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El imperio británico presiente que su final está cerca

3 de septiembre del 2021 — El nivel de pánico, y de franco horror, que manifiestan los principales portavoces del imperio británico, no tiene precedentes en los tiempos modernos. Quizás si hacemos un repaso de la prensa británica de octubre de 1781, tras la rendición del marqués Charles Cornwall en Yorktown, encontraríamos un crujir de dientes público similar. Tal vez también en abril de 1865, cuando el ejército confederado del imperio, bajo el mando de Robert E. Lee, se rindió al general Ulysses S. Grant, poniendo fin a la última gran esperanza del imperio británico para destruir militarmente a la Unión en Estados Unidos. Desde entonces, el imperio ha contado con la subversión más que con el poder militar. En la Gran Guerra, los británicos lograron arrastrar al racista y anglófilo Woodrow Wilson para que los salvara en el último momento, mientras que en la Segunda Guerra Mundial el Presidente Franklin Roosevelt se unió a la guerra sólo porque el monstruo de Frankenstein [Hitler] que la City de Londres había creado en Alemania era un peligro aún mayor, y obligó a los británicos a aceptar una alianza con la Unión Soviética y China, sin lo cual la guerra posiblemente se habría perdido. 

Desgraciadamente, tras la muerte de Franklin Roosevelt, y la capitulación de Harry Truman ante el imperio británico y la ayuda a las potencias imperiales europeas para retomar sus colonias, y especialmente luego de que tuvieran éxito asesinando al Presidente Jack Kennedy, la City de Londres sustituyó sistemáticamente el Sistema Americano hamiltoniano de crédito dirigista, por el Sistema Británico de libre mercado y desregulación de la banca y la industria, a la vez que ha inundado a Estados Unidos con drogas y delirios “ecologistas” maltusianos. A pesar de que Lyndon LaRouche hizo una explicación clara de esta subversión, y de que presentó los pasos que se tenían que dar para volver al Sistema Americano, sus ideas fueron suprimidas y él fue calumniado y perseguido, mientras que Estados Unidos se convirtió en el gigante tonto de la oligarquía financiera británica, librando guerras por el imperio en Indochina, Europa Central y el Suroeste de Asia. 

Cuando Donald Trump apareció de la nada (o eso creyeron los secuaces del imperio), amenazando con poner fin a las guerras interminables, ser amigos de Rusia y China, rechazar la ciencia fraudulenta del cambio climático antropogénico y reconstruir la industria y la infraestructura estadounidenses, el control británico sobre los medios de comunicación de Estados Unidos, la comunidad de inteligencia y Wall Street dejaron a Trump impotente para hacer cualquier cosa que no fuera luchar contra el intento de golpe dirigido por el MI6 y el GCHQ. Al final, ninguna de sus promesas de campaña se hicieron realidad, y el imperio británico lanzó un enorme suspiro de alivio. 

Pero ¡mira lo que ha pasado ahora! El envejecido y vacilante Joe Biden hizo lo que Donald Trump no cumplió: acabar con la interminable guerra contra Afganistán, sin escuchar y ni siquiera consultar a la reina. Biden actuó sobre la base de lo que Tony Blair llamó el “imbécil eslogan político sobre el fin de 'las guerras perpetuas”. Y, horror de los horrores, el imperio está de repente viendo al fantasma de Franklin D. Roosevelt sobrevolando, y amenazando con volver a unir a quienes cooperaron en la Segunda Guerra Mundial, a saber, Estados Unidos, China y Rusia, para abordar hoy el objetivo común de desarrollar Afganistán, acabar con las miserables condiciones de atraso que fomentan el terrorismo y la producción de drogas, y extender el Corredor Económico China-Pakistán hacia Afganistán como parte de la Nueva Ruta de la Seda. La prensa británica está histérica ante esta perspectiva. 

Biden no está promoviendo esto por sí mismo, al menos no públicamente, aunque representantes de su gobierno han participado en foros internacionales donde se han planteado estas cuestiones. Pero incluso el imperio intuye que las decisiones en Estados Unidos no las toma siempre el Presidente por sí solo, sino lo que Lyndon LaRouche llamó la “institución de la presidencia”. Al igual que esa institución durante el gobierno de Trump estaba dominada por el complejo militar-industrial y sus aliados de Wall Street, hoy la decisión de Afganistán, y la capacidad de Biden de enfrentarse a la denuncia casi universal del Congreso, los medios de comunicación y la gente del complejo militar-industrial, demuestra una resistencia poderosa de la actual institución de la presidencia. Como se demostró en el último año y medio de conferencias del Instituto Schiller, destacados científicos, líderes políticos, expertos en políticas, militares retirados, profesionales de la salud, agricultores y otros, de todo el mundo, incluso de Rusia y China, han dialogado al más alto nivel sobre la urgente necesidad de un nuevo paradigma que esté fundamentado en un proceso global para lograr la “paz por medio del desarrollo”. (Vean en este enlace de la página del Instituto Schiller en inglés: https://schillerinstitute.com/international-conferences/ y busca en la pestaña de “Conferences”). 

El imperio no es omnipotente. De hecho, es decadente y moribundo. Es capaz de provocar el caos, incluso una guerra nuclear, pero sólo si el pueblo no está a la altura de lo que Friedrich Schiller planteó como la responsabilidad de todos los seres humanos de ser “patriotas de su nación y ciudadanos del mundo”. Este es nuestro momento.

 

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