Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Europa y los EU hoy - II Parte


Lyndon H. LaRouche

(segunda de dos partes)

La primera parte de este artículo se publicó en la revista Resumen ejecutivo vol. XXI, núm. 2, de la 2a quincena de enero de 2004 y en el sitio de internet Resumen electrónico de EIR, Vol.II, núm.24

¿Qué es la economía física?

Además de los defectos de diseño sistémicos en los gobiernos parlamentarios de Europa, el principal defecto funcional relacionado es la adopción del mito cultural de ese sistema de "libre comercio" propio de los mentados sistemas de banca central independiente. La tenacidad con la que estas instituciones defectuosas cautivan la voluntad de la víctima, refleja el difundido respeto que impone lo que se enseña como una u otra variedad de economía política sistémicamente empirista. Esas doctrinas de economía política, con todas sus diferencias en cuanto a detalles de fervor religioso, constituyen la ideología que seguido motiva las catástrofes nacionales autoinflingidas en un período de crisis reciente.

Lo que hoy se enseña como economía, o economía política, en las universidades, es, al igual que la famosa doctrina que el plagio del Tomás Malthus de la Compañía de las Indias Orientales británica de una traducción inglesa de Reflessioni sulla popolazione de Giammaria Ortes (1790), un vástago bastardo de la influencia veneciana en la conformación del desarrollo del liberalismo angloholandés. O lo mismo que el lacayo de lord Shelburne, Adam Smith, quien plagió la "mano invisible" del laissez–faire de neocátaros tales como los fisiócratas Francisco Quesnay y Roberto Turgot. Ambos dogmas, el maltusianismo y el "libre comercio", son expresiones del programa de lo que se conoció como el "partido veneciano", nombre que se la daba a la corriente política representada por la Compañía de las Indias Orientales británica del siglo 18. "Partido veneciano" también se le llamaba en general a la "Ilustración" empirista británica y francesa del siglo 18, a la Ilustración empirista pro romántica que fue el principal adversario de ese renacimiento humanista clásico de ese siglo, a partir del cual se creó la Revolución Americana. "Mano invisible" es un término revelador, pues se refiere a la mano entrometida y hurgadora del astuto marrullero discípulo del viejo Fagin. ¿Perdiste algo de tu bolsillo recientemente? ¿Acaso tu seguro social, tu pensión o tu empleo? Pierdes tu vida para aumentar su ganancia; por supuesto se trata de un caso de lo que los seguidores de Adam Smith y John Locke consideran "un trato justo".

Ya antes de que apareciera en 1776 el famoso folleto de propaganda antiamericana de la Compañía de las Indias Orientales británica, La riqueza de las naciones, obra del lacayo de Shelburne, Adam Smith, ya estaba bien definida una ciencia de la economía física con el trabajo de 1671–1716 del científico más grande de ese entonces, Godofredo Leibniz. Este trabajo de Leibniz se transmitió a las colonias inglesas de Norteamérica, donde su influencia hasta la fecha se refleja en la formulación antilockeana de Leibniz adoptada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América de 1776, de "la búsqueda de la felicidad", y en el concepto del "bienestar general" del preámbulo de la Constitución federal de los EU de 1787–1789, así como en los informes oficiales del primer secretario del Tesoro, Alejandro Hamilton, al Congreso de los EU. En la medida en que los EU han tenido la oportunidad y la voluntad de moldear su economía nacional conforme a esos principios leibnizianos expresados en los tres célebres informes de Hamilton al Congreso, la economía estadounidense se ha desempeñado como la más exitosa del planeta en tales períodos. El desarrollo revolucionario de la economía estadounidense en el intervalo de 1861–1876, y con Franklin Roosevelt, en 1933–1945, expresa esas características del Sistema Americano de economía política.

Para tener una comprensión más firme de las crisis monetario–financieras mundiales hoy, observen las economías estadounidense y británica desde el comienzo del desastroso primer Gobierno de Harold Wilson, que hizo época en el Reino Unido. Observen las crisis monetarias de 1967–1968, que fueron resultado inmediato de esos cambios de dirección política de 1964–1967 que tomaron los Gobiernos británico y estadounidense. Cabe destacar que yo ya había pronosticado el peligro de que ocurrieran tales crisis financieras desde 1959–1960, en una advertencia relativamente menos difundida que la siguiente.

Con base en mi pronóstico de 1956 de que se avecinaba una profunda e inminente recesión por efecto de ciertas medidas instrumentadas por Arthur Burns después de 1954, medidas que se reflejaban en formas tales de trampas de pirámides de crédito en la venta de automóviles y otros productos a fines de 1956, yo, en mi función de consultor profesional en ese entonces, había advertido de la probabilidad inmediata de una profunda recesión en los EU, por los efectos acumulados de esta burbuja financiera que urdió Burns. De hecho, la recesión pegó en febrero de 1957, tal como pronostiqué, e incluso todo mundo reconoció que ocurrió a fines del tercer trimestre de ese año. El éxito de este pronóstico me animó a hacer un pronóstico de largo plazo de 1958 a 1960, al efecto siguiente.

Dije esto, y lo repetí a menudo todo ese período hasta 1967: si el Gobierno estadounidense continúa con las medidas dirigidas por Arthur Burns, del período inmediato de la posguerra hasta entrados los 1960, entonces, el resultado sería que haría erupción una serie de crisis monetarias en la segunda mitad de los 1960, llevando a una desintegración del sistema monetario existente de Bretton Woods. La crisis de Harold Wilson de 1967, y la consiguiente crisis del dólar de enero–marzo de 1968, fueron los primeros resultados de mis acertados pronósticos. Las crisis de Richard Nixon de 1970–1971 llevaron a Henry A. Kissinger, George Shultz y Paul Volcker a inducir al presidente Nixon a dar el paso fatal de destruir el sistema de Bretton Woods el 15 de agosto de 1971. Al confirmarse ese cambio, bajo la dirección de Shultz, en la conferencia de las Azores, se sometió al mundo a la decadencia en espiral que cada vez más ha dominado los mercados mundiales desde 1964, y en especial desde el año fiscal de 1966–1967 en los EU.

En respuesta a las acciones del presidente Nixon de mediados de agosto de 1971, advertí que, de continuar estas directrices, el resultado sería la amenaza de un corrimiento a largo plazo hacia un orden mundial fascista, la situación hoy típica del resurgimiento de la internacional sinarquista, como se ve en torno a los neoconservadores estadounidenses y la candidatura de Arnold Schwarzenegger.

Observen el resultado de las tendencias ya en marcha desde mediados de los 1960, desde la perspectiva de usar una canasta física de mercado, en vez de una monetaria, del ingreso hogareño promedio de mediados de los 1960. Comparen el producto físico neto per cápita con las proporciones per cápita de los agregados monetarios y financieros. El resultado aparece en las "triples curvas" pedagógicas que he empleado desde fines de 1995 para describir las tendencias de onda larga resultantes en las economías de los EU y del mundo (ver gráficas 1A–1C).

Desde 1966 aproximadamente, los activos nominales de los mercados financieros han sufrido una inflación desorbitada en relación a la norma física de mediados de los 1960. Desde entonces ha habido una tendencia a la reducción acelerada en los valores físico–económicos del consumo hogareño y en la inversión de mediano a largo plazo de capital en la producción y la infraestructura económica básica. A la vez, hubo una expansión acelerada de los agregados monetarios, lo cual se usó para alimentar una inflación especulativa en las carteras nominales del mercado financiero. En 1999–2000 el ritmo de expansión monetaria requerido en los EU para sostener los tambaleantes mercados financieros que sobrevivieron tras las crisis de 1967–1968, creció con mayor rapidez que el flujo monetario que sostenía de manera temporal los mercados financieros. Esa relación triple entre los agregados físicos, monetarios y financieros define una espiral hiperinflacionaria clásica, del modo que la famosa hiperinflación del segundo semestre de 1923 en Alemania ejemplifica esto.

En estos momentos no hay esperanza de una recuperación del sistema monetario–financiero mundial en su forma actual.

El paradigma de la triple curva ayuda a recalcar la función determinante de las relaciones físico–económicas subyacentes en tanto realidad de la economía, y a los procesos monetario–financieros como algo que apenas empaña la realidad física que yace destrás. La emisión de dinero o de formas equivalentes de crédito de una nación tiene que ser monopolio del gobierno, y ese gobierno debe regular la forma en que se establecen los precios, los impuestos y así sucesivamente, con el fin aproximado de mantener el valor del dinero de conformidad con el precio relativo de una lista de consumo promedio y los costos físicos de producción y distribución. Las relaciones que ilustra la función pedagógica de la triple curva son típicas de una economía nacional y su gobierno actual, administrados sin ton ni son y de forma imprudente, fuera de control, de un gobierno que conduce a su nación a una crisis sistémica, de desintegración inclusive.

¿Socialismo o fascismo?

La preocupación fundamental de todo gobierno precavido y de círculos semejantes en todo el orbe, es la amenaza que representa para el mundo el que un régimen explícitamente fascista se apodere de los EU. El desempeño del procurador general estadounidense John Ashcroft, el vicepresidente Dick Cheney y las variedades neoconservadoras de fascistas tales como Richard Perle, Paul Wolfowitz y Lewis "Scooter" Libby —propiedad de Marc Rich— nos ha mostrado, desde septiembre de 2001, qué tan cerca hemos estado ya de que estos fascistas tomen el poder. La aparente elección del hombre–bestia de corte hitleriano Arnold Schwarzenegger —que es como poner en el poder en California a un jefe de Estado fascista austríaco importado, del modo que lo hicieron en la Alemania de 1933— es como la segunda llamada clara de atención. Los casos de Cheney, Ashcroft, y ahora de Schwarzenegger, impulsarán el asunto de movilizar una resistencia "izquierdista" a esta amenaza fascista para toda la civilización.

Desde agosto de 1971 ha habido mucho parloteo sobre el título "socialismo o fascismo", de mi respuesta en esa fecha a las fatídicas acciones de Nixon. Por desgracia, la mayor parte de eso ha venido de mentes confusas, o que pretenden confundirse. En cierto sentido, sí me refería a la amenaza a largo plazo de un fenómeno parecido al de Hitler, como Cheney, Schwarzenegger y demás hoy día. También pretendía recurrir en ese entonces a la imagen del liderato del presidente Franklin Roosevelt durante el intervalo de 1932–1945. Sin embargo, aunque soy un experto en Carlos Marx y el socialismo en general, y sí pagué mi deuda intelectual con los círculos socialistas en el período en que luchábamos juntos contra el macartismo, ni Franklin Roosevelt ni yo eramos socialistas en el sentido marxista.

En cualquier caso, en especial desde la caída de la Unión Soviética y la amenaza actual de una dictadura fascista, tan mala o peor que la de Hitler bajo un hombre–bestia como Schwarzenegger, ha llegado la hora de finalmente enterrar al fantasma del socialismo. Quizás mi propia experiencia sea el mejor punto de referencia para tal esclarecimiento del asunto del socialismo en general.

A consecuencia del Terror jacobino, el papel a veces positivo que desempeñaron movimientos a nombre del socialismo siempre ha aparecido relacionado a la reacción contra la brutalidad inherente al modelo de ese partido veneciano que, en tiempos modernos, se ha remontado a la Revolución Francesa de los hombres–bestia Jorge Jacobo Danton, Juan Pablo Marat, Maximiliano Robespierre y el primer dictador fascista moderno, Napoleón Bonaparte, todos bajo la dirección de la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne. La depresión de 1928–1933 y el auge de dictaduras sinarquistas (fascistas) en torno a Mussolini, Hitler, Franco, etc., le dio un gran vigor al papel relativamente importante de la resistencia nominalmente socialista contra el fascismo. Este uso específico asociado con ese término nace de la necesidad, en tiempos de la amenaza de una crisis existencial, de movilizar amplias fuerzas populares para resistir las tendencias fascistas inherentes a cualquier aplicación desenfrenada del modelo liberal angloholandés. Sin embargo, para no ensalzar a los movimientos socialistas más de lo que es saludable para nuestra posteridad, tenemos que reconocer que también hay un rasgo de cobardía intelectual en los movimientos socialistas, como lo demostraron los socialdemócratas alemanes y algunos líderes sindicales en enero de 1933, con sus manifestaciones de "cretinismo parlamentario" en cuanto al complot a favor de Hitler que dirigió Franz de Papen, Schacht, etc., contra el Gobierno de Schleicher.

Remontándonos a mi experiencia como veterano que, en 1946, regresaba de prestar el servicio militar, Roosevelt había muerto, y algo parecido al fascismo contra el cual acabábamos de librar una guerra se desató bajo el liderato del presidente Truman. En 1947 recurrí al general retirado Dwight Eisenhower para que compitiera por la Presidencia de los EU; me referí a las aspiraciones generalizadas para el mundo de la posguerra, que compartía con la mayoría de los soldados que conocí en el extranjero, y a la traición de las promesas implícitas del Gobierno de Truman. Él respondió de forma sucinta, coincidiendo con mi razonamiento, pero indicando que aún no era el momento para su candidatura; pensándolo bien, yo estaría de acuerdo con su evaluación al respecto.

El fascismo estaba en marcha. El senador Joseph McCarthy era, de hecho, un fascista, uno de la variedad sinarquista de derecha; pero su carrera política como hombre–bestia no fue sino una consecuencia natural del trumanismo. Para 1948, sólo unos pocos de quienes habían admirado a Roosevelt en los 1930 y durante la guerra no se habían pasado al otro bando, por miedo u otros motivos, a respaldar el protofascismo tanto de Truman como del Joe McCarthy de Roy M. Cohn. El estrato sinarquista de los EU actuales, el asociado con Marc Rich, el vicepresidente Cheney y esa caterva de neoconservadores del Instituto Hudson de Conrad Black, es el mismo fascismo de Hitler, que hoy marcha detrás de figuras hitlerianas como ese hombre–bestia nietzscheano salido de los basureros de Hollywood, y que anda metiendo mano en la política, Arnold Schwarzengger.

Así que combatí al trumanismo y al macartismo en el nuevo papel de socialista, en 1949–1953.

Entre tanto, el demente lance de Truman, de arriesgarse a desatar una guerra nuclear con sus aventuras en el Lejano Oriente, tropezó con su error de cálculo conocido como la guerra de Corea. Los círculos más sensatos de los EU decidieron, prudentemente, deshacerse de Truman y de un Partido Demócrata viciado por su desempeño. Eisenhower, un popular militar tradicionalista, se convirtió en el instrumento para que los EU se retiraran de forma parcial de la guerra de Truman en Corea, e hizo mucho por aminorar los esfuerzos de esa pandilla sinarquista utopista que él mismo identificó públicamente en una ocasión como el "complejo industrial militar".

Tras disfrutar el alivio de ver que el Gobierno de Eisenhower se deshizo de McCarthy, volví a ver a mis aliados socialistas de la resistencia de 1949–1953; eran irremediablemente estúpidos, aunque, en buena parte, bien intencionados, pero sin ninguna importancia visible, ni en perspectiva, respecto a las cuestiones de la nueva situación. Después de todo, yo era un hombre de acción para las ideas; y a pesar de sus clichés, ellos no lo eran. En la batalla contra el macartismo no se desempeñaron tan mal. En "tiempos de paz" eran inútiles, una pérdida de mi valioso tiempo. Yo simplemente me retiré en silencio sin ningún rencor ni resentimiento contra esos ex compañeros. Sí esperaba que, en algún futuro, pudieran contribuir en la resistencia a futuras atrocidades como las del trumanismo y el macartismo, pero uno tiene que enfrentar el hecho de que estaban en la bancarrota intelectual, emocionalmente acabados, y aparentemente sin remedio, como por instinto. Así que me retiré en silencio.

No hallé la ocasión de regresar a la política activa de ningún tipo hasta después de la crisis de los proyectiles de 1962 y el asesinato de Kennedy. Cuando regresé, a comienzos de 1964, fue porque mis pronósticos económicos de 1959–1960 me advirtieron del peligro que se avecinaba, de un regreso a algo parecido al auge del fascismo en los 1920 y 1930. Ese peligro apareció de manera visible.

De nuevo, dando clases en diversas universidades, el factor del socialismo, ahora como una mezcla de "vieja" y "nueva izquierda", dominaba la resistencia a lo que se conoció como el viraje abierto de Nixon hacia el fascismo, de 1966 en adelante. No obstante, el bagaje intelectual de tales formas de socialismo se manifestó, de nueva cuenta, como un obstáculo al verdadero razonamiento. Ése fue el penetrante defecto moral de la generación del 68 que dominaba entonces el fermento político de fines de los 1960 y en los 1970. Esto no me sorprendió; el problema de la "izquierda" era doble. La "izquierda", en esencia, no entendía la diferencia entre el Sistema Americano de corte leibniziano y las tradiciones del liberalismo angloholandés de la "Ilustración". A lo sumo, los socialistas se oponían a algunas de las crueldades de ese sistema británico llamado "capitalismo", y a sus efectos; pero, prácticamente ninguno de ellos entendió el Sistema Americano, ni los rudimentos de esa tradición humanista clásica europea de la cual brotó.

Así, el proceso en el que me encontraba inmerso en agosto de 1971 me llevó a nuevos lugares y acontecimientos. El futuro desenvolvimiento de mi destino político, y el de mi asociación, se estableció para todo el período —desde entonces hasta la fecha— en el otoño de 1971, a raíz de mi debate con Abba Lerner en el Queens College. En esa coyuntura, el respaldo del socialdemócrata Lerner a la idea de revivir medidas económicas que sabía, según confesó, eran fascistas, fue emblemático de la situación política en todas las corrientes políticas importantes en los EU, aun de las diferentes variedades socialistas. El comportamiento de Lerner en esa ocasión puso de manifiesto que el fascismo estaba en marcha de nuevo. Yo derroté a Lerner en ese debate, pero sus amigos, como Sidney Hook, juraron, en venganza, que levantarían un cordón sanitario en torno a mis actividades políticas, y eso fue precisamente lo que hicieron.

Para despejar la confusión que despierta hoy día el nombre del socialismo, tenemos que abandonar el supuesto de que el socialismo es la única alternativa a lo que la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne y su bestial lacayito engreído Jeremías Bentham definieron, de hecho, como capitalismo. El principal enemigo eficaz del capitalismo en el mundo hoy —según lo que el nombre de Adam Smith implica por capitalismo— es la explícitamente antilockeana Declaración de Independencia de los EU, así como el preámbulo de su Constitución federal, que es claramente contraria a Locke. Por ende, los seguidores de Adam Smith y Jeremías Bentham en general consideraban al patriota estadounidense y presidente Franklin Roosevelt un socialista. A menudo esa era la opinión de la "izquierda" estadounidense; también lo era de la derecha refunfuñona que aborrecía a Roosevelt, como los fascistas que hoy respaldan al hombre–bestia Schwarzenegger.

Las cuestiones prácticas que incitan a quienes promueven el odio pro capitalista contra el Sistema Americano de economía política, pueden resumirse como sigue.

En el marco de la ciencia física, del modo que la define el legado preeuclidiano de Tales, Solón, los pitagóricos y los diálogos de Platón, y de los modernos Nicolás de Cusa, Leonardo da Vinci, Johannes Kepler, Pedro de Fermat, Cristián Huyghens, Godofredo Leibniz, Carl Gauss y Bernhard Riemann, el aumento de las facultades productivas del trabajo de una cultura depende de la acción coordinada de dos funciones. Una es esencialmente responsabilidad del Estado: La infraestructura económica básica de la economía física en su conjunto; la otra, en general, es la "iniciativa privada", la acción de las facultades creativas de la mente libre individual para insertar en la práctica de la nación, tanto principios físicos universales recién descubiertos, como tecnologías derivadas de dichos principios. En una economía moderna administrada de forma eficiente, al menos la mitad del producto económico total de la economía nacional es responsabilidad del Estado. Algunos le llaman a eso "socialismo"; otras voces más sensatas dicen que "sólo es un modo práctico de manifestar un poco de cordura".

La interdependencia funcional entre estas funciones del Estado, y el individuo y la empresa privada, es un absoluto definido de manera científica. La función del empresario privado depende del papel del Estado para controlar el desarrollo de la infraestructura económica básica y la regulación del tráfico en la economía. El estado de anarquía económica relativa que garantiza la combinación del "libre comercio" y el corte de las funciones económicas del Estado, genera precisamente la clase de derrumbe general caníbal que experimenta hoy la economía estadounidense.

Si los precios caen por debajo del costo de la formación de capital de la que dependen la producción y la productividad, la ruina se avecina. Si una nación cancela la productividad de su propio pueblo, al exportar fuentes de trabajo hacia mercados extranjeros de mano de obra barata, la nación se dirige a la bancarrota. Si el Estado abandona la responsabilidad de desarrollar y regular la infraestructura económica básica y el comercio, la nación se irá a la quiebra.

Aquí tenemos que recalcar un problema fundamental del socialismo. Tal y como lo ilustra el caso de la desintegración de la economía soviética, si no se fomenta el papel de la iniciativa privada creativa, la decadencia resultante de la economía le hará a cualquier economía lo que vimos en el resultado del caso soviético. Los logros de la Unión Soviética en el desarrollo de tecnología militar, en condiciones económicas muy adversas de la economía en su conjunto, son asombrosos. El sector civil del Estado y otras funciones eran un desastre, como muestran con cierto detalle las críticas publicadas en la literatura económica soviética. El rechazo al papel "voluntarista" de la mente creativa individual, un rechazo arraigado de manera orgánica en los conceptos erróneos de la mente que se presentaban como "materialismo histórico" y "materialismo dialéctico", con el trato pobre que se le daba a los "intelectuales" pertinentes, es un indicio importante de los aspectos autoinfligidos de los fracasos sistémicos del sistema soviético. La influencia del seguidor locamente enamorado de Napoleón Bonaparte, G.W.F. Hegel, del renegón de la verdad Emanuel Kant, y de Thomas Huxley sobre Federico Engels, es lo que contribuyó de forma sustancial a la paradoja trágica de que una Unión Soviética cuya existencia dependió del decisivo papel "voluntarista" de V.I. Lenin, pudiese hacer del antivoluntarismo un artículo de fe religiosa de Estado.

En la medida en que socialistas declarados se movilicen en respaldo del Sistema Americano de economía política, en contra de los capitalistas a la "Adam Smith", o del fascismo descarado, o que defiendan el bienestar general contra los depredadores, será loable. Aceptamos de buen grado a esos voluntarios en nuestras filas, pero no debemos pasar por alto las consecuencias funestas de la mentada doctrina "materialista".

El problema que por lo general plantean los socialistas, es que son "materialistas", en el sentido de la Ilustración del siglo 18. Aunque su compasión por las víctimas de la injusticia es meritoria, ninguna dirigencia de la sociedad es digna de confianza, a menos que se gobierne a sí misma con ese sentido de la superioridad absoluta del individuo humano sobre y a diferencia de las bestias. Como lo ilustran los defectos sistémicos del sistema soviético, sin la perspectiva humanista clásica del individuo humano, ninguna forma de sociedad podría prosperar. Podemos hacer causa común con quienes combaten lo que de plano está mal, pero no debe permitirse que ningún subterfugio ideológico nos prive de esas grandes obras esenciales que sólo la perspectiva humanista clásica ha aportado, hasta ahora, a la existencia de la civilización europea extendida al orbe.

Hasta ahora, el Sistema Americano de economía política es el mejor que haya existido en todo el mundo. Por tanto, sería suficiente con empezar ahí. La mejor solución es educar incluso a esos socialistas, aun si patean y gritan un poco, como suelen hacerlo, para que al menos comprendan los rudimentos del Sistema Americano de economía política. Es nuestro deber educarlos en esto, de modo tan fraternal como sea congruente con esa misión.

Platón, Gauss y la economía

El eje de toda ciencia y todo estadismo válidos, es el hecho de que el individuo humano se ubica absolutamente aparte y por encima de las bestias, en virtud de esas facultades creativas cuya expresión típica es el descubrimiento de un principio físico universal validado mediante experimento.

Esta definición de la distinción de la especie del individuo humano data, formalmente, del trabajo de pitagóricos tales como el amigo de Platón, Arquitas. La expresión moderna más impresionante de este mismo principio respecto a la distinción entre el hombre y la bestia, fue el descubrimiento singular de Johannes Kepler de un principio de gravitación universal usando los mismos métodos empleados antes por Arquitas y Platón. El ataque despiadado de Gauss contra el fraude de Euler y Langrange, de manera más notable, en su esclarecimiento del teorema fundamental del álgebra de 1799, es típico del modo en que esta distinción se expresa en el dominio de la física matemática moderna. Cabe señalar que, aunque este documento de 1799 fue sólo el primer paso de Gauss en el desarrollo de las nociones generales de la curvatura del espacio–tiempo físico, que llevaron a los decubrimientos de Riemann, el ensayo es excepcionalmente notable porque presenta una defensa explícita de la ciencia contra los fraudes ideológicos representados por los argumentos pertinentes de Euler y Lagrange, o de Laplace, Cauchy, etc., después.

Enfoquémonos en el hecho central de la Nueva astronomía de Kepler. La medición refinada de la órbita observada de Marte, al efecto de revelar el carácter elíptico, y no circular, de las órbitas planetarias, mostró que a la órbita la definía ese intenso ritmo de cambio de la velocidad a lo largo de la trayectoria orbital. Desde la óptica de la tradición griega clásica de la geometría esférica, esto significó la presencia activa de un principio invisible, pero eficiente, que causa un cambio en cada intervalo absolutamente infinitesimal de acción a lo largo de la trayectoria orbital. El efecto era como si una función, invisible a los sentidos, interveniera de modo eficiente en todo intervalo absolutamente infinitesimal a lo largo de esa trayectoria. En términos griegos clásicos, esto invisible era la especie de función media que se expresa al doblar el cuadrado, o la doble media de doblar el cubo en la física matemática geométrica de los pitagóricos. La extensión matemática del tratamiento preeuclidiano de la línea, el cuadrado, el cubo y, de forma implícita, los sólidos platónicos, en la refutación de Gauss de Euler y Lagrange en 1799, produjo la primera noción moderna y sistémicamente rigurosa del dominio complejo de la física matemática.

Estos conceptos de Gauss y demás ya los había desarrollado Leibniz de una forma relacionada, en su propia definición de un principio físico universal de acción mínima sugerido por la curva catenaria, y su definición conexa de los logaritmos naturales. Sin embargo, el intento de la Ilustración anglofrancesa del siglo 18 de suprimir toda el trabajo de Leibniz, así como también el de J.S. Bach, produjo una aridez intelectual relativa para fines de la primera mitad del siglo 18 en la cultura europea, aproximadamente.

El joven Gauss apareció como figura pública por vez primera a fines de siglo, cuando produjo su admirable ensayo de 1799 y también sus Disquisitiones arithmeticae. En las condiciones de desmoralización que cundieron por toda Europa con las tiranías del Terror jacobino y de Napoleón, la insurgencia romántica impulsada por la sucesión del Terror jacobino y la imagen del hombre–bestia martinista Napoleón, aplastó de forma sistemática la corriente humanista clásica, de cuyo apoyo dependió el éxito de la Revolución Americana. En ese marco de principios del siglo 19, Gauss ya no se sentía libre como para discutir de forma abierta los descubrimientos pertinentes en las geometrías antieuclidianas, hasta que la actividad de Jonas Bolyai y compañía lo obligó a tocar el tema décadas más tarde. No obstante, la importancia y validez de esos descubrimientos de Leibniz, Gauss, Riemann, etc., se ha demostrado de forma concluyente y, por tanto, representa un punto de referencia para comprender esas características de la mente humana que distinguen a los seres humanos de las bestias.

Esta comprensión de las implicaciones sociales del principio del dominio complejo, es el fundamento necesario de la competencia científica elemental en economía.

Esta comprensión define el principio fundamental de la ciencia de la economía física, según la desarrolló Leibniz en sus inicios en el período de 1671–1716. Mis propios descubrimientos en este campo, en 1948–1953, explican mi singular historial de éxitos como pronosticador económico de largo plazo en las últimas décadas, y me otorgan cualidades avezadas de entendimiento para abordar la gran catástrofe económica que ahora azota a todo el planeta. Desde la perspectiva ventajosa de mi experiencia, la naturaleza general de las soluciones necesarias es relativamente obvia. Para aquéllos a los que se ha sometido por demasiado tiempo a los cuentos de hadas perversos de la economía liberal angloholandesa, entender esto, como es comprensible, les tomará más tiempo, y representará un ejercicio intelectual y emocional más dolorosamente arduo.

La causa más crucial de la angustia mental que mis palabras provocan en la mayoría de los economistas y estadistas de hoy, es la tradición reduccionista hondamente arraigada, misma que es típica del lavado cerebral representativo de las tradiciones empiristas de la Ilustración del siglo 18, como la del trabajo del depravado renegón de la verdad Emanuel Kant y sus seguidores en América, como los pragmáticos y existencialistas de los siglos 19 y 20 en los EU. Voy a resumir, de manera tan concisa como sea posible, la idea pertinente que he elaborado en escritos previos.

Desde la óptica de la biogeoquímica de Vladimir I. Vernadsky y su desarrollo sucesivo de los casos de la biosfera y la noosfera, la distinción esencial entre el hombre y el simio es el hecho de que la población humana actual es varias decenas de órdenes de magnitud mayor de lo que le sería posible a cualquier especie de simio superior. Esto significa que el origen de ese aumento no está determinado genéticamente, sino que es resultado de esa cualidad mental de la que carecen los simios superiores. La expresión de esa cualidad mental específica de la humanidad, que Vernadsky identifica como la noesis, es una capacidad que todos los empiristas, incluyendo a E. Kant de manera más notable, niegan que exista. Podría decirse que, en sus escritos, Kant hace el ridículo de un simio.

El caso del logro singular de Kepler, el descubrimiento de un principio de gravitación universal, es representativo de esta cualidad específicamente humana de la noesis. O, como con Platón antes que él —y también Arquitas, quien resolvió el problema geométrico de doblar el cubo con métodos constructivos—, todo descubrimiento de un principio físico universal validado mediante experimento define un objeto mental definido, como la gravitación, el cual no es suceptible de representación directa por el aparato sensorial humano, pero que el conocimiento humano le permite usar de manera eficiente, a fin de aumentar el poder del hombre para dominar y existir en el universo.

La manera eficiente de crear una representación físico matemática explícita del efecto eficiente de estos principios descubiertos, es lo que Gauss definió como el dominio complejo. Además de lo que se conoce directamente mediante la percepción sensorial, hay un principio físico universal adicional que funciona, invisible, pero eficientmente, sobre el mismo dominio que representa la percepción sensorial pertinente. Esta acción adicional ocurre en una dimensionalidad física distinta de la que está implícita en la geometría de la percepción sensorial. De modo que el principio de la gravitación funciona en una dimensión distinta a la de la órbita planetaria visible. No obstante, el efecto de su presencia es tan visible como determinante. El proceso de cambio que representa la acción de tal principio ocurre en cualquier intervalo posible categóricamente infinitesimal de la trayectoria visible del planeta; tales son las implicaciones de la órbita elíptica.

Mediante los descubrimientos de tales principios físicos universales comprobados de manera experimental, la humanidad puede aumentar el poder de nuestra especie en y sobre el universo, como ninguna otra especie puede hacerlo. El cúmulo de estos descubrimientos y la familiaridad con que la humanidad los emplea de forma deliberada, es el origen funcional del aumento de la densidad relativa potencial de población del hombre y del aumento de su esperanza de vida como especie.

Estos principios universales son de dos clases esencialmente. Los de la primera clase corresponden a la relación de los facultades noéticas de la mente humana individual con el universo físico. Las de la segundo clase se refieren a los principios eficientes de las relaciones sociales, con respecto al modo en que las mentes humanas pueden colaborar en el desarrollo de las formas de cooperación necesarias para fomentar los procesos continuos de descubrimiento de principios físicos, y para el uso eficaz de dichos principios descubiertos. La forma característica de esta segunda clase de principios universales es la de los principios de la composición y ejecución artística clásica. La Declaración de Independencia y la Constitución Federal de los EU se cuentan entre los ejemplos de principios de relaciones sociales que se derivan de la obra de la composición artística clásica. El papel de los diálogos de Platón en el desarrollo de las facultades mentales de estadistas y ciudadanos para enfrentar los retos de gobernar, es un ejemplo de esto.

En ambos casos, para la mente, los principios universales que le han permitido a la especie humana elevarse sobre la capacidad estática de los simios superiores, sólo existen en el mismo dominio de la imaginación, al igual que el principio de la gravitación universal. Es el caso de los trabajos en la ciencia física, de la composición y ejecución artística clásica y del estadismo.

Hay un asunto más en esta dirección que es decisivo.

Lo que distingue al Estado nacional en su forma soberana moderna, que apareció por primera vez en el Renacimiento de la Europa del siglo 15, es que, en principio, proscribió la práctica constante en toda sociedad conocida hasta entonces, de reducir a la mayor parte de la población a la condición funcional de ganado humano, ya sea para cazarla como criaturas salvajes, o para criarla, seleccionarla y administrarla como ganado de corral. De ese modo se arruinaron las facultades intelectuales potenciales de la nación. El potencial humano de quienes eran tratados como ganado en gran medida quedaba sin desarrollar, y quienes los pastoreaban se rebajaban moralmente a la misma condición, en tanto especie, de aquellos a quienes pastoreaban. Así que, a pesar de todas esas perversidades de la sociedad europea moderna, y además otras relacionadas, a las que me he referido aquí, la calidad de la persona promedio en la civilización europea moderna es de un orden superior que la que prevalecía en la sociedad feudal o de la antigüedad.

Si tratamos a los hombres y a las mujeres como ganado, nos rodeamos de una sociedad que nos hunde en lo moral y de cualquier otro modo. Las necedades de tu brutalizado vecino se convierten en tus aflicciones y en las de tus hijos.

Por tanto, el desarrollo cultural de todos y cada uno de los miembros de una sociedad es el interés propio inmediato y principal de los asuntos internos de esa nación. En ese sentido, debemos fomentar el desarrollo de la cultura linguística dada adoptada por la nación, de modo tal que el lenguaje sea el medio para comunicar esas ironías a través de las cuales se transmiten las ideas de principio existentes, y se generan otras ideas de la misma cualidad. Una comunidad de naciones soberanas así definida, es una condición para elevar a la humanidad por encima de los perennes descensos a la bestialidad relativa que ha padecido nuestra especie por tanto tiempo. Por consiguiente, el Estado nacional soberano se entiende de manera apropiada como un principio fundamental de la ley natural universal.

Esto significa que tiene que elevarse la noción del individuo humano en la sociedad por encima de la condición relativamente bestializada, que estipulan convencionalismos reduccionistas tales como el empirismo, el kantianismo, el pragmatismo, el positivismo y el existencialismo. A este fin, el acento debe ponerse en la realidad que Gauss definió como el dominio complejo. Esto sirve para poner de relieve que lo que nos muestran los sentidos es sólo la sombra que los efectos del universo real proyectan sobre nuestras muy imperfectas facultades de percepción sensorial. Es mediante el descubrimiento y dominio de esos principios universales eficientes, que actúan desde más allá de la percepción sensorial, que la humanidad puede aumentar su poder de existir en el universo, y de reconocer en este logro que la naturaleza de la especie, de todas y cada una de las personas, nos une con las generaciones del pasado más remoto, y con las de nuestro futuro más distante. De este modo, podemos definir el lugar permanente que prefiramos adoptar para nuestra existencia en el pasado y en el futuro, así como en el presente de la humanidad. Entonces, nos reconocemos como de veras humanos, y aseguramos así el poder de la pasión para enfrentar desafíos que de otro modo estarían emocional e intelectualmente fuera de nuestro alcance.

3.  La alianza de las Américas y los EUA

Al momento, Europa y los EU están en quiebra, y de continuar las medidas institucionalizadas de esas naciones, no habrá esperanza de recuperación para dichas naciones en una forma al presente reconocible. Por tanto, tenemos que unir esfuerzos entre nuestras naciones para realizar ciertos cambios institucionales algo radicales y con urgencia necesarios, que nos sacarán a salvo y, en última instancia, con prosperidad, de la inevitable reorganización por bancarrota.

Nuestro compromiso con dicha cooperación despejará muchos de los obstáculos para la formación de un nuevo sistema de cooperación mundial en torno al tema de establecer un nuevo orden económico mundial justo, que rechace las nociones pro bestiales de Tomás Hobbes y John Locke a favor del principio del "provecho del prójimo". Este último principio fue la piedra angular del Tratado de Westfalia de 1648.

En Europa hay indicios de cosas que se mueven en las direcciones necesarias, con el surgimiento del Plan Tremonti y la función que se ha propuesto desempeñe el Banco Europeo de Inversiones. Por desgracia, aunque las propuestas tienen una buena intención, son patéticamente inadecuadas en su alcance. Doscientos mil millones de euros es una suma de capital despreciable, cuando se le compara con el ritmo de inversión de capital a largo plazo per cápita, en el orden de los 100 billones de euros, que se necesitan para elevar el nivel de empleo y de producción de cientos de millones de personas en Europa, sin contar los miles de millones de personas en Eurasia. En otras palabras, nuestras mentes deben pensar en términos de un ritmo de formación de capital físico congruente con las necesidades de una economía mundial valorada en más de 40 billones de euros; deberíamos apuntar al objetivo de un ritmo de formación de capital físico neto, en tanto crecimiento, no menor a 2 billones de euros al año a escala mundial. Al presente, tanto Europa como los EU funcionan con pérdidas netas sustanciales en términos reales; sus economías se tambalean al borde de un derrumbe súbito, comparable al desplome de aproximadamente 50% que experimentaron los EU en el período de 1929–1933.

La forma de organización que adopte la recuperación económica en Eurasia al presente, depende de ritmos de formación de capital que apunten en las direcciones que impliquen esos indicadores empíricos. Los mercados potenciales para iniciar un crecimiento económico real en direcciones ascendentes, descansa más que nada, de forma típica, en la oportunidad para Europa Occidental y Japón de asumir compromisos a gran escala, y satisfacer las enormes necesidades de capital físico para el desarrollo del sur, el este y el sudeste de Asia. Esto depende del papel específico que desempeñe Rusia, en tanto nación y cultura específicamente eurasiática, complementado con el papel Kazajstán. De otro modo, no sería posible que Europa se recuperara de la profunda depresión en la que se ha hundido.

Semejante proceso eurasiático de recuperación y crecimiento internos en relación al comercio, se concentraría bastante en la formación de capital de largo plazo y a gran escala en la infraestructura económica básica. Esto es lo que se requiere para satisfacer las condiciones de aumento en la productividad de las empresas y de la población; las inversiones en el desarrollo a largo plazo de la infraestructura pública constituyen el tema más apropiado de los necesarios acuerdos y tratados de largo plazo entre los Estados, mediante los cuales se genera el crédito internacional que permite la instrumentación de dichos programas de desarrollo multinacional.

Las fuentes de capital financiero privado serían patéticamente inapropiadas, y son prácticamente inexistentes hoy. Deben satisfacerse varias condiciones para permitir que ocurran los ritmos de recuperación y crecimiento a la escala indicada.

1.  Tiene que haber una reorganización general por bancarrota de los sistemas monetario–financieros existentes, mediante las facultades del derecho natural de los gobiernos.

2.  Tiene que crearse un sistema monetario regulado de tipos de cambio fijos, para respaldar el crédito y las inversiones de largo plazo, a tasas de interés simple no mayores a 1 o 2%. A tal efecto, el sistema original de Bretton Woods es un modelo de referencia para realizar acuerdos de emergencia de largo plazo entre los gobiernos.

3.  Tiene que generarse crédito nuevo mediante las facultades soberanas del gobierno, para programas de formación de capital a largo plazo, ya sea como crédito emitido por los gobiernos en la forma de agregados monetarios, o como crédito de largo plazo en la forma de acuerdos o tratados entre los gobiernos.

4.  La base paradigmática en la generación de crédito debe poner el acento en la formación de capital a largo lazo, sobre todo en la infraestructura económica básica, calculando formación de capital físico con una maduración de entre 25 y 50 años.

Es claro que la posibilidad de emprender dichas reformas indispensables depende del papel destacado de los Estados Unidos de América, siempre y cuando el Presidente de los EU tuviese la disposición del presidente Franklin Roosevelt. El esfuerzo de procurar que los EU desempeñen dicho papel, sería la orientación de cualquier gobierno prudente de Eurasia, en particular.

Al presente, los impulsos pertinentes de Europa Occidental y Central en tales direcciones tiene los siguientes aspectos notables.

La posibilidad de llegar a tales acuerdos eurasiáticos depende, en esencia, del germen en desarrollo que representa la agrupación de naciones en torno al Triángulo Estratégico Rusia–China–India. Esa colaboración le proporciona a Europa Occidental y Central el socio en la cooperación para el desarrollo de largo plazo y a gran escala de toda Eurasia. Esto tiene que considerar esta función de la colaboración en Eurasia como el eje para el desarrollo de un sistema global de cooperación económica, financiera y monetaria en el comercio y en todo el mundo. Esto sugiere el supuesto de que los gobiernos soberanos responsables intervinieran al FMI y al Banco Mundial existentes, en tanto sistemas efectivamente en quiebra, para efectuar una reorganización financiera y de otras clases.

Esto apunta, en efecto, a una reorganización de las instituciones pertinentes de la propia economía internacional conforme los lineamientos del Sistema Americano de economía política, según lo entendían Alejandro Hamilton, los Carey y Federico List. Éste es el único modelo a mano para remplazar al sistema liberal angloholandés, cuyas prácticas de banca central independiente tienen que abandonarse, si es que ha de ocurrir una verdadera recuperación económica. Esto no constituye, ni debe constituir, una invasión de la soberanía del Estado nacional. En ese marco de referencia internacional, cada nación es soberana; el sistema internacional proporciona el marco en el cual cada uno funciona en sociedad con los demás.

Tiene que destacarse que el dinero es idiota, que no sabe nada, y no puede tomar decisiones racionales. El dinero tiene que ser una creación soberana del gobierno, el cual debe regular la generación y circulación de la moneda y del crédito relacionado, al efecto de que los precios de una canasta promedio de bienes básicos no aumente, del modo que las triples curvas pedagógicas reflejan la forma en que esta inflación ha ocurrido bajo el sistema de tipos de cambio flotantes. Si no regulamos para mantener un sistema de tipos de cambio fijos, será imposible mantener el crédito real de largo plazo a tasas de entre 1 y 2% de interés simple. De no obligar al dinero a comportarse en las economías nacionales, así como entre las naciones, el sistema de recuperación fracasará.

Infraestructura y productividad

No hay nada de arbitrario en el requisito de que las inversiones en formación de capital y en la operación de lo que se define en general como infraestructura económica básica, debe representar alrededor de la mitad, o más, del flujo económico físico total de una economía nacional (y mundial). El transporte en masa de personas y bienes, la gestión de aguas y el alcantarillado, la generación y distribución de energía de una densidad de flujo energético cada vez mayor, el desarrollo urbano, los sistemas de salubridad pública, y los sistemas de bienestar social, que incluyen los sistemas educativo y de salud, son típicos.

Los académicos de corte de torre de marfil y los mensos chismosos tienden a sugerir que la economía es la suma total de las acciones individuales en la sociedad. La ideología descabellada del "libre comercio", que tanto ha contribuido a destruir la economía estadounidense en las últimas décadas, presupone que el precio más bajo o la tasa más alta de ganancia son los aspectos determinantes que gobiernan propiamente la actividad económica. El resultado de la práctica de tales ideologías, como lo han demostrado las últimas tres décadas y pico en los EU, Europa y dondequiera, es una destrucción cancerosa de las estructuras de capital en la agricultura, la industria y en elementos esenciales de la infraestructura económica básica, tales como el transporte, la generación y distribución de energía, la gestión de aguas y la sanidad pública, y los sistemas de bienestar social, así como el desplome general de los niveles de vida, de esperanza de vida, de educación y de la cordura de la mayoría de la población.

Hoy, el típico ideólogo monetarista y la víctima de su engaño no entienden para nada la noción funcional de capital físico. No captan la relación entre la productividad de un miembro de la fuerza laboral, y el nivel de vida físico y las características culturales de la familia pertinente. No comprenden la relación entre la formación de capital físico en el legendario punto de producción y productividad. No entienden el hecho de que es la infraestructura económica básica, que se ofrece principalmente en la forma de inversión pública (y sus costos), lo que determina la productividad relativa de la mano de obra empleada. Se pasa por alto el cálculo de que el ritmo necesario de inversión de capital y los costos relacionados de la infraestructura económica básica de una economía nacional, constituyen la mitad, o más, de los requisitos de una economía moderna.

Ese ideólogo típico tampoco entiende casi nada en absoluto sobre el papel del avance tecnológico en determinar la productividad. El desarrollo del uso de principios físicos universales recién descubiertos, el factor tecnológico de la productividad, es la principal fuente de aumento de esta última y, por tanto, de la rentabilidad absoluta (es decir, física). No reconoce el modo en que los avances tecnológicos en la infraestructura económica básica determinarán la diferencia entre la productividad física relativa de las economías nacionales poco desarrolladas y la de las más avanzadas. No entiende la relación entre el nivel de cultura humanista clásica que practica una sociedad, y el nivel relativo de potencial social para el progreso científico y tecnológico de una nación.

El prestar atención a un aspecto decisivo de la cooperación entre Rusia, China, India y sus vecinos, pone en perspectiva una dimensión adicional del desafío que representa la infraestructura. Llámese a éste el factor Vernadsky, en honor de V.I. Vernadsky.

A nuestro planeta lo compone la interacción de tres dominios de espacio–fase. Primero, está la porción del planeta que se origina desde lo que se define de manera experimental como procesos abióticos; segundo, la porción compuesta por procesos vivos o por los restos fósiles de procesos vivos (la biosfera); y esa porción del planeta que constituye de manera única la actividad y el producto de las facultades creativas de la mente humana individual, mediante las cuales se efectúan los decubrimientos de principios físicos universales fundamentales y se aplican los resultados de esos descubrimientos (la noosfera).

Gran parte de los recursos minerales que requieren, entre otros, las poblaciones futuras del este, sudeste y sur de Asia, se ubican en una región del centro y el norte de Asia que es variamente árida, semiárida o ártica. El desarrollo de estos recursos requerirá asentamientos humanos relativamente densos y otra clase de desarrollo de infraestructura a gran escala. Es más, gran parte de los depósitos minerales resultarán ser los fósiles de procesos vivos que congregaron y depositaron ahí tales residuos. En algunos casos, los ritmos a los que se calcula que la humanidad agotaría algunos de estos recursos esenciales, rebasa los ritmos a los que se recuperan de manera natural. La ciencia y el desarrollo apropiado de la infraestructura económica básica nos da enfoques apropiados para superar tales obstáculos potenciales, pero obviamente tenemos que empezar a trabajar en el desarrollo científico fundamental y de otra clase que ello implica.

Tenemos situaciones comparables en otros continentes, y desafíos relacionados en el mundo en general. Así, hemos iniciado una nueva era en la economía. En este marco, ya no tenemos que depender de meramente agotar recursos vitales; tenemos que asumir la responsabilidad de generarlos. En otras palabras, tenemos que remontarnos a un momento anterior a la minería para desarrollar lo que ahora se extrae. En efecto, tenemos que cultivar todo el planeta del modo en que una granja familiar tecnológicamente moderna administra la tierra productiva, y la de reserva, de la granja.

Este desafío orientado a la misión que ahora alcanza a nuestra civilización planetaria, pone, a este respecto, a todas las naciones de nuestro planeta en el mismo barco. Esto define de forma implícita un nuevo orden mundial con dos rasgos irónicamente complementarios. Por un lado, los Estados nacionales perfectamente soberanos. Por el otro, la cooperación entre naciones soberanas en torno a soluciones comunes al problema global planteado, de manera ejemplar, con una nueva dimensión vernadskiana en la ciencia y la tecnología.

El rasgo que distingue a dicho conjunto de cambios en cuanto a su acento, es la base impulsada por la economía que nos permite entender que ahora debemos entrar a un nuevo orden mundial, a una comunidad de repúblicas de Estado nacional respectiva y perfectamente soberanas.

Esto no es más que un paso en la dirección que proyectaba John Quincy Adams —cuando diseñó lo que se conoce como la Doctrina Monroe de 1823—, de una comunidad de principio entre los Estados soberanos de las Américas, para elevarla al objetivo mayor de una comunidad mundial de repúblicas de Estado nacional perfectamente soberanas, libres de la globalización. Esta intención está implícita en los procesos mediante los cuales la civilización europea moderna dio a luz a los EU. Ahora Europa debe adoptar al hijo que ayudó a crear, a la idea que fue la intención de crear a los EUA. Este acuerdo en materia de principios entre Europa y los EUA, aplicado a la urgencia de las reformas generales que he delineado aquí, se convierte entonces en el papel que la civilización europea extendida al orbe desempeña en la definición de una nueva calidad de relación con las naciones de Asia y África, así como las de América Central y del Sur.

Documentation: Apéndice

¿Qué es la civilización europea?

Este amplio pie de página le proporciona al lector un panorama general de esos momentos más destacados de la historia europea, desde la antigüedad hasta la era moderna, que está disponible como referencia para ayudar a los lectores a abordar el tema de este informe. Inevitablemente hay, y tiene que haber, cierta duplicación entre el contenido de este apéndice y el cuerpo del texto del informe mismo.

Para los fines de este informe, defino "civilización europea", en breve, como sigue:

Los aspectos positivos del desarrollo de la civilización europea, del modo que están arraigados en las preguntas que plantean implícitamente la Ilíada y la Odisea, los remonto a las raíces previas en la tradición de la construcción de las grandes pirámides de Egipto. Remonto el surgimiento del desarrollo de las raíces de la civilización específicamente europea como tal, a la antigua Grecia histórica. Destaco puntos de referencia decisivos como lo son Tales, Solón y la escuela de Pitágoras. Ubico los aspectos decisivamente positivos de ese legado, desde esa época hasta la fecha, remontándolos a los diálogos socráticos de Platón y de representantes posteriores de su Academia, como ese genio espectacular de la ciencia física, Eratóstenes.

La prueba más claramente típica y rigurosa de esta deuda de la cultura clásica de Grecia con su raíz cultural egipcia, es la función de lo que la escuela de Pitágoras definía como "geometría esférica". Lo que significaba "esférica" era el desarrollo basado en la astronomía, de lo que se conocía de forma indistinta como geometría constructiva "preeuclidiana" o "antieuclidiana", y que se refleja en la actualidad en el trabajo de científicos modernos como Gauss, Riemann, etc.

El método de geometría constructiva asociado con la "geometría esférica" pitagórica, no sólo es la base del desarrollo de las variedades competentes de la física matemática moderna, fue también la fuente del rasgo característico del método dialéctico socrático de los diálogos de Platón y de toda la gama de la tradición clásica de la Academia de Platón, a través del trabajo de Eratóstenes. Ese viejo legado constituye también la tradición moderna de oposición al reduccionismo de Galileo, Locke, Descartes, Euler, Bentham, Kant, etc., una oposición sistémica que ya estaba arraigada en la Grecia clásica. Por ejemplo, este legado antireduccionista de la Grecia de Platón, es la tradición de la ciencia física moderna de Nicolás de Cusa y de sus seguidores, como Leonardo da Vinci, Johannes Kepler, Leibniz, Gauss y Riemann.

Sin embargo, el legado del griego antiguo también tiene un lado oscuro contrario. Esta corriente contraria puede hallarse del modo que Federico Schiller destacó esta dualidad en sus disertaciones de Jena. El legado de la Grecia antigua incluye un elemento trágico que se expresa en la guerra de milenios, y que hoy continúa, entre las tradiciones opuestas de Solón y Licurgo. Esta guerra ha de reconocerse en la oposición de Sócrates al precursor clásico del fascismo moderno, Trasímaco. Ese legado continúa hasta la fecha, como la herencia de la oposición de Sócrates y Platón a los sofistas y a su influencia permanente en formas tales como el rechazo a la distinción esencial entre el hombre y la bestia.

Este lado obscuro se expresa hoy en la forma del rechazo a la distinción esencial entre el hombre y las bestias, un rechazo encarnado de forma sistémica en expresiones tales como el irracionalismo del oscurantista medieval Guillermo de Ockham, y en la forma en que Paolo Sarpi revivió a Ockham como un empirista moderno.

Desde la perspectiva de la física matemática moderna de Nicolás de Cusa, y de los seguidores de Cusa como Johannes Kepler, Godofredo Leibniz, Carl Gauss y Bernhard Riemann, la contribución esencial de la Grecia antigua, a través de la obra de Platón, se refleja en las nociones de la geometría constructiva preeuclidiana que Platón remontó explícitamente al estudio del principio de la astrofísica (la "geometría esférica") en la escuela de Pitágoras. La dialéctica socrática, del modo que Platón la aplica a los principios de la ciencia física y a los procesos sociales, es nuestra definición conocida más antigua y rigurosamente sistémica de la distinción absoluta entre la especie humana y todas las formas inferiores de vida. De ahí que, para el cristianismo, así como para Moisés Mendelssohn, la definición socrática de Platón de la existencia cognoscible del alma humana individual, define los cimientos de todas las contribuciones más esenciales y positivas, sociales, políticas y físico–científicas, que ha aportado la civilización europea en general.

En la actualidad, el descubrimiento singularmente original de Kepler del principio de la gravitación universal, representa la distinción matemática entre la cualidad de percepción sensorial que se concede a las formas inferiores de vida, y la facultad de conocer esos principios físicos universales eficientes del universo que están más allá de las facultades directas de la percepción sensorial. Ese método de la dialéctica socrática que emplea Kepler es, como lo destaca Platón en lugares como su diálogo Parménides, el mismo método de descubrimiento que demostró el contemporáneo de Platón, el pitagórico Arquitas, como en el ejemplo de la solución de Arquitas al reto de doblar el cubo por ningún otro método que no sea el de la construcción. Éste, como lo demostró de nuevo el joven Carl Gauss en su definición del teorema fundamental del álgebra en 1799, es el método clásico del descubrimiento científico, así como de la composición artística cásica y del conocimiento político.

Como ilustra el principio del trabajo de Arquitas, la obra de la escuela clásica de ciencia física, desde Sócratas y Platón, hasta Cusa, Kepler, Leibniz, J.S. Bach, Gauss y Riemann, ha producido las mayores contribuciones de la ciencia física europea moderna, a partir de ese concepto del hombre y la naturaleza que ya era axiomático desde la óptica griega clásica.

Ésa es la demostración elemental de la distinción entre el hombre y la bestia. Ésa es la clave para un entendimiento riguroso del término "civilización europea moderna", y del esfuerzo permanente actual de fuerzas que procuran destruir esa civilización para regresar el reloj de la historia a formas antiguas y medievales. Esa distinción es la base de la noción pertinente de progreso humano.

La civilización europea moderna, a diferencia de sus formas previas, la antigua y la medieval, nació con el Renacimiento del siglo 15 que fundó la forma soberana moderna del Estado nacional. Por civilización europea moderna debemos referirnos a que ya no podemos permitir el tipo de gobiernos que pretenden instaurar esas clases de políticas entre las naciones, bajo cuyas leyes y costumbres a algunos hombres se les permite cazar o pastorear a otras personas como ganado humano. En cambio, el derecho a existir de cualquier forma de Estado tiene que medirse conforme a su responsabilidad eficiente de promover el bienestar general de todas las personas y de su posteridad. Desde entonces, aun a pesar de horrores subsecuentes como la pretensión de regresar a sistemas medievales —que fue lo que impulsó las guerras religiosas reaccionarias de 1511–1648 orquestadas por Venecia—, la influencia europea ha proporcionado un ímpetu cada vez más poderoso en favor del progreso de las culturas de la humanidad entera. El surgimiento de la noción moderna del Estado nacional soberano y de la ciencia física, como frutos del estudio de los medios por los cuales se responde al interés de todas las personas, es producto interdependiente de esta gran revolución en la política y en formas relacionadas de cultura, que nació por el impacto del Renacimiento del siglo 15 con centro en Italia. Esa debiera ser la intención de las palabras "civilización europea moderna" hoy.

Por desgracia, la influencia de los efectos combinados de la historia de la Europa moderna, ha sido, como la historia de la propia Grecia antigua, tanto negativa como positiva.

A pesar de los aspectos negativos, en el período de la historia moderna que va del siglo 15 hasta hace poco, el poder per cápita del hombre en el universo ha aumentado. Esta ganancia persitió, de forma irregular pero continua, en gran medida por el impacto de los rasgos distintivos específicos de la civilización europea moderna como tal. El desarrollo de la forma soberana moderna del Estado nacional, y el desarrollo relacionado de la ciencia física moderna, han sido benéficos para la humanidad en general.

No obstante, el antiguo mal que a menudo imita la tradición de Licurgo, ha tendido a ocasionarle a la cultura europea moderna, y a Europa misma, una especie de ruina autoinfligida parecida a la que sufrió Atenas con la insensatez de las guerras del Peloponeso. Las dos llamadas "guerras mundiales" del siglo pasado, al igual que la llamada "Guerra Fría" que lanzaron Bertrand Russell, Winston Churchill y Harry Truman en la época que siguió inmediatamente a los acontecimientos de junio–julio de 1944, representan esos impulsos autodestructivos.

Los Estados Unidos de América, en cuyas elecciones presidenciales para el 2004 me cuento entre los varios candidatos principales hoy, surgió como la punta de lanza de la civilización europea, desde sus principales inicios en la colonia de la Bahía de Massachusetts de los Winthrop y los Mather. Como lo documentó mi finado colega, el historiador H. Graham Lowry, después de comienzos del siglo 18 el papel destacado previo de la parcialmente aplastada Massachusetts, lo asumieron círculos destacados que se asociaron con Benjamín Franklin en Pensilvania y Virginia. Las contribuciones de los más grandes intelectos humanistas clásicos del período anterior a 1789 en la Europa del siglo 18, hicieron posible el establecimiento y desarrollo de la república federal de los EU.

La misión de esos EUA de 1776–1789, vista con los ojos de los grandes humanistas de Europa entonces, era la de convertirse, como Lafayette expresó esto, en un templo de la libertad y en faro de esperanza para toda la humanidad. Los EUA fueron el producto premeditado del esfuerzo de la civilización europea moderna por usar la creación de una república norteamericana como el precedente para movilizar una gran reforma parecida en la propia Europa. Esa esperanza se marchitó considerablemente después del 14 de julio de 1789; Schiller describió la secuela de julio de 1789 como el efecto muy desmoralizador, en toda la Europa de esa época, de que Francia desperdiciara un gran momento de oportunidad dejándolo en manos de gente muy pequeña.

En vez de los grandes intelectos de Francia como Bailly, la oportunidad de 1789 quedó en manos de los agentes propiedad de la Compañía de las Indias Orientales británica, Felipe Égalité y Jacobo Necker, y de los agentes de Jeremías Bentham de la inteligencia británica, Danton y Marat, y, en general, de la secta francmasónica martinista de Cagliostro, Mesmer, José María conde de Maistre, etc., que dirigieron tanto el Terror jacobino como la tiranía de Napoleón Bonaparte. Grandes científicos de Francia como Bailly y Lavoisier fueron masacrados por los agentes instrumento de la monarquía británica en la Francia revolucionaria; Lafayette, a quien Beethoven presenta en su ópera Fidelio como Florestán, fue a parar en un calabozo de los Habsburgo por órdenes de Pizarro (Guillermo Pitt el joven), y la mayor parte del liderato natural de Francia quedó igualmente diezmado. Tomaron su lugar hombres de mente estrecha y de una moral aun más baja; hasta la fecha, Europa no se ha recuperado del todo de la terrible experiencia de 1789–1815, ni de las guerras posteriores de 1914–1917 y 1939–1945. Experiencias tan atroces como esas dejan cicatrices profundas en el alma, incluso muchas generaciones después.

En gran medida como un subproducto de esos acontecimientos de 1789–1815, desde que inició la crisis de Europa el 14 de julio de 1789, las relaciones entre mi república y Europa seguido fueron problemáticas, así como, de nuevo, desde los acontecimientos de 2002 bajo la influencia de su vicepresidente Dick Cheney y su procurador general John Ashcroft, ambos pro fascistas.

Hasta que empezaron los cambios radicales en los asuntos monetarios mundiales desde los EU a comienzos de 1971–1972, la fuente más frecuente de conflictos entre Europa y la república estadounidense venía de Europa misma. Al momento en que se estableció la Constitución federal de los EUA en 1789, algunas fuerzas en Europa, incluyendo a los adversarios más destacados de las corrientes humanistas clásicas de Europa, actuaron con el propósito de impedir que llegaran a existir repúblicas como la americana en Europa. Entre estos adversarios se contaban fuerzas destacadas de Gran Bretaña, Francia y los círculos de los Habsburgo. Estas fuerzas, dirigidas primero por lord Shelburne, de la Compañía de las Indias Orientales británica, iniciaron una orgía de terror en Francia, para lo cual Shelburne usó a la secta martinista y a sus patrocinadores financieros en el continente europeo. La secuela de los acontecimientos de fines de 1789, fueron las perversidades dirigidas por los martinistas de las guerras de Napoleón y la combinación del Congreso de Viena y los decretos de Carlsbad. Estos acontecimientos combinados de 1789–1815 y después, más o menos arruinaron la causa de la libertad en Europa en ese momento, llevando finalmente a Europa y a los EU a lo que se convirtió en las dos llamadas "guerras mundiales" del siglo 20, y al surgimiento del fascismo en Europa y en la América hispanoparlante, en el período de 1921–1922 a 1945.

Específicamente, tras la primera de esas dos "guerras mundiales", la asociación martinista, que llegó a conocerse como la internacional sinarquista, produjo las mentadas dictaduras fascistas de la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, la España de Franco y otras. Este conjunto de dictaduras del período de 1922–1945, entonces en alianza con Japón, pretendía, en junio de 1940, la conquista del mundo mediante lo que querían fuera una guerra corta y concluyente contra la Unión Soviética y, luego, el uso del poder naval conjunto, sumamente superior, de Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón, para destruir a los EUA. La colaboración entre Franklin Roosevelt y Winston Churchill, luego aumentada por el papel de la Unión Soviética, condenó a la ruina las ambiciones de un imperio mundial de Hitler entonces; pero, la misma tradición sinarquista, que hoy se despliega desde Europa y las Américas, es clave para entender la amenaza que ahora surge de un conjunto de guerras que se extienden entre fuerzas estratégicas que poseen armas nucleares, dispuestas de forma asimétrica por todo el mundo.

La diferencia notable entre la historia del mundo moderno del Tratado de Westfalia de 1648 y el período que viene desde 1945, radica en el impacto combinado de un conflicto entre el desarrollo de nuevas tecnologías y de medidas que pretenden cambiar el rumbo del desarrollo lejos del progreso tecnológico. En el centro de este cambio está la política que introdujo Bertrand Russell en 1939–1946, para desarrollar armas con el fin de emprender "guerras nucleares preventivas" con el propósito de inducir a las naciones a rendirse a los planes del "gobierno mundial" de Russell y H.G. Wells.

A mediados de los 1950, el general activo más importante de los EU en esa época, el general del Ejército Douglas MacArthur, hizo un testamento formidable sobre el asunto de una guerra futura: A Soldier Speaks: Public Papers and Speeches of General of the Army Douglas MacArthur (Un soldado habla: documentos públicos y discursos del general del Ejército Douglas MacArthur). Él destacaba entonces, como hacemos muchos de nosotros hoy en los EU y Europa, que la tecnología de la guerra, en especial de la guerra nuclear, ha cambiado al punto que las guerras entre las principales potencias y coaliciones han desarrollado tal capacidad acelerada de destrucción general, que las grandes guerras como las que hemos experimentado en el pasado ya no son tolerables. No obstante, debe agregarse que el mayor peligro de guerra viene principalmente de los pacifistas, como ese Bertrand Russell que diseñó la doctrina utópica de 1940 del "gobierno mundial mediante el terror de la guerra nuclear preventiva".

Por otra parte, el temor de una guerra nuclear, en especial desde los acontecimientos de 1962, se ha manifestado como un pánico ferozmente irracional, como el de los lemming, un pánico dionisíaco (acuariano) contra el progreso científico y tecnológico. El desarrollo de las computadoras y tecnologías relacionadas es útil; sin embargo, se ha usado un culto a la "teoría de la información", pergeñado por esos devotos de Bertrand Russell radicalmente positivistas, Norbert Wiener y John von Neumann, para socavar el otrora compromiso con el progreso tecnológico en la producción y desarrollo de la infraestructura económica básica. El razonamiento para tal oposición al progreso tecnológico es, en efecto, que la llegada de la era nuclear ha demostrado que tiene que detenerse el proceso de aplicación de principios físicos recién descubiertos, e incluso dársele marcha atrás. Para quienes comparten esa hostilidad al progreso científico, sólo deben tolerarse reformulaciones matemáticas de los principios existentes de la tecnología, en tanto que, para la "tecnología de la información", el efecto neto de la tendencia de 1966–2003 ha significado un vuelco hacia el atraso y la miseria generalizada de los pueblos.

Sin embargo, tomando en cuenta esa tendencia de cambio desde 1946, en el pensamiento de la cultura europea extendida al orbe, tenemos la siguiente situación que nos amenaza. Con la doctrina estadounidense expresa e implícitamente sinarquista que los cómplices neoconservadores del vicepresidente Cheney le embutieron al informe a la nación del presidente George W. Bush de enero de 2002, y desde el inicio de la guerra de los EU contra Iraq, en cumplimiento de la política anunciada en ese discurso, el mundo se tambalea precisamente hacia la suerte de terrible necedad militar de la que advirtió el general MacArthur.

Hay una alternativa a tan terrible desenlace que amenaza. Hay una alternativa a los insensatos impulsos utópicos fatales dirigidos a sustituir al Estado nacional soberano con alguna aproximación de "gobierno mundial". Esa ha sido mi preocupación permanente por décadas. Es mi preocupación inmediata que se expresa en este informe.

Los orígenes europeos de los EUA

En ese sentido, hoy debemos recordar y entender el propósito de Europa en su larga lucha por establecer Estados nacionales soberanos. Ese propósito era el de liberar a Europa, y a las iglesias, de la tiranía romántica del ultramontanismo imperial brutalmente utópico. No podemos ser tan tontos como para entregar ese logro que costó tantos sacrificios, la introducción de la civilización europea moderna después del siglo 14 con base en la adopción de Estados nacionales perfectamente soberanos, una Europa moderna que se expresó en el gran Concilio ecuménico de Florencia y en el establecimiento de las primeras formas de república de Estado nacional perfectamente soberana en la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII.

Ésa es la forma de república, a veces llamada "mancomunidad", que está comprometida constitucionalmente a esos grandes principios reflejados en el preámbulo de la Constitución federal de los EU: la obligación de que al autogobierno lo rija la dedicación eficiente a los tres grandes principios de la soberanía, el bienestar general, y la posteridad. Este conjunto de principios debe considerarse hoy como principios que se remontan al espíritu ecuménico del Renacimiento Dorado del siglo 15, y a ese principio del Tratado de Westfalia de 1648, de "la ventaja del otro", que puso fin al salvajismo de casi un siglo y medio de guerras religiosas entre las naciones y los pueblos de Europa.

En cuanto a los orígenes europeos de los EU pertinentes a este informe, debe considerarse el contenido del siguiente resumen.

El avance de la exploración y los asentamientos transoceánicos de Europa en los siglos 15 y 16, se puso en movimiento gracias a la iniciativa del cardenal Nicolás de Cusa para fomentar los viajes de exploración trasatlánticos y al Océano Índico. El viaje de Colón en 1492, por ejemplo, fue resultado de un proyecto desarrollado por personas asociadas con Cusa, un proyecto basado en conocimientos antiguos, como las mediciones astronómicas de Eratóstenes de la circunferencia de la Tierra. El ascenso de los Habsburgo al recién establecido trono de España, fue el aspecto central de una serie de guerras reaccionarias, principalmente religiosas, organizadas por Venecia, y que se extendieron por toda Europa. Esta situación en Europa, y sus secuelas, fueron el factor más importante en la extensa colonización de las regiones de América del Norte Central y del Sur. La colonia de la Bahía de Massachusetts del siglo 17, bajo el liderato de los Winthrop y los Mather, seguida de la Pensilvania de William Penn, es la representación más pertinente de ese proceso.

El papel del cardenal Julio Mazarino, y de su colaborador Juan Bautista Colbert, en poner fin a la guerra de los Treinta Años (1618–1648) en Europa Central, y en iniciar un rápido ascenso de la ciencia y la economía a partir de 1648, produjo las circunstancias bajo las cuales se hizo posible que la civilización europea disfrutara del desarrollo y la influencia de Godofredo Leibniz, el más grande de los filósofos, científicos y economistas políticos en su vida adulta. El renacimiento de la influencia de Leibniz y J.S. Bach en la segunda mitad del siglo 18, produjo la conspiración trasatlántica que giró en torno a Benjamín Franklin, misma que dio pie a los EU y a la autoría de la Declaración de Independencia estadounidense de 1776 y la Constitución Federal de 1787–1789.

Leonardo da Vinci, el seguidor declarado del cardenal Nicolás de Cusa y Kepler, que fue un seguidor declarado tanto de Cusa como de Leonardo, constituyen los cimientos de todo avance decisivo en la ciencia moderna de Leibniz y sus colaboradores inmediatos. El gran renacimiento humanista clásico europeo de la segunda mitad del siglo 18, que giró notablemente en torno a los círculos de Abraham Kästner, Gotthold Lessing, Moisés Mendelssohn y demás, fue la base europea del desarrollo del liderato de Franklin y de la movilización de apoyo europeo a la causa de la independencia americana. Esta tradición y estos círculos fueron los que crearon la intención del diseño de la república estadounidense; son estos principios, que se introdujeron de ese modo ahí, los que expresan la intención sin culminar del diseño de las repúblicas soberanas de Europa, aún hoy día.

Con estos antecedentes, la necesidad de la forma estrictamente definida del Estado nacional soberano, libre de las cargas de los engaños utópicos de un gobierno mundial, o de algo parecido, es lo que define la propia noción constitucional de los EU de soberanía perfecta, como la única clase de institución congruente con la libertad humana individual. La prueba decisiva de esto puede resumirse de la siguiente manera.

El principio del arte y la política humanista clásica, es el principio de la ironía artística, como se emplea en las grandes composiciones y ejecuciones clásicas del drama, la poesía, la música y también las artes plásticas. Este principio, que se hace más transparente en los conceptos humanistas clásicos de la ciencia y el arte, y en el desarrollo relacionado de las formas cultas del lenguaje, define el significado y la necesidad de la existencia del Estado nacional soberano.

El significado del discurso civilizado no puede encontrarse en los diccionarios, sino sólo los significados implícitos que yacen entre las grietas de las sutilezas de significados contrarios del discurso explícito. En este sentido, el arte clásico difiere de forma fundamental de sus rivales putativos, con respecto a la clase más esencial de función social de este principio socrático riguroso de la ambigüedad esencial en la comunicación culta de ideas. Los significados literales apuntan por lo regular a las percepciones sensoriales; la ironía clásica apunta, al igual que los principios físicos universales descubiertos, a significados cuyas referencias yacen entre las grietas de la persepción sensorial.

El legado de las ironías que encarna el uso que hace un pueblo del lenguaje y el arte, constituye los medios por los cuales se comparten los descubrimientos de principios entre ese pueblo. Desprovisto de las idiosincracias nacionales de ironía que encarnan esos lenguajes, el individuo no tiene medios disponibles para deliverar sobre los principios que su sociedad debe adoptar. Desprovisto de ese aspecto de la cultura nacional, el individuo no tiene ninguna libertad significativa para determinar las políticas de su sociedad de modo racional. De ahí que, al igual que en el antiguo Imperio Romano o en el ultramontanismo medieval europeo, cualquier forma de gobierno mundial degrada a los pueblos del mundo a un estado de bestialidad relativa, prácticamente a la condición de ganado humano. Un gobierno mundial de cualquier forma, constituye una dictadura de las bestias sobre los hombres y mujeres que son pastoreados o cazados como el ganado. Sin esta función de la forma soberana de un lenguaje desarrollado conforme a los principios clásicos de la ironía que he señalado, ningún pueblo puede entender en realidad la cultura de su propia nación, ni de la de nadie más.

A este respecto, nosotros, en tanto los Estados nacionales soberanos de Europa y las Américas, los herederos principales de la civilización europea desde la Grecia antigua, no debemos rendir nunca el principio de la soberanía nacional; pero, al mismo tiempo, ahora tenemos que establecer nuevas formas de cooperación, no contra otros Estados con otras tradiciones distintas a las nuestras, sino en esa cualidad de cooperación con ellos basada en principios, definida en el Tratado de Westfalia de 1648.

A ese fin, nuestra meta debe ser el establecimiento de una verdadera comunidad de principios entre Estados nacionales soberanos. El principio que une a estos Estados en torno a un fin común debe ser el mismo, pero los medios por los cuales debe ordenarse la consecución de ese propósito, deben expresar el principio de ironía mediante el cual un pueblo puede usar un lenguaje para establecer el conocimiento de un principio y la utilización eficiente del mismo en determinadas circunstancias.

Nosotros, los herederos de la civilización europea moderna, debemos obrar a ese fin, primero, para saldar ciertas cuentas históricas y filosóficas entre nosotros mismos. Debemos garantizar al fin el triunfo de Solón sobre Licurgo en la cultura europea; tenemos que establecer de nuevo el compromiso con los gobiernos soberanos entre las naciones, y con las relaciones entre los pueblos congruentes con el principio de la distinción absoluta entre el hombre y las bestias. Saldar esa cuenta ahora, restaurar ese compromiso entre nosotros ahora, es la condición de la cualidad necesaria de cooperación mundial más amplia para asegurar, con rapidez, una garantía razonable de paz mundial duradera para el presente y para el futuro. El informe al cual se añade esta nota, se presenta como la propuesta política de uno de los candidatos principales al presente de las elecciones presidenciales estadounidenses para el 2004. Mi misión consiste en llevar el desarrollo de las relaciones entre los pueblos al puerto seguro de un nuevo arreglo entre las naciones, la comunidad mundial de Estados nacionales respectivamente soberanos que ya estaba implícita en las intenciones expresas de Franklin Roosevelt para un mundo de la posguerra descolonizado.


Europa y los EU hoy - I Parte

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