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¿Quién sí habla por Estados Unidos?

26 de marzo de 2021 — En un sentido el tema estratégico central del día, es que esa pregunta no tiene todavía una respuesta cierta. Y mientras se debate, Helga Zepp-LaRouche advirtió en su videoconferencia semanal del miércoles 24, que “la situación estratégica es cada vez más preocupante, porque tenemos un verdadero derrumbe de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, entre Estados Unidos y China, y entre la Unión Europea (UE) y China. De tal manera que nada de esto presagia nada bueno, y amerita que haya un cambio de rumbo urgente”.

¿Es el Presidente Joe Biden quien habla en nombre de Estados Unidos? No según el propio Presidente, quien anunció ayer que nombraba a la vicepresidente Kamala Harris para dirigir los asuntos fronterizos a nombre de su gobierno, y que “cuando ella habla, ella habla por mí, y no tiene que consultarme”. Unas semanas antes le había dado igualmente carta blanca al secretario de Estado, Tony Blinken, y le dijo al mundo que lo que Blinken diga es la política de Estados Unidos. Los jefes de Estado del mundo están muy al tanto de que Biden difícilmente puede mantener una idea al pasar de una habitación a otra, y mucho menos navegar a través de la crisis económica y estratégica más compleja en siglos.

Si no es Biden, ¿es entonces Blinken y el secretario de Defensa, Lloyd Austin, que han pasado la mayor parte de los últimos dos meses denunciando las supuestas “acciones imprudentes y adversas” de Rusia, y el “desafío al orden basado en reglas” por parte de China, al mismo tiempo que imponen nuevas sanciones criminales a estos dos países?

O todavía peor, ¿serán el almirante Philip Davidson, actual jefe del Comando Indo-Pacífico (Indo-PACOM) y el almirante John Aquilino, o los aspirantes a Dr. Strangelove de la “Fuerza de Tareas de dominio múltiple” del Ejército de Estados Unidos, quienes alegan que “la línea entre el conflicto y la paz es borrosa”, y que, por lo tanto, promueven el despliegue de fuerzas estadounidenses de avanzada para rodear a China en el Pacífico, y que abiertamente piden que se utilice el poderío militar para separar por la fuerza a Taiwán de China? Si esas políticas utópicas del imperio británico prevalecen como la voz de Estados Unidos, entonces la trayectoria hacia una guerra termonuclear a gran escala es realmente muy corta.

Afortunadamente, hay otras voces y otras políticas que se están escuchando, entre ellas enfáticamente las de Lyndon LaRouche, “ahora por medio de su esposa, Doña Helga”, como dijera el ex Presidente de México, José López Portillo en 1998. En la Conferencia del Instituto Schiller del pasado fin de semana también se escucharon otras voces de ese coro internacional, que presentaron una política global alternativa a la bancarrota del sistema financiero transatlántico, que es lo que nos está llevando hacia la guerra. Las observaciones que hizo el ex senador estatal de Virginia, Richard Black, sobresalen como otra voz potente del verdadero Estados Unidos.

Pero la cuestión que se plantea es en realidad más profunda: ¿Qué es ese verdadero Estados Unidos? Seríamos sabios si recurrimos a Gottfried Leibniz, uno de los verdaderos padres fundadores de Estados Unidos, cuyo concepto filosófico de la felicidad o la dicha — diametralmente opuesto a la noción hedonista de placer— definió el contenido sustancial de la Declaración de Independencia así como de la cláusula del bienestar general de la Constitución de Estados Unidos. Pero Leibniz también abordó en sus escritos la cuestión fundamental de la política exterior, la naturaleza de la justicia en nuestras relaciones con otras naciones soberanas.

Consideren la cuestión que planteó al principio de su “Meditación sobre el concepto común de justicia” de 1702.

“Se entiende que todo lo que Dios dispone es bueno y justo. Pero queda la interrogante de si es bueno y justo porque Dios lo dispone, o si Dios lo dispone porque es bueno y justo; en otras palabras, que si la justicia y la bondad son arbitrarias, o si más bien pertenecen a las verdades necesarias y eternas de la naturaleza de las cosas”.

El mismo Leibniz respondió diciendo que la primera opinión “destruiría la justicia de Dios. Pues ¿por qué alabarlo porque actúa acorde a la justicia, si la noción de justicia, en su caso, no agrega nada a la acción? ...Más aún, esta opinión no distinguiría suficientemente entre Dios y el diablo”. Él hace hincapié en que quienes respaldan ese punto de vista “le han hecho mal a los atributos por los que amamos a Dios, y, habiendo destruido el amor a Dios, han dejado sólo miedo”.

Esa distinción se halla en el corazón de una política exterior estadounidense definida apropiadamente, en especial en momentos en que toda la humanidad enfrenta una crisis existencial, cuando nuestra propia supervivencia depende de lograr el bienestar general de todas las demás naciones del planeta, además del nuestro.

 

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