Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Informe: Hijos de Satanás
¿Qué hace la cultura?


¿Eres un hombre o un mono?

por Lyndon H. LaRouche

Esta es otra entrega de la serie de artículos del informe Children of Satan III: The Sexual Congress for Cultural Fascism (Los hijos de Satanán III: El Congreso Sexual a Favor del Fascismo Cultural), originalmente publicado por LaRouche in 2004, el comité del entonces candidato presidencial estadounidense Lyndon H. LaRouche.

El cambio de rumbo, alejándonos del liderato de Franklin Delano Roosevelt hacia la catástrofe que representa el terrible estado actual de nuestra nación, como hemos documentado este hecho antes, empezó como parte de una operación en la que el hermano de John Foster Dulles y posterior director de nuestra Agencia Central de Inteligencia (CIA), Allen, desempeñó una función decisiva casi al final de la Segunda Guerra Mundial. Esta función la desempeñó en las últimas décadas de su vida junto con cómplices como su James Jesus Angleton. Dulles y Angleton son típicos de aquellos que tuvieron una papel decisivo en meter a una parte clave del aparato de inteligencia de la SS nazi a lo que luego sería el sistema de la OTAN.

Esta integración de elementos clave del aparato de la SS nazi en nuestro sistema de inteligencia de la posguerra fue resultado de un proceso que empezó cuando nazis prominentes, como algunos de los entornos de Hermann Göring, reconocieron que la derrota nazi en Stalingrado en combinación, en efecto, con la victoria naval estadounidense en Midway, presagiaba la derrota de la fase del Adolfo Hitler de la Alemania nazi. Estos círculos nazis los representa el contacto de Dulles en Ginebra, François Genoud, Walter Schellenberg, y el ex ministro nazi de Economía Hjalmar Schacht y su Otto “Cara Cortada” Skorzeny, como agentes “ex” nazis protegidos por los angloamericanos en Europa, tales como las operaciones realizadas a través del dictador fascista español Francisco Franco. Estos agentes, como la notoria “Ruta de Ratas”, fueron usados como canales para relocalizar a elementos significativos del aparato nazi en las Américas, donde los círculos creados en torno a los descendientes de estos agentes nazis representan una amenaza fundamental a la seguridad de nuestro hemisferio, incluso al interior de los Estados Unidos de América hoy. Entre tanto, como confirma el caso del actual liderato del ideólogo falangista Blas Piñar entre las reliquias nazis en Europa y las Américas, las partes del aparato de la SS nazi que fueron rescatadas con ayuda de Dulles y compañía, hoy representan una influencia activa y una amenaza de seguridad en los disfraces actuales de la internacional nazi, tanto en Europa como en las Américas en general.

Esos nazis, por sí mismos, sólo fueron parte del problema. Como hemos documentado en informes anteriores sobre el fenómeno del “hombre–bestia”, las organizaciones fascistas que tomaron control de Europa Occidental y Central continental en el intervalo de 1922–1945 funcionaron como agentes políticos de una red creada y dirigida por un círculo de casas financieras privadas, una red armada en el marco de la forma inoperante de sistema monetario–financiero internacional creado al término de la Primera Guerra Mundial, con la autoridad del Tratado de Versalles. Este aparato, controlado de pe a pa por estos círculos financieros, aparece de manera apropiada bajo la categoría de contrainteligencia llamada la internacional sinarquista. Los nazis fueron sólo una de las muchos etiquetas de la variedad de conspiraciones políticas de “izquierda–derecha” creadas por esta internacional sinarquista.[1]

Una vez que los dirigentes alemanes pertinentes vieron con claridad la caída probable de Hitler, ya desde mediados de 1942, la intención de esos círculos íntimos de los nazis que estaban alrededor de Herman Göring era salvar el núcleo financiero y a cierto personal del sistema nazi, para que tuvieran cierta función en el mundo de la posguerra. Su intención era crear un sistema de fascismo universal, un sistema imperial, una nueva versión del Imperio Romano, ya fuera para eliminar a todos los Estados nacionales, o para absorberlos en un sistema imperial de lo que Michael Ledeen ha llamado ahora “fascismo universal”, su traducción, en la práctica, de la Allgemeine–SS. A estos elementos nazis y de otras variedades de una filosofía existencialista los reunieron para formar una combinación de otras redes fascistas europeas continentales, y formaron parte integral de las redes angloamericanas que odiaban a Franklin Roosevelt, asociadas con el proyecto ya existente de Henry Luce, “Un Nuevo Siglo Americano”.

La integración de estos elementos en una red “derechista internacional” común dominada por los angloamericanos ocurrió, toda, dirigida por los “Bilderberg” o expresiones parecidas del sindicato financiero internacional fascista. Esta misma internacional sinarquista que creó a Hitler, también produjo a nuestro propio enemigo subversivo, el cual apareció después con etiquetas significativas como “El Congreso a Favor de la Libertad Cultural”. Si quieres vender nazismo hoy, empácalo en una lata con una etiqueta orwelliana como el “Proyecto Democracia”.

La historia de los antecedentes de la conexión entre el sinarquismo y el Congreso a Favor de la Libertad Cultural (CFLC) incluye los siguientes aspectos históricos de una pertinencia notable.

Al igual que ese cofundador de lo que devino en el fascismo de Mussolini, Hitler y Francisco Franco, el satánico Joseph conde de Maistre, y el precursor de Adolfo Hitler, Friedrich Nietzsche, la característica de esas fuerzas del mal —expresada tanto en la forma de fascismo como en la de la difusión que esos seguidores de Allen Dulles hacían de la filosofía del mentado Congreso a Favor de la Libertad Cultural— es su grito de “Sileno” de odio contra el legado de progreso de la civilización europea. Así, De Maistre expresó su odio contra el legado del Renacimiento del siglo 15 a través de la adoración a la imagen de hombre–bestia de ese antisemita satánico de Tomás de Torquemada. De modo que el antisemita aborrecedor de Cristo, Nietzsche, regresó a la brutalidad pagana de un Dioniso frigio.

Para entender el sinarquismo hoy, tenemos que reconocer y entender que el fascismo moderno entonces, como ahora, tiene su origen en la francmasonería martinista que trabajó con el Londres de lord Shelburne en organizar el reinado de Terror de Francia. Ésta es la misma orden francmasónica que creó a Napoleón Bonaparte, y a sus piezas intercambiables Charles Maurice Talleyrand y Joseph Fouché. Ahora también está expresada en la forma de un fascismo universal desencadenado por los conspiradores financieros de esa internacional sinarquista del siglo 20, que también nos dio el legado de Mussolini, Hitler y Franco.

Para entender esta amenaza, de una persistencia recurrente, contra la civilización moderna, tenemos que centrar nuestra atención en las características históricas específicas de esa civilización europea forjada primero en Grecia por lo que Sócrates hubiera reconocido como las parteras fruto de una gran tradición egipcia. El legado de maldad que hoy expresa la imagen del Congreso a Favor de la Libertad Cultural, es la imagen de una infección con el potencial de ser fatal, que representa la principal amenaza específica contra una especie particular de cultura, la cultura específica de una civilización europea derivada, en sus mejores aspectos originales, como hizo Platón, de las imágenes de Tales, Solón y Pitágoras.

Cuando ubicamos el asunto bajo esa luz histórica, la historia de todos los problemas de la cultura europea extendida al orbe, desde la antigua Grecia, pueden definirse de una forma apropiada elemental. Un aspecto destaca en significado sobre todos los demás: ¿cómo define o rechaza esa civilización europea la existencia de una distinción fundamental de principio entre el hombre y la bestia? ¿Cómo funciona este concepto en principio, y en la práctica? ¿Qué lecciones de una pertinencia decisiva le enseña la historia, la verdadera historia, al ciudadano estadounidense de veras pensante al que me dirijo aquí? ¿Qué le enseña respecto al asunto crucial planteado por la influencia del CFLC y sus iguales?

¿Eres un hombre o un mono?

Estudios modernos más recientes sobre los principios expresados en la arquitectura de las grandes pirámides de Gizeh en Egipto, han brindado las pruebas científicas decisivamente típicas de cómo fue que Egipto contribuyó a la cualidad específica de grandeza que alcanzó lo que hoy llamamos la cultura griega clásica de Tales, Pitágoras, Solón y Platón. Desde el nacimiento de la Europa moderna del Estado nacional soberano, una institución que emergió del Renacimiento del siglo 15 con centro en Italia, la civilización europea, definida así por esa herencia clásica, ha cobrado expresión, de forma típica, en la noción moderna de un Estado nacional republicano soberano. Con el surgimiento de esta nueva institución en el siglo 15, la del Estado nacional soberano, mismo que líderes previos como Dante exigieron, y que el cardenal Nicolás de Cusa describió en ese siglo, en cuanto a sus aspectos de principio fundamentales, devino en la forma más eficaz de poder institucional para mejorar la condición de la humanidad.

Lo que distingue el surgimiento de la moderna Europa, a través de la lucha contra los grilletes de una forma ultramontana de imperialismo medieval, es que por primera vez, a la sombra de la construcción de Filippo Brunelleschi de la cúpula de la catedral de Florencia, el legado bestializante del imperio dio paso a la noción de una comunidad de Estados nacionales soberanos, todos y cada uno dedicados a fomentar el bienestar general de la humanidad. Esta fue el mismo objetivo prescrito a alcanzar desde Solón de Atenas, como lo define el principio clásico socrático griego y cristiano del ágape.

Por desgracia, como lo ilustra el papel que tuvo el satánico Tomás de Torquemada, las fuerzas ultramontanas reaccionarias orquestadas por Venecia contra el Renacimiento contraatacaron con una furia bestial y homicida, como es típico del intervalo de guerras religiosas y similares de 1511–1648 d.C., que sólo acabaron con la participación del cardenal Julio Mazarino de Francia en lograr el gran Tratado de Westfalia de 1648. Ese principio del Tratado de Westfalia es el logro del que ha dependido la vida civilizada europea moderna, de entonces a la fecha.

Desafortunadamente, el conflicto no terminó, como establecía aquel Tratado, allí y entonces. Surgió una nueva amenaza contra la civilización con la subida al poder de un nuevo pretendiente imperial, con el ascenso de 1688–1763 del partido liberal angloholandés, como lo expresó la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne y demás, al rango de una potencia imperial global. Son los asuntos definidos por el creciente conflicto entre el poder imperial de esa Compañía y los patriotas agrupados en torno al principal intelecto de las colonias de Norteamérica, Benjamín Franklin, quien de forma implícita ha sido el eje principal de referencia de toda forma notable de conflicto mundial de largo plazo, desde 1763 hasta el presente. Aunque la Compañía de las Indias Orientales británica feneció, su legado, al modo de los efectos de una enfermedad infecciosa epidémica, continúa afectando la historia europea moderna extendida al orbe, hasta la fecha. El impacto de ese legado sigue definiendo la matriz de los conflictos mundiales, desde 1763 hasta el presente.

Para entender de manera adecuada lo que el legado de Allen Dulles y compañía sigue representando como una amenaza continua de fascismo en el mundo hoy, tenemos que apuntar al tema del origen del martinismo, y de sus excrecencias como el sinarquismo. Lo que conocemos como el fascismo del siglo 20, o sinarquismo, del modo que lo combatimos bajo la dirigencia del presidente Franklin Delano Roosevelt, viene de un esfuerzo persistente por trastornar esos principios de las relaciones civilizadas entre Estados nacionales soberanos que fueron adoptados por el Tratado de Westfalia de 1648.

Como explicaré en resumen ahora, y concluiré la discusión de este asunto después, en esta sección del informe lo que fue llamado de forma intercambiable el “partido veneciano” o la “Ilustración” de los empiristas de la Inglaterra y la Francia del siglo 18, surgió como un intento de establecer una nueva forma de sucesor mundial del Imperio Romano. Esta función imperial quedó establecida con el triunfo de la Compañía de las Indias Orientales británica en el Tratado de París de 1763. La orden francmasónica martinista que llevó al desencadenamiento del Terror francés de los 1790 y a la tiranía de Napoleón Bonaparte, fue ella misma un instrumento conjunto del lord Shelburne (1737–1805) de la Compañía de las Indias Orientales británica imperial y de las fuerzas antiestadounidenses de la Europa Continental. La orden martinista fue un instrumento creado con la intención inicial, asignada por el lord Shelburne de la Compañía y su lacayo Adam Smith, de tener un papel crucial en quebrar la causa de las colonias anglófonas de Norteamérica, y en quebrar y destruir al rival continental más potente del Londres Liberal, la tradición de Luis XI, Mazarino y Colbert, la cual era lo mejor de Francia en esa época.

Destacados patriotas estadounidenses, en la tradición de la previa Sociedad de Cincinato, empezaron a entender esto cada vez con mayor claridad, en especial desde cuando John Quincy Adams empezó a aclarar su propia mente sobre tales asuntos, en el período en que prácticamente creó la forma funcional del Departamento de Estado de los EU.[2] Cabe señalar que John Quincy Adams de allí pasó, como posterior Presidente y miembro destacado del Congreso de los EU, a impulsar lo que después fue la presidencia de Abraham Lincoln y la tradición que yo, personalmente, represento, como un vocero calificado, como un candidato a la presidencia de los EU, en la actualidad (esto fue en junio de 2004—Ndr.).

Como ya mencioné, las raíces de la civilización europea moderna son mucho más profundas que los tiempos modernos. En la historia de la civilización europea, fue a partir del Egipto de las pirámides y del fundador de la antigua nación de Israel, Moisés, que la civilización europea adoptó una cualidad específica de noción rigurosa de una distinción fundamental de principio entre el hombre y la bestia. La forma concreta inicial de lo que sería conocido como la civilización europea, ocurrió más que nada en el impacto de ese mismo concepto asociado con la naturaleza mosaica universalizada del hombre, en formar la tradición clásica de lo que hoy llamamos la antigua Grecia.

Aunque la naturaleza de la especie humana es la misma en todas partes, y aunque hay, por tanto, una tendencia natural de largo alcance a alcanzar una convergencia de naciones sobre la base de principios comunes de conducta recíproca, la historia del desarrollo de una cultura europea, por ese nombre, en tanto está enraizada en la historia de la antigua Grecia, tiene una cualidad distintiva de especificidad histórica, desde su comienzo hasta el presente. Esto requiere de pensadores competentes que aborden los acontecimientos internos de los vástagos de las culturas europeas antiguas, desde la Atenas de Solón, en tanto proceso histórico específico que primero tiene que estudiarse, por derecho propio, como un tema distintivo de la convergencia de acontecimientos culturales.

El aspecto más básico de esa historia es la larga lucha, desde la Atenas de Solón, entre el esfuerzo por establecer un verdadero Estado nacional republicano de ciudadanos, y el esfuerzo contrario, típico de la Esparta de la Constitución de Licurgo, o de las formas babilónica, persa, romana, bizantina y ultramontana, tales como la Europa medieval con centro en Venecia. Los patrocinadores del proyecto del CFLC representan este último impulso imperial, un impulso hacia erradicar la existencia de los Estados nacionales soberanos, como lo demuestra el actual propósito en extremo utopista de hundir al planeta en el abismo de la “globalización” imperial.

Este asunto que plantea el legado del CFLC, en particular, representa la naturaleza de la distinción funcional y constitucional entre los hombres y los monos. Esta distinción de principio la define lo siguiente.

La ciencia egipcia, como la refleja la de los pitagóricos, Tales y Platón, fue asociada con un concepto prearistotélico de las matemáticas que derivó de la astronomía, un concepto de geometría física, en vez de unas matemáticas apriorísticas como la de Euclides. Este método de ciencia física preeuclidiano y, de modo implícito, antieuclidiano, fue conocido entonces como “geometría esférica”. Esta noción de una geometría física, arraigada en el concepto de las “esféricas”, en vez de en una geometría apriorística y meramente formal, sentó la base para definir una prueba experimental de la existencia de un principio físico fundamental, de principios designados por lo que hoy llamamos “poderes” (en griego, dúnamis), del modo que el ataque de 1799 de Carl Gauss contra los fraudes de Leonhard Euler y Joseph Louis de Lagrange, en la primera enunciación de Gauss de “El teorema fundamental del álgebra”, brinda una definición implícitamente geométrica de la representación físico–matemática de “poderes”.

Entre las pruebas típicas de “poderes” así definidos estaban la noción de doblar la línea, el cuadrado y el cubo. Además de esto estaba, de forma más notable, la noción de la construcción de una serie de sólidos platónicos, del modo que Platón informa de esto, y como lo abordaron el cardenal Nicolás de Cusa[3] y sus seguidores, Luca Pacioli y Leonardo da Vinci, y el dedicado seguidor de todos ellos, el fundador de la astronomía moderna, Johannes Kepler, quien sentó la pauta para los logros singulares de gente como Fermat, Pascal, Huyghens, Leibniz y Bernouilli.

El descubrimiento experimental, y el uso voluntario de tales principios físicos, expresó la distinción absoluta y demostrable entre las personas y los animales, la distinción entre el hombre y el simio. Estos principios caían en dos categorías generales, los principios de la intervención del hombre en la naturaleza, y los principios de los procesos sociales a través de los cuales la humanidad aumenta el poder de nuestra especie en y sobre la naturaleza.

En otro sentido, la implicación más significativa de estas consideraciones es la forma prometeica en la que la humanidad trasmite el acto del descubrimiento de tales poderes (principios universales demostrables mediante experimento) de una persona a otra y, así, de una generación a otra. Es a través de la transmisión del acto reproducible de generación de tales descubrimientos de principios universales, que tenemos la única forma en la cual la especie humana ha sido capaz de aumentar su densidad relativa potencial de población por encima del nivel de millones posible para una especie de simio superior, a más de 6.000 millones de personas vivas en la actualidad.

Destacan tres cualidades de esos principios, como sigue.

1. Aunque un principio físico universal válido nunca es en sí mismo un objeto de la percepción sensorial, su universalidad de eficacia comprobada mediante experimento es un objeto que existe de forma eficiente en la mente. En otras palabras, aunque el efecto de la aplicación de un principio tiene que estar sujeto a una descripción matemática, el principio mismo no es la fórmula matemática, sino más bien, un objeto integral indivisible de la mente, del mismo modo que la noción de un objeto irreducible de la percepción sensorial es la idea de un objeto.[4]

2. La perspectiva de la “esférica” adoptada por los pitagóricos y demás, dividió así la experiencia humana del mundo físico entre principios invisibles, pero eficientes, y sus efectos sensoriales perceptibles y, de forma implícita, visibles. En la física matemática moderna, este conjunto de distinciones ontológicas cobra expresión en la noción del dominio complejo, del modo que Carl Gauss la introdujo y como la refinó su seguidor Bernhard Riemann.

3. La verdadera noción de una principio físico universal nunca es una mera forma de explicar la naturaleza (la contemplación), sino un método de actuar de forma eficaz para cambiar la naturaleza de formas que sólo una comprensión eficiente de un principio físico universal descubierto permite. Esto expresa una intención, ya sea una intención del Creador del universo, del modo que Kepler definió el principio de gravitación universal que descubrió, o del hombre actuando en una forma semejante a la de ese Creador. Tenemos que suponer, al menos hasta ahora, que todo principio del universo existió previo a la conciencia del hombre; sin embargo, cuando el hombre descubre el poder de desplegar tal principio preexistente, la acción del hombre, en tanto una intención, altera el orden del universo en el que actuamos.[5]

El principio de Prometeo en la historia

En cambio, en las sociedades en las que relativamente unos pocos mantienen a otros en la condición de ganado humano, el estrato dirigente de esa sociedad, como el emperador romano Diocleciano antes que ellos, son cuidadosos en prescribir que la sociedad no debe educar a aquellos que pretendemos condenar a la condición de ganado humano, por encima de su pretendida posición en la vida. La implicación de eso es que la sociedad comprometida con la noción de mantener a la gente en la condición de ganado humano, o quizás de monos, no quieren publicitar la existencia de esos poderes mentales que ubican a los seres humanos aparte y por encima de las bestias. En la civilización europea desde la antigua Grecia, esta intención de mantener a un gran número de personas en la condición de ganado humano la expresa de forma sistemática el mentado “reduccionismo filosófico”, del modo que lo expresa la tradición de esos oponentes de los pitagóricos conocidos como los eleáticos, los sofistas y los euclidianos radicales, o los empiristas, positivistas y existencialistas filosóficos modernos tales como Nietzsche, el nazi Martin Heidegger, y sus copensadores Hannah Arendt, Theodor Adorno y Karl Jaspers.

El famoso Prometeo encadenado del dramaturgo griego Esquilo es típico de esto. Los perversos dioses del Olimpo de Zeus capturaron al inmortal Prometeo, lo encadenaron a una roca, y lo torturaron a perpetuidad, para inducirlo a declinar de su intención de darle el conocimiento de los principios físicos universales a esos seres humanos a los que Zeus pretende mantener en la condición de nada mejor que ganado humano deshumanizado. Este asunto, como lo plantea la imagen del Prometeo encadenado de Esquilo, ha demostrado ser el más importante de toda la historia de la civilización europea, al menos desde la fundación de esa civilización en la antigua Grecia.

Es el asunto del derecho de la persona individual a descubrir y conocer principios físicos universales comprobables de forma experimental, y a aplicar estos principios de conocimiento para cambiar las relaciones del hombre con la naturaleza en formas que aumenten la densidad relativa potencial de población de la especie humana. Es, en otras palabras, el derecho a conocer y practicar esa verdad que el satánico olímpico de Zeus y su oligarquía odian con el más feroz encono. Es el derecho de la humanidad a gozar de las bendiciones del progreso, el derecho a mejorar la condición del individuo humano en el sentido más amplio y profundo del término. Es la noción de ágape planteada por el Sócrates de Platón, en oposición a los personajes históricamente definidos de Glaucón y Trasímaco, en La república de Platón.

La trasmisión del conocimiento de principios físicos universales definibles, de una persona a otra, y de una generación a la siguiente, es la expresión de un carácter inmortal de la función que tiene el individuo mortal en la sociedad. Como insiste Platón, y del modo que el apóstol cristiano Pablo lo subraya en su Corintios I:13, este principio de ágape, así concebido, representa el mayor rango de ley moral o de otra clase en cuanto a la conducta humana. La expresión de Jesucristo del amor del Creador por la humanidad, en tanto ágape, es la esencia del principio de la ley natural en la práctica de la civilización. Así, Leibniz, al repudiar el mal intrínseco de John Locke, colocó el ágape, en tanto el principio de la búsqueda de la felicidad, por encima de cualquier otra ley. De modo que el principio constitucional central, y declaración de intención de la Declaración de Independencia de los EU de 1776, definió la noción de Leibniz de la búsqueda de la felicidad como el principio supremo de nuestro derecho constitucional.

Debe entenderse que el término “satánico” está controlado en su significado práctico al expresar de una forma depravada de práctica de la negación de la semejanza que la persona individual tiene con el Creador. La vida de cada persona es, por tanto, sagrada. La conducta de hombre–bestia de los carceleros en las prisiones controladas por los EU en Iraq, es un ejemplo de gente, de esos carceleros, semejantes a los guardias de los campos de concentración nazis, carceleros autodegradados a la semejanza de bestias depredadoras inhumanas. De forma parecida, la difundida pretensión de interpretar la Constitución federal de los EU como un cuerpo de “ley contractual”, en especial entre esos lisiados mentales de la pesada tradición de la Confederación estadounidense, tales como el magistrado “positivista radical de diccionario” Antonin Scalia, es una expresión de esa cualidad de lo “satánico”, de la degradación de los seres humanos a la condición de propiedad (por ejemplo, el “interés del accionista”). El tratamiento de cualquier ser humano como objeto del “valor del accionista” (léase, propiedad lockeana), del modo que la actual práctica de la derogación de 1973 de la ley Hill–Burton por las “reformas” de las organizaciones de administración de la salud (HMO), es por tanto un modo implícitamente satánico de conducta. Esta cualidad satánica es el rasgo característico de celebridades perversas de la Sociedad Fabiana británica como H.G. Wells, Bertrand Russell, su compinche Aleister Crowley, y sus aprendices de brujo Aldous y Julian Huxley. La contaminación de los EU por las influencias pertinentes de Wells, Russell y compañía ha devenido en la expresión de una influencia satánica en la conducta intelectual y de otras suertes en los EU.

En estas cuestiones de ley natural, no es la ley como tal lo que es decisivo para el derecho. Los decisivo es la intención expresa subyacente de la ley. Con este fin, tenemos que definir “intención” del modo que Kepler definió la intención del Creador expresada en ese principio universal de la gravitación (su principio, no el del empirista Galileo), el cual gobierna la composición del sistema solar. Ignorar la intención por la cual ha de juzgarse una ley es, en cierta medida, exculpatorio, como en el caso de una persona carente de las facultades o de la voluntad de conocimiento para distinguir entre lo bueno y lo malo. En la conducta humana, es la intención que una persona le asigna al propósito de su vida lo que tiene una importancia decisiva en la forma en que la sociedad tiene que juzgar el grado de culpabilidad real en una trasgresión de los principios de la ley natural, y la forma de remediarla.

Esto lo ilustra el reconocimiento del descubrimiento validados mediante experimento de cualquier principio físico universal, tal como el descubrimiento único y original de Kepler del principio de la gravitación, en tanto una expresión de la intención del Creador. Así, tenemos que tratar de difundir tales formas de progreso científico, como el descubrimiento de la intención del Creador, y tenemos que considerarnos como obligados en términos morales y constitucionales por la intención de perseguir ese curso, y hacer cumplir las implicaciones de tales descubrimientos de forma tan eficaz como sea posible.

Esta distinción queda más clara en su naturaleza e importancia cuando consideramos a esas personas descarriadas que rehusan reconocer en la Declaración de Independencia de 1776 y en el preámbulo de la Constitución federal de los EU las intenciones a hacer valer, a las cuales toda interpretación de cualquier otro aspecto de esa Constitución, sus reformas o sus leyes federales deben sujetarse. Cualquier ley positiva, cualquier contrato que contravenga esas intenciones, tal como la perversa interpretación de Scalia del “valor del accionista”, tiene que anularse, tanto en términos axiomáticos como de forma retroactiva. O, un contrato negociado por las partes pertinentes de aparente buena fe, tiene que anularse en esos aspectos que pueda resultar entren en conflicto con la ley natural.

Por ejemplo, en la historia de los EU, y de otras naciones, el hecho de que una persona haya sido propiedad (es decir, esclava) por predeterminación, o por nacimiento, lo trató esa doctrina pro esclavista de John Locke que el lenguaje y la intención de la Declaración de Independencia de los EU repudiaron. De forma parecida, como en el caso de esas deudas actuales que les fueron impuestas de forma arbitraria a las naciones de América del Sur y Central conforme a las reglas recién impuestas de un sistema monetario de tipos de cambio flotantes posterior a 1971, en vez de que el deudor hubiera incurrido en ellas por su voluntad, se anulan de forma adecuada bajo cualquier régimen judicial coherente con la ley natural. No hay santidad de suyo evidente que exista en contrato alguno como tal, excepto en tanto no haya una trasgresión de la ley natural en los términos pertinentes en cuestión.

Una verdadera constitución nacional, tal como nuestra Declaración de Independencia, y en los términos del preámbulo de nuestra Constitución federal, deriva su autoridad de sus declaraciones de intención que son equiparables a la noción de la necesidad que el derecho humano sea congruente con los mismos principios de la intención conocible atribuidos a la ley del Creador. A este respecto, la humanidad tiene que hacerse responsable, y a sus naciones, de llevar el derecho nacional de los Estados soberanos por los canales de los efectos buscados, que sean congruentes con la misma noción de intención bien atribuible a las nociones de las leyes físicas universales.

En todas estas cuestiones y en otras relacionadas, el derecho prometeico del individuo humano y de la sociedad a participar de los beneficios del progreso científico y tecnológico tiene que hacerse valer como un asunto de ley natural. Este principio de ley del estadismo tiene que verse desde la perspectiva de la distinción absoluta entre el hombre y el simio (si rechazas el progreso científico y tecnológico, como hicieron los luditas, entonces puedes solicitar, bajo la ley, que te den la condición de simio. Un juez ocurrente quizá te conceda gustoso tu petición). La naturaleza del hombre radica en su semejanza con el Creador del universo en cuanto a ese poder que tiene de descubrir y emplear principios físicos universales, es una cualidad de la naturaleza humana que sólo comparte con el Creador, y cualquier supresión de ese derecho, por Zeus o por cualquier otra fuerza, es satánica por su implicación.

La implicación es que la única sociedad justa es la que fomenta el progreso científico y tecnológico, cambiando tanto la naturaleza como la práctica del hombre a este respecto. En el lenguaje de una ciencia de la economía física, esto significa el desarrollo y aplicación de la práctica conocible al efecto de aumentar la expresión física de la densidad relativa potencial de población de la especie humana, per cápita y por kilómetro cuadrado. Por tanto, las nociones relacionadas de crecimiento económico y de rentabilidad física están restringidas a las mediciones hechas en términos físicos, en vez —y seguido en contra— de los términos monetarios de la contabilidad financiera. El intento de encadenar la práctica física de una sociedad a la oficina de contabilidad, es decir, a la usura, es implícitamente una forma de satanismo, y a menudo ha demostrado ser justo eso en muchos casos de dicha práctica. La única ganancia verdadera es la que representa un aumento del bien para la humanidad en tanto criatura hecha a semejanza del Creador.

La consideración más esencial, por tanto, es la necesidad de promover el desarrollo de esas facultades mentales del individuo que generan cambios revolucionarios en la práctica, a fin de incrementar la productividad física neta de la sociedad, per cápita y por kilómetro cuadrado.

Por ejemplo, el aumento más grande de las facultades productivas del trabajo, per cápita y por kilómetro cuadrado, la echó a andar el establecimiento de la forma moderna de Estado nacional soberano por el Renacimiento del siglo 15, cuyos principios están prescritos en documentos tales como Concordantia cathólica y De docta ignorantia de Cusa. Fue el logro de más naciones, como la India y China, de adoptar formas modernas de soberanía al ganarse su derecho a manejar sus asuntos de una manera informada por los logros de la forma europea del Estado nacional soberano moderno, que ha hecho posible lo que se ha ganado ya, en tanto ecos de las políticas anticolonialistas de la Presidencia estadounidense de Franklin D. Roosevelt, y los mayores avances previsibles en la condición humana entre tales pueblos renovando la intención de ese presidente hoy. Ésta es la política que hoy nos ofrece, no sólo una vía de escape de la amenaza de la nueva Era de Tinieblas planetaria que desciende ahora sobre el mundo, sino una visión más brillante del futuro de toda la humanidad.

El perverso legado de Shelburne hoy

Fue mediante la mecánica de la orquestación de la Compañía de las Indias Orientales británica de la llamada “guerra de los Siete Años” en Europa continental, que esa Compañía distrajo lo bastante la atención de Francia del mundo en general, al conflicto continental, y que la Compañía británica, callada la boca, tomó control de lo que hoy conocemos como Canadá, India y otras regiones pertinentes. Así, el Tratado de París, que reconoció este resultado como ley, estableció a la Compañía de las Indias Orientales británica (en vez de a la monarquía británica como tal) como, de hecho, un imperio global nominalmente británico.

Lo que conocemos hasta nuestros días como la función que tiene el Banco de Inglaterra en tanto la piedra angular de un mentado “sistema de banca central independiente”, ha sido el rasgo dominante del desarrollo de largo plazo de la historia tanto del Reino Unido como de Europa Continental, hasta la fecha. Este sistema era conocido, en ese siglo, como el sistema del “partido veneciano”. El concierto, como el de un moho baboso, de los intereses financieros oligárquicos que habían ejercido el poder imperial de facto con la alianza medieval entre Venecia y la nobleza de los caballeros normandos, había, por así decirlo, reencarnado ella misma, desde fines del siglo 17, como una nueva oligarquía financiera “veneciana” de eje angloholandés, con sede en las regiones marítimas de la Europa septentrional protestante. En términos intelectuales, las potencias imperiales del imperio de la Compañía hablaban holandés, inglés, etc., pero pensaban como venecianos, del modo que Francesco Zorzi (alias Giorgi), Giovanni Botero, Paolo Sarpi, Galileo Galilei, Antonio Conti, Voltaire y Giammaria Ortes les habían enseñado.

En este ambiente, lord Shelburne emergió como la naciente figura de influencia francamente diabólica dentro de esa Compañía. Shelburne y su círculo de lacayos personales, tales como Adam Smith, Edward Gibbon y el satánico consumado Jeremías Bentham, desempeñaron funciones decisivas como agentes de Shelburne en precisar las reglas básicas previstas para la consolidación del imperio de la Compañía en tanto sucesora permanente del difunto Imperio Romano.

La función y las reglas de Shelburne así definidas, fijaron las características dominantes de los pautas que seguía la Europa dominada por el conflicto mundial, el cual ha determinado, de forma predominante, el curso del flujo general de la historia del mundo, de entonces al presente.

Las preocupaciones de Shelburne y su círculo eran los peligros potenciales internos y externos que encaraba la perpetuidad eterna de ese imperio. La principal amenaza externa que temían era el impacto de la Revolución Americana como un modelo que podría infectar a Europa. Por otra parte, continuaron la política probada de la guerra de los Siete Años, una política de mantener a las naciones de Europa más o menos una contra otra, como una forma de evitar el surgimiento de una potencia con sede en Europa continental que pudiera derrocar el poder imperial representado por el Banco de Inglaterra. En este último marco de referencia, la preocupación inmediata de los círculos de Shelburne era destruir el poderío de los aliados de los EU del período de 1776–1783, la España de Carlos III y la Francia de Luis XI, en particular el poder económico representado por la tradición colbertista que seguía viva en Francia.

La victoria del presidente Abraham Lincoln sobre los agentes de lord Palmerston, los insurrectos esclavistas de los Estados Confederados de América, devino en la principal amenaza a la continuación de esa hegemonía del Imperio Británico en el planeta. No sólo los victoriosos EU emergieron como un Estado nacional y una potencia continental que los métodos de ataques externos y subversión interna que Gran Bretaña había usado hasta entonces ya no podrían aplastar. El éxito sorprendente del modelo económico estadounidense en el intervalo de 1861–76, impulsaba a las principales potencias tales como la Rusia de Alejandro II, la Alemania de Bismarck y otras, incluso a Japón, durante y después de fines de los 1870, a adoptar las características principales del Sistema Americano de economía política de Hamilton, Carey y List, como la alternativa preferida al sistema británico.

El resultado fue un acento generalizado de las influencias pro británicas en subvertir al Partido Republicano, además de usar a sus agentes ya dispuestos dentro del Partido Demócrata, de una tradición favorable a la esclavitud. Entre tanto, ese príncipe de Gales y luego emperador, el rey Eduardo VII, conspiró para iniciar lo que llamamos la Primera Guerra Mundial, que llevó a conspirar en planificar lo que devino en la subsiguiente Segunda Guerra Mundial, a través de los compañeros de viaje británicos de la internacional sinarquista con sede en el continente.

En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, la intención principal de perpetuar el imperio en el mundo de la posguerra la brindaron los círculos de H.G. Wells y Bertrand Russell, como en la alabanza pública de Russell a La conspiración abierta de Wells de 1928, y en la participación decisiva de Russell en organizar la introducción de la guerra con armas de fisión nuclear como el instrumento para establecer una forma de imperialismo llamado “gobierno mundial” entonces, y “globalización” ahora. Éstas son las formas actuales de la continuación propuesta de la perspectiva imperial desarrollada bajo la dirección de Shelburne. La doctrina de una “guerra perpetua”, en la forma de una “guerra preventiva con armas nucleares”, del confederado del primer ministro británico Tony Blair, el vicepresidente Dick Cheney, es la expresión actual de la política imperial establecida por Wells y Russell.

En todo el período de la posguerra hasta la fecha, el “Congreso Sexual a Favor del Fascismo Cultural” ha complementado el desarrollo de las armas de fisión y de fusión nuclear, en tanto una característica integral de la misma intención imperial de arrancar de cuajo y exterminar la institución del Estado nacional soberano. La función asignada a ese “Congreso Sexual a Favor del Fascismo Cultural” asociado con el proyecto de la CIA ligado a la revista Commentary y otras, han sido la de destruir de raíz la institución del Estado nacional soberano de los EU, y su dedicación al Sistema Americano de economía política asociado con la fundación constitucional de la república estadounidense, y con el ascenso de los EU a la condición de potencia mundial de largo plazo con los presidentes Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt.

La corrupción de los EUA posteriores a Lincoln en semejantes direcciones tuvo como premisa una alianza política entre la oligarquía financiera con sede Manhattan y aliada con Londres, y las reliquias de la Confederación esclavista. El conflicto legendario entre los republicanos de las variedades de Nueva York y Ohio es típico de eso. La toma de los EUA a este respecto la lograron con ayuda del asesinato del presidente William McKinley, y del dominio en las tres décadas siguientes de la vida de los EU del impacto que tuvieron dos presidentes con la tradición de la Confederación bien metida, Teodoro Roosevelt y el entusiasta del Ku Klux Klan, Woodrow Wilson. Fue bajo la influencia de esta combinación reunida alrededor de los espectáculos de Teddy y Woody, que los orígenes de la participación de los EU en el Tratado de Versalles después de la Primera Guerra Mundial, y el inicio de lo que se convirtió en el “Congreso Sexual a Favor del Fascismo Cultural”, cobraron forma.

Mirando en retrospectiva la historia de los EU desde la muerte de Franklin Roosevelt, podemos apreciar por qué ciertos socios anglófonos transatlánticos vinieron a apoyar a Wells y Russell en poner tal acento en los esfuerzos por arrancar de cuajo y destruir el compromiso tradicional de los EU con los beneficios del progreso científico y tecnológico, en el desarrollo de la infraestructura económica básica y los modos de producción agrícola e industrial y del empleo. Para derrotar a los EUA, el imperialista tiene que arrancar el compromiso estadounidense con las bondades del progreso científico y tecnológico al americano, del modo que este proceso de extracción ha estado a toda marcha en las últimas cuatro décadas.

Esta pauta de cambio de la perspectiva estratégica británica desde los acontecimientos de 1861–76 en los EUA, la marca el surgimiento de los círculos de Thomas Huxley, y de los círculos relacionados de George Bernard Shaw y otras luminarias de la historia de la Sociedad Fabiana. El Zauberlehrling personal de Huxley, H.G. Wells, una figura clave en los preparativos para la Primera Guerra Mundial, es típico de esto. La reconciliación de Wells y Bertrand Russell en torno a una intención malvada en común luego de la Primera Guerra Mundial, expresa esto en la vida continua del mundo de la posguerra del que hace mucho salieron los Well y los Russell.

La conducción de Roosevelt en la recuperación económica de los EU, y el papel que tuvieron los EU con él en la guerra, demostraron que las intentonas previas de subvertir a los EU habían fallado, y habían fallado porque las intentonas anteriores por aplastar el carácter patriótico estadounidense no lograron desarraigarlo. Esta vez, decidieron que lo arrancarían de raíz. El proyecto del Congreso a Favor de la Libertad Cultural, y su muy relacionada “Escuela de Fráncfort”, al igual que la Sociedad Fabiana, son típicos de los modos subversivos empleados a este último propósito.

El síndrome de la ‘nueva Era de Tinieblas’

En términos relativos, aquellos que, como los cabecillas Cheney y Tony Blair, han llegado a posiciones clave del poderío angloamericano, no son notables por sus calidades de inteligencia, ni siquiera de cordura. Su tonto principal, el pobre presidente George W. Bush, sería digno de compasión por ser una pobre persona patética de intelecto menos que pobre, si no mostrara una vileza tan infame acerca de todo esto. Aun si conquistaran el mundo, del modo que han conspirado para conquistar y saquear a Iraq, fallarían más o menos tal como observadores profesionales inteligentes de los EU y de todas partes en la actualidad advirtieron las lecciones a aprender de la guerra asimétrica continua en Iraq. Su éxito, de alcanzarlo, no significaría sino el desplome de todo el planeta en una nueva Era de Tinieblas prolongada para la humanidad, en la cual los niveles de la población mundial caerían hacia algo mucho menor que mil millones de almas miserables, quizás muchísimo menos aun. Estos aspirantes a tirano harían vomitar a Genghis Khan de repugnancia por la triste calidad de monstruos, tales como esos que el mundo puede producir hoy. Éstos no son dirigentes verdaderos, ni siquiera unos malvados; éstos son una especie de moho baboso demencial.

No hay victoria para los EUA, la Gran Bretaña o nadie más en una continuación de su actual reinado combinado sobre gran parte de la toma de decisiones en el mundo. Esos gobiernos en funciones son deficientes y catástrofes desde el principio. El asunto es si elegiremos mandar o no a nuestra posteridad al infierno junto con ellos.

No hay nada particularmente exótico en prever una nueva Era de Tinieblas a consecuencia de fallar en deshacernos de lo que Cheney y Blair hoy representan. La distinción del individuo humano de las bestias reside en el desarrollo de esas facultades cognoscitivas del individuo de las que brotan las facultades científicas y artísticas clásicas de la composición. En otros tiempos, cuando la mayoría de los hombres y mujeres estaban sujetos a una existencia más o menos brutal como virtual ganado humano, unos relativamente pocos individuos escapaban de esa demencia prevaleciente, para convertirse en las personalidades creativas que proveían la base potencial del progreso, aun en medio de las malas condiciones para la sociedad en su conjunto. Lo que el “Congreso Sexual a Favor del Fascismo Cultural” ha pretendido hacer y, en gran medida, ya ha hecho, es erradicar incluso esos arreglos institucionales relativamente limitados que generaban a algunos individuos creativos en número suficiente para mantener a la sociedad en un estado manejable de progreso más o menos continuo. El intento de los bodrios de Commentary y los de su ralea, de idear un programa perfecto para evitar el resurgimiento del progreso científico y cultural generalizado, ha tenido demasiado éxito. La continuación de la forma propuesta de imperialismo, llamado de forma eufemística “globalización”, significaría la extirpación virtual de cualquier capacidad institucionalizada restante de organizar una recuperación de la densidad relativa potencial de población de la humanidad, hasta que el tiempo del actual sistema de gobierno hubiera acabado por efecto de su propia mano.

A lo largo de la historia de la civilización europea, los enfoques relativamente eficaces usados para bestializar al menos a gran parte de la población humana, siempre han cobrado formas que convergen en un método formal de pensamiento y discusión llamado reduccionismo. Un ejemplo de esto es la introducción de derivados de lo que conocemos como geometría euclidiana hoy, una noción dañada de geometría que fue introducida para eliminar el método de descubrimiento científico asociado con Tales, los pitagóricos y Platón, el método asociado con la “esférica”. Todas las formas eficaces de corrupción sistémica premeditada del potencial de la mente humana europea para el pensamiento científico, han adoptado la táctica de la geometría euclidiana como modelo de la referencia. Esta táctica ocurre, en varias épocas y lugares, de un modo más o menos radical, pero el principio subyacente es el mismo fraude introducido en la forma de lo que conocemos como geometría euclidiana, para remplazar la “esférica”.

Mientras que en las nociones clásicas preeuclidianas de la ciencia, la forma de geometría asociada con los pitagóricos, al igual que con Platón y, por ejemplo, con Kepler y Bernhard Riemann después, no era geometría abstracta, sino más bien una geometría física, un concepto de geometría física defendido de forma implícita por el Carl Gauss de 1799 en contra de la prestidigitación reduccionista de D’Alembert, Euler y Lagrange, una defensa luego desarrollada en la perspectiva del dominio complejo que brindó Riemann.

Sin embargo, la esencia del truco sucio copiado que Euler, Lagrange y demás copiaron era adoptar la excrescencia de la geometría euclidiana conocida como el modelo cartesiano, un modelo abstracto a priori del espacio, el tiempo, y la materia, basado en el conjunto de definiciones, axiomas y postulados sin comprobar, pero afirmados de forma arbitraria, de un libro de texto de geometría euclidiana, o de una forma similar. De esta manera, al excluir la forma en la cual los principios físicos universales descubribles están expresados en las formas del dominio complejo, la realidad de la existencia de principios físicos fundamentales la sustituye una aproximación matemática lineal. Así, el acto esencial del descubrimiento, y la calidad relacionada de la prueba física de principio, está prohibido en el aula y el libro de texto típicos. De este modo, la noción verdadera del acto de descubrimiento de un principio físico universal está más o menos proscrita del conocimiento de incluso las capas dizque muy educadas de la población.

¡El mismo crimen lo comete Thomas Hobbes, el perverso pupilo del taimado plagiario Galileo, quien proscribe del discurso la ironía clásica y la función relacionada del subjuntivo! Paso a explicar este asunto crítico.

En la comunicación oral, en especial en la poesía y el drama clásicos, el público encara conceptos de principio para los cuales no existía antes un nombre en su vocabulario conocido. Estos conceptos antes desconocidos son la materia del tema central de cualquier forma clásica de drama o poesía. El puente que tiende el inventar e impartir el nombre al concepto antes desconocido, es la ironía clásica. La ironía clásica aprovecha la generación de una paradoja (es decir, la “ambigüedad”), por medio de la cual la mente del oyente se ve desafiada a hacer un descubrimiento de una clase comparable a un descubrimiento experimental en la ciencia física, tal como el descubrimiento de Kepler de un principio de gravitación universal. La mente del miembro del público es motivada e inducida a descubrir la nueva idea necesaria al desafiarla la paradoja creada por el autor y el intérprete. El reconocimiento de esa paradoja deviene ahora en el nombre pronunciable de la idea recién descubierta, tal como seguido el nombre de un descubridor original va unido a la noción del descubrimiento pertinente en tanto objeto cognoscible de la comunicación. El reproducir el proceso de descubrimiento del objeto mental llamado principio del modo experimentado por el descubridor original supuesto, se convierte en la experiencia que el estudiante tiene que revivir para hacer suyo el mismo objeto mental (Geistesmasse) unificado. De modo que la idea entra al vocabulario a través de los mecanismos de la ironía clásica, tal como el descubrimiento de un principio físico universal, y el reconocimiento de ese principio en tanto objeto mental definido, provienen del trabajo y de la enseñanza de la ciencia física.

Un principio descubierto no es una afirmación matemática mediante la cual construimos una idea de principio. Un principio descubierto es un principio físico que existe fuera de las matemáticas conocidas. Es un objeto mental integral e indivisible. Las matemáticas que pueden asociarse de forma apropiada con la expresión de ese principio, no son el principio mismo, sino más bien el rastro que van dejando con su movimiento. Uno no deriva un principio usando las matemáticas, uno deriva una nueva matemática, como Riemann prescribe esto, mediante el descubrimiento de una forma de objeto mental conocida como un principio universal físico, un principio cuya trayectoria puede ubicarse en unas matemáticas recién reformuladas y enriquecidas.

La degradación de la educación y de la comunicación a sistemas de derivación deductiva–inductiva a partir de definiciones, axiomas, y postulados dizque de suyo evidentes es la manera más eficaz de convertir a poblaciones dizque bien educadas en un grupo de personas ignorantes y hostiles al pensamiento humano de veras creativo. La gente así brutalizada, es como la gente a la que Zeus le negó los esfuerzos de Prometeo por educarlos en sus facultades naturales de pensamiento creativo. Así, aun los estratos educados de la sociedad son inducidos a degradarse a sí mismos en una semejanza de su comportamiento mental al del ganado humano.

En la antigua Grecia, semejantes métodos de lavado cerebral reduccionista eran conocidos como obra de la clase efectuada por la escuela eleática y, después, de los sofistas cuyo modo de pensar llevó a Atenas a la destrucción en el transcurso de la guerra del Peloponeso.

Lo que está haciéndosele a la población estadounidense hoy con los programas más radicales del “Congreso Sexual a Favor del Fascismo Cultural”, es una versión en extremo radical de la misma suerte de “estupidización” de toda una generación, que asociamos con los viejos sofistas de Atenas.

El efecto frecuente de tales prácticas de “estupidización” de masas de gente a la semejanza de un ganado humano, es una propensión a la propagación de sectas religiosas extremistas y otras, tales como los de los fanáticos religiosos derechistas de los EU hoy. Por ejemplo, el uso de los métodos reduccionistas de la Ilustración del siglo 18 produjo las locuras relacionadas de fisiócratas tales como François Quesnay y Adam Smith. La noción de Quesnay del “laissez faire” estuvo basada en la insistencia de que la ganancia de la propiedad no la producía la actividad del ganado humano, llamados siervos, sino los poderes mágicos del título del terrateniente en relación a su “valor del accionista”. Esta locura en particular, como la defendían Quesnay y Turgot, la plagió el Adam Smith de Shelburne como “la mano invisible”; la mano que Cheney y sus compinches metieron en tu bolsillo, por ejemplo. En tales casos, las alternativas arbitrarias de los racimos de palabras que “he elegido creer”, no importa que tan arbitrarios o caprichosos sean, devinieron en un sustituto de la verdad. El resultado es una forma de demencia generalizada que nos recuerda cómo se vomitó a los flagelantes en la Nueva Era de Tinieblas del siglo 14.

Los verdaderos conceptos del cristianismo son bien conocidos, más allá de toda duda, no sólo a partir de la lectura, sino de revivir la experiencia histórica específica del Nuevo Testamento contra el telón de fondo de la influencia platónica que empapa a los estratos educados, tales como el del apóstol Pablo, como también el de Filón de Alejandría, de la cultura helenística de ese tiempo. Así, J.S. Bach compuso su Pasión según San Mateo y su Pasión según San Juan, de modo que las congregaciones pudieron revivir esa experiencia histórica específica en una ocasión apropiada. El hecho de que Cristo fue sacrificado por la autoridad romana que ocupaba Judea entonces, al igual que los seguidores de Cristo, tales como muchos de su apóstoles que actuaron en imitación de Cristo, como Juana de Arco y el reverendo Martin Luther King, representa el núcleo de la fe en el cristianismo en tanto una doctrina del amor del Creador por una humanidad que ese Creador considera redimible, porque es la criatura más noble de su Creación, una criatura hecha a Su Propia semejanza. El cristianismo es una fe basada, no en las cualidades satánicas de odio que expresa un gran inquisidor o un “fundamentalista” de John Crowe Ransom, sino en la forma del amor por la humanidad que el Sócrates de Platón identifica como ágape.

Por el contrario, la atronadora cacofonía de odio que vomita ahora la unión indecente de pseudocatólicos guerreristas y neoflagelantes protestantes, como los desvaríos antisemíticos del gran inquisidor Tomás de Torquemada, no tiene nada que ver con el cristianismo, pero sí mucho con la depravación más o menos satánica que ha aumentado bastante en profundidad y alcance por la propagación de la irracionalidad virulenta fomentada por el tránsito de la cultura de las Américas, y de todas partes, en los últimos 40 años.

Así, en vista de los efectos ya destruidos por el régimen dirigido por el vicepresidente y “verdadero creyente” Cheney, ninguna persona cuerda podría proponer de forma honesta y con sinceridad que el programa que hemos denunciado aquí es poco menos perverso que literalmente satánico.

El único remedio es llevar a las principales instituciones responsables de las tendencias recientes en la política a tan sólo “¡rendirse!” Tarde o temprano, por supuesto, vendrá un Renacimiento, como ocurrió tras la Nueva Era de Tinieblas que Venecia y sus aliados normandos le regalaron a la Europa del siglo 14. La naturaleza humana es divina en ese sentido; sin que la supriman, puesto que el hombre es bueno por naturaleza, la humanidad buscará reconciliarse con su Creador. A ese respecto, a la larga Satanás no puede triunfar. Precisamente el resultado contrario es inevitable en última instancia, porque es la naturaleza del hombre obrar para producir eso.

Lo que quiero decir es, por tanto, que la nueva Era de Tinieblas que arremete no es tan inevitable como los pobres comentadores de cerebro debilitado sospechan. No es inevitable, si elegimos evitar que suceda.

Hemos llegado a un momento del desarrollo de la humanidad, en el cual el principio del Tratado de Westfalia de 1648 tiene que aplicarse de forma congruente al efecto de establecer un orden mundial bajo la premisa de crear una comunidad de Estados nacionales republicanos perfectamente soberanos, todos y cada uno comprometidos con el principio rector de “la ventaja del otro.” Nosotros, de los EUA, tenemos que recomendar de todo corazón este cambio a nuestros vecinos del Reino Unido, por ejemplo: “¡Ríndanse! Le han dedicado demasiado tiempo a eso. ¡Miren a donde nos han llevado ahora! El imperio de cualquier clase, de quienquiera, es una expresión de la más mortal de las enfermedades morales infantiles de la humanidad”. El interés propio esencial de cualquier persona, y de cualquier nación, no es lo que recibe de la vida, sino que su talento desarrollado le da a la humanidad en su conjunto. Todos y cada uno nacemos, y de seguro moriremos, tarde o temprano. Seamos sabios de conformidad. En cualquier caso, no esperemos conservar lo que muere con nosotros, sino el tesoro que nos sobrevive, en especial aquel que ha cobrado existencia porque hemos vivido.

Una persona maravillosa, Getrude Pitzinger, una de las grandes cantantes del siglo pasado, quien se hizo nuestra amiga una década antes, nos recibió a mi esposa y a mí, a su hermano, y a un amigo, para pasar algunas horas juntos, en algún momento poco antes de que muriera. Ella organizó esas horas a tal efecto, así que le pidió a mi esposa Helga, quien es conocida en Alemania como una persona de un conocimiento excepcionalmente apropiado de los clásicos alemanes, que fuera a la biblioteca de nuestra anfitriona a sacar un libro que contenía un poema que Frau Pitzinger quería que Helga recitara. Entonces, Frau Pitzinger escogería una de sus propias ejecuciones grabadas de una musicalización de ese poema. Al tiempo que las horas de esa reunión llegaban a su fin, frau Pitzinger exclamó con una especie de satisfacción especial: “He vivido para cantar estas canciones”. Ella murió poco después.

Una gran artista, nacida en el ambiente simple de Olomouc —lugar donde una vez encarcelaron a Lafayette como un favor a los británicos—, con un talento extraordinario, y familiarizada con los más grandes ejecutantes artísticos de su tiempo, podía resumir su vida con felicidad: He vivido para dar estas cosas. Su ejecución de las Cuatro canciones serias de Brahms y del Frauenliebe de Schumann está entre nuestros recuerdos excepcionales de ella. Ella fue, como concuerdan Schiller y mi esposa, y yo también, un alma bella que dio mucho, mucho más de lo que recibió, como cada patriota que es también un ciudadano del mundo debería hacer.

Eso, en resumidas cuentas, es la clase de situación mundial que deberíamos estar contentos de construir. Es hora de que un nuevo Presidente de los EU, que tenga una dedicación profunda a tales cosas, dé un paso adelante como el eje de agrupamiento para un mundo que, por ahora, debe estar más que cansado de la experiencia de la insensatez que he señalado aquí. Reunamos a los pueblos soberanos del mundo para emprender la clase de actos de colaboración que no avergonzarían a un presidente Franklin D. Roosevelt. Ofrezcamos algo bueno y oportuno a la humanidad venidera, antes de que, en nuestro turno, dejemos este mundo.

—Traducción de Manuel Hidalgo.

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[1] También conocida por los servicios de inteligencia militar de los EU del período de la Segunda Guerra Mundial como “sinarquista nazicomunista”, una red que incluía entonces las listas de agentes sinarquistas notables tales como De Menil de Houston, Soustelle de México, y al maestro de Soustelle, Paul Rivet, en Ayacucho, Perú. Esto también era conocido por la inteligencia de los EU en Francia como la conspiración del Banque Worms. Las operaciones posteriores de Soustelle, incluyendo los ataques contra el presidente Charles de Gaulle de Francia desde bases en la España fascista de Franco, son típicas de esto.

[2] El derrumbe del Partido Federalista de los EU fue, en lo más inmediato, resultado de la equivocación del Gobierno del presidente John Adams en ser tomado por una pieza de propaganda fraudulenta, Las raíces de la conspiración, de sir John Robison, redactada y circulada en los EU por la controladora del Terror francés, el Ministerio de Relaciones Exteriores británico de Jeremías Bentham. El asunto de la Ley de Extranjeros y Sedición, como lo planteó la circulación del fraude de Robison, es típico de esa necedad, de la tolerancia del presidente Adams a las necias y continuas diatribas de su esposa, Abigail Adams, contra el líder más lúcido de los EU entonces, Alexander Hamilton, caracterizando el estado de confusión que llevó a la destrucción autoinfligida a de los partidos Federal y Democrático–republicano.

[3] Por ejemplo, De docta ignorantia.

[4] Compara los usos coincidentes, pero diferentes, que hacen Herbart y Bernhard Riemann del término alemán Geistesmasse (es decir, “objeto mental”).

[5] Esta perspectiva subsume una noción que alo menos es tan vieja como la antigua cultura griega, de que el universo está compuesto por tres clasificaciones específicas interactuantes de principios físicos universales: lo inerte, lo vivo y lo cognoscitivo. Esta último, aunque es un universal existente, representa un poder único del individuo humano entre los individuos mortales de las especies vivas. Esta perspectiva clásica griega cobró su expresión moderna en el trabajo del gran biogeoquímico ruso Vladimir I. Vernadsky, y en sus definiciones de biosfera y noosfera. Es el descubrimiento y uso que hace el hombre de los principios físicos universales que se ajustan a la noción del hombre y la mujer hechos igualmente a imagen y semejanza del Creador, como dice en Génesis 1.

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