Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Lo que cada nación debe hacer ya

por Lyndon H. LaRouche, Jr.

(Artículo aparecido el 27 de setiembre de 1998 en Resumen Ejecutivo, No.19, primera quincena de octubre de 1998.)

Las naciones del mundo cargan en la actualidad con lo que se calcula moderadamente que han de ser más de 100 billones de dólares, en valor nominal, de "derivados" y otros instrumentos financieros ficticios semejantes, lo mismo contables que extracontables. Esta montaña de papel ficticio se desgaja ahora sobre las instituciones financieras y monetarias del mundo. Si esa barbaridad de títulos ficticios no se expurga de los libros muy, pero muy pronto, el resultado va a ser la desintegración caótica total de los sistemas montarios y activos financieros públicos y privados que hay en el mundo. No hay en toda la historia moderna una catástrofe económica que se equipare con el desastre mundial que, a menos que se le salga al paso, azotará al mundo en cosa más probablemente de semanas que de meses.

Según las reglas del juego, del modo que las entienden Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal de los Estados Unidos, y otros malechores de los gobiernos e instituciones financieras de todo el mundo, la única alternativa es una hiperinflación temeraria, impulsada por la desesperación, como la que trituró a la Alemania de Weimar en 1923. Esta ha sido la estupidez que, al impulso de la desesperación, el gobierno de Japón ha cometido desde fines de 1997. Y si se llevan a la práctica las proposiciones recientes de medios como el que rodea al primer ministro de la Gran Bretaña, Tony Blair, o aun las proposiciones cautamente semejantes de los amigos de Helmut Schmidt, ex canciller de Alemania, tendrán efectos semejantes a los de las medidas que tomara el gobierno de Obuchi en Japón o, más recientemente, el histérico Alan Greenspan de Wall Street.

En tales circunstancias, las ambigüedades engañosas, a veces llamadas, por eufemismo, "administración de la crisis", puede ser fatal para naciones enteras.

Ya no hay tiempo para seguir con esos titubeantes juegos pueriles llamados "administración de la crisis", que se ejemplifican en lo que acaba de salir a la luz, la semana pasada: el prolongado, hipócrita y temerario encubrimiento, por parte de Alan Greenspan, de la situación de Long Term Capital Management. Si al lector le ofenden los "escándalos sexuales" en el gobierno, entonces debe ordenarle a los gobiernos del mundo (al menos, a la mayoría de ellos) que dejen su juego masturbatorio favorito, la "administración de la crisis". Mientras tanto, agradezca que el mundo no se enfrenta a una guerra general, como la Segunda Guerra Mundial, bajo el mando de la clase de banqueros y políticos de cerebro entorpecido que recurren siempre a la "administración de crisis" en vez de enfrentar la realidad.

Hay que subrayar, en relación con esto, que lo que pasa por "administración de la crisis" en los gobiernos de nuestros días es producto de un severo desorden mental común entre las generaciones que dominan actualmente la mayoría de los puestos dirigentes en los gobiernos, los bancos y otras instituciones importantes. El síntoma fácilmente reconocible de este desorden mental es: "¡Yo en eso no me meto!", o: "Eso no puede ocurrir, porque yo, sencillamente, en eso no me meto". Entre los pacientes de esta enfermedad mental, el problema se reconoce en la forma de: "No tengo que encarar la realidad. Los que vivimos en la 'era de la información' simplemente podemos cambiar de canal". O, en otras palabras: "No tengo que encarar la realidad; siempre puedo leer otro periódico o unirme a un partido político que comparta mis ilusiones favoritas".

Cuando a esta enfermedad mental la acompañan delirios de vanidad napoleónica, puede expresarse, eufemísticamente, en que el paciente usa la expresión "administración de la crisis". Es un desorden que, en las circunstancias presentes, posiblemente resulte fatal para las naciones enteras cuyos gobiernos estén bajo la influencia de víctimas del mal de la "administración de la crisis". Ese resultado fatal pudiera hacerse sentir ya en cosa de semanas. Se acabó el tiempo para andar con titubeos.

Programa de acción

Es hora de plantear directivas claras para definir la gama de acciones a emprender.

Usamos el términos "directiva" en el sentido militar clásico propio de Scharnhorst y el "viejo" Moltke, de Alemania, así como del período 1792–1794 de mando de Lazare Carnot de las fuerzas militares de Francia. En este caso, las directivas se le giran a los gobiernos de los Estados nacionales reconociendo su soberanía absoluta. La ejecución de las directivas (por ejemplo, Auftragstaktik) se le deja a cada uno de los gobiernos, obren individualmente o en concierto, según les parezca. Este modo de abordar el asunto, eludiendo la tontería de discutir sofismas sobre complejas arquitecturas supranacionales, es el único que puede salir avante, en el tiempo de que se dispone en las circusntancias actuales, que degeneran con rapidez.

Las directivas generales son las siguientes:

1. En general, se debe reconocer que ésta no es sólo la urgencia monetaria y financiera más explosiva y peligrosa de la historia moderna, sino una amenaza inmediata e ineludible. Sólo con acciones preventivas e inmediatas se puede evitar que la situación actual provoque la ruina prácticamente inmediata de la civilización en todo el mundo. Una y otra vez, habrá objeciones en la forma de: "Pero ¿de veras están tan mal cosas?" La respuesta es: "No sólo están tan mal, sino mucho peor". A la objeción conexa: "Pero, después de todo, ¿de veras se necesitan semejantes medidas?", la respuesta es: "Tu vida y tu familia probablemente dependen de estas acciones".

2. Cada nación debe afirmar el principio de que no existe en este planeta autoridad política superior que un Estado nacional republicano perfectamente soberano. La subversión de esta soberanía so pretexto de las facultades extralimitadas que han asumido las entidades supranacionales tiene que terminar; si no, no hay alternativa factible a la pronta desintegración general de las instituciones financieras, monetarias y económicas mundiales, y aun la desintegración de la mayoría de las naciones del mundo, cada uno en un integridad. Se debe entender también que cualquier violación de este principio equivale a un acto de guerra.

3. Las entidades supranacionales deben exister solamente en tanto foros para las deliberaciones entre Estados nacionales o para facilitar los acuerdos que haya hecho cada uno en tanto Estado nacional perfectamente soberano.

Por ejemplo, es deseable que una institución como el Fondo Monetario Internacional (FMI) facilite la puesta en práctica de los acuerdos entre los Estados nacionales contratantes, pero nunca debe exceder los límites de dicha función y usar sus poderes para dictar la política de un Estado soberano.

4. Con esta afirmación de soberanía, cada nación debe asumir soberanía perfecta en lo tocante a sus asuntos, financieros, monetarios y económicos. En las circunstancias presentes, esto demanda que todos y cada uno de los Estados nacionales soberanos tomen medidas inmediatas de control de capitales, control de cambios, regulación internacional de asuntos financieros y monetarios, y términos de comercio. Esto debe incluir la fijación de precios protegidos de mercancías esenciales de consumo nacional y de exportación e importación. En muchos casos, será necesario, al menos temporalmente, imponer el racionamiento de artículos esenciales de consumo hogareño y producción, para asegurar la protección de la continuidad de dicho comercio esencial a pesar de la especulación con los precios frente a escaseces reales o supuestas. Es con el uso paralelo y cooperativo de estos métodos como las economías nacionales se defenderán del rápido hundimiento, próximo, repentino y ya inevitable, de los instrumentos financieros ficticios.

5. Cada Estado soberano debe poner sus asuntos financieros, monetarios y económicos en reorganización financiera general, como en una bancarrota general. Cada nación debe obrar por su propia autoridad soberana y responsabilidad para poner su propia casa en orden en esta forma y grado. Se deben defender los elementos esenciales de la infraestructura económica básica, la agricultura, las manufacturas, el comercio internacional de bienes tangibles y el bienestar social general. Otros títulos financieros se anulan o se convierten en activos congelados a largo plazo y con los intereses más bajos.

6. En general, se le debe poner fin a la práctica de emitir préstamos financieros internacionales, "mientras dure el estado continuo de crisis". En vez de eso, se emitirá crédito avalado por el Estado, principalmente crédito a largo plazo para la infraestructura, la agricultura, las manufacturas y el comercio mundial, a intereses bajos (por debajo de 1–2 por ciento al año). Este crédito se emitirá con métodos de banca nacional, usando bancos privados "de corte industrial" como medio regular para emitir y supervisar el crédito emitido con aval del Estado en forma de préstamos a largo plazo y de otro tipo. La magnitud del crédito emitido de este modo corresponderá a volúmenes suficientes para elevar la producción económica física nacional por encima del nivel de mero equilibrio. Es de reconocerse que las inversiones en infraestructura económica básica en gran escala costeadas en gran parte con crédito estatal serán el medio principal para llegar a ese nivel en el mediano palzo inicial y posteriormente.

7. En general, se eliminará y hasta se proscribirá al uso del apalancamiento financiero como método para determinar el valor de mercado de los activos financieros, y los "derivados" quedarán prohibidos por constituir un "delito económico" de fraude a la hacienda y los intereses monetarios de las naciones, desde el comienzo. Una norma agrícola e industrial de vuelta a la inversión a mediano y largo plazo, medida en formas coherentes con las normas económico-físicas de crecimiento, debe ser la regla general del mercado. Esta regla general debe tener en cuenta tanto la función esencial de la infraestrutura económica básica como el papel decisivo de la inversión con uso intenso del capital y la energía en el progreso científico y técnico para determinar los aumentos de la productividad económico-física del trabajo, per cápita y por kilómetro cuadrado, de los que depende absolutamente el crecimiento económico neto real. La política de préstamo, inversión y gravámenes de los Estados soberanos y sus socios se debe formular para crear en el mercado el ambiente de disciplina necesario para satisfacer esos criterios.

8. Los acuerdos internacionales no exigen más que una sola directiva general. No se necesita ninguna nueva "autoridad internacional"; la economía mundial está que se muere asfixiada con el peso de tanta autoridades supranacionales.

Los intereses, derechos y responsabilidades soberanos mencionados o implícitos en los siete puntos anteriores reflejan un principio de interés propio de cada Estado nacional. La función de las relaciones internacionales es adoptar esa noción del interés propio de un Estado nacional soberano como la regla común que define una comunidad de principio, según definió una "comunidad de principio" el secretario de Estado estadounidense John Quincy Adams cuando elaboró lo que vino a conocerse como la Doctrina Monroe de 1823 de los Estados Unidos.

El método para determinar tipos de cambios estimados semifijables de las monedas de los Estados nacionales soberanos que participen en semejante comunidad de principio recién formada es el método de la "canasta de mercancías físicas". A ello debe contribuir el restablecimiento de un patrón de reserva de oro entre las naciones participantes, en tanto mecanismo conveniente para manejar la estabilidad a mediano plazo de los precios de las monedas.

La estrategia indispensable

La precedente directiva de ocho puntos se debe considerar elemental. Nadie que de veras sepa historia moderna, incluida historia económica, debe sufrir dificultad conceptual alguna a este respecto. Es la ejecución internacional de esa misma directiva de ocho puntos lo que demanda cierta elegancia de parte de los estadistas pertinentes. Al respecto, hay que enumerar varias consideraciones.

El principio de la acción de urgencia

Todos los Estados nacionales tienen a su disposición las facultades de urgencia inalienables inherentes al derecho de cada Estado nacional republicano soberano a seguir existiendo. En el derecho constitucional estadounidense, esta facultad se reconoce y se especifica con varios grados de referencia explícita; también se reconoce, implícitamente, en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) y el preámbulo de la Constitución Federal de los Estados Unidos (1789). El principio de Leibniz, contrario a Locke, de "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad", contenido en esa Declaración de Independencia y en la obligación concomitante con "nosotros mismos y nuestra posteridad", del preámbulo de la Constitución, son ejemplares. Juntas, esas dos amonestaciones constitucionales definen el alcance de las acciones de urgencia permisibles, pero también los límites morales específicos en los que la acción de emergencia se pueda definir y emplear.

Para correlacionar con esos principios la urgencia mundial que estalla en la actualidad, se deben aclarar tres consideraciones principales: (1) la fuente de la autoridad de dichas facultades de urgencia; (2) la autoridad de dichas facultades para pasar por encima de las leyes existentes; (3) las consideraciones elementales que excluyen la posibilidad de cualquier forma no absurda de definición explícitamente limitante de esas facultades de urgencia. Estas tres consideraciones se resumen como sigue:

(1) La historia del surgimiento del Estado nacional moderno define su autoridad relativamente absoluta (excepto las condiciones de la guerra justa), pero también nos informa de la fuente precisa de esa autoridad y los límites que conlleva. El Estado nacional moderno se formó para crear una institución que liberara a la humanidad de la tiranía imperial y otras parecidas, impuestas por varias formas de dominio oligárquico. De éstas son ejemplo la aristocracia terrateniente, la oligarquía financiera y el dominio de una forma oligárquica de casta burocrática. La urgencia de la existencia del Estado nacional soberano republicano como una potencia para proteger al pueblo del exceso de las pretensiones oligárquicas define ese Estado nacional cuyos asuntos políticos y demás asuntos internos se basan en una forma específica culta de lengua y cultura. El Estado nacional es la única forma conocida de institución política que representa el interés de su pueblo en su conjunto, y defiende ese interés frente a los excesos oligárquicos. En la medida en que el Estado nacional cumple esa función delegada, tiene una autoridad implícitamente universal en materias de derecho internacional y conexo. Es de esta calidad de su autoridad de donde han de derivar las nociones apropiadas de facultades de urgencia.

(2) La naturaleza de la clase pertinente de urgencia es que, en cada caso en que se invocan facultades de urgencia, la crisis representa un estado de cosas que no se ha previsto en ninguna ley existente. Por la naturaleza de la crisis, la urgencia es de una forma que no se previó en la elaboración de la ley correspondiente o que se no podía prever hasta llegado el momento. En ese caso, sólo la Constitución de los Estados Unidos, según lo expresa principalmente su preámbulo y la orientación concomitante de la Declaración de Independencia, implica las facultades necesarias y sus límites para abordar la crisis. En ese caso, la tarea del gobierno no es el típico proyecto trapacero del burócrata de hacer nuevos estereotipos de ley que gobiernen posibles urgencias futuras, sino emprender las acciones inmediatas que la crisis dada exige, de acuerdo con la clase de principio constitucional implícito en el preámbulo de nuestra Constitución Federal.

(3) La forma general de dichas urgencias debiera compararse a las circunstancias habituales del descubrimiento de un nuevo principio físico comprobado experimentalmente. En cada caso, el descubrimiento fue provocado por una paradoja, la cual puso en tela de juicio todas las creencias anteriores sobre las leyes de la naturaleza. Para que el progreso humano rebase semejante crisis, se necesitó un descubrimiento, el cual ni tenía precedente ni podía tenerlo. Este mismo principio, que aparece de ese modo en el dominio de la ciencia física, se aplica a las tareas que el estadismo cumple cuando se presenta una emergencia como la que enfrenta hoy todo nuestro planeta.

De ahí la importancia de la Auftragstaktik. Nos enfrentamos a una crisis que exige acción. Los que entendemos cómo se engendró la crisis sabemos que la causa continua de este desastre ha sido la sucesión de estupideces impuestas a los gobiernos del mundo más o menos desde la muerte del presidente John F. Kennedy, hasta hacerlas el criterio jurídico y de otro tipo que se acepta generalmente en la actualidad. Sabemos que son esos cambios lo que debemos erradicar rápidamente, y las consecuencias de su perversa influencia lo que debemos enfrentar. Las medidas necesarias se pueden resumir eficientemente en un conjunto de directivas estratégicas, como lo hicimos arriba. La eficiencia de dichas directivas depende de la ejecución que siga las líneas generales de esas directivas.

Proponer que se junte lo que vendría a ser una chusma de funcionarios que representen, por lo general, a las partes que todavía hoy abogan por seguir las orientaciones que han causado y agravado esta crisis, difícilmente es una empresa noble o fructífera. Los pocos que estén en condiciones de dar directivas influyentes deben evitar esa situación. Si el actual presidente de los Estados Unidos no asume de inmediato la posición dirigente en plantear estas directivas, este planeta está condenado a hundirse en una "nueva era de tinieblas" mundial, en cosa de unos meses o, tal vez, de unas semanas.

Las directivas generales deben especificar acciones que cada Estado nacional soberano puede poner en vigor de manera unilateral. Lo primero que se necesita es proclamar de inmediato criterios claros, comunes y sencillos para dichas acciones unilaterales, como lo hicimos arriba. En algo se parece a meterse a las lanchas salvavidas. No hay más opción cuerda que hacer precisamente eso. Para empezar, hay que fijarle a las monedas, pragmáticamente, cierto valor relativo basado en los precios que tenían antes de lo que desataron los fondos de apuestas y otros piratas financieros en 1997. Luego, pongamos en marcha obras internacionales y líneas de crédito para movimientos de escala cada vez mayor a las formas económico-físicas de crecimiento en la infraestructura económica básica, la agricultura, las manufacturas y los movimientos de bienes de capital de tecnología avanzada a las regiones menos desarrolladas. Los métodos que el gobierno de Franklin Roosevelt copió de la expansión económica estadounidense de 1861–1876 ofrecen el modelo suficiente para este propósito. El excepcional buen éxito del Kreditanstalt für Wiederafbau, de Alemania, en la época de la reconstrucción de posguerra es un excelente modelo para comparar.

Las directivas generales son bastante claras. Lo que se necesita, como el general Ulysses Grant hubiera dicho de su Marro: lo que necesitamos ahora es gente que piense y obre como ese maestro estadounidense de la Auftragstaktik, el general William Tecumseh Sherman, para ejecutar la tarea. Cuando estalla la guerra, lo primero es echar a los viejos generales, no convocar una reunión de los viejos general que crearon el desbarajuste para aplicar su presunta pericia a una situación que nunca han entendido ni están dispuestos a entender.

Cada nación debe afirmar el principio de que no existe en este planeta autoridad política superior que un Estado nacional republicano perfectamente soberano. La subversión de esta soberanía so pretexto de las facultades extralimitadas que han asumido las entidades supranacionales tiene que terminar...

En las circunstancias presentes, esto demanda que todos y cada uno de los Estados nacionales soberanos tomen medidas inmediatas de control de capitales, control de cambios, regulación internacional de asuntos financieros y monetarios, y términos de comercio.

Le corresponde a las naciones soberanas dar los pasos indispensables para iniciar una recuperación general de la economía mundial. Las grandes obras indispensables incluyen redes ferroviarias, puertos modernos, canales, etc. En la foto, la terminal portuaria de la isla Blount, en Jacksonville, Florida.

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