Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

 

En estos New York Times

El presidente George W. Nerón

por Lyndon H. LaRouche

6 de agosto de 2006.

“Fiel a la tradición perversa del antiguo Imperio Romano, el poco avispado George W. Bush hijo es el remplazo de Nerón en esta ocasión”, dice LaRouche. (Fotos: arttoday.com y Eric Draper/Casa Blanca).

En todas partes, en las señales de los mercados financieros del Sudoeste de Asia y de Estados Unidos y Europa, lo que vemos, sin el menor temor a equivocarnos, es el anuncio del fin, no de la historia, sino del cuento de Francis Fukuyama. Las señales actuales de esto están surgiendo casi en todas partes.

Así, el ahora proverbial presidente de Estados Unidos de América, George W. Nerón, ni siquiera se ha ganado en realidad la dignidad de cargar con la culpa por la catástrofe que sus acciones han desencadenado ya sobre toda la sociedad transatlántica. Como una enfermedad, la parte de culpa que le corresponde por las consecuencias de su reinado no reside en sus providencias prácticamente inexistente, sino en los graves defectos de su carácter personal. No es más que uno de entre los muchos tontos necios, si bien aviesos, que desempeñaron la parte asignada a imbéciles como ellos. De modo que, podría decirse de todas las autoridades políticas putativamente principales en funciones en EUA hoy —y en Europa Occidental y Central—, como el Casio de Shakespeare le dijo a Bruto: “La culpa, querido Bruto, no reside en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos, que somos subalternos”. Así, fiel a la tradición perversa del antiguo Imperio Romano, el poco avispado George W. Bush hijo es el remplazo de Nerón en esta ocasión. Muchos de nuestros dirigentes en el Senado, y en otras partes también, se han comportado como subalternos últimamente.

En lo que la opinión pública por lo general confunde hoy como las figuras de importancia histórica de estas naciones, tales dirigentes putativos nuestros están, a últimas fechas, ferozmente empeñados en irse al infierno. Vimos esto en la complicidad tolerante del Senado en la violación del sector estratégicamente decisivo de las máquinas–herramientas de EU y su soberanía económica por parte del sinarquista Félix Rohatyn. Como Casio le advirtió a Bruto: al igual que los lemmings legendarios, esos subalternos dedicados del cuerpo del Senado casi se han destruido ellos mismos, y a todos nosotros también, con su necia adoración de la tradición popular que nos ha infligido a todos nosotros su estilo habitual de creencia compartida de subalternos, de seguir la corriente para pasarla bien, en la fe ciega ignorante de la analfabeta opinión popular sesentiochera de clase media en el destino estadístico. A modo de subalternos, estos miembros y nosotros, sus víctimas, por igual, estamos prácticamente perdidos por el momento, cual un Creso legendario, como por obra de la secta del Apolo pitio délfico de los “sucios follones asquerosos” del Consejo de Liderato Demócrata (DLC).

Lo peor de todo es que la mayoría de nosotros, incluso la mayor parte de los supuestos dirigentes políticos actuales, aceptan esa fe apta sólo para los legendarios subalternos. Corean despreciables letanías deplorables como: “No puedes meter la pasta de dientes de vuelta al tubo”. Así, corean una y otra vez, al marchar, con un brillo histérico en la mirada, a lo largo de lo que para ellos es el camino polvoriento de “nuestra tradición”, siempre hacia el mismo infierno que la antigua Atenas sofista del viejo Pericles atrajo sobre sí en su tiempo.

Estos acontecimientos críticos son mortales, pero no son el fin de la historia; definen un momento crítico de cambios radicales en el transcurso de la historia. Por ejemplo:

La guerra asimétrica global

Considera la situación cada vez más infernal que ahora se propaga como una pandemia por el Sudoeste de Asia y más allá.

En las audiencias del testimonio de Donald Rumsfeld y compañía del Departamento de Defensa la semana pasada en el Senado, una afirmación importante de hechos veraces del sector militar profesional destaca por su significado histórico estratégico crucial, algo que la mayor parte de la por lo general estúpida gran prensa actual del mundo pasó por alto.

El testimonio de entre los generales profesionales en servicio convergió en un debate acerca de los cambios cualitativamente significativos en la situación militar sobre el terreno en Iraq. Este intercambio fue pertinente en sí mismo, pero esos hechos, aunque ciertos, eluden la cuestión fundamental. El problema en Iraq hoy, es que la situación en toda la región la caracteriza un viraje cualitativo, de la llamada guerra convencional, a una fase diferente, no de meros elementos de guerra asimétrica, sino de la guerra asimétrica generalizada para la que, sin remedio, no están preparados el Departamento de Defensa del Gobierno de Bush, ni tampoco la abrumadora mayoría del Congreso.

Éste es el cambio hacia lo que abordaba en el transcurso de los 1980, junto con otra clase relativa de especialistas, bajo el título de “guerra irregular”. En ese entonces advertí que la combinación de que el funcionario soviético Andrópov y nuestras partes no aceptaran la oferta del presidente Ronald Reagan, de hablar de lo que el Presidente llamó una “Iniciativa de Defensa Estratégica”, enfrentaba al mundo entero con la inevitabilidad, o de una guerra termonuclear general en el transcurso de, quizás, algún momento en los 1980, o, en cambio, de una desintegración del sistema soviético aproximadamente en el mismo plazo, o del viraje del mundo entero hacia una intervención cada vez mayor de la “guerra irregular” que la jerga soviética denominó guerra asimétrica. Como de costumbre en cuestiones de pronóstico de largo aliento, tuve razón, y el método de pensamiento estratégico de todos mis oponentes a este respecto, tanto de los otrora bandos occidental y oriental en este tema de los 1980, ha probado estar totalmente equivocado.

Semejante cambio cualitativo, del que se hacen eco las audiencias del Senado, está implícito en la secuela de los compromisos previos con la doctrina de Bertrand Russell de los “ataques nucleares preventivos” de los 1940 contra la Unión Soviética, y el viraje de los russellitas hacia la “destrucción termonuclear mutua asegurada” en los 1960. En pocas palabras, tras el desplome de la Unión Soviética, los antiguos aliados de EU sólo podían librar una guerra regular en la medida en que el poderío militar de Rusia y China aceptó limitar el conflicto a los confines no nucleares de los tratados de los 1980 sobre la proliferación de armas nucleares.

Al romper las condiciones políticas esenciales para que el acuerdo sobre estos tratados continuase, y con el objetivo de aplastar a Rusia y a sus vecinos, China y demás, los intereses financieros angloamericanos pro imperialistas (es decir, pro globalización) de la camarilla sinarquista liberal angloholandesa han creado las condiciones axiomáticas para la guerra global asimétrica.

Los cambios de política económica y monetario–financiera que introdujeron de forma conjunta los Gobiernos británico y estadounidense de los 1970 y 1980, han destruido el potencial de una paz duradera mediante los efectos del viraje posterior a 1971–1981 hacia una forma radicalmente “librecambista” del sistema monetario mundial de “tipos de cambio flotantes”. Este cambio introdujo un nuevo impulso pro imperialista hacia la eliminación del diseño de Franklin Roosevelt de un sistema mundial de cooperación fundado en el tratado de Westfalia, con base en principios de progreso físico para las naciones, per cápita y por kilómetro cuadrado, conforme a la economía del Estado nacional soberano.

Tenemos que ver las raíces de estos acontecimientos en el cambio de los principios del derecho internacional a favor del imperialismo luego de 1945, en las nociones utopistas globales de H.G. Wells y su cómplice y arquitecto de la guerra nuclear, Bertrand Russell. El asesinato exitoso del presidente John F. Kennedy, en combinación con los ataques contra el presidente de Francia Charles de Gaulle y su aliado Konrad Adenauer —para sacarlo prematuramente— fueron pasos importantes hacia la destrucción radical tanto del sistema de Bretton Woods como de la reanimación de la economía estadounidense con Roosevelt, que se dieron a toda marcha en el intervalo de 1970–1981.

La ofensiva de las últimas tres y media décadas hacia las utopías posindustriales y los destructivos juegos económicos y culturales relacionados, ha creado una honda división en la calidad de interés común de la que depende la cooperación pacífica entre naciones. El Gobierno actual de George W. Bush hijo no ha hecho más que llevar esa semilla de la guerra asimétrica mundial a un estado de madurez en el que, o se repudia y destroza esa tendencia ahora, o la propagación ahora inminente de la guerra asimétrica hacia una forma planetaria de armas nucleares y de otras clases especiales, en conjunción con un absoluto conflicto asimétrico, se combinará con la embestida del colapso de reacción en cadena de toda la economía mundial, un colapso que se propagaría con rapidez, del ámbito del transatlántico y el Sudoeste de Asia, a todo el mundo, al estilo de reacción en cadena de aquélla de la Europa del siglo 14.

Entre tanto, la economía mundial en su forma actual está en la etapa de un derrumbe de reacción en cadena. El actual sistema bancario–monetario mundial está irremediablemente quebrado, como sólo los mentirosos desaforados e imbéciles y lunáticos similares seguirían negándolo.

En pocas palabras, no hay forma que las tendencias actuales en la política mundial, en EUA o en Europa puedan continuar sin acarrear el pronto desplome general de la civilización entera.

La situación militar de EU e Israel en el Sudoeste de Asia es absolutamente desesperada al presente. Sálganse; sálganse ahora, e introduzcan una política del todo nueva, con la cual Israel y otros se sometan a la realidad de que lo único viable que hay es una alternativa westfaliana.

La historia, como la concibe Francis Fukuyama y los de su estirpe, está muerta ahora. Es hora de remplazar lo muerto con quienes representan una nueva historia futura viva para toda la humanidad.

Todos los que pretenden interpretar las tendencias actuales desde una perspectiva diferente a la que he puesto de relieve aquí, seguirán errando en la evaluación de los parámetros estratégicos mundiales más decisivos.

 

LaRouche da su apoyo limitado a la resolución 1701 de la ONU

El viernes 11 de agosto de 2006 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó de manera unánime la resolución 1701, que pide un cese inmediato al fuego en el Líbano y detalla los términos de un retiro gradual de todas las fuerzas israelíes del Líbano, al tiempo que la Fuerza Interina de las Naciones Unidas en el Líbano (FINUL) y las tropas del Ejército libanés reforzadas asumen el control de la seguridad en la región al sur del río Litani. La resolución responsabiliza a Hizbulá por iniciar la crisis, exige la liberación incondicional de dos rehenes israelíes, y también alienta los “esfuerzos encaminados a resolver con urgencia el asunto de los prisioneros libaneses detenidos en Israel”.

Luego de revisar cuidadosamente los acontecimientos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Lyndon LaRouche declaró el 12 de agosto que la resolución representaba un triunfo limitado para los ex presidentes George H.W. Bush y Bill Clinton, y para Brent Scowcroft y otros que colaboraron con la secretaria de Estado estadounidense Condoleezza Rice en poner la crisis del Líbano bajo control. Aunque crítico de algunos aspectos de la resolución 1701, entre ellos el foco en culpar a Hizbulá y otras concesiones a Israel y al presidente Bush, LaRouche Üntobservó que “este tipo de cosas pasa” cuando la diplomacia es difícil. “A veces se sacrifica la verdad en aras de la paz”.

Sin embargo, LaRouche agregó que se tiene que decir toda la verdad. Advirtió que la situación sigue siendo “difícil como el demonio”. Hay protagonistas en Washington, Tel Aviv y otras partes que quieren que la guerra continúe, a pesar de las medidas del Consejo de Seguridad de la ONU. La histeria reciente sobre la amenaza terrorista en Londres no es sino un indicio de que hay muchos detonadores posibles de una guerra renovada y más amplia. LaRouche llamó a realizar una labor de inteligencia y seguridad eficaz para arrollar a las redes terroristas potenciales, rehusándose al mismo tiempo a sucumbir a la suerte de tácticas de histeria bélica que emplearon Bush, Cheney y Blair en torno a los arrestos en Londres.

LaRouche agregó que la amenaza más grande a la paz es el estado mental del propio presidente Bush. Cuidado con que Benjamín Netanyahu haga alguna jugada importante dentro de Israel a nombre de Dick Cheney, advirtió LaRouche. Aunque por el momento en EU las voces más cuerdas se imponen a los aspirantes a genocida, la amenaza bélica no ha desaparecido. Sólo con verle la cara a John Bolton mientras Condi Rice emitía su voto a favor de la resolución 1701, sabes que la facción belicista está muy molesta, y no se dará por vencida.

LaRouche concluyó que la gente alrededor de la familia de Bush padre se merece el crédito por tratar de parar la guerra. ¿Lo lograrán? Eso no lo sabemos.

—por Jeffrey Steinberg.

 

 

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