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Un Nuevo Año, un Nuevo Paradigma

1º de enero de 2021 — En el año 2021 debemos lograr la creación del nuevo paradigma internacional por el que Lyndon LaRouche batalló en vida y que su movimiento continúa.

A escala global, hay una enorme batalla que se libra en varios campos de acción, una batalla para sustituir, definitivamente, al sistema oligarca que ha existido, con sus idas y venidas, a través de la historia de la humanidad, un sistema que existe de modo más prominente hoy en la forma del imperio financiero británico de la City de Londres y Wall Street y de las agencias de inteligencia de los “Cinco Ojos” (Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda). El individuo que ha sido el mayor opositor a ese sistema oligárquico es Lyndon LaRouche, quien identificó a su enemigo con una precisión poderosa, y organizó a mandatarios y a muchas personas en todo el mundo con su enfoque y sus propuestas programáticas. Esa labor la realizó en colaboración con su movimiento y más notablemente con su esposa, Helga Zepp-LaRouche, quien encabeza los esfuerzos hoy para crear un nuevo paradigma en el mundo, en coherencia con la visión de su finado esposo.

El mayor reto que tiene en frente ese sistema oligárquico hoy se ve de modo más claro en China, nación que al rechazar la ortodoxia económica británica (a la que muchas naciones transatlánticas se han adherido como mejillones a un barco hundido) opera en cambio de modo que refleja muchos aspectos de la perspectiva de LaRouche; eliminó la pobreza extrema dentro de sus fronteras, desarrolló una capacidad tecnológica creciente que le coloca en un liderato mundial en varios campos, y le ha tendido la mano a otras naciones en todo el mundo para colaborar en proyectos de infraestructura, manufacturas y comercio, en los que todos ganan.

No es que China pretenda derrotar a “Occidente” en el juego imperial de la geopolítica; es una manera distinta de abordar las relaciones internacionales.

La firma de los acuerdos comerciales y de inversión entre la Unión Europea y China, que Helga Zepp-LaRouche calificó de “un avance enorme para el mundo”, amplía la posibilidad de ver al resto del mundo como socios y no como amenazas. El economista italiano y experto en China, Michele Geraci, señaló que “el principal mérito de este acuerdo es que va ayudar a llevar a China a los estándares occidentales, especialmente en lo relacionado a sus políticas de acceso a los mercados y respeto a la propiedad intelectual”. Llegar a acuerdos es la forma de abordar esas fricciones y dificultades. Desafortunadamente, también se le inyectó un veneno al acuerdo, un veneno similar al que se introdujo en el último paquete de alivio que aprobó el Congreso de Estados Unidos: propuestas para imponer una reducción radical de las emisiones de bióxido de carbono, en un supuesto esfuerzo por evitar un catastrófico cambio climático.

El Presidente Donald Trump atacó a menudo, con buen humor a veces, el programa suicida (y criminal) del Acuerdo Climático de París y el Nuevo Trato Ambientalista, y se mantuvo solo entre los dirigentes del mundo de las naciones de mayor peso, en su oposición a los esfuerzos evangelizadores del culto ambientalista. El potencial que mostró Trump como fuerza para restaurar la capacidad manufacturera de Estados Unidos en vez de ser el refugio del parasitismo financiero, y de establecer relaciones amistosas, no de enemigos, con Rusia y con China, le ganó la furia del imperio británico, quien primero se opuso a su candidatura, y luego hizo lo imposible para acabar con su presidencia hasta el punto del golpe de Estado electoral para impedir su reelección.

En los últimos cuatro años, esto tuvo la forma del Rusiagate y la farsa del juicio político en torno a Ucrania, y desde adentro tuvo la forma del Chinagate que promovieron criaturas tan miserables como el secretario de Estado Mike Pompeo. La campaña de Trump se sostiene en su postura valiente y necesaria en contra de la epidemia del fraude electoral de dimensiones abrumadoras, y algunos oportunistas pretenden inyectar la mentira absurda de que China le robó la elección a Trump. Obviamente, con esos amigos Trump no necesita enemigos. Esta semana se llevará a cabo la trascendental sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos, el miércoles 6 de enero, en la que el vicepresidente Mike Pence, fungirá como presidente del Senado que hará el recuento de los votos electorales, y el Congreso debatirá las objeciones que van a presentar varios representantes y cuando menos un senador, Jeff Hawley. Dada la escasa mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, no se puede en este momento señalar categóricamente cuál será el resultado de ese debate, en caso de que la pandemia impida la presencia de algunos miembros de la Cámara y no se habilite la votación de su sustituto.

Abordar la pelea global, dando la pelea por la exoneración definitiva de Lyndon LaRouche, identificar el papel de los británicos en el intento de golpe, luchar por la libertad de Assange y Snowden, para repudiar el Estado espía y la penalización de la libertad de expresión que van de la mano con la censura en los medios sociales, y elevar el nivel de la discusión en la pelea internacional, ofrece la perspectiva más ventajosa y prometedora para Trump como dirigente efectivo (y posiblemente para mantenerse en el puesto).

 

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