Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

El mundo que se verá desde el domingo

por Lyndon H. LaRouche, Jr.
12 de octubre de 2001

Ya en los tiempos del reinado de Henry A. Kissinger como secretario de Estado de los Estados Unidos, a finales de 1974 y principios de 1975, la dirigencia de nuestra organización estudiaba la opción estratégica estadounidense que se conocía como el síndrome del "aliado renegado". En el caso de que ese síndrome se pusiera en práctica, Israel aparentemente se soltaría de su acostumbrada correa angloamericana, para emprender una guerra rabiosa contra uno o varios Estados árabes vecinos. Los sujetos que en el "aliado renegado" de los Estados Unidos, Israel, emprendieren esa "guerra preventiva" le dirían luego a los Estados Unidos, en efecto: "Ya empezamos la guerra. ¡Ahora ustedes tendrán que librarla!"

El peligro de semejante "aliado renegado" aumentó a lo largo de los ochenta. Para evitar que Israel atacara a Irak, la monarquía británica en 1990 reclutó al presidente de los Estados Unidos, George Bush padre, para librar una guerra contra Irak, de forma tal que los fatales efectos de reacción en cadena resultantes de que Israel lanzara un ataque directo contra Irak, pudieran evitarse.

Vemos una situación parecida en estos momentos. La situación actual en Afganistán resulta de esa lógica extraña y fatal. Locos como Richard Perle y sus compinches alientan a los Estados Unidos a que procedan a destruir a Irak, para no correr el riesgo de que Israel, el "aliado renegado", desate lo que pudiere resultar una guerra general que rebase las posibilidades de control de los Estados Unidos o Europa. De allí, los conflictos dentro del actual gobierno de Bush sobre cuestiones directamente relacionadas a esto.

Dado el estado de crecientes de tensiones entre el gobierno de los Estados Unidos de Bush, y los dementes homicidas que actualmente ejercen el mando militar en Israel, la situación mundial ha llegado a un estado de combustión, en el que la posibilidad de que ocurra algo parecido al "síndrome del aliado renegado" de los setenta no puede considerarse improbable.

Un ataque súbito de Israel a Irak podría llenar los requisitos de tal síndrome hoy día. Sin embargo, hay otras opciones que podrían arrojar el mismo efecto general. El asunto no es Irak, como tal. La cuestión es encontrar una nación o varias naciones que, en tanto blancos, sirvan para provocar una guerra general. En la combinación de las circunstancias del derrumbe monetario y financiero más grande en la historia en la humanidad, que cobra cada vez más velocidad, la locura colectiva que impera en los desesperados círculos financieros dominantes, y el estado de tensión añadido por los recientes ataques terroristas a Nueva York y la capital estadounidense, hemos alcanzado, y quizá hayamos cruzado, los límites en que alternativas estratégicas que antes se consideraban imposibles, especulativas, de repente se vuelven probables, si no inevitables todavía.

Lo que hace que la arena del Oriente Medio sea tan crucialmente importante para los asuntos globales hoy día, no es el estado mental lunático de la mayoría aparente de los israelíes. El factor crucial es lo que más bien debiéramos llamar la falta de sesos de un grupo creciente de lunáticos seguidores supuestamente anglófonos de las "profesías bíblicas", tanto en los Estados Unidos como entre los súbditos de la reina Isabel II en el Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda y otras partes.

Me refiero a las decenas de millones de mentecatos y locos estadounidenses, como los embaucados seguidores del "Elmer Gantry" estadounidense, Pat Robertson, que ven la "voluntad de Dios" en un holocausto mundial con epicentro en el Oriente Medio.

Empero, es un hecho que, así como un relativo puñado de colonos judíos en el Oriente Medio no son la verdera causa del actual peligro, tampoco lo son unas cuantas decenas de millones de mentecatos "tundebiblias". La verdadera fuente del peligro son aquellas fuerzas más numerosas y poderosas, que alientan a lunáticos patéticos como los "tundebiblias" a jugar con lo que podrían resultar siendo fósforos termonucleares.

El problema más amplio lo encontramos en la mayoría de lo que el mundo clasifica como "iglesias cristianas", que están fuera de manicomios como el de Pat Robertson. También se encuentran en todos esos cuerpos religiosos y facciones de tales cuerpos religiosos, que se han movilizado en contra de la misión ecuménica de paz del papa Juan Pablo II.

Este fue un tema que abordé de forma sumaria durante la segunda hora de mi más reciente entrevista radial con el locutor Jack Stockwell. Es un tema al que yo y mis colegas le hemos dedicado mucha atención por más de un cuarto de siglo. Ahora vuelvo nuevamente a ese tema, esta vez para señalar con el dedo de la vergüenza a muchos de los círculos dirigentes de lo que son, nominalmente al menos, las iglesias cristianas.

El nuevo panteón pagano

A primera vista, la raíz del problema más amplio de la generalidad de las iglesias se ejemplifica por la influencia del irracionalista Emmanuel Kant en el trazo del camino por el cual las iglesias nominalmente cristianas han sido ampliamente infiltradas por las doctrinas existencialistas de Federico Nietzsche, Aleister Crowley e influencias satánicas semejantes.

La propagación de una postura "monotemática" entre toda suerte de variantes de iglesias nominalmente cristianas, por parte de elementos como los seguidores de la secta prorracista de los agraristas de Nashville, es un indicio de la diseminación como por marejada, de un culto neopagano moderno al panteísmo entre las principales organizaciones eclesiásticas y en otras partes hoy día. Ejemplo típico es que se tolere a círculos francamente perversos de seguidores de Kant como el profesor nazi Martin Heidegger, su compinche Hannah Arendt, Theodor Adorno, al acólito de Heidegger Jean-Paul Sartre, y a otros profetas de ese sectarismo existencialista neonietzscheano que domina hoy el dogma filosófico en las universidades de los Estados Unidos y de otros países.

En la generalidad de la cultura europea de hoy, la principal expresión contemporánea de este neopaganismo panteónico es el copiar o hacerse eco de la insistencia doctrinal de Kant en que la verdad cognoscible no existe. La propagación de esa doctrina fue el principal vehículo para crear la secta pronietzscheana, neorromántica, del nazismo en Alemania, dado que esa doctrina era la materia de las enseñanzas del profesor nazi Martin Heidegger, padre espiritual del francés Jean-Paul Sartre. Esta ha sido la doctrina del existencialista Karl Jaspers, y de los círculos de Arendt y de Adorno en los Estados Unidos. Los principales cabecillas de ese movimiento se basaron en la doctrina de Kant. Más recientemente, durante el último cuarto de siglo, la propagación de esta creencia sectaria existencialista ha tomado una forma de positivismo radical, corrompiendo a las escuelas públicas de los Estados Unidos, al igual que a las principales universidades. Cada vez más nuestras escuelas públicas se vuelven una especie de saturnales democráticas, donde las ménades positivistas radicales reinantes chillan: "La verdad no existe; sólo existe la opinión".

Esta negación de la existencia de la verdad empapa al sistema de justicia de los Estados Unidos, actualmente corrupto. También empapa a nuestras iglesias, de todas las confesiones nominales. Con frecuencia se expresa en el reemplazo del verdadero cristianismo con una postura doctrinal "monotemática", en calidad de mera opinión. Este fenómeno, que se ha propagado a través de estas iglesias, es ahora uno de los principales factores que contribuyen a que el mundo se deslice no sólo hacia una guerra general, sino hacia una era de tinieblas que amenaza a toda la humanidad. A los que aceptan la negación existencialista de la verdad cognoscible cognoscitivamente, a diferencia de la argumentación meramente deductivo, se los debe reconocer francamente como no cristianos, no importa qué confesión aleguen representar.

Una vez que la influencia existencialista se propaga en los principales organosmos religiosos, ciertas consecuencias son implícitamente inevitables. Paso a describirlas.

La antigua Roma pagana abordó el problema de administrar un imperio compuesto de súbditos de numerosas formas axiomáticamente incongruentes de creencias religiosas o cuasirreligiosas. Se degradó a la religión a una suerte de espectáculos circenses, todos ordenadas, como en una rueda, bajo una gran carpa llamada el "panteón". La función del emperador romano, por tanto, se basaba en su papel esencial de decretador de leyes, el "Pontifex Maximus". Fue esta organización de sectas religiosas legalmente toleradas en un panteón, bajo un "Pontifex Maximus" romano, lo que constituyó la esencia del Imperio Romano, en tanto institución legal.

Esta fue la característica de todos los imperios conocidos en el Oriente Medio, y en la Grecia corrompida al punto de la virtual autodestrucción bajo los cultos de Apolo y Olimpo. La función esencial de los panteones, en todos los casos, era establecer y mantener el dominio sobre los pueblos sometidos, poniendo en pugna a los seguidores de una secta contra otra. Si uno aceptaba los términos del emperador, incluyendo ciertos ajustes forzosos al sistema de creencias de la secta, ésta podía ser adoptada como una secta legalizada del imperio. Así sucedió entre la jerarquía judía de Judea, bajo Poncio Pilato, yerno del emperador Tiberio.

En un panteón, la opinión legalizada, y meramente arbitraria de cada secta se reconoce como la autoridad doctrinal de esa secta sobre sus miembros, y esta autoridad doctrinal panteónica del derecho romano se empleó para ejecutar el asesinato legalizado de Jesucristo. De modo que las sectas están todas dispuestas en orden de batalla para una guerra religiosa potencial de una contra otra, para cuando le convenga a la autoridad imperial enfrentarlas entre sí. Así pasa con el celo del perverso y obviamente desquiciado Zbigniew Brzezinski por un "choque de las civilizaciones" entre el islam y Occidente.

Esa es la clave con el papel que se le ha asignado a Israel en cualquier trama del "aliado renegado".

Tal es el antiguo juego imperial de la religión panteónica que hoy se juega de nuevo. Así que, una vez más, la única forma eficaz de establecer un imperio mundial es reducir a las creencias religiosas certificadas a la condición legal de entidades autorizadas de un panteón. El resultado esencial es basar la estrategia militar imperial en poner a pelear entre sí a las culturas y sectas dentro y fuera de la forma existente del panteón imperial. Así que la forma normal, reiterada, del hundimiento de los grandes imperios en nuevas eras de las tinieblas es a menudo consecuencia legítima del intento de administrar el gobierno imperial con los medios de un panteón administrado, como se hace hoy día.

La influencia de la negación de Kant de la existencia de la verdad es el meollo de los problemas de esta índole que tenemos en el mundo hoy día. El estudio del planteamiento y las influencias de Kant, en tanto modelo de formas de existencialismo como la del nazi Martin Heidegger, también es una guía eficiente para estudiar la manera en la que surge la hostilidad contra la verdad, más o menos de forma inevitable, del empirismo en general, o del pragmatismo estadounidense de William James y John Dewey, en particular.

Ecumenismo

La principal voz reconocida en el mundo en contra de la degeneración de la religión en un nuevo panteón es el papa Juan Pablo II. En todo lo que lo he observado decir y hacer en este sentido, nunca he encontrado nada que no sea totalmente congruente con mi propia perspectiva ecuménica, expresada por más de un cuarto de siglo a la fecha. Por el momento, la esperanza de paz pende principalmente del hilo de su frágil cuerpo.

Mis planteamientos filosóficos de larga data sobre este tema aportan una expresión complementaria, mucho más ampliamente aplicable, del mismo método ecuménico de encarar la presente situación mundial. Yo resumí mi punto de vista sobre las creencias religiosas en la segunda mitad de mi más reciente entrevista radial con Jack Stockwell. Jack me pidió que resumiera esa perspectiva, porque él y otros están familiarizados con la gran cantidad de trabajo práctico, además de literario, que he hecho en cuanto a esta materia por décadas.

Para ser bien breve, yo, como el Sócrates de Platón, y como Moisés Mendelssohn, creo en el principio eficiente de la veracidad cognoscitiva. Yo, como Mendelssohn, tengo mis propias creencias, pero también soy ecuménico. Creo que tenemos que decirle la verdad sobre nosotros y nuestras creencias a otros. Si alguien, digamos, me pregunta: "¿Cómo conoce usted a Jesucristo?", le respondo: "Me tocó estar cuando la congregación se reunió para experimentar la Pasión según Mateo de J. S. Bach". Puedo decir, entonces, como lo he dicho verazmente muchas veces en las últimas décadas: "Créanme, porque soy veraz. Trabajemos juntos hoy, unidos en devoción al mismo principio cognocitivo de la verdad que es típico del descubrimiento validado experimentalmente de principios físicos universales, para bregar con los problemas y metas comunes de toda la humanidad". Hagan lo que hago yo, como Juan Pablo II hace lo que él hace.

La verdad esencial es que somos humanos, y que debemos amarnos los unos a los otros como miembros de esa especie única hecha a imagen del Creador del universo. No hay un problema que no esté obligado a resolverse a través de la aplicación del principio socrático de la verdad cognocitiva. Nuestros mentirosos órganos de difusión podrán estar en desacuerdo conmigo, pero, en la experiencia de toda mi vida, los embusteros empedernidos usualmente están en desacuerdo.

Si rechaza usted este método ecuménico, creo que sufrirá la terrible pena que usted y toda su tribu se acarrearán a sí mismos, como los imperios caídos del pasado se condenaron por su propia necedad.

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