Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

LaRouche en el ITESM de Monterrey, México
El futuro de la prognosis

Lyndon H. LaRouche presentó la siguiente ponencia en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), en México, el 20 de marzo de 2004.

El año después del asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy, Estados Unidos y Gran Bretaña llevaron a Europa Occidental y a las Américas a lo que vino a ser un cambio radical de dirección para lo peor, un cambio en las características axiomáticas de la economía mundial. Las conmociones sucesivas de la crisis de los proyectiles cubanos de 1962, el asesinato del presidente Kennedy en 1963, y el subsiguiente lanzamiento de la guerra oficial de EU en Indochina, tuvieron, en conjunto, una parte decisiva en disparar un viraje fundamental, de cuarenta años, cuesta abajo, en el carácter de la propia economía estadounidense. EU pasó de ser la principal nación productora del mundo, a una forma imperial, cada vez más depredadora, de la mentada economía "posindustrial". Esa economía que saqueó la mano de obra abaratada de otras naciones, mientras que a lo interno se divertía con formas cada vez más degeneradas de entretenimiento, ha llegado a semejar la decadencia del descenso de la Roma imperial hacia una sociedad de pan y circo de suyo condenada al desastre.

La decisión que tomó en 1971–72 el presidente estadounidense Richard Nixon, de permitirle flotar al valor del dólar, y el acuerdo de las Azores que le siguió, tranformaron al sistema monetario internacional de fines de los 1960, ya azotado por la crisis, de un sistema bien regulado basado en reservas de oro y con tipos de cambio fijos, a lo que ha sido un sistema canceroso de los mentados tipos de cambio flotantes. Esta transformación de 1971–72 echó a andar un proceso que ahora ha llevado a la economía mundial al borde del peor derrumbe monetario–financiero generalizado de la historia moderna.

El cambio en la economía estadounidense, del modelo proteccionista relativamente exitoso que llevó a la recuperación mundial de la depresión de los 1930 hasta la época del Gobierno del presidente John F. Kennedy, hundió al mundo entero en un régimen librecambista cada vez más radical. Las medidas posteriores del flamante presidente de la Reserva Federal de EU, Paul Volcker, en el otoño de 1979, engendraron la gigantesca súper burbuja financiera a lo John Law que hoy tenemos. Estos cambios acumulados han destruido gran parte del capital físico del trabajo, al hiperinflar el capital financiero con métodos que han reducido el precio relativo de las mercancías a niveles por debajo de los que hubieran posibilitado el evitar una vasta destrucción canibalista del capital de infraestructura esencial, del nivel de la calificación laboral, y también grandes reducciones de la inversión física en mejoras agrícolas y manufactureras. Los parásitos tales como la notoria Enron y la propagación cancerosa del súcubo gigantesco de Wal–Mart, no sólo en la decadente economía estadounidense, sino cada vez en más partes del planeta, se han hecho emblemáticos del efecto de este cambio radical de los últimos cuarenta años.

Ahora bien, con un producto neto de la economía mundial en el orden de los 40 y tantos billones de dólares, al sector financiero lo domina una acumulación equivalente a cientos de billones de dólares estadounidenses en obligaciones a relativo corto plazo, representadas por varias formas de los llamados derivados financieros que, de conjunto, azotan ahora como lo hace la etapa terminal de una cáncer maligno. Ese "cáncer financiero" es, al momento de escribir esto, todo lo que queda para evitar que el sistema financiero estadounidense reviente en una fase de reacción en cadena de derrumbe generalizado. Así, nos balanceamos al filo del mayor pánico financiero internacional de la historia moderna. En las más altas esferas de Europa, la opinión tras bambalinas ve ahora inevitable un pronto derrumbe de ese sistema mundial.

Lo que embiste no es una depresión cíclica, sino un derrumbe terminal de cualquier intento por defender la existencia permanente de un sistema monetario–financiero mundial basado en los supuestos axiomáticos recién acumulados que, en lo principal, han configurado el proceso de 1964–2004 hasta ahora.

En estas circunstancias, el tema de política económica más importante hoy, es: "¿Por qué los economistas y otros pronosticadores pertinentes no previeron este resultado espeluznante de los 40 años del cambio de una sociedad productora a una orientación posindustrial?" Principalmente fueron dos los motivos del fracaso previo de los economistas y las autoridades políticas al respecto:

Primero, estos dirigentes no querían ver lo que debió ser obvio a partir de experiencias previas tales como el resultado de 1928–1933 del fracasado sistema financiero–monetario de Versalles de los 1920, bajo el patrón oro británico. Les faltó el coraje personal para desafiar lo que debieron reconocer como la insensatez de una nueva tendencia que surgía en la opinión popular.

Segundo, los métodos que siguieron usándose para pronosticar, no sólo eran errados, sino que, en estas últimas cuatro décadas, se convirtieron en los hábitos aprovechados para guiar al mundo al nuevo conjunto de decisiones adoptadas, de seguido equivocadas, que nos trajeron ahora al borde, desde más o menos 1964, error tras error, no de una mera depresión cíclica, sino de una era de tinieblas amenazante comparable a la llamada Nueva Era de Tinieblas de mediados del siglo 14 en Europa.

Esto no quiere decir que las ideas dominantes del período relativamente exitoso, antes de 1964, no tenían numerosas creencias axiomáticas bastante erradas. A pesar de esas creencias erróneas, y algunas eran muy malas, la tendencia en el período de 1945–1963 fue hacia una estabilidad general y una mejora en el efecto neto de la práctica pertinente en lo económico. Ahora, como resultado de cambios radicales instaurados desde 1963–64, de la economía mundial ha seguido, en general, un rumbo descendente neto. Como resultado de ese cambio en los valores dominantes del paradigma cultural, el mundo enfrenta el reto de organizar una recuperación del derrumbe financiero monetario más monstruoso de la historia moderna.

¿Por qué EU y otras naciones se niegan a ver que se avecina esta catástrofe? Todas las lecciones de la historia europea moderna desde el Tratado de Westfalia de 1648 y el explosivo salto de la economía estadounidense a la condición de potencia mundial —empezando con la presidencia de Abraham Lincoln, una lección confirmada por el éxito de las grandes reformas del presidente Franklin Roosevelt—, debían habernos enseñado a eludir el rumbo al que se desviaron EU y Europa en los últimos cuarenta años. El problema no fue que a nuestros expertos les faltara conocimiento; fue, en efecto, el resultado de un acuerdo por consenso, de destruir la forma más poderosa y más exitosa de economía que jamás haya visto el mundo.

Hoy, cuando la realidad de este desastre monetario–financiero global es lo que hasta ahora domina las discusiones al más alto nivel tras bastidores entre las figuras de mayor experiencia en Europa, los políticos se aterran ante la idea de declarar en público los mismos hechos de la situación que activamente discuten en privado, tras bambalinas, en los círculos más encumbrados. Aunque las poblaciones de las Américas y Europa, por ejemplo, sienten de forma cada vez más aguda los efectos del derrumbe, hasta el momento de hacer este escrito, la población en general aún tiene que hacer la conexión intelectual entre su sensación de un sufrimiento mayor y el hecho de que todo el sistema está en un proceso de derrumbe general. No obstante, a pesar de todos los esfuerzos de los políticos por negar esta realidad en público, ahora la situación reventará a la superficie de la atención pública a no más tardar que algún momento del futuro inmediato.

Ahora los gobiernos y los economistas en general deben cambiar sus procedimientos. Pero, ¿qué seguridad tenemos de que, aun usando nuevos métodos de prognosis, nuestra elección de nuevos procedimientos no fallará como lo han hecho los anteriores en las últimas cuatro décadas? ¿Qué cambios alternativos en la elección de métodos nuevos emplearán los economistas y los gobiernos, para cumplir una mejor labor de pronóstico de tendencias de largo plazo, que lo que se ha convertido en la práctica en general aceptada a lo largo de los últimos cuarenta años?

Para corregir los errores de pronóstico que han llevado a EU y a otros a la actual crisis mundial, no sólo debemos definir un mejor modo de pronosticar; tenemos que identificar y eliminar ese factor de deseo de autodestrucción que ha representado la fuerza motriz intelectual que irradia de los rangos más altos de nuestra sociedad, hacia la gran calamidad que hoy amenaza con tragarse a nuestro planeta.

Para esclarecer las causas y las correcciones necesarias de las fallas más o menos consistentes de los principales pronosticadores económicos de EUA y otras partes en las últimas cuatro décadas, introduciré ahora la discusión de los métodos necesarios de prognosis refiriéndome de forma sucinta a algunos de los cambios fundamentales que deben darse en las relaciones entre dos de las repúblicas respectivamente soberanas de las Américas, EU y México, en el período de la próxima presidencia estadounidense, a elegirse en noviembre próximo.

Tras este breve repaso de ciertos aspectos decisivos de las relaciones económicas méxico–estadounidenses de ese período, concluiré este informe resumiendo el razonamiento contra la forma de pronóstico de largo plazo de los monetaristas que ha gobernado y desorientado tanto al mundo desde la elección del presidente Richard Nixon en 1968.

México–EU desde 1972


El Gran Desierto Americano

La frontera geográfica más obvia para el desarrollo económico territorial de México y EU, está en la región relativamente árida de lo que en EU se llama el Gran Desierto Americano, y que continúa hasta el norte de México, en especial la región comprendida entre las dos sierras Madre. Si EU y México cooperan en añadir tales elementos esenciales y necesarios de infraestructura económica básica como el desarrollo hidráulico a gran escala, la generación y distribución de energía de alta densidad, y las formas de transporte ferroviario o equivalente de pasajeros y de carga, las densidades potenciales de población y las condiciones físico–económicas de vida y de producción se elevarán, con efectos más bien espectaculares a ambos lados de esa frontera nacional. El desarrollo exitoso de capital en esas fronteras geográficas, en cada una de esas dos naciones, sería un motor importante para emprender un gran auge físico–económico en estas dos repúblicas soberanas.

Empresas de esa talla implican la distribución del financiamiento de la formación de capital físico a lo largo de períodos de una o dos generaciones. Como lo demostró el Gobierno del presidente Franklin Roosevelt al organizar la recuperación estadounidense de la depresión de 1929–33, la intervención de los gobiernos en organizar capital financiero barato y de largo plazo para la rápida inversión a gran escala en infraestructura, es el único modo efectivo de sacar de una profunda depresión económica a una economía moderna deprimida. En estos momentos ésa es la única solución a la profunda depresión que ahora domina las tendencias en ambas naciones.

Lo mismo que yo planteo aquí, lo planteó en 1931 un famoso economista alemán, el doctor Wilhelm Lautenbach, quien era adversario del ministro de Economía nazi Hjalmar Schacht. De haberse adoptado la política de Lautenbach para Alemania, en vez de las políticas de los banqueros internacionales de la época, lo de Hitler no hubiera pasado. Como demostró el presidente Franklin Roosevelt, la única respuesta razonable a una depresión como la de 1928–1933, o a la que hoy embiste, es rechazar los mentados recortes de austeridad fiscal en el empleo y en la formación de capital físico, a favor de ampliar el empleo de modos que eleven la ocupación y la producción por encima del nivel de equilibrio. El mecanismo del que disponen los gobiernos modernos para emprender las fases iniciales de una política de recuperación económica tal, es el de poner un fuerte acento en la inversión inmediata que amplíe el empleo en la producción de infraestructura económica básica. Esto requiere la creación de nuevos volúmenes de crédito financiero de largo plazo, a tasas de interés simple de 1 o 2%. Dicho crédito sólo puede crearse, o por los Estados soberanos a lo interno, o mediante tratados de largo plazo pertinentes bajo las condiciones de un orden financiero–monetario de tipos de cambio fijos entre las anciones.

Hasta ahora el obstáculo principal a dicha creación de crédito para tales proyectos lo han representado las instituciones del sistema monetario–financiero internacional de tipos de cambio flotantes. Sin embargo, en momentos en que la proporción de deuda financiera de relativo corto plazo, en especial en derivados financieros, es enorme en relación con la base económica de la producción, casi todo sistema de banca central de Europa Occidental, las Américas y dondequiera está implícitamente en bancarrota. En un marco de referencia como ése, los Estados nacionales soberanos tienen que asumir la responsabilidad de reorganizar los sistemas de banca central implícitamente quebrados y someterlos a la intervención de los gobiernos soberanos, usando métodos parecidos a los de Franklin Roosevelt y el Bretton Woods que reanimó a las insolventes y destruidas economías de la Europa de la posguerra.

En tales condiciones de crisis, la obligación del Estado soberano que conduce la reorganización financiera de su economía, es la de mantener la continuidad de todas las funciones socio–económicas esenciales tanto de la población como tal, como de las instituciones económicas esenciales para la recuperación general.

En circunstancias como las actuales, el reto consiste en aumentar la productividad física y el nivel de vida físico de la población, per cápita y por kilómetro cuadrado. Los medios para fomentar la expansión inicial de la economía a niveles de equilibrio, son las mejoras esenciales de gran escala de la infraestructura económica básica, y el estímulo al crecimiento del empleo y de la formación de capital en el sector privado mediante el efecto de la derrama de la inversión pública ampliada en categorías de infraestructura seleccionadas de forma apropiada. Esto se logra en virtud de la función del Estado en la creación de crédito para la inversión directa en la construcción de infraestructura económica básica, y brindando crédito nacional, a través de los canales bancarios ordinarios, a categorías de inversión prioritarias de producción física, y de servicios técnicos y profesionales esenciales en el sector privado.

Por ejemplo, hoy la economía estadounidense ya está en bancarrota. Excepto por las enormes cantidades de capital financiero ficticio que fluyen hacia EU desde Japón, China y otras partes actualmente, EU está en quiebra como nación, al tiempo que al menos 48 de los 50 estados federales no pueden equilibrar sus presupuestos con los niveles ahora deprimidos de empleo y producción. En Europa Occidental existe una situación similar, no sólo en el físicamente insolvente Reino Unido, sino en todos los países de la nueva y la vieja OTAN en su conjunto. Sólo la expansión permanente de las exportaciones europeas hacia China y otras economías en los contornos de Asia Oriental, Sudoriental y del Sur evitaría en el relativo corto plazo el desplome general más bien inmediato de Europa Occidental. En tales condiciones, sólo las mejoras de capital a gran escala, en una cantidad suficiente como para obtener ganancias, pueden detener y dar marcha atrás a la actual caída de toda la economía mundial en un derrumbe sistémico encabezado por EU.

La capacidad de darle marcha atrás a una tendencia tan profunda y grave como la que hoy enfrenta EU, entre otros, depende de la facultad del Estado soberano de intervenir las economías arruinadas para efectuar una reorganización por bancarrota, y de usar la facultad de generación de crédito del Estado nacional soberano para crear las enormes cantidades de crédito de largo plazo, en tanto formación de capital, necesarias para elevar los actuales niveles de empleo y producción por encima del umbral de equilibrio físico nacional. La capacidad de capitalizar dicha deuda estatal nueva depende de asegurar el crecimiento exitoso de largo plazo que hará fungible esa deuda en términos físico–económicos reales, mediante el aumento de la productividad física neta de la nación, per cápita y por kilómetro cuadrado, en un período de aproximadamente una generación.

Una reorganización económica, financiera y monetaria exitosa de este cariz, requiere un sistema de tipos de cambio fijos de largo plazo, un sistema de bajas tasas de interés —y no compuestas—, controles sistemáticos de capital, y el uso amplio de medidas comerciales y arancelarias proteccionistas. De otro modo, una recuperación económica duradera en condiciones mundiales como las que ya dominan hoy, sería imposible.

Lo que ahora delinearé apenas como la función del desarrollo de las indicadas regiones fronterizas de EU y México, respectivamente, ilustra el modo en que el próximo Presidente de EU, que tomará posesión en enero próximo, puede desempeñar un papel destacado de cooperación en emprender el necesario proceso de recuperación económica general de largo plazo.

Las bases para planificar el desarrollo necesario de las regiones del Gran Desierto Americano de EU y el norte de México, las aportó un plan estadounidense conocido como la Alianza Norteamericana de Agua y Energía (NAWAPA, siglas en inglés). La NAWAPA ya contemplaba algunos de los beneficios pertinentes al área del norte de México. Si a ese beneficio se le suma el desarrollo de tránsito de masas a ambos lados de la frontera, y también el translado de agua hacia el norte desde las regiones elevadas del sur de México, ricas en recursos hídricos, este desarrollo sentará las bases para emprender programas de desarrollo diseñados de antemano, y otros similares, en el norte de México, y mejorará enormidades la integración económica interna de México como república soberana dentro de sus propias fronteras.

Para dar un indicio de la magnitud de tales programas de recuperación, he propuesto la asignación de 6 billones de dólares como la escala de las inversiones de largo plazo en la reconstrucción de la capacidad de generación y distribución eléctrica y en mejoras de capital relacionadas, en tanto el proyecto principal a emprender de la próxima Presidencia de EUA. Seis billones de dólares es una meta relativamente modesta, cuando la comparamos con la escala de inversión que se requeriría para absorver gran parte de la pérdida de capital físico de EUA que ha ocurrido en los últimos 32 años.

Para concluir aquí mis comentarios principales de hoy, ilustraré el problema más decisivo de la prognosis actualmente, como sigue.

Economía física versus monetaria

La broma siniestra de la historia de lo que ahora se enseña como doctrinas de economía política, es que Karl Marx, el chivo expiatorio favorito de los monetaristas angloamericanos, fue producto de la misma doctrina de la Compañía de las Indias Orientales británica a partir de la cual se enseñan casi todos los dogmas antimarxistas todavía. Irónicamete, la educación en economía política de Marx, más que nada en Londres, vino del patrocinio de lord Palmerston, a quien Marx tachó una vez de "espía ruso", para gran diversión de la propia Oficina de Relaciones Exteriores de Palmerston. Es notable que Marx reservaba un especial desprecio por la única alternativa real a la escuela de economía política de la Compañía de las Indias Orientales británica en esa época, el Sistema Americano de economía política de voceros destacados tales como Alexander Hamilton y los economistas más connotados del mundo a mediados del siglo 19, Federico List y Henry C. Carey.

En oposición a ambas ramas de la escuela británica de economía política del siglo 19, los cimientos de la economía del Estado nacional europeo moderno radican, no en la teoría monetaria, sino en lo que Godofredo Leibniz definió por primera vez como la ciencia de la economía física. El surgimiento de ese nuevo concepto de economía, sobre la cual se fundamenta la civilización europea moderna, ocurrió en tres fases, como sigue.

La primera de estas fases fue ese Renacimiento del siglo 15 que produjo la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII como los primeros Estados nacionales verdaderos, Estados basados en el mismo principio cristiano del bienestar general que el apóstol Pablo adoptó de los diálogos socráticos de Platón. El intento de la oligarquía financiera de Venecia, en el período de las guerras religiosas de 1511–1648, de hollar la existencia del Estado nacional moderno, hundió a Europa en lo que algunos historiadores han documentado fue una "pequeña Nueva Era de Tinieblas".[FIGURE 3]

Francia, bajo el cardenal Julio Mazarino, encabezó el cese a esa guerra religiosa con el Tratado de Westfalia de 1648, un acontecimiento que le dio un renacimiento a la devastada Europa moderna, una segunda fase de progreso del Estado soberano moderno. En esta situación posterior a 1648 el gran ministro francés Juan Bautista Colbert le dio a la economía nacional moderna su forma práctica; Godofredo Leibniz, quien comenzó su obra en 1671, le brindó una base científica a la economía con su introducción de la ciencia de la economía física.

En la tercera fase de progreso, los principios de la economía física desarrollados por Leibniz en el intervalo de 1671–1718, devinieron la base de lo que Hamilton y otros identificaron como el Sistema Americano de economía política, del modo que los principios constitucionales de la Declaración de Independencia de EU de 1776 y la intención del preámbulo de la Constitución federal de 1787–1789 lo reflejan, aun hoy.

Luego, tras derrotarse la perspectiva de que Leibniz se convertiera en el Primer Ministro de Inglaterra bajo la reina Ana Bolena o su sucesor, los descendientes angloholandeses de la oligarquía financiera de Venecia obraron para establecer lo que devino el sistema de gobierno parlamentario liberal angloholandés y la economía financiera actual. La derrota de Francia a manos de la Compañía de las Indias Orientales británica en la "guerra de los Siete Años", que concluyó con el Tratado de París de 1763, estableció al Imperio Británico como la fuerza dominante en la economía mundial, hasta el carácter presente del sistema angloamericano dominado desde Nueva York y Washington, D.C., ahora condenado a desaparecer.

Como resultado de los efectos combinados del Terror jacobino, la tiranía de Napoleón y la hegemonía mundial creciente del sistema liberal angloholandés de primacía oligárquico–financiera, el progreso en el desarrollo del Estado nunca pasó más allá de los principios que la influencia europea encarnó en la creación de Estados Unidos de América como república constitucional. De modo que los aspectos dominantes de las finanzas nacionales se convirtieron en los principios del sistema angloholandés propios de la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne y sus seguidores. Por razones relacionadas, ese sistema liberal angloholandés de economía política se ha convertido en el hábito dominante de la práctica y el dogma académico comunes, hasta la fecha.

La expresión práctica de la diferencia entre los sistemas de economía política angloholandés y el americano, radica en la prohibición constitucional de la existencia de un sistema de banca central dizque independiente bajo una verdadera forma republicana de gobierno. Aunque las reformas con las cuales el presidente Franklin Roosevelt rescató a EU del desastre creado por las medidas de los presidentes Coolidge y Hoover no fueron a fondo para restaurar ese principio constitucional, Roosevelt logró introducir reformas que tuvieron el efecto de casi satisfacer ese requisito constitucional.

Ahora hemos llegado al borde del desastre, donde ya no es posible que ningún gobierno cuerdo y responsable tolere el poder omnímodo de los sistemas de banca central dizque independiente. Cualquier nación que no subordine las facultades a veces dictatoriales de los banqueros centrales dizque independientes a la voluntad de la república, está ahora condenada a hundirse en una nueva era de tinieblas en condiciones dictatoriales de corte fascista. Esto no es cuestión de opiniones; es una verdad inapelable.

Si el mundo ha de evitar una caída más bien inmediata en una nueva era de tinieblas global, la creación y regulación del dinero ha de convertirse en una función del Estado soberano, y de conciertos de dichos Estados. La actual crisis mundial prácticamente ha eliminado la posibilidad de que continúe la vida civilizada, si se mantienen los dogmas de economía política engendrados por el sistema liberal angloholandés.

Ahora tenemos que regresar a esos principios de la formación de EUA que proporcionan la única forma bien establecida de cooperación internacional entre los Estados nacionales soberanos del planeta. La única forma probada de alternativa disponible a adoptar hoy día es el Sistema Americano de economía política. El Estado debe crear el dinero y el crédito relacionado que se necesita para la recuperación económica y el crecimiento generales, y el Estado tiene que regular la circulación de ese dinero y ese crédito de formas que fomenten la salud económica física.

Por tanto, el principio que debe regir al propio gobierno es el que Leibniz identificó, en oposición a las opiniones de John Locke a favor de la esclavitud, como "la búsqueda de la felicidad".

La naturaleza del hombre en tanto imagen del Creador se refiere a esas facultades de razón creativa mediante las cuales la especie humana puede descubrir esos principios universales con los que aumenta el poder del hombre en el universo. Esta facultad de la razón, al expresarse de manera congruente con su naturaleza, define al individuo mortal como eficientemente inmortal, en continuar el bien aportado por los ancestros y legando un nuevo bien a las generaciones venideras. Ya que todos somos mortales, la felicidad pertenece a una sentido de certeza de lo inmortal y de las buenas consecuencias del trabajo que hacemos como personas vivientes. Por tanto, es inadmisible tratar a los seres humanos como una especie de ganado de caza o de pastoreo; tenemos que fomentar esas facultades creativas que expresan la inmortalidad del individuo humano. La alegría del individuo al fomentar el progreso en la cultura clásica y en la ciencia física, en aumentar el poder del hombre en y sobre el universo que habitamos, es la búsqueda de la felicidad, es el bien común. El fomento del progreso científico y tecnológico por parte de los empresarios privados, como los agricultores, los manufactureros, y de otras maneras, es la dedicación obligatoria del Estado a su responsabilidad por el bienestar general y la búsqueda de la felicidad de las generaciones presentes y futuras.

Al dinero debe ponérsele donde le corresponde, en tanto instrumento del comercio con el cual la actividad común entre individuos fomenta el bien común.

En su mejor momento, mi presidente Abraham Lincoln representó esta dedicación, al igual que el presidente Franklin Roosevelt. En ningún caso el resultado fue perfecto, pero fue infinitamente mejor que las alternativas permitidas, entonces o ahora, bajo la adherencia estricta a las doctrinas de la forma angloholandesa liberal de sistema parlamentario.

En el futuro puede que lleguen a existir mejores programas de autogobierno que los del modelo del Sistema Americano. Ahora que encaramos una emergencia mortal global, debemos aferrarnos a la mejor de las alternativas probadas ahora existentes. Eso significa, no sólo la adopción de los mejores aspectos indicativos del Sistema Americano de relaciones entre las formas respectivamente soberanas de repúblicas nacionales; significa un viraje en el concepto de estadismo, de la economía física en tanto esclava de la usura, al dinero al servicio de lo que Leibniz definía como la búsqueda de la felicidad.

<<Página Anterior