominio sobre todas las demás cosas. Esta noción de economía física da la base en la que deben fundarse varios acuerdos prácticos entre las culturas.

La economía, como una práctica científica del estadismo, se desarrolló primero en Europa en el siglo 15. Esto ocurrió como un subproducto de un entonces nuevo y revolucionario diseño del arte de gobernar, diseño del que depende absolutamente la continuación de la institución de la forma moderna de Estado nacional soberano.

Antes de esa reforma del siglo 15, la población existía para el placer, la comodidad y el poder de una oligarquía gobernante y sus lacayos. Este era el tipo de sociedad oligárquica defendida por la reaccionaria doctrina del laissez-faire del doctor Quesnay. La introducción del principio de que la legitimidad moral del gobierno depende de su dedicación eficiente a promover el mejoramiento del bienestar general de toda la población y su posteridad, fue el acta de nacimiento de la economía política, con el surgimiento de esas nuevas formas pioneras de gobierno bajo Luis XI de Francia y Enrique VII de Inglaterra.

En ese contexto, el núcleo de la base del tipo de diálogo estratégico de las culturas necesario hoy día ha de encontrarse, por tanto, en ese concepto de la naturaleza del individuo humano que le es común a la tradición mosaica del judaísmo, el cristianismo y el islam: la concepción de que cada persona está hecha a semejanza del Creador, y, por ende, dotada de ciertas facultades innatas que no se encuentran entre las bestias. Esto es especialmente cierto del cristianismo y el islam, que han sido culturas característicamente misioneras, que se han dirigido a toda la humanidad con este mensaje común, de que la persona humana está hecha a imagen del Creador y dotada de facultades como las que manan del propio Creador.

En particular, en el caso de la civilización europea moderna extendida por el mundo hoy día, todos los éxitos notables que han sido más o menos peculiares al surgimiento de la civilización europea moderna desde el Renacimiento del siglo 15 han sido fruto de fundar la noción de la forma soberana moderna de Estado nacional en ese concepto de la naturaleza universal del individuo humano como criatura hecha a imagen del Creador, y con las obligaciones y derechos de quien reviste esa naturaleza.

Así, esta noción de la naturaleza del hombre es históricamente característica del desarrollo moderno de Europa, América, África y el mundo islámico en general. En algunas culturas influyentes de otras partes del mundo, esta noción del hombre no es aceptada axiomáticamente, aunque puede haber simpatía por ella en la práctica, si no necesariamente en las creencias tradicionales.

En esos términos generales, tales son las condiciones de las creencias en torno a las cuales debe organizarse una forma eficiente de diálogo de las culturas. Propongo que los siguientes pasos son los más esenciales.

Primero, aquellos de nosotros que abrazamos la noción de que la naturaleza de la persona está hecha, desde el principio, a semejanza del Creador del universo, debemos establecer una fraternidad ecuménica entre nosotros sobre la premisa de ese concepto específico de la naturaleza de la persona. Merced a nuestra unanimidad sobre este punto estrictamente definido y limitado de acuerdo ecuménico, debemos procurar un diálogo con otros, para conquistar su comprensión de ciertas nociones de lo que puede llamarse "ley natural", sobre la que todas las naciones y pueblos puedan establecer una fraternidad satisfactoria.

Segundo, debemos persuadir a quienes lo necesiten de que debe haber el principio común, tanto entre los Estados, como entre los miembros de una comunidad de naciones, de que el gobierno no tiene autoridad moral legítima bajo el imperio de la ley natural, a menos que se consagre eficientemente a promover el bienestar general de toda la población y su posteridad. Esta definición del bienestar general, en ocasiones llamado el bien común, debe estar acorde con la naturaleza dada de la individualidad humana.

Tercero, a partir de esta concepción del bien común, debemos derivar un sentido autogobernado de misión. No basta con estar de acuerdo con palabras en el papel. La intención se debe expresar en una acción positiva; la intención no es más sincera que el dedicarse a un sentido de misión que convierta en realidad las intenciones declaradas. Hay injusticias graves y desenfrenadas en el mundo actual, no sólo las impuestas por crueldades premeditadas, sino las que son fruto de la negligencia.

A este tercer respecto, la prueba moral más decisiva con la que ha de valorarse la buena voluntad de cualquier nación es la visión de esa nación respecto a las condiciones —que en general empeoran— impuestas o de otro modo inducidas dentro del continente africano, sobre todo en la región al sur del Sahara.

Es notable que el presidente estadounidense Franklin Roosevelt encaró al primer ministro británico Winston Churchill sobre esta cuestión de África, en su célebre enfrentamiento en Casa Blanca durante la guerra. Roosevelt presentó allí un cuadro bastante detallado de la construcción de infraestructura a gran escala y medidas conexas a tomar con el apoyo estadounidense en la posguerra. Roosevelt también le advirtió a Churchill que, al terminar la guerra, el poder de los Estados Unidos le daría fin a las reliquias del gobierno colonial e imperial de los intereses portugueses, holandeses, británicos y franceses sobre zonas colonizadas y semicolonizadas del mundo. Por desdicha, apenas sobrevino la prematura muerte de Roosevelt, sus sucesores en el poder tomaron el bando de Churchill en contra de las intenciones de Roosevelt.

Ahora bien, esbozados los antecedentes anteriores, llegamos a la esencia del asunto.

Propongo que todas estas características esenciales de una forma pertinente de discusión programática entre las culturas pueden derivarse del examen de los que han de considerarse los principios ecuménicos compartidos entre el cristianismo, el islam y el principio mosaico de que todos los hombres y mujeres están hechos igualmente a imagen del Creador y dotados de las facultades por medio de las cuales la humanidad debe ejercer dominio sobre otras formas de vida y las no vida por igual. Cuando digo término "ley natural", quiero decir eso, como también está incorporado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776. Si aceptamos esta definición de la naturaleza de la persona individual como la base de la ley natural universal por medio de la cual la humanidad debe autogobernarse, todos los axiomas esenciales de cooperación entre esas culturas están implícitamente dados.

En ese caso, si, compartiendo semejante comunidad ecuménica, nos ponemos de acuerdo, entonces también debemos dirigirnos también a nuestros hermanos y hermanas de culturas que no necesariamente adoptan el concepto del hombre compartida entre los herederos de la tradición mosaica. Debemos establecer una forma de comprensión ecuménica entre nosotros mismos y entre esos hermanos y hermanas.

Al considerar semejante curso de acción, debemos estar prevenidos por las lecciones de la forma en la que el enemigo ha utilizado las armas de la guerra religiosa y otras parecidas, repetidamente, en el pasado. Únicamente —según la enseñanza aproximada de Tratado de Westfalia de 1648 para la experiencia europea moderna— si nos adherimos lo suficiente a un principio común como el interés político fundamental de cada uno de nosotros, en común, como una misión expresada en la práctica, seremos capaces de derrotar a las fuerzas del mal representadas hoy día por el caso de Samuel P. Huntington.

También debemos estar advertidos de que no basta la adhesión a la mera letra de un acuerdo ecuménico. Debemos darle substancia al acuerdo por medio de formas de práctica común que sean coherentes con ese acuerdo en un principio.

Lo que debe ser ese sentido de misión se nos muestra, de la forma más sencilla, considerando el lapso de desarrollo del individuo recién nacido hasta el punto en que se convierte en un adulto maduro. Las enseñanzas de la historia económica nos muestran que, al igual que la maduración biológica de una persona recién nacida requiere de un desarrollo de cerca de un cuarto de siglo, las metas prácticas que deben unirnos se deben expresar desde el punto de vista de los beneficios con los que nuestra generación contribuirá al papel que tendrán los niños y adolescentes de hoy. Quiero decir, debemos concretar nuestros acuerdos sobre el cimiento de un principio moral, desde el punto de vista de esas grandes obras a alcanzar en un lapso de hasta 25 años, más o menos.

Tales obras representan, típicamente, esfuerzos en la construcción de infraestructura económica básica esencial, de la que depende el futuro de la economía productiva. Esto quiere decir construir grandes redes de transporte, obras hidráulicas y servicios sanitarios, así como obras de generación y distribución de electricidad. También significa levantar de los sistemas de educación, salud pública y cuidado de la salud de los que depende la productividad y longevidad de la población.

A este respecto, lo que hagamos o dejemos de hacer por África tiene un significado especial para la humanidad en su conjunto. Hay, por supuesto, grandes y urgentes obras de desarrollo de la infraestructura económica básica de Eurasia, al igual que hay tareas semejantes por enfrentar en América en su conjunto. Sin embargo, abandonar a África a sus propios recursos internos sería un crimen que mancharía la consciencia del mundo. Lo que hagamos por África, será un emblema de nuestra consciencia, una misión cuyo éxito atestiguará que nosotros, de todas los lugares de este planeta, hemos llegado a ser verdaderamente humanos al fin: verdaderamente humanos en nuestra concepción de la universalidad de la naturaleza humana.

En conclusión, nuestras metas deben ser principalmente tres.

Primero, debemos definir esa concepción ecuménica del hombre, evitando conflictos respecto a otras materias de creencia religiosa: el hombre está hecho a imagen del Creador del universo, de lo cual se deriva debidamente toda noción de ley racional.

Segundo, debemos establecer un acuerdo secular de principio entre una comunidad recién definida de Estados nacionales perfectamente soberanos.

Estas dos normas deben expresarse por una tercera: la adhesión a misiones físico-económicas y otras concomitantes, ampliamente definidas, de duración no menor a un cuarto de siglo. Estas misiones son de tres tipos generales. El primero lo representan esas grandes obras de infraestructura de los que depende la capacidad de los pueblos para desarrollar los territorios de sus naciones en su totalidad. El segundo, representado por los programas de educación y salud pública, es el desarrollo de las productividades potenciales que requiere la totalidad de sus poblaciones. El tercero es la adhesión a metas comunes escogidas de progreso científico y tecnológico fundamental, a las que todos los pueblos deben tener el mismo derecho.

Tal comprensión de la naturaleza del hombre, aparejada a semejante adhesión a una misión práctica, es el fundamento del que depende un diálogo exitoso entre las culturas.

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