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¿Puede ‘Occidente’ aprender?
¡Lo que necesita Afganistán ahora!

por Helga Zepp-LaRouche

5 de septiembre de 2021 — El fracaso catastrófico de la OTAN en Afganistán, y con él, el fracaso de la política de 20 años de guerras de intervención, no podría ser más dramático. No es solamente que hayan perdido la guerra; es paradigmático para todo el espectro de ideas erróneas del sistema liberal de Occidente. Por lo tanto, recibimos con beneplácito el anuncio del Presidente Joe Biden de que la retirada de Afganistán marca el fin de toda la era del uso del poder militar estadounidense con el objetivo de “rehacer” a otros países. Pero si este cambio de orientación sólo significa que ya no nos vamos a ocupar de las “guerras sin fin”, sino que vamos a concentrar todas las fuerzas en los “nuevos desafíos”, a saber, el enfrentamiento con Rusia y China, entonces no se ha aprendido la lección que nos deja este vergonzoso desastre y nos estamos embarcando en una catástrofe aún peor. Pero la herida aún está abierta, la conmoción de la derrota ha sacudido a todo el mundo occidental y existe la posibilidad de un enfoque completamente nuevo. 

Un proyecto desarrollado por la Universidad Brown para verificar lo que costaron las guerras de Estados Unidos desde el 11 de septiembre, del que estamos a punto de cumplir 20 años, calcula que el costo total de las operaciones militares en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen, Somalia, Pakistán, etc. es de $8 billones de dólares y que al menos un millón de personas perdieron la vida. Esto se desglosa en $2,3 billones de dólares en la guerra de Afganistán, $2,1 billones de dólares en la zona de guerra de Irak y Siria, $355.000 millones de dólares para las operaciones militares en Libia, Somalia, etc., $1,1 billones de dólares para los programas de Seguridad Nacional y 2,2 billones de dólares para el cuidado indispensable de los veteranos estadounidenses que fueron desplegados en estas guerras, un gran número de los cuales sufren enfermedades físicas y mentales secundarias. Murieron al menos 15.000 militares estadounidenses y aproximadamente el mismo número de efectivos de otros países de la OTAN. Hay alrededor de 70 millones de personas que son refugiados de estas guerras. Fueron desplegados cientos de miles de soldados, una cantidad desconocida de civiles fallecieron, y la mayor parte de las tropas estaban mayormente ocupadas en protegerse a sí mismas en un ambiente hostil. Al comienzo de estos 20 años, tenían tan poco conocimiento de estas personas y su cultura, como la que tienen ahora al final de ellos, tal y como se dio a conocer no mucho después de que se publicaron en el 2019 los Papeles de Afganistán. 

La situación humanitaria en Afganistán es horrorosa. David Beasley, director del Programa Mundial de Alimentos (PMA), quien la última semana de agosto visitó a Afganistán, anunció que hay alrededor de 18 millones de afganos que enfrentan hambruna —más de la mitad de la población— y 4 millones de ellos corren el riesgo de morir de inanición en el invierno próximo si no garantizamos una ayuda enorme. La Organización Mundial de la Salud (OMS) teme un desastre médico ante la falta de un sistema de salud en la zona en medio de la pandemia de COVID, y hasta ahora solo han sido vacunadas 1 millón de personas. ¿Puede la gente de los países occidentales tener una idea del tipo de sufrimiento por el que ha tenido que transitar la población afgana en los últimos 40 años de guerra, y que todavía tienen que soportar en este momento? 

En vista de esta tragedia casi inimaginable, es francamente absurdo y deliberadamente engañoso que en el contexto de las “guerras sin fin” se siga hablando de “construir naciones”. ¿Qué fue lo que se construyó en Afganistán, donde la mitad de la población está pasando hambre? Si Estados Unidos u otro miembro de la OTAN hubiesen invertido en el desarrollo de la economía real de Afganistán el 5% de lo que dilapidaron en gastos militares, esta espantosa debacle nunca habría ocurrido. 

Un sistema de salud y agricultura modernos 

Hasta ahora no parece que haya habido una verdadera reflexión por parte de Estados Unidos o Europa. Porque esto no implica meramente que uno esté dispuesto a “hablar con el Talibán”, sino que corrija la totalidad de las premisas en las que se sustentan las políticas de los últimos 20 años. Si Biden está considerando en serio la idea de acabar con toda la era de guerras de intervención, entonces las tropas de Estados Unidos deben cumplir finalmente con el voto del Parlamento iraquí, que exigió su retirada en enero de 2020. Luego, hay que poner fin de inmediato a las sanciones asesinas que Estados Unidos ha impuesto a Siria por medio de la Ley César, y que al día de hoy contribuyen a mantener a más del 90% de la población en un nivel de vida por debajo del umbral de la pobreza. Por lo demás, en especial durante una pandemia, tenemos que eliminar las políticas de sanciones en contra de cualquier país; no corresponden a un mandato de la ONU, y sólo golpean a los sectores más pobres de la población y llevan a muchos de ellos a la muerte. 

Lo que Estados Unidos y las naciones europeas tienen que hacer ahora, si es que quieren recuperar su credibilidad con respecto a “valores” y “derechos humanos”, es ofrecerle al gobierno afgano que se está formando una ayuda verdadera, por ejemplo, ayudándolos a construir un sistema de salud moderno. Una de las cosas que se necesitan con mayor urgencia en estos momentos es un sistema completo de hospitales modernos, vinculados a un sistema de formación de médicos, profesionales de la salud y un programa de entrenamiento para jóvenes de modo que puedan ayudar a la población en las zonas rurales a familiarizarse con las medidas de higiene que se necesitan para combatir la pandemia. Con la ayuda de asociaciones, este sistema podría conectarse con centros médicos de Estados Unidos y Europa, como ya ocurre con otros países del sector en desarrollo. 

En vista de la hambruna, además del puente aéreo que David Beasley del PMA está estableciendo desde Pakistán, que puede traer alimentos a Afganistán, es necesaria una ayuda agrícola integral urgente. Si vamos a evitar que los agricultores vuelvan al cultivo de plantas de amapola para la producción de opio, por pura necesidad, entonces hay que apoyar el desarrollo de la agricultura, integrándola a una estructura económica general. Con el acuerdo al que se llegó con el Talibán en el año 2.000, Pino Arlacchi, ex comisionado de la ONU contra la Droga y el Delito, demostró que es posible eliminar los cultivos de drogas y también satisfacer las convicciones religiosas del Talibán. 

Siempre que se respete absolutamente la soberanía de Afganistán y del nuevo gobierno, y se garantice que esta ayuda para el desarrollo de la agricultura no se mezcle con una agenda política, podrían iniciarse varios proyectos piloto basados en el modelo de la revolución verde de Jawaharlal Nehru con las regiones que estén dispuestas a ello. En Estados Unidos y en Europa, hay agricultores jóvenes y mayores comprometidos que estarían dispuestos a participar en una misión de paz de este tipo para mejorar la producción agrícola en Afganistán de forma que se pueda erradicar la hambruna de forma permanente. En vista de las repetidas sequías, tales programas tendrían que ir, por supuesto, de la mano de programas de irrigación y gestión general del agua. 

Un coordinador de la ayuda en quien se pueda confiar 

Se trata, ante todo, de ayudar al pueblo afgano en una emergencia gigantesca que ellos no provocaron, y esto sólo es posible si se establece una base de confianza con el nuevo gobierno, independientemente de todas las reservas ideológicas. Es por eso que el Comité por la Coincidencia de los Opuestos propone que los gobiernos de Estados Unidos y Europa elijan como la persona que coordine ese programa de ayuda, que ha demostrado en el pasado que esa política puede funcionar, a saber, Pino Arlacchi. Eso garantizaría que la soberanía de Afganistán sea respetada, y que no se intentará imponer normativas occidentales, puesto que él, en el pasado, ya se ganó la confianza del Talibán. 

Esta redefinición de la política hacia Afganistán, naturalmente significa también, dejar de pensar por completo en categorías geopolíticas y rechazar la idea de la política como un juego de suma cero, en el que el ascenso de China y Asia se entiende automáticamente como el declive de Occidente. En su visita al ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, el nuevo jefe del gobierno, Abdul Ghani Baradar, indicó que su gobierno está contando con la cooperación con China y en integrar a Afganistán a la Nueva Ruta de la Seda. El embajador de Rusia en Afganistán, Zamir Kabulov, propuso la celebración de una conferencia internacional para el desarrollo económico del país con el fin de debatir qué proyectos deben tener prioridad absoluta para superar la emergencia. 

Si Occidente ha aprendido algo de la derrota del milenio en Afganistán, entonces debe llevar a cabo una cooperación imparcial con Rusia, China, y los países vecinos en Asia Central, Pakistán, Irán e India, para desarrollar no solo a Afganistán sino a todo el Suroeste de Asia. La consigna de “acabar las guerras sin fin” contra la que despotricó Tony Blair, no es una imbecilidad; lo que es imbécil es la política de guerras coloniales de intervenciones que él propuso. Esto no solo fue una soberana estupidez, fue criminal y asesina, y acabó con la vida de millones de personas o las sumió en un sufrimiento indecible. Los arquitectos de estas políticas deben rendir cuentas. 

Sin embargo, si queremos superar el ciclo de violencia y venganza, se tiene que proponer una nueva política: el nuevo nombre para la paz es desarrollo, como dijo una vez el Papa Pablo VI. Afganistán es ese lugar en donde Estados Unidos y China pueden comenzar a crear una cooperación que puede ser un pequeño paso hacia una cooperación estratégica que coloque al frente las metas comunes de la humanidad. En última instancia, que esto se realice indica el único modo por medio del cual se puede evitar la extinción de la humanidad a manos de un Armagedón nuclear. 

De cualquier manera, la ministro de Defensa de Alemania, Annegret Kramp-Karrenbauer, no parece haber aprendido nada de esta “derrota severa”, dado que en todo lo que ella puede pensar es en exigir una “mayor independencia militar para la Unión Europea”. La “falta de capacidades propias” de las que ella habla, no solo se refieren al fracaso de la resistencia europea a la retirada de Afganistán encabezada por Estados Unidos. Si vamos a acabar con la decadencia autoinducida de Occidente, tenemos que hacer un examen honesto de por qué fracasó el modelo social liberal neocolonial, y sobre todo, necesitamos un renacimiento de nuestra cultura humanista y clásica. La actitud que tengamos ante la reconstrucción de Afganistán es la prueba tornasol de si seremos capaces de hacer esto. 

(Este artículo se publicó originalmente en la primera página del periódico alemán Neue Solidarität, No. 36, del 9 de septiembre del 2021. https://www.solidaritaet.com/
neuesol/2021/36/hzl.htm).

 

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