Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Zbigniew Brzezinski y el 11 de septiembre

por Lyndon H. LaRouche
23 de diciembre de 2001

( I Parte )

Para quienes son capaces y estén dispuestos a aceptar el modo en el cual realmente opera la historia, las pruebas que arrojó lo ocurrido en los Estados Unidos el 11 de septiembre pasado, no permitieron más que una conclusión concisa: los hechos decisivos que ocurrieron entre aproximadamente las 8:45 y las 11:00 hrs. (hora del este de los EU), fueron un reflejo de un conato de golpe de Estado militar contra el gobierno del presidente George W. Bush.

Yo primero llegué a esa conclusión en la primera hora de ese lapso, cuando me entrevistaban en un programa de radio en vivo de casi dos horas. Mis comentarios difundidos en ese intervalo, se han convertido en una parte integral importante de esos acontecimientos mismos, no sólo dentro de los EU, sino, en sus efectos de radiación, también en gran parte del mundo.1

Para quienes quisieren debatir el asunto, entre las explicaciones alternativas posibles sólo había dos opciones competentes, siquiera para la mera posibilidad de la secuencia conocida de los sucesos pertinentes que se difundió ampliamente durante ese tiempo:

La primera posibilidad, la más siniestra, era que las salvaguardas aplicables de seguridad previamente establecidas contra eventualidades de este tipo, simplemente se dejaron deteriorar con anterioridad, a un estado en que prácticamente no contaban, de por sí este un estado peligroso de seguridad nacional.

O,

La segunda posibilidad, y la más probable, era que algún personal militar estadounidense de alto rango, de guardia en ese momento, desconectó una buena parte de las medidas de seguridad previamente establecidas, las que hubiesen sido suficientes, a lo mínimo, para al menos frustrar el ataque contra el propio Pentágono.1

Para cualquier persona con el conocimiento comparable a mi experiencia en el campo de la política estratégica de defensa contra proyectiles balísticos, el ataque al Pentágono, con las implicaciones termonucleares de ese ataque en sí y de por sí, apuntaba a la segunda alternativa. Cualquiera de nosotros con conocimiento de tales materias, el conjunto de los tres ataques logrados, por lo tanto lo reconocería, tarde o temprano, como producto de un "trabajo a lo interno" adrede. Finalmente, mi conocimiento detallado de la crisis estratégica que arremete, en la cual se situaban esos ataques, no permitía otra conclusión sino que tratábase de un intento de golpe de Estado militar con un propósito estratégico global, con las más siniestras implicaciones imaginables.

Una vez se toman en cuenta estos hechos, hay que recalcar dos problemas importantes con las medidas adoptadas posteriormente por los EU.

Primero: ¿por qué, aparentemente, ningún militar profesional de alto rango ni profesional de inteligencia no le aconsejó al presidente Bush que no permitiera el señalamiento diversionario del ex agente de las fuerzas especiales estadounidenses, Osama bin Laden, como el supuesto culpable principal de este asunto?

La segunda interrogante relacionada, es: ¿por qué, a pesar de la imponente acumulación de verdaderas pruebas pertinentes desde el 11 de septiembre, muchos círculos oficiales del mundo todavía prefieren defender la ilusión consoladora, la explicación de los sucesos del 11 de septiembre que cuenta actualmente con la bendición oficial —de que "lo hizo Osama bin Laden"—, aún después de meses en que no le han podido presentar al público ninguna prueba sólida de sus argumentos?

Las pruebas que ya estaban a mano, explícita o implícitamente, en el espacio inicial de dos horas del 11 de septiembre, son de tipo indiciario, que razonablemente se describen como "ciertamente incompletas, pero no obstante contundentes", para los propósitos de determinar el curso inmediato de la reacción oficial en cuanto a activar, o incluso crear, las reglas de combate aplicables.1 El conjunto de datos que cayó en nuestras manos ya en las primeras dos horas de los ataques del 11 de septiembre e inmediatamente después, representa, en sí y de por sí, un llamado a la acción decisiva inmediata. La ausencia de decisiones decisivas del tipo específico que yo plantié en ese período de dos horas, hubiese representado una potencial falla estratégica de mando, ya sea por parte del Presidente, o, de un ciudadano estadista y precandidato presidencial con mis capacidades y responsabilidades especiales. Los hechos posteriores han mostrado que el Presidente tomó la decisión correcta inmediatamente en ese momento, y yo también.

Vistas estas cuestiones desde la óptica de cualquier grado significativo de conocimiento adecuado del estado actual de la historia de la civilización europea moderna en su conjunto, la dirigencia, si no los nombres específicos de los que pertenecen a la facción política a cuyo interés responde el conato de golpe, se indica fuera de toda disputa razonable. Entre las personas conocedoras, frente a estos hechos y otros relacionados, sólo los que tienen motivos especiales, falsos, para aferrarse a las interpretaciones más o menos congruentes con la línea oficial imperante, hoy pueden seguir defendiendo el cuento de hadas que recitan ritualmente la mayoría de los órganos de difusión del mundo en la actualidad.

Para ver con claridad las pruebas pertinentes, el lector tiene que reconocer que no existe uno, sino tres elementos distintos a ser investigados en la secuela de los sucesos del 11 de septiembre.

Primero, está el intento de golpe militar mismo, que podría describirse como el pretendido "detonador" de la operación en su conjunto. El peor resultado posible de este complot militar, un potencial enfrentamiento termonuclear desmandado entre las superpotencias, se evitó gracias a una oportuna conversación telefónica entre el presidente estadounidense George W. Bush y el Presidente de Rusia, Vladimir Putin.

Segundo, está el factor estratégico político general del plan del "Choque de Civilizaciones" de Zbigniew Brzezinski, Samuel Huntington, etc., del cual la intentona golpista militar era meramente una parte incluida. Este plan es el principal culpable, y el meollo de la operación en su conjunto. Ese es el tema principal y el objetivo de este informe. Este es el factor que continúa reflejándose tan vivamente en la feroz batalla faccional al interior del gobierno estadounidense, y en los principales órganos de difusión, al debatir tales temas como la propuesta intensificación bélica contra Iraq.

Tercero, está el papel implícito de terrorista suicida del actual régimen israelí, cuya intención característica discernible es desatar la guerra más amplia, una guerra que, entre otras cosas, resultaría en el autoexterminio de Israel en tanto Estado. Este riesgo cada vez más evidente, del autoexterminio de Israel de continuar su actual curso, había sido la preocupación manifiesta que motivó al primer ministro Rabín a respaldar los Acuerdos de Oslo. Estos son los mismos Acuerdos de Oslo cuya adopción fue el motivo del golpe de Estado en Israel, a través del asesinato de Rabín. De continuar la actual política de guerra israelí, Israel pronto se autodestruiría en el curso del desenvolvimiento de ese proceso, tan seguramente —como uno pudo haber previsto en 1939—, como "Adolfo Hitler al final".

Es en el segundo de esos tres elementos interconexos en el que debe centrarse la atención oficial. No obstante, de descuidar cualquiera de esas tres facetas de la ecuación del 11 de septiembre, no fuese posible ninguna evaluación competente de lo que ocurrió en esa fecha. Es sólo después que reconocemos los tres elementos identificados como facetas coherentes de un efecto único, y que hayamos ubicado los tres en el marco de la crisis económica global en que existen, que se hace posible una apreciación racional de los acontecimientos de ese día. Cualquier enfoque diferente tiene que representar un error de juicio, una presentación engañosa de las pruebas.

Como demostraré en el curso de este informe, las pruebas que apuntan a la verdadera autoría de este aspecto triple del ataque contra los EU, no sólo son sólidas sino contundentes. Las pruebas han venido acumulándose, no por meros años, sino por décadas y hasta más. Debiera recordársele a la mayoría de ustedes que fueron tomados por sorpresa esa mañana: el monstruo que atacó ha venido arrimándoseles sigilosamente durante esas largas décadas en que ustedes, como el personaje Rip van Winkle de la novela de Washington Irving, estaban durmiendo.

Para entender los profundos nexos subyancentes de larga data de esas tres partes distinguibles del proceso, debemos tomar en cuenta lo que se describiría en una geometría (física) diferencial riemanniana como el factor de "multiconexidad".

Por ejemplo: entre los conjuntos de hechos algo más simples, pero extremadamente importantes a considerar, tenemos que incluir la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto contribuyó la profunda, e implícitamente hostil, penetración de la inteligencia militar israelí en el mando y las operaciones políticas y militares estadounidenses, a definir el papel que desempeñaron tanto la intentona de golpe militar, como su complemento político-estratégico?

Una investigación a fondo de la actividad de larga data de espías israelíes dentro de los EU, cada vez a niveles mayores y más agresivos, incluyendo el notorio caso "Mega", en el que agentes de los servicios de inteligencia israelíes penetraron la seguridad de la Casa Blanca por años durante el gobierno de Clinton, apunta a la probabilidad de que los israelíes tuvieron un papel significativo, aunque casual, en crear el ambiente a partir del cual se desataron los hechos del 11 de septiembre.

Consideren los papeles distintos y el marco histórico, estratégico y económico común de esa combinación multifacética de elementos interdependientes.

El plan de la investigación

De allí que, al considerar los tres aspectos del ataque, tenemos que examinar esta combinación de hechos como algo que podría juzgarse de inmediato como el reflejo de un intento incluido de golpe de Estado militar, una operación militar renegada, perpetrada por elementos de alto nivel, implícitamente traidores, del aparato militar estadounidense. Consideren lo siguiente.

Para evaluar tales pruebas de una intencionalidad detrás del primero de esos componentes del golpe, no debemos enfocar la investigación con la suerte de infantilismo engañoso del que se ha valido la mayor parte de la prensa del mundo. Un intento de "golpe palaciego" militar contra la principal potencia nuclear del mundo, o incluso contra el gobierno de cualquier potencia nuclear estratégica menor, tal como Israel, le presenta a los pretendidos conjurados normas muy estrictas. Conjuras de tan alto riesgo superlativo requieren el máximo secreto imaginable.

Por tanto, al investigar tales conjuras, la gente racional en las altas esfereras habría supuesto que la mayoría de aun los cómplices más o menos enterados, nunca sabría los suficiente, o quizá no viviría lo suficiente, como para incriminar con éxito a los niveles superiores que los desplegaron. En esos casos, capturar e interrogar al autor material, probablemente no sea la ruta que produzca pruebas competentes contra los conjurados encumbrados que armaron el golpe. Por tanto, la investigación debe apartarse de las líneas de indagación que los conspiradores obviamente deben de haber anticipado, en procura de pruebas más confiables.

Haciendo a un lado golpes de suerte en la investigación de la intentona, las pruebas a encontrarse cuando ocurre semejante intento de golpe, estarán limitadas en lo principal a lo que ha de esperarse como secuela de un acto realizado bajo tales normas muy especiales de ese juego conspirativo de alto riesgo. La investigación, por tanto, debe abordar las pruebas a partir de lo que debería ser un flanco obvio. Tiene que basarse en lo que debe ser la comprensión elemental, de que un intento de golpe militar de ese tipo, no podría motivarse, a menos que tuviera una intención verosímil, una intención que existe fuera y más allá de la esfera del intento de golpe como tal. La posibilidad de la existencia de semejante intento de golpe, depende de la previa existencia de una secuela intencional al intento de golpe, como sería la de señalar el inicio de alguna acción continua preparada.

De allí que, para los especialistas de contrainteligencia competentes, la primera interrogante que planteaban por sí solos los hechos de los ataques contra Nueva York y Washington, era: ¿cuál era esa accion continuada, lista a desencadenarse por el efecto exitoso de esos ataques? El intento de golpe no podía haberse puesto en marcha sin que con anterioridad existieran dichas intenciones de más amplia base. Esas intenciones son bien conocidas de todas las autoridades pertinentes: a) poner en marcha un estado de alerta termonuclear con rebote; y b) desatar un estado generalizado de guerras religiosas y afines a través de la mayor parte del planeta, cuya expresión principal serían las actuales acciones en marcha de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Ahora, luego de lo acaecido el 11 de septiembre, no hay duda razonable de tales intenciones de más amplia base. Por tanto, cualquier investigación competente y evaluación estratégica consecuente, tiene que diseñarse acorde a esto.

Por tanto, en casos semejantes, al igual que en la investigación previa de los presuntos cómplices del espía israelí Johathan Pollard, o el caso de "La carta robada" de Edgar Allan Poe, la naturaleza de las ahora comprobadas pruebas de indicio de esas dos intenciones, nos permite definir a la "especie predatoria" que tuvo el impulso y la capacidad para realizar tal intento, aunque no podamos, todavía, mostrar exactamente las personalidades particulares, de ese tipo específico, que encabezaron propiamente el golpe.

Por tanto, tenemos que subrayar una vez más, que dada la naturaleza del caso, las acciones apropiadas contra el complot no deben ceñirse nunca a una suerte de obsesión reduccionista a lo "Sherlock Holmes", de buscar pistas que apunten hacia conspiradores específicos. En tales casos, en vez de dejarnos distraer por lo que podría resultar en una "cacería agachadiza" de los conjurados individuales, debemos concentrar los inherentemente limitados recursos del investigador en la tarea más modesta, pero urgente, de neutralizar los objetivos implícitos propios del complot como tal. Es sólo de perdedores habituales detenerse a tomar y contar cueros cabelludos, o venganza, en medio de una batalla.

De ahí que, la investigación debe juzgar el complot en torno al 11 de septiembre como algo planeado como el medio para alcanzar un fin. Es sobre ese fin que tenemos que enfocar nuestra atención y esfuerzo. Como en la guerra, una vez que el mismo complot falla, los conjurados se harán vulnerables a ser descubiertos, y su complicidad puede examinarse a salvo, con calma, relativamente a gusto.

Por tanto, los sucesos de esa fecha encararon al Presidente con los dos desafíos. Frustrar el objetivo final de la conjura, era el reto de mayor alcance que enfrentaba el presidente Bush y sus círculos en el curso de esa mañana del 11 de septiembre. Sin embargo, el desafío más inmediato que enfrentaba el Presidente ese día, era poner de nuevo a las fuerzas de seguridad de los EU plenamente bajo su control personal. En esas circunstancias, tenemos que concluir que respondió bien a ese desafío inmediato.

Para apreciar el desafío al Presidente, cabe destacar que enfrenté el mismo reto durante el espacio de las casi dos horas de la entrevista radial que me hacían en vivo, entre las 09:00 y las 11:00 hrs. (hora del este de los EU).

Por ejemplo:

Durante ese tiempo, yo me encontraba en una situación tal que, mi evaluación declarada sobre el ataque, que se difundiría al público radioescucha durante esas horas, tenía que hacerse del mismo modo en que el Presidente de los Estados Unidos hubiera tenido que sacar sus conclusiones operacionales, de encontrarse él en la posición exacta en la que me encontraba yo en ese momento, o yo en la suya. Esos son los requisitos que debe llenar cualquier candidato serio que aspire ser seleccionado presidente de la principal potencia nacional del mundo. Den gracias a Dios de que, por ejemplo, el ex vicepresidente Al Gore no ocupaba ni el puesto del presidente Bush, ni el mío, en ese momento específico de crisis.

En esencia, a mí me parece, de ocupar esa posición durante ese período de casi dos horas en que estuve en la radio, que el presidente Bush tomó las decisiones iniciales correctas. Eso es sabido o puede inferirse razonablemente de las pruebas explícitas o implícitas a mano. Considero que el posterior informe el Presidente ha reiterado sobre la conversación que sostuvo con el presidente ruso Putin en ese lapso decisivo, es una prueba que apuntala mi actual evaluación positiva de la conducta del presidente Bush en este respecto.

Sin embargo, en cuanto a las decisiones que aparentemente tomó el gobierno más tarde ese mismo día, el desempeño de la Casa Blanca tuvo una cualidad mixta. De hecho, la posterior decisión de tomar a Osama bin Laden y a Afganistán como objetivos para bombardear fue un error estratégico y sigue irradiando consecuencias internacionales, tales como la intensificación del conflicto entre Pakistán e India, que ha tomado, estratégicamente, un curso de acción que tiene implicaciones cada vez más peligrosas para el mundo entero.

Aparte del impulso correcto de la Casa Blanca de elegir una acción tendiente a hacer algo apropiado rápidamente para quitarle la iniciativa estratégica y política interna a los golpistas, el avenirse a la opción de bombardear a Afganistán fue un error. Ustedes tendrán que estar de acuerdo conmigo en que, este error era comprensible, si toman en cuenta, como lo hago yo, las nuevas y cada vez más amplias dimensiones y dehechos de la continua crisis estratégica mundial que ha encarado el Presidente en las horas y semanas que siguieron a los sucesos de esa mañana.

Aunque no pretendo justificar aquí esas acciones específicas que eligió el Presidente, insisto en que debe tomarse en cuenta la naturaleza del predicamento que enfrentaba al hacer cualquier juicio sobre su desempeño en esas circusntancias. En lo personal yo creo que —a diferencia de la mayoría de los equipos de asesores políticos del mundo hoy día—, la verdad, no lo que parezcan ser mentiras convenientes, debe ser la base para elegir el curso de acción en cualquier crisis, no sea que lo que aparente ser una mentira oficial "útil" y "cómoda" a primera vista, lleve a buscar más mentiras para encubrir los desatinos que la primera puso en marcha.1

En cualquier crisis extrema como aquella, el Presidente de los EU debe lograr y sostener una credibilidad de cualidad duradera. Tratar de defender lo que podría considerarse como mentiras útiles, acabará por socavar esa credibilidad, quizá con consecuencias terribles. Así que, desde que pasó el 11 de septiembre, las políticas de nuestra república han ido a la deriva por el camino de esas mentiras fabricadas, una tras otra, para defender las mentiras previas, o lo que llaman de forma eufemística darle un "sesgo" de relaciones públicas. Tales "escudos de mentiras", aun de "mentiras bien intencionadas", llevan siempre, de una forma u otra, a resultados que a menudo pueden ser tan malos, o peores, que la cuestión que quiso esquivarse con la mentira inicial. Al final, el cazador resulta cazado, y la araña queda atrapada en su propia red.

De allí que, en semejante crisis, debo asumir la parte que estoy desempeñando con el presente informe.

Para evaluar de forma competente la presente situación de los EU, tenemos que dejar de lado los acostumbrados dimes y diretes, para entender el predicamento que encaran tanto el Presidente como quienes posteriormente resulten ser sus asesores confiables. Tenemos que obligarnos a nosotros mismos a ver la situación tal y como el Presidente y sus asesores la deben de haber visto, mientras el crepúsculo cubría las horas precedentes de ese azaroso día. Debemos tomar en cuenta, de manera implícita, todas las circunstancias decisivas que tuvieron que ver legítimamente con la toma de decisiones que empezó a surgir en público a partir de las 20:00 hrs esa primera noche. Tenemos que prestarle atención también a la influencia ponzoñosa de esos virtuales agentes dentro del mismo gobierno, quienes desde entonces han mostrado ser —como los círculos de Richard Perle— cómplices de la causa a favor de las FDI, o del "choque de civilizaciones" de Brzezinski, o de ambas cosas.

Una serie de hechos decisivos

Con ese fin, uno no debe pasar por alto ni uno de una serie de varios hechos fundamentales sobre las circunstancias en las que se tomó la decisión de señalar a Osama bin Laden:

1. Que Osama bin Laden, el presunto ex "playboy" y "Old Fagin" moderno del terrorismo internacional, había sido, y es casi seguro que sigue siendo una criatura tan despreciable como dan a entender las acusaciones en su contra. Era tan malvado como para haber jugado el papel del sicario de Emma Goldman, o el de la propia Emma Goldman, en el asesinato del presidente estadounidense, [William] McKinley; pero, ¿tendría el Bin Laden de hoy día la oportunidad y los medios para haber perpetrado ese ataque contra el presidente McKinley? Él es el borracho repugnante, encerrado en la celda número 1313 por violación de menores pero, culparlo por los sucesos del 11 de septiembre, ¿eliminaría la amenaza que aún ahora presentan los verdaderos perpetradores —que todavía no han sido acusados—, a los EU y a la civilización en general?

2. Los Estados Unidos ya conocían el carácter repugnante de Bin Laden; él fue uno de los matones que los EU y otros habían usado contra la antigua Unión Soviética y también contra Rusia, Asia Central, Transcaucasia y otros objetivos, y era, junto con el Talibán, una de las piedras angulares de las principales operaciones de narcotráfico en Asia Central. Empero, no estaba situado en un lugar del espacio-temporal físico desde el cual pudiera haber impulsado a Teddy Roosevelt hacia lo que ese Roosevelt bautizó como "la Casa Blanca", ni de haber sido el autor de los recientes horrores del 11 de septiembre.

3. Aunque la conversación telefónica entre Bush y el presidente Putin —como ha dicho de forma pública y reiterada el presidente Bush—, frustró los propósitos estratégico-nucleares iniciales del conato golpista, los autores del intento de golpe todavía siguen vagando en libertad, todavía siguen al asecho desde los cargos de alto nivel que ocupaban temprano en la mañana del 11 de septiembre, y siguen en posición de ataque, amenazando al gobierno y al Presidente de los EU, aun todavía.

4. El ataque al Pentágono mostró que el enfrentamiento termonuclear era el objetivo inmediato, y obviamente ese ataque al Pentágono era un paso hacia un gran objetivo estratégico mayor. El gran objetivo estratégico del conato de golpe de Estado era claramente sabido entonces, como lo es ahora. Ya estaba claro para el momento en que sucedía la combinación de ataques contra Nueva York y la capital de la nación. La mayoría de las capas dirigentes de Europa y otras partes reconocieron este hecho muy temprano, en las horas que siguieron a los acontecimientos. El propósito del intento de golpe era el de forzar a los EU a darle su apoyo al actual gobierno de las Fuerzas de Defensa de Israel, para empujar a los EU a respaldar una situación de guerra religiosa global tipo "choque de civilizaciones", al estilo de Zbigniew Brzezinski.

5. La autoría de ese gran propósito estratégico geopolítico ya era bien conocida por funcionarios europeos y otros de jerarquía. Ese plan de "choque de civilizaciones" fue hecho notorio por la combinación del ex asesor de seguridad nacional estadounidense Brzezinski, y su siempre dispuesto "Leporello", Samuel P. Huntington. Ya gozaba de gran popularidad entre los miembros "moralmente cuestionables" de ambos partidos en el Congreso, entre financieros poderosos de los EU, y entre un sector significativo de los despachos importantes del propio gobierno de Bush. Los casos de Richard Perle y de [Paul] Wolfowitz son sólo emblemáticos de los depredadores que acechan dentro de las filas de los funcionarios y las estructuras de planificación del propio gobierno escogido como blanco, además de su papel de influencia en los dos principales partidos políticos.

6. La respuesta estratégica de los EU al intento golpista fue poner en la mira a casos seleccionados de la "lista usual de sospechosos", tales como el régimen narcotraficante Talibán y Bin Laden. El beneficio obvio de este ardid, fue que le proporcionó a la propia presidencia de Bush una vía para ganar la iniciativa estratégica, que le permitió hacerle un flanqueo momentáneo a las fuerzas alineadas políticamente con la disposición del "ajedrez" geopolítico de Brzezinski.

7. Pronto, esa medida amenazaba con sacar el tiro por la culata. La táctica diversionaria de enfocar las energías internacionales sobre esos objetivos designados, ciertamente repugnantes, tuvo el efecto de prevenir, por el momento, la amenaza inmediata estratégica más grave, de una guerra extensa contra las naciones islámicas, cuando menos por el momento. Sin embargo, no sólo continuó la misma amenaza estratégica más grave, sino que empeoró bajo el impacto del bombardeo contra Afganistán. Hubo esfuerzos de extorsión cada vez más insistentes, incluso provenientes de una facción poderosa al interior de la estructura de mando político de los EU, para presionar al presidente Bush a respaldar al alto mando de las Fuerzas de Defensa de Israel en una guerra religiosa contra las naciones árabes del Oriente Medio, como Iraq, y de rebote una guerra continua de "choque de civilizaciones" por motivos geopolíticos, entre las poblaciones islámicas y otras poblaciones de Asia.

8. La feroz lucha faccional que desde entonces ha hecho erupción abiertamente en el gobierno estadounidense, incluyendo las presiones para una guerra religiosa que vienen de los confederados del congresista Tom Lantos en el Congreso de los EU, dejan en claro que los ataques del 11 de septiembre fueron parte integral de la intentona de barrer al gobierno de Bush o, en la alternativa, forzarlo a sumirse en la guerra religiosa tipo "choque de civilizaciones", que Ariel Sharon intentó poner en marcha con su amago de asaltar uno de los sitios más sagrados del islam, la mezquita de al-Haram al-Sharif en Jerusalén.

9. De no darsele marcha atrás a las intenciones del actual gobierno de Israel, de Ariel Sharon, la combinación de un derrumbe acelerado en reacción en cadena del sistema financiero y monetario mundial, el recrudecimiento de una guerra general encabezada por Israel contra poblaciones islámicas, y la violación al tercer sitio más sagrado del islamismo —al-Haram al-Sharif en Jersualén— que pretende Israel, sumirá al mundo entero en una nueva Guerra de los Treinta Años como la que asoló a Europa de 1618–1648, con armas nucleares. Era esta guerra geopolítica global, este fuego inextinguible de guerra religosa, lo que sin lugar a dudas, para la gente cuerda y culta, pretendían encender los autores del 11 de septiembre.

Los hechos identificados hasta aquí, son necesarios, pero no suficientes. Tenemos que desarrollar también las capacidades que requiere la investigación del problema muy especial, y más profundo de lo que meramente implican los hechos ya citados, y las medidas para contrarrestarlo. Tenemos que escudriñar los antecedentes profundos de aquellos cuyos intereses creados se expresan en las implicaciones y en la intensificación de los hechos del 11 de septiembre.

Al enfrentar el desafío que estos hechos les presentan a los dirigentes del mundo, debemos evitar la práctica reduccionista del insensato, que procura explicaciones creíbles para conjuntos de datos particulaes más o menos aislados. En vez de eso, debemos definir la geometría mental, la demencia que ha impregnado los escritos de Brzezinski, Huntington y sus semejantes desde la publicación en 1957 de El soldado y el Estado.1 Como destacaré posteriormente en este informe, ese estado mental lunático, perverso, de los que sólo son representativos todos los escritos importantes de Brzezinski, Huntington y demás, es lo que ha puesto en movimiento a las fuerzas contendientes y sus perspectivas.

La posición en el mapa político desde la cual atacar el reto de definir esa cualidad específica de demencia, es el caso ejemplar de un Mefistófeles moderno, el finado profesor William Yandell Elliot, de los Agrarios de Nashville y seguidor de la influencia del notorio utopista H.G. Wells, que al igual que la legendaria esposa del rabino de Praga, produjo esa caterva de golems encabezados por gente como Zbigniew Brzezinski, Samuel P. Huntington, Henry A. Kissinger, etc., monstruos que Elliot, el "Aprendiz de Brujo", fabricó prácticamente del fango.

La llave para entender los motivos por los que los seguidores del finado profesor William Yandell Elliott impulsan semejante guerra geopolítica de "choque de civilizaciones", ha de encontrarse en un discurso que pronunció el antiguo protegido del profesor Eliott, Henry A. Kissinger, ante un público de la Chatham House, el 10 de mayo de 1982. Anotada esa posición sobre el mapa político, regresaremos al meollo de marras del discurso de Kissinger más adelante, en su debido momento.

I.  Los hombres hacen la historia, pero . . .

Para escapar de la niebla popular de los actuales desvaríos de los órganos de difusión, y de la confusión que reina en los gobiernos, debemos guiarnos por un cierto principio a cada paso de nuestro viaje hacia la verdad sobre el 11 de septiembre. Anoten esto: Los hombres hacen la historia, pero la historia hace a los hombres, y viceversa. Esas palabras, propiamente entendidas, son un eco de la mayor sabiduría de todo el arte antiguo y moderno del estadismo, que proviene de fuentes tales como Solón de Atenas, las tragedias clásicas griegas, los diálogos de Platón, y los grandes dramas históricos modernos de William Shakespeare y Federico Schiller. Esas palabras, propiamente entendidas, constituyen el único medio para llegar a una evaluación política veraz y competente de la necesaria respuesta estratégica a largo plazo de nuestra república a los sucesos del 11 de septiembre.

La aseveración de que Osama Bin Laden dirigió los hechos del 11 de septiembre es, por supuesto, pura "teoría de conspiración", sin ningún sustento en pruebas científicas creíbles que hayan sido hechas de conocimiento público hasta el momento. La doctrina de que "fue Osama", es, en ese respecto, otro caso de substituir la ficción por los hechos y la ciencia. No obstante, la conspiración, en el uso correcto de ese término, es el rasgo más característico de toda la historia humana, en especial tratándose de las cuestiones importantes del estadismo. ¿Cómo debemos distinguir la diferencia entre la existencia de hecho de una conspiración verdaderamente eficiente, de la ficción popularizada que ahora propalan la mayor parte de los órganos de difusión sobre el tema del 11 de septiembre?

Las clases de tontos que fabrican las ridículas variedades populares de las mentadas "teorías conspirativas", se dividen principalmente en dos clases generales. Hay los obvios, los perversos, que incluyen a jueces y fiscales torcidos, que procuran pintar la historia de manera fantasiosa, como si fuera cosa de informar sobre actores individuales que caminan sobre un escenario común en blanco, recitando cada cual simples textos frívolos, sesgos de palabras, interpretadas como antecedentes desde afuera del espacio y el tiempo físicos. Las interpretaciones simbólicas y otras, sólo del texto como tal, se convierten en el significado atribuído a la acción.

En la segunda clase, están los fanáticos irracionales que declaran, "yo no creo en teorías de conspiración", parloteando sobre esta persuasión quizá al momento mismo en que un bromista pesado demuestra un principio superior de justicia, conspirando en silencio con los entretenidos espectadores, prendiéndole fuego a la pierna de los pantalones del tonto jactancioso.

Por la misma naturaleza de la distinción que coloca al individuo humano aparte y por encima de las formas inferiores de vida, la conspiración es la esencia de toda existencia humana, como han demostrado ese hecho Platón y todos los grandes dramaturgos y científicos, entre otros, a lo largo de la historia conocida. La distinción que coloca a los seres humanos aparte y por encima de las formas inferiores de vida, es la cualidad de actividad mental llamada "razón" o "cognición", o denominada "noesis" (del griego clásico) por el científico ruso Vladimir Vernadsky. Es a partir de este origen, la cognición, que el individuo humano está capacitado para hacer elecciones de resultados de formas tales que no son congruente con la noción de "fuerzas objetivas del determinismo histórico" del típicamente obtuso estadístico. El poder de hacer una elección en base a principio, es la cualidad humana escencial, de la cual surgen con frecuencia las más importantes de las verdaderas conspiraciones.

Los seres humanos tienen la capacidad única de su especie, de elevarse por encima de esa prisión de ilusiones llamada certeza sensorial, y descubrir experimentalmente principios físicos universales demostrables, principios que existen fuera, y a menudo en contra, de las creencias de personas que prefieren las certezas sensoriales bestiales de las que gozan las formas inferiores de vida. La capacidad de generar hipótesis demostrables experimentalmente a partir del estudio de los aspectos paradójicos de la experiencia sensorial, es esa cualidad de razón cognoscitiva, específica del individuo humano, y de las relaciones sociales entre tales individuos. Esta es la misma cualidad de razón que individuos trastornados, tales como los empiristas, Emanuel Kant, y los seguidores de Huntington y Brzezinski, han negado tan notoriamente que exista.

De este modo, donde las formas inferiores de vida son incapaces de elevarse, por sus propias mentes, por encima de las potencialidades ecológicas y afines conferidas a su herencia biológica, la humanidad es capaz de transmitir descubrimientos de principio físico universal, ya sean falsos o verdaderos, de generación a generación. Esta transmisión de tales cualidades de ideas claramente humanas, constituye a lo que correctamente le otorgamos el nombre de "cultura". De allí que, la historia y la naturaleza de la humanidad, se expresan como la historia discernible del desarrollo evolutivo, o la decadencia de culturas, sean fracasadas o relativamente exitosas, y de las personas individuales en esas culturas.

En otras palabras, la característica particular de la especie humana es que, el miembro individual de esa especie tiene el poder característico innato, potencialmente sublime, de alterar la dirección del desarrollo de su cultura, además de participar en la transmisión de esas innovaciones cognoscitivas en la cultura, legadas por las generaciones previas de su cultura o de otras.1

La facultad de comparar y analizar los procesos expresados en el desarrollo de esas varias culturas y sus interacciones, alcanza su grado de excelencia relativamente superior, de mayor refinación, en el estudio del desarrollo evolutivo de esas formas de conocimiento propias de los principios y práctica de la cultura artistica clásica, y del conocimiento científico clásico moderno que comenzó con los descubrimientos de Nicolás de Cusa en el siglo quince.1

Para enfrentar de manera efectiva el más decisivo de los retos que intersecta las consecuencias del 11 de septiembre, nos tenemos que aventurar por esas avenidas del trabajo científico que, por lo general, desafortunadamente son descuidadas en la vida académica actual, en la que prevalece la decadencia; un descuido que ha acarreado consecuencias muy dolorosas para la civilización europea de hoy. El mundo entero actualmente está en las garras la crisis general más grande de la historia mundial moderna. En esta circunstancia, tenemos que hacer algunos cambios radicales ahora, apartarnos de las insensatas directrices a las que se han acostumbrado en tiempos recientes las naciones y sus gobiernos. Tenemos que hacer los cambios necesarios, a veces radicales, en las maneras de pensar sobre los lineamientos, cambios que nos guiarán en forma segura en los próximos años.

La principal interrogante, por tanto, es ¿cómo podemos estar seguros de las supuestas consecuencias benéficas de esas decisiones?

La exigencia dominante de nuestra respuesta a los horrores del 11 de septiembre, no es sólo encontrar al culpable, sino definir un curso de acción confiable para rescatar a la civilización de las consecuencias de ese ataque. Quitar el órgano infectado, no necesariamente permitirá que sobreviva la víctima. Por tanto, para hablar con confianza razonable sobre la naturaleza de las opciones que nos quedan para el futuro en la secuela del 11 de septiembre, debo resumir ahora los métodos de prognosis a largo plazo, los míos, que han probado ser exitosos de forma reiterada, singular y espectacular por más de un cuarto de siglo.

Desarrollar una ciencia de la estrategia

Mi propio aporte más fundamental, y eminentemente exitoso, al estudio de las culturas, yace en la introducción del concepto de la densidad relativa potencial de población como el criterio de singular competencia para definir una ciencia física de la economía, y, por tanto, el criterio necesario para clarificar los principios de un método universal de historia económica. Así, como he demostrado en numerosos escritos, el único criterio científico aceptable disponible para medir la calidad relativa de una cultura, sería la presencia de los rasgos esenciales del desarrollo científico y artístico en la capacidad de la cultura para sostener y mejorar su densidad relativa potencial de población.

Este enfoque de una ciencia física de la economía, nos da el criterio óptimo para el estudio riguroso, no sólo de la historia pasada, sino de métodos confiables para configurar el resultado futuro de esa historia. Este es un estudio que debiera realizarse a partir de atender a las características físicamente funcionales de la evolución, o decadencia, de culturas.

Como primera aproximación, esto significa que debemos estudiar la cultura nacional, o culturas particulares análogas, y las relaciones entre culturas, por períodos de no menos de una o hasta varias generaciones, y las pautas de cambio en las culturas a lo largo de siglos. Sobre esa base, luego tenemos que examinar el modo en que cambios relativamente pequeños introducidos en esos procesos culturales, incluso introducidos por individuos en el corto plazo, pueden alterar significativamente la evolución de una cultura, o de un conjunto de culturas, de mediano a largo plazo. El principio físico de la densidad relativa potencial de población, proporciona la llave indispensable para llevar a cabo esta investigación como se requiere.

Debemos concentranos en la introducción deliberada de cambios relativamente pequeños, que han probado ser poderosos, en los rasgos axiomáticos de un cultura, cambios realizados a menudo por personalidades individuales soberanas. Esto define la distinción esencial entre el comportamiento de las culturas humanas y los hábitos de las bestias.

Sería dificil exagerar la advertencia de que —contrario a Adam Smith, los socialdemócratas ortodoxos y los anarcosindicalistas—, la historia no se configura por ninguna pulsación automática de "fuerzas objetivas". Todos los desarrollos de importancia en la historia y la prehistoria de la especie humana, son resultado de la alteración voluntaria individual del curso de los acontecimientos con base a principio, mediante innovaciones introducidas por individuos soberanos.1 Es mediante esta agencia que la humanidad cambia sus culturas, y también revoluciona lo que los empiristas y otros insensatos insisten falsamente que son los rasgos axiomáticos invariables de la naturaleza humana, para bien o para mal.

A través de mis descubrimientos en ese dominio especializado, la ciencia de la economía física, ahora podemos entender y aplicar ese principio de la historia científica a veces llamado voluntarismo, como un instrumento de prognosis a largo plazo, para configurar avances económicos progresivos generalizados y afines, en y entre culturas. Mediante el estudio de culturas desde esta óptica, podemos discernir el modo de juntar las innovaciones axiomáticas y afines hechas por individuos, cosa de ocasionar cambios previsibles y provechosos en las culturas.

Mediante la misma aplicación de la ciencia de la economía física, estamos mejor capacitados para identificar y corregir esas tendencias equivocadas en la formulación de planes que llevan a catástrofes culturales a mediano y largo plazo, y también a catástrofes económicas físicas. Quiero decir, catástrofes como el presente derrumbe global en marcha del sistema monetario y financiero que impera en el mundo. Explico la cuestión aplicable pertinente de forma sumaria, como sigue.

Como ya he destacado arriba, aunque mis descubrimientos originales en este campo de la ciencia se derivaron a partir de una vía diferente a la de Vernadsky,1 hay fundamentos comunes importantes que conectan nuestras conclusiones respectivas, aparte de las diferencias entre su definición de la noósfera y mi enfoque a muchas conclusiones similares a través de mi descubrimiento y desarrollo del principio de densidad relativa potencial de población. Revisen el razonamiento que identifiqué arriba. Es un principio extremadamente importante, aunque poco comprendido, un principio de importancia avasalladora para entender las implicaciones profundas de los acontecimientos del 11 de septiembre. Por lo tanto, requiere una repetición en el presente contexto.

Igual que Vernadsky, yo defino el universo físico conocido experimentalmente, como compuesto de una multiplicidad multiconexa de tres conjuntos de tipos de principios físicos universales, respectivamene independientes pero interactuantes. Estos principios son, en breve, los respectivos dominios experimentalmente distintos y definidos, a saber, lo abiótico, lo viviente, y lo cognoscitivo. Defino ese universo conceptualmente en términos de una geometría (física) diferencial riemanniana antieuclideana.

Así como la existencia de los procesos vivientes expresa un principio universal característicamente antientrópico, contrario a la noción falaz de la entropía universal que Clausius, Grassmann, Kelvin, Boltzmann, etcétera le atribuían al universo en su conjunto, los procesos espirituales o cognoscitivos singularmente humanos, expresados por descubrimientos de principios universales de conocimiento físico-científico y artístico-clásico, son una cualidad de principio antientrópico, a veces reconocido como un principio espiritual, que existe en todo el universo, independiente de los confines de lo abiótico y de los procesos vivientes inferiores como tales.1 Así, podemos decir, sin recurrir al misticismo ciego de los gnósticos, que el universo de la ciencia física se compone de tres espacio-fases multiconexos definidos experimentalmente: abiótico, viviente, y espiritual. La prueba más clara y simple de la eficiencia física del principio socrático de lo espiritual es, contrario a los gnósticos, cualquier descubrimiento individual de un principio físico universal, demostrado experimentalmente.

Estas "fuerzas espirituales" —es decir, cognoscitivas— universalmente eficientes, son las que se expresan en la ciencia física experimental moderna de una manera única, mediante la aparición de la cualidad del entendimiento creativo cognoscitivo soberano en tan sólo una especie viviente, el individuo humano, en el acto individual de entendimiento cognoscitivo socrático, a través del cual ocurren todos los descubrimientos de principio físico universal que pueden validarse experimentalmente.

El entender cómo el uso de principios físicos universales descubiertos cognoscitivamente aumenta la densidad relativa potencial de población de la especie humana, aporta la base conceptual necesaria para una ciencia física de la economía y, de este modo, la base para el estudio de los procesos sociales de un modo más inclusivo.

Donde Vernadsky hace hincapié en el papel del acto individual de descubrimiento científico, como la fuente para que la humanidad aumente su poder en y sobre el universo, yo ubico el principio de acción, no principalmente en la relación relativamente simple del individuo como tal con la naturaleza, sino en el papel primario de la influencia del individuo en cambiar los procesos culturales determinantes, mismos que a su vez gobiernan los cambios que la humanidad hace en la relación funcional de su sociedad con la naturaleza.1

Fue al reconocer que esos principios de composición artística clásica, relativos a este proceso social, deben considerarse como expresiones de principios físicos universales de carácter antientrópico, comprobables experimentalmente, que logré, con singular éxito, revolucionar los métodos de pronóstico económico y afines a largo plazo.1En consecuencia, mientras mis pronósticos a largo plazo y relacionados han circulado por escrito en público por más de treinta años, ninguno de ellos ha fallado en sus objetivos declarados, mientras que todos los elaborados con métodos contrarios, han fallado de manera evidente.1

A. Los marcos históricos

He aplicado ese método de análisis y de prognosis con éxito a la crisis que tiene como centro la influencia de esa locura homicida conocida como la conspiración del "choque de civilizaciones" de Brzezinski, Huntington y Bernard Lewis. Una comprensión compentente del problema que plantea el intento de golpe de Estado de marras exige que ubiquemos esa conspiración y los acontecimientos que le son propios, en el marco general que le corresponde, el mismo marco en el que se sitúa el tema de la ciencia de la economía física. Si no situamos el asunto de la estrategia del choque de civilizaciones en el lugar que ocupa en la evolución a largo plazo de lo que ha venido a ser la civilización europea moderna extendida por el mundo, no podría proporcionarse una evaluación verdaderamente rigurosa, competente, de sus causas ni de la influencia lunática de la conjura de Brzezinski.

El problema que plantean las graves implicaciones de lo acaecido el 11 de septiembre, por tanto, se ubica generalmente en los últimos seis siglos de la historia universal, y con especial énfasis en las grandes revueltas que empezaron entre los europeos y otras culturas a causa del establecimiento de los Estados Unidos de América en 1776–1789 como el primer modelo exitoso de una república, de un Estado nacional constitucional soberano moderno.

Debo definir aquí, una vez más, los aspectos propios de lo que quiero decir con el término civilización europea moderna. Esa definición la elaboro dentro del marco del método de prognosis señalado, y examino las enseñanzas aplicables de la historia de la cultura europea moderna desde ese punto de partida.

Procedo ahora, resumiendo de manera breve aquellos asuntos de la política estadounidense que se fincan en los períodos 1400–1648, 1688–1763, y 1776–1901, los que no pueden pasarse por alto. Luego, enfoco sobre los aspectos especiales, decisivamente pertinentes de los acontecimientos del siglo pasado, comenzando con el intervalo 1894-1901,1 y siguiendo hasta el momento presente del derrumbe global en marcha del actual sistema financiero y monetario mundial. Esto ejemplifica la prueba esencial que debe tomarse en cuenta para evaluar, de caso en caso, qué está ocurriendo en las mentes de las principales fuerzas políticas del mundo en este momento.

Para replantear el caso, dividiré las expresiones del período posterior a 1400 d.C., la civilización europea moderna extendida globalmente, en fases decisivas, de la siguiente manera:

1. La historia moderna empieza con el Renacimiento Dorado del siglo quince, que tuvo su centro en Italia, suelo natal de la ciencia física experimental moderna y del Estado nacional soberano.1

2. En la mayor parte de los dos siglos que le siguen, tenemos lo que Trevor-Roper y otros han identificado como una "pequeña nueva era de tinieblas" de la civilización europea, el período dominado por Venecia y los Habsburgo, de guerras religiosas y de otra índole en contra del Renacimiento, en el intervalo de 1511–1648, que concluye con el resurgimiento del Estado nacional moderno con la Paz de Westfalia.

3. Luego vino el auge de la potencia marítima imperial angloholandesa, con Venecia de modelo, representada por el surgimiento de lo que se convirtió en el poder de la Compañía Británica de las Indias Orientales en 1689–1763, en torno al tirano Guillermo de Orange.

4. El período de la lucha de los EU por su independencia, tanto de esa tiranía angloholandesa como de la tradición imperial habsburga, de 1763 a 1789, debe reconocerse como el punto de referencia central para aquella reacción contra la Revolución Americana, de la cual surgió el dominio rentista-financiero marítimo imperial angloamericano en su presente forma, con el asesinato del presidente estadounidense William McKinley en 1901. Esa reacción, esa dominación rentista-financiera neoveneciana, originalmente angloholandesa, de la mayor parte del mundo, ha de reconocerse, todavía hoy día, como arraigada en ese empirismo filosófico que ha llevado al mundo a la presente crisis de desintegración general del sistema financiero y monetario existente.

5. Dentro de este marco, tenemos entonces el impacto revolucionario a nivel mundial de la Revolución Americana de 1776–1789, que estableció los propósitos que expresa la Constitución, como modelo de referencia para definir la principal alternativa tanto al poder menguante de la decadente tiranía habsburga, como a los modelos de instituciones imperiales marítimas globales de dominación rentista-financiera sobre el planeta entero, de origen angloholandés.

6. Debe ser evidente, especialmente desde la disolusión de la Unión Soviética de 1989–1991, que las revoluciones americanas de 1776–1789 y 1861–1876, movilizaron a las mejores corrientes de toda la civilización europea a favor de la causa de una verdadera república. Esas dos revoluciones americanas claramente han demostrado, por los resultados netos de la historia que ha mediado y la subsiguiente, que son la única fuente duradera conocida de reto y amenaza constante al modelo angloholandés neoveneciano de oligarquía rentista-financiera marítima imperial, y a la mórbida garra del empirismo y sus derivados, desde esa época hasta el presente.1 Los mejores rasgos de todas las economías nacionales desde 1789, han tenido como modelo los principios declarados como el Sistema Americano de economía política.

7. Con el triunfo de los EUA, dirigidos por el presidente Abraham Lincoln, sobre la monarquía británica y su títere, la Confederación, el centro del conflicto a nivel mundial entre las naciones y las culturas ha sido, de hecho, entre la alternativa del Sistema Americano de Alexander Hamilton, Mathew Carey, Henry Carey, y Federico List, y el sistema de economía política británico contrario. Así que, incluso tomando en cuenta la importancia del papel de la Unión Soviética en la historia del grueso del siglo veinte, la economía mundial en su conjunto hoy, después de 1989–1991, de plano está dividida, principalmente, entre fuerzas opositoras que pueden describirse, de la manera más económica y con razón, como, los mutuamente opuestos sistemas respectivos de economía política americano y angloholandés. Todos los demás conflictos tienen, por necesidad, que hacer órbita históricamente en torno al conflicto que persiste entre estos dos.

Este presente conflicto mundial subyacente tiene tres aspectos interdependientes, aunque distintos.

Primero, el Sistema Americano de economía política, según lo describía el primer secretario de Hacienda de los EU, Alexander Hamilton, se basa en el mismo principio, llamado ora el bienestar general, ora el bien común, sobre el cual sentó sus premisas anteriormente la idea de la creación y la existencia del Estado nacional soberano. Fue el establecimiento de este principio durante el Renacimiento del siglo 15, y los reinados de Luis XI de Francia y Enrique VII de Inglaterra, lo que definió la existencia histórica de la civilización europea moderna. La concepción del bienestar general en tanto doctrina suprema de ley natural, es el aspecto fundamental de lo que correctamente se reconoce como la tradición intelectual americana, de la cual yo personalmente soy producto, la tradición que odia el Henry A. Kissinger del profesor Elliott,1 y a la cual yo me adhiero.

Segundo, la forma democrática republicana del Sistema Americano constitucional de economía política, opuesto de forma axiomática al sistema "liberal" angloholandés, fundamentado éste en el poder y los privilegios excepcionales de esa clase rentista-financiera de la que fueron representativas en el pasado las compañías de las Indias Orientales holandesa y británica. El conflicto entre el presidente Franklin Roosevelt y el primer ministro Winston Churchill durante de la Segunda Guerra Mundial, es representativo de estos asuntos, así como el continuo conflicto de 1972 a 2001 entre los círculos de los golems de Elliott, Kissinger, Huntington y Brzezinski, y yo.

Tercero, el sistema angloholandés se basa en una noción hobbesiana o parecida de conflicto axiomático perpetuo entre y dentro de las naciones, en tanto que el Sistema Americano de los adalides de los EU, John Quincy Adams, Abraham Lincoln, y Franklin Roosevelt, tiene como premisa la meta de establecer una comunidad ampliada y duradera ("multipolar") de principios compartidos entre Estados nacionales republicanos perfectamente soberanos. La ideología manifiesta en la degeneración personal intelectual y moral de los seguidores del profesor William Yandell Elliott durante el último medio siglo, representa la tendencia hacia las formas más extremas de lo que sólo se puede describir como un nuevo dogma integrista ultramontano de fascismo universal entre los seguidores de Elliott y sus semejantes.1

En este respecto, la mayor tragedia que ha sufrido el pueblo de los Estados Unidos de América, ha sido la hegemonía recurrente de los enemigos del Sistema Americano dentro de los propios EU. De allí que, salvo el tiempo cuando Franklin Roosevelt ocupó la Presidencia, desde el asesinato del presidente McKinley los EU del siglo veinte han sido corruptos y han estado principalmente bajo el dominio de una oligarquía rentista-financiera internacional, a veces identificada como los círculos financieros, legales y académicos de la cábala "BEC", es decir, británica, estadounidense, y canadiense. Ahí figuran intereses financieros poderosos y sus bufetes de abogados que han penetrado a fondo las instuciones de gobierno, y están representados, en conjunto, por las más poderosas fundaciones exentas de impuestos, y sus grupos de peritos afines, bajo la influencia de los golems de Elliott.

El derrumbe final que arremete del actual sistema financiero y monetario reinante del mundo, es principalmente un derrumbe interno, autoinducido, del sistema que ha dominado al mundo desde la secuela inmediata de la muerte de Franklin Roosevelt, y ha asumido de manera temporal la posición de supuesta potencia imperial mundial en el período a partir de la desintegración de la Unión Soviética.

Es sólo en ese marco de la historia moderna así definida, que puede lograrse un cabal entendimiento de las causas y los remedios de la crisis del 11 de septiembre. En la cronología que sigue, me limito a una selección de tantos de los hechos más salientes de esa historia, como fueren indispensables para una evaluación competente de la crisis estratégica mundial a mano.

B. El ascenso y el ocaso del poderío de los EU

Los siguientes sucesos posteriores a 1789, son los elementos histórico-culturales más decisivos para el papel de los EU en los principales acontecimientos mundiales del siglo veinte.

El principal parteaguas del progreso en la historia política moderna después de 1714, había sido la movilización de los más destacados representantes de la tradición clásica de la cultural y la ciencia de la civilización europea moderna, en torno a fomentar el surgimiento de una forma moderna del Estado nacional republicano soberano en las colonias anglófonas de Norteamérica. Esa resistencia en contra de la tiranía de las tradiciones imperiales de los Habsburgo y los angloholandeses, ha seguido como el legado fundamental de la historia europea moderna desde entonces hasta el presente. De allí que, hasta el inicio del Terror Jacobino en Francia el 14 de julio de 1789, el triunfo de la causa de la independencia de la república estadounidense y de su proyecto de Constitución federal de 1787–1789, expresó el mayor logro político del estadismo de la civilización europea hasta entonces.

Empero, la sucesión del Terror Jacobino en Francia de 1789–1794, seguido por la tiranía específicamente fascista de Napoleón Bonaparte, rompió por un tiempo los nexos de los Estados Unidos con su aliado europeo, Francia, de cuya ayuda dependió en lo principal para asegurar la independencia estadounidense.1

El Congreso de Viena, posterior a Napoleón, que tuvo lugar en 1814-1815, creó por un momento un poder imperial compartido en toda Europa, un poder dominado por los dos enemigos de los EU, la monarquía británica y la Santa Alianza habsburga. Bajo esas condiciones estratégicas, desde 1789 hasta que el presidente Lincoln condujo la guerra contra la Confederación en 1861-1865, los EU estuvieron mayormente aislados y bajo hostigamiento de las principales potencias extranjeras, y sujetos a la influencia traidora de los banqueros estadounidenses ligados a Londres, de los esclavistas sureños, a las conspiraciones habsburgas, y a los remanentes de una chusma de la familia bonapartista inmiscuyéndose, a su manera, en nuestros asuntos.

La acción estadounidense tendiente a expulsar a las fuerzas militares de ocupación francesas en México, del títere de las varias ramas de los Habsburgo y de Napoleón III, marca el surgimiento de los EU como una potencia mundial establecida, no sólo en el hemisferio, sino en el mundo entero.1 Las victorias estadounidense de 1861-1865 se continuaron como un proceso de desarrollo agroindustrial con la celebración del Centenario de 1876 en Filadelfia. Como resultado del éxito de las políticas del Sistema Americano de Henry C. Carey durante el intervalo 1861-1876, Alemania, Rusia, Japón y muchas otras naciones dentro y fuera de las Américas, no sólo adoptaron aspectos fundamentales del Sistema Americano para la mejora de sus economías, sino que procuraron emular el éxito que tuvieron los Estados Unidos al unir el continente norteamericano, del Atlántico al Pacífico, a través del programa ferroviario transcontinental.

De ahí que, entre Gettysburg, en 1863, y Filadelfia, en 1876, los Estados Unidos surgieron como la mayor amenaza en el mundo tanto para el imperio británico como para las reliquias de las tiranías habsburgas. Por ese motivo, una red de espionaje dirigida por Londres, apoyada por los intereses de los Habsburgo, llevó a cabo el asesinato del presidente Lincoln, y se emprendieron esfuerzos concertados de guerra económica y para alentar la traición en los EU, hasta el momento que lograron asesinar al presidente estadounidense McKinley en 1901, con la ayuda de la Emma Goldman del Henry Street Settlement House de Nueva York.

Ciertamente, luego de McKinley, los EU ganaron en poderío militar y económico relativo en el transcurso del siglo veinte, pero ya no eran precisamente unos EU con el mismo carácter que se había establecido por la victoria del presidente Lincoln.

Cualquier estudio competente de la política nacional y exterior estadounidense de los últimos cien años, se enfoca sobre las implicaciones del retroceso que tuvo la victoria de Lincoln sobre la Confederación, lo cual queda representado en el siglo veinte en las presidencias sucesivas de dos hijos de la Confederación, Theodore Roosevelt y el fanático del Ku Klux Klan, Woodrow Wilson, y también la del oligarca Calvin Coolidge. Como lo destacó el presidente Franklin Roosevelt repetidamente, tanto al electorado estadounidense como al primer ministro Churchill, la principal división en el proceso político-económico estadounidense ha sido la hostilidad axiomática entre la tradición intelectual estadounidense de nuestros próceres, y la tradición tory americana de quienes están entregados a lo que Roosevelt ridiculizó como los "métodos británicos del siglo dieciocho". Quienquiera que procure interpretar la historia de los EU quitando de sus premisas ese conflicto cultural y moral fundamental en nuestra nación, se distingue como un sandio charlatán, o peor.

Cuando consideramos todo el recorrido del auge en poderío global de la civilización europea moderna, desde el Renacimiento del siglo quince, tenemos que considerar a la mayor parte del intervalo 1901-2001 relativamente como una histórica "nueva era de tinieblas" en la existencia de la humanidad.1 Dos guerras mundiales, la Gran Depresión y el ascenso de dictaduras fascistas después de la Primera Guerra Mundial, la mentada "Guerra Fría", la ola de decadencia moral personal e intelectual de la que los lacayos de William Yandell Elliott de Harvard sólo son típicos, los asesinatos y golpes políticos en las Américas y Europa durante el intervalo de 1962 a 1965, y la caída de las economías de las Américas y Europa a partir de 1965 en una trayectoria horrible de largo alcance de decadencia financiera y monetaria de 1971 a 2001, califican plenamente al período para el título de "nueva era de tinieblas" cultural.

Sólo el liderazgo del presidente Franklin Roosevelt, y los beneficios del intervalo de 1945 a 1963 de la reconstrucción económica de las Américas, Japón, Europa y otras partes, aportan los pocos momentos brillantes en medio de una cada vez peor decadencia que domina el mundo de 1901–2001.

El intervalo de crisis intensas de 1962–1965, se identifica por el surgimiento de una conspiración de golpe militar de corte fascista contra el propio gobierno de los EU, la crisis de los proyectiles en Cuba de 1962, el intento de asesinar al gran presidente de Francia, Charles de Gaulle, el golpe político contra el primer ministro de Gran Bretaña, Harold Macmillan, el empujón al canciller Konrad Adenauer hacia un retiro prematuro, el asesinato del presidente Kennedy, el inicio de la guerra estadounidense en Indochina, la pestilencia del primer gobierno de Harold Wilson en el Reino Unido, y la salida del canciller Erhard de Alemania. Estos acontecimientos prominentes y otros relacionados de 1962–1965, marcan una separación entre lo que fue, en efecto neto, el curso ascendente de los acontecimientos económicos que predominaron durante el intervalo de 1945–1963 de la reconstrucción de la posguerra, y la decadencia general económica y moral acelerada muy bien avisada en la campaña presidencial de Richard Nixon de 1966–1968 en pro del Ku Klux Klan.

Desde entonces, con la excepción de algunos momentos brillantes aquí y allá, el curso que prevalece en la civilización europea extendida al mundo ha sido de descenso acelerado en lo económico, moral y cultural, un deslizamiento cada vez más decadente de la economía y otros elementos fundamentales de la cultura en general, desde el decisivo viraje de los acontecimientos en el intervalo de 1962–1965.

Así como el Terror Jacobino de 1789–1794 produjo las condiciones que dieron píe a la emergencia de la primera tiranía fascista, la de Napoleón Bonaparte, así la captura del gobierno de los EU por la monarquía británica, bajo los presidentes estadounidenses Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson, y Calvin Coolidge, produjo las condiciones favorables para el surgimiento de las tiranías fascistas del siglo 20, como las de Mussolini y Hitler, que tuvieron como modelo explícito las tradiciones del reino fascista del autoproclamado César y Pontifex Maximus Napoleón Bonaparte.

Si observamos la historia de la jaula de ardillas de Harvard operada por el Elliot de los Agraristas de Nashville después de la Segunda Guerra Mundial, con antecedente que proporcionan los desarrollos de 1789–1815 en Francia, y el dictador fascista Napoleón III, y el antecedente de esa epidemia neorromántica de pesimismo cultural que viene desde existencialistas tales como Schopenhauer y Nietzsche, hasta Adolfo Hitler, Martin Heidegger, y Theodor Adorno, no nos debería sorprender el reconocer que los adeptos al culto del fascismo universal, del fascismo globalizado, hoy día, tales como el de Huntington y Brzezinski, son representativos de una nueva epidemia de ideólogos fascistas peores, por implicación, que las figuras más notorias de los veinte y los treinta del siglo pasado.

Antes de su inoportuna muerte, las intenciones del presidente Franklin Roosevelt para el período de la posguerra estaban centradas en crear un sistema de Bretton Woods después de la guerra, diseñado no sólo para reparar los estragos de la Depresión y la guerra en Europa y las Américas, sino para erradicar la pestilencia del sistema de "libre comercio" de Adam Smith y todo vestigio del colonialismo portugués, holandés, británico y francés en el mundo de la posguerra. El cuerpo del presidente no se enfriaba todavía y ya sus sucesores preparaban salvajes campañas militares de recolonización, y ponían en marcha un nuevo conflicto militar estratégico, orquestado por Londres, entre los EU y su ex aliado en la guerra, la Unión Soviética.

De este modo, en algunos aspectos muy importantes y en cierto grado, el sistema de Bretton Woods de 1945–1963 fue completamente exitoso, aunque no fue un sistema verdaderamente justo, en contraste con el fracaso neto del sistema de tipos de cambio flotantes posterior a 1971 y que ahora se desintegra por el mundo entero.

El significado de la crisis de 1962–1965, fue la orquestación de un nuevo grado de codependencia entre las superpotencias termonucleares angloamericana y soviética. Como acompañamiento a esos cambios efectuados durante el intervalo de 1962–1965, los axiomas esenciales de la economía y otros aspectos del estadismo característicos del período anterior a 1963, fueron brutalmente cortados de raíz, a menudo sangrientamente, franqueándole el paso a lo que llegó a conocerse como "el cambio de paradigma cultural" que impactó con mayor fuerza a la generación de los jóvenes nacidos después de 1945, particularmente los universitarios.

En medio de esta confusión posterior al intervalo 1962–1965, la basura acumulada de la "izquierda", H.G. Wells y Bertrand Russell, y las menudencias culturales de la "derecha", los Agraristas de Nashville, descendientes de los fundadores del Ku Klux Klan original, se zumbaron a posiciones de influencia acelerada en la vida política y cultural interna de los EU.

Si tomamos en cuenta la erosión neta de la inversión estadounidense en infraestructura económica básica después de 1971, y la pérdida acelerada, en el transcurso de los setenta, de elementos científicos e industriales que habían sido esenciales para el alunizaje tripulado, la economía interna de los EU ha venido experimentando un descenso de larga data en su tasa de crecimiento desde 1966–1967, con un cambio hacia una caída absoluta acelerada de su economía interna desde 1971.

La peor tasa de desintegración económica ocurrió bajo el elegido de Brzezinski para presidente estadounidense, Jimmy Carter. Desde 1977, el otrora orgullosamente optimista 80 por ciento de las familias estadounidenses de menores ingresos, ha sufrido un desplome acelerado de su participación en el ingreso nacional total, en tanto que la economía estadounidense dependía cada vez más, en el período de 1971–1989, de la influencia del poderío político mundial angloamericano para saquear a otras naciones a través de estafas monetaria-financieras y de la "globalización", especialmente a las de Sudamérica, Centroamérica, Africa y Asia.

Con el desplome del sistema soviético en 1989–1991, fue patente que los intereses rentista-financieros angloamericanos quedaron como los indiscutibles gobernantes imperiales, degradando a todas las demás naciones, incluyendo a las de Europa Occidental continental, prácticamente al estado de satrapías, o peor. El enorme saqueo de la antigua Unión Soviética, en especial en el intervalo de 1991 a 1998, sirvió temporalmente como el principal subsidio singular para el poderío económico del conjunto angloamericano, que por otro lado se derrumbaba a lo interno.

Con las crisis financieras y monetarias inherentemente inevitables de 1997–1998, los intereses financieros angloamericanos se fueron quedando sin lugares que saquear. La ruina inevitable de las disposiciones de los intereses financieros angloamericanos dominantes, estaba a la vista. Para los intereses financieros hegemónicos del mundo, la campana había sonado, anunciando la novedad que ellos seguramente interpretaron como el venidero Ocaso de los Dioses del Olimpo. En consecuencia, el mundo se encuentra ahora dominado —a partir del cambio en 1996, 1997 y 1998— por acontecimientos tales como los de la secuela del 11 de septiembre.

Los EU podrían salir de esta crisis en buen estado, si bien con un poco de fatiga temporal, pero, como lo demostró el papel de Franklin Roosevelt en el período de 1933–1945, no habría necesidad de procurar remedios fuera de la provincia de los principios proclamados por nuestra Constitución Federal de 1787–1789. De hecho, comenzando con la difusión a un público estadounidense en el ámbito nacional de mi discurso televisado en Berlín del 12 de octubre de 1988, siempre he presentado medidas específicas y prácticas para elevar a los EU a un papel nuevo y mejor en el mundo, bajo las condiciones que adelanté en ese momento del inminente derrumbe del sistema soviético en su forma de ese entonces.

En los treintaicinco años de mi ascenso a la prominencia internacional que tengo hoy día, he insistido en que regresar a lo que el secretario de Hacienda Alexander Hamilton había definido como "el Sistema Americano de economía política", le proporcionaba a nuestro gobierno el conjunto implícito de enfoques para el progreso ilimitado en las condiciones de nuestro pueblo, y los de otras naciones también, incluyendo el ofrecimiento de una nueva asociación con la económicamente extenuada economía soviética. Eso es válido todavía hoy día.

La amenaza de golpes de Estado militar y horrores semejantes desde el interior de los EU, no deriva de ningún autointerés económico honesto de los EU. Sólo nuestro actual exceso grosero de parásitos financieros se ve amenazado por las reformas que he propuesto. La amenaza viene por completo de quienes preferirían enviar a todo el mundo al infierno, antes que devolverle a los EU su Constitución Federal, con el consecuente fomento del bienestar general de su pueblo.

Brzezinski y Hitler

Para entender mejor los sucesos del 11 de septiembre, reconsideren el caso del golpe de Estado que dio Hitler de enero a marzo de 1933. Nunca hubo ninguna excusa para las acciones explícitamente angloamericanas que pusieron a Hitler en el poder en Alemania. Si un presidente Hindenburg, corrompido por los cómplices de Montagu Norman de Londres, no hubiese sacado al canciller Von Schleicher, la Segunda Guerra Mundial se hubiese evitado con la toma de posesión, en marzo de 1933, del ya presidente electo de los Estados Unidos Franklin Roosevelt. Si Von Schleicher hubiese seguido como canciller hasta la toma de posesión de Roosevelt, Alemania y los Estados Unidos hubieran tenido programas de recuperación económica prácticamente idénticos, y la Segundo Guerra Mundial no hubiera ocurrido.

En pocas palabras, los intereses financieros angloamericanos que representaba el promotor de Hitler en Londres, Montagu Norman, se movieron, en enero de 1933, para asegurar que nada impediría la Segunda Guerra Mundial. Esos intereses se movieron para impedir que las principales fuerzas de Europa continental se involucrasen en lo que se hubiera convertido en la hegemonía mundial de políticas congruentes con la tradición intelectual estadounidense. Como Henry A. Kissinger más tarde, Montagu Norman y sus confederados preferirían el infierno sobre la Tierra, que tolerar a un mundo bajo la influencia de la tradición intelectual estadounidense.

Yo tuve una experiencia comparable a mediados de los setenta.

Me habían concertado una reunión con un encumbrado funcionario de un importante partido británico representado en el Parlamento. En la reunión, resumí las alternativas presentes ante la forma que adoptó el sistema de tipos de cambio flotantes del FMI después del intervalo 1971–1975. Resumí el razonamiento, que sería mejor que ciertos intereses británicos, que por lo común se considerarían opuestos a mis propuestas de manera axiomática, pudieran estar dispuestos a aceptar mi alternativa de reforma monetaria internacional, si es que recordaban los resultados de sus predecesores al poner al protegido de Schacht, Hitler, en el poder en Alemania. Resumí la situación como una decisión entre la "sacudida" de una reforma monetaria necesaria y las consecuencias de seguir con el esfuerzo, para ese momento, de revivir los precedentes de la austeridad fiscal de Schacht, etc.

La respuesta a mi razonamiento fue brusca y muy fría: "Estoy seguro de que preferiríamos a Schacht y no a tu sacudida". Obviamente, poco más de un cuarto de siglo después, yo tenía la razón, y esa reacción británica a mis razonamientos se ha de ver en retrospectiva, considerando el estado de la propia economía británica, hoy día, como lamentable y deplorablemente equivocada.

Así que, en marzo de 1933, el Schacht que había llevado a Hitler al poder a instancias de los intereses financieros angloamericanos de Montagu Norman, se convirtió en presidente del Reichsbank de Alemania. De este modo acomodado, Schacht contó con el permiso otorgado por los amos financieros angloamericanos de Alemania para iniciar la movilización de Hitler que ya se tenía prometida, en la geopolítica del Mein Kampf de Hitler, para prepararse para la invasión de la Unión Soviética. Debido a las negociaciones Molotov-Ribbentrop, los acontecimientos no se desarrollaron exactamente del modo en que algunos se habían imaginado en la Gran Bretaña antes de la abdicación del rey Eduardo VIII, pero, haciendo eso a un lado, lo que luego se conoció como la Segunda Guerra Mundial, para 1934–19136, ya era inevitable.

En el transcurso de la historia conocida, hay momentos de decisión fundamentales claramente definidos, en los cuales la tendencia general de un nuevo período resultante de la historia está prácticamente determinado, hacia uno u otro lado. Los acontecimientos en Alemania de enero a marzo de 1933 son típicos de dichos momentos de decisión. Es cruel, pero también cierto y necesario, decir que cuando el comando militar alemán de 1934 decidió no oponerse a que Hitler asesinase al ex canciller Von Schleicher, la ruina de los generales alemanes de julio de 1944 estaba casi asegurada. Después de ese asesinato, la muerte de Hindenburg era en lo esencial una simple formalidad que franqueó el caminó a la consolidación de la dictadura de Hitler. Entre los alemanes, sólo los líderes que permitieron esas fatídicas y erróneas decisiones en pro de Londres en 1933–1934, cargaron con cualquier culpa esencial por los horrores que siguieron a las decisiones de 1933–1934.

Hay, de ese modo, a menudo un lado oscuro en los efectos del papel del principio voluntarista en la historia.

El papel británico en poner a Hitler en el poder, y el papel de los generales alemanes al no impedirle convertirse primero en canciller, y en dictador después, sólo son representativos del lado oscuro. De haber sido exitoso también el complot para perpetrar un golpe militar en EU contra la toma de posesión de Franklin Roosevelt, el siglo 20 hubiese sido una de las eras más obscuras de toda la humanidad.

Por ello, para mí, el ejemplo del modo en que ciertos líderes militares alemanes dejaron que Hindenburg pusiera a Hitler en el poder, es, todavía hoy, una de las lecciones más aterradoras de la historia moderna. Los acontecimientos del 11 de septiembre, vistos a la luz del complot del "Choque de civilizaciones" de Huntington, Brzezinski y Lewis, constituyen el principal motivo inmediato, de la misma clase, para temer por el destino de la humanidad hoy día.

Las fuerzas que sostienen a lunáticos peligrosos como Brzezinski y Huntington, no son impulsadas a desatar guerras religiosas terribles y dictaduras de fascismo universal, por ningún factor de autointerés nacional objetivo para los EU. Ellos, como los lacayos de los dioses del Olimpo condenados a su perdición, que ellos implícitamente se imaginan ser, y como los criminalmente insanos patrocinadores de la campaña de Sharon, preferirían destruir el universo que sufrir cualquier revés a la causa de su desquiciada ideología. Criaturas satánicas del tipo que representa un Sharon, o un Brzezinski y un Huntington, prefieren reinar en un infierno de su propia hechura que buscar un lugar sublime en el Cielo.

No hay ningún motivo sensato para lo que Sharon está haciendo, o para lo que pretenden los patrocinadores de las locuras geopolíticas de Brzezinski; sin embargo, para quienes entienden la historia real, podría ocurrir, a menos que se le ponga un alto.

Continua....

Intriga y estrategia
Zbigniew Brzezinski y el 11 de septiembre
(II Parte)

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