La impotencia Sexual del Partido Socialista Puertorriqueño

Por Lyndon H. LaRouche – Noviembre de 1973

Introducción
¿En que consiste la impotencia masculina?
El PSP como fenomeno
Familia burguesa/ideología burguesa

3. FAMILIA BURGUESA/IDEOLOGIA BURGUESA

El modelo apoteósico del esposo-obrero estadounidense se ve con paso pesado yendo a, o viniendo de, su trabajo. Si es un “buen esposo” vuelve directamente al hogar, o a otro empleo. En el hogar el “buen esposo” se convierte en un apéndice de su esposa-madre: regaña a los niños cuando ella lo manda; órdenes de ella, él se convierte en el padre firme y severo, y también abandona el papel de imitación-Jehová cuando lo ordene esta madre dominante. Él saca la basura, hace los mandados, y en sus varias actividades certifica la supremacía del hogar burgués jugando su papel patético y secundario como un simple apéndice del hogar de su esposa-madre.

Si se tarda un poco en la taberna, o llega tarde con una ira ebria, su tardanza es simplemente un acto patético de rebelión por parte del “hombrecito de mamá”. (A menudo el “buen esposo” sale una o dos veces en la semana, para gastar la mesada que su esposa-madre le ha dado para precisamente este propósito). Su ira de varón es una ira-culpabilidad, y a veces los cambios faciales que uno le nota en sus momentos de ira son los de su madre cuando ésta se encolerizaba.

En la taberna o en la cocina él discute de “política” y de los “asuntos mundiales en general”; todo para nada. Es muy raro que haga algo en cuanto a la “política” o los “asuntos generales del mundo”; él simplemente tiene sus opiniones de “varoncitos”, las cuales le complace poder ventilar.

Detrás de él, la esposa-madre se ríe cínicamente de los “hombres con sus discusiones políticas”, y a su debido tiempo termina con la “cháchara de los muchachotes”: “El mundo va a tener que sobrevivir por un rato sin tu profunda sabiduría”, asevera ella, “es hora de comer, lávate las manos”. Esto para ella es realismo. A veces ella se ríe de los hombres y de sus ridículas discusiones políticas durante su chismorreo con las otras mujeres: “habla que te habla,” y sigue chachareando de la conversación de los hombres hasta que guía la conversación al terreno de lo femenino-hogareño.

El contenido reaccionario de la ideología de la mujer a menudo se revela directa y precisamente en los problemas matrimoniales entre el esposo político izquierdista y su esposa apolítica. Ella insiste en que se ordenen sus vidas personales sin tomar en consideración las obligaciones políticas: “No metas a la política en esto”, insiste frecuentemente. ¿No es “política” que sus hijos coman o no? ¿No es “política” si a ella y a su familia la obligan al trabajo forzado, o a morir en un campo de concentración fascista? ¿A dónde está la cordura de esta patética mujer que insiste en que existen tales cosas como “asuntos personales” divorciados de la política en este período histórico? ¿No es que su enfermedad mental se ve más claramente precisamente en estas situaciones?

Ninguna mujer tiene el derecho de sacar a su esposo —o a sí misma— de una vida políticamente socialista activa, por ninguna razón. Cualquier hombre que se permita subordinarse a estas “obligaciones a su esposa” es un espectáculo patético y degradado, un verdadero Judas a la raza humana; y cualquier mujer que triunfe en dichos actos contra-revolucionarios no es solamente una contrarrevolucionaria sino una vil opresora de sus propios hijos. Si sus hijos pasan hambre, si su esposo y su familia son víctimas de la depresión económica, el trabajo forzado (esclavitud), o mueren en campos de concentración, esa mujer es responsable por estas atrocidades en relación a su influencia y, en esta medida, la mujer logra convertirse en algo menos que humano.

Cualquier hombre que le permite a su esposa arrastrarlo a él de esta manera, también está permitiendo que ella se rebaje a sí misma a algo menos que un ser humano; y así, de hecho, él la rebaja a ella.

¿Cuál es la esencia de este asunto? ¿Qué es lo que hace de la femineidad desposada, de la maternidad, una fuerza política reaccionaria “molecular” penetrante en la cultura capitalis-ta?

La vida burguesa del obrero es esencialmente una vida en torno a la familia. El centro de la vida del obrero es el hogar de su esposa-madre o de su madre. Papá sale al “mundo exterior” para hacer los mandados de traer la comida, y demás, para mamá. El mundo exterior es un mundo extraño, irreal, gobernado por la magia de mamá. “Compórtate como te enseñó mamá”. “Guíate por los temores de tu mamá”. “Respeta a los temores de tu mamá y sobrevivirás en el mundo exterior” (“No andes con un solo zapato, que se muere tu mamá.”) “La magia de mamá” es el secreto de la religión. La religión organizada es la esencia supersensorial de la forma universal de la burguesa “magia sensorial de la forma universal de la burguesa “magia de mamá”; las curas hogareñas de mamá, la sabiduría maternal, los remedios caseros. La religión es por y para las madres, que conspiran hacia la religión con pseudo hombres (sacerdotes) y le imponen la madre-iglesia al hogar.

Para las madres burguesas, el propósito del consumo no es la creación de una humanidad que actúa autoconscientemente; para el hogar de mamá, el propósito del consumo es el objeto mágico asegurado por razón de que el esposo de mamá es “un buen proveedor”, porque las “oraciones de mamá” protegen a la familia del hambre y la miseria, etc. El objeto de consumo se convierte en objeto mágico. Sólo al mundo de mamá, el círculo familiar, es real; el mundo exterior es ajeno, irreal, hostil, impredecible, y peligroso sin la protección de la magia de mamá, la religión de mamá, la “ley y el orden” de mamá.

Por esto es que la existencia hogareña materno-centralizada, que niega la realidad objetiva del mundo exterior al hogar, es el principio activo de la ideología burguesa. Los procesos reales por los cuales se determina al mundo real, los procesos político-económicos que determinan las condiciones materiales de vida, son pintados por mamá como un algo irreal, un asunto de “chacharería de muchachotes,” y en oposición a esto se define al hogar individual, impotente y patético, a la familia impotente aislada, al infantil concepto propio de la familia, como la única realidad; el único dominio para el ejercicio de la voluntad indivi-dual.

La perspectiva mundial reduccionista, la expresión formal de la ideología burguesa, es esencialmente sintomática de enajenación maternal de dos modos interconectados.

Ya que mamá pinta a papá como impotente, y dado que papá es un ser del mundo exterior, no puede haber verdadera emoción en ese mundo exterior, sino ritos, posturas falsas, máscaras y mímica. El color (emoción de la voluntad) sólo existe en la familia, en el mundo de mamá en las relaciones personales; el mundo real, i. e., el mundo subjetivo, sólo existe en las relaciones personales estrechas. Fuera de estas relaciones personales estrechas el mundo es meramente objetivo, i.e., sin emoción real, i.e., simplemente un mundo en blanco y negro de objetos autoevidentes, un mundo de inexplicables predicados abstraídos.

En el mundo exterior, el hijo o la hija que se convierten en profesionales asalariados, lo hacen. Aquí se excluyen a ciertas profesiones femeninas que imitan el papel hogareño (maestras, secretarias-esposas de oficinas, y así por el estilo) utilizando a la imagen paterna (o imagen paternal sustituta) para el personaje a usarse. Pero como el niño percibe como impotente a su padre, el niño que intenta actuar en el mundo exterior se amolda a la imagen de un padre impotente, un ente de formalidad, de objetividad; impotencia.

Lo segundo es que, como ya hemos enfatizado, la víctima de la tradición familiar ve al mundo exterior en sí como algo mágico, como un mundo de objetos inexplicables, de objetos controlados por la brujería de mamá, y no de objetos cuya existencia es determinada intencionadamente por un proceso social ordenado. La reacción esencial entre el individuo aburguesado (i.e., amamantado) y los objetos del mundo exterior, es esencialmente una relación fetichista, i.e., propiciatoria. Uno no intenta cambiar al mundo exterior, “¡hombrecito tonto!”; uno propicia al mundo exterior, arreglando a su vida de acuerdo a la receta de mamá de lo que es apropiado para el niño o niña de su hogar.

De aquí la importante y horrenda falla psicoanalítica de Feuerbach en su gran obra La Esencia del Cristianismo. Pobre Feuerbach el genio, atribulado por su imagen maternal, sólo podía ver al mundo exterior en su aspecto de objeto fijo como un mundo dado para ser explorado, un mundo de una realidad fija, al cual la autoconsciencia sólo se podía someter respetando la orden fundamental de las cosas. La gran falla de Feuerbach, en su Esencia del Cristianismo, es análoga a la falla del psicoanalista superficial que se permite la ilusión consoladora que los padres, y no las madres, son la raíz secreta de la neurosis, la religión, la ideología y la deidad. Por esto es que para Feuerbach no se podía ver de otra forma que no fuera la “sucia-judáica” o calidad fetichista, como objeto sensorial fijo, como objeto de la magia de mamá. (De aquí que se sienta la “femineidad” de Feuerbach, vis a vis la configuración “paternal” de Marx).(6)

Resumamos este punto esencial. La esencia formal de la ideología burguesa es la creencia de la madre en la irrealidad del “mundo exterior.” El mundo es irreal precisamente porque la víctima de la ideología capitalista niega el hecho que las condiciones materiales de la vida son en su totalidad la creación intencionada de la práctica humana y se pueden cambiar de acuerdo al cambio intencionado de la práctica humana. La ideología burguesa ve al mundo exterior como esencialmente dado, como algo a propiciarse, no para cambiarse. El origen perpetuante de esta ideología es la familia burguesa, notablemente el infantilismo de la posesión maternal sádica del niño desde su infancia, y la degradación de la mujer, intelectual y emocionalmente, hasta llegar al estado apropiado para convertirse en madres y esposas burguesas. La característica dinámica más notable de la interconexión entre familia e ideología es la separación que existe entre la vida de familia (lo real) y el mundo exterior (aquel mundo ajeno, el reino de la magia propiciatoria de mamá; la religión), de manera tal que el individuo se imagina a sí mismo sin poder alguno sobre la determinación intencionada de la totalidad del mundo exterior.

La característica más conspicua y singular de la opresión del hijo, de la hija y del esposo de parte de la madre son los temores de esta, su temor a las ratas; su exigencia que la familia, por respeto a los temores de mamá, mantenga el hogar libre de “gente extraña” y de que no se haga nada que atraiga la ira del mundo exterior hacia el hogar. Por esto es que la expresión “yo amo y respeto a mi madre” se convierte en la expresión de la esencia misma de la ideología burguesa y, en último análisis, hasta la esencia del fascismo.

El remedio

La situación no es irremediable. En la medida en que el obrero varón haga un papel social productivo significante en el mundo exterior y sus hijos lo vean así como un productor potente de riqueza social, entonces los hijos, como obreros, ven la posibilidad de una vida adulta no infantil como productores potentes de las condiciones materiales de la vida.

Este punto se comprueba clínicamente de manera un poco perversa por el obvio incremento de la impotencia sexual en la presente generación juvenil de los Estados Unidos sobre la generación de sus padres, y especialmente sobre la generación de sus abuelos. En el caso típico que se identifica para este propósito, uno nota el vástago joven de los suburbios cuyos abuelos fueron obreros, pero cuyos padres degeneraron de obreros (potencia) a profesio-nales pequeñoburgueses, pequeños comerciantes, ejecutivos de oficina (“barajeadores de papele-ría”) y —moralmente lo más bajo de lo bajo— vendedores (impotencia). Este deplorable fenómeno se extiende hasta las filas de los hijos de obreros diestros y semidiestros debido a la falta de énfasis en el desarrollo productivo en los Estados Unidos de la postguerra, la imposición de un “antimateria-lismo” estilo “Cero Crecimiento Poblacional” (las normas culturales de los “barajadores de papelería” pequeñoburgueses) sobre los patrones de la familia obrera; principalmente a través de la influencia de la esposa clase-obrera con sus deseos de “ascendencia social.” Según se reduce el énfasis sobre valores productivos (menos potencia), la cultura se va tornando más impotente, más “femenina” (en ese sentido).

Lo mismo se aplica a la cultura latina. En esa cultura tenemos tanto a la tradición campesina, en la cual el principio bestial de la familia aislada versus el mundo exterior irreal llega a sus peores extremos, como el atraso del desarrollo capitalista, tal que los valores clase-obrera (potencia) están menos desarrollados para los hombres que en una cultura industrial desarrollada. La cultura masculina latina es objetivamente (en lo productivo) más impotente que la cultura masculina de Alemania, Inglaterra, los Estados Unidos y de Canadá generalmente. La cultura latina está permeada por una mentalidad y moralidad campesina, latifundista y burocrática, en la cual el varón es objetivamente impotente, en la cual la madre es objetivamente más potente (relativamente) que su esposo. De aquí el subdesarrollo cultural latino (Italia, España, Latinoamérica y la Francia campesina-pequeña-burguesa) se asocia con la patética imagen del “amante latino” y de la agachada, infantil y sádica madre latina. De aquí también la predilección de la cultura latina por la Iglesia Católica, la expresión más viciosa de la madre-iglesia, del atraso cultural y la impotencia sexual.

No obstante, en cuanto a remedios, lo que es cierto para el varón es tanto más cierto para la mujer. Para el varón librarse a sí mismo de la opresiva y castrante imagen maternal, tendrá que reemplazar a la imagen maternal —como la figura central internalizada de su identidad— con una mujer real, su esposa. Esto no se puede lograr a menos que su esposa no sea una mujer liberada, una mujer cuya liberación de la vacuna o “bruja” imagen maternal dentro de ella depende del apoyo recíproco y el comprometimiento de un esposo socialmente potente.

La mujer (sea madre o esposa) no es la opresora original; tampoco el hombre. El opresor es la imagen maternal, el monstruo internalizado por la mente del niño, un monstruo que no se basa en la mujer actual, la madre, sino que se basa en la relación familiar pequeñoburguesa de la madre hacia su esposo y sus hijos incitando, y hasta obligando, a la mujer a retroceder a un papel vulgarizado (sádico). Como bien sabe toda esposa autoconsciente, la agencia dentro del esposo que tiene la máxima culpabilidad de la opresión de su consorte es la suegra, la imagen internalizada de la madre por él; por desgracia, demasiado a menudo se le auxilia a esta imagen con el refuerzo de la suegra actual. Análogamente, la opresión de la esposa hacia su esposo (sadismo) y sus hijos se genera inmediatamente dentro de ella (a veces auxiliada por el refuerzo de su madre verdadera). De hecho, la característica más oprimente de la mayoría de los matrimonios burgueses es que las víctimas-títeres de esa institución son mayormente unos delegados sufriendo el “matrimonio” actual entre las dos suegras.

La liberación femenina versus la degradación propia `feminista’

Sin duda que esto atraerá la ira de las llamadas “feministas radicales.” La mujer que está vulgarizada y de otro modo degradada por la cultura capitalista está privada de todo posible poder sobre la sociedad; menos el de sadismo femenino. Hasta que no se le confronte con su verdadera opresión —su vulgaridad— y su verdadera opresora —su internalizada imagen maternal, y si no se le ofrece un papel alterno humano en la sociedad, entonces ella se aferrará con ira y terror al único poder —el sadismo femenino— que le brinda la sociedad burguesa. De aquí que las mujeres pequeña-burguesas —hiper-neuróticas, frustradas por el colapso de la institución tradicional femenina, la familia, careciendo de una alternativa real y potente en el mundo rea— sienten el terror de sus vidas sin significado, y encuentran la causa de ese terror en cualquier racionalización histérica que les permita su imagen maternal internalizada.

Si la saludable lucha liberadora femenina en contra de las normas y prácticas objetivamente opresivas, se extiende patológicamente como cosa en sí hasta las charlatanerías de sesiones de “elevación de consciencia” dirigidas por incompetentes, lo que se sacará de esas sesiones de grupo será nada más que el refuerzo casi psicótico de la neurosis fundamental en la forma de “odio al hombre” y lesbianismo (impotencia heterosexual total.) (Esto último es muy distinto a la dinámica humana del pareamiento homosexual.)

Esto debe ser elemental para cualquier clínico competente. Siguiendo las pautas que hemos indicado anteriormente en este artículo la esencia del trabajo clínico es la exitosa contraposición de la voluntad de la autoconsciencia a los impulsos infantilies del estado egoísta. Si las sensaciones colectivas se constituyen a base de reforzar socialmente a los impulsos de estado egoísta en oposición a los “ego-ideales” de la autoconsciencia, lo único que puede resultar de dicha sesión es la exacerbación de la neurosis y hasta endurecer en psicosis lo que fuera simplemente neurosis. Los correlativos de la charlatanería de las sesiones de “elevación de consciencia” son un notable incremento de egoísmo, acompañado de profundo cambio en la personalidad y un infantilismo intensificado general, el cual es el resultado típico que se nota en aquéllas que se han sometido a sí mismas a las degradaciones de los sectores “extremistas” del movimiento feminista, un “feminismo radical” cuya literatura se aproxima, o se adentra, a las más obvias expresiones paranoide-esquizoides.

La verdadera tarea de las liberacionistas femeninas es la de fortalecer generalmente a la autoconsciencia de la mujer y fortalecer sus poderes y oportunidades para actuar sobre la autoconsciencia. Es necesario añadirle algo a lo que se tiene que hacer por el varón en cuanto a este punto. Ya que la mujer tiene una lucha única y doblemente difícil para poder realizar una vida única y doblemente difícil para poder realizar una vida intelectual socialmente potente, es necesario que ella vaya más allá de la simple autoconsciencia de papeles adultos individuales, hasta la autoconsciencia del proceso de luchar en contra de los problemas especiales que confrontan a la mujer en sus esfuerzos por jugar un papel positivo en el movimiento socialista.

Por ejemplo, el problema más difícil con el que se enfrenta cualquier mujer que ha resuelto sobreponerse a su previa vulgaridad, es la ausencia general del hombre apropiado y disponible que luchará con ella por una relación conyugal mutuamente autoconsciente. La vulgaridad sexual de los hombres disponibles amenaza constantemente a la autoconsciencia por la urgencia de ser amada. Se encuentra agonizante por la tentación de aceptar las expresiones infantiles del amor masculino como la única alternativa visible a la falta total de amor. Una vez las mujeres comiencen a luchar en contra de su autoopresión de esta manera, se hace absolutamente impermisible tolerar la vulgaridad (i.e., la dominación imagen-maternal) entre la mayoría de los varones en el movimiento.

Así nos enfrentamos al horrendo problema: mientras los latinos de pretensiones revolucionarias sigan siendo “machos” (i.e., “hombrecitos de mamá”), son pocas las esperanzas que tiene la mujer latina de encontrar una vida plena como revolucionaria y como mujer dentro del movimiento. Pero sin estas mujeres que luchan por la autoconsciencia en contra de la vulgaridad, el varón latino de pretensiones revolucionarias se queda sin esperanzas de liberarse a sí mismo de su imagen maternal, su impotencia machista. Por esto es que el ataque coordinado, sin cuartel y simultáneo en contra de la imagen maternal del joven, hombre y mujer, de pretensiones revolucionarias, es la precondición esencial para crear una fuerza vanguardista de revolucionarios auténticos latinos cuya base está en las masas.

Solamente hemos indicado la forma científica del problema y su solución general. Más allá de esto carecemos de originalidad total: toda la literatura latinoamericana de importancia, aunque la intención del autor fuese reaccionaria o revolucionaria, extrae a gritos las imágenes de la opresión psicológica única del hombre y la mujer hispano parlante. Las grandes novelas y poemas de Latinoamérica han contemplado a este monstruoso problema; ya es el tiempo de cambiarlo.

El caso clínico del amor

Según enfatiza el autor en Más Allá del Psicoanálisis, el objetivo a corto plazo de los Comités Laborales en cuanto a la psicología aplicada es el desarrollo intencional de los poderes de tentación creativa en una pluralidad creciente de los cuadros de la organización, con el objetivo siguiente de reproducir ese logro entre la vanguardia de la clase obrera. Se ha tenido un éxito limitado hacia ese objetivo dentro de los grupos de psicoanálisis establecidos hasta la fecha. En términos generales, esos resultados se han conseguido en menos de cincuenta horas de sesiones, en el caso de cada grupo. Asimismo, el estudio de los trabajos del autor sobre psicoanálisis y otros tópicos, ha producido un efecto paralelo entre algunas personas que no pertenecen a los grupos psicoanalíticos establecidos. Los resultados clínicos obtenidos de esa forma aclaran los rasgos positivos más imprescindibles de la actual crítica de la ideología latina.

La percepción consciente y directa de la emoción fundamental (amor=tentación creativa) se ha presentado de dos maneras diferentes aunque fundamentalmente unidas. En algunos de los casos, ha sido descrito clásicamente por el sujeto como un sentido abrumante (oceánico) y totalmente aterrorizante del amor-muerte no erótico (sí, el principio tormenta en el mar y el famoso dúo de Tristán e Isolde son de una relevancia clínica extraordinaria). En algunos otros casos, la misma emoción se ha conseguido concentrándose en ciertas áreas claves de los escritos del autor, en conexión con la conceptualización del continuo autoperfeccio-nante como infinito real. En ambos casos la cualidad de sentimientos es idéntica con las emociones más fundamentales que se abstraen de individuos durante un análisis de profundidad de individuos.

Normalmente existe un peligro al exponer a una persona a esas emociones abrumadoras fuera de los Comités Laborales. El programa se lleva a cabo con seguridad dentro de los Comités Laborales, donde no se podría hacer con laicos, ya que los miembros de los Comités tienen una identificación autoconsciente con el mundo, que le falta a los laicos. Bajo circunstancias desafortunadas, esta experiencia, la más aterrorizante que puede conocer la mente humana, puede causar el suicidio o propiciar un colapso psicótico.

El peligro no existe en la emoción misma; no es la emoción misma la que es mala o peligrosa. La teoría popular “Eros-Thanatos” es totalmente sin sentido, aunque la forma superficial del fenómeno en el individuo aburguesado es amor-muerte o amor-locura-muerte. El peligro consiste en que durante el derrame original de esa emoción desenfrenada, se derriten todas clases de objetos-imágenes, inclusive la forma infantil burguesa del yo-ego. De ahí que si el individuo no tiene un sentido de identidad aparte de su identificación con la forma infantil del ego, el derrame de esa emoción es de hecho el sentir de la muerte. El hecho de que esa emoción es también lo que debe ser el sentir del amor resulta en la conclusión ambigua de que eso es el sentir del amor-muerte.

No hay distinción real entre el “Eros” y el “Thanatos” en la vida mental; el sentir es idéntico; Amor-Muerte es sencillamente el nombre apropiado para la emoción fundamental de identidad desde el punto de vista del ego infantil aburguesado.

El punto se aclarará mejor para un número mayor de los lectores si introducimos el siguiente punto con la ayuda de una metáfora. Si uno imaginara que el ego infantil es como una roca la cual sobresale un poco de la arena cuando la marea está baja, imagínese el efecto de aferrarse a esa roca cuando esté subiendo la marea. Si uno nada o siquiera flota, la entrada suave de la marea no representa peligro alguno, pero si uno estuviera atado (amarrado) a esa piedra, entonces sería irremediable el que uno se ahogara y muriera. Es el hecho de “amarrarse” a ese ego infantil lo que causa que la entrada de esa marea de emoción fundamental sea tan aterrorizante, tan destructiva.

Un ejemplo de eso es el tipo “Werther” como modelo del suicidio infantil. El objeto de amor del encaprichamiento adolescente es un sustituto del ego infantil por la madre. El amor adolescente es una forma infantil de buscar el amor maternal. Este sentimiento trae o tiende a traer un sentir del sentimiento fundamental oceánico del amor-muerte, cuya preconsciencia el adolescente recuerda desde los primeros años de su vida post infantil. El apego al ego, a través de darle identidad “infantil” a ese ego usando el objeto de amor y el sentir ese sentimiento fundamental “oceánico”, faltándole un objeto (persona) a quien unir a esos sentimientos, causa el peligro de la real muerte psicológica del ego. Bajo circunstancias particulares la experiencia de esa muerte psicológica puede causar el deseo de realizar esa muerte o concretizar la muerte psicológica a través de un escape psicótico. El recuento, naturalmente, está demasiado simplificado en consideración de los objetivos principales de este trabajo, aunque el punto principal se logra entender bien a pesar de estar en forma metafórica.

A menos que el individuo haya desarrollado un sentido autoconsciente y duradero de identidad con el mundo, como alter-nativa a la “vida familiar” del ego infantil, el surgir de la emoción fundamental es la experiencia de “la muerte psicológica.”

La identidad autoconsciente es fácil de localizar. En las pinturas psicológicas de Goya, esa identidad no es una de las figuras del cuadro, sino el ojo del artista mirando la obra. Es, según la definición de Hegel, el ser que puede ir detrás de su ego.

El terror máximo de la emoción fundamental es la experimentación de la emoción de amor potente, propiamente dicho, la relación de amor entre dos identidades autoconscientes, el concomitante afectivo de tentación creativa internacional, y la emoción asociada al entendimiento de las grandes composiciones musicales clásicas. (De hecho muchas personas que nunca disfrutan de esa emoción de otra forma, inclusive aquéllos que ni siquiera la disfrutan en relaciones sexuales, lo experimentan muy a menudo con ciertas composiciones musicales. Algunas piezas de Bach, y los primeros trozos del Réquiem de Mozart y el Grosse Fugue de Beethoven son típicas de las composiciones más conmovedoras a través de las cuales se experimente más a menudo un cierto grado de la emoción fundamental. El caso del músico precoz que pierde su intimidad con la música durante su adolescencia o después también es relevante. El mayor terror imaginable para un ser ideologificado en la cultura burguesa es idéntico a la misma emoción que le da tranquilidad a un Espinoza; o a cualquier otra persona que haya conocido el amor potente o la vida mental intencionalmente creativa.

En el caso del individuo aferrado al infantil ego burgués, a través de su imagen de la madre o de un objeto de amor en el sentido más chabacano de una relación sexual, el experimentar siquiera un derrame significativo de la emoción fundamental, sería la experiencia psicológica cercana a la muerte. El peligro de la emoción consiste o se asocia con una disminución del ego hasta el punto de estar rodeado por un “Schwaermerei” de pensamientos y sentimientos fragmentados. Bajo esas circunstancias, cuando ocurre en un marco clínico, lo que se hace es resolver el problema despertando la identidad autoconsciente a la vez que se disocia al individuo de las preocupaciones infantiles que causan esas ataduras tan fuertes al ego infantil.

Debe añadirse que hay una relación directa entre esta clase de fenómeno y la curación de enfermedades psicosomáticas aún peores. Complicaciones intestinales psicosomáticas y el síntoma del síndrome de la migraña son dos de las cosas más fáciles de tratar de esta forma. De hecho la variedad de problemas que se pueden mejorar o por lo menos remediar en un alto grado y que se dicen ser de origen puramente orgánico, demuestra que el uso del análisis psicoanalítico y la medicina psicosomática son de mayor importancia de lo que los llamados profesionales quieren admitir. Si el problema orgánico puede controlarse o curarse a través del método clínico psicoanalítico, entonces la probabilidad de orígenes psicosomáticos ha quedado establecida. La unión, entre los desórdenes psicológicos y los malestares somáticos que se han demostrado unidos a esta psicopatología, es a través de la mediación de la emoción fundamental, la cual está obviamente ligada a las dinámicas propioceptivas y endocrinofisiológicas.

Se debe (y pronto se tendrá) que escribir mucho más sobre este conjunto de fenómenos. Por ahora nos limitaremos a aquello que sea esencial al tópico a mano.

Limitándonos momentáneamente a la incompetencia general de los autotitulados “teóricos marxistas”, el adelanto del movimiento requiere dos habilidades interconexas por parte de los cuadros dirigentes (especialmente por parte de los cuadros dirigentes).

En términos formales no se hace un análisis competente sobre estrategia o táctica ni un programa económico competente hasta que no se pueda conceptualizar la idea de “reproducción ampliada.” Este problema conceptual es idéntico al que se presenta de otra forma en el caso del teorema de “perfección” de Descartes (según lo desarrollamos en Más allá del psicoanálisis) y los problemas relacionados que tienen las ciencias físicas para desarrollar una teoría de unicidad espacio-enérgica desde la perspectiva de un principio negativo-entrópico, conectando la sucesión de multiplicidades de contenido diferenciable “anidadas.” En fin, la capacidad de conceptualizar la reproducción ampliada en términos más que meramente descriptivos, requiere que el individuo localice dentro de sus procesos mentales una referencia que no sea la imagen de un objeto, y que tampoco sea una mera continuidad.

La única referencia que existe en los procesos mentales que corresponde a la continuidad autoperfeccionante hacia esa noción de negativo-entrópico infinito, es la emoción de tentación creativa, la mal nombrada emoción fundamental de amor-muerte. De ahí, que no es metafórico insistir que el liderato del PSP (particulamente) se ha caracterizado impotente sexualmente fundamentado en su antiintelectua-lismo y el conocimiento correlativo vulgar y de segunda mano de los escritos de Marx.

La misma forma de problema conceptual se encuentra en el segundo aspecto de este asunto. Es imposible encontrar o conceptualizar la dinámica de los procesos sociales sin hacer consciente esa emoción fundamental y sin hacerla receptiva a uso deliberadamente.

No existe una generalización descriptiva amplia. En los Comités Laborales hemos podido, recientemente con cada vez más exactitud, encontrar exactamente los puntos del razonamiento donde los miembros son impedidos de seguir hacia el próximo paso para conceptualizar la reproducción ampliada y los procesos sociales. En los casos típicos, el miembro puede formular el problema a conceptualizarse en términos escolásticos, estadísticos, etc. ampliamente. El resultado de esas acciones preliminares es encontrar la noción a conceptualizarse, no de forma directa sino dándole vueltas a la idea a encontrarse. Entonces el militante intenta saltar directamente al medio del problema o el círculo que él ha definido y así agarrar los hechos que él ha circunscrito. A este punto, por lo regular, ocurren varias clases de impedimentos con ciertos correlativos psicológicos: sueño, mareos, sentimiento de asfixia, etc. Donde se explora clínicamente a estos fenómenos psicológicamente enlazados, el impedimento prueba ser un impedimento al derrame de la emoción fundamental que amenaza con salir.

El aislamiento y análisis de este impedimento es uno de los descubrimientos clínicos más importantes en la historia de la ciencia psicológica. Representa lo que G. Riemann identifica como un caso de “experimento singular”. Ya sabemos del análisis epistemológico (véase Dialectical Economics, passim; Más allá del psicoanálisis, secciones dos y tres) que la forma necesaria de tanto la ley fundamental del universo, como del principio fisiológico “a priori” de la tentación humana, son de forma equivalente, la forma de la autoperfección cartesiana identificada por la noción de entropía negativa autopropulsora para el “anidamiento” de multiplicidades de contenido cualitativamente diferenciable. Por esto es que el descubrir que el intento de conceptualizar directamente a la noción de entropía negativa es idéntico al esfuerzo de suscitar la más fundamental de las emociones, es el avance más importante en el conocimiento científico empírico – como también lo es el que el impedimento a conceptualizar el método dialéctico se relacione con impedimentos que causan la impotencia sexual.

Las dos tareas, la conceptualización programática y del proceso social, exigen absolutamente que el cuadro tenga la capacidad para intencionalmente suscitar y aplicar esa “aterradora” emoción fundamental. Porque para conceptualizar es necesario encontrar una cualidad comparable, dentro de la mente, con la realidad externa que tiene que entenderse. La única cualidad de la vida mental interna que corresponde a la reproducción ampliada verdadera o a la verdadera transformación revolucionaria de los procesos sociales, es la emoción fundamental.

Generalmente, las víctimas de la ideología burguesa están impedidas (por terror anticipado) de experimentar directa y conscientemente esta emoción, y la mayoría de las víctimas son incapaces de experimentar emoción alguna que no sean los tres estados burgueses sentimentales de ira, el miedo y la exaltación objeto-posesiva. (Por ejemplo, la ira es la emoción primaria empleada por los matemáticos lógicos y los jugadores de ajedrez, etc.) La dificultad en conceptualizar a un continuo negativo-entrópico real o, análogamente, reproducción ampliada real o el método dialéctico, es totalmente el resultado de impedimentos crasamente neuróticos (ideológicos) y comunes; impedimentos que se caracterizan por una dinámica determinable de supresión de emociones más fundamentales. De aquí la conexión directa entre los impedimentos neuróticos a la vida intelectual y la impotencia sexual. Por ejemplo, es rigurosamente correcto diagnosticar al interés que permea a las universidades hoy día por la “filosofía analítica” como prueba contundente de la impotencia sexual de la vida académica.

No hay nada de casual en los impedimentos a la sensación de terror. El impedir la emoción fundamental no es el resultado directo del intento capitalista de producir impotencia sexual en sí, sino de la preocupación implícita del capitalismo por prohibir la tentación creativa en la población general. Esto porque el individuo que opera a base de la tentación creativa se caracteriza por el hibris hacia las “autoridades establecidas”, y está motivado por su sentido de identidad a cambiar las cosas constantemente de manera fundamental. Además del terror inmediato de la “muerte del ego infantil” que está envuelto en la experimentación de la emoción fundamental, la implicación de obrar sobre esta emoción (sobre la identidad autoconsciente, identidad espinoziana, motivada por esa emoción) es de cambiar al mundo externo de manera drástica, y de actuar conjuntamente con una humanidad creativa movilizada para convertir al mundo en aquello que nuestros poderes de razonamiento nos dicta que debía ser el mundo. Experimentar esa emoción fundamental es abandonar la protección de las ilusiones de la enajenada familia burguesa y entrar al mundo exterior, para encontrar su identidad en cambiar positivamente al mundo. Experimentar esa emoción fundamental es abandonar la protección de las ilusiones de la enajenada familia burguesa y entrar al mundo exterior, para encontrar su identidad en cambiar positivamente al mundo, en vez de en los consuelos infantiles de la “vida familiar” compartamentalizada o las “relaciones amorosas” infantiles. El terror que la emoción fundamental así le presenta al ego infantil es de esta manera tanto coherente como en relación proyectiva con el terror objetivo implicado resulta de obrar sobre los dictámenes de esa emoción fundamental.

La autoconsciencia experimenta el descubrimiento, y el yo auto-consciente, una vez entiende que el acto descubierto es un acto socialmente necesario, se siente repulsado de repente y brutalmente por una carga de hibris (esto viene generalmente de la mofa de su imagen maternal: “Quién eres tú para pensar en hacer esas cosas? Sé tú mismo. Atente a lo que eres”; el niñito de mamá, el “hombrecito de mamá”). La mente descubridora se arroja y hunde en la desesperación, y se “acurruca” con el calor de los consuelos de su “familita” y resuelve nunca volver a las friolentas escarpaduras del ascenso montañoso.

Por esto es que existe una correlación directa y necesaria entre la impotencia sexual del PSP y su vulgaridad, una correlación entre la impotencia sexual y la completa cobardía del PSP en la vida política. Como cualquier “estudiantito” pequeñoburgués, abusador cobarde, como el “macho” cobarde, el PSP confunde al valor con la simple amedrentación y la insolencia (de hecho, el dialecto puertorriqueño expresa una patética verdad psicológica al identificar al “coraje” solamente con la ira; la insolencia). La historia política “objetiva” ruin del PSP ejemplifica su cobardía patética ante la simple amenaza de la crítica popular de cualquiera de los sectores de la población boricua. Los cobardes del PSP carecen de la convicción moral para atacar a la autodegradación de los oprimidos puertorriqueños. Por esto es que el sexualmente impotente PSP es incapaz de hacer el más mínimo, solitario gesto en la dirección de un acto verdaderamente revolucionario. ¡Los infelices del PSP han resuelto que ni siquiera sugerirán un cambio solitario en la ideología dominante, autodegradante, de los puertorriqueños!

El PSP ama a los puertorriqueños de la misma manera que una prostituta ama a sus clientes, lo cual no tiene absolutamente nada que ver con liberarlos de las compulsiones hacia la auto-degradación moral.

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(6) El argumento de que “Dios padre” revela una religión de “dominación masculina” es enteramente insensato. La deidad masculina no es una esencia abstracta de hombres ordinarios en general. El “hombre típico” en la sociedad capitalista es una figura patética reducida a enfuriarse contra su impotencia cuando es confrontado por su madre y su esposa. La “figura del Padre” en la deidad es derivada de la imagen del Rey, de los potentados mágicos de la sociedad.

Por ejemplo en el Nuevo Testamento tenemos al carnudo José echado fuera del cuarto mientras la Virgen María es preñada por la visitación del Ángel Gabriel. “Dios Padre” no se aduce del esposo de la esposa, sino de las Grandes Corporaciones de Washington, D.C. y otras potencias de establecida autoridad. En la historia reciente de los Estados Unidos, el presidente Eisenhower epitomiza la imagen desde la cual las nociones modernas de “Dios Padre” son sustanciadas. La deidad masculina, cristiana o judía, es Mamón, es la masculinidad abstracta de autoridades capitalistas establecidas; es el ejecutivo de las Grandes Corporaciones que duermen en la cama de Mamá mientras su carnudo padre trabaja en el plantel de la corporación. Él es el no tan secreto amante de Mamá, la misma figura de “ley y orden” que mamá amonesta a sus hijos a “respetar y obedecer.” El pater familias, el carnudo moral del hogar, patética e impotentemente sólo le sirve de eco a ella. “Haz como dice Mamá.”

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