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Los partidos chilenos tradicionales fueron barridos en la votación del proceso para escribir la nueva Constitución. Wall Street quedó en estado de shock 

21 de mayo de 2021 — La clase política chilena, por no mencionar a Wall Street, todavía no se ha recuperado del shock sufrido en la elección del 15 y 16 de mayo, efectuada para elegir a los miembros de la Convención Constituyente que tiene asignada la tarea de escribir una nueva Constitución para reemplazar la constitución escrita en 1980 bajo la dictadura fascista de Pinochet. Fueron derrotados todos los partidos tradicionales de Chile, incluyendo a la coalición actualmente en el gobierno, Chile Vamos, y también las coaliciones de centro izquierda que gobernaron hasta 2018. Estos fueron reemplazados por candidatos independientes e izquierdistas, incluyendo al Partido Comunista, quienes en conjunto se aseguraron 101 escaños, más de los dos tercios del total de los 155 escaños en la nueva Convención Constituyente, negando así a los partidos tradicionales la influencia que esperaban ejercer para bloquear las “propuestas radicales” que promueven las fuerzas progresistas. 

El 17 de mayo, el día después de la elección, el mercado de valores de Santiago se desplomó casi un 10% mientras el presidente neoliberal Sebastián Piñera ofreció un mea culpa, diciendo que en su gobierno “no estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y con los anhelos de la ciudadanía y estamos siendo interpelados por nuevas expresiones y nuevos liderazgos”, lo citó el diario estadounidense Wall Street Journal, que junto con los otros medios estadounidense Bloomberg y el New York Times entraron en pánico por lo que significa la victoria de estas fuerzas “enemigas del mercado” para el tan vendido modelo de libre mercado de Chile, que ha permanecido esencialmente sin cambios desde la dictadura de Pinochet que lo impuso en 1973-1990, y que han alabado tanto por supuestamente ser responsable de la ostensible estabilidad y crecimiento económico de Chile. 

La realidad es que la constitución de 1980, escrita por la mano derecha de Pinochet, el ideólogo fascista Jaime Guzmán, consagró el modelo de libre mercado de los “Chicago Boys” y su sistema de pensiones privatizado, que se impuso a la población por la fuerza, destrozando a la economía, en gran parte estatal, eliminando todas las protecciones sociales y derechos civiles y entregando el poder a una “clase empresarial” de especuladores y usureros. Esa es la “estabilidad” que adoran los buitres de Wall Street. 

Este resultado electoral refleja un proceso en marcha en la mayor parte de Iberoamérica de repudio a los partidos tradicionales y a sus políticas neoliberales, mientras los ciudadanos, especialmente los jóvenes, están en la búsqueda de una mejor alternativa. No hay nada garantizado en la situación chilena. Los izquierdistas y progresistas que ganaron en las elecciones no son un grupo homogéneo. Todos hablan de acabar con el neoliberalismo y con los peores rasgos del modelo de los “Chicago Boys”, pero también se enfocan en cuestiones como la igualdad de género, y los derechos de las mujeres y los indígenas. Sin embargo, lo que realmente se necesita es un cambio drástico hacia un nuevo paradigma, como lo proponen el Instituto Schiller y la Organización LaRouche, para abordar los intereses reales del pueblo chileno.

 

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