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El director de la Orquesta Sinfónica Israel-Palestina acierta en su comentario sobre el 200 aniversario de la Novena Sinfonía de Beethoven

12 de mayo de 2024 (EIRNS) — La incomparable sinfonía Oda a la alegría de Ludwig van Beethoven nació hace 200 años, el 7 de mayo de 1824. Beethoven estuvo trabajando durante toda su vida adulta, más de 30 años, para conseguir un tratamiento musical adecuado del poema An die Freude (Oda a la alegría), de Federico Schiller. Beethoven compuso tres movimientos increíbles, cada uno de ellos una obra completa y monumental en sí misma, y luego desafió al público a preguntarse qué podría estar faltando. 

Algo que se reconoce muy poco es que los liliputienses del Congreso de Viena de 1815 creyeron haber derrotado definitivamente a Beethoven, con un embrutecimiento sistemático de las poblaciones europeas; y entre 1815 y 1824, Beethoven no escribió ninguna obra importante, destinada a ser interpretada para grandes auditorios. ¿Había desaparecido de la escena? Su Novena Sinfonía, junto con su Missa Solemnis, que fue estrenada sólo un mes antes, representaron una estupenda "liberación", en la que la capacidad de Beethoven por el "amor universal" conquistó la era de tinieblas cultural que se abatía sobre su mundo. La fuerza de su amor y de su genio fue capaz de hablar no sólo a su generación en ese momento, una generación problemática, sino a las generaciones venideras. 

Daniel Barenboim, cofundador y director de la orquesta conjunta israelí-palestina West-Eastern Divan Orchestra, hizo el 7 de mayo una importante intervención a favor de la Novena Sinfonía de Beethoven. En su artículo en el periódico The New York Times para esta ocasión, entre las cosas que argumenta dice que, Beethoven no era adicto a las modas políticas: "Por el contrario, era un hombre profundamente político en el sentido más amplio de la palabra. Le preocupaba el comportamiento moral y las cuestiones más amplias del bien y el mal que afectan a toda la sociedad". 

Además, y más allá de la exégesis política de su Novena Sinfonía, Barenboim planteó: 

"También veo la Novena de otra manera. La música por sí misma no representa nada más que a sí misma. La grandeza de la música, y de la Novena Sinfonía, reside en la riqueza de sus contrastes. La música nunca sólo ríe o llora; siempre ríe y llora al mismo tiempo. La creación de unidad a partir de contradicciones: eso es Beethoven para mí. 

"La música, si se estudia bien, es una lección para la vida. Hay mucho que podemos aprender de Beethoven, que fue, por supuesto, una de las personalidades más fuertes de la historia de la música. Él es el maestro en unir la emoción y el intelecto. Con Beethoven, debes ser capaz de estructurar tus sentimientos y sentir esa estructura emocionalmente: ¡una lección fantástica para la vida! Cuando estamos enamorados, perdemos todo sentido de la disciplina. La música no permite eso. 

"Pero la música tiene un significado distinto para cada persona y, a veces, incluso distinto para la misma persona en momentos diferentes. Puede ser poético, filosófico, sensual o matemático, pero debe tener algo que ver con el alma. Por tanto, es metafísica, pero el medio de expresión es pura y exclusivamente físico: el sonido. Precisamente esta coexistencia permanente del mensaje metafísico con los medios físicos es la fuerza de la música. 

"...Según todos los indicios, Beethoven era valiente, y considero que la valentía es una cualidad esencial para el entendimiento, por no hablar de la interpretación, de la Novena. Se podría parafrasear gran parte de la obra de Beethoven en el espíritu de Gramsci diciendo que el sufrimiento es inevitable, pero el valor para superarlo hace que la vida valga la pena".

 

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