Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

De cualquier nuevo presidente de EU que de veras piense
Esos populistas necios que procurarían negociar un contrato hasta con Dios

Sábado 7 de marzo de 2004.

1.  Una enseñanza de la historia

Hace más de mil años la oligarquía financiera de Venecia, los clérigos de Cluny, promotores de la irracionalidad, los caballeros normandos y esa Matilde de Toscana, que fundó lo que devendría en la dinastía güelfa hegemónica en Europa, llegaron a un sucio acuerdo. Fue esta “coalición de los dispuestos” medieval la que produjo las cruzadas, la Inquisición y toda la maldad ultramontana afín contra la humanidad que caracterizó a la Europa medieval. Ese acuerdo perverso de entonces produjo los horrores que llevaron final y fatídicamente a esa gran “Nueva Era de Tinieblas” de la Europa del siglo 14, la cual, en cuestión de unas dos generaciones, borró una señalada mitad de las comunidades locales de Europa del mapa político y, según los estimados, redujo en un tercio la población.

Una catástrofe como ésa podría ocurrir de nuevo. De hecho, en estos momentos aunque, ojalá, todavía no es inevitable, sí es por lo menos un riesgo muy probable. Hoy esos necios arrogantes, tales como nuestra variedad contemporánea de los mentados “fundamentalistas religiosos de derecha”, esos mismos necios que depositarían su fe en la interpretación analfabeta de la Biblia de un Mel Gibson u otro fanático derechista, como si imaginaran que ésta fuere un contrato, acarrearían una nueva catástrofe mundial implícita y sistemática como ésa.

El Creador del universo no negocia contratos con los llamados “fundamentalistas”. El asesinato judicial de Jesucristo fue ordenado por el gobernador del satánico emperador romano Tiberio en la Judea ocupada, Poncio Pilatos, quien era la única autoridad facultada ahí por la ley de Roma imperial para ordenar una crucifixión pública. Jesús nunca asumió la misión de negociar un contrato con ningún pueblo, y con certeza no con la perversidad que representaban el Imperio Romano o sus emperadores; su misión más bien fue la de inspirar a toda la humanidad a redimirse a sí misma, a liberarse de los engaños mezquinos y otras necedades prevalecientes en el hombre antiguo y moderno, y en especial la de salvar a nuestros hijos, a nuestra posteridad.

Los apóstoles Pedro y Pablo fueron asesinados por medios judiciales en Italia por la autoridad imperial romana, del mismo modo y en razón de la misma acusación de esta autoridad imperial romana. Son los Mel Gibson y los de su ralea, como la figura del gran inquisidor en Los hermanos Karamazov de Fedor Dostoyevski, quienes hoy representan el remedo martinista–sinarquista de la antigua Roma imperial; quienes babean ante la imagen de la tortura y el asesinato de Jesucristo, asesinado por Roma como “el rey de los judíos”. Babean, como hizo Mel Gibson, en el espíritu del gran inquisidor Tomás de Torquemada, quien, cual caníbal, gozaba de la monstruosa tortura e inmolación de los cristianos y otros cuyo asesinato judicial él dirigió.

La Nueva Era de Tinieblas del siglo 14, causada porque Venecia asumió el legado de las políticas y prácticas imperiales romanas, también debilitó el poder de la coalición gobernante de intereses financieros medievales encabezada por Venecia. Venecia y sus usureros banqueros lombardos, como la casa florentina de los Bardi, debilitó así de forma temporal su propio poder al grado que otros pudieron emprender ese gran Renacimiento del siglo 15, el Renacimiento que produjo la civilización moderna con la fundación de la ciencia moderna, su restablecimiento de los principios clásicos de la razón, y la fundación del Estado nacional moderno basado en los principios constitucionales luego incorporados en la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, y en el preámbulo de nuestra Constitución federal.

Sin embargo, cuando en la segunda mitad del siglo 15 Venecia empezó a recuperar mucho de su antiguo poder —gracias a su éxito en orquestar la caída de Constantinopla—, usó éste para tratar de destruir la civilización europea moderna con una oleada de los efectos combinados de la perversidad satánica que fue la Inquisición, junto con una ola de guerras religiosas y relacionadas esparcidas por toda Europa en el intervalo de 1511–1648. No fue sino hasta 1648, cuando la España habsburga traficante de esclavos y otros pueblos llegan casi a autodestruirse por participar en esas jugarretas perversas, que una Europa dirigida por el cardenal Julio Mazarino de Francia negoció ese gran Tratado de Westfalia de 1648, de cuyos principios centrales ha dependido toda forma civilizada de la civilización europea, de entonces a la fecha.

Ahora bien, para entender la actual situación de amenaza a las instituciones y a la opinión popular del pueblo de EU, urge que consideremos el tema de este informe: la enseñanza que se desprende de ese período del siglo 16 cuando el títere de Venecia, la España de la Inquisición y los Habsburgo, llevaba a Europa de vuelta a lo que algunos historiadores modernos han clasificado, con mucho tino, como la “pequeña Nueva Era de Tinieblas” del intervalo de 1511–1648. Con este fin, estudia los casos de una serie de héroes destacados de ese siglo 16: Erasmo de Rótterdam, Tomás Moro de Inglaterra, François Rabelais de Francia, Miguel de Cervantes de España, y ese gran estudioso de la obra de Tomás Moro sobre la historia, William Shakespeare de Inglaterra. El rasgo más destacado y todavía duradero de la obra publicada de esos grandes intelectos de entonces, fue la atención que le prestaban a la locura y a sus locos.

Tenemos que aprender las lecciones para hoy que encierran los efectos de semejante locura en la historia de las civilizaciones pasadas.

Cuando los necios juegan a ser Dios hoy día

No culpes a los necios de Virginia, aunque esos tipos representan ejemplos clínicos pertinentes de la locura desenfrenada de nuestros tiempos.

Considera, querida Virginia, a esos populistas locales de variedades peligrosamente raras que has albergado, incluso a los lunáticos que uno encuentra entre los admiradores de azotadores sádicos de Cristo como el actor Mel Gibson y los de su ralea. Ésos son los infelices que encontramos entre los gnósticos fanáticos derechistas pro fascistas y contra el Papa que dicen ser católicos, y entre sus confederados más cercanos, y los igual de rabiosos derechistas llamados protestantes locos, al estilo de los agraristas de Nashville.

Para cumplir con mis responsabilidades ejemplares en tanto historiador y patriota, en cuanto a este aspecto la vida actual en Virginia, tengo que resumir los antecedentes de los recientes actos terroristas que golpearon a España (el bombazo al tren de Madrid del 11 de marzo de 2004—Ndr.).

Como he señalado en mi descripción del actual punto de inflexión en la historia mundial desde 1763, la gran lucha por la existencia continua de Estados Unidos de América ha llevado a nuestra república a un conflicto recurrente de modo perpetuo con las jugarretas que le hizo a este planeta ese imperio neorrománico de la Compañía de las Indias Orientales británica, encabezada entonces por el personaje más satánico del momento, lord Shelburne. El aspecto de esto que debe destacarse en el marco inmediato de este informe sobre el tema de la locura, es esa creación del Imperio Británico de una secta francmasónica de nuevo cuño en Francia, conocida entonces como los martinistas del admirador satánico del Torquemada de la Inquisición, Joseph de Maistre, esa red francmasónica de oligarcas financieros y sus sicarios, luego conocida como la internacional sinarquista, que desencadenó las tiranías fascistas de 1922–1945 sobre Europa continental.

En el período de esas tiranías fascistas, la sede del partido nazi en Berlín había usado a su instrumento, la España de Francisco Franco, para establecer una red sinarquista dirigida por los nazis entre los admiradores del emperador de México Maximiliano de Habsburgo, tales como la facción de los cristeros en México, y por toda América Central y del Sur. Hasta 1941 más o menos, los servicios de inteligencia militar de EU y otros relacionados, en esencia habían extirpado esta red nazi desde México hasta el sur, y habían descubierto a la oligarquía financiera que estaba detrás de la combinación de ese aliado de los nazis en la Francia de la guerra, el Banque Worms. Sin embargo, más o menos al momento de morir el presidente Franklin Roosevelt, la facción derechista pro sinarquista en el mando estadounidense —de la cual los hermanos Dulles y James Jesus Angleton son sólo típicos— dio un agudo giro derechista hacia una pretendida guerra contra la Unión Soviética. El viraje contra monseñor [Giovanni Battista] Montini del Vaticano, que continuó hasta su posterior elección como el papa Paulo VI, fue un reflejo de ese viraje pro nazi en las actividades de Dulles, Angleton y compañía, que siguió casi de forma instantánea a la muerte de Roosevelt.

A este fin, estos círculos derechistas angloamericanos adoptaron y protegieron a un núcleo del aparato de seguridad nazi, incluyendo al marido de la sobrina de Hjalmar Schacht, Otto “Caracortada” Skorzeny. A estos nazis, ahora asentados con eje en la España de Franco, los restablecieron en toda América Central y del Sur para abajo, así como al interior de lo que vino a ser el aparato secreto de seguridad de la OTAN. Ésta es la red que orquestó las operaciones terroristas y de narcotráfico de la llamada “estrategia de tensión” o el “Complot del Compás” por toda Europa en el intervalo de 1969–1980, y también, más tarde, por toda América Central y del Sur.

Esa facción sinarquista internacional, del viejo aparato nazi ligado a Franco, ha desatado contra España una forma de terrorismo como el de la “estrategia de tensión”, tomada de las páginas del bombazo contra la estación ferroviaria de Bolonia de 1980. Hay una organización lista, dirigida por la internacional sinarquista en Italia, Francia, España, y América Central y del Sur, una organización formada sobre la base del aparato de seguridad nazi, ahora desplegada contra muchos objetivos, pero que apunta sobre todo contra América, incluyendo el territorio de EU. Sólo un aficionado crédulo o los locos oficiales de costumbre, que son simples mentirosos, parecen creer que los bombazos de España fueron obra de la ETA o de al–Qáeda.[1]

La maquinación de La Pasión de Mel Gibson refleja su asociación directa y la de otros, con esas redes sinarquistas ligadas a España, que ahora tienen como base la diócesis de Arlington en Virginia, lo que es significativo.

Este afloramiento, que continúa al presente, de ese remanente hoy operacional del aparato de seguridad nazi, representa el principal enemigo asumido, tanto por mí como por ellos, de forma recíproca, desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Es un enemigo sinarquista, una reliquia de la ola de fascismo de 1922–1945, que más que nada ha estado detrás de la guerra contra mí que emana de regiones contaminadas del Departamento de Justicia de EU, del Washington Post de André Meyer, y del aspecto de [Charles] Manatt y [Don] Fowler del Comité Nacional Demócrata y otras partes, en los últimos treinta y tantos años.

En un ejemplo muy relacionado de estos nexos nazis y conexos de los anales de la Virginia contemporánea, el magistrado de la Corte Suprema de Justicia Antonin Scalia, quien ha estado asociado desde hace mucho con los locos más desalmados de esa calaña, con su satánica doctrina de “texto”, ya es residente de antiguo del bolsillo del “doctor Fausto” de Christopher Marlowe, también conocido como la caja de rapé del “señor Scratch” de The Devil and Daniel Webster (El diablo y Daniel Webster) de Stephen Vincent Benet. Scalia ya debería saber el sombrío destino que su alma ha elegido con su dogma del “texto” implícitamente pro Confederación esclavista. Semejantes locos, o demonios, que leen la Constitución federal de EU como si fuera un contrato sellado por una conspiración de populistas a espaldas de Dios, amenazan con destruir a cualquiera que sea lo bastante crédulo como para creer siquiera una palabra de lo que ellos mismos se escuchan decir.

El asunto es este: los principios que predeterminan las consecuencias de nuestros actos son universales. Son leyes del universo, que existen como tales leyes naturales, las escojamos o no. Por tanto, la humanidad no puede negociar un contrato comercial con Dios. El hombre tiene que descubrir las leyes contenidas en ese universo del cual somos parte, y usar nuestro descubrimiento de dichas leyes como poderes mediante los cuales mejoramos el universo conforme a la intención implícita de esas leyes descubiertas.

Ninguna otra criatura viviente puede efectuar un acto intencional como ése. Sólo la capacidad de descubrir un principio físico universal, y de mejorar nuestra conducta del modo que ese principio implica, como lo han hecho Platón, Kepler, Leibniz y otros, le permite a la humanidad, si está dispuesta a desempeñar la función que el primer capítulo del Génesis le asigna por igual al hombre y a la mujer. Pequeño mortal, no puedes regatear con el Creador del universo; cuando mucho, puedes encontrar tu sitio en ese universo, como demostró Platón, descubriendo y dominando las leyes ya empotradas ahí, como hicieron Kepler y Leibniz.

Eres el peor de los necios si crees que tu lectura dizque literal de alguna parte del texto de lo que consideras es un contrato escrito, transmitirá de forma mágica la intención del Creador a tu experiencia real, como ha alegado el magistrado de la Corte Suprema de Justicia de EU Antonin Scalia. El conocimiento de principios universales no puede aprenderse con la típica versión populista estadounidense actual de una “escuela de parloteo”. Tales son los sandios que procurarían entrar a un paraíso donde no habría que pagar alquiler, a través de obligar a sus pobres hijos a memorizar las respuestas vacuas y las “causas aisladas” que necesitarán para pasar un examen de opción múltiple diseñado por Diebold y calificado por computadora, dirigido por decreto del hombre al que los necios le achacan el chistoso mote de “presidente de la educación”: George W. Bush hijo.

Sin embargo, cuando descubrimos una ley del universo —del modo que he usado el ejemplo del ataque de Carl Gauss a los populistas en El teorema fundamental del álgebra de 1799 para los estudiantes hoy en edad universitaria y otros—, aumentamos nuestro poder en el universo; ahora nos hemos facultado para decidir invocar ese principio a voluntad, obteniendo así un grado de control sobre nuestras vidas que de otro modo no tendríamos.

La Declaración de Independencia de EU de 1776 y el preámbulo de su Constitución federal de 1787–1789, son expresiones de tales principios del universo descubiertos por la humanidad. Estos dos fundamentos constitucionales de nuestra república federal llevan implícitos cuatro de tales principios universales descubiertos. Estos cuatro aspectos de las leyes naturales universales son:

1) La búsqueda de la felicidad, según la define Godofredo Leibniz en escritos tales como su denuncia contra John Locke: Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano. Esa obra de Leibniz, en tanto que informó a los círculos del científico más destacado de nuestra joven nación, Benjamín Franklin, constituye el fundamento de la existencia de nuestra república, un principio del derecho natural que rechaza el principio común a Locke y a los Estados Confederados de América de lo que hoy llaman el “valor del accionista”.

2) La soberanía nacional de un pueblo, mediante su gobierno, sobre sí mismo y su territorio.

3) El fomento del bienestar general (es decir, del bien común, del ágape del Sócrates de Platón y del Corintios I:13 del apóstol Pablo), la obligación que hay que satisfacer para definir a un gobierno como legítimo.

4) El fomento de la posteridad, ausente lo cual un pueblo no actúa conforme a las leyes del universo.

En la práctica, el resto de nuestra Constitución y sus leyes deben interpretarse como un cometido a la intención de cumplir esas cuatro normas que parten del descubrimiento del derecho natural universal por el hombre. Así, todo nuestro derecho admisible yace dentro de los confines de esas prioridades constitucionales establecidas en la Declaración de Independencia de 1776 y en el preámbulo de la Constitución federal de 1787–1789. Todavía no hay ninguna otra nación que tenga una Constitución acotada de forma explícita por semejantes principios vivos del derecho natural como esos cuatro fundamentales.

Entonces, ¿por qué nuestra república ha abandonado esos principios probados de los que ha dependido toda la grandeza jamás alcanzada por nuestra nación? ¿Por qué nuestro pueblo es tan necio como para trocar esa gran herencia por el proverbial plato de lentejas con el que nuestros ciudadanos han arruinado a su nación y sí mismos; en especial en el transcurso de los últimos cuarenta años, desde que nuestra nación pasó de ser la sociedad productora agroindustrial más importante del mundo, al estado de depravación de la destruida y quebrada sociedad “posindustrial” romanesca de pan y circo que hoy impera?

Para responder a tales interrogantes, primero observa la mente de los grandes pensadores del pasado, cuando los hábitos del pueblo habían llevado de nuevo a sociedades otrora poderosas, como la Florencia de mediados del siglo 14, a la bancarrota y a las pandemias de la época de la peste, cuando Boccaccio escribió su famoso Decamerón. Luego ve más adelante, a la época de Erasmo, Moro, Rabelais, Cervantes y Shakespeare, y a la gran locura del período de 1511–1648, de la cual el Tratado de Westfalia de 1648 salvó a la civilización, y también sentó las bases de lo que vino a ser la creación singular que fue la república estadounidense encabezada por Benjamín Franklin.

Extrae de estas lecciones la noción de los principios que tienen que apartarnos de la reciente política descabellada que continúa imperando en nuestra nación, y llevarnos a puerto seguro.

2.  Sobre el tema de la locura

En las obras de Erasmo, Moro, Rabelais, Cervantes y Shakespeare la palabra “locura” tiene un significado muy irónico y ambiguo. El modo en que la usan hace referencia a una época en que la demencia había hecho presa de una nación y de su pueblo, una época de necedad, como la de las últimas décadas en nuestro propio EUA, que lleva a la necia opinión popular contemporánea a considerar locos a las mujeres y hombres sensatos contemporáneos, en vez de a su propia personalidad necia y extraviada.

Mira el caso del asesinato judicial de Tomás Moro a manos del loco viejo verde de Enrique VIII de Inglaterra. El Mefistófeles de la vida real del doctor Fausto de Kit Marlowe, vino como un diablo en hábito de monje; como el espía veneciano de alto rango Francesco Zorzi, un monje que en la jerarquía veneciana estaba casi al nivel del propio Satanás, y que era un enemigo encarnizado del legado de la obra del gran cardenal Nicolás de Cusa. Este Zorzi consiguió con halagos la posición de consejero matrimonial de ese libertino de Enrique, un rey empujado a un regio estado de rabia masturbatoria por la ofrecida, pero esquiva cortesana Ana Bolena.

Con el padre de Enrique, el gran Richmond que bajó de su caballo al monstruoso Ricardo III, Inglaterra emprendió el rumbo en la estela del modelo que puso la Francia de Luis XI, lo que hizo de Inglaterra el segundo Estado nacional del mundo, en la forma de una república moderna, un Estado de progreso maravilloso en mejoras al bienestar general, la economía y el poder bajo ese rey. Tanto Francia como Inglaterra en ese siglo de Nicolás de Cusa, fueron ejemplos destacados de la obra de ese Renacimiento del siglo 15, que había elevado a toda la civilización europea desde Rusia hacia occidente, hasta la frontera de la España dominada por la Inquisición, cuya perversa actuación presagió la crueldad de Hitler contra los judíos. Este Renacimiento levantó a esas partes de Europa de la pesadilla de la Nueva Era de Tinieblas del siglo 14.

Del modo que la obra de Shakespeare refleja este hecho hasta el presente, con el legado de Richmond y Tomás Moro, Inglaterra le trajo a la república inglesa la riqueza cultural del legado clásico griego, que el gran Renacimiento con centro en Italia había resucitado y echado a andar de nuevo. Las mejoras que el idioma inglés tomó prestadas de las enseñanzas del legado italiano de Dante Alighieri, de las cuales Shakespeare es típico, sirvieron de modelo para las grandes reformas que transformaron los dialectos bárbaros en idiomas modernos capaces de comunicar los conceptos clásicos de la ciencia, el arte y el estadismo, en casos tales como el de la Alemania de Leibniz y Abraham Kästner, hasta la fecha.

Por desgracia, un acto de alta traición dentro de la alianza de una Europa moderna contra la perversidad medieval del dominio de la oligarquía financiera de Venecia rompió la Liga de Cambray. Así, de 1511 en adelante Venecia desplegó a la tiranía de una España arruinada por la Inquisición como su principal instrumento, para enfrentar de forma sangrienta entre sí a los antes aliados de la Liga de Cambray.

A este fin, Venecia empleó la subversión y medios relacionados para romper ese impulso hacia la unidad fraterna del cristianismo, que fue uno de los frutos del gran Concilio de Florencia de 1439. El primer objetivo de la tiranía cómplice de España fue Francia. El segundo fue Alemania (y, en consecuencia, los Países Bajos). El tercero fue la Inglaterra de la que España había sido aliada antes en virtud de un pacto sellado con un matrimonio real. Así entró el Mefistófeles de la vida real que habría de reaparecer en el drama de Marlowe, el consejero matrimonial de Enrique VIII, Zorzi. La participación de éste, en colusión con los agentes de Venecia, el cardenal Pole, pretendiente Plantagenet, y el canalla de Thomas Cromwell en el asesinato judicial de santo Tomás Moro, fue una parte decisiva del viraje de Europa, desde más o menos 1511, hacia el prolongado dominio de la clase más atroz de guerra, la guerra religiosa, que duró hasta el Tratado de Westfalia de 1648.

Una carta de Boccaccio

Ve la “pequeña Nueva Era de Tinieblas” de 1511–1648 como un lugar donde nos encontramos con los ecos fantasmagóricos de la vida de Florencia en tiempos de Boccaccio.

El concepto clásico europeo moderno de la locura en tanto principio irónico de comunicación, viene en lo principal de la obra e influencia de Dante Alighieri, secundada por las contribuciones de Petrarca. Las composiciones del Giovanni Boccaccio en la Florencia donde él vivió la Nueva Era de Tinieblas, reflejan esa tradición influyente de Dante y Petrarca, cuyo resurgimiento tuvo una poderosa participación en el establecimiento del consiguiente Renacimiento del siglo 15.

Es más o menos en 1350 d.C., en algún lugar de la ladera de un monte que domina el río Arno y la ciudad de Florencia más allá, cuando Boccaccio, que ya es un estudiante maduro de los principios de la ironía clásica de la obra de Dante y Petrarca, aparece como el autor del Decamerón, como un observador de la Florencia al otro lado del río, donde la peste negra entonces abatía a todos sus residentes, sin importar su rango social.

En ese entonces, cuando la hecatombe de la peste negra cegaba las vidas de los ricos y los pobres de esa ciudad por igual, Boccaccio pintaba un cuadro del pasado inicuo, del presente castigo autoinfligido y, de forma implícita, de un futuro de modo irónico contradictorio de esa ciudad. Todo, la vileza, la fatalidad, y también el espíritu de optimismo implícito como presciencia en el conjunto de los relatos, está expresado en una composición de lo que fueron varios días de trabajo, según los informes.

Entonces, la célebre Florencia que había sido un centro de poder hasta la famosa bancarrota de la casa bancaria lombarda de los Bardi, cuya caída representó la llegada plena de la Nueva Era de Tinieblas, habría de devenir, medio siglo después, cual si renaciera, en la capital y cuna del Renacimiento del siglo 15. Así, nos topamos con Boccaccio y su Decamerón en un momento, en una era de tinieblas, entre la muerte del gran Dante y el nacimiento de esa Florencia del Renacimiento, en donde los capítulos de la Comedia de Dante le enseñaban a la población de esa ciudad en el siglo 15 una clase de refinado alfabetismo cada semana, en los lugares asignados de asamblea pública de esa ciudad, en la que reinaba la belleza del bel canto. La población entendió el ciclo del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso del lapso del siglo anterior, gracias al nuevo Renacimiento en el que Filippo Brunelleschi terminó de construir la cúpula de la catedral de Florencia, y en el que la congregación del gran concilio ecuménico de 1439 ahí marcó el surgimiento tardío de la civilización europea moderna de las pesadillas anteriores, en apariencia cíclicas, de la historia antigua y medieval.

Luego, al aproximarse el siglo 16, regresaron las épocas de tinieblas, mediante la traición con la cual el Renacimiento fue abandonado a la malevolencia usurera de la depredadora potencia marítima imperial de la oligarquía financiera veneciana. Estas décadas oscuras de 1511 en adelante, fueron el marco de la colaboración entre Erasmo y Tomás Moro, y del subsiguiente renacimiento del arte de la Comedia de Dante, de Petrarca y de Boccaccio, gracias a Rabelais, Cervantes, Marlowe y Shakespeare, de una era de pesadillas parecidas. La obra de estos escritores de esa nueva época agitada, la inspiraba el espíritu de los anteriores tiempos mejores de la humanidad; era una afirmación del próximo regreso de la civilización europea al optimismo de esos períodos de la historia pasada en que la confluencia del desarrollo había generado lo que el poeta Percy Bysshe Shelley describiría luego en su ensayo “En defensa de la poesía”, como períodos en que aumenta “el poder de impartir y recibir conceptos profundos y apasionados respecto al hombre y a la naturaleza”.

Estos grandes intelectos, que presenciaron la locura de la Europa de 1511–1648, pasaron a ser los dirigentes típicos de la lucha por lograr un renacimiento de la civilización, dirigentes cuya obra contribuyó tanto a lo que resultó ser indispensable para los repetidos renacimientos de la civilización europea moderna en los siglos siguientes.

El rasgo característico de la obra de todos estos grandes humanistas cristianos, es la acción de un sentido omnipresente de la inmortalidad personal del individuo humano. Uno puede sobrellevar las peores adversidades si logra elevarse por sobre los riesgos de la mortalidad animal, para brindar un nexo activo entre las mejores aspiraciones de un largo lapso de épocas anteriores a nuestro nacimiento, y el futuro de toda la humanidad que yace más allá de nuestro propio tránsito mortal. Para los necios que contemplan esas almas artísticas, es el poeta el que es de suponer está loco; pero, en realidad, sus críticos son los verdaderos locos, cuya inútil sumisión al oportunismo insensato de su época les acarreará llanto a sus almas, como en el Infierno o el Purgatorio de la Comedia de Dante, cuando la futilidad de sus intenciones es enterrada junto con ellos.

La función esencial del artista clásico, como es el caso con los diálogos de Platón, así como con Jesucristo y los apóstoles de tiempos de Pedro, Juan y Pablo, y de Agustín después, es la de impartir a quienes pueda un sentido del período de lo que a veces son representados de manera falsa como ciclos oscilantes de la historia. Esta dedicación dominante es la esencia del carácter y la obra personales de los estadistas de veras grandes de todos los tiempos conocidos, como lo ha sido y lo es para mí.

De ahí que sea una verdadera necedad pretender apenas comentar o, peor, interpretar las grandes obras clásicas como las de Dante y Petrarca, o las de los grandes espíritus modernos de épocas agitadas como Erasmo, Moro, Rabelais, Cervantes, Marlowe y Shakespeare. O, en el mismo tenor, las obras de Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Mendelssohn, Schumann y Brahms. El arte y la ciencia no son ropajes fingidos para que los usen los simios; son meros uniformes de jerarquía, que ponen en ridículo a la jerarquía misma, cuando quien los usa carece de las distinciones esenciales de un alma humana apropiada. De otro modo, la erudición dizque aprendida a fin de cuenta no es más que pura monserga pretenciosa. Como decía Jonathan Swift de diversas maneras: en el funeral de los gramáticos los pedantes practican el arte de decir muchas frases más o menos aprendidas, sobre muchas cosas, a modo de comentarios sobre cuestiones de las que en esencia no saben nada. No obstante, dicen menos que nada, aunque los dicen de forma gramatical, como ciertos funcionarios que aparecen en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift.

El principio de la ironía

En numerosos escritos previos he señalado que ya casi han pasado seis décadas desde que inicié mi estudio crítico de, entre otras fuentes de inspiración pertinentes, los Siete tipos de ambigüedad de William Empson. Entonces, como ahora, propuse que el significado de cualquier afirmación significativa en términos conceptuales tiene que asignársele, en lo principal, a dos aspectos de dicha afirmación que aparecen de forma explícita en la propia afirmación. El primero de éstos expresa el principio de la especificidad histórica; el segundo, el contexto funcional inmediato en el que está planteado el razonamiento tácito. Toda comunicación inteligente y competente a un grado significativo, que evite el sofismo, depende de un dominio más o menos adecuado de esos principios para la práctica.

La consecuencia de cualquier desviación de los estrictos requisitos implícitos de esas dos consideraciones contextuales, es fraude; es sofismo en la tradición de los eleáticos que Platón ataca en su diálogo Parménides.

El modo más fácil de comunicar un concepto importante de principio, como los principios de especificidad y de contexto histórico, es mediante una paradoja ontológica apropiada. Tiene que ser ontológica en su forma y concepto (física en vez de aritmética, en el sentido del charlatán Bertrand Russell); de otro modo, la discusión deriva al modo académico de sofismo acostumbrado hoy día. Por ontológico, me refiero a las implicaciones ontológicas de la devastadora refutación que hizo Carl Gauss en 1799 de la sofistería de Euler, Lagrange y demás, sobre el tema de El teorema fundamental del álgebra. Me refiero al uso de la noción de poder de Platón y Leibniz, y a la formulación de El teorema fundamental de Gauss, en oposición a la necedad que expresa el engaño sofista del uso que hace Aristóteles de la noción de energía.

Explico la importancia de esa distinción.

La noción de especificidad histórica definida en términos físicos surge de la misma distinción absoluta que existe entre el hombre y la bestia, que es el origen implícito de la denuncia que hace Carl Gauss contra los referidos fraudes de Euler, Lagrange, etc. Si la humanidad fuese parte de la especie animal, nuestra densidad potencial de población nunca hubiera rebasado la de los simios superiores, en un período de condiciones climáticas que, según los cálculos, se remonta dos millones de años o más. El máximo sería de varios millones de individuos vivos. Hoy sabemos de la existencia de más de 6 mil millones de individuos.

Esta cualidad específica de aumento de la facultad de aumentar la densidad relativa potencial de población, es exclusiva a la especie humana, es una cualidad de cambio que poseen de forma exclusiva Dios y el hombre. El concepto que corresponde a esta facultad singular distintiva es la noción de poder adoptada por los pitagóricos y por Platón; es la noción de poder físico que expresa la refutación de marras que hace Gauss de Euler, Lagrange, etc. en cuanto a El teorema fundamental del álgebra.

Este poder encuentra expresión como el poder de la hipótesis platónica que puede validarse mediante experimento, del modo en que el descubrimiento de cualquier clase fundamental de principio físico universal representa esto. Es la reproducción de tales actos de formulación de hipótesis verificables de forma experimental, como el modo de transmisión de dicho poder de una mente a otra, lo que constituye la característica decisiva distintiva del comportamiento mental que distingue a un individuo saludable de la especie humana.

La fuente esencial del aumento de la densidad relativa potencial de población de la especie humana está en la transmisión de tales principios descubiertos, no sólo de una mente individual a otra, sino a través de generaciones sucesivas. El aumento así logrado, mediante el descubrimiento y su aplicación apropiada, expresa la naturaleza de todo principio físico universal pertinente, en tanto principio de cambio per se. En otras palabras, el cambio de semejante cualidad no es cuestión de un nexo entre dos estados sucesivos; es el generador de dicha serie de estados. De ahí la diferencia fundamental entre el cálculo de Euler, Lagrange, Cauchy, etc. y el cálculo axiomática y ontológicamente infinitesimal prescrito por Kepler, y desarrollado en lo principal y de forma sucesiva por Leibniz y Bernhard Riemann. (Por ejemplo, el principio físico universal de acción mínima de Leibniz y Bernoulli).

Física y arte

Como yo y otros hemos puesto de relieve en escritos pertinentes anteriores, el concepto de la ironía artística clásica es una expresión tanto de los mismos principios del universo físico como de la mente humana que subyacen todo logro duradero de la ciencia física moderna. Estos son los principios que Gauss defendió en contra de Euler, Lagrange, etc. en 1799. Es importante que aquí reformule en resumen el razonamiento que viene al caso.

La percepción sensorial es una sombra del impacto de las acciones del universo real sobre nuestro aparato sensorio biológico, un arreglo frágil de sentidos particulares que puede desbaratarse con facilidad y que, de conjunto, muere con nosotros. Esas sombras que asociamos con el nombre de la certeza sensible del materialista (es decir, del empirista), reflejan el universo real, como lo hace una sombra, pero no nos muestran de un modo directo ese universo que las sombras a veces reflejan. Por tanto, la verdad no se nos muestra en la forma de percepciones sensoriales, sino sólo en la capacidad de la mente humana individual de discernir ciertos principios físicos universales verificables mediante experimento reflejados, en tanto conocimiento, a través de anomalías que revelan la cualidad en esencia ontológica de falsedad de la percepción sensorial como tal. El descubrimiento inicial de Kepler de un principio de gravitación universal, a partir de su evaluación de que había un aspecto anómalo en la órbita observada de Marte, es un ejemplo clásico de este arreglo.

Por tanto, sólo conocemos el universo real de forma directa a través de principios físicos universales verificables mediante experimento, principios que no podemos percibir de forma directa con nuestros sentidos, sino sólo a través de esa facultad que definen los diálogos de Platón como el principio de la hipótesis. Así, en la física matemática moderna, desde los descubrimientos sucesivos de, más que nada, Leibniz, Gauss y Riemann, la relación funcional entre la percepción sensorial y la realidad aparece representada en la forma del dominio complejo. Este último ordenamiento considera que el principio físico invisible actúa de forma continua sobre las sombras perceptibles de la percepción sensorial. Así, la eficacia de los principios que expresa el dominio complejo no son factores “imaginarios”, sino que constituyen la realidad de la que lo percibido por los sentidos es sólo la sombra de lo invisible.

Tal es la forma de expresión más simple del principio de la ironía, como uno lo encuentra en la física matemática moderna. Sin embargo, como las matemáticas constituyen sólo un aspecto especial del lenguaje, en todo uso del lenguaje para referirse a las mismas cuestiones que la física matemática de Leibniz, Gauss y Riemann, el mismo principio de la ironía que representa el dominio complejo pasa al habla común sobre estos mismos temas. La palabra literal es, cuando mucho, la mera sombra de la verdadera idea real.

Por ejemplo, en la ciencia de la economía física de Leibniz —a la que le he añadido nuevas dimensiones—, el aparato necesario para probar con éxito la validez del planteamiento hipotético de un principio físico universal descubierto tiene, por necesidad, que contener un aspecto funcional del diseño de ese aparato que corresponda a ese principio de algún modo singular, como una sombra. De ahí que, llamamos con justicia a dicha prueba un experimento único. Este aspecto del aparato de prueba apunta al modo en que el principio demostrado puede aplicarse para generar una panoplia de tecnologías, como las reflejadas en el diseño de máquinas–herramienta o aparatos comparables.

Estos principios comprobados por experimento, que surgen de esas facultades superiores exclusivas de la mente humana que son invisibles a la percepción sensorial misma, se traducen así a la forma de producto que llamamos tecnología, la cual deriva de un descubrimiento validado de un principio físico fundamental. Esta aplicación de la tecnología expresa un poder descubierto, en el sentido de poder (dúnamis) de Platón. La aplicación de este poder es la única fuente de ese margen de ganancia en el producto físico que corresponde a la “utilidad” verdadera, y no a la ficticia de la contabilidad financiera.

Si consideráramos el lenguaje sólo como un arreglo de palabras habladas conforme a algún conjunto de reglas de aula escolar, entonces no tendría lugar en su función reconocer siquiera la existencia de un principio físico universal comprobado mediante experimento, ni la conexión causal entre ese principio y la ganancia manifiesta en la productividad que el progreso tecnológico genera de forma visible. Sin embargo, la mente de los científicos e individuos semejantes, desarrollada de forma apropiada, sí brega de forma precisa con esos conceptos que el habla literal no puede reconocer. De ahí el caso frecuente del aborrecimiento más o menos brutal que siente el hombre ignorante, dizque “práctico”, hacia la verdadera práctica de la ciencia, a la que considera, teme y odia como “teoría”. De ahí el atractivo que tiene la causa ludita para los pobres afanados ignorantes conocidos a veces como “ambientistas” o incluso “cerocrecimentistas”. De ahí la incompetencia profesional intrínseca de la mayoría de los economistas y contadores actuales, en especial de los que trafican en finanzas, tocante a la función que tienen los factores físicos de largo plazo en la formación de capital.

Lo que debe hacerse más o menos obvio, por tanto, es que este uso, de hecho culto, del lenguaje, que rebasa la comprensión de los gramáticos, está organizado en torno a lo que los simples gramáticos odian y temen: la organización de planteamientos cuyo sujeto esencial encuentra expresión sólo mediante la ambigüedad, mediante la ironía que asecha entre las grietas de las nociones mecanicistas de vocabulario y sintaxis. Sabemos, por ejemplo, que la mayoría de los gramáticos modernos no saben pensar por la forma en que insisten en sus reglas de puntuación contemporáneas. Mi juicio, fundamentado en esta clase de comprensión madura del tema, ha demostrado ser en general, casi infalible. La forma en que la mayoría de la gente usa la puntuación y compone y se expresa de forma verbal como si estuviera puntuando, revela la expresión clínica más común hoy día de una distorsión neurótica de los procesos creativos de la mente del sujeto.

Estos rasgos de los modos superiores de comunicación inteligente, que aparentan eludir (o aludir), operan en el habla de modo semejante al de las funciones del dominio complejo. En la llamada ciencia física como tal, es más fácil comprender esta función intercambiable.

Empero, cuando el enfoque de la materia de indagación científica es la misma generación de cuestiones de principio, el asunto tórnase más complejo, más sofisticado en términos cualitativos. Aquí, la perspectiva de la poesía y la música clásica tiene que enseñarle a los matemáticos a pensar.

El asunto de la ciencia física en su definición estricta es la relación que hay entre las facultades perfectamente soberanas de la mente humana individual creativa, y los procesos abióticos y vivientes como tales. En el arte clásico, como en la práctica eficaz del estadismo y del estudio de la historia, el principal objeto de atención requerido es el ordenamiento de las facultades creativas de la mente humana, y cómo ese ordenamiento define la capacidad de la sociedad para cooperar con éxito en el desarrollo y la aplicación de principios universales descubiertos.

Aquí, la ambigüedad lo es casi todo, como lo ponen de manifiesto las ironías de las mejores formas clásicas de la poesía, el drama y la música. Toda práctica humana, aun la práctica científica física como tal, sólo cobra coherencia eficiente mediante esos principios de la ironía (la ambigüedad) que definen al verdadero meollo del asunto en cuestión, esa parte que yace entre las grietas de lo que es literal de manera dogmática.

De modo que la existencia humana, que es la existencia de las sociedades en las que actúa el individuo, en concreto siempre ocupa un lugar funcional singular en lo histórico en lo que toca la existencia en desarrollo del universo en su conjunto. Así, la realidad esencial de una acción de o sobre una persona individual, en un lugar del espacio–tiempo histórico, no puede transportarse como si hubiese ocurrido en algún lugar diferente del espacio–tiempo universal.

La especificidad histórica

Ésta, por ejemplo, es la función más decisiva del principio de especificidad histórica al poner en escena un drama clásico de Shakespeare, Schiller, etc. Lo que no sea drama clásico, en esencia es basura que no merece ponerse en escena ante un público de veras cuerdo. Un drama clásico de Shakespeare o de Schiller, por ejemplo, que represente los sucesos en el vestuario de una cultura diferente, o en una circunstancia histórica diferente, es un fraude repugnante, una mentira al estilo típico de un sañudo y rabioso Bertolt Brecht, el profeta del teatro existencialista de lo absurdo.

Ningún drama clásico, como el Prometeo encadenado de Esquilo o los dramas de Shakespeare y Schiller, es una obra de ficción. Fue escrito para el teatro, por supuesto, pero lo añadido o restado de la realidad que aborda no le quita ni le añade nada que no sea un discernimiento veraz de las características de especificidad histórica de la ocasión que trata el drama. La función del dramaturgo, del director y de los actores es la de eliminar las distracciones de la realidad del proceso esencial bajo consideración, para llevar al público a un estado de concentración apasionada en la confluencia de las influencias que determinan y miden la decisión esencial de importancia histórica de esa ocasión histórica real. El reto consiste en evocar en los actores y en el público por igual, una presciencia de la realidad espectral, como el fantasma de Hamlet, que mueve lo que parecen ser las sombras reflejadas sobre la percepción sensorial.[FIGURE 115]

Esta misma disciplina del dramaturgo, el director y el actor clásicos implica el mismo principio de la disciplina del historiador competente, y la perspectiva de juicio histórico que emplea el dirigente político calificado de una república.

La esencia de la historia en su totalidad y del drama clásico consiste en darle vida a la realidad del proceso histórico en la imaginación de la población. Esto ha de hacerse capacitando a la población para revivir la historia real en sus aspectos más esenciales de los cambios ocurridos, y de los requeridos. El espectador que está sentado en el balcón del teatro para ver una escenificación de Julio César de Shakespeare, tiene que atestiguar la representación verdadera de esa historia, no en el escenario visible, sino en el de la imaginación del espectador. El espectador revive la historia real como si, digamos, observara por sobre el hombro de la mente de las figuras decisivas de la historia, cuando toman o dejan de tomar las decisiones de las que depende el destino de la sociedad real representada. Al juzgar la mente de un personaje histórico vuelto así a la vida en la imaginación del público, el espectador es presa de un sentido de responsabilidad personal por la toma de decisiones que harán los dirigentes de la sociedad en busca de evitar que ocurra una tragedia nacional en la vida real. El sentido del espectador, de que él o ella tiene que asumir la responsabilidad de conformar la selección de los dirigentes de esa sociedad, para contribuir a configurar las decisiones fundamentales de dichos dirigentes, eleva al espectador en lo moral e intelectual.

Esa sensación de responsabilidad personal que fomenta el drama en el público, es lo que constituye la superación moral del ciudadano de Schiller, quien sale del teatro siendo una persona mejor que cuando entró.

En general, toda la historiografía actual de mérito académico, halla su incompetencia en una incapacidad de definir la cuestión moral específica de un modo histórico de la cultura que trata, de un modo que vaya al meollo del asunto moral al que Schiller alude una y otra vez, de la relación entre el teatro clásico y la historiografía. Cualquier historiador que no siga la norma que acabo de referir será un sofista, ya sea adrede o por el efecto del indiferentismo político y moral con que trata la pretendida correlación entre rumiar el bolo de más, o demasiado poco, al digerir hechos localizados en lo individual.

La aplicabilidad decisiva del contexto complementa la función de la especificidad histórica. Ninguna definición de diccionario, ni meras reglas gramaticales, podrían señalar nunca de modo explícito una cuestión pertinente tocante a un hecho real. Así, la esencia de la comunicación inteligente consiste en la imposición infundida de una ambigüedad bien orientada, a cualquier afirmación pretendida de un hecho importante. Tal y como los rasgos anómalos de la órbita de Marte apuntaban a la ironía que llevó a Kepler a descubrir el primer aspecto del principio de la gravitación universal, las anomalías intencionales introducidas en el habla y la escritura constituyen el único medio por el cual puede comunicarse una idea de veras importante que implique una noción de principio.

Por ejemplo, hacer un juego de palabras sólo por la fascinación de jugar con ellas, es una travesura pueril. La imagen de un oficial nazi que acaricia a un gato en sus brazos, mientras habla de forma “objetiva” de matar gente, satisface el propósito de la ironía clásica. En el Julio César de Shakespeare, el comentario que Casio le hace a Bruto expresa una ironía estremecedora sobre todo el asunto de la historia real y, de modo congruente, del drama de Shakespeare, con una simplicidad y concisión que fuerza a uno a prestar atención: “La culpa, querido Bruto, no reside en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos, que somos subalternos”. Podría decirse lo mismo hoy de los dirigentes del Partido Demócrata de aceptación general, o de los de Europa; pero, también hay una distinción histórica específica entre el contexto de la Roma de César y el mundo actual. Reconocemos las similitudes, pero el choque nos lleva a un sentido más elevado de las diferencias cualitativas. Es el impacto combinado de los paralelos y —a la vez— de las diferencias absolutas de los casos históricos, y las diferencias en los rasgos contextuales, lo que nos impulsa a escuchar de nuevo esa frase de Casio para avivar nuestro sentido de la madeja continua de la historia que separa y une los momentos separados de la historia.

Hay algo que con razón y necesariamente sobresalta al ciudadano actual en las implicaciones contrastadas de esa frase que Shakespeare pone en boca de Casio, y que podría decir de sí mismo el típico político descollante europeo o estadounidense hoy día. Hay un principio de fondo y de importancia profunda importante alojado en ese fragmento de ironía.

3.  El elogio a la locura

La clase de casos de especificidad histórica que representan las obras de Erasmo, Moro, Rabelais, Cervantes y Shakespeare, tienen que ver con una condición de la sociedad de 1511–1648, en la que la mayoría de sus dirigentes y masas por igual están, en efecto, locos. En el marco histórico específico de semejante cultura de lunáticos, como la España habsburga del don Quijote y el Sancho Panza de Cervantes —la España de hombres de mal genio incapaces de gobernarse a sí mismos—, es al hombre cuerdo a quien el dominio de la opinión popular considera necio.

A pesar de la amargura que podría esperarse provocaría el panorama de esa locura —como la cultura dominante de la España del siglo 16— en un patriota hastiado de la decadencia del pueblo de su nación, el Don Quijote de Cervantes es una obra sublime, en la que Cervantes contempla la locura de esa España a través de los ojos y la mente irónica de su testigo, el moro. Así, luchar por salvar a una nación, a una cultura de sí misma, como luchó Cervantes, es faena de locuras como las de Dante, Petrarca, Boccaccio, Rabelais o Shakespeare; el único medio —la verdadera conducción que aportan los grandes pensadores individuales excepcionales— por el cual puede salvarse a la nación y a su pueblo de sí mismos. Si uno no puede salvar a los que viven al presente, entonces sus esfuerzos deben guiar a las generaciones venideras, a una generación futura cuyas reformas de la sociedad y su cultura justifique las vidas de sus ancestros.

Por tanto, elogiemos la noble locura, e inclinemos nuestras cabezas admirados de la maravilla que a veces sale al rescate de una nación ingrata cuyo pueblo hoy haya caído en la locura, como el de EUA en las últimas cuatro décadas, desde el asesinato del presidente John F. Kennedy. Admiremos a estas personalidades singulares y a su obra, no sólo porque les debemos eso, sino porque su enseñanza forma parte esencial de la herencia cultural de referencia, de la que hoy depende el ansiado rescate futuro de nuestra cultura, o la de otro.

Cuando desde la óptica de hoy vemos los siglos pasados, a la gente necia de la Florencia de Boccaccio, o a la brutalidad desenfrenada que tanto dominó en el período de 1511–1648 de la cultura europea, debemos comparar la vida fantasiosa de don Quijote con la vida típica de la “generación del 68”, que ha llegado a dominar a EUA, a América en general y a Europa en el transcurso de las últimas cuatro décadas. Piensa en el “sesentiochero” que hoy anda en sus cincuenta o sesenta, con sus fugas a un estado de negación de la realidad, con sus escapes de la realidad —que ni él ni ella están dispuestos a enfrentar— al conjunto caleidoscópico de psicopatológicos “nichos de comodidad”. Las épocas y el contexto difieren, pero el virus de la decadencia que infecta a otra cultura de especificidad diferente tiene resultados comparables, si bien diferentes en lo funcional.

Así, los personajes de Cervantes son específicos a la España de esa época, pero los virus de viejas enfermedades, aunque evolucionan, afectan a los susceptibles de hoy igual o peor que a los de entonces. Fíjate, por ejemplo, en la Francia del predecesor de Cervantes, Rabelais, sin pasar por alto la locura depravada del reinado de Enrique II, o la de la Inglaterra del Enrique VIII enloquecido por el sexo, o la demencia de la embaucada Elizabeth I en su participación en locuras tales como el asunto de Essex, que franqueó el paso para que el alienígena Paolo Sarpi se apoderara de Inglaterra a través de agentes tales como el brutal y corrupto hasta lo infinito sir Francis Bacon y el orwelliano Thomas Hobbes.

Esos sólo eran aspectos típicos de la época de esos locos gentiles Erasmo, Moro, Rabelais, Cervantes, Marlowe y Shakespeare en su época. Conocer su época, es revivir esa historia a través de los ojos de la noble locura como ellos la experimentaron. Hoy, de nuevo, nosotros también tenemos nuestras “ovejas de Panurgo”; son de una especie distinta llamada “sesentiocheros”, pero hay un paralelo con los ecos modernos de don Quijote y Sancho Panza en estos días decadentes de nuestro horrible tormento actual. Muchas cosas han cambiado de manera radical, en tanto que un lugar específico en la historia de la sociedad viva tiene éxito y engendra otro, pero la atrocidad de la muerte y la decadencia, lo que arrebata la vida humana, persisten como el juez de último instancia de quienes se permiten seguir en la locura, como los gobernantes de la España dominada por la Inquisición, o los embaucados por esos sucesores de Hermann Göring como los sinarquistas de hoy.

Un poco más adelante me centraré con mayor detalle en el asunto de las diferencias específicas entre efectos similares comparables.

La cualidad específica más distintiva de cada uno de estos locos gentiles no es sólo que rechazan y ridiculizan esa demencia, sino que también la entienden. Expresan de nuevo la objeción específica que Platón expresaba contra los dramaturgos clásicos de la Atenas de su época. Salvo los casos del Prometeo encadenado de Esquilo y el de Ulises en la literatura homérica, la ausencia de lo que Federico Schiller preceptuó como lo “Sublime”, constituye la falla moral fundamental del común de los pedagogos, críticos y pretendidos imitadores del tema de la tragedia en general. Lo “Sublime” (Erhabene en alemán) no difiere nada de la idea que tenía Platón de los requisitos necesarios para un estudio de la historia, ni del concepto relacionado de la inmortalidad del alma, del modo en que Moisés Mendelssohn renovó este concepto. Los casos enumerados son, todos y cada uno, una expresión del principio de lo Sublime. Es la risa sublime de Erasmo, Moro, Rabelais, Cervantes, Marlowe y Shakespeare, así como en los diálogos del Prometeo encadenado de Esquilo, y los de Platón antes, lo que sirve de modelo para el estudio y la representación veraz de la historia verdadera de la humanidad.

Paso a explicar ese aspecto de las páginas que quedan de este informe. El uso que hago de la fábula de la “pecera” es un ejemplo del principio que subyace en la eficacia de lo Sublime.

Continúo ahora como sigue. Comienzo el siguiente planteamiento pedagógico con el aspecto relativamente más simple de lo Sublime, visto desde la perspectiva de la geometría física. Luego, en lo que resta de esta sección y en la parte final que le sigue, procedo con la expresión más sutil del mismo principio, como en la práctica clásica del arte y el estadismo.

‘Las reglas del juego’

En mi razonamiento de la fábula de la “pecera”, llamo la atención a la demencia intrínseca en la forma deductiva de la adopción arbitraria de las definiciones, axiomas y postulados dizque “autoevidentes” de la geometría euclidiana. Con ese marco de referencia, como el de Descartes, Newton y los aristotélicos y empiristas en general, el supuesto es que no puede afirmarse que exista algo fuera de los límites del enrejado de teoremas deductivos congruentes con ese conjunto de suposiciones a priori. Para ese desafortunado, el verdadero creyente en ese esquema, esas suposiciones por tanto definen su noción de una especie de límite lógico, específico, funcional del universo.

Las absurdas nociones generalizadas del “infinito matemático” propias de esas ideologías reduccionistas, son representativas en términos clínicos del estado mental psicopatológico común a los aristotélicos, empiristas–positivistas y existencialistas de hoy día.

Tal esquema reduccionista admite la existencia de un subuniverso, dentro del cual la existencia lógica de objetos y formas de conducta pueden expresar un conjunto de límites aun más estrecho en la prisión mental autoimpuesta por la propia víctima, como si aceptara ciertas reglas de juego adoptadas de manera axiomática. Por ejemplo, los últimos cuarenta años de decadencia económica, social y moral de los EU y el Reino Unido, van de la mano con un conjunto especial de reglas supuestas, tales como las presunciones de que la “sociedad posindustrial” es buena y que las modalidades de acción monetaria empiristas al grado del fanatismo, y no la acción económica–física, son las principales determinantes de las mejoras del bienestar de la sociedad en su conjunto. Los efectos así generados en las últimas cuatro décadas han sido precisamente contrarios a lo que suponían quienes adoptaron y actuaron de conformidad con dichos supuestos arbitrarios, apriorísticos o cuasi apriorísticos. Ese triste resultado ilustra el principio que forma la tragedia de la vida real en general.

Por ejemplo, el modo en que inducen a los niños a ceñirse “a las reglas” de los juegos que les prescriben, nos muestra las vulnerabilidades de la mente por las cuales se puede inducir a toda la población a actuar bajo la influencia de su esfuerzo por jugar y ganar ese juego pueril que es ese universo falso que imaginan, en vez del universo real en el que están situados. Este es el mecanismo que da origen a una tragedia, incluso para naciones enteras. Esa es la importancia del señalamiento del Casio de Shakespeare a Bruto, “somos subalternos”. Operan dentro de la ideología existente; pero así, aunque traten de reacomodar los muebles de esa casa ideológica, en vez de eliminar el error que gobierna esa cultura, sólo empeoran las cosas, como ilustra de modo apropiado el caso tomado de la historia real del Julio César de Shakespeare.

Empero, incluso cuando la fatalidad toca al portón de la fortaleza donde reinan las ilusiones, como en el dominio del presidente más idiota en la historia de EU hasta la fecha, Pazguato —a quien no debe confundírsele para nada con algo tan provechoso como los miembros de la divertida familia Marx–ista de la farándula—, quien dice que como sus políticas en realidad fracasadas son las mejores del mundo, el remedio a las limitaciones de su desempeño consiste en poner más énfasis precisamente en esas políticas. Si la mayoría de la población rehúsa enfrentar la realidad casi de suyo evidente, de que el actual ocupante de la institución de la Presidencia de EU es no sólo un virtual idiota charlatán, sino una persona malintencionada y a menudo también sádica, y volviera a votar por él por segunda vez, esa gente no podrá culpar a nadie tanto como a sí misma por las consecuencias de su necedad. La tragedia no es que tengan a un presidente tal, sino en que estén tan dominadas por la locura de su mentalidad de pecera, que sientan la obligación de escoger esa opción tan desastrosa.

¡Juegos! ¡Juegos! Juegos de necios infantiles como Pazguato. Pazguato es un síntoma nauseabundo de esa desgraciada decadencia de la cultura de nuestra nación que repugna al mundo en general hoy día; pero, no constituye tanto un juicio sobre el presidente Pazguato, sino sobre la locura de esa masa nacional de necios que está lista a apoyarlo, tolerarlo o hasta prefiere su reelección para un nuevo período.

El fallo de la forma de economía que asume la pauta de las premisas dominantes en las últimas cuatro décadas, muestra que el mundo real ha venido marchando acorde a unas premisas de causa y efecto contrarias a los supuestos beneficios del plan ideal adoptado a priori. Ese hecho indica que el universo real existe “fuera” del universo de las premisas que han dominado a esa sociedad en el intervalo precedente. De allí que, de este modo, esa sociedad está condenada por sus propios supuestos, y no puede rescatársele salvo actuando de un modo que sea de forma implícita “revolucionario”, al salir de los límites de esas premisas que dominan al presente. Si no, si la sociedad opta por defender las normas erróneas apriorísticas de sus juegos infantiles, en vez de cambiarlas de tal forma que cancelen los programas responsables de la crisis que avizora, la sociedad se condenará a la ruina por su preferencia. A menos que esté dispuesta a invalidar el elemento patológico en cuestión de su más apreciada creencia axiomática, quizá ni siquiera sobreviva.

En otras palabras, entonces, tenemos lo siguiente.

Como Pazguato, nuestro presidente actual (y en extremo gravoso), el verdadero creyente reacciona actuando de acuerdo con su conjunto fijo de normas fantásticas, cuasi axiomáticas, en vez de sacar conclusiones basadas en un juicio ontológico, crítico de la calidad de esas mismas normas, a partir de una evaluación científica de las pruebas. Si fracasa el “libre comercio”, según él deben fortalecerse los “principios de libre comercio”. ¿Por qué? “Porque siempre funcionarán”, aun cuando tienen la consecuencia precisamente contraria. Si el “libre comercio” baja los precios, “eso es bueno, porque ‘los precios más bajos siempre ayudan a la economía’ ”, ¡incluso cuando el precio cae por debajo del costo real de producción! Si recortarle los impuestos al segmento de especuladores de mayores ingresos lleva la nación a la bancarrota, recorta esos impuestos aun más, porque “la eliminación de impuestos siempre traerá mayor prosperidad”. “A los sesentiocheros no nos van a hacer volver a las maneras de la generación de nuestros padres”. De allí que, como nuestro pobre Pazguato, George W. Bush hijo, los niños de la fábula de Hamelín siguieron al flautista, lejos y fuera, para quizás nunca regresar a esa residencia otra vez.

Esos juegos infantiles han sido el comportamiento de masas de la mayoría creciente de los votantes de EU, y otros, durante los últimos cuarenta años de seguir las ilusiones populares de aceptación general.

Tratemos la serie de ejemplos pedagógicos que acabamos de presentar tan sólo como eso, y recapitulemos ahora el planteamiento esencial necesario en los términos siguientes. Consideremos el significado ejemplar de la obra de Bernhard Riemann para la ciencia de la economía física.

Entra Riemann

Los aportes fundamentales del destacado científico Bernhard Riemann (1826–1866), fueron en lo principal producto de Nicolás de Cusa, Johannes Kepler, Godofredo Leibniz y Carl Gauss, antes de él (con numerosos contribuyentes de esa misma tendencia implícita en ese intervalo). Su importancia decisiva, revolucionaria para toda la ciencia física moderna, la define de un modo paradigmático, en puntos esenciales, su célebre disertación habilitante de 1854 sobre el tema de “Las hipótesis que sustentan a la geometría”. El avance esencial que incorpora esta obra es que, la noción de dimensionalidad en los procesos físicos debe limitarse a los principios físicos universales descubiertos que —como lo que él denomina en alemán Geistesmasse—, hayan probado ser universales, y esto mediante pruebas físicas experimentales de una calidad suficientemente singular. Las nociones populares de espacio, tiempo y materia, quedan así excluidas de la ciencia moderna competente para siempre a partir de entonces, y en su lugar sólo queda la noción de Riemann de tiempo–espacio físico.

El planteamiento no es que esta noción de espacio–tiempo físico sea una definición final, fija, del universo conocido. Más bien, sirve para plantear el tema en un lenguaje conciso; nuevos descubrimientos de esa cualidad expandirán la definición del universo, una expansión que debemos esperar resultará en un nuevo valor de la “unidad de acción” que corresponda a la definición físico–geométrica de acción mínima física universal en un dominio complejo de modo implícito.

En lenguaje más llano, el significado práctico de esto es que, sólo conocemos el universo en la medida en que hayamos descubierto y dominado algunos de todos los poderes que contiene el mismo. Estos poderes conocidos constituyen principios de acción física universal validados mediante experimento, a través de los que el poder del hombre sobre su universo, según la definición de poder de Platón, aumenta al efecto de elevar de modo implícito el nivel de la densidad relativa potencial de población de la especie humana.

El científico que ha llegado a conocer tanto como eso sobre el universo, también sabe que el cuadro está incompleto; persisten anomalías perturbadoras entre la totalidad de datos, como evidencia la existencia, hasta ahora desconocida, de poderes adicionales, de los que son apenas representativos los indicios de reacciones materia–antimateria. Lo que sabemos es que, para nuestro propósito, el universo está organizado como implica el dominio complejo, y que el progreso resulta en un aumento en el poder del hombre expresado en términos del concepto de Leibniz de acción mínima física universal.

El hecho de nuestra certeza, de que nuestro conocimiento del universo real es limitado en su alcance, nos obliga a pensar en términos de lo que denominamos “espacios–fase”. Por ejemplo, está el universo real que quizá nadie conocerá nunca en su totalidad, a diferencia de lo que sí conocemos al presente con un grado razonable de certeza en efecto. Por tanto decimos que el universo en lo funcional, de lo que conocemos, es para nosotros, igual que para Riemann, sólo un espacio–fase de la dimensionalidad implícita del universo real.

También empleamos el término “espacio–fase” algo un poco diferente. Por ejemplo, podemos hacer una distinción mediante experimento entre los procesos abióticos, vivientes y cognoscitivos (noéticos). Esto último es una referencia a los poderes de descubrimiento creativo de principios físicos universales recién conocidos por la mente humana individual. Esta división entre tres tipos de espacios–fase ya era conocida dentro de las fronteras de la antigua Grecia clásica, y ha recibido un significado más rico con auxilio de los descubrimientos del célebre biogeoquímico V.I. Vernadsky. Esta clase de espacios–fase son respectivamente distintos en tanto se definan mediante modalidades de experimentos únicos, no obstante interactúan de forma universal y, por tanto, multiconexa.

Lo Sublime en el arte clásico

Dicho esto sobre los fundamentos de la cuestión, regresemos al asunto de los espacios–fase psicológicos, el dominio de la composición artística clásica y el aspecto científico de la política. Debemos de considerar tres clases principales en general. Éstas consisten en principios que constituyen, primero, conocimiento real pero limitado del verdadero universo. Además hay esos supuestos principios que son falsos. Y, tercero, hay principios que dependen de la expansión del conocimiento real de los principios del universo real, incluyendo los principios todavía desconocidos. En todas las civilizaciones hay una cierta mezcla de los dos primeros. En casos raros, hasta donde es sabido hasta el presente, hay una comprensión de las implicaciones de la tercera clase, cuya dirección señalo aquí y ahora. La tercera de las clases es donde uno ubica lo Sublime de Schiller.

En general la combinación de partes de las dos primeras clases de espacios–fase definen un espacio–fase socio–psicológico con las características de lo que he definido, con propósitos pedagógicos, como una pecera cultural (es decir, socio–psicológica). La importancia práctica de hacer esa y distinciones similares, queda demostrada al considerar dos tipos de efectos históricos modernos de esas combinaciones contrastantes, de premisas relativamente válidas y premisas falsas en lo axiomático.

Toma el caso del cambio en los rasgos característicos de la economía de EU que ha ocurrido desde las prácticas relativamente viables del legado de Franklin Roosevelt de 1933–1963, hasta lo que ha mostrado ser el carácter autocondenado de modo sistemático de las tendencias del intervalo de 1964 a la fecha. En el intervalo de 1945–1963 el sistema posterior a Franklin Roosevelt tenía defectos graves en lo moral y demás. Sin embargo, la tendencia implícita de la economía llevaba una trayectoria ascendente, lo cual seguía reflejando de ese modo los cambios introducidos, o reintroducidos a ese efecto, por el presidente Franklin Roosevelt. Con el inicio de la guerra oficial de EU en Indochina, y la contracultura juvenil del rock, las drogas y el sexo propia del intervalo de 1964–1972, fue introducido un cambio general en el carácter sistémico de la economía que logró cierto grado de consolidación en tanto tendencia. Desde el inicio de esa última fase, en especial a partir de los cambios radicales de 1971–1972 en el sistema monetario–financiero, y los cambios radicales adicionales como la “desregulación”, en la orientación de la economía física de 1977 a 1982 y después, las economías interrelacionadas de América y Europa fueron enrumbadas hacia la ruina autoinflingida; ruina en el sentido de la verdadera tragedia clásica.

Para entender la conducta de masas de la población estadounidense hoy día, tenemos que enfocar de inmediato en los efectos principales de la experiencia de una sucesión de cuatro generaciones adultas: la que nació alrededor de finales del siglo 19, la generación adulta que nació después de la Primera Guerra Mundial, la generación de adultos que nació después de la Segunda Guerra Mundial y la generación de jóvenes adultos de hoy día. Mi enfoque principal es en la importancia del grupo que hoy tiene de 18 a 25 años de edad.

Las ilusiones que predominaban en los adultos de la era de [Woodrow] Wilson, [Calvin] Coolidge y [Herbert] Hoover, grabaron en el carácter mental de sus hijos las experiencias sucesivas de la asquerosa decadencia de la era de los “Fabulosos 20”, y su consecuencia: la terrible factura psicológica que les pasaron por esa “era”, el impacto de la Depresión de 1929–1933.

La generación de sus hijos experimentó la recuperación de la Depresión encabezada por Roosevelt, y la victoria dirigida por EU en la Segunda Guerra Mundial, pero también experimentó el aterrador viraje a la derecha que irrumpió coincidente con la designación de Harry S Truman como sucesor de un presidente Franklin Roosevelt enfermo. Experimentó el inicio de la pesadilla de los utopistas derechistas cuando Truman adoptó la doctrina de guerra nuclear preventiva de 1940 de Bertrand Russell; pero también experimentó el dulce alivio que trajo el militar tradicionalista y antiutopista presidente [Dwight] Eisenhower, mezclado con las locuras de la política económica utopista de Arthur Burns.

Los integrantes de la generación de sus hijos, los legendarios “sesentiocheros”, fueron educados para ser listos, pero a nunca decir la verdad “ciegamente”, o actuar con base a ella (“¡No sea que el FBI venga a comerse a tu papá por lo que dices en la escuela, o frente a nuestros vecinos, que son muy metiches!”). Como secuela de “La Bomba”, y el legado de ese engendro de Truman llamado el “macartismo”, criamos a esos niños para que se convirtieran en una generación adulta de sofistas autocondenados a la ruina.

La llegada a la edad adulta de la generación de los jóvenes y adolescentes sofistas de los cincuenta, fue pregonada por la serie de conmociones sucesivas representadas por la aventura derechista utopista del protofascista Allen Dulles en bahía Cochinos, por lo que resultó de las negociaciones entre [Nikita] Jruschov y Bertrand Russell sobre la crisis de los proyectiles en Cuba de 1962, por el asesinato derechista del presidente John Kennedy, por el inicio del salto utopista a la locura, que fue la guerra oficial en Indochina, y por los asesinatos de Martin Luther King y el precandidato presidencial Robert Kennedy. Estos, y otros actos relacionados de terror de la época, allanaron el camino para que los utopistas agrupados en torno a la “estrategia sureña” de Richard Nixon tomaran control del Gobierno de EU. Luego vino la destrucción de la cordura económica mundial con los pasos sucesivos dados de 1971–1972 hacia la destrucción del sistema monetario de la posguerra.

Esa sucesión de choques de 1961 a 1972 produjo lo que llegó a conocerse como la contracultura juvenil del rock, las drogas y el sexo de mediados de los sesenta. Esto fue en realidad una explosión de locura colectiva, en gran parte orquestada, en la generación que iniciaba estudios en las principales universidades durante ese período. No todos llegaron hasta las profundidades de esa orgía contracultural de la época, pero los activistas políticos asociados con ese cambio de paradigma cultural, llegaron a ser la punta de lanza de las innovaciones más salvajes, que la mayoría del estrato más influyente de esa generación fomentó o toleró.

Lo que le sucedió a la generación sesentiochera fue producto de una fuga en masa psicótica de la realidad, motivada por el miedo, de la cultura más productiva del mundo —realidad que representaba EU después de la recuperación de Franklin Roosevelt—, a una utopía posindustrial con armas nucleares a imagen de las fantasías perversas de H.G. Wells y Bertrand Russell, y los perversos que éste desató, tales como los hermanos [Aldous y Julian] Huxley y George Orwell, y de tales seguidores de Russell en la secta “cibernética” de los discípulos de Russell como la bruja del bastón cornudo, la finada dama Margaret Mead y sus congéneres. [2] “Los niños de la casa”, quienes se veían a sí mismos como la generación más bonita de todas, la “generación dorada”, fueron convertidos con ese lavado cerebral, en el monstruo dionisiaco colectivo dedicado, a sabiendas o no, a la destrucción de la casa misma.

La ciencia misma fue remplazada con el culto lunático a la ciencia ficción de la “cibernación”.

Al examinar estos efectos psicológicos en términos físicos de referencia vemos que:

Mientras que la tendencia descendiente moral y espiritual en los cambios sólo iba en la dirección de disminuir la tasa ascendiente de acción mínima física universal requerida en la economía, el sistema, a pesar de sus deficiencias, era viable. Fue cuando esa dirección cambió en sentido contrario de forma sistemática con el terrorismo de 1961–1972 y los sucesos que resultaron después de 1963, que obtenemos esos casos de referencia como la pecera condenada a la ruina, como el caso del actual sistema monetario–financiero mundial de hoy de suyo condenado a la destrucción.

Por ejemplo, casi toda la generación que llegó a la edad adulta después de la crisis de los proyectiles de 1962 y del asesinato de John F. Kennedy, y de modo más notable la mentada “generación del 68”, es en extremo incompetente en lo que antes eran considerados los rudimentos de capacidad administrativa en la práctica económica. Lo que más salta a la vista es que los de esa generación olvidan el aspecto físico del aumento per cápita del producto de riqueza neta. El tema les fastidia tanto que, la alusión repetida a los hechos pertinentes del asunto les provoca un arranque de furia como diciendo, “¡Deja de hablar de eso! ¡Te lo digo por última vez: ‘ahí no me meto’! No me hables de producir riqueza; ¡tráeme el dinero!” Estas reacciones de tipo reflejo entre los gerentes de la promoción del 68, son señales clínicas reveladoras del modo en que una fase patológica de la cultura aparece reflejada en la conducta personal del individuo. Es un síntoma de lo que identificaba el doctor Lawrence S. Kubie de Yale como “la distorsión neurótica del proceso creativo”. Ese proceso creativo, ausente (de un modo preponderante) de la cultura general de la generación “sesentiochera” (comparada con la generación precedente, la cual, debe reconocerse, es deficiente), es donde reside esa cualidad específicamente humana que el razonamiento de Schiller asocia con el concepto de lo Sublime.

La patología del período de 1964 hasta la fecha, es comparable tanto con la cultura decadente del código del emperador Diocleciano —que resuena en la mentalidad de “cero crecimiento” propia del más reaccionario de los gremios medievales, el del ludismo—, como con los más tercamente atrasados de los gremios organizados hoy día. En la sociedad antigua y medieval, así como entre los luditas y sus semejantes, la peculiaridad psicopatológica corresponde a expresiones como “Yo simplemente hago lo que hicieron mi padre y mi abuelo antes que yo”. De este modo, los padres y madres de los jóvenes adultos de hoy día se comen a sus hijos, al esparcir tales ideologías patológicas de los “sesentiocheros” que hoy envejecen. La terca hostilidad a la innovación creativa en términos de principios de acción física, reflejada en casos tales como el de los “ecologistas” y sus peleles hoy día, constituye el estado mental de “cero crecimiento tecnológico” que, por lo común refleja el comportamiento de masas y relacionada de, en particular, la generación “sesentiochera” hoy día. Este estado mental y moral patológico inducido, no es sólo la peculiaridad de conducta característica del mentado “movimiento ecologista”. También es, de un modo más amplio, un correlativo general de esas otras formas patológicas de conducta de masas asociadas con el síndrome de la pecera en los sesentiocheros que ahora dominan la sociedad.

En todo esto el rasgo más nocivo de las ilusiones que han hecho presa de la generación “sesentiochera”, que ahora domina en América y Europa, es el hecho de que esa generación no constituye un verdadero cuerpo de individuos; constituye una mentalidad colectivista, una generación conformista, colectivista, que converge con el extremo de Un mundo feliz de Aldous Huxley, y con el 1984 de su compinche George Orwell. Su noción extrema y en extremo precaria de la “democracia”, como un reino carente de la verdad en las tendencias de la opinión de las masas, nos enfrenta con una imagen en verdad orwelliana de la cultura de EU y Europa hoy. Lo que hace esto peor, más para EU que para Europa, es la ilusión de la “rectitud” estadounidense, de que tenemos razón porque somos EUA, no porque de verdad tengamos la razón. La conducta de práctica imbecilidad del presidente George W. Bush hijo refleja esta clase de demencia. El hecho de que un gran número de ciudadanos siquiera pensara en reelegir a un virtual príncipe idiota tan obvio como rey, es muestra de una demencia colectiva correspondiente en la población en general.

Así que, hemos llegado al límite máximo de la existencia continua de una civilización europea que, sigue tolerando la locura colectiva inducida de ese modo en la mentada generación sesentiochera.

Sin embargo, la situación no es del todo desesperada. El derrumbe ahora inevitable del actual sistema monetario–financiero mundial, cierra la fuente de sustento psíquico del cual depende el reino confiado en sí mismo de esta psicosis colectiva. Tales momentos en la historia universal siempre han sido peligrosos a un grado monstruoso; la amenaza de una era de tinieblas planetaria hoy es tan grande, o más grande que en cualquier momento conocido de la historia anterior. Este también es un momento en que el descrédito que nos prodiga la ilusión generalizada de EU, significa que la percepción popular de la depresión mundial, que de hecho ya se nos vino encima, debilita la confianza colectiva en esa ilusión dominante que gobierna a las élites de la generación sesentiochera. Crea una apertura para un nuevo cambio de paradigma cultural, para retornar a lo que podría considerarse lo mejor de lo que teníamos en el intervalo de 1933–1964, al tiempo que son eliminadas las influencias que desviaron nuestra cultura hacia lo que vinieron a ser las locuras del reinado de la generación sesentiochera. Es también un momento de gran peligro para la civilización en general, porque los voceros de esas ideologías sesentiocheras ahora andan tan desesperadamente desesperados.

Al aprovechar la oportunidad de erradicar y abandonar esas premisas axiomáticas ficticias, que definen el reino de los sesentiocheros como vivir en una enorme pecera cuyo contenido va a parar a una cloaca cultural, y al reconocer los efectos que transmite esa historia encarnada en la experiencia cultural transmitida por las generaciones sucesivas precedentes, podemos encontrar el camino que nos regrese a la realidad y, también, aprender las enseñanzas que nos abre la perspectiva de un futuro para la humanidad mejor del que ha tenido hasta ahora.

Esa meta sólo podrá alcanzarse a través de un sentido de lo Sublime. La agencia de lo Sublime está ahí; pero tienes que esforzarte para liberar su potencial, cosa de que venga a ser realidad para las generaciones que ahora emergen. Como en todo descubrimiento de principio en la ciencia física comprobado mediante experimento, en el caso de los procesos sociales, es la detección y el dominio de las anomalías clínicamente definidas de la opinión y la práctica popular lo que impulsa la necesidad de descubrir un cambio benéfico, del mismo modo en que Kepler primero entendió el principio universal de gravitación, a partir de una anomalía paradójica en la órbita normalizada de Marte.

Reconocer que la aflicción de la generación sesentiochera es el origen de su estado actual de enfermedad aguda y cada vez peor, es el primer paso hacia la cura de una enfermedad de inminencia mortal para nuestra cultura. Rabelais estaría de acuerdo. Ese descubrimiento debe conducir al siguiente paso, el descubrimiento del remedio.

4.  Lo Sublime en tanto principio

Para completar el cuadro que ha venido esbozándose aquí hasta ahora, comienza con dos ejemplos de la función de lo Sublime en la historia política. El primero es el que relatan [Alfred] von Schlieffen y otras fuentes complementarias, sobre cómo Federico el Grande derrotó a los austriacos en Leuthen el 5 de diciembre de 1757. El otro es la atención profunda que le ha prestado mi esposa Helga Zepp–LaRouche a la influencia de los estudios a fondo de Federico Schiller sobre la guerra de España en los Países Bajos y la guerra de los Treinta Años, en darle forma al papel que tuvo Prusia en derrotar la invasión de Rusia de Napoleón Bonaparte en 1812. Estos dos casos clínicos, al compararse con la comprensión de Schiller sobre las características reales de las guerras religiosas de 1511–1648 orquestadas por Venecia, como la guerra de los Treinta Años, sirven como hitos fundamentales de una sola pieza, que permiten penetrar la naturaleza y la misión que hoy toca al principio de lo Sublime.

Primero, las implicaciones de la batalla de Leuthen.

La dizque “guerra de los Siete Años”, que fue el marco general en que Federico libró su guerra, fue una manifestación de la lucha librada por la Compañía de las Indias Orientales del entonces joven lord Shelburne, para establecer un nuevo imperio mundial, que pretendía existir en perpetuidad, más allá del tiempo comparable hasta la caída del Imperio Romano. El juego británico de corte veneciano consistía en crear una situación en el continente de Europa tal que, el continente sería incapaz de unirse para enfrentar el poder marítimo y financiero imperial del Imperio Británico emergente. El aislamiento de Francia, y el enfrentamiento de Prusia, Rusia y Austrohungría hasta el desgaste en conflictos perpetuos, eran los rasgos descollantes de los planes oligárquicos neovenecianos de Londres, de “dividir y conquistar” a su pretendida víctima continental y a Norteamérica.

Aplastar las aspiraciones de las colonias británicas en Norteamérica y la destrucción de Francia, eran los objetivos principales de Shelburne durante el período de la transición del Jorge II de esa época (no el “George II” de EU) a Jorge III, y en especial desde la firma del Tratado de París de 1763 en adelante. La derrota de la alianza continental contra Prusia, según el juego del Londres de William Pitt (el Viejo), fue empleada como la oportunidad para un proceso que culminaría en dos guerras mundiales en el continente de Europa, y en términos más inmediatos, para distraer la atención de Francia de las empresas imperiales británicas en Norteamérica e India.

El rasgo notable para nuestros fines aquí de la victoria de Federico en Leuthen, fue cómo éste, frente a una fuerza austriaca profesional y capaz de casi el doble de sus fuerzas, flanqueó dos veces y destruyó esa fuerza enemiga ese día. Es de notar que las fuerzas austriacas, al mando de Carlos de Lorena, estaban desplegadas para realizar una operación de flanqueo contra Federico como la de Canas; de este modo flanqueó el al parecer invencible plan de batalla clásico de sus pretendidos flanqueadores.

Dependiendo de su confianza en no sólo la calidad de sus tropas y sus comandantes, sino también en su certeza de que ellos confiaban en él, los desplegó de forma abrupta, en un gran rompimiento de filas y una carrera precipitada, para luego reagruparlos con todo su poderío contra el flanco austriaco. Federico confiaba en lo que luego llegó a conocerse, con Scharnhorst y “el Viejo” Moltke, como el principio voluntarista del Auftragstaktik (es decir, tácticas orientadas a la misión), la más esencial de las doctrinas que sirvieron de fundamento a la excelencia militar alemana en el entrenamiento y la disciplina, hasta que fue prohibida la práctica de la doctrina en tiempos más recientes. El uso de esta dimensión adicional de la capacidad de sus fuerzas, convirtió su casi mitad, en más del doble, para el desenlace de esa batalla ese día.

Ese no es sólo un principio militar. Constituye la aplicación del principio más fundamental del avance científico, del logro artístico, al dominio de la práctica militar, y es el principio que el Movimiento de Juventudes Larouchistas asociado conmigo practica, en tanto fuerza política, con el doble de efectividad per cápita, que cualquier otra organización política en el campo de las campañas políticas hoy día.

Como cuestión de estrategia y táctica, el principio que ilustra el caso de Federico en Leuthen consiste en reconocer cómo un adversario bien entrenado prueba ser una víctima de su propia mentalidad de pecera, en la medida en que no tome en cuanta la posibilidad de que haya una realidad fuera de los límites definidos por su mentalidad de pecera. En el caso comparable de Lázaro Carnot, el autor moderno del concepto de defensa estratégica, su conducción de Francia a la victoria sobre una masa supuestamente invencible de todos los ejércitos invasores de Europa, el mismo principio aplica, incluyendo el desempeño destacado que tuvo Carnot en realizar la revolución en tecnología militar, que fue posible gracias a sus asociados de la Ecole Polytechnique de Francia bajo la conducción de Gaspard Monge, anterior a Cauchy. Este legado de Carnot y Scharnhorst fue imitado de un modo imperfecto en la famosa obra militar clásica Teoría del flanco, de Von Schlieffen, y antes, en la práctica de William T. Sherman, haciendo el martillo con el yunque de Grant, al flanquear la Confederación a su derrota final.

De acuerdo con lo que informó Helga Zepp–LaRouche de sus investigaciones, el desarrollo decisivo que condujo a la derrota de la pretendida conquista de Rusia de Napoleón, fue el aporte de un pariente político de Federico Schiller, Von Wolzogen, quien ideó el plan prusiano propuesto para derrotar a Napoleón a partir de los estudios históricos elaborados por Schiller sobre la guerra española en los Países Bajos, y el caso similar relacionado de la guerra de los Treinta Años de 1618–1648. Este enfoque fue adoptado por los círculos de Scharnhorst, y presentado al zar Alejandro I por los asesores prusianos Von Stein, Von Clausewitz, etc. Éste vino a ser la defensa estratégica clásica de Rusia, que llevo a la caída de Napoleón Bonaparte, y fue la política de defensa estratégica empleada por la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial

Éste fue el mismo concepto de defensa estratégica que yo propuse como la estrategia estadounidense hacia la Unión Soviética, como parte de mi campaña presidencial demócrata de 1980, y el cual le recomendé, con éxito limitado, a los asesores inmediatos del presidente Ronald Reagan, con quien me reuní durante un acto de campaña en Nueva Hampshire. Esto fue bautizado por el presidente Reagan como su “Iniciativa de Defensa Estratégica”. El rechazo soviético, que vino de los secretarios generales soviéticos [Yuri] Adropov y [Mijail] Gorbachov, fue lo que condujo, como yo le había advertido al Gobierno soviético, a la desintegración del pacto de Varsovia y de la propia Unión Soviética en 1989–1991. Yo les había advertido a los representantes que el Gobierno soviético envió a reunirse conmigo en las discusiones extraoficiales de febrero de 1982, que el rechazar la oferta del presidente Reagan, de éste hacerla pronto, resultaría en la desintegración de la economía soviética en unos cinco años. Tomó seis años. En vez de prepararte para luchar una guerra imposible, flanquea el problema de acuerdo con el mismo principio político que probó ser exitoso en manos del cardenal Mazarino, para lograr la paz al parecer imposible del Tratado de Westfalia de 1648.

Cada uno de estos ilustra el funcionamiento práctico del principio de lo Sublime de Schiller.

Licurgo versus Solón

Federico Schiller fue un genio monumental de su época, por encima de todos los demás, incluyendo sus numerosos pares, que dependían de su sabiduría en materia de arte y estadismo, en las más notables producciones de poesía, drama e historiografía desde entonces. Sus dramas son frutos impecables de entendimiento histórico aplicado al saber. La introducción de más fácil acceso a su genio político se encuentra en sus famosas disertaciones como profesor de Historia Universal en la Universidad de Jena. Típica de ellas es sus tesis sobre el tema de las constituciones contrastadas del tirano Licurgo y del noble Solón. Como Schiller recalcó en esa ocasión, la historia europea constituye una sola pieza, que data desde el principio en que se desenvuelve el conflicto entre las fuerzas opuestas representadas, respectivamente, por Solón y el Licurgo cuyo sistema de brutalidad tiránica fue, como hecho histórico, en lo principal producto del malvado culto a Apolo en Delfos.

Riemann debe de haber estado de acuerdo con el enfoque empleado por Schiller para definir la cultura europea como una especie de organismo específico. Era un enfoque congruente con el concepto de Geistesmasse que presentó el admirador de Schiller y opositor al kantianismo, Herbart, quien influyó en Riemann al respecto. En resumen, en su significación este enfoque de la cultura europea es el mismo enfoque de la naturaleza de los principios físicos universales, que reconoce el descubrimiento de un principio físico universal comprobado por experimento como un objeto de la mente, un objeto que a menudo, y con razón, lleva el nombre propio del descubridor personal pertinente. La civilización europea, como Schiller definió el conflicto entre los legados de Solón y de Licurgo, constituye un proceso social que debe verse como un sólo organismo distinto, con distintas clases de especies características de principio en su desarrollo en tanto proceso.

Esta integridad de la cultura europea la definen, en lo principal, sus cualidades positivas, cualidades positivas en lucha orgánica, mortal, contra su infestación con una corriente maligna contraria. Este conflicto entre el bien y el mal en la antigua Grecia histórica, ocurría entre el legado de figuras tales como Solón, Tales, Pitágoras, Sócrates y Platón, y sus adversarios principales, el Dionisio frigio y el Apolo délfico. El culto a Dionisio es la raíz del fascismo moderno, también conocido como el sinarquismo, y la historia de la sofistería en sus diversas manifestaciones, tales como el empirismo parlamentario (y parla–demencial) liberal angloholandés moderno en la cultura europea, en lo esencial deriva del culto a Apolo de los sacerdotes de Delfos. Es la manera y el método que lo mejor de la cultura europea despliega contra la fuerza insolente del mal, lo que define la continuidad de la cultura europea como un objeto de la mente distinto en lo funcional en la historia de nuestro planeta. La contraposición que hace Schiller de Solón y Licurgo es un ejemplo de esta cuestión.

El conflicto al cual me acabo de referir, surge de modo natural de un cierto conflicto entre la inmortalidad y la mortalidad. El individuo humano, en virtud de esas facultades de descubrimiento de principios que están más allá del acceso directo de la percepción sensorial, como los principios físicos universales comprobados por experimento, es de modo implícito inmortal, en este sentido. Sin embargo, él o ella vive una existencia mortal. La verdadera cordura moral se expresa como la cualidad de reconciliación funcional de las dos polaridades. Suprimir o, incluso disminuir ese aspecto inmortal, espiritual, a favor de las exigencias mezquinas de los sentidos vulgares, da origen a la bestialidad humana, a lo que con justicia llamamos maldad.

De este modo la civilización europea, en virtud de hacer ese énfasis en el descubrimiento de conocimiento de principios físicos universales, que asociamos con el método de los diálogos socráticos de Platón, coloca a esa civilización en conflicto con el lado cochino de la mortalidad (por ejemplo, el “pecado original”) de un modo específico. Esto está de acuerdo absoluto con el aspecto central del cristianismo, según lo define el apóstol Pablo, por ejemplo, en Corintios I:13. Esto no debe asombrarnos porque el cristianismo surgió en torno a la figura de Cristo en el marco de una tradición griega clásica, en resistencia a la maldad que era el Imperio Romano. En el cristianismo el hombre no negocia un contrato comercial con el Creador; antes bien, el hombre rompe con la necesidad de las vallas que mantienen a los cerdos alejados de la insensatez imperdonable, y más bien lo gobierna ese amor por la misión inmortal del individuo, que consiste en la reconciliación del hombre mortal con el Creador, como ya lo implica el Timeo de Platón, y el Sócrates de Platón afirma esta cualidad de ágape en oposición a las figuras de Trasímaco y Glaucón.

Este conflicto constituye la verdadera naturaleza del hombre en sus circunstancias mortales. Es el conflicto que tienen que resolver el individuo humano y su sociedad, a fin de que lo inmortal siempre gobierne lo mortal. Esta es la esencia funcional de la situación de la cultura europea a la fecha.

Vuelve a ver los campos de batalla de marras desde esta óptica.

El lado inmortal del hombre tan sólo logra expresión a través de descubrir y llevar a la práctica esos principios universales, mediante los cuales el hombre actúa sobre el universo real, y no con la simple reacción a las sombras sensoriales de lo no visible. Esto, para señalar la naturaleza prometeica del hombre, como el Prometeo de Esquilo estaba en conflicto perpetuo con el torturador malvado, Zeus el oligarca olímpico. Al negarle al hombre el derecho a tener acceso al descubrimiento de principios físicos universales, Zeus, “el ecologista fanático”, mantendría a la humanidad en la condición de ganado de pastoreo, no de hombres y mujeres. Es mediante la participación en el uso eficaz del potencial creativo del hombre para descubrir y utilizar principios físicos universales, que la humanidad expresa su naturaleza espiritual, su inmortalidad, su escape de las fronteras de la porquería de la eterna mezquindad.

De ahí que, en la cultura europea, el conflicto esencial es entre Prometeo, por un lado, y los perversos Apolo y Dionisio, del lado de la degradación del hombre a la bestialidad sensual del materialista y el existencialista.

Aquí entra lo Sublime.

La solución de todo problema sistémico de la sociedad consiste en hacer a la gente consciente de los remedios, que sólo han de encontrarse en ese dominio espiritual expresado como descubrimientos de principios universales de calidad científica física y artística clásica. El logro, al parecer milagroso, de ponerle fin al ciclo de guerras religiosas de 1511–1648 en Europa mediante el principio esencial de concordia encarnado en el Tratado de Westfalia de 1648, es ejemplo de soluciones de esa índole. Valerse de lo Sublime en tanto expresión de un principio superior de acción, como Federico en Leuthen, Wolzogen, etc. en la cuestión de la campaña rusa de Napoleón, y la reacción de Schiller al hecho de la Revolución Americana de 1776–1789 en sus disertaciones sobre la civilización europea en Jena, son representativos del empleo del principio de lo Sublime.

Lo Sublime es, en su aspecto mas simple, el cambio de la mente individual de las normas arbitrarias de conducta arraigadas en el dominio de la certeza sensorial, a las facultades humanas superiores representadas por el descubrimiento original de un principio universal hipotético, validado por experimento.

Este fenómeno tiene un aspecto emocional, una cierta cualidad de pasión que le es peculiar a nada más. Es una cualidad de disposición hacia esa pasión a la que Shelley hace alusión en su ensayo “En defensa de la poesía”, donde identifica esta pasión como intrínseca a momentos en que aumenta el poder de impartir y recibir conceptos profundos y apasionados respecto al hombre y a la naturaleza. La cualidad distintiva de la obra de Dante Alighieri, Petrarca, Boccaccio, Erasmo, Moro, Rabelais, Cervantes y Shakespeare, en su época, y de Lessing, Mendelssohn, Schiller, Mozart, Beethoven, etc., después, es el estímulo de las facultades de comprensión creativa del dominio inmortal, lo que provoca la pasión que puede elevar a una persona, a toda una nación, aun en momentos de horror como el del reinado de la Inquisición o su sucesor, Adolfo Hitler. Es esa pasión que pone una sonrisa en los rostros del perseguido y del oprimido en los peores momentos; es esa sonrisa la que le da el poder a una persona infeliz para sentar las bases de cambio para un futuro mejor.

Es también recurriendo a lo Sublime que logra el hombre los grandes avances en su poder sobre la naturaleza, y es por el mismo medio que logra triunfar en batallas aparentemente imposibles.


[1] La alegación de que al–Qáeda estuvo comprometido con los sucesos del 11 de septiembre de 2001 en EU, o con los más recientes en España, requiere educar al lector sobre el ABC de las operaciones secretas correspondientes, llevadas a cabo después de Hitler por los retoños del aparato pertinente de la SS nazi, con la protección de los angloamericanos. Este aparato, cuya propagación coincidió con el itinerario de posguerra de Hjalmar Schacht y de su pariente político Otto Skorzeny, fue organizado conforme a los lineamientos del aparato de banqueros y demás de la Allgemeine SS nazi. Consistía en una fuerza transnacional, con agentes de muchas partes del mundo, entrecruzados con los elementos de al–Qáeda empleados por los angloamericanos. Las modalidades comunes del uso de aeronaves el 11 de septiembre de 2001, y el empleo de trenes en las operaciones terroristas sinarquistas de la Piazza Fontana de Bolonia y, ahora en Madrid, no excluyen el uso de agentes angloamericanos de los círculos de al–Qáeda como cuerpos desechables a mostrar en los sitios pertinentes de los sucesos del “11–S”. ¿Por qué los aviesos angloamericanos incluyen a elementos de al–Qáeda en lo del “11–S”? Muy simple: porque no tenían ninguna carne muerta iraquí creíble a mano para usarla en esa ocasión.

[2] La referencia es a las ocasiones observadas directamente, como aquella conferencia sobre control poblacional en Bucarest, en la cual dama [Margaret] Mead, con movimiento pesado y torpe, empezó a perseguir, blandiendo dicho bastón de bruja, con intenciones hostiles, a la atlética, avispada y alegremente sonriente Helga Zepp (más tarde Helga Zepp–LaRouche). Veterana en su odio a LaRouche, la bestial dama Mead, según testigos oculares, fue observada en ocasiones en sus guaridas en la Universidad de Columbia y en el Museo de Historia Natural de Nueva York (donde aparentemente la tenían en exhibición), exhibiendo un bastón y temperamento parecidos.

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