Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, núm. 3

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Economía

 

Lo que el Congreso de EU necesita aprender

El arte perdido de hacer presupuestos de capital

por Lyndon H. LaRouche

Dedicado poéticamente a mi esposa Helga, en la portentosamente bella ocasión de nuestro 29 aniversario de bodas.

22 de diciembre de 2006.

Desde aquella notable conmoción de 1968 que estalló del mismo modo en Europa que en las Américas, con frecuencia las pasiones efímeras del veinte por ciento superior de la generación “de corbata” hoy imperante (la del 68) se expresan como una pérdida de su deseo por establecer un matrimonio duradero, una indiferencia por las perspectivas para las generaciones más jóvenes, y un total desinterés por invertir en el futuro de la economía física de otras naciones, o siquiera en el de la propia. De ahí que, como esa generación domina nuestro Senado y también buena parte de nuestra Cámara de Representantes, nuestro Congreso había extraviado a últimas fechas, en lo principal, el concepto del que ahora depende la existencia futura de Estados Unidos: el concepto del presupuesto de capital.

Esto tiene que cambiar ahora.

Lo que se ha perdido es el sentido del significado de “la inversión indispensable de capital en las condiciones físicas del progreso”; esto significa que se pierde el significado de la inversión necesaria, no sólo para rescatar a EU, sino para asegurar la existencia civilizada futura del mundo entero.

Quizás a algunos de ustedes les moleste que diga esto. Piensen con cuidado. Corroboren la proporción de los miembros del Congreso estadounidense que cuentan cada dólar del gasto público presupuestado como un desembolso que deben equilibrar los ingresos tributarios corrientes. Desde la perspectiva de cualquier economista competente, en la práctica económica esa política es, en efecto, una perfecta imprudencia inhumana y desastrosa.

El cambio de estado mental en materia de política económica que se propagó por el Congreso en el transcurso de las últimas cuatro décadas, devino en uno radical, en un desplome radical del nivel de competencia de los fundadores de nuestra república federal, uno de más de veinticinco años, en el que en otros tiempos su desempeño sugería el aparente coeficiente intelectual funcional de una mayoría de esos dirigentes en puestos de importancia. En gran medida este efecto lo definió el estrato de entre los típicos sesentiocheros de orientación universitaria, que había creado un virtual estado de guerra de clases, de los trabajadores de corbata contra los obreros. Se oponían cada vez más a los agricultores, a los operarios industriales y a los profesionales con una formación en la ciencia física. Muchos de ellos se oponían incluso a todo lo que representara progreso tecnológico en la producción y la infraestructura. Ese cambio de paradigma cultural que expresaron los sesentiocheros devino en la matriz cultural que ha dominado la decadencia de los valores por más de veinticinco años a la fecha.

Así, tenemos generaciones que llegaron a amar las computadoras digitales, pero más que nada como una fuente de entretenimiento; amaban tanto el valor recreativo de las computadoras, que exigieron que se remplazara a los científicos, ingenieros y especialistas en el diseño de máquinas–herramienta competentes con máquinas idiotas de suyo carentes de creatividad, para desplegar la incompetencia intrínseca de los simuladores computarizados; así, hemos visto el uso temerario de la tecnología digital en la pretendida eliminación de la función de los poderes creativos de la mente humana individual del ingeniero de diseño en la economía mundial.

Con el régimen sesentiochero, el Congreso de EU ha “extraviado. . . el concepto del que ahora depende la existencia futura de Estados Unidos: el concepto del presupuesto de capital”. (Foto: Stuart Lewis/EIRNS).

La matemática formal no es creatividad; la creatividad es una cualidad soberana única de innovación específica de los potenciales de autodesarrollo de la mente humana individual. Es una cualidad que expresan, no las matemáticas, sino los descubrimientos de principios físicos universales, tales como el descubrimiento único original de Johannes Kepler de la gravitación universal, del modo que Albert Einstein hizo hincapié en este hecho sobre el trabajo de Kepler y Bernhard Riemann. Es la mente creativa individual en el arte clásico, como en el caso de Leonardo da Vinci o Juan Sebastián Bach. La supresión del acento en esa clase de creatividad individual produce una suerte de sociedad que se describe con justicia como una “pesadilla orwelliana”, como la fantasía de “Un mundo feliz”, como la que produjo la mente sicotomimética de un Aldous Huxley.

Así, como en nuestra Luisiana, esa generación reinante actual trocó el desarrollo productivo y su necesaria infraestructura económica básica por las rentas públicas fundadas en el subsidio a las apuestas a gran escala; esa generación construyó casinos, en vez de defensas contra huracanes más o menos inevitables en la categoría de tres a cinco.

Esa generación exportó nuestras industrias a lugares en el extranjero donde la mano de obra era muy barata y el costo de la infraestructura económica básica más que nada se pasaba por alto, lo que no sólo llevó así a la quiebra a cada vez más de nuestras comunidades locales, sino también hasta a estados federales enteros. De hecho, esta práctica, a la que a veces se llama “deslocalización”, en realidad redujo la productividad física neta per cápita de todo el planeta. De hecho se perdió más de la productividad neta del mundo per cápita y por kilómetro cuadrado en Norteamérica y Europa, por ejemplo, que la que se ganó en Asia.[1]
Analicen la condición física en la que se hunde nuestra nación, condado por condado, desde que Richard Nixon tomó posesión como presidente. Generen representaciones cronológicas animadas hasta de las cifras de censos más comunes que compilan con mayor o menor regularidad los gobiernos o agencias privadas típicas que realizan tales estudios económicos. Vean el viraje en el empleo, de lugares de trabajo productivos hacia una calidad de servicios sin calificación prácticamente del “Tercer Mundo”. Observen el desplome en el ingreso de los estados y los condados, uno por uno, en estas décadas. Esta tendencia destructiva de los últimos treinta y cinco años no ha sido accidental, sino producto de decisiones políticas que se tomaron en sitios como Wall Street y la City de Londres, e impuestas desde tales lugares a nuestros gobiernos estatales y federal. Ésa es la tendencia en la toma de decisiones que ha llevado ahora a la nación a un estado que puede describirse con justicia, en este momento, como el de una economía nacional que se tambalea sin control al borde de un abismo.

El símbolo de la economía sesentiochera: casinos flotantes en el río Misisipí, que se construyeron a expensas de la infraestructura básica necesaria para la protección contra los huracanes. (Foto: clipart.com)

La política de largo alcance vigente

En los últimos veinticinco años, desde que el presidente Richard Nixon asumió el cargo, las tendencias legislativas y de la opinión política entre el veinte por ciento de arriba de nuestra generación del 68 han llevado ahora a nuestra nación a la bancarrota. Esos hábitos son, del modo más lamentable, la opinión popular que hoy impera entre ese segmento de la legión de “votantes de costumbre” de esa generación. Al mismo tiempo, los ciudadanos del ochenta por ciento de menores ingresos familiares, las víctimas típicas de esta deriva, que incluyen al número más grande de los que no son los “votantes de costumbre”, están, por tanto, más bien airados ahora, y de manera creciente con cada funesto mes que pasa.

En general, estos sesentiocheros con la conciencia sucia no pretendían ser malvados; a excepción de casos de verdad perversos parecidos a los de Bertrand Russell y H.G. Wells, y de los neoconservadores típicos, los utopistas de nuestra nación raras veces se presentan como malévolos adrede. Nuestro veinte por ciento de arriba de la generación del 68 eran los niños que en lo principal nacieron entre 1945 y 1956, en un furor de posguerra a veces llamado la generación “de corbata” o conocido como la era del “hombre organización” de los 1950. Es a ellos a quienes se preparó para emprender “la revolución de cuello blanco”, no porque supieran lo que hacían, sino porque, a su modo de ver, es para lo que los habían adiestrado, casi como a perritos bailarines.

Ahora hemos pasado a un estado de cosas en el que hasta entre los demócratas más respetables del Senado, las leyes recientes han llevado a la nación cada vez más lejos en una dirección improductiva y, así, al borde de la quiebra nacional más desastrosa. Entre tanto, los propios legisladores con frecuencia se convencen a sí mismos de que hacer el bien consiste en ofrecerles paliativos compasivos a las familias a las que el Congreso mismo ha arruinado en realidad, como por su descuido de la defensa de las condiciones necesarias para tener un empleo decente y pensiones protegidas a niveles de ingreso familiar decentes.

Así, oímos el clamor de tales capas de entre nuestros políticos, de que el Gobierno estadounidense no debe hacer gastos de capital, excepto con el recorte de la base de aquellas funciones cuya existencia depende precisamente de esos gastos. Mediante semejantes prácticas absurdas, tales legisladores descarriados destruyen la economía misma de la gente a la que se engañan a creer que están ayudando. Ése es precisamente el modo en el que hasta los que consideraríamos que se cuentan entre nuestros muchos legisladores bien intencionados han venido destruyendo la economía estadounidense, de manera continua, desde principios de los 1970.

Por tanto, por esta misma razón práctica, desde la óptica de cualquier historiador competente, de cualquier científico competente, de cualquier economista competente, esas políticas del Congreso ahora populares de los “presupuestos equilibrados” han de verse como expresiones destructivas de engaños en los que se indoctrinó a mentes desequilibradas, un virtual producto de la influencia de “ingenieros sociales” que diseñaron los hábitos mentales aberrantes a los que se indujo, desde la niñez, a los que hoy llamamos nuestros “sesentiocheros”.

Por ciertos motivos, yo tengo una responsabilidad especial, como economista, de indicarles tales errores al presente ominosos en la práctica y creencia a los miembros de nuestras legislaturas y a otros. La generación pertinente —y también otros— se ha impregnado tanto de los efectos acumulados de décadas de adoctrinamiento en un sistema que de hecho se diseñó para arruinar a nuestra economía, que ha llegado a creer que un mal desempeño de la misma, en respuesta a esta orientación, sólo podría ser resultado de no continuar esa política con más energía y, por ende, de hecho, con efectos más destructivos. Así, en lo principal, la mentira no estriba en que el legislador carezca de información suficiente, sino en su rechazo a la que se considera contraria a las creencias que ya han venido arruinándonos en los últimos más de treinta y cinco años, hasta la fecha. Es como el hombre que insiste en tratar de preñar una muñeca de plástico; entre mayor la vehemencia con la que lo creen, más asqueroso es el resultado de su espectáculo.

Desde el establecimiento de nuestra república federal, la ley constitucional fundamental de nuestra nación se afirmó como el preámbulo de nuestra Constitución. El fomento y defensa de la seguridad y el bienestar general de nuestra república, tanto o más para las generaciones venideras como para las actuales, es el principio al cual se subordinan, y deben subordinarse, todos los aspectos de dicha Constitución, incluso todas las enmiendas introducidas a la misma desde la fundación, y en las generaciones por venir.

Ha de reconocerse que no sólo empezamos siendo una nación débil en relación con la supremacía imperial del poder liberal angloholandés posterior a 1763 con sede en Europa, sino también como víctimas del efecto de rebote de la Revolución Francesa que urdieron el agente de Londres Philippe Égalité y su cómplice, el Jacques Necker que tuvo una papel clave, junto con A.R. Turgot, en llevar a la quiebra a la monarquía de Francia. De modo indirecto, fuimos víctimas de los efectos del Terror jacobino, de las guerras de la tiranía napoleónica y de las alegres condesas del notorio Congreso de Viena.

No fue sino hasta la victoria de nuestra república contra la marioneta del británico lord Palmerston, la Confederación, que EU devino —y de hecho así se mantuvo— en una soberanía a la que no podían invadir con éxito potencias extranjeras, hasta la presidencia desastrosa de George W. Bush hijo. La mayor parte del período desde el asesinato del presidente Lincoln, y más desde el del presidente William McKinley, los preceptos constitucionales de nuestro sistema presidencial sufrieron un debilitamiento, uno al que contribuyeron bastante esos asesinatos y que, en lo principal, dejó nuestro comercio exterior bajo el dominio desmedido de un poder financiero liberal angloholandés, un poder financiero extranjero que también caló en lo hondo de nuestros propios sistemas financieros nacionales.

Sólo nos enriquecimos de manera temporal con el saqueo que llevaron a cabo nuestros deudores principales, los financieros británicos y franceses, de una Alemania derrotada en la Primera Guerra Mundial; pero, para mediados de los 1920, nuestra economía ya estaba en garras de lo que pronto se haría evidente como la Depresión de 1929.

Fuimos de veras soberanos otra vez con el presidente Franklin Roosevelt. Ni siquiera sus adversarios políticos entre nosotros pudieron poner en tela de duda con eficacia el sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods, sino hasta después del asesinato del presidente John F. Kennedy. Las consecuencias de éste y otros asesinatos nos socavaron, y, de forma gradual, con los acontecimientos de 1968 y la llegada del Gobierno de Nixon, vinieron la paridad flotante del dólar y las demás necedades capitales que arruinaron nuestra economía física y saquearon al ochenta por ciento de nuestras familias de abajo, de modo cada vez más grave, en los treinta y cinco años subsiguientes hasta la fecha.

El hecho de largo alcance más crucial sobre ese lapso de 1763–2006 de nuestra propia historia, y de la del mundo, es que el Sistema Americano, como lo definió el legado de los Winthrop, los Mather, Logan, Benjamín Franklin y el primer Gobierno del presidente George Washington, es, en lo sistémico, contrario al sistema liberal angloholandés. Nuestro sistema constitucional y el de los liberales angloholandeses no son congruentes, sino enemigos mortales, y lo han sido desde febrero de 1763 hasta el presente.

Adam Smith no sólo escribió lo que el sucinto título de su escrito llama La riqueza de las naciones, sino que el propósito de ese opúsculo propagandístico, como Smith mismo afirmó, era incitar a que se aplastara a las fuerzas de nuestra Declaración de Independencia. Smith era un plagiario al que el lord Shelburne de la Gran Bretaña en persona le encomendó, en 1763, tramar maquinaciones para arruinar tanto la economía de Francia como la de las colonias inglesas en la Norteamérica posterior a 1763.

Smith no era ningún genio, sino más como una larva de frigánea, que recolecta los restos flotantes de sus alrededores para construir su pupa protectora intelectual. Como plagiario, Smith se fió más que nada de los dogmas pro esclavistas de John Locke, los rebuznos del angloholandés francamente pro satánico Bernard Mandeville de la Sociedad Mont Pelerin,[2] y la doctrina mágica que proyectaban el fanático doctor pro feudalista François Quesnay y aquel otro fisiócrata notable, A.R. Turgot, de quien Smith plagió mucho del contenido técnico más decisivo de La riqueza de las naciones.

Desde el nacimiento de nuestra república constitucional, los principales enemigos contendientes en el dominio de la economía mundial moderna se han visto representados en el conflicto entre nuestro Sistema Americano de economía política y el de la usura monetarista conocido como el sistema imperialista de corte veneciano de los liberales angloholandeses. El hecho de que nosotros y los británicos a veces nos hayamos aliado, nunca ha atenuado la diferencia cuasiaxiomática de especie que se presenta como estos dos sistemas incompatibles.

El Sistema Americano de economía política fue, en principio, una continuación de ese sistema antifeudal de sociedad que se fundó con el concilio de Florencia de mediados del siglo 15, y los pasos sucesivos en el establecimiento de las primeras formas republicanas modernas del Estado nacional en la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII, respectivamente. Las políticas de la colonia de Plymouth y la mancomunidad de la Nueva Inglaterra de los Winthrop y los Mather, proporcionó el antecedente modelo de lo que más o menos un siglo después devendría en nuestra república constitucional. La labor renovada de aquellos Winthrop y Mather cobró la forma, en el transcurso del siglo 18, de la influencia de Godofredo Leibniz en moldear el pensamiento económico y social de esos adultos jóvenes aglutinados en torno a Benjamín Franklin y George Washington, tales como el secretario del Tesoro Alexander Hamilton, quien participó en la pelea posterior a 1763 por nuestra soberanía nacional y por la creación de nuestra Constitución federal.[3]

La diferencia ontológica entre los dos sistemas rivales, el Sistema Americano versus el liberal angloholandés, es que este último se funda en el principio monetarista de la usura, en tanto que el Sistema Americano de economía política ha tenido como premisa, desde el comienzo, lo que Leibniz definió como los principios de la economía física.

Como se reconoce, ambos rivales empleamos sistemas monetarios. La diferencia funcional es que nuestro sistema constitucional usa y regula el proceso monetario conforme a la intención de cumplir los propósitos que identifica el preámbulo de nuestra Constitución federal. El liberal angloholandés, también conocido como el sistema británico de pretendido imperialismo global, es uno diseñado y administrado por depredadores oligárquicos financieros en el interés específico de la usura como tal. John Locke, Bernard Mandeville, Adam Smith, Jeremías Bentham y la Escuela Haileybury en general son expresiones típicas del sistema monetarista usurero de los liberales modernos.

Franklin Roosevelt logró que Estados Unidos de América se recuperara del desastre que se maquinó con la dirigencia del presidente Calvin Coolidge y la del Herbert Hoover de Andrew Mellon, al abandonar el apego casi fatal de la pandilla pro fascista de Wall Street al sistema “librecambista” británico. Roosevelt emprendió una restauración del Sistema Americano de economía política implícito en el preámbulo de nuestra Constitución federal.

El conflicto estratégico como tal

El conflicto entre los dos sistemas principales del mundo actual, el liberal angloholandés versus el Sistema Americano de economía política, puede resumirse, en efecto, como sigue.

Fuente: EIRNS

En las últimas tres décadas la economía estadounidense se ha desacoplado del Sistema Americano de economía política, y ha involucionado hacia la economía de servicios que promueve el sistema liberal angloholandés. Dicha involución puede apreciarse aquí, condado por condado, en el estado otrora industrial de Ohio.

El sistema liberal angloholandés, del modo que la Sociedad Mont Pelerin es típica de esa penetración (o tal vez debiéramos decir “violación”) extranjera de nuestra nación, exige “libre comercio”, lo cual implica el libre imperio de la usura que practican células, como de “moho lamoso”, de bandidos financieros. Esta masacre depredadora encuentra su ejemplo extremo en la manada de hienas llamada “fondos especulativos”.

El Sistema Americano de economía política define el dinero, al modo de nuestro sistema constitucional federal, como un monopolio del gobierno federal; en tanto que la consagración del sistema liberal angloholandés al “libre comercio” de los monetaristas define un régimen hobbesiano de todos en guerra contra todos. La característica del hombre–bestia hobbesiano es la definición liberal angloholandesa torcida de la “naturaleza humana” que, de hecho, es la del hombre como el lobo del hombre. El Sistema Americano insiste que el sistema monetario mismo debe administrarse para impedir que los males del modelo liberal angloholandés y otros igual de depredadores actúen en nuestra república o en nuestras relaciones con otras naciones soberanas, del modo que las directrices del presidente Franklin Roosevelt expresaron esta distinción excelente (ver mapa 1).

Así que nuestra misión nacional, al menos la de nuestros patriotas inteligentes e informados, es fomentar la producción acrecentada de riqueza física per cápita y por kilómetro cuadrado. Esto significa —como concordamos aquellos de nosotros que entendemos de economía— alentar las modalidades científicas y culturales clásicas de progreso en el desarrollo de la comunidad y la persona individual. Este fomento del mejoramiento de las condiciones del individuo depende de aprovechar el descubrimiento de principios superiores, de modos que aumenten los poderes productivos del trabajo per cápita y por kilómetro cuadrado. A este respecto, los patriotas inteligentes prefieren fomentar la reinversión de las utilidades no distribuidas en la forma de una mejora física tecnológica de los productos y la productividad, de preferencia como empresas con pocos accionistas, bajo una dirección creativa, en comunidades locales tanto como en la economía en general.

Como aproximación, esto implica vigilar de modo constante los cambios en la productividad y el nivel de vida en el condado o conjunto de condados. Esto significa poner el acento en la importancia del crecimiento del producto físico per cápita y por kilómetro cuadrado en cada región tal. Implica fomentar la producción física en la agricultura, las manufacturas, y la investigación y el desarrollo relacionados, como algo fundamental. Dicho acento fundamental exige un nivel de vida social e intelectual en constante mejora. A la nación la une entonces el avance de los medios comunes para enlazar y coordinar a estas comunidades en un todo dinámico, en el sentido de la definición de Leibniz de dinámica, a diferencia de formas de pensar estadístico–mecanicistas de estilo cartesiano.

Así, para los economistas inteligentes, las utilidades que se reinvierten con este propósito y efecto deben gravarse a una tasa considerablemente menor que la del consumo conspicuo y la especulación financiera galopante con las ganancias.

En definitiva, debe reinstituirse el sistema de regulación con la creación de una norma general de “comercio justo”, en vez del modelo de suyo funesto del “libre comercio”, del modo que esto se abordó con el presidente Franklin Roosevelt. Este regreso a una norma de “comercio justo” le daría marcha atrás a las consecuencias destructivas que la asonada de la desregulación a favor del monetarismo ha desatado contra nuestra pobre, y ahora muy, muy pobre nación, del modo que dicha asonada inició ya desde los 1970. Repudien las llamadas reformas liberales del intervalo de 1970–2006; han demostrado ser un fracaso monstruoso.

Ahora bien, en este informe, primero consideraremos aquellos aspectos de las formas naturales del Derecho constitucional —como acabamos de identificarlos con amplitud— desde una perspectiva nacional. Entonces, consideraremos la aplicación de los principios señalados de la dinámica para resolver la crisis de la economía nacional de EU. Después aplicaremos esto a la esfera de las relaciones internacionales.

Así que, para llegar al proverbial meollo de lo antes escrito, la situación estratégica que encaramos es la siguiente.

1.  Ciencia: cómo redimir a nuestra nación pagana

Superficialmente, un presupuesto de capital parece ser un asunto llano de la contabilidad financiera y de costos. Sin embargo, los principios que subyacen en cualquier diseño competente de ese presupuesto son hondamente científicos, más que expresiones ordinarias de la contabilidad financiera y relacionada. Por tanto, esta complejidad científica es inevitable; mientras que asignar un préstamo programado es una afirmación matemática relativamente simple, los principios que determinan si el gasto tendrá o no el efecto esperado son, como mostraré más adelante aquí, una cuestión mucho más profunda de la ciencia real de la dinámica de lo que cualquier práctica contable común puede lograr. Por consiguiente, diseñar un presupuesto de capital competente es un desafío en el dominio de la ciencia física, más que en el de la mera contabilidad. Es más, escoger la clase de ciencia física general necesaria demanda prestarle suma atención al conjunto especial de supuestos subyacentes específicos de las características pertinentes del comportamiento de la mente humana.

La experiencia con las deliberaciones sobre orientación económica que surgen al seno o en torno a las funciones de definir y evaluar el funcionamiento de la política del gobierno, nos muestra que la mayoría de los fraudes de los que se han vuelto presa nuestros procesos legislativos, como el timo de Enron y fenómenos relacionados, recuerda el caso de la esposa amargada que le dice a sus hijos: “No hay comida esta semana; su padre volvió a perder la quincena en el casino que acecha en el camino del trabajo a la casa”. Tal es el dominio del “oro y el moro” que ofertan las apuestas, el conjunto de artificios dudosos conocidos con nombres tales como “derivados financieros” y “fondos especulativos”.

Por tanto, este capítulo del informe centrará su atención en la naturaleza de los supuestos esenciales subyacentes a considerar. Dicho lo anterior, procedamos ahora como sigue.

Los estadounidenses de hoy son, en su mayoría, paganos; es decir, incluso la mayoría de los que profesan fe en Dios, en realidad no creen en ese Creador que presenta el Génesis 1, que creó al hombre y a la mujer a Su semejanza. Cuando uno pronuncia la palabra “Dios”, la mayoría no reacciona pensando en el Creador vivo de lo que el buen y gran Albert Einstein describió como un universo finito, pero ilimitado, en el que moramos. En la práctica, la mayoría prefiere, aun hoy, una deidad más de la naturaleza del perverso Zeus olímpico del Prometeo encadenado del poeta Esquilo. La mayoría tiende a creer en lo mismo que criaturas de Paolo Sarpi tales como Tomás Hobbes; cree en la doctrina de ese Yago satánico de la ópera de Verdi, Otelo, el Yago que habla del dios hobbesiano cruel y perverso al que sirve.[4]

Ese Zeus encarna a un opresor terrible, que ordena la tortura perpetua del Prometeo que ofendió al Olimpo al darle el conocimiento del uso del fuego —tal como el poder de la fisión nuclear— a la humanidad. En tanto que, de hecho, contrario a T.H. Huxley y al Federico Engels de su época, el ser humano no es ningún mono, ningún mero mono, sino un ser creativo hecho con el potencial innato de serlo, a diferencia de la ley cruel de Zeus; el ser humano es una persona hecha a semejanza del Creador.

Esto no es ningún mito; es historia. También es teología. También es ciencia física. Es la esencia de cualquier enseñanza y ejercicio competentes de la economía moderna.

Para quienes conocemos la verdad sobre la humanidad, la mente humana se distingue de las características de toda bestia. Esta distinción se expresa en la creatividad que el ser humano individual posee en virtud de la naturaleza única de su especie; se manifiesta como el progreso en el descubrimiento y aplicación de los principios de la ciencia física, como la nuclear y la termonuclear. Expresa la verdadera naturaleza de los poderes y misiones asignados a la humanidad en este universo. Es una creatividad que reconocemos como espiritual, y decimos esto para implicar que reside en la carne viva, pero que es de una calidad ontológica superior de existencia del todo eficiente, superior a la de un mero animal al que podríamos consumir como alimento. Nuestro cuerpo humano mortal es el depositario, y el siervo, desde la concepción, de algo que se define como el ser espiritual personal que posee el poder de la creatividad verdadera. Ésa es la misión que el Creador le asigna a la humanidad, de participar en la obra continua de creación universal intrínseca y ontológicamente antientrópica.

Están esos amigos confusos y rebeldes que quizás adoren al Sol, pero que odian los procesos de fusión nuclear y termonuclear de los que depende la existencia de nuestro sistema solar. Tales infortunios expresan esa cepa de perversidad que se ha vuelto típica de buena parte de las filas de sesentiocheros de las Américas y Europa, una perversidad que ha contribuido mucho al sufrimiento extendido por toda nuestra nación y el planeta hoy.[5]

“El progreso en el descubrimiento y aplicación de los principios de la ciencia física, como la nuclear y la termonuclear. . . expresa la verdadera naturaleza de los poderes y misiones asignados a la humanidad en este universo”. El presidente estadounidense Dwight Eisenhower inaugura simbólicamente la primera planta nuclear comercial de EU en Shippingport, Pensilvania, en 1954. (Foto: cortesía del Instituto de Energía Nuclear).

El gnóstico supersticioso cree en un universo estático, no en uno en evolución. De conformidad, define malamente al universo como uno cuyo proceso de perfeccionamiento ha terminado. Para esta clase de pagano gnóstico, todo es ahora predecible y, para él, por consiguiente, todo por existir es prácticamente inevitable. Por tanto, este gnóstico iluso cree que, como en su opinión Dios debió haber creado un universo perfecto, hasta Él mismo ha eliminado así Su propia capacidad de modificarlo después. Como el querido Filón de Alejandría y otros han advertido de manera implícita, Satanás, según el gnóstico délfico, no aceptó semejante restricción válida de principio; por eso, las leyes estadísticas de implícito entropismo les granjeaban un permiso concedido a los fieles de Satanás, leyes falsas que se supuso, como los actuales fondos especulativos de suyo satánicos, que subyugaban la Voluntad del Creador. Así que aquellos que depositan su confianza en el poder de Satanás son unos grandes mentecatos.

De hecho, contrario al fatalismo brutal de tales gnósticos, como da fe de ello la evolución del sistema solar a partir de un joven sol solitario que gira con rapidez, es un ejemplo del principio de creación antientrópica continua, más que de un universo entrópico fijo. El universo del Creador siempre en evolución, siempre finito, pero ilimitado, es un proceso —uno de suyo antientrópico— de creación continua, un proceso de Creación en el que la humanidad tiene la función y el deber de ayudar. Así que ahora salimos hacia Marte y más allá, para mejorar la gestión y el desarrollo de lo que descubrimos allá afuera. La ciencia nos muestra que el Creador es un Ser perfectamente creativo y extrovertido, que gobierna en un reino permanente de creación antientrópica interminable. Por consiguiente, es nuestro deber cumplir las misiones universales que dicho cometido del Creador implica para nosotros.

Nuestra comprensión de estos asuntos y otros relacionados ha contado con la ayuda notable del descubrimiento, en la obra del académico ruso V.I. Vernadsky, de la prueba de la distinción entre tres dominios de espacio–fase: el inerte, la biosfera y la noosfera. Estos tres dominios entrelazados de manera dinámica, y los principios que expresan, reflejan las siguientes consideraciones implícitas en las pruebas que aportó Vernadsky, y también otros, que apoyan los descubrimientos principales de marras.

Del modo que Vernadsky resume las pruebas de los sistemas vivos, como en 1935–1936, aunque los elementos químicos que participan en los procesos vivos se toman del mismo dominio que los materiales inertes, los procesos vivos que se asocian con la biosfera expresan una calidad de principio de organización específicamente dinámica de un proceso que de otro modo no se ve en el dominio de los inertes como tal. De manera parecida, los procesos de la sociedad emplean los materiales de los dominios abiótico y biosférico, pero los organiza una forma dinámica de principio de inteligencia eficiente que no se manifiesta en ningún proceso vivo de orden inferior.

Repito: las pruebas empíricas que prueban esta última distinción definen un principio de inteligencia que no se encuentra en la biología que asociamos con formas de vida inferiores a la personalidad del ser humano individual. Esta cualidad superior de inteligencia eficiente es la que distingue en lo ontológico al Creador y al ser humano individual de las bestias, las cuales carecen de esta cualidad de inteligencia creativa eficiente.

John Winthrop.

Increase Mather.

El Yago de Shakespeare.
(Foto: Biblioteca del Congreso).

Cotton Mather.

A diferencia del satánico Yago del Otelo de Shakespeare, los padres fundadores de la colonia de Plymouth, los Mather y los Winthrop, creían que la misión del hombre en la vida era hacer el bien y perfeccionar a la humanidad. El actor estadounidense del siglo 19 Edwin Booth personifica a Yago.

Esta cualidad de inteligencia es la naturaleza de la humanidad y su misión, como lo estipula el Génesis 1 en sus propios términos. Esto es el refinamiento apropiado de nuestro entendimiento del gran principio que alberga el preámbulo de nuestra Constitución federal. El deber de la humanidad no es adaptarse al universo como lo encontramos, sino mejorarlo de un modo claramente antientrópico; es ser, de esta manera, el agente, el instrumento del Creador. Nuestra misión es mejorar a la humanidad y al miembro individual de nuestra especie. Ésta es una misión de principio que se nos asigna a cada uno de nosotros, la misión de contribuir, a este respecto, al mejoramiento de la condición humana, y de defender el principio del progreso antientrópico, de modo que no retrocedamos a una condición más deficiente de la existencia y función de la humanidad que la alcanzada antes de nosotros.

Razón vs. ‘lógica’

Lo que hemos considerado en este capítulo hasta ahora también tiene que replantearse como algo que revela la naturaleza esencial del conflicto entre la razón y la ciencia, por un lado, y la lógica formal por el otro. Esto también se conoce como el gran principio que presentó en Gotinga el sucesor de Leibniz, Carl F. Gauss y Lejeune Dirichlet, Bernhard Riemann, en su revolucionaria disertación de habilitación de 1854, Sobre las hipótesis en que se fundamenta la geometría. Desde el punto de partida que comprende esa disertación, como continúa en obras posteriores tales como su tratamiento de las funciones abelianas y su definición de la dinámica de las hipergeometrías físicas, Riemann sienta la base para conquistar los misterios más grandes que por lo general desorientaban el estudio de la economía política.[6]

El estudiante universitario moderno común y corriente se gradúa en un virtual desconocimiento del hecho de que los verdaderos principios de la geometría y la ciencia física asociados con el nombre de la esférica, se establecieron con los pitagóricos y la escuela de Platón antes de producirse las doctrinas sofistas de los Elementos de Euclides. Estos grandes principios antiguos de Platón y otros se restablecieron en tanto ciencia moderna con los descubrimientos fundamentales de seguidores del renacentista cardenal Nicolás de Cusa, tales como Leonardo da Vinci, Johannes Kepler y sus seguidores, como Pierre de Fermat, Leibniz, Gauss, Dirichlet y Riemann, todo antes de los avances del trabajo de toda una vida de Albert Einstein. Su disertación de habilitación de 1854 le abrió así la puerta a Riemann para que fundara las nociones de esas dinámicas de las hipergeometrías físicas de las que depende el marco conceptual de una ciencia económica moderna competente, como acervo de la ciencia física, en cuanto a principio.[7]

Sin embargo, la raíz de todo esto puede remontarse a precedentes semejantes en intención a la mencionada definición de la naturaleza del hombre y la mujer que se encuentra en el Génesis 1.

Al presentarle una verdadera ciencia económica a nuestros ciudadanos, tenemos que lograr que la visión de las realidades morales de la práctica de la ciencia económica regrese al sentido de identidad personal del ciudadano en tanto personalidad humana. Para entendernos nosotros mismos, tenemos que apartarnos del rollo estadístico neocartesiano trivial de costumbre del mercado actual. La relación del individuo mortal con el Creador y con el ordenamiento de toda la Creación es lo que debe adoptarse como el hito elemental al definir la identidad real de cada uno de nosotros en el marco de un proceso vivo de Creación continua.

La planta nuclear de generación eléctrica Ohi Kansai de Japón. Un salto en la productividad mundial exige tecnologías nucleares para la transición hacia una economía de isótopos. (Foto: OIEA).
juana de arco Juana de Arco triunfó sobre la muerte en la tortura a manos de la brutal caballería inglesa. “Al ciudadano debe ayudársele a ver su vida mortal en función de la importancia que ese breve lapso de vida personal tiene para las generaciones previas y posteriores”. (Foto: EIRNS).

Con este enfoque, el ciudadano puede asegurar una firme comprensión intelectual de su relación personal con la obra del Creador. Al ciudadano debe ayudársele a ver su vida mortal en función de la importancia que ese breve lapso de vida personal tiene para las generaciones previas y posteriores. Así, al hacer concreta una idea cognoscible de inmortalidad de la personalidad humana encarnada para el ejercicio informado del ciudadano, se arriba a un sentido de la relación personal inmortal de la personalidad individual mortal con el Creador inmortal. De este modo, fomentamos el sentido moral que es esencial nutrir en el ciudadano de la república, si es que ha de asegurarse la supervivencia y prosperidad de nuestra nación en el transcurso de las próximas generaciones.

Las inversiones que se tienen que hacer ahora, si es que la civilización ha de continuar en este planeta, ponen un acento relativamente fuerte en las inversiones de capital físico con una “vida útil” proyectada de entre veinticinco y cincuenta años, y aun más. Este período se extiende a un tiempo que rebasa la esperanza de vida de los padres de los adultos jóvenes de hoy, y, no obstante, es una inversión que tienen que hacer quienes viven ahora. La única garantía que tienen de que la promesa del futuro se cumplirá, es que la voluntad de asegurar ese beneficio futuro esté firmemente arraigada en el trabajo y la conciencia de las generaciones presentes y futuras. La inmortalidad, no la codicia, es el único motivo honesto del verdadero ciudadano de una república como la nuestra. Este sentido de inmortalidad no significa mera fama; hasta el individuo en las circunstancias relativas más humildes puede alcanzarlo.

De nuevo, la inmortalidad no es la fama. Algunos de los inmortales más preciados vivieron vidas colmadas de difamaciones oficiales y populares. La inmortalidad la expresa el valor duradero, para la humanidad, de la vida a la que se le ha guiado. Si a una persona tal la despreciaran, traicionaran y condenaran en las circunstancias que se experimentan en la vida mortal, como a Juana de Arco, su valía sería aun mayor por esa razón.

Una noción “cuerda”, que también equivale a decir “confiable”, de esa calidad de certezas que trascienden la muerte del individuo mortal, participa de la misma cualidad de la voluntad que se asocia con los principios físicos universales. La capacidad de adoptar un barrunto confiable del resultado futuro de la actividad presente exige que le prestemos atención a la noción de la distinción entre ideas que corresponden a la experiencia de acontecimientos discretos de la percepción sensorial, y también a ideas asociadas con principios universales eficientes a los cuales se subordinan los acontecimientos discretos. El descubrimiento único original de Kepler de la gravitación universal es típico de la noción de los principios físicos universales que conoce la ciencia experimental moderna.

Aquellas nociones que corresponden a principios físicos universales de la ciencia física, al igual que los métodos clásicos válidos de composición artística y sus respectivas modalidades de interpretación, constituyen el acervo de la razón humana, a diferencia del dominio inferior de suyo imperfecto de la mera “lógica”.

Los principios físicos universales, del modo que el descubrimiento de Kepler de la gravitación en tanto principio de organización armónica del sistema solar es típico de su naturaleza ontológica, tiene una autoridad superior demostrable, por su veracidad, que la de cualquier experiencia simple de los sentidos; pero, no obstante, aunque son principios cuya existencia eficiente se demuestra de manera concluyente mediante experimento, en sí mismos no son objetos tangibles discretos, en ningún sentido ordinario, de la percepción sensorial.

Estos principios universales descubiertos pertenecen a una categoría práctica que Kepler fue el primero en definir, mediante la exploración de las implicaciones paradójicas del ecuante, que presenta el reflejo infinitesimal ontológico de cualquier principio físico universal.[8] Éste fue el descubrimiento de lo físicamente infinitesimal, uno que fue realizado por Kepler en términos experimentales y que, de manera explícita, inspiró el descubrimiento único original de Godofredo Leibniz tanto del cálculo infinitesimal como de su refinamiento de dicho descubrimiento, que se expresó como el principio físico de acción mínima universal ligado a la catenaria.

Este aspecto de la noción de los fundamentos decisivos de la ciencia física moderna que, de modo más notable, desarrollaron Kepler, Fermat y Leibniz, lo aclara la disertación de habilitación de Riemann de 1854, en cuanto a que sólo los principios físicos universales son el fundamento del verdadero conocimiento verdadero, y el demás conocimiento experimental sólo está englobado en dichos principios físicos universales descubribles mediante experimento, principios que, para él, son la expresión de las hipótesis en las que se fundamenta la geometría física.

Cuando tomamos en cuenta que, contrario al dogma de Euclides, ese conocimiento evolucionó mucho en la cultura clásica previa a la muerte de Platón, nos vemos obligados a reconocer la dificultad de este asunto medular con la que por lo común topan hoy hasta los profesionales con una formación superior. La dificultad es, en gran medida, consecuencia de la influencia de esas falsedades que por lo general se remontan a las sofisterías de los Elementos de Euclides. Los fraudes de éste contra una geometría perfectamente antieuclidiana, tal como esa geometría física antieuclidiana implícita en Gauss y explícita en Riemann, son la ilustración de más eficiente pertinencia, aun hoy, del modo en que la mera lógica se presta para la destrucción de la razón humana (ver figura 1).

Kepler usó la construcción del ecuante (el círculo punteado) para demostrar el movimiento de la velocidad angular constante de un planeta al tiempo que conserva una distancia uniforme desde el centro de otro círculo conforme orbita alrededor del Sol (el punto fuera de centro del círculo más grande). Puedes encontrar la animación y explicación más amplia del ecuante, que hace el Movimiento de Juventudes Larouchistas, en www.wlym.com/~animations/part2/16/aside.html.

El fraude de Euclides

Así, el legado de la sofistería que se ha enquistado en mucho del acervo de la economía generalmente aceptada y el Derecho relacionado de la Europa y el EUA modernos, ha de remontarse directo a la adopción desacertada de los Elementos de Euclides como el modelo para la enseñanza y aplicación de los fundamentos de la ciencia física en las escuelas modernas. La estupidez mecanicista que René Descartes y otros empiristas modernos introdujeron en la ciencia europea moderna es un ejemplo de esto. El estado mental que este hábito induce tanto en la práctica popular como en la profesional educada es responsable de buena parte de la incompetencia científica que revela la forma en la que la gente en general, y también muchos políticos importantes hoy, piensa sobre el mencionado tema de la “economía.”

Al igual que la mayoría de los errores sistémicos que saturan las tradiciones culturales, el legado de la forma de sofistería llamada “geometría euclidiana” colma, en términos “hereditarios”, una proporción muy amplia de las tradiciones cultas y relacionadas de la cultura europea, desde la época de la antigua Grecia tras la muerte de Platón. Así que sigue siendo un factor importante en causar que hasta la gente más común sea hoy incapaz de pensar con competencia sobre economía.

Los fundamentos propios de la ciencia física europea se conocen del modo que evolucionaron en lo que llamamos la antigua Grecia clásica. Este avance cobró expresión como una ciencia que se erigió sobre cimientos que explícitamente se remontan al antiguo uso egipcio de lo que los griegos, tales como los pitagóricos, reconocieron con el nombre de esférica. Éste fue el método de Platón y su escuela, y también había cimentado la expresión no tan pronunciada de la tradición que legaron Tales y Heráclito.

Para entender el fundamento antiguo de la ciencia europea moderna, al principio tenemos que enfocar nuestra atención en la función de los principios de la esférica en los que se fundaron formas competentes de la ciencia griega antigua, pero que la trama sofista de la geometría euclidiana de empiristas del siglo 18 tales como los estafadores adrede Voltaire, De Moivre, D’Alembert, Euler y Lagrange pretendía desacreditar y remplazar entonces, como después. Nuestra atención en cuanto a ese asunto se limita aquí a aquellos aspectos del tema que pertenecen, con gran ponderación, a fuentes del descaminado pensamiento popular sobre la economía y asuntos políticos muy estrechamente relacionados.

La mejor forma de entender la ciencia antigua de la esférica de un modo moderno, es con el dominio, al menos, de Mystérium cosmográphicum, Astronomía nova y Harmonices mundi de Johannes Kepler.[9] En esta ocasión, la pertinencia particular de recomendarle ese estudio al lector no es sólo que Kepler le proporciona una manera rigurosa de ver las estrellas y los cuerpos planetarios del modo que creemos verlos, como en el cielo nocturno. Puesto que estamos sobre la superficie de un planeta que se mueve en el sistema solar, el cual se mueve en relación con las constelaciones que están más allá, demanda mucho estudio y algo de pensamiento bastante riguroso llegar al grado que el observador sepa en realidad lo que está viendo en ese espectáculo que observa. No basta creer que esa doctrina es veraz; el estudioso de la noche tiene que vivir el proceso de experimentar ese descubrimiento como Kepler.

En cuanto a esto, Kepler tiene una importancia extraordinaria para la historia de la ciencia en varios sentidos, pero, en lo más inmediato, en el hecho de que lleva al lector de sus obras, tal como, ojalá, miembros pertinentes del Congreso estadounidense y su personal al trabajar en asuntos de política económica nacional e internacional, por cada uno de los pasos de su pensamiento a lo largo de décadas de trabajo de descubrimiento, de modo que el estudiante aplicado de su trabajo pueda revivir la experiencia real de todos los pasos de esos descubrimientos sucesivos. Es crucial que los políticos no conozcan meramente de oídas este campo, sino que de veras capten los conceptos como cuestión de principio, de experimento, más que como meras opiniones iterables. A este respecto, la obra escrita de Kepler es la mejor educación en el ejercicio de las formas modernas rigurosas de pensamiento científico, incluso las premisas necesarias para comprender la dinámica, la mejor disponible en la literatura de la civilización europea moderna, aun hoy.

Una apreciación más apropiada de las implicaciones del método de Kepler exige revivir el conocimiento que sobrevive de los métodos y logros de esos griegos antiguos que se asocia con los métodos de la esférica. Este método se identifica con el término clásico dúnamis, cuyo significado representó Godofredo Leibniz con la introducción del término dinámica, mientras desenmascaraba los fraudes de René Descartes.[10] La disertación de habilitación de Riemann de 1854 revive de manera tácita los principios de la esférica; entonces, el tratamiento de Riemann de las funciones abelianas lleva al principio general de la dinámica que expresa la noción de una dinámica física (en vez de meramente formal) de las hipergeometrías.[11]

Así, en el caso de la obra del sofista Euclides, bregamos con la objetivación de los teoremas que ya habían formulado predecesores suyos tales como (de modo implícito) Tales, Heráclito y, como es claro, los pitagóricos y en otro sentido los propios círculos inmediatos de Platón. Los productos del principio de dúnamis que gobernaron los avances científicos de los griegos clásicos antes de Euclides, fueron reformulados con malicia por éste y compañía, como presuntos productos de un conjunto de definiciones, axiomas y postulados que implícitamente suponían un universo lineal “cuadrado” de la clase de la que luego se hizo eco el inepto René Descartes. Euclides y compañía hicieron el supuesto que todo lo verdadero era lo que podía derivarse, por deducción, de un conjunto de definiciones, axiomas y postulados que presumen que el universo es las extensiones sólidas mecánicas simples de una superficie plana, en las que la esfera misma, como muestran las funciones elípticas, se concibe de manera equívoca; de manera equívoca como si fuera un producto de esa extensión “sólida” mecánica de una superficie plana.

Los euclidianos y sus seguidores nunca prueban las definiciones, axiomas y postulados; sólo se imponen como “autoevidentes” o, como se dice, a priori. En efecto, el euclidiano está afirmando, simplemente, como cualquier forma sofista moderna de degenerado académico u otro degenerado moral: “Esto es a quien y a lo que he decidido creer en esta ocasión en particular”.

El universo físico real no se parece en lo absoluto a la visión euclidiana y sus premisas.

Euclides y el nuevo modelo oligárquico

Desde el comienzo de la civilización europea, las viejas raíces de la presente crisis mundial han de encontrarse en un fenómeno social conocido en las épocas de la historia como “el modelo oligárquico”, como ése del que eran representativos los sistemas imperiales asentados en el Sudoeste de Asia. La pelea sin duda documentada entre esos sistemas y los intentos por establecer uno de Estados nacionales soberanos, del modo que nuestro Sistema Americano es el que mejor encarna la noción de una república, es la que el poeta, historiador y dramaturgo Federico Schiller remonta al conflicto ejemplar entre la iniciativa republicana asociada con Solón de la antigua Atenas y la Esparta de Licurgo, misma que cumple con los requisitos de lo que se denomina “el modelo oligárquico”.

“La esencia de la lucha contra el ‘modelo oligárquico’ arraigado en Asia, como se conoció en la historia europea desde la antigüedad, la aborda el dramaturgo Esquilo en su trilogía Prometeo, de la manera que lo representa la sección intermedia de dicha trilogía, Prometeo encadenado”.
Cristóbal Colón consulta el mapa de su viaje que le proporcionaron los círculos de Nicolás de Cusa. El viaje de Colón surgió a raíz del plan de Cusa de “emprender exploraciones transoceánicas para ocupar otras partes del planeta aparte de una Europa con eje en el Mediterráneo”. (Foto: clipart.com).

La esencia de la lucha contra el “modelo oligárquico” arraigado en Asia, como se conoció en la historia europea desde la antigüedad, la aborda el dramaturgo Esquilo en su trilogía Prometeo, de la manera que lo representa la sección intermedia de dicha trilogía, Prometeo encadenado. La tortura de Prometeo, acusado por el Zeus olímpico de ese drama de darle a la humanidad el conocimiento del uso de principios físicos universales, encuentra un eco en el caso citado de los Elementos de Euclides, y en el relacionado de la introducción del sistema cartesiano del método estadístico–mecanicista, como una oposición al método científico dinámico del eco moderno de los pitagóricos, Sócrates y Platón, del modo que ejemplifican esto en la ciencia moderna De docta ignorantia de Nicolás de Cusa y los descubrimientos revolucionarios de los antirreduccionistas Kepler, Fermat, Leibniz, Riemann, etc.

La visión euclidiana recibió su expresión moderna modificada en aquellos argumentos de Descartes que Leibniz demolió con la prueba científica del requisito del principio dinámico, que se remonta a la antigua esférica pitagórica.

Así, el modelo cartesiano de suyo engañoso, como una excrescencia de la obra de Euclides, supone, en términos axiomáticos, los movimientos percucientes de partículas abstractas que chocan unas con otras en el espacio y el tiempo vacíos. Para captar el significado práctico, para hoy, de las consecuencias destructivas de la forma cartesiana del método estadístico–mecanicista, como en el ejercicio acostumbrado de la profesión económica, tenemos que volver nuestra atención aquí, en un breve resumen, al arco de la historia europea antigua hasta la moderna, que pasa por la etapa medieval que por lo general se alude como la Nueva Era de Tinieblas de Europa, y más allá.

Es necesario tratar los conflictos así definidos como una cuestión de ciencia física. Para entender los orígenes del trance de marras en el acervo de la ciencia física moderna, tenemos que ubicar su fuente en la función porfiada actual del viejo modelo oligárquico en la sociedad moderna. A este respecto, el reduccionismo de los antiguos reduccionistas griegos, tales como los eleáticos y Euclides, y el empirismo moderno, en esencia han de reconocerse como métodos de control social que pretenden fomentar el interés del modelo oligárquico de sociedad que el modelo liberal angloholandés ejemplifica para la sociedad moderna ahora.

Esa conexión entre la ciencia y los sistemas sociales es el asunto global medular que subyace hoy en la gran crisis venidera de la civilización mundial.

Nuestro objetivo al presentar este resumen en esta parte del informe, es clarificar los orígenes y la naturaleza de la forma pro oligárquica de comportamiento mental que una y otra vez ha llevado a la civilización europea a grandes y profundas olas y períodos de desplome económico y relacionado, en el transcurso de todo el arco de la cultura europea hasta la fecha.

Para poner en una perspectiva moderna la expresión contemporánea de ese antiguo problema continuo, considera el siguiente enfoque.

Como he indicado arriba y planteado este caso en escritos anteriores, el sistema liberal angloholandés de la usura emergió como una forma modificada de su predecesor medieval, que había consistido en el imperio combinado compartido de la oligarquía financiera veneciana y la caballería normanda. Al sistema medieval verdadero se le asocia con la intervención normanda que salió a relucir tanto en la cruzada albigense como en la que por lo general se identifica como la conquista normanda. Es el heredero del perverso sistema de hecho anticristiano de todas las cruzadas. También se le identifica como el sistema ultramontano. Las propias necedades sistémicas internas de ese sistema medieval lo llevaron a un desplome autoinfligido conocido como la antedicha Nueva Era de Tinieblas medieval.

Sin embargo, los restos del poderío de la caballería normanda siguieron siendo una fuerza dominante en Inglaterra, en particular hasta la caída del rey Ricardo III. Aunque el ascenso de Enrique VII marcó la entrada de Inglaterra a la historia moderna, los efectos culturales del sistema medieval han subsistido, como en la mayor parte de Europa continental, hasta el presente. De modo más notable, para los propósitos de este informe, el sistema veneciano del imperio financiero oligárquico también sobrevivió al ascenso de la civilización moderna en el siglo 15. Son esos residuos asquerosos de los sistemas normando y veneciano, hijos de un perverso sistema medieval previo, los que encarnan el núcleo de los principales enemigos externos, y también internos, de nuestra república estadounidense hoy.

Sin embargo, dichos residuos experimentaron una evolución decisiva, una evolución hacia una forma que sirvió de adaptación parasítica de los vestigios medievales a la configuración de la civilización europea moderna. Una expresión de esto es el fascismo europeo moderno, el cual emergió, en su forma germinal, como un reflejo de las cruzadas normandas con el brutal gran inquisidor antisemita de España, Tomás de Torquemada. Torquemada era un vestigio moderno del sistema cruzado que luego se manifestó como el sistema napoleónico y como la consecuencia de ese modelo, la excrescencia pro satánica que se reconoce como el fascismo europeo moderno. Hoy el principio sistémico del fascismo moderno, del modo que se remonta a Tomás de Torquemada y al sastre político martinista de Napoleón Bonaparte, el conde Joseph de Maistre, también se disfraza en ropajes tales como los que portan los neoconservadores de la Sociedad Mont Pelerin y el American Enterprise Institute.

El lado veneciano de lo que había sido la forma feudal del sistema normando–veneciano también evolucionó para adaptarse a las condiciones que definía el surgimiento, a partir del gran Renacimiento del siglo 15, de esa forma republicana del Estado nacional soberano moderno que fue la intención subyacente del establecimiento de nuestra república constitucional estadounidense. Este surgimiento de una forma de neofeudalismo apareció como el Nuevo Partido Veneciano bajo la conducción de Paolo Sarpi. A este Sarpi se le conoce por su participación en la formación de personalidades tales como su lacayo, el estafador Galileo Galilei; el aprendiz de éste, Tomás Hobbes; sir Francis Bacon de Inglaterra; y, luego, René Descartes, John Locke, y los empiristas del siglo 18 David Hume, Abraham de Moivre, Jean Le Rond d’Alembert, Leonhard Euler, Joseph de Lagrange, Emanuel Kant, etc. Esta nueva forma del sistema veneciano es lo que hoy se conoce ya sea como empirismo o kantianismo, o como excrecencias del primero de una decadencia más extrema, tales como el empirismo radical de Bertrand Russell y sus devotos actuales, que incluye lo que se conoce como el positivismo lógico.

Por razones estratégicas históricas, el centro de la expresión política actual del poderío del Nuevo Partido Veneciano empirista nació, como he dicho aquí antes, en el último cuarto del siglo 17, como los tiranos neovenecianos del liberalismo angloholandés.

Como ya he abundado sobre este asunto de principio de la economía política moderna competente en muchos escritos anteriores, la diferencia entre los dogmas aristotélicos simples del medievo y el Nuevo Partido Veneciano de Sarpi, era que Sarpi y compañía escarbaron en las cloacas de la vida medieval para revivir la figura de Guillermo de Occam; esta resurrección, hasta donde ha representado una resurrección putativa del “Occam” original, es la raíz de la corrupción más significativa, en cuanto a la historia, tanto de la enseñanza como de la práctica científica moderna de lo que en el campo de la economía política, entre los crédulos más letrados, pasa por ciencia física y por las variedades liberales angloholandesas del dogma liberal angloholandés (y también “marxista ortodoxo” que engendró Londres).

Esto devino en lo que la norma del conocimiento clásico definiría como el “nuevo modelo oligárquico”.

El tema de la sofistería moderna

El trabajo e influencia del cardenal Nicolás de Cusa lo ejemplifica la combinación de sus obras en la definición del principio del Estado nacional soberano moderno, en su Concordantia cathólica; su fundación de la ciencia física moderna, que empezó con su De docta ignorantia; su precedente para la paz de Westfalia de 1648, De pace fidei; y su plan de lo que devino en el viaje de redescubrimiento de Cristóbal Colón del continente que yacía al otro lado del océano Atlántico. Estos descubrimientos y sus ramificaciones crearon una forma de sociedad: el desarrollo de los poderes productivos del trabajo, con un motor científico, en la forma republicana moderna del Estado nacional soberano.

En respuesta al resurgimiento del sistema veneciano, que había ocurrido de manera conspicua en la secuela de la caída de Constantinopla, la propuesta de Cusa de emprender exploraciones transoceánicas para ocupar otras partes del planeta aparte de una Europa con eje en el Mediterráneo llevó, de manera más significativa, al sistema de desarrollo del que surgió EUA en las Américas. Como he expuesto el caso del modo más sucinto posible en varias ocasiones a lo largo de las últimas décadas, las ideas que tomó como premisa nuestra forma única de autogobierno constitucional consistían en llevar los objetivos de la civilización europea moderna a lo que habríamos esperado que sería una distancia segura de la hegemonía de los vestigios del sistema oligárquico en Europa, aun hoy.

Mi finado colaborador e historiador profesional H. Graham Lowry resumió los puntos de inflexión más decisivos de ese desarrollo de la civilización europea en Norteamérica.[12]

Como ilustran esta cuestión los escritos militares de Nicolás Maquiavelo, el poder superior de la ciudad y el Estado con el nuevo sistema de gobierno significó la derrota de las intentonas de los medievalistas por recuperar su poder, a menos que las fuerzas oligárquicas hicieran ciertas concesiones en su doctrina general. Tal es la importancia de la influencia del Nuevo Partido Veneciano de Paolo Sarpi. Así, la alternativa que Sarpi y compañía encaraban era que, por un lado, a menos que los neofeudalistas se adaptaran a las presiones del progreso científico y tecnológico, estaban condenados de antemano a la derrota. Empero, si aceptaban los principios subyacentes de generación del progreso científico, estaban perdidos en lo político, en tanto virtual especie de existencia, por su propia acción antiséptica.

El empirismo es típico del intento de Sarpi y sus seguidores de resolver esta paradoja. Su cometido era usar de manera selectiva ciertos descubrimientos, del modo que los empiristas asociados con el nombre de Isaac Newton siguieron el ejemplo del sofista Galileo en el plagio de la obra de Kepler para parecer sabios, al tiempo que se ocupaban de castrar el conocimiento de su verdadero trabajo. Su intención sarpiana era ocultar los métodos con los que el progreso científico se hubiera desarrollado de manera en efecto independiente, de tal modo que las poblaciones independientes en general ya no se sometieran a los modelos oligárquicos de gobierno.

Esta política neoveneciana es el fundamento del empirismo, del modo que el lacayo de Sarpi, Galileo, caracteriza esto, y como seguidores de éste tales como Tomás Hobbes, Descartes, Locke, Hume, Kant y demás son típicos del empeño empirista por debilitar y manipular el descubrimiento científico mediante las supercherías asociadas con el empirismo.

Los mecanismos pedagógicos que se emplean para inducir ese efecto propuesto de la influencia del empirismo se fundan en el uso que hace el modelo euclidiano del método defectuoso de un modo de proceder que tiene como premisa un conjunto de definiciones, axiomas y postulados a priori dizque “de suyo evidentes”. Como ya he indicado antes en este capítulo, la práctica físico–científica competente se remonta al método de la esférica que empleaban los pitagóricos, Platón y demás. No tolera ninguna clase de supuestos de corte axiomático a priori.

En un método científico competente, hasta donde conocemos una práctica científica reconocible, la ciencia se funda en la noción de los universales. La noción de marras de los universales se asocia, en lo principal, con observaciones celestiales, en especial las que expresan las características de la astronavegación. En cuanto a esto, la calidad más interesante de las pruebas antiguas refleja ciclos educibles del polo norte magnético.[13] La obra original de Kepler en la definición, primero, del principio de la gravitación para las alineaciones del Sol, la Tierra y Marte, y, luego, para la composición del sistema solar, por fin enfocó como es debido las profundas implicaciones de este hito para definir la noción apropiada del “significado” de “universal”. Como la construcción de Arquitas para doblar el cubo lo ilustra de un modo drástico, lo ontológicamente universal es aquello que, como puso de relieve Albert Einstein, de forma implícita es tan grande como el propio universo finito e ilimitado, y que, por ende, también se expresa a nivel local como un poder que es infinitesimal en el sentido de lo ontológicamente existente, más que de cualquier otro modo.

Esta calidad de las pruebas conceptuales con fundamento experimental que se asocia, como la coma pitagórica, con la noción de los universales, define de manera tácita que el universo físico está compuesto, no de, sino por principios universales de esta calidad. Éstos no representan un conjunto perfeccionado de tales principios, sino uno que atraviesa por mejoras antientrópicas implícitas. Todo en ese universo actúa sobre, y lo afecta la acción de ese universo, del modo que Leibniz lo señala, como se dijo arriba, en sus diversos escritos anticartesianos sobre el tema de la dinámica. Esta cualidad antientrópica del universo así definida, encuentra eco en las implicaciones de la demostración empírica de Kepler del carácter problemático de la noción de suyo antientrópica de la paradoja del ecuante.

Los principios no son algo que está entremedio y como conectando objetos de tipo cartesiano por pares. Son la materia esencial de la que está compuesto el universo como tal. Es un universo en autodesarrollo, en el que la acción esencial se manifiesta como o en resistencia a la acción eficiente que aporta, por ejemplo, la voluntad del ser humano individual. Esto es, en esencia, la dinámica, como su experiencia se remonta en la historia conocida al método de las redes de los pitagóricos y Platón.

Esta noción de dinámica es el objeto esencial de una ciencia de la economía física. Para nosotros, la acción volitiva humana en este dominio la limitan con eficiencia estas nociones expresas de la dinámica. Eso, en la práctica, significa que el ejercicio competente de la economía en tanto ciencia nace del proceso entero como un hito de partida y, de ese concepto, pasa a determinar ya sea el efecto de las acciones locales o de la falta de ellas en la evolución del proceso considerado en su conjunto.

Estas consideraciones inmediatas sitúan la importancia de la dinámica riemanniana en razón de hipergeometrías físicas.

2.  La dinámica de la recuperación de EU

El rasgo primordial de cualquier forma de sociedad congruente con la distinción esencial entre el hombre y las bestias es el acento imperante acostumbrado que pone la sociedad en los poderes cognoscitivos soberanos intrínsecos del ser humano individual. Éstos representan, al menos, el potencial que se asocia con toda y cada mente humana individual. Ése es el poder que manifiesta una mente soberana individual, un poder del universo comparable, así, a la gravitación universal, que cobra expresión como el principio dinámico de Vernadsky de la noosfera. Esto se muestra en su efecto sobre la mente humana individual, pero en ninguna otra especie. Se expresa como el acto de descubrimiento de un principio físico o su equivalente, un poder que se manifiesta como la distinción funcional entre el ser humano individual y todas las demás especies de vida.[14]

Éste es el poder específicamente creativo de la mente humana individual del cual depende por completo cualquier noción competente de economía.[15]

Esa noción de creatividad, como consideraremos la cuestión aquí y ahora, es el principio científico y moral en que se fundamenta de manera implícita el compromiso que adoptó nuestra república con un presupuesto de capital de largo plazo.

Dicha definición del desarrollo de los poderes cognoscitivos soberanos de la mente individual, subraya la diferencia más esencial entre economías aptas, la cual se funda en esta noción de los poderes soberanos de la cognición creativa humana que son la expresión de cualquier principio verdadero de libertad personal humana individual; y la visión contraria, que de modo tácito define una sociedad autocondenada a una gran catástrofe, a menos que se enmiende a tiempo. Es típico que esta última visión opuesta tenga como premisa la clase de necedades de costumbre que, cada vez más, han venido a imperar en los cánones nacionales estadounidenses en el transcurso de las últimas cuatro décadas, tras la presidencia de Kennedy.

Irónicamente, cuando EUA, triunfante, puso al hombre en la Luna, los cambios en las tendencias principales del pensamiento moral y económico que la revuelta de los sesentiocheros ya había expresado, produjo una condición cultural enferma que para comienzos de los 1980 ya le había infligido a nuestra economía nacional un cambio patológico de principio imperante; fue un cambio degradado de paradigma cultural, que desencadenó un proceso que fue destruyendo más y más de las directrices generales subyacentes en las que se había fundado la misión original del alunizaje tripulado de Kennedy y su compleción.

Esta consideración introduce hoy el principio principal y más decisivo, pero no el único, de una ciencia de la economía física. Al presente puede describirse como el principio del que depende del todo la posibilidad de evitar una “nueva Era de Tinieblas” planetaria en esta coyuntura histórica. Pruebas recientes nos hacen preguntarnos si los congresistas que elegimos son capaces de superar los viejos hábitos de ese órgano, al menos en la medida que se le dé marcha atrás, como es debido, a la destrucción que nos han acarreado las políticas pasadas, aun en esta hora de un desastre inminente. Ese asunto es el que tiene que anteponerse y mantenerse a las claras en la perspectiva de nuestras conciencias, no sea que nos echemos para atrás por miedo a la descaminada opinión popular, y perdamos nuestra república a causa de vacilar, de nuevo, del modo que en efecto neto arruinamos las condiciones de vida de más y más de nuestra gente en el transcurso de las últimas cuatro décadas.

La distinción más importante de las repúblicas verdaderas, como ha de reconocerse en el preámbulo mismo de nuestra Constitución federal, es de hecho que, cuando ese principio rige de veras supremo en nuestros cánones federales, por sí mismo define a una república verdadera, a una república verdadera como distinta de otras organizaciones de la sociedad. Las sociedades que se fundan en el liberalismo angloholandés, por ejemplo, son típicas de culturas de una moralidad inferior a nuestro propio orden constitucional, y en realidad no son repúblicas en el sentido específico de la Constitución federal de EU. Esta característica de nuestra Constitución ha de reconocerse como el mismo principio antilockeano de Godofredo Leibniz que los círculos de Benjamín Franklin, el mentor de Thomas Jefferson en esa oportunidad, introdujeron en la Declaración de Independencia de EU como “la búsqueda de la felicidad”.[16] Estas y otras conexiones afines son más notables por su relación con el diseño de las políticas de recuperación económica que nuestra muy atribulada economía estadounidense necesita con urgencia hoy en día.

Como escribí en el capítulo anterior de este informe, la economía estadounidense no se fundó en las premisas de las doctrinas monetarias (liberales angloholandesas) británicas, sino en la noción de la economía física leibniziana. Por ejemplo, en cuanto a la naturaleza del dinero, nuestra política constitucional estadounidense encontraba ya expresión implícita en normas que se introdujeron en la mancomunidad de Massachussets antes de 1689. La “búsqueda de la felicidad” de Leibniz representó, para nosotros, un concepto que introdujeron antes en Massachussets Cotton Mather y su joven seguidor, Benjamín Franklin, quienes, ambos, usaron la expresión “hacer el bien” con la misma clase de connotaciones que la “búsqueda de la felicidad ” de Leibniz.

Por desgracia, nuestros analfabetas políticos de hoy han tendido a interpretar la “búsqueda de la felicidad” como la adopción de un principio hedonista. Dada la ideología que priva entre las víctimas del adoctrinamiento en lo que con rigor podemos definir como la ideología “sesentiochera” actual, el hecho de que al presente se prefiera el hedonismo por encima del bien común no debiera sorprendernos. En realidad, la “búsqueda de la felicidad” pertenece al resultado anticipado de haber vivido, más que a las vivencias hedonistas inmediatas de los vivos. Nuestra generación “sesentiochera” se ha inclinado, con predominancia, por el hedonismo y el sofismo, cosa que, en la era ahora más avanzada de esa generación, al presente tiende a manifestaciones de aversión, incluso de enemistad contra los adultos jóvenes de hoy, adultos jóvenes del mismo estrato de edades de los que pelearon y —en gran medida— dirigieron la Revolución Americana y la formación de nuestras Constituciones nacionales, de 1776 a 1789.

Prácticamente, la “búsqueda de la felicidad” le atañe a un individuo mortal que vive, a conciencia, anticipando ese resultado de su vida, un concepto de resultado que pasaría la prueba de la inmortalidad: “¿En qué beneficiará mi vida, según la viva, al futuro de la humanidad?”, o el “¿Qué seré cuando sea grande?” de un niño. Las buenas intenciones como tales no bastan; hacemos el bien cuando nos comprometemos con el futuro: “¿Qué principio necesario fomentará nuestra dedicación en beneficio del futuro?”.

Todo desarrollo genuino del carácter moral personal depende de las consideraciones que atañen a la capacidad individual de desafiar la posibilidad de la tortura, como la que pretende el vicepresidente Dick Cheney con su política, y de la muerte misma: “Hagan de mi cuerpo lo que quieran, brutos. ¿Aprisionarme sin razón? ¿Torturarme? ¿Matarme? ¡Su ministerio de dolor no puede despojarme de mi alma! ¡No me convertirán en una bestia hobbesiana sedienta de venganza, como en la que ustedes, por ejemplo, parecen haberse convertido!” De este modo, Juana de Arco triunfó en un concilio posterior de la Iglesia católica, y también a través de la monarquía de Luis XI de Francia, ya en ese mismo siglo; así, fue un triunfo contra una muerte en la tortura a manos de la brutal caballería inglesa.

Los fundadores de lo que devino en nuestra república, quienes en lo principal eran cristianos (a pesar de la pobre calidad moral de algunos de sus vecinos en las colonias y la república durante las épocas de marras), se consideraban como personas apegadas a la noción de la “búsqueda de la felicidad”, como el propio devoto cristiano ecuménico Leibniz, del modo que la definió en oposición a Locke; fue, para Leibniz y los fundadores de nuestra república, una expresión de la certeza más hondamente arraigada respecto a la relación del individuo mortal con la personalidad inmortal que de voluntad participa del Creador.

Debe verse con claridad que la conexión de tales reflexiones sobre las raíces de nuestra Constitución federal estadounidense tiene mucho que ver con las cuestiones de nuestro tema del presupuesto de capital. La gente cuya perspectiva moral no ve más allá de los asuntos mortales del placer y el dolor hedonistas, carece de la pasión eficiente en cuanto a esas decisiones que son la preocupación principal de personas sensibles a la importancia de sus propias almas. Por tanto, no tienen un compromiso serio con su contribución al futuro.

Así, la gente cuyo desarrollo moral no se ha elevado al nivel que representa “la búsqueda de la felicidad” de la Declaración de Independencia de EU, ni sometido, a ese respecto, a la autoridad del preámbulo de nuestra Constitución federal estadounidense, no tiene una conciencia eficaz de la realización eficiente del futuro y, por tanto, tiende al llamado “principio hedonista”. Los lisiados morales entre nosotros se han inclinado al utilitarismo del jefe de propensión francamente satánica del “Comité Secreto” del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, Jeremías Bentham. Al igual que con Aaron Burr, el banquero de Nueva York que era un protegido de este espía consumado del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, no podía confiarse en ellos en materias que atañeran a las cuestiones de vida o muerte que pudieran legarles a las generaciones futuras, a nuestra posteridad.

La crisis de veras existencial que ahora ha alcanzado a nuestro EU, demanda una intención que se eleve por encima, y que rechace las pasiones que han gobernado nuestras tendencias económicas nacionales y normas relacionadas, cada vez más, de modo más acentuado, en las últimas tres décadas y media. Esta corrección ha de hacerse ahora entre nuestros ciudadanos y otras personas pertinentes. La existencia futura de nuestra nación y el significado de que hayan vivido, luego que ya no estén, depende de que encuentren esa cualidad de compromiso dentro de sí mismos.

El caso del pobre Myron Scholes

La más decisiva de las preguntas prácticas que se le plantean a cualquier persona pensante, es la que ubica la moralidad respecto a las cuestiones del compromiso de nuestra experiencia de la vida actual, eso en el marco que se define como el resultado de lo que hacemos, ahora, en razón del futuro, más que como reacción a la experiencia de lo que al parecer ha ocurrido hasta ahora.

Por consiguiente, la cuestión decisiva se plantea meramente preguntando: “¿Cuál es ese futuro?”.

Hay dos maneras mutuamente irreconciliables de tratar el significado de “futuro” en ese marco de referencia. Un enfoque de suyo incompetente es la perspectiva estadística, la cuál es acorde al intento de ver el futuro como si lo determinaran, de un modo estadístico, principios al presente en acción, en vez de como un cambio de curso impuesto por el embate de la acción de nuevas clases de condiciones de principio. El único enfoque apto es el que he presentado en páginas anteriores de este informe, como, por ejemplo, el del método competente de indagación científica que ha de remontarse a la cultura europea, desde la óptica de ese método pitagórico que, a su vez, parte de la astrofísica egipcia, la esférica. Esto lo definí arriba como el mismo método que exhibió el seguidor de Nicolás de Cusa y Leonardo da Vinci, Johannes Kepler, en su creación única original de una estructura sistemática para la ciencia física moderna considerada, de manera implícita, como una exploración cabal de un solo universo finito, pero ilimitado.

El enfoque defectuoso, como lo encarnan René Descartes y sus seguidores entre quienes se dicen “newtonianos”, es el método estadístico–mecanicista que tiene como premisa una interpretación empirista moderna, prácticamente de “Tierra plana”, del precedente del apriorismo euclidiano.

Considera la ineptitud notoria del método matemático del Myron Scholes y el Robert Merton implicados en la autoría de la catástrofe financiera de agosto–septiembre de 1998, y de la presente reanudación de un eco mucho más amplio de esa crisis. Este suceso de 1998 fue, y es una crisis que se funda en una continuación actual del mismo sistema absurdo de Scholes y compañía en todo el sistema mundial.[17] Esta experiencia nos advierte que el modo como el dogma económico ahora hegemónico ve y dirige al mundo entero es una suerte de incompetencia de una letalidad sistémica, incompetente por lo que presagia para toda la civilización. Representa la clase de pensamiento económico corrupto que debiera estudiarse sólo desde la perspectiva de la calidad pertinente del funerario, ¡y nunca más permitírsele que infecte la vida humana!

Por otra parte, el método estadístico malsano que de manera típica expresan Scholes y sus víctimas, se deriva del legado de los fisiócratas y sus seguidores de la Escuela Haileybury; es el corolario, en cuanto a método, de una visión reduccionista radical del método cartesiano. Éste era un método que se derivaba de las antiguas sofisterías euclidianas, pero que aprendió a hablar en británico —¿o era “brutánico”?— a los pies de René Descartes. Esto también es el calco inglés de Descartes, llamado “newtonianismo”. En otras palabras, la economía que anima las necedades crónicas del trabajo de Myron Scholes es una versión positivista radical del mismo método inepto, el estadístico–mecanicista que se deriva de la física fallida de René Descartes.[18]

Los procesos económicos reales son dinámicos, en el sentido de la antigua esférica pitagórica, del método de Cusa y Kepler, y, por consiguiente, contra el absurdo del cartesianismo, tienen como premisa una prueba concluyente, una que proporcionó Leibniz al introducir el antiguo principio de la esférica, la dinámica, en la ciencia física moderna.

Antes de continuar en sí este argumento, casi sin duda es necesario, para los propósitos del lector típico de este informe, que intercale algunas palabras de advertencia aquí sobre un aspecto pertinente del método científico.

A lo largo de este informe, hasta ahora, he recalcado una y otra vez la distinción decisiva a hacer, en el dominio de las afirmaciones matemáticas sobre la ciencia, entre los meros conceptos formales y los de verdad ontológicos.[19] Este hábito adquirido mío se manifestó primero, de modo germinal, en mi devoción por Leibniz a mediados de los 1930, y luego fue clave, tanto para lo que eduje de los fragmentos que conocía de la obra del académico V.I. Vernadsky, como para la manera en que desarrollé un enfoque de la ciencia de la economía física más avanzado que antes, mismo que adopté de lo que había aprendido de Leibniz a comienzos de mediados de los 1930.

Como ya he puesto de relieve en secciones previas de este informe, todo enfoque en la ciencia física y social debe partir de arriba para abajo, y no al revés. Este enfoque, que he adoptado de entre las autoridades del caso que he considerado de un lapso no menor a los tres mil años que me preceden, exige ver desde arriba el papel funcional superior que desempeñan los principios físicos universales descubiertos, del modo que esta visión ha de aplicarse al dominio de actividad al que atañen esas mismas nociones. La distribución de Vernadsky de la experiencia física en tres espacios–fase de cualidad distinta, que incluye la separación entre lo vivo y lo inerte, y entre la cognición humana y la mera experiencia biológica en general, es típica de este enfoque. Esto se aplica, en términos generales, a toda la amplitud del tema de la economía física como una categoría ontológicamente distinta de investigación. Es clave para entender el desarrollo en el marco de la economía en general.

En cada caso, la distinción ontológica de la separación fase–espacial físicamente eficiente de dos dominios por medio de un principio universal, define y limita todo el dominio abarcado.

Estos límites, que definen los confines externos de un proceso fase–espacial, son el sujeto primordial de referencia en todo intento competente de pronóstico con cualquier sistema que pueda definirse como dinámico en su conjunto pertinente de características de principio.

Esto, en contraste con el enfoque estadístico–mecanicista de la doctrina económica que más se enseña y aplica hoy, pero que es la más defectuosa. Dicho enfoque defectuoso es uno que pretende definir las discontinuidades posibles de un proceso mediante la extrapolación de interacciones percucientes (por ejemplo, estadísticas). En el universo real, a diferencia de la economía que por lo general se enseña aun hoy, son los límites de la cualidad dinámica del espacio–fase los que actúan sobre el proceso, más que el enfoque estadístico mecanicista inverso sobre el espacio-fase. Ése ha sido el “secreto” de mi éxito personal en la prognosis económica de largo plazo y la relacionada desde que “ensayé” por primera vez este enfoque en lo que pronostiqué como una recesión de corto plazo en 1956. Ésa también es la razón por la que, desde entonces, nunca hice la clase de pronósticos estadístico–mecanicistas comunes del dogma económico académico que por lo general se acepta hoy.

La sociedad humana —para poner el acento donde es debido— es un reflejo de la voluntad humana, uno que incluye actos de una cualidad ausente en el reino animal, ausente en cualquier dominio asociado con los métodos de las víctimas incautas de Bertrand Russell, el profesor Norbert Wiener y John von Neumann. En la sociedad, no hay calidad inevitable de consecuencia que se asocie con justicia con el intento habitual de hacer una predicción. Mientras la gente sea humana, todo pronóstico irá acompañado de un conjunto de “tal veces”; de otro modo, sin esos “tal veces” explícitos, no es más que incompetente o algo peor. Todo pronóstico que se base en un “escoge un número del uno al diez”, revela a un pronosticador o interrogador que ha de compararse con el hombre del chiste de Kant, que trata de ordeñar a un cabrón mientras otro le detiene el colador.

Así, el pronóstico competente rechaza lo que hoy son las opiniones por lo general incompetentes sobre el asunto de los poderes de la voluntad humana, y también de la falsamente supuesta falta de ellos. Lo que en realidad delimita un proceso social, son los límites que definen los principios físicos universales descubribles que actúan en ese escenario de la interacción entre la función voluntaria de la sociedad y el universo físico con el que interactúan las actividades de la sociedad. Los principios físicos universales que obran como características de un sistema son los que representan las condiciones límite que actúan sobre la voluntad de la sociedad y que, en ese sentido, y sólo en ese sentido y de esa manera, definen lo que puede “predecirse” y cómo.

Para reformular y resumir esta cuestión, tenemos lo siguiente.

Las economías físicas verdaderas son procesos dinámicos, no estadístico–mecanicistas. Eso significa, entre otras consideraciones, que se sobreentiende que un pronóstico es kepleriano, tanto en el sentido de la noción de una órbita como de la prueba y comprobación del ecuante de que el universo no es simplemente repetitivo, sino que lo limitan principios físicos universales superiores que le dan un carácter ordenado a la evolución del universo entero o a cualquiera de sus espacios–fase.

Por tanto, en cualquier pronóstico competente, aun en una suerte de pronóstico económico serio para todo un sistema, el principio que gobierna la “órbita” de dicho sistema inmediato es el que actúa sobre él para definir una cierta clase de condición límite. Conforme la evolución del sistema se aproxima a esa condición límite, el comportamiento del mismo se ve alterado por dicha aproximación, la cual, a su vez, se dirige hacia un límite más allá del cual el sistema no puede continuar en su forma presente; en ese momento, cambiará o se desintegrará.

Esa consideración representa la característica más esencial y hoy poco conocida de cualquier sistema de pronóstico económico de largo plazo. Consideremos de nuevo aquí ese asunto.

Economistas con mentes enfermas, muy enfermas

Hay una segunda paradoja ontológica asociada con la rabiosa cualidad de incompetencia que refleja el caso de Scholes. Scholes sólo ha llevado a un extremo la visión de las formas reduccionistas radicales del método estadístico cartesiano, el cual es congruente con la tradición de embusteros ejemplares tales como Bernard Mandeville, François Quesnay, Adam Smith, Jeremías Bentham y la Escuela Haileybury británica en general.

Como Smith alegó para la imposibilidad del pronóstico científico en su Teoría de los sentimientos morales de 1759:

“El gobierno del gran sistema del universo . . . la custodia de la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es asunto de Dios y no del hombre. Al hombre le corresponde un apartado mucho más humilde pero más a tono con la debilidad de sus facultades y la estrechez de su comprensión: la custodia de su propia felicidad, la de su familia, sus amigos, su país. . . Pero aunque estemos llenos de intensísimo deseo de realizar esos fines, se ha encomendado a las lentas e inciertas determinaciones de nuestra razón averiguar los medios de materializarlos. La naturaleza nos ha dirigido a buena parte de ellos por instintos originales e inmediatos: el hambre, la sed, la pasión que une a los dos sexos, el amor del placer y el rechazo del dolor, nos impulsan a aplicar esos medios sólo por lo que son y sin consideración alguna de si tienden a esos beneficiosos fines que el Gran Director de la naturaleza intentó producir por medio de ellos”.

Smith es relativamente moderado, al menos en lo que estaba dispuesto a mostrar de su propio yo, cuando se le compara con aquella época de Walpole y del liberalismo desenfrenado que expresaba ese satánico descarado de Bernard Mandeville, del modo que, para nuestra referencia hoy, el estilo elegante con el que Hogarth trata lo inherentemente burdo retrata de manera útil el legado de Walpole.[20]

Fable of the Bees La inmoralidad de La fábula de las abejas: vicios privados, virtudes públicas, de Bernard Mandeville, la encarnan hoy la Sociedad Mont Pelerin y el American Enterprise Institute, que fomentan las apuestas como remplazo del trabajo productivo.
AEI
Sociedad Mont Pelerin

La doctrina de Mandeville, como la plantea en La fábula de las abejas, es que al francamente inmoral debe dársele libertad de acción en el interés de los beneficios públicos que, según él, sólo la corrupción fomenta. Hemos experimentado esto, con la ayuda de la Sociedad Mont Pelerin y el American Enterprise Institute contemporáneos, en el fomento de las diversas expresiones de apuestas como un remplazo de la generación de la riqueza de la que dependen la alimentación y los servicios médicos; así, al crimen organizado y de otra índole se le considera como el misterioso origen mágico, dispuesto por esas curiosas criaturas que obran bajo el tablado de la realidad, de resultados que se arreglan como la consecuencia de arrojar los dados arriba, como por la supuesta magia del azar, para volver a algunos hombres ricos y arruinar al inocente.[21]

El precedente explícito de Smith en su razonamiento era el de los fisiócratas François Quesnay y A.R. Turgot. Compara el argumento del doctor Quesnay con el de Mandeville, y correlaciónalo con el de Smith de 1759: “El amor al placer y el miedo al dolor nos incitan a aplicarlos por sí mismos y sin consideración alguna por su tendencia a aquellos fines caritativos que el gran Director de la naturaleza quiso producir con ellos”.

De manera tácita, el razonamiento de Quesnay es idéntico al del mandato de la “mano de obra barata” del Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo contra el Prometeo acusado: a los meros mortales, tales como las clases inferiores que están al servicio de la nobleza feudal, no debe dárseles a conocer principios del universo que existan más allá del alcance intelectual de su tarea de no mostrar más que “instintos” prácticamente animales. De modo parecido, para Quesnay, los siervos y cosas similares en la propiedad del señor feudal deben disfrutar el mismo orden de condiciones de vida y comodidad que se le da al ganado útil, pero, más allá de eso, no tienen derecho moral al producto de la propiedad. Smith le atribuyó a los poderes mágicos implícitos del derecho del señor feudal a la propiedad fisiócrata, lo que el aprendiz de economía británica Karl Marx consideró, con credulidad, como la “plusvalía” que genera esa propiedad, tal como alega lo mismo sobre los poderes mágicos de “la propiedad per se” en el extracto citado, y como su predecesor, el padre putativo de la Sociedad Mont Pelerin, Mandeville, le atribuye la fuente del bien público al fruto de los vicios privados.

Aquí debemos reconocer el eco de ese razonamiento fraudulento de los Elementos de Euclides a favor de las definiciones, axiomas y postulados a priori “de suyo evidentes”.

Contrasta estos razonamientos del repertorio de la secta liberal angloholandesa que se mencionan, con la forma en que abordo las implicaciones de la antientropía, como las he identificado en el capítulo anterior de este informe. El poder de la humanidad para aumentar la densidad relativa potencial de población de la especie humana deriva de una capacidad que es exclusiva de la humanidad, entre todas las especies vivas conocidas. De ahí que, de encontrar una especie viva en el universo con la suerte de capacidad que es exclusiva de la humanidad en la Tierra, esa especie hipotética naturalmente tendería a pensar como nosotros, al exhibir la misma clase de poder antientrópico de organizar el desarrollo de sus sociedades mediante el descubrimiento y empleo de principios físicos universales, y tendría la misma relación con el Creador que la especie humana. ¡Sería, con más probabilidad, representativa de la especie humana universal como la conocemos hoy aquí, en tanto especie!

Lo que refleja el enfoque de Scholes, es el intento de sustituir una economía física por un sistema monetario–financiero per se. Presenté un pronóstico pertinente en una representación gráfica al comienzo de mi campaña por la candidatura presidencial del Partido Demócrata, en un discurso que di en enero de 1996. Para esa ocasión, como también después, ilustré mi razonamiento con lo que identifiqué como una “triple curva”, que describe una relación paradójica de ritmos de cambio entre curvas monetarias, financieras y físico–económicas de la economía de EU (ver gráfica 1).

Las gráficas de la triple curva de LaRouche presentan el conjunto de principio de relaciones físico–geométricas entre los elementos: un ritmo descendente acelerado de emisión del producto físico neto, per cápita y por kilómetro cuadrado, y uno de emisión monetaria que se usa para apuntalar un flujo financiero creciente. En pocas palabras, es una burbuja que está lista para reventar.

Esa gráfica no presentaba datos, sino la naturaleza general del conjunto de relaciones físico–geométricas de principio entre los tres elementos: un ritmo acelerado de desplome de la emisión del producto físico neto, per cápita y por kilómetro cuadrado, y un ritmo de emisión monetaria en aceleración que se usa para apuntalar un flujo financiero en auge, a pesar de la caída acelerada del producto físico. En 2000 introduje una versión modificada de esa gráfica ilustrativa, que tomó en cuenta la tendencia del ritmo necesario de emisión monetaria que demanda el sostenimiento de la expansión financiera aparente, combinada con un ritmo acelerado de desplome de la economía física, per cápita y por kilómetro cuadrado (ver gráfica 2).

Desde el fin del sistema monetario de tipos de cambio fijos de Bretton Woods en 1971–1972, ha habido un ritmo acelerado de decadencia física subsiguiente de la economía estadounidense, una decadencia producto del programa de la Comisión Trilateral de “desintegración controlada” de la economía de EU, que en gran medida está asociada con las amplias medidas de fondo de la “desregulación”. El derrumbe de la economía física de EU, per cápita y por kilómetro cuadrado, se ha mostrado con más claridad, en términos físicos, en las condiciones objetivas de vida cada vez más ruinosas del ochenta por ciento de las familias de menores ingresos. Esto ha de contrastarse con los subsidios públicos, como mediante bonanzas tributarias para el tres por ciento de arriba y el sistema de servicios administrados de salud, a utilidades aparentes, pero que a menudo no se ganaron de una manera moral, tales como las que los segmentos de ingresos más altos consideran sus “salvavidas dorados” o cosas parecidas.

Dos factores disimularon un poco las consecuencias combinadas de esto. Primero, el hecho de que las pérdidas físicas en la formación de capital público y privado esencial se ocultaron, ya sea parcialmente o del todo, de la contabilidad estadística del ingreso y el producto nacional, y, segundo, que los informes sobre la economía, por el empeño combinado del sistema de la Reserva Federal y la Presidencia, fueron de plano fraudulentos, a menudo en extremo, en el período desde más o menos 1982.

En efecto, la economía estadounidense en esencia se ha convertido, más y más, en una economía de burbuja monetario–financiera. A este respecto, lo que “el mercado” vino a adoptar, antes de octubre de 1998, fue la ilusión de que la economía de burbuja era la real. Se ha adoptado la especulación monetaria y financiera en la tradición de las burbujas monetario–financieras a la “John Law” de principios del siglo 18, como sustituto de la imagen de una economía física real.

La estafa de Enron y los consiguientes desmanes de las burbujas de los “fondos especulativos” a nivel internacional marcaron la secuela combinada del desplome de la burbuja “Y2K” de la “era de la informática” en el 2000, y lo que ha devenido en la burbuja ahora hiperexplosiva de los “fondos especulativos” está remplazándolos. La condición explosiva de las burbujas inmobiliarias relacionadas de EUA, Gran Bretaña, España, etc., ha de considerarse como una consecuencia inevitable de pretender crear una ilusión de crecimiento neto en condiciones de especulación hiperinflacionaria, en lo que de otro modo es un ritmo creciente de descomposición de las economías físicas de marras; eso, en el estado de hiperinestabilidad inherente del “acarreo” de yenes.

A menos que haya una reforma radical más bien inmediata por bancarrota de los sistemas monetario y financiero internacionales combinados, al estilo de Franklin Roosevelt, el planeta entero caerá ahora, del borde de un desplome general de reacción en cadena, a una “nueva Era de Tinieblas” más o menos prolongada y profunda, como la que la historia moderna asocia con la caída de la Casa de Bardi en el siglo 14.

Lo que debería haberse dado en reacción a la burbuja de los bonos rusos GKO en septiembre–octubre de 1998, pero que no pasó entonces, es una reforma general del sistema monetario–financiero. El presidente Bill Clinton y su secretario del Tesoro debatieron semejante reforma, pero la amenaza del enjuiciamiento, con frívolas premisas constitucionales, obligó a su Gobierno a retractarse. Difícilmente logró postergarse la crisis especulativa de los GKO, pero a un precio terrible, un precio que se reflejó en los sucesos que comenzaron con el fin de la burbuja Y2K a mediados de 2000. Desde las elecciones intermedias de noviembre de 2000, la economía de EUA ha venido humillándose hacia condiciones ahora inminentes como de caída libre, en las que el actual sistema monetario mundial está listo para estallar si la crisis del dólar alcanza el grado de desplome que debe esperarse, de ordinario, en el lapso de unos cuantos meses.

Sólo una reforma monetaria y financiera integral, de una clase que no puede iniciar sino EUA, podría evitar ahora que el mundo entero se humille hacia una suerte de derrumbe de reacción en cadena que culmine con la llegada prematura de una nueva edad oscura planetaria.

Puede y debe decirse que las instituciones pertinentes del mundo en general, o no han aprendido, o simplemente se han rehusado a aprender la enseñanza de que Europa se haya hundido en la Nueva Era de Tinieblas de mediados del siglo 14, con un “¡No! ¡No! ¡No! ¡No puede ser cierto!”, como su ilusa premisa.

El sistema monetario

La idea de un sistema de valor como el que se asocia con uno monetario, es un fraude y un engaño. El valor sólo reside en la forma física del proceso económico en su conjunto. Sin embargo, la organización de la lucha combinada de la sociedad como una unidad exige un sistema de regulación que guíe a los miembros de la sociedad que participan en la dirección del futuro efecto deseado combinado. Esto es necesario para fomentar, en efecto, la evolución del proceso, de conjunto, en el beneficio tanto presente como futuro de toda la población.

El sistema necesario de microadministración de lo pequeño en provecho del todo, depende en gran medida de un sistema crediticio que incluya uno monetario. El asombroso éxito, que estremeció al mundo, del sistema de regulación que se instituyó con el presidente Franklin Roosevelt, ofrece ilustraciones excelentes de cómo un sistema crediticio moderno puede proporcionar los medios para canalizar iniciativas individuales que afecten como es debido la condición futura de toda la sociedad. En los 1950 a esta clase de regulación en lo pequeño en provecho del todo se le conocía con títulos tales como el sistema de “comercio justo”, en oposición al de “libre comercio”. Si EU ha de sobrevivir la embestida actual de las tormentas económico–financieras en marcha, tiene que reinstituirse ahora el concepto de “comercio justo”.

En otras palabras, la administración exitosa del presente en lo pequeño tiene que partir de una comprensión eficaz del destino futuro que se procura. La sociedad debe conocer la condición límite que constriñe al sistema económico actual y a los relacionados, y guiarse por un método de navegación enfocado en esa condición límite cuasiastrofísica de negociación en el espacio–tiempo físico, y no en los métodos estadístico–mecanicistas incompetentes de pronóstico, tácitamente de Tierra plana, que se derivan de los dogmas fracasados de Descartes.

Un sistema de “comercio justo” así definido en cuanto a las condiciones límite conocidas, demanda un sistema monetario–financiero de tipos de cambio relativamente fijos. Más que nada, las condiciones límite se definen en función de los principios científicos del caso que determinan nuevas tecnologías y sus procesos de desarrollo.

Esta regla del tipo de cambio fijo es necesaria para asegurar que la tasa real de los cargos financieros que se imponen a inversiones esenciales de largo plazo en curso, tenga que ser menor que el margen tolerable de rendimiento de las mismas que procede del proceso de producción y distribución de bienes y servicios esenciales. Pues, si el valor de las monedas fluctúa, dicha fluctuación, en y por sí misma, hará que las tasas de interés reales y cargos relacionados aumenten de manera paulatina, con el efecto de una tendencia a destruir la economía en general.

Debe lograrse un equilibrio a favor de ritmos físicos de rendimiento de la inversión de capital de largo plazo en la producción y la infraestructura económica básica, al tiempo que se permite cobrar lo razonable por el crédito que emiten los sistemas financieros bancarios y relacionados. En otras palabras, la norma debe sentarse de conformidad con las necesidades y objetivos de una sociedad productora, en vez de la decadencia económica y moral ahora imperante de una sociedad rentista, de la que son típicas, en su extremo, las estafas previas de Enron y las actuales de la pandemia de los fondos especulativos.

En nuestra historia, el equilibrio necesario se ha conseguido mejor con ayuda de una dedicación a los sistemas de banca nacional, que brindan el marco en el que funciona la banca privada. Al momento, esta reforma es necesaria para lidiar con una situación en la que todo el sistema de la Reserva Federal está prácticamente quebrado sin remedio, y tiene que sometérsele a una intervención federal, con una administración federal, para asegurar que no se interrumpa la actividad funcional esencial del sistema de banca privada. No podemos permitir que el sistema crediticio se desplome; en realidad tenemos que aumentar la emisión de crédito cuidadosamente dirigido para garantizar el crecimiento físico neto del producto y el empleo productivos, per cápita y por kilómetro cuadrado, por toda la nación. Es indispensable ahora que los elementos esenciales del sistema de banca privada reciban protección federal, si es que ha de evitarse un pánico mortal incontrolable.

El sistema crediticio que se cree para bregar con la crisis actual ha de ser de largo plazo, dirigido a funcionar en un sistema mundial de tipos de cambio fijos, y eso por un período de unas dos generaciones; cincuenta años. Eso se establecería como una suerte de eco de los objetivos que proponía el sistema original de Bretton Woods, con los debidos ajustes de diseño para que encaje con las condiciones contemporáneas y futuras previsibles.

El objetivo internacional —tanto como los nacionales— del nuevo sistema monetario es elevar la productividad física mundial al grado que un nivel garantizado de crecimiento neto continuo de todos los elementos que integran la economía del Estado nacional estabilice al sistema entero, y al que el nivel de la productividad física, per cápita y por kilómetro cuadrado, entre las naciones permita depender más y con estabilidad de los sistemas locales para los programas de actividades a corto y mediano plazo. El nivel de productividad física y de vida en las naciones constituyentes tiene que elevarse a una paridad duradera; márgenes grandes de desigualdad en o entre los pueblos de las naciones surten el efecto de enfermedades graves, que van de la mano con la propagación de problemas sociales y otros.

En suma, aun en condiciones favorables, tomaría unas dos generaciones elevar un sistema mundial de Estados nacionales respectivamente soberanos a un nivel en el que los déficit e incumplimientos relacionados con los que al presente carga el sistema mundial pudieran meterse en cintura y resolverse con comodidad, sin la ayuda de más restricciones especiales. Tal es la deuda actual que sólo un futuro más feliz podría saldar.

Las medidas de transición y desarrollo necesarias en el próximo medio siglo, ni demandan ni toleran sistemas represivos que afecten la vida del ciudadano común, el empresario productivo y el profesional pertinente. Aparte del manejo eficiente del crédito público y relacionado a gran escala, en general bastaría poner el acento en la regulación de los sistemas monetario y fiscal, y en el fomento de políticas de “comercio justo”. La función del gobierno central en la dirección de la economía debiera consistir en mantener un conjunto de sistemas monetarios y financieros confiables y estables, con ayuda de las funciones de la banca nacional “hamiltoniana” y medidas arancelarias e impositivas, y mediante la participación de los gobiernos estatales y federal, en lo principal, en el fomento de ese desarrollo y mantenimiento de la infraestructura pública que, en las condiciones actuales, debiera representar cerca de la mitad de la inversión de capital total anual en toda la economía de EU.

Estas nuevas direcciones políticas deben seguirse ahora de tres modos principales: 1) con medidas de emergencia que estabilicen y de otro modo mantengan la institución y los sistemas monetario–financieros actuales ya tácitamente quebrados de EU y otras naciones; 2) con una movilización de grandes volúmenes de crédito público a bajo costo, para que la función de la fuerza laboral pase del empleo de bajo valor en los servicios y el franco desempleo, a un acento cada vez mayor, tanto en la producción física de bienes con modernas normas tecnológicas progresistas, como en el saneamiento relacionado de la gran escasez de infraestructura económica básica que se ha generado en los últimos 35 años; y, 3) con la negociación de un sistema de tratados internacionales que comprenda un período de hasta 50 años, y que aproveche el bajo costo de los préstamos en un sistema monetario de tipos de cambio fijos, con acento en la función primordial de las grandes obras de infraestructura y relacionadas, para fortalecer el nivel potencial de la productividad de todo el planeta, per cápita y por kilómetro cuadrado.

Ése es el verdadero carácter americano que hemos heredado de la fundación y evolución inicial de nuestra república. Ésa es la misión histórica de nuestra república estadounidense al servicio del bienestar futuro de la humanidad. Ésa es la misión que expresa el preámbulo de nuestra Constitución federal, conforme a la ley natural, de que nuestra república constitucional fue creada para servir al interés de toda la humanidad.

Dicho todo lo anterior, ahora tenemos que enfocar nuestra atención en la serie más amplia de tareas esenciales para las que ha de movilizarse nuestra economía. Las enumero para ayudar al lector a ver dicha serie como una sola orientación a la misión integrada en la dinámica de recuperación.

A. La infraestructura económica básicaÌEn todo lo aquí escrito, las directrices económicas que consideramos saludables tienen como premisa el concepto de un sistema dinámico. Siempre se presume que la dinámica de los antiguos griegos, la obra de Kepler, Leibniz, Riemann, y también de Vernadsky, es el marco en el que se sitúan el análisis y las propuestas. Por tanto, en todo lo escrito el blanco de nuestra atención es la transformación del planeta (y, de modo implícito, también del sistema solar que habitamos) como uno integrado por tres espacios–fase generales: lo abiótico, la biosfera y la noosfera.

El actor principal que estamos considerando son los procesos cognoscitivos (es decir, creativos) de la mente humana individual. Ésta, al actuar por medio de personas vivas, afecta a: a) la noosfera que los actos de la humanidad están transformando, ojalá, en un sistema dinámico superior; b) el hombre o la sociedad que actúa sobre la biosfera que administramos y desarrollamos en su función en tanto tal; y, c) el hombre o la sociedad que actúa sobre los procesos relativamente “prebióticos” de nuestro planeta. Nuestra visión de la interacción entre estos espacios–fase es, de manera implícita, la dinámica riemanniana, en la que cada acontecimiento interactúa con los otros para definir un espacio físico específico.

Estas consideraciones dinámicas no sustituyen, en lo funcional, consideración estadístico–mecanicista alguna.

Nuestro principio general en la toma de decisiones es que, en efecto, debemos estar elevando el nivel de antientropía de todo el sistema combinado, pero dándole preferencia de orden a: a) los procesos creativos de la mente humana individual; b) la noosfera; c) la biosfera; d) el planeta “prebiótico” y el sistema solar. El principio que define ese ordenamiento es la consideración de que la mente creativa humana individual es la que anima la evolución de la noosfera; la evolución de la noosfera es la que impulsa el desarrollo de la biosfera; y el progreso de la noosfera y la biosfera combinadas es lo que mueve el desarrollo abiótico del sistema solar y nuestro planeta. Tal es el marco conceptual en el que se plantea la noción de la dinámica económica. El hombre en el universo es el centro del proceso que anima la función del sistema del progreso de la sociedad en dicho universo.

El motor del sistema dinámico así definido es el aumento del poder que expresa la expansión de los poderes creativos de la mente humana individual, lo cual posibilita todas las demás metas que contribuyen. Así, la función de la evolución, en función de la biosfera y del dominio abiótico, en fomentar el aumento de los poderes creativos reales de la humanidad, per cápita y por kilómetro cuadrado de la superficie de la Tierra, es el objetivo físico–económico recíproco del desarrollo de todo el sistema dinámico.

Con Franklin Delano Roosevelt, EU construyó obras gigantescas de infraestructura como la presa Hoover, que empleó a 21.000 personas. Hoy necesitamos hacer uso de la densidad de flujo energético superior de la fusión termonuclear para crear nuevos recursos. (Foto: Oficina de Habilitación de Tierras de EU).

Toma el caso ilustrativo de las tecnologías de las que son típicas la fisión nuclear y la fusión termonuclear.

La función de las fuentes primarias de energía en el universo así definido como un proceso dinámico, la representa lo que denominaremos, como por una regla empírica rudimentaria, la “densidad de flujo energético” relativa de la fuente de energía (por ejemplo, por centímetro cuadrado de corte transversal). Entre más grande sea la “densidad de flujo energético” de la modalidad, mejor será la calidad de la eficiencia de la fuente energética. Así, la energía de fisión es superior a la química, y la fusión termonuclear es varios órdenes de magnitud superior a la fisión nuclear.

Estas dos categorías tecnológicas son decisivas ahora, en razón del aumento de las necesidades de generación “sintética” de fuentes de agua potable, tanto por el agotamiento de las fuentes de agua fósil, como por el crecimiento demográfico y de los requisitos del consumo actual per cápita. Hay muchas otras necesidades. El dominio de las tecnologías de fusión termonuclear nos permite gestionar otros recursos y crear nuevas calidades de tales recursos, y también le abre la puerta a productividades cualitativamente superiores.

El aumento de la vegetación, en especial la arbórea, también es un bien general que ha de fomentarse debido a las crecientes necesidades humanas y, también, de continuar el progreso cualitativo de las facultades físicas productivas del trabajo, per cápita y por kilómetro cuadrado de la superficie de la Tierra.

También tenemos que considerar la necesidad de corregir desórdenes funcionales que han surgido en la organización de la sociedad, como en EUA, en particular, en el período que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Los intereses financieros especulativos han arruinado la organización de nuestras ciudades, pueblos, estados y el campo en general. Ya no tenemos una red eficiente de transporte colectivo oportuno de carga y pasajeros, y hemos dejado lo que era un uso y desarrollo relativamente superiores y más eficaces de la tierra, y la gestión de recursos esenciales tales como los acuíferos de agua dulce. Creamos una congestión contraproductiva en megametrópolis sobreextendidas, al tiempo que imponemos la ruina económica e incluso una virtual desertificación en regiones otrora prósperas.

El viraje hacia la deslocalización y el remplazo de las empresas productivas más pequeñas en manos de pocos accionistas por los grandes consorcios, han arruinado la economía estadounidense y al ochenta por ciento de las familias de menores ingresos, de modo más notable, desde 1977 más o menos, y han contribuido de diferentes maneras al desplome de la economía física de EUA, al tiempo que encarecen el costo financiero de la vida en relación con los ingresos hogareños para esas mismas categorías y, también, ahora, para las de ingresos relativos superiores.

Por toda medición física del nivel de vida, a diferencia de las medidas financieras a las claras cuestionables, a la economía de EU la han arruinado las tendencias del cambio de orientación adoptado desde fines de los 1960 y, de modo más categórico, desde 1971–1972. Estos problemas no fueron naturales ni históricamente predeterminados, sino, más que nada, resultado de tendencias defectuosas en la toma de decisiones nacionales y mundiales.

Es imperativo que restauremos de un modo tecnológico modernizado las probadas políticas generales superiores previas a 1966 y, en muchas categorías, fechas anteriores. El uso y desarrollo mejorados del suelo en nuestro territorio nacional, mediante un acento mayor en la descentralización a través de fomentar empresas progresistas en lo tecnológico, propiedad de pocos accionistas, dedicadas a la producción física, y una diversidad equilibrada de tales empresas en cada campo, deben acompañar la reducción del acento en los megaemporios transnacionales que carecen de un motivo de interés comunitario en las empresas locales.

Ingenieros y técnicos de la NASA supervisan el 20 de octubre de 2003 el encuentro y acoplamiento del Soyuz con la Estación Espacial Internacional, desde la sala de control de vuelos del Centro Espacial Johnson en Houston. “Lo más importante para el ciudadano en tanto tal, es desempeñar una función significativa en la vida, una vida meritoria en beneficio de las generaciones venideras”. (Foto: NASA).

Contrario a las dosis de mitología combinada con propaganda estúpida, el fomento de las tecnologías de punta con frecuencia se funda en empresas relativamente más pequeñas en manos de pocos accionistas, de las que dependen las tecnologías esenciales de gigantes empresariales más grandes y torpes. También es cuestión de su utilidad en varios aspectos de seguridad nacional, para que nuestra nación comande la capacidad científica y tecnológica de fondo que se aloja en los poros de nuestra sociedad y su territorio, en vez de concentrarse en grandes superemporios empresariales a los que se ha sometido al saqueo de los colmilludos depredadores desaforados que, como hienas, tienen un apetito financiero rabioso, sin importarles el interés intrínseco propio de las naciones y sus pueblos, ni siquiera el del nuestro.

B. El desarrollo de la genteÌTenemos que crear oportunidades de empleo significativas. A este efecto, las presiones inmediatas se ven en el desgaste y desmoralización de una proporción creciente de nuestra población en general, en especial entre los pobres, pero también de manera más amplia. Proporcionar empleo como una fuente de ingreso para vivir es necesario, pero no aborda el problema sistémico más profundo. Una nación no es un mercado laboral. Un Estado nacional soberano, que es lo que prescribe el preámbulo y aspectos relacionados de nuestra Constitución federal, ve por el desarrollo del pueblo en tanto tal, un pueblo que participa en mantener y desarrollar las condiciones de vida y progreso de su gente y todo su territorio. Lo más importante para el ciudadano como tal, es desempeñar una función significativa en la vida, una vida meritoria en beneficio de las generaciones venideras.

La cualidad más esencial de una nación es la resolución de su pueblo en responder al reto uniéndose para asegurar que la nación, y en especial su posteridad, sobrevivan y, ojalá, progresen hacia logros honorables y memorables en las generaciones presentes y futuras. A últimas fechas esa cualidad de nuestra gente ha mermado y, entre una gran proporción de ella, impera lo que Emile Durkheim llamó anomia.

Así que recientemente, a este respecto, hemos tendido a fomentar entre la llamada generación del 68 y otros, al parecer adrede, una perspectiva de que no hay futuro. En gran medida hemos destruido la función de la verdadera generación de progreso científico y relacionado como expresión del propio interés vital de nuestra población en ser humana. De forma típica, estamos agotando a los pocos historiadores profesionales calificados que nos quedan. Estamos perdiendo la conexión que alguna vez tuvimos en EUA, así como también en Europa, con las generaciones previas. Nos hemos convertido en criaturas casi sin alma, obsesionadas con los dolores y placeres presentes, y con una misma conexión con el pasado y con el futuro, que se desvanece. Los extremos, el segmento del veinte por ciento de arriba de los sesentiocheros y el de menores ingresos de nuestros pobres, son lo más típico del costo humano que ha acarreado esta decadencia cultural de nuestra nación.

El siguiente asunto interpolado se presenta aquí para darle un sentido de concreción a las observaciones previas sobre el desarrollo de nuestro pueblo.

El movimiento de juventudes que he animado tiene dos programas de educación autodidacta relativamente únicos. El primero es el desarrollo de la noción de la historia de la ciencia desde la perspectiva de los primeros descubrimientos clásicos griegos, a lo largo de tales aspectos decisivos del desarrollo europeo moderno como la obra de Kepler, Leibniz, Gauss y Riemann. El segundo es la actividad constante en el avance del trabajo coral clásico desde la perspectiva de educar la voz en el bel canto florentino y del motete de Bach. Entre las experiencias propuestas que ha inspirado la interacción entre la ciencia física y el trabajo musical, está el efecto de desarrollar el contrapunto de tales obras corales hasta el grado de precisión en que aparece la conexión apasionada entre el contrapunto musical de los cantantes y la pasión que ha de experimentarse al reproducir el descubrimiento de algún principio físico universal.

El problema que aborda esta unión de música y ciencia, es que por lo general los estudiantes tienden a pensar en un principio físico probado mediante experimento en “blanco y negro”, en tanto que la disciplina que se practica en el contrapunto clásico inspira entre los artistas educados una reconocida tendencia a pensar a colores. Lo que conecta a la música y la ciencia en esta clase de conjunción de los dos aspectos del trabajo en las mismas personas, es la muy deseada reunificación de las pasiones científicas y artísticas, para imprimirle pasión a la ciencia y precisión rigurosa al arte. El objetivo es unir los dos aspectos del gran legado de la cultura europea como si fueran uno, para derrotar lo que el finado C.P. Snow identificó como la paradoja de las dos culturas en la cultura europea moderna.

El asunto que ilustro con esta referencia, es que la cultura clásica, que lo es en la medida que satisface la clase de propósito que acabo de describir, tiene una importancia profunda para la sociedad por cuenta propia. La característica esencial del ser humano individual es la pasión que puede mostrar al trabajar a propósito en beneficio de su nación, de su cultura. La idea de que el sentido de cultura en una población se fragmente —por ejemplo, una ciencia sin pasión, y una pasión sin rigor— tiende a fomentar una impotencia intelectual que pronto embarga a la gente. La enseñanza política a educirse de reflexiones tales como ésta, es que un pueblo actúa con eficacia según su sentido de pasión por una misión, más que al denotar un apoyo emocional por una causa que se define como ajena a la pasión solidaria necesaria. Así, la cultura y la capacidad de alistarse para una misión necesaria son, de hecho, cosas inseparables.

O como Cotton Mather y Benjamín Franklin decían, el bienestar de una sociedad nace en gran medida de la pasión que se despierta en sus miembros con el fin de hacer el bien. Aunque sólo sea para fortalecer la moralidad de nuestro pueblo y nuestra nación, y, con más eficacia, fomenta la pasión creativa en la que la gente encuentra la raíz de su propio patriotismo, su sentido rector del significado de la alternativa perdurable de la pasión para hacer el bien. La alternativa tiene que ser la correcta, y ha de motivarla la pasión por hacer el bien.

3.  Un sistema mundial en conmemoración de Franklin Roosevelt

Yo nací en 1922, y por eso viví la transición de prestar mi servicio militar hasta recibir licencia absoluta, tras cumplir el tiempo correspondiente en el teatro de China, Birmania e India. En mi caso, esto me trajo algunas experiencias especiales, únicas para mí, que aun hoy conservan una pertinencia continua en el transcurso de mis transiciones sucesivas de una condición a otra, entonces y en los años inmediatos que siguieron. Sobre todo, me he mantenido, siempre, como un patriota en la tradición de Franklin Roosevelt, de entonces a la fecha. Fue por esa experiencia y por la importancia de Roosevelt para esos veteranos, entre ellos algunos de la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos) cuyos secretos vine a conocer tiempo más tarde, que siempre me he ocupado en ciertos rasgos del legado de Franklin Roosevelt, los cuales hoy más que nunca considero como lecciones esenciales, como pasiones esenciales de círculos pertinentes de mi propia generación. Esto también incluye mi experiencia importante con una generación más vieja que la mía. Desde mi perspectiva, preveo la intención que de algún modo ha de guiar hoy la visión que nuestra ahora muy atribulada nación tiene de los asuntos mundiales, no sólo en provecho de nuestra propia nación, sino en el interés vital de nuestro orbe entero, al presente azotado por la crisis.

De todas estas experiencias, la más importante es que sé que el futuro del mundo empeoró el día que murió el presidente Franklin Roosevelt. Sé con certeza, por ejemplo, si bien de segunda mano, de un incidente que implica al jefe de la OSS, el general Donovan, el cual, junto con otras cosillas aquí y allá, y también algunas pruebas muy sólidas, confirma esa convicción. El relato de la reacción del general Donovan a cierta situación cuando, ya avanzada esa guerra, salió acongojado de su reunión con el Presidente, es típico del conocimiento que nutre mi pasión en la materia; las demás pruebas históricas en general afirman con hechos la pasión.

El presidente Franklin Roosevelt, como informó su hijo por su propia participación como testigo, había pretendido aprovechar la ocasión de la victoria próxima en la guerra para ponerle coto al Imperio Británico y empresas similares. La intención era eliminar el colonialismo y trampas parecidas de la historia moderna en general, para establecer un sistema de cooperación en un mundo integrado exclusivamente por Estados nacionales soberanos, por naciones a cuya libertad y desarrollo ayudaría EU con el apoyo técnico del vasto poder productivo que se reorientaría, de la guerra, para las misiones de paz. Esa misión hubiera prosperado de haber vivido el Presidente, pues, mientras estuvo vivito y coleando, aquellos de nosotros que prestamos servicio en el extranjero y que vimos las condiciones de partes de Asia, como yo, hubiéramos respondido al llamado del presidente Roosevelt, casi hasta el último veterano, para emprender esta tarea. Ésa era mi pasión por la función de nuestra nación cuando regresé a India al terminar la guerra; sigue siendo, en esencia, mi pasión por el papel que nuestra república tiene en el amenazado mundo de hoy.

El presidente Franklin Roosevelt pretendía eliminar el colonialismo del Imperio Británico tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial, pero “nos perdimos, y. . . terminamos, y otras naciones, en el estado terriblemente peligroso en el que nos encontramos hoy”. Roosevelt y Churchill se reúnen en Casablanca en enero de 1943. (Foto: Archivos Nacionales de EU).

No sucedió como el presidente Roosevelt se lo había propuesto. Winston Churchill representaba un bando del Imperio Británico, de los holandeses y otros colonialistas, quienes tenían una misión contraria, y, por desgracia, el sucesor del presidente Roosevelt, Harry Truman, compartía esa visión a favor de recolonizar. A pesar de algunos intentos excelentes de los generales MacArthur y Eisenhower después de esa guerra, y también de otras figuras prominentes, nos perdimos, y a fin de cuentas terminamos, y otras naciones, en el estado terriblemente peligroso en el que nos encontramos hoy.

Ahora bien, con una y otra cosa, no es lo uno ni lo otro; en los últimos más de sesenta y un años hemos entrado a otra época de crisis mundial terriblemente ominosa. En principio, el meollo del asunto es que estamos en el mismo momento de decisión que encaramos un instante antes de que el presidente Roosevelt muriera. Las condiciones son diferentes, pero en esencia la misión es, en lo medular, la misma.

El plan, como lo veo ahora, es el siguiente.

La pauta de cooperación entre China, Rusia, India, Alemania y demás en la mayor parte de Eurasia, indica la necesidad de crear un gran programa de cooperación de largo plazo entre Europa, la nación eurasiática llamada Rusia y Asia en transformar el continente en parte yermo, pero también más poblado del mundo, en un próspero conjunto de Estados nacionales soberanos que cooperan. Esto se haría, ojalá, con la bendición y cooperación de nuestro EUA.

Al mismo tiempo, somos el eje de un sistema necesario de cooperación entre todos los Estados nacionales soberanos de las Américas, o, dejando espacio para un poco de renuencia aquí y allá, entre la mayoría de ellos.

Juntos, nosotros en las Américas y Eurasia tenemos que combinar nuestros esfuerzos por el bien del continente africano, e invitar a los singulares australianos y neozelandeses al cuadro general del juego. Australia tiene tierra, en su mayoría desierta o desperdiciada; es un continente en gran medida desértico con un abasto tremendo de agua dulce a su alrededor, pero tenemos que usar la energía nuclear para eliminar la sal indeseable de la parte pertinente de todo ese abasto de agua adyacente, y para ayudar de modos razonables a administrar nuestro clima global.

Así, debemos dar a luz una expresión contemporánea de la intención del presidente Roosevelt para la posguerra, un mundo de Estados nacionales soberanos que cooperan por su seguridad colectiva y el bien común. Tal era la intención del Presidente para la Organización de las Naciones Unidas y la función mundial del sistema de Bretton Woods con el apoyo estadounidense.

La tarea que esto nos plantea a todos exige un poco de esfuerzo revolucionario. La población mundial ha aumentado a bastante más de seis mil millones de individuos, la mayoría extremadamente pobres. Elevar las condiciones de vida demanda un salto en el potencial productivo, salto que exige una evolución energética en el desarrollo y uso de las modalidades de fisión nuclear en el empleo del uranio y el torio, y el establecimiento urgente de los medios mucho más poderosos que representan las tecnologías de fusión termonuclear. Nos urgen estas dos fuentes de energía; sin la fisión nuclear, la escasez de agua dulce ahora en aumento, hasta el agotamiento de los depósitos de agua fósil, tendrá un costo cruel tanto para la vida como para las condiciones de vida de los que sobrevivan. Sin el establecimiento de la fusión termonuclear y tecnologías relacionadas, no podemos superar con eficacia los problemas inminentes de materias primas con que toparemos en unos 25 a 50 años.

Por fortuna, todos estos problemas tienen una solución inherente, si hacemos acopio de voluntad para efectuar esta reforma, en recuerdo de Franklin Roosevelt.

Si estamos de acuerdo, entonces esto nos deja algunas interrogantes que exigen respuesta. La pregunta principal, entonces, es: ¿por qué el Estado nacional soberano?

¿Por qué el Estado nacional soberano?

Hoy enfrentamos a redes financieras, en especial de Europa Occidental y Central, que operan, incluso en el propio EUA, en la tradición del apoyo que le dio Montagu Norman del Banco de Inglaterra a Adolfo Hitler y la tradición sinarquista francesa a principios de los 1930. Hoy enfocan su ofensiva en borrar del mapa la institución del Estado nacional soberano. La alternativa que proponen los influyentes de la misma ralea hoy, que en gran medida ya está en curso, es lo que eufemísticamente se llama “globalización”.

Este ardid en realidad no es otra cosa que un nuevo nombre para el imperialismo, un imperialismo liberal angloholandés en el sentido de la tradición Bilderberger, bajo cuyo dominio catervas de intereses financieros privados depredadores, a imagen de los actuales fondos especulativos, merodean y saquean ya al mundo, prestos para arrear los hatos de la masa de pobres desesperados y desamparados que ya surge en el mundo, de un lugar de condiciones miserables de empleo temporal y muerte prematura en la miseria, a otro.

La globalización es el nuevo nombre del imperialismo, la necedad de Iraq que hoy se asemeja a la fantasía siniestra de H.G. Wells en Una historia de los tiempos venideros. Escena de una película inspirada en el relato de Wells.

Hemos vivido esa clase de designio en los anales del pasado. En una página de la historia europea se le conoció como el sistema medieval, en el que una clase de depredadores armados, eufemísticamente llamados “la caballería normanda”, se desplegó a las órdenes de una oligarquía financiera veneciana imperial y llevó a una Europa saqueada al infierno de una “Nueva Era de Tinieblas” a mediados del siglo 14. La ofensiva actual, como la encabeza el vicepresidente Dick Cheney, consiste en destruir los ejércitos regulares, como se hace ahora con las continuas operaciones angloamericanas recientes en el Sudoeste de Asia, y remplazar las fuerzas militares de los gobiernos con ejércitos privados que desempeñen una función parecida a la ya vista en las operaciones depredadoras de Halliburton en Iraq. Esa disparatada empresa angloamericana que se “sexó” en Iraq, es típica de la realidad en la que devendría la “globalización”: una realización del sueño de la fantasía notoria de H.G. Wells, Una historia de los tiempos venideros.

Como se sabe, sólo quedan relativamente pocos depredadores, más que nada muy bien financiados, que de veras quisieran llevar a la práctica esa suerte de espectáculo de terror. No obstante, algunas facciones influyentes tienen un sueño diferente, quizás iluso, de lo que esperan pudiera ser la “globalización”. Estos últimos protestan: “¿Acaso no cabe la posibilidad de una ‘globalización’ menos corrupta y perversa, en su origen, que la de las tendencias en dirección a ella que vemos ahora?” La pregunta más o menos popular que, por consiguiente, tenemos que abordar en respuesta a las especulaciones utópicas sobre la llegada de una nueva “torre de Babel” global, es: ¿vive la era del Estado nacional “tiempo extra”, o es que la única alternativa al mismo que se propone en realidad, es algo al menos no tan terrible como lo que sugieren los planes francamente perversos de Dick Cheney?

Para responder tales preguntas con competencia, tenemos que considerar de nuevo algo de esa historia de la civilización europea que yace en el fundamento de todo lo que hoy somos.

Como caso aproximado en la historia de la propia civilización europea, considera las enseñanzas de la pelea por establecer un sistema moderno de Estados nacionales soberanos, como Dante Alighieri lo propuso, por ejemplo, en su amplio tratamiento del restablecimiento de una forma culta del idioma italiano. El italiano era un idioma más antiguo que el latín, que las conquistas romanas habían convertido en una forma de lengua franca para fines del dominio imperial. El dominio romano había influenciado mucho el uso del italiano, pero, como mostraron los hermanos Guillermo y Alejandro de Humboldt, no provino del latín. Enfócate en el argumento específico que planteó Dante en La Monarchía. Luego, pasa a un momento que acontece más de un siglo después de la obra de Dante, al diseño del cardenal Nicolás de Cusa de lo que devino en la forma republicana del Estado nacional soberano moderno, en su Concordantia cathólica.

Para entender las cuestiones que plantea el antedicho conjunto inmediato de hechos históricos, ha de establecerse ahora la siguiente salvedad. Como se pondrá de relieve a su debido tiempo, los primeros cristianos no hablaban latín, pues lo odiaban, al igual que aquellos judíos que se resistieron a convertirse en los perros apaleados de la Roma imperial, en el sentido de la descripción del Bruno Bettelheim moderno de las condiciones que imperaban en los campos nazis de prisioneros. Para ellos, el latín era el látigo del despreciable, pero temido opresor romano. Los apóstoles cristianos casi no conocían hebreo hablado alguno —el cual prácticamente no existía en ese tiempo—, sino más bien el arameo o alguna forma de griego y, entre los judíos educados, el griego clásico de la forma entonces vigente. La teología cristiana se articuló en el griego clásico asociado con la obra de apóstoles tales como Juan y Pablo. Más importante que la influencia de convencionalismos nominales, es el hecho de que los conceptos esenciales de la teología cristiana, y también de la judía de Filón de Alejandría, no pueden expresarse en latín antiguo, por razones sistemáticas de la clase que Cicerón hubiera entendido, razones que recalqué en el capítulo 1 de este informe, excepto como la teología cristiana grecoparlante de los apóstoles impresa en un latín medieval que surgió en la Iglesia occidental.

La intentona de imponer un imperio latino había fracasado de modo calamitoso en el occidente de Europa y, luego de que el emperador romano Diocleciano reconoció dicho fracaso, la sucedió un sistema que, con el protegido de éste, el emperador Constantino, adoptó como premisa el griego culto natural de los cristianos más importantes de entonces. El experimento imperial griego en el esfuerzo por crear una religión de Estado, como con el emperador Constantino, suscitó la alternativa agustina, la cual se impulsó, desde Italia, en la España de Isidoro de Sevilla y en la esfera de los monjes irlandeses, quienes como por milagro cristianizaron a los sajones de Inglaterra (al menos de manera más o menos temporal) y, a su vez, evocaron el surgimiento del gran Carlomagno como el adversario de los males que alimentó y propagó Bizancio. Para la nueva capital marítima del mal, el centro marítimo oligárquico–financiero de Venecia, la decadencia autoinfligida de Bizancio se convirtió en la oportunidad de hacerse cargo y dirigir la ofensiva continua por destruir lo que Carlomagno había construido. Esto parió al sistema de la carnicería normanda, el antisemitismo y el odio contra los musulmanes gobernado por el ultramontanismo, llamado “las cruzadas”, todas las cuales condujeron, de manera fatídica, a la llamada “Nueva Era de Tinieblas” del siglo 14 en Europa.

Con la llegada del Renacimiento europeo del siglo 15, que vino a centrarse en el gran concilio ecuménico de Florencia, la intentona por convertir el latín en la lengua franca de una nueva torre de Babel se vino abajo casi por completo. El legado de la ciencia y la literatura clásicas griegas archivado en los restos de una Bizancio desesperada fue liberado en Italia, con lo que se elevó a Europa, del largo reinado de una ignorancia brutal, hacia el gran Renacimiento que constituyó la premisa de todos los logros de la civilización europea moderna desde entonces, entre ellos el nacimiento de las Américas. La transformación de la masa de los pueblos de Europa, de la condición de subalternos moldeados según el papel que desempeñaban los siervos en el modelo de François Quesnay de los Estados feudales, para elevarla hacia la consecución de los derechos humanos, fue una proeza que exigió alentar el programa de Dante Alighieri para la restauración de las culturas lingüísticas de Europa en formas cultas. Este adelanto en los derechos de la humanidad en tanto tal se hizo eco de la Concordantia cathólica de Cusa. Éste avance con centro en el gran concilio ecuménico de Florencia le dio ímpetu a la realización de lo que vino a conocerse como la forma republicana del Estado nacional soberano moderno.

Estos aspectos generales recién enunciados, en sucesión, nos llevan a la cuestión decisiva pertinente para hoy, una relativa al uso del lenguaje y la relación entre esta consideración y la defensa necesaria del establecimiento de un sistema mundial de cooperación entre Estados nacionales republicanos perfectamente soberanos.

La función de lo infinitesimal en el lenguaje

Hace unos 60 años, los Siete tipos de ambigüedad del célebre William Empson me plantearon lo que para muchos lectores de esa obra fue, entonces, un modo nuevo de captar lo que tenemos que entender como una forma culta del uso del idioma inglés. Reflexiona en los argumentos que Empson hace allí, desde el punto de referencia que proporciona un prestante apóstol inglés de la Revolución Americana, Percy B. Shelley, en su muy disputada y última de sus obras principales en publicarse, su exquisitamente clásica En defensa de la poesía de 1821.[22] Consideren las implicaciones de la concurrencia de los referidos escritos de Empson y Shelley contra el telón de fondo de mi tratamiento de las implicaciones de los descubrimientos de Kepler en páginas anteriores de este informe. Los lectores de estas fuentes comparadas deben percibir el aroma de una idea común sobre las implicaciones del modo serio de comunicar ideas de veras eficientes, tales como el descubrimiento de principios físicos universales o la composición de polifonía clásica en la tradición de J.S. Bach, o la composición y declamación de poesía clásica, todas y cada una con ayuda del lenguaje.

Ahora, ¡piensen! Si no entienden la poesía como lo hacían Schiller, Shelley, y Mozart, Beethoven y Schubert, no conocen la ciencia. Y si no conocen la ciencia del modo que he abordado el tema de la obra de Kepler, no conocen la poesía ni el drama clásicos en general. Quizás respondan a cualquiera de ellas con un cariño apropiado, y eso sería bueno para ustedes, hasta donde llegan esas materias; pero, mientras no entiendan la integridad de ambas, de la poesía y la ciencia clásicas combinadas, aún deben arribar a un concepto de pe a pa de las implicaciones de un significado culto funcional del uso clásico del lenguaje. Es, a este respecto, que he hecho hincapié en la importancia decisiva de integrar un dominio gradual de las implicaciones de cantar el Jesu, meine Freude de Bach, cuando eso está ligado, en lo funcional, al dominio de conceptos primordiales decisivos de obras científicas tales como las de los pitagóricos, Platón y su grupo, así como las de Cusa, Kepler, Leibniz y Riemann. Hasta que no hayamos localizado el principio de acción esencial que comprende lo que es poesía y polifonía de verdad clásicas, y su asociación funcional con la ciencia clásica de las personalidades ejemplares que he referido, una vez más, aquí, el significado humano del lenguaje como tal seguirá siendo vago y más o menos oscuro.

Como Shelley pone de relieve en sus conclusiones en su En defensa de la poesía, aunque una población inspirada pueda asombrar a los historiadores con la profundidad de su perspicacia, dicha población por lo general desconoce el principio real que inspira su ascenso extraordinario, desde la maraña deprimente del comportamiento cotidiano, a semejante cualidad moral e intelectual, y emoción de la vida social, relativamente superiores. Corresponde a los grandes poetas e historiadores de parecer afín darnos un vislumbre de estos momentos empíreos de la historia, y hacerlo de un modo y con un método congruentes con los que he identificado como los de la ciencia.

La cuestión práctica así planteada por la idea del lenguaje para la economía, es la de la capacidad de un pueblo de romper con la constricción de esos hábitos acumulados de autodestrucción cultural, una vez que lo ha golpeado una perspectiva sombría, como con la que cerca de cuarenta años de decadencia económica y cultural nos han rodeado ahora. El cambio a efectuar es como el de los prisioneros en un campo de concentración nazi recién liberado, cuando descubren las puertas abiertas, pero parecen no poder salir de las rejas invisibles de la mente hacia la libertad. Al hallar un remedio, las palabras empleadas siguen siendo más o menos las mismas, pero las ideas asociadas con ellas han cambiado de significado y de espíritu con los que las palabras se usan. Así, la pregunta que se plantea es: ¿cuál es la diferencia?

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“Entre las experiencias propuestas que ha inspirado la interacción entre la ciencia física y el trabajo musical, está el efecto de desarrollar el contrapunto de tales obras corales hasta el grado de precisión en que aparece la conexión apasionada entre el contrapunto musical de los cantantes y la pasión que ha de experimentarse al reproducir el descubrimiento de algún principio físico universal”. El Movimiento de Juventudes Larouchistas canta el 8 de enero en las calles de Washington. (Foto: Will Mederski/EIRNS).

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Esta función de la ironía tanto en el lenguaje como en la ciencia física que distingue los poderes mentales creativos típicos de la noción específica del ser humano individual, es la misma función que se asocia con el proceso de descubrimiento de un principio físico universal en la ciencia física, del modo que el tratamiento de Kepler del sofismo del ecuante, al proceder hacia el descubrimiento de un principio universal de gravitación, ilustra la existencia de la magnitud infinitesimal aparente asociada con la cualidad de acción de un principio físico universal de gravitación. Tal es la diferencia en las matemáticas, por ejemplo, entre una mera noción matemática formal del dominio complejo y el concepto físico del que la obra de Leibniz y Riemann es típica de modo tan contundente. Éste es el mismo concepto del infinitesimal aparente que se encuentra como una manifestación de la dinámica, como, por ejemplo, en la noción de la distinción ontológica entre el punto, la línea, la superficie y el sólido en la esférica pitagórica y la obra de Platón.

En la polifonía de Bach, por ejemplo, la coma pitagórica parece expresar una magnitud pequeña, cosa que, en un sentido práctico, hace; pero la existencia de la coma es ontológica, no métrica. Precisamente la misma noción de la coma se expresa en la función de las modalidades clásicas de ironía en el lenguaje, del modo que la obra de Empson implora que se reconozca ese hecho, que tiene la misma función propia en la escritura y el habla ordinarios. La característica esencial del habla culta, y de su eco en la forma escrita, es el surgimiento del signo de puntuación que es, o la coma, o un signo relacionado, que dirige nuestra atención a dos o más nociones de sustancia o acciones distintas, de tal modo que la ironía misma de esa conjunción, al pronunciarse de un modo culto, comunica una idea que no es literal, sino evidentemente necesaria. Esta distinción radica en las implicaciones ontológicas necesarias de la ironía, no en un mero adorno. Esta característica del idioma hablado o escrito culto tiene la misma función que la expresión del descubrimiento de un principio físico fundamental o relacionado en una enunciación definida de modo ontológico, más que meramente formal en lo matemático, que refiere un principio físico universal de una pertinencia funcional.

En ese sentido, toda habla culta siempre refleja el intervalo entero del uso del lenguaje o expresiones relacionadas. El lenguaje entero, como existe para la mente del hablante, es el contexto implícito del significado de toda aserción pertinente que ataña a alguna cuestión de principio. Las ideas verdaderas se expresan, de este modo, como ironías de lo que podríamos denominar habla creativa, cuyo objeto es la comunicación de conceptos nuevos, de ideas nuevas, más que la simple regurgitación de lo viejo. Así, el dominio de la ironía, como ha de entenderse en este sentido, es la expresión de un proceso de desarrollo interno dinámico en el empleo del lenguaje como un todo.

De modo que, si permitimos que la implantación de la “globalización” aniquile el principio de la cultura del Estado nacional, estupidizamos a la población afectada, al degradar y rebajar su aptitud cultural a la brutalidad que el Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo procuró imponer como condición espiritual del hombre y la mujer mortales. La globalización es en esencia una manifestación brutal de lo que los antiguos griegos y otros llegaron a conocer como “el principio oligárquico”. La “globalización” y la “libertad humana” son enemigas mortales, así como la primera es la enemiga imperial inherente de toda la humanidad.

Pueda que personas con culturas lingüísticas diferentes conozcan la misma verdad universal, pero el accionar de su conocimiento de esa verdad esta arraigado en la totalidad de la cultura lingüística de marras, y no en alguna suerte vulgar de enunciado matemático formal. Muchos de nosotros con frecuencia enfrentamos este hecho por primera vez, como en el debate de descubrimientos científicos entre personas de diferentes culturas lingüísticas, o en el intento de compartir lo que es una anécdota muy graciosa que contó el hablante de una cultura lingüística con el representante sofisticado de otra distinta. Los retruécanos translingüísticos son particularmente divertidos cuando el concepto subyacente que se expresa es de suyo cómico, en especial si lo dice un seguidor fiel del grandioso, muy valiente y afable François Rabelais. Por tanto, la condición necesaria para fomentar la fraternidad y el progreso del poder, en el universo, de toda una humanidad cooperativa, es la fraternidad de las culturas lingüísticas, que es la condición saludable normal de la humanidad en general.

Para redondear la cuestión esencial aquí planteada: la embriaguez es una debilidad, pero un exceso de sobriedad es por lo general un virtual crimen, en especial en el ejercicio de la ciencia, el arte y la política. Tan sencillo como que la ironía clásica es una expresión de la creatividad humana, en tanto distanciamiento del intelecto individual del aburrimiento, la vileza, y de una consiguiente tendencia de éstas a la estupidez. Todo gran arte y ciencia se fundan en un espíritu rebelde de alborozo creativo, un estado de felicidad en una misión útil de resolver problemas, una percepción de que un disparate es inherentemente ridículo, y de que las criaturas pomposas tienden a un comportamiento como el que un asno decente se avergonzaría de ver, con tristeza, en un ser humano. La ironía es el nacimiento de una risa, una expresión del júbilo creativo de formar parte de la humanidad. Los hombres y mujeres demasiado sobrios no son de fiar. Ser feliz, incluso reír con amor ante la muerte, es ser bueno. El alumno y amigo de Abraham Kästner, Gotthold Lessing, estaría de acuerdo.

La torre de Babel, así como la de Pisa, siempre fue, al igual que ahora, una mala idea.

La cooperación esencial

Llegar a la Luna y la sofisticación creciente de la exploración de algunos rasgos irónicos del paisaje de Marte, son experiencias típicas que nos han dado una visión retrospectiva, cada vez más inquietante en lo emocional y lo intelectual, de la Tierra en su conjunto. El problema aquí es de una clase parecida a ese conflicto de perspectiva entre el pronosticador económico común y corriente, que proyecta su cálculo del futuro como una extrapolación estadístico–mecanicista, y mi visión, que ubica la secuencia de acontecimientos observada desde la óptica de las repercusiones que la condición límite pertinente abordada tiene en determinar cómo el futuro define las opciones del desenlace de sucesos actuales ahora en marcha.

Apoyados en Kepler y Cusa, debemos educar a las próximas dos generaciones de ciudadanos en una misión de cumplir “los objetivos comunes de la humanidad”. Con la ayuda de cohetes nucleares y de fusión, podemos trabajar de la mano con otras naciones para desarrollar el sistema solar. La sonda de exploración marciana de la NASA abandona con éxito su cápsula de aterrizaje el 31 de enero de 2004, lista para darle al hombre un conocimiento más detallado del planeta.(Foto: NASA)

Así, en la astrofísica que se perfeccionó por merced de Kepler, del modo que consideramos hoy al sistema solar, tenemos que buscar, como desde el futuro, un concepto unificado y unificador de las alternativas de desarrollo de todo el complejo de lo que debieran ser las culturas soberanas respectivas de la Tierra. Tenemos que ver a la humanidad como por los ojos de Dios. ¿Quieres ser imagen del Creador? Acepta el reto de verte como lo hace el Creador de nuestro universo en evolución antientrópica.

Tenemos que definir una misión común en, al menos, la esfera de los planetas interiores y cuerpos relacionados de nuestro sistema solar, y pensar en el desarrollo propio y otros avances necesarios para elevar a las diferentes naciones a una condición en la que todas estén preparadas para alguna misión nacional, en una división del trabajo bien ordenada entre las naciones de todo el planeta. En ese sentido, tenemos que trabajar por separado, pero en cooperación, por objetivos y fines comunes.

Para este fin, debemos regresar al tema de la obra de Johannes Kepler. Kepler, el estudiante profeso de Nicolás de Cusa y, en un respecto menor, pero importante, también de Leonardo da Vinci, se enfrascó en la creación de una astrofísica moderna competente a partir de las diversas clases de defectos clave de predecesores notables tales como Copérnico y Tico Brahe. La civilización moderna no resultó de una revolución copernicana, sino de la obra prestante de Nicolás de Cusa y su seguidor, Johannes Kepler. Cusa definió el principio; Kepler descubrió el que hace que el sistema solar funcione, donde todos los intentos de otros habían fracasado en captar el elemento decisivo de la solución a este desafío.

Tenemos que enfocarnos en aprovechar la formación progresiva de las dos generaciones adultas (de aproximadamente 25 años cada una), la primera de las cuales está ahora andando, para llevar el desarrollo de los pueblos y su ambiente, no a un estado de “globalización”, sino a una paridad aproximada en su capacidad de participar en lo que el finado científico Edward Teller una vez llamó “los objetivos comunes de la humanidad”. Una suerte de hito para alcanzar ese objetivo está implícito en las funciones obvias de la fisión nuclear y de la región de trabajo que se asocia con la fusión termonuclear, las cuales regirán la evolución de cualquier cultura del orbe que esquive la amenaza inmediata de descender hacia lo que es al menos una forma catastrófica de edad oscura planetaria, como asociamos esos términos con la caída del Imperio Romano en Occidente.

Si la civilización escapa a la presente amenaza de un desplome prematuro en una nueva Era de Tinieblas planetaria, las próximas dos generaciones, que ahora entraron a la adultez, y las que sigan, manejarán cada vez más asuntos planetarios por lo que resta de este nuevo siglo al que acabamos de entrar. Las implicaciones tanto de la exploración del espacio relativamente cercano como de una gama de tecnologías congruentes con las implicaciones de la fusión termonuclear, y más allá, será la visión que gobernará el tránsito exitoso por ese siglo. Si revisamos la historia de la civilización europea y sus ramificaciones desde hace medio milenio, en especial el desarrollo interno de formas decisivas de descubrimientos fundamentales en la ciencia física, podemos imaginar un momento futuro de referencia desde un lugar afuera del sistema solar, desde el cual considerar, de un modo del todo racional, las condiciones límite futuras que definirán, más y más, la evolución necesaria de la vida en toda la Tierra.

Lo más importante de esta visión, desde donde nos ubicamos en la historia hoy, es adoptar esta forma de pensar, más que esperar procurar una elaboración detallada de respuestas a las preguntas que semejante visión emplea. La clave es cuidarnos de las políticas que adoptamos, que son estúpidas desde la perspectiva de esas consideraciones generales. En esencia, debemos pensar en fortalecer el potencial del planeta, del modo que lo expresa la calidad de desarrollo de las próximas generaciones, de la infraestructura económica básica de cada nación, y del planeta. Así, debemos considerar la necesidad de cambiar el modo de pensar que hemos adoptado, en tanto naciones, en las últimas dos generaciones. Debemos cambiar la forma en que la mayoría de nuestra población ha venido a pensar de las necesidades de las dos generaciones futuras, y no menos que eso. Tenemos que aceptar, ahora, la responsabilidad implícita de afianzar una característica antientrópica en el mejoramiento del desempeño de la población humana del planeta tomada de conjunto.

Si lo necesario parece imposible, ¡entonces haz que suceda!

No podemos eludir las condiciones límite de culturas específicas que definen la autonomía necesaria de las culturas nacionales que integran el orbe entero. No obstante, no son esas diferencias las que han de definir los objetivos planetarios o las perspectivas del desarrollo interno de las naciones soberanas respectivas. En cambio, los objetivos necesarios han de satisfacerse con eficacia en común, a pesar de que ciertas diferencias entre las culturas nacionales son manifestaciones de las soberanías independientes necesarias de dichas naciones. El hecho inevitable de que el asunto del desarrollo y aplicaciones amplios de las tecnologías de fisión nuclear y fusión termonuclear es necesario en la práctica y, por tanto, en lo moral para toda la humanidad y todas las naciones, es típico de este desafío. Algunas diferencias de opinión son legítimas, en tanto que otras son intolerables; debemos conocer las diferencias reales que definen esa distinción.

Este aspecto sensible que surge en la noción que ciertas personas tienen de la función de la soberanía, se resuelve al reflexionar en la función esencial de la verdad como medida de la razón. Nuestro deber en tanto república estadounidense, no es dictar lo que se llama “verdad” a otras naciones; sin duda, el desempeño del actual Gobierno de EU no nos confiere el privilegio de dictar “cambios de régimen”. La autoridad de la verdad empieza con imponérnosla nosotros mismos, que es el primer paso indispensable para que otros la acepten.

Tenemos que escoger qué orientación a la misión asignarnos nosotros mismos, a nuestra república. Luego, cuando lo hayamos hecho, debemos decírselo a otras naciones y ofrecerles la oportunidad de que cooperen con nosotros. Sin objeción razonable, tenemos la mejor constitución jamás redactada para una república; nos ha servido bien cada vez que le hemos servido bien. Como hecho histórico, no hay prueba racional alguna en contrario desde que emergimos como una potencia mundial, con la victoria contra el proyecto de la Confederación del lord Palmerston de la Gran Bretaña imperial. Nuestra Constitución fue redactada como una destilación de toda la experiencia de la civilización europea hasta entonces, desde, literalmente, el poema de Solón. Como muestra el desempeño del presidente Franklin Roosevelt, el mundo en general estaba en su mayor parte dispuesto a aceptar nuestra política de posguerra de reconstrucción mundial de las relaciones entre Estados soberanos, de no haber traicionado, nosotros mismos, el compromiso que ese presidente había representado.

Hoy el mundo no podría escapar de la embestida de la amenaza de una crisis de desintegración general planetaria, sin que ofrezcamos la iniciativa decisiva en torno a la cual los gobiernos racionales del mundo pronto se unirían, sin un motivo más remoto que una franca percepción de su propio interés inmediato urgente y desesperado por sobrevivir en tanto naciones. Ningún gobierno actual de Europa Occidental y Central podría hacer esto, ni de Asia ni de otras partes de las Américas. En eso estriba nuestra misión nacional en beneficio de las naciones justamente soberanas de toda la humanidad.

Por encima de todo, no construiremos un imperio ni toleraremos uno nuevo, ni siquiera de nuestra propia hechura, en este planeta. Es la naturaleza de lo que fuimos creados para convertirnos, en el establecimiento de colonias europeas para refugiarnos de la Europa oligárquica en Norteamérica, lugares creados conforme a la naturaleza de los principios de nuestra Constitución federal, aborrecer cualquier forma de imperio en este planeta, de cualquier potencia nacional o de otra índole, incluyendo la nuestra. Lo que necesitamos es un mundo de vecinos, y una política que establezca que defenderemos, con todas nuestras fuerzas, el derecho de toda persona en este planeta a disfrutar de la misma libertad.

Sin embargo, para esto, tenemos que cambiar nuestras costumbres, para volvernos de nuevo, como con el liderato del presidente Franklin Roosevelt, lo bastante sabios para representar esa política con eficacia.

4.  Las gestiones legislativas de este Congreso

Con la sesión inaugural del nuevo Congreso el 4 de enero de 2007, hay muchas tareas pospuestas que cumplir, muchas lo antes posible. El asunto central de entre todas ellas es la cuestión medular de definir e instituir la forma de presupuesto de capital que EU necesita.

Sin esa forma de presupuesto de capital, nuestra república no sobrevivirá ahora.

El principio que rige la formulación y aplicación de un verdadero presupuesto de capital es un reflejo de los principios de la economía física, más que de un sistema monetario como tal. Aunque esta norma para hacer presupuestos de capital se ha incorporado a la práctica contable en otras partes, en especial en el pasado, el principio rector es en esencia uno distintivamente estadounidense. Ésta era la norma administrativa y el pensamiento en la inversión en el propio EUA desde 1861,[23] hasta el rabioso arranque “desregulador” que hubo a iniciativa de las reformas instauradas por la Comisión Trilateral que encabezaba el asesor de seguridad nacional del Gobierno de Carter, Zbigniew Brzezinski.[24]

De modo notable, para dejar claro el aspecto técnico, ha de hacerse hincapié en que este cambio radical y destructivo que trajo la Comisión Trilateral a la política estadounidense, reflejaba el apoyo de Brzezinski de fines de los 1960 al viraje de la economía estadounidense, de sus normas económicas tradicionales, al mundo de fantasía de la “teoría de la información” y la “inteligencia artificial” que se presentaron como la noción de Brzezinski de una era “tecnotrónica”.[25]

A este mismo respecto, debe añadirse que, para 1982, con la aprobación de la francamente desaforada ley Kemp–Roth y las muy radicales estafas que urdieron el sistema de la Reserva Federal y el informe anual de la Casa Blanca sobre la economía, la doctrina federal vigente, y las normas fiscales y de inversión generales, prácticamente perdieron hasta la última pizca de cordura económica.

El rechazo del secretario general soviético Yuri Andrópov a considerar la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) que le propuso el presidente Ronald Reagan el 23 de marzo de 1983, no sólo condenó a la economía soviética a su subsiguiente derrumbe, sino que prácticamente eliminó la última oportunidad de hacer que EU retomara esa prioridad económica nacional de motor científico que hubiese tendido a darle marcha atrás a las locuras económicas y relacionadas que imperaron en los 1970.[26]

Como recompensa por los errores de política nacional indicados, nuestra república ha sufrido mucho, en especial el ochenta por ciento de nuestros hogares más pobres, con la posibilidad inmediata de que pronto la cosa empeore bastante para todos nuestros hogares. Sin un viraje a lo que exige e implica el regreso a una orientación y norma de presupuestar el capital en EU, no hay esperanza de preservar nuestra república en el período inmediato y se aseguraría la condena del continente eurasiático a una nueva Era de Tinieblas planetaria. La locura ha seguido su curso por demasiado tiempo como para seguir tolerándola. Es hora de despertar de golpe al Congreso estadounidense, entre otros, a las realidades de la actual situación mundial.

La cuestión central que encara el nuevo Congreso estadounidense es definir e instituir un necesario presupuesto de capital que se funde en la economía física, y no en un sistema monetario como tal. Esto significa anular las reformas que trajeron el Zbigniew Brzezinski del Gobierno de Carter y su Comisión Trilateral. Brzezinski habla en el Centro para el Progreso Americano en marzo de 2007. (Foto: Dan Sturman/EIRNS).
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Dicho lo anterior en cuanto a antecedentes, vayamos ahora al meollo de presupuestar el capital:

La porción de una inversión que puede considerarse que se consumió en un año fiscal, es la que se ha usado físicamente. No debemos registrar el saldo de la inversión, tras descontar lo que se usó en el año concerniente en curso, como un gasto corriente. Del mismo modo, registrar todo desembolso federal para proyectos de capital de varios años de duración en el mismo año en que se autorizaron, representa un caso de incompetencia crasa de juicio y una fuente de catástrofes potenciales, si tales prácticas erradas continúan. De hecho, si al presente seguimos actuando como si, de modo de suyo evidente, los fondos federales asignados a mejoras de capital en el sector público o privado fueran gastos vigentes, nuestra economía nacional estaría condenada ya a sufrir algo mucho peor que una depresión económica, un desplome general como el que la Europa medieval experimentó en la forma de una “Nueva Era de Tinieblas”.

Lo que tenemos que hacer ahora es aumentar la emisión de crédito del gobierno federal, la única agencia autorizada para hacerlo en nuestro sistema constitucional, de modo que el monto total asignado a cada uno de los siguientes años inmediatos exceda por mucho la suma gastada en el año fiscal pertinente en curso. Es claro que éste es un negocio delicado, pero indispensable, y representa una tarea que debemos realizar —como puedo escuchar ahora decir en mi mente a la voz de mi valiente y ahora fallecido amigo ruso, el profesor Taras Muranivsky— “de la mejor manera”.

La “mejor manera” significa que los intereses que se cobren por los fondos emitidos tienen que ser decentemente bajos, quizás por el orden del 1 a 2% de interés simple, y que la acumulación de capital (físico) real agregado exceda la deuda federal neta así creada. A su vez, esto implica que tenemos que concentrar la asignación de los gastos federales concernientes lejos de una “economía de servicios”, excepto en tanto medida social temporal de alivio en el interés público, y alejarse por completo de las formas financieras especulativas de inversión o de desviación de los flujos de la renta nacional hacia el juego o el uso recreativo de drogas o porquerías afines. El ritmo de aumento del producto físico neto de la nación debe exceder la acumulación de deuda federal.

Esto, por supuesto, implica una dedicación proporcional amplia al aumento de la intensidad de capital de la inversión en, a su vez, el aumento de la productividad física de toda la economía nacional. El equilibrio necesario de la inversión apunta a un sector público con desembolsos en la infraestructura económica básica por el orden del bien calculado cincuenta por ciento, y exige un acento en el progreso científico y tecnológico, con hincapié en la producción física e inversión relacionada. El aumento de los poderes productivos del trabajo definidos de manera física debe medirse desde una perspectiva absoluta, y no porcentual, y debe expresar progreso tecnológico, más que intensidad de trabajo.

El avance de la economía física deben guiarlo las implicaciones de una inversión a gran escala en la fisión nuclear en tanto fuente energética, como una modalidad primordial de un gran programa de desalación dirigido a curar enfermedades de la economía física, tales como la dependencia de las fuentes de agua fósil, y para la conservación de otros acuíferos, del modo que el caso de la región que va de Dakota del Norte hasta el oeste de Texas es típico de esto último. Esto debe ir acompañado del cometido enérgico de reunir la variedad de tecnologías conocidas y en potencia conocibles que se asocia con la conquista relativamente próxima de la fusión termonuclear, tanto como fuente energética para la economía, como para que desempeñe una función decisiva en acrecentar y de otro modo administrar los llamados recursos fósiles.

La ampliación del programa espacial debe considerarse, en esencia, como un motor científico que sea la punta de lanza para muchos de los avances aplicables en la tecnología necesaria para mejorar la economía ligada a la Tierra.

El paradigma de Roosevelt

Semejante programa exige restablecer la clase de pensamiento que se asocia con una economía de “comercio justo”, más que “libre”, y pensar en el capital físico y financiero como lo hacíamos con Franklin Roosevelt.

El principio del que depende el éxito de un programa tal es el de fomentar el aumento de la productividad física, per cápita y por kilómetro cuadrado, mediante el progreso tecnológico impulsado por la ciencia en el mejoramiento de los poderes productivos del trabajo. Esto significa un progreso tecnológico como el que expresa el acento en una economía de motor científico, de la clase que llevó a EU y sus aliados a derrotar a Hitler y compañía en los preparativos para la Segunda Guerra Mundial y su conducción.

En contra de los críticos mordaces habituales de tales medidas, considera lo siguiente.

De haber vivido Franklin Roosevelt, la liberación del mundo del legado imperial del colonialismo y cosas parecidas hubiera creado un vasto mercado de capital para los productos de una concentración de producción de guerra estadounidense reconvertida, y la reinversión de los márgenes de la deuda de guerra en nueva formación de capital, aquí y en el extranjero, aunque se hubiera asociado con la combinación de una austeridad temporal, hubiera significado una acumulación saludable de capital real. Nuestra experiencia en el período del Gobierno de Truman comprendió pruebas significativas en apoyo de este beneficio de la continuación de una orientación rooseveltiana, en vez de una churchilliana pro colonialista; pero, con las políticas descaminadas de Truman, la proporción del beneficio fue simplemente insuficiente.

El concepto es claro si consideramos los hechos desde la perspectiva de los principios de la economía física, más que de la mera teoría monetaria. Sin duda, el pensamiento monetarista es en sí el origen del gran error pertinente de juicio en este asunto.

El dogma monetarista presume que prestar dinero genera lo que el mismo considera valor económico. De hecho, como dijo alguna vez el finado John Kenneth Galbraith sobre el dinero que se perdió en el crac de 1929 y su secuela: sólo es papel. En el sistema constitucional estadounidense, que es en esencia uno físico–económico, más que uno fundado en la usura, el valor que se asocia con el dinero es lo que un gobierno puede hacer que éste haga. Como ejemplo de esto, considera la manera en que EUA tiene que actuar ahora para evitar lo que un desplome profundo del valor percibido del dólar haría en desatar un hundimiento de reacción en cadena de la economía mundial entera en una virtual, o incluso verdadera “nueva Era de Tinieblas”.

El nuevo dólar

Contrario al dogma monetarista, en realidad el valor del dólar desde 1945 ha tenido como premisa principal la percepción de que su valor futuro es más o menos seguro. Así que, al término de la Segunda Guerra Mundial, el dólar era prácticamente la única moneda estable del mundo, un dólar cuyo valor estaba sujeto a la garantía de un sistema de tipos de cambio fijos ligado, no a un patrón oro, sino a algo muy diferente, un sistema de reservas de oro.

Dicho sistema lo socavó más que nada la combinación de las secuelas de la mal concebida guerra de EU en Indochina, y la ruina de la economía física del Reino Unido con el primer Gobierno de Harold Wilson. La sucesión de las crisis de la libra esterlina y el dólar entre 1967 y 1968 intersecó las consecuencias del tronido de los sesentiocheros a principios de 1968, cuando los ataques de éstos contra el estrato “obrero” destruyeron la influencia del legado de Kennedy en el Partido Demócrata. Así, la elección general de 1968 le abrió la puerta a una explosión de monetarismo desaforado a todo lo largo de los 1970. En el transcurso de esta explosión, la devaluación del dólar y el establecimiento de un sistema de tipos de cambio flotantes en 1971–1972, seguidos por la conferencia de Rambouillet, crearon lo que en efecto fue un sistema monetario internacional fundado en el acuerdo de creer en la función del dólar como la moneda de reserva del sistema mundial de paridades flotantes.

La embestida del debilitamiento de la función de ese dólar mundial en tanto moneda implícita de reserva y la amenaza de que se le pierda la fe, presagian el derrumbe más bien inmediato, como de reacción en cadena, de un sistema norteamericano y europeo ya podrido; con el desplome de estos sectores, el planeta entero cae en una nueva Era de Tinieblas mundial. Entre tanto, el estado de agitación de la burbuja financiera que se construyó en razón de la expansión del sector de los valores hipotecarios en EUA, España y otras partes, está entre los detonadores más importantes de una implosión general de todos los mercados financieros del orbe.

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El potencial de un desplome económico y monetario–financiero de esa clase perdurará. Sin embargo, la realidad de esa amenaza puede controlarse, de poder mantenerse el valor estable percibido del dólar en el mediano a largo plazo. No es el valor monetario del dólar el que ha de considerarse, sino la percepción política de que EUA, en concierto con otros socios, se compromete a mantener la paridad del dólar, que funciona como una virtual moneda de reserva mundial, para los propósitos de la liquidación programada de las cuentas en una o más generaciones. El valor nominal del dólar es, por consiguiente, su valor político, que se funda en la confianza razonable de que la liquidación de las cuentas puede distribuirse a lo largo de ese período venidero.

La capacidad de hacer y, lo que es aun más delicado, mantener tales promesas, exige erigir un sistema de acuerdos y medidas proteccionistas entre naciones importantes, que sea típico de las regiones pertinentes del mundo. Los acuerdos de Estado a Estado, de grupos de Estados a grupos de Estados, en especial los de largo plazo, los que favorezcan el proteccionismo, serían el baluarte del que depende evitar la embestida actual de un derrumbe general.

Los acuerdos proteccionistas son necesarios para las relaciones de Estado a Estado; también es indispensable una anulación enérgica de los acuerdos “librecambistas” vigentes, a fin de crear las condiciones necesarias para darle impulso a virajes de las economías nacionales, de un llamado modelo de “economía de servicios”, a uno de producción con un uso intensivo de capital. Esta forma de proteccionismo no implica una reducción del comercio mundial; demanda una nueva estructura de capital físico para ponerle un acento ampliado al uso intensivo de capital en un comercio mundial tecnológicamente progresista de bienes duraderos.

La creación de crédito nuevo

El impulso inicial de cualquier programa federal de recuperación económica se concentrará en inversiones en la infraestructura económica básica, con un acento en las categorías con un uso intensivo de capital, tales como la energía, en especial la de fisión nuclear; la gestión de aguas; el transporte colectivo; la reconstrucción de infraestructura para la agricultura familiar progresista en lo tecnológico en las que han sido regiones agrícolas tradicionales; y la reconfiguración de las zonas urbanas. Se necesitarán cortes drásticos al costo de la educación superior para los estudiantes, y una reorientación de la educación primaria y secundaria hacia una modalidad de motor científico–tecnológico y cultural clásico en aulas de lo que hace una o dos generaciones era un tamaño tradicional moderado.

La reconstrucción de infraestructura, en especial la de modalidades con un uso intensivo de capital, será el motor inicial que le dé marcha atrás a la tendencia anterior de ir de una economía agroindustrial a una de “servicios” y desempleo. El estímulo a la recuperación de la contratación privada y el apoyo relacionado a la instalación de infraestructura impulsará el proceso hacia una reanudación de la misión primera de EUA en tanto economía agroindustrial descollante del mundo.

La perspectiva general de recuperación y desarrollo de más largo plazo tendrá como premisa el efecto del uso de la fisión nuclear a una escala muy grande, además de una orientación hacia las tecnologías futuras relacionadas con la fusión termonuclear. Estas tecnologías de punta en esencia son manifestaciones de efectos de “alta densidad energética” en la tecnología y, cuando se emplean de este modo, representan la fase superior de la productividad per cápita y por kilómetro cuadrado de toda la economía.

El furor actual, que con justicia se describe como el fraude de la energía verde, es típico del problema en la forma de pensar que tiene que corregirse, si es que ha de evitarse un derrumbe económico. La fisión nuclear es al presente la fuente más eficiente de energía. En ciertas modalidades, es una fuente de generación local de combustibles de hidrógeno y relacionados a partir del agua, lo que elimina la dependencia del factor de costo del transporte a distancias largas y caras de una materia prima pobre que tiene un mejor uso como insumo químico, el petróleo. La noción de que el maíz podría ser la fuente de combustible nacional para los automóviles es, en esencia, un fraude y un robo deliberados. La amenaza para el abasto de alimentos que implica dedicar zonas agrícolas a un programa de gasolina de alcohol u otro afín es monstruosa, en especial si se proyecta como lo pronostican ahora ciertas fuentes pertinentes. El costo físico real no justifica sus afirmaciones, y la consecuencia de depender de tales fuentes de combustible consumiría tanta tierra de cultivo como para ser la tatarabuela de todas las catástrofes ecológicas, pues las familias sobrevivientes de alguna gente vivirán para maldecir por siempre la memoria de los creadores de semejante “elefante blanco” asesino y de suyo antieconómico.

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Necesitamos plantas de fisión nuclear que produzcan hidrógeno y combustibles relacionados a partir del agua. “La noción de que el maíz podría ser la fuente de combustible nacional para los automóviles es, en esencia, un fraude y un robo deliberados”. Diseño de General Atomics que acopla un reactor de helio de alta temperatura, el GT–MHR, con una planta de producción de hidrógeno. (Foto: General Atomics)

Probablemente el aspecto más interesante e importante del proceso de generar crédito para la inversión productiva a gran escala sea el que representan las perspectivas del desarrollo eurasiático con la clase de políticas que aquí formulo.

En nuestro sistema constitucional estadounidense, el crédito se genera por el compromiso legítimo del gobierno federal de emitir dinero. La alternativa, en los mercados mundiales, son los tratados de largo plazo entre las naciones. En este último caso, al considerar las posibilidades de cooperación entre naciones europeas y asiáticas, nuestra atención debe centrarse en lo principal en tratados de peso con plazos de entre veinticinco y cincuenta años, acuerdos que abarquen inversiones de largo plazo en infraestructura a gran escala y programas productivos. De nuevo, el costo recomendado del crédito primario de largo plazo sería de entre 1 y 2% de interés simple.

Al considerar el tamaño y condición de la población de Asia como tal, gran parte de la capacidad otrora industrial y relacionada de Europa Occidental y Central se movilizará para satisfacer la demanda. Cuando vemos lo que presagian las tendencias, a una escala más limitada ahora, el programa general para Eurasia con esos lineamientos se inclinará a seguir el flujo de las capitales, de Berlín a Moscú, a Pekín y a Delhi, así como, de modo parecido, a otras pertinentes. EUA, aunque en cooperación a través del Atlántico y el Pacífico, pondrá el acento en su asociación con naciones revitalizadas a nuestro sur. Juntos, los de Eurasia y las Américas, asumiremos la responsabilidad primordial de rescatar a África.

Sin semejantes perspectivas, no hay esperanza inmediata para la amenazada civilización mundial de hoy. Para esta misión, necesitamos líderes que piensen de cierta manera, que se comprometan y cumplan de esa cierta manera. ¿Quién hace lo necesario por cumplir esos objetivos, y quién siempre actúa como lo que Federico Schiller identificó como “ciudadanos del mundo y patriotas”, hombres y mujeres que son verdaderos líderes, líderes que han adoptado una misión por su nación, y también por toda la humanidad? Tenemos que pensar en hombres y mujeres que ven posarse sobre ellos los ojos del Creador en todo lo que hacen por el bien de las naciones y sus pueblos, según lo exija la situación. La confianza y el cumplimiento en la dedicación a la misión es lo que aportará la confianza popular necesaria para que dicha misión prospere. Así que no hay que temer a la gran crisis que ahora encaramos en lo inmediato. Es la confianza restaurada de los pueblos en sus gobiernos, una confianza renovada de la gente en el significado del desenlace de su propia vida que, si lo permitimos, nos llevará, llevará al mundo a puerto seguro a través de la tormenta monstruosa de crisis que ahora se ciernen sobre nosotros desde todas direcciones.

—Traducción de Emiliano Andino, Fernando Espósito, Diego Bogomolny, Oscar Valenzuela, Ingrid Torres, Jonás Velazco, Mariana Toriz y Laura Flores del LYM.


[1]Esto sería (o tal vez “será”) evidente en los efectos de reacción en cadena de un desplome de la economía estadounidense en el futuro inmediato. Un desplome de esta economía significaría una caída de EU como importador para el mundo (como a Asia). También significaría un derrumbe de reacción en cadena de todo el sistema monetario–financiero del planeta, a menos que se proporcionara casi de inmediato un sustituto a la Franklin Roosevelt. La pérdida de productividad neta por tales efectos de reacción en cadena en Asia, por sí sola, disminuiría el rendimiento productivo neto per cápita de todo el mundo. Así, al considerar la economía mundial de conjunto, en el intervalo de 1971–2006 el potencial productivo de la especie humana menguó, en su efecto neto, en el transcurso de este período de treinta y cinco años.
[2]La fábula de las abejas, de Bernard Mandeville.
[3]La Paz de París de febrero de 1763 estableció al sistema liberal angloholandés como el núcleo de un virtual imperio mundial que tomó como modelo el sistema medieval de la asociación de la oligarquía financiera veneciana con los carniceros antisemitas y aborrecedores de los musulmanes conocidos como la caballería normanda. En un sentido significativo, cuando la oligarquía financiera veneciana perdió su capacidad de funcionar como una potencia marítima con sede en el Adriático, en los últimos veinticinco años del siglo 17, esos venecianos que seguían los pasos de Paolo Sarpi se mudaron al norte, a bases marítimas en Inglaterra y la vieja región hanceática que va de los Países Bajos hasta el Báltico. Este sistema de Sarpi y sus seguidores se ha conocido hasta nuestros días como liberalismo. Esto es contrario a las imágenes infantilmente románticas de un Imperio Británico producto de una monarquía; esa monarquía, desde Guillermo de Orange, pero de modo más categórico desde 1714, es un instrumento siempre en potencia prescindible de una formación social como de moho lamoso, que representan los oligarcas financieros que colaboran y compiten en la tradición de banqueros medievales tales como la Casa de Bardi de Lucca. La idea de la “globalización” como la eliminación de la existencia de la institución del Estado nacional republicano moderno, es un calco explícito, en su intención, del sistema medieval que entró en la Nueva Era de Tinieblas a mediados del siglo 14.
[4]En la segunda versión de la ópera, este soliloquio aparece como una modificación de Verdi, a instancias de Boito.
[5]En cuanto al concepto del ser humano individual, la necedad del llamado “fundamentalista” es que piensa como cartesiano, que ve a los individuos como pequeñas partículas que se bombardean unas a otras en un sistema gaseoso. La existencia de los sistemas vivos nunca es cinética, sino siempre dinámica, en el sentido del término “dinámica” que se encuentra en la obra de los pitagóricos, Platón y Godofredo Leibniz. La sociedad ha de diseñarse para fomentar las condiciones de la vida humana. No podemos convertir una sociedad mala en una buena, simplemente una por la otra; tenemos que cambiar el diseño axiomático de toda la sociedad, tal como el sistema constitucional estadounidense es superior en lo moral a cualquiera de las reliquias de tradición feudal de Europa, aun hoy. Para fomentar la vida humana, tienes que fomentar con eficacia la creatividad científica y relacionada como el principio constitucional de legitimidad que la función de la sociedad tiene como premisa.
[6]Al final de su vida, en el Instituto Princeton, en compañía de Kurt Gödel, Einstein abundó aun más en el razonamiento que planteó contra las sofisterías reduccionistas de las célebres conferencias científicas de los 1920. Hizo hincapié en que el alma de los logros de la ciencia física moderna se aloja entre los extremos de las contribuciones fundamentales de Johannes Kepler y Bernhard Riemann. La famosa demostración de Gödel de 1930, de lo absurdo de la premisa fundamental del Principia mathemática de Bertrand Russell (por lo que el casi autista de John von Neumann y los de su ralea nunca aceptaron en realidad a Gödel), apunta a las afinidades pertinentes de Einstein y Gödel. El concepto de dinámica que se refleja en la evolución del pensamiento de Einstein y la perspectiva del principio de dinámica que encarnaba la obra del académico V.I. Vernadsky, son hoy la llave al dominio práctico de la economía como un departamento de la ciencia física antientrópica. La distinción entre las hipergeometrías meramente formales y las de veras físicas es decisiva para cualquier representación de la obra de Riemann.
[7]A este respecto, la obra explícita de Riemann se asocia con la manera en que se trata la noción de análisis situs, como la introdujo Leibniz, como un concepto decisivo en la propia obra de Riemann. La comparación del tratamiento de esta noción de análisis situs por Riemann, como lo había planteado Leibniz, nos lleva a reconocer antecedentes de este aspecto clave de la noción de dinámica como inherente al tratamiento pitagórico de las nociones distintas de punto, línea y sólido, de un modo por completo contrario a las definiciones de Euclides. Se le asocia con el famoso aforismo de Heráclito, como esto viene al caso en el razonamiento de Platón en su Parménides. Está implícito en De docta ignorantia de Cusa, y empapa el método de desarrollo de la fundación de la astrofísica moderna en la obra de Kepler.
[8]Aunque esto ya está implícito en la obra de los pitagóricos y Platón, etc.
[9]Mystérium cosmográphicum, Astronomía nova y Harmonices mundi, por Johannes Kepler.
[10]Por ejemplo, Spécimen dynánicum, de Leibniz (1965). Ver la decisiva “Una breve demostración. . .” (1688) de Leibniz, en Cartas y documentos filosóficos de Godofredo Guillermo Leibniz, donde aparece la famosa crítica específica a la incompetencia metodológica de Descartes.
[11]Los principios de la esférica fueron preservados en la escuela de la Academia de Platón, como lo ejemplifica la obra de Eratóstenes. Con la muerte de Eratóstenes y de su correspondiente, Arquímedes de Siracusa, y con el ascenso de Roma a una condición imperial, la ciencia europea prácticamente murió, pero con excepciones tales como el cenit cultural del Califato de Bagdad e Ibn Sina. Estos principios perdidos los revivió, en lo principal, De docta ignorantia del Cardenal de Cusa, entre cuyos seguidores estaban, de manera más notable, Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y Kepler. Esto se refleja con más claridad en los elementos decisivos de la obra de Pierre de Fermat y de Leibniz, así como en el principal maestro de matemáticas desde mediados hasta fines del siglo 18, el maestro de Gauss, Abraham Kästner. Esto, para poner de relieve que la tradición de la esférica antieuclidiana se remonta a la astrofísica del antiguo Egipto, de la que los griegos de marras derivaron los cimientos de sus propios cánones. No sólo sería justo, sino preciso decir que Riemann se percató de los principios de la geometría física antieuclidiana ya con claridad implícitos en la obra de Cusa, Leibniz, Jean Bernoulli, Gauss, Dirichlet y otros.
[12]How the Nation Was Won (Cómo se ganó la nación), de H. Graham Lowry (Washington D.C.: Executive Intelligence Review, 1988).
[13]Los adultos jóvenes asociados conmigo han fundado una publicación de internet en inglés llamada Dynamis, cuya edición de diciembre de 2006 (vol. 1, núm. 2) incluye una traducción al inglés de Tarrjana Dorsey y otros, de la introducción de Carl F. Gauss a su Allgemeine Theorie des Erdmagnetimus (Teoría general del magnetismo de la Tierra). Ver www.seattlelym.com. Este trabajo de Gauss tiene implicaciones que sacaron a relucir Dirichlet y Riemann, de manera sucesiva.
[14]Esto es como decir que es una cualidad antientrópica de poder del universo a la que la mente humana puede “colarse”, pues ninguna otra especie muestra este potencial. La claridad a este respecto la posibilitó la definición rigurosa de Vernadsky de biosfera; esa distinción dinámica entre la biosfera y la química del dominio inerte mostró que existía una separación comparable del espacio–fase, en la función del hombre, en relación con la biosfera: la noosfera. Esta afirmación refleja una noción similar que adopté en el intervalo inmediato posterior a la Segunda Guerra Mundial, una noción que cristalizó, para mí, en 1948, del modo que la incitó mi reacción al absurdo obvio que subyacía en el tema principal de la Cibernética de Norbert Wiener. Mi visión del nexo entre esta noción de 1948 y el concepto de Vernadsky de la noosfera surgió aproximadamente una década después, como una consecuencia de mi reconocimiento gradual de las implicaciones más amplias de mi identificación previa, en 1952–1953, de la importancia del principio de Riemann.
[15]El uso popular negligente del lenguaje hoy día aplica la palabra “creatividad” a toda clase de innovaciones que no tienen ninguna relación con el uso del término “creatividad”, para significar una prueba validada por experimento de un principio físico universal definido. Aquí, sólo se permite el uso estricto del término para la ciencia física o la composición artística clásica.
[16]Esa expresión, “la búsqueda de la felicidad”, la tomaron los fundadores de nuestra república de los Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano de Godofredo Leibniz. El trabajo en el que esa expresión estaba ubicada, para Franklin y compañía, la había escrito Leibniz como una parte prevista de su debate literario de principio en curso con John Locke. La muerte de Locke hizo que Leibniz retrasara la publicación de los Nuevos ensayos. Sin embargo, más tarde grupos alemanes asociados con el principal maestro de matemáticas de la época, el alemán Abraham Kästner, se aseguraron de que este documento de Leibniz se le enviara a Franklin vía Londres. Hubo problemas para su entrega inicial, pero después le llegó.
Esta obra representa un elemento significativo del paso del trabajo de Leibniz sobre política, y a partir de su fundación de la ciencia de la economía física en 1671–1672, a la definición posterior de esas características del sistema constitucional estadounidense de autogobierno y economía política que reflejó el trabajo de Alexander Hamilton. Estas conexiones con la obra de Leibniz tuvieron una función primordial decisiva en definir el sistema constitucional federal de EU, en oposición directa y total al pensamiento de empiristas ingleses tales como John Locke.
A.G. Kästner nació en Leipzig en 1719, poco después de que muriera Leibniz. Como relatan algunos detalles biográficos pertinentes que ahora están, más bien de manera conveniente, disponibles para los investigadores en la obra publicada, con un prefacio de Johann Ehrenfriend Hofmann, en una reedición de 1970 de Geschichte der Mathematik (Nueva York: Olms, 1970) de Kästner. Kästner fue hijo de un jurista de la Universidad de Leipzig, quien, a su vez, devino en una figura muy influyente de su época como matemático, pero también en el renacimiento de la cultura clásica en Europa. Kästner, quien adoptó una dedicación de toda la vida a la defensa de los principios de la obra de Leibniz y Juan Sebastián Bach, es por otra parte famoso como el maestro y amigo del Gotthold Lessing que, junto con Moisés Mendelssohn, emprendió el movimiento cultural que posibilitó el apoyo europeo a la causa americana.
Con el tiempo, la carrera académica de Kästner lo llevó, como profesor de física y matemáticas, a la Universidad de Gotinga, donde fue el anfitrión de una visita de Benjamín Franklin. Kästner, como el fundador de una geometría explícitamente antieuclidiana moderna, también es famoso en la historia de las matemáticas por su participación, junto con Zimmerman, como una de las figuras clave en la educación de Carl F. Gauss. Por desgracia, la representación de Hofsmann de las cuestiones de la defensa que hace Kästner de Leibniz en contra de los fraudes de Euler, D’Alembert, Lagrange, Laplace y demás, es una maquinación artificial directamente contraria a la realidad, como lo muestra el hecho de que su alumno, Carl F. Gauss, pulverizó a los newtonianos, en cuanto a método, con su disertación de 1799, una disertación sobre el tema de lo que luego se rebautizó como su primera versión de El teorema fundamental del álgebra.
[17]A Myron Scholes se le identificó como coautor, junto con Robert Merton, de la fórmula Black–Scholes, a la que se le adjudicó el crédito técnico por la catástrofe del LTCM de 1998. El Black de la fórmula Black–Scholes era la Fisher Black que murió en 1997.
[18]La introducción de lo que vino a conocerse como Newton en las sandeces ideológicas de las Islas Británicas, la llevó a cabo un clérigo veneciano de la tradición de Paolo Sarpi que residía en París, un tipo conocido como Antonio Conti. Conti, un adorador confeso de Descartes, buscó la manera de llevar una enfermedad mental, el cartesianismo, de Francia a una Inglaterra que en ese tiempo oficialmente solía odiar todo lo que fuera francés. Para ello, los cómplices ingleses de Conti escogieron a un pobre aficionado a la magia negra, Isaac Newton, como su “pichón”, por así decirlo. (Al abrirse más tarde el arcón de documentos de Isaac Newton, bajo la dirección de John Maynard Keynes, se reveló un montón de magia negra y cosas por el estilo dignas de un manicomio, ¡pero ni una brizna de trabajo científico verdadero! Keynes, tras dar a conocer las hórridas porquerías así descubiertas, atacó el contenido del arcón cómo locuras dignas del sacerdocio babilónico, y, de hecho, de la secta prestamista leonina del Apolo délfico pitio de Gaia; sugirió cerrar para siempre el cofre). No hay ningún misterio propiamente en esto; la falsificación fracturada de trabajos escogidos de Kepler y demás en realidad la habían realizado equipos, fundados en fraudes del lacayo de Sarpi, Galileo, e incluía las marañas de figuras como Hooke. Por la artimaña de asignarle la autoría de lo que dizque era el trabajo de Newton a un idiota científico como él, habían escogido a una persona que no representaba potencial alguno de proferir ninguna explicación verdadera de sus supuestos descubrimientos, y, por ello, mantuvieron el escrutinio de los descubrimientos que fraudulentamente alegaba Newton fuera del alcance de un escándalo público. El principio así expresado es que, si algún charlatán alega que un maniquí de plástico ha hecho un gran descubrimiento, no hay peligro de que el maniquí diga algo que avergüence a los que hicieron las afirmaciones del caso en nombre del muñeco. Sin embargo, fue el converso cartesiano, el propio Conti veneciano, el que, con la ayuda de Abraham de Moivre y D’Alembert, mantuvo el fraude de Newton entre los salones que proliferaron en el continente europeo hasta la muerte misma de Conti en 1749 y después.
[19]Fue típica mi experiencia de 1941 al leer partes del texto de Luther Eisenhart de Princeton sobre física riemanniana, el cual evitó que examinara más de cerca la obra de Riemann sino hasta 1952–1953, cuando me regresaron a él aspectos problemáticos con los que topé en lo que había sido mi estudio apasionado del trabajo a menudo brillante de George Cantor de los 1880, pero también el defectuoso de los 1890. Mi propia asociación con la función de las transformaciones tecnológicas del proceso productivo, “en el lugar de producción”, el cual me ha incitado a atacar las nociones de la “teoría de la información” de Norbert Wiener y John von Neumann como fraudes ontológicos, fue clave en mi reconciliación con el método riemanniano. Mis reflexiones de 1952–1953 sobre mi experiencia previa con el texto de Eisenhart me llevó entonces, y desde entonces, a poner el mayor acento en la cualidad absoluta de la distinción funcional entre las meras matemáticas y las por lo general parecidas por encima, cuyo objeto es primariamente ontológico en cuanto a eficiencia, en vez de en esencia formal.
[20]Cf. H. Graham Lowry, op. cit. (nota 12).
[21]Así, en el mismo espíritu, el perverso Galileo se especializaba en darle asesoría estadística a una clientela de jugadores compulsivos de su tiempo.
[22]En defensa de la poesía, aunque se acabó de escribir en 1821, se publicó por primera vez en 1840, como parte de una colección de sus ensayos y alguna correspondencia. Es importante que la apreciación de esta obra se sitúe en el marco de los estudios de Shelley y de su ambiente en la época en la que se escribió. La experiencia de Shelley se empalma con la sucesión y contrastes —que considera la obra de mi esposa, la especialista en Cusa y Schiller, Helga Zepp–LaRouche— entre Federico Schiller y Heinrich Heine en Alemania, que se expresaron en sus escritos en el período concerniente de la vida de Shelley.
[23]La toma de posesión del presidente Abraham Lincoln trajo lo que en esencia eran las características agroindustriales y sociales de las doctrinas del Sistema Americano de Henry A. Carey a la norma federal estadounidense, las mismas políticas que Carey en persona le dio a conocer a la Alemania del canciller Bismarck a fines de los 1870 y, de modo indirecto, a Japón. Éstas fueron las mismas políticas que Mendeléiev le llevó a la Rusia del zar Alejandro III, de la exhibición del Centenario de 1876 en Filadelfia. Aunque las habían incorporado a la república estadounidense Franklin, Alexander Hamilton y otros, los reveses que le dieron a los intereses estratégicos de EU la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, y la llegada a la Presidencia del paniaguado de Wall Street de Martin van Buren, notorio por el timo del banco agrario, Andrew Jackson, pospusieron la consolidación de las directrices económicas del sistema constitucional estadounidense hasta lo que aconteció con la presidencia de Lincoln.
[24]El Proyecto para los 1980 (Nueva York: Magraw–Hill, 1977) de 1975–1976, del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York, fue un proyecto que supervisaron la Comisión Trilateral, de manera notable el ex director de la Comisión (1973–1976), el asesor de seguridad nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski; el secretario de Estado Cyrus Vance; y Mariam Camp.
[25]Brzezinski fue el autor de Between Two Ages: America’s Role in the Technotronic Era (En medio de dos eras: El papel de Estados Unidos en la era tecnotrónica. Nueva York: Viking press, 1971) e International Politics in the Technotronic Era (Política internacional en la era tecnotrónica. Tokio: Universidad de Sofía, 1971). Al abordar las presiones que fueron surgiendo en el viraje de la “era industrial” a una de servicios, automatización y cibernética, escribió en el volumen de 1970 que la Revolución Tecnotrónica está empezando a romper al Estado nacional en una “ciudad global; una red nerviosa, agitada, tensa y fragmentada de relaciones interdependientes”.
[26]Puedo informar, como un conocedor importante de estos acontecimientos, que este cambio no sólo se hubiera efectuado en EUA, sino también en buena parte de Europa Occidental y Central continental. Cuando Andrópov rechazó de plano siquiera su deliberación oficial con el presidente Reagan, no sólo prácticamente se condenó él, sino que los oponentes estadounidenses de la IDE se me abalanzaron a la yugular, lo cual llevó a cierta desazón que mis colaboradores y yo experimentamos, tanto en EUA como en Europa, de manera más acentuada, de principios de 1983 a la fecha. La historia verdadera suele ser así.