Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Informe: Hijos de Satanás

‘El ocaso de los pretendidos dioses de Babilonia’

Esta es la portada del nuevo libro “Los hijos de Satanás”, editado por el Comité de Acción Política Lyndon LaRouche, con el propósito de ayudar a derrotar a la fórmula electoral de Bush y Cheney. El libro compendia la serie de tres folletos “Los hijos de Satanás”, los que develaron por primera vez, y de la manera más detallada, las intenciones satánicas de los discípulos neoconservadores de Leo Strauss, que conforman el entorno de Cheney, y sus nexos con la internacional sinarquista.

por Lyndon H. LaRouche

Como parte de la campaña para garantizar que el Gobierno de Cheney y Bush no sea reelegido, el recién fundado Comité de Acción Política del ex candidato presidencial demócrata estadounidense Lyndon LaRouche, planea publicar un libro, “Los hijos de Satanás”, con una tirada inicial de 50.000 ejemplares. El mismo será un compendio de los tres folletos del mismo título, que tanto hicieron entre principios de 2003 y ahora por desenmascarar al vicepresidente Dick Cheney y a su red de neoconservadores que operan dentro del actual Gobierno de los Estados Unidos. Los tres folletos, de los que circularon millones de ejemplares, fueron editados inicialmente por LaRouche en 2004 el comité de la campaña presidencial de LaRouche, en abril de 2003, enero de 2004 y junio de 2004.

El nuevo libro “Los hijos de Satanás” incluye un nuevo prólogo, que LaRouche escribió el 14 de agosto, el cual reproducimos a continuación reproducimos.

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El ocaso de los pretendidos dioses de Babilonia

Ya, con el repugnante atolladero que surgió en torno a las fallidas elecciones presidenciales de los Estados Unidos del 7 de noviembre de 2000, apareció el hedor de una ominosa enfermedad, no sólo en los EUA, sino el de una enfermedad en los EUA como la culminación de un sistema monetario y financiero mundial autocondenado. Hoy, casi cuatro años después de esas elecciones malhechas, las palabras que yo pronuncié poco antes de la toma de posesión del presidente George W. Bush hijo en enero de 2001, deben parecerle proféticas a todos aquellos cuya memoria sea lo suficientemente lúcida como para recordar mis palabras.

A menos que enmendemos nuestros hábitos, a menos que nuestra república cese de hacer lo que más ha estado haciendo en los cuatro años recientes, nosotros de veras estamos al mismísimo borde de un precipicio de ruina y desesperación tal, que nunca ha conocido la civilización europea extendida al orbe desde la gran Nueva Era de Tinieblas, que arrasó con la mitad de las parroquias de Europa, y un tercio de su población, a mediados del siglo 14.

Tú, el ciudadano, no encaras la opción de elegir entre diferentes candidatos; tú enfrentas la disyuntiva de elegir entre hundirnos en la ruina con el Gobierno vigente, y la posibilidad de que, no meramente podamos sobrevivir, sino que de hecho podamos prosperar con el que remplaze al vigente a la brevedad. Optar por la actual administración de gobierno resulta impensable para los hombres y mujeres pensantes.

En especial en tiempos de crisis, tales como éstos, la tarea de un estadista científico, que es lo que soy yo, no es la de deslumbrar con la mistificación, tal como lo hacen todos nuestros demasiado numerosos y engreídos burros académicos, sino que es la de educar a los electores y a los dirigentes de la nación a fin de demostrarles su insensatez, e inducirlos a enmendar sus lamentables procederes. Es la de ser el maestro severo, hacerles claro a aquéllos que tienen que aprender a sobrevivir, todo que necesitan saber con urgencia ahora.

Por tanto, mi deber, anteriormente como precandidato presidencial, y ahora como la de uno que trabaja a fin de lograr instalar a una nueva administración de gobierno, consiste en esclarecerle a cuanto ciudadano esté dispuesto a escuchar la razón, a que logre entender cómo es que nosotros, la nación más poderosa que hasta ahora allá existido sobre este planeta, pudo acarrearse su propia destrucción, como lo hemos hecho nosotros, en especial en los cuarenta años desde el asesinato del Presidente John F. Kennedy y la locura de la intervención oficial de los EU en la guerra de Indochina.

Muchos ciudadanos, tanto de mi generación como de la generación que ocupa los principales cargos públicos y privados en la actualidad, reconocen la insensatez de habernos metido en esa guerra anterior. El problema ha sido que, aun ellos pocas veces han entendido qué fue lo que nosotros nos hicimos a nosotros mismos para meternos dentro del horripilante revoltijo en el que hoy se encuentran nuestra nación y sus relaciones internacionales.

Fue por ello que creé la serie de informes de vasta circulación sobre el tema del “hombre–bestia”, “Los hijos de Satanás”, elaborados y puestos en circulación durante el curso de la campaña de las elecciones primarias presidenciales del 2004.

¿Cómo fue que cambiamos, de ser la ser la nación productora más grande del mundo, a convertirnos en algo así como el decadente Imperio Romano, una nación de “pan y circo” que subsiste de la mano de obra barata de naciones extranjeras, especialmente de las más pobres, mientras destruíamos el inmenso poder productivo que solíamos representar hace cuarenta años?

¿Quién nos impulsó a hacerle esto a nuestra nación y a nosotros mismos? ¿Cómo fue que sucedió tal cosa? ¿Por qué con el actual Gobierno damos bandazos de mal en peor y aun ahora vamos al borde de una ruina autoinfligida? ¿Qué es lo que tenemos que entender, si es que hemos de dar marcha atrás desde el borde del precipicio en el que nos encontramos, antes de que sea demasiado tarde para todos los miembros vivos de nuestras generaciones hoy?

El mayor peligro que enfrentamos hoy día, es la absoluta terquedad de la gente, la cual los lleva a responsabilizar a unos pocos dirigentes por las opiniones erróneas por las que la gente en general o votó o no se molestó a votar en contra. Somos una democracia, por lo que significa en los hechos. Tenemos el poder de votar, a no ser que nos despojen de ese poder mediante fraude en el sistema de votos por computadora o por otros medios, entre ahora y las elecciones de noviembre.

Cómo usemos o descuidemos dicho poder decidirá nuestro destino en tanto nación. El primer paso hacia la cordura y la moralidad de nuestros ciudadanos hoy, es que se culpen a sí mismos por las opciones de políticas que hayan elegido o tolerado. Fueron los votos emitidos, combinados con los votos que no emitieron los subalternos profesionales moralmente irresponsables conocidos como abstencionistas, los que expresaron en lo principal aquellas ideas erróneas de políticas, que hicieron posible la transformación de los últimos cuarenta años, de ser la potencia productora más rica del mundo, a la ruina andrajosa que somos hoy.

A menos que la gente esté dispuesta a reconsiderar ahora sus prejuicios habituales, las posibilidades de supervivencia de nuestra nación, incluso en el corto plazo, son escasas o nulas. Hemos llegado al final del camino, al borde del abismo, donde el camino concluye para todos, inclusive para nuestros legendarios lemmings.

Así que he elegido “sacudir a los tontos”, decir las verdades impopulares sobre la forma en la que la mayor parte de la opinión pública, casi tanto como la carencia de dirigentes de verdadera capacidad, han llevado a nuestra nación a la catástrofe presente. A menos que la mayoría de nuestro pueblo esté dispuesto a modificar su comportamiento político en este sentido, existe escasa probabilidad de que esta nación tenga un futuro feliz. Una nación en la cual tanta gente tolerase las ideas de Newt Gingrich, por tan prolongado lapso, como hizo la nuestra, no podría considerarse ni moral ni cuerda del todo.

Las páginas que siguen, que algunos deberían leer de nuevo, y muchos por vez primera, señalan el camino para entender lo que debe entenderse si es que nosotros en tanto nación hemos de retroceder a tiempo de ese borde hacia el cual vamos dando tumbos, no sólo para salvarnos a nosotros mismos, sino también a las generaciones venideras.

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