José López Portillo tuvo razón en 1982, y tiene aun más razón hoy

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Extractos del discurso pronunciado por José López Portillo, Presidente de México, ante las Naciones Unidas, 1 de octubre de 1982

(A nombre de la Asamblea General, es un honor para mi dar la bienvenida en las Naciones Unidas al Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, su excelencia el señor José López Portillo, y le invito a que pronuncie su discurso.)

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...Pero la preocupación y ocupación más constante de México en el ámbito internacional es el tránsito hacia un nuevo orden económico. Hemos insistido en que toda la gama de las relaciones económicas de los países en desarrollo y del mundo industrializado, tiene que ser transformada. [...]

Por lógica inexorable, la gran mayoría de los países en desarrollo tienen un saldo comercial negativo. El mantener el flujo de comercio en estas condiciones, implica necesariamente el surgimiento de corrientes crediticias que permitan el pago de mercancías y servicios a los paises industriales. El monto de ese crédito, si se quiere sostener el crecimiento de los países del Sur, y mantener el empleo en los países del Norte, debe ir en aumento, más aun si la costa de la deuda acumulada se incrementa vía las tasas de interés.

La reducción de las disponibilidades de crédito para los países en desarrollo tiene serias consecuencias, no sólo para ellos, sino para la producción y el empleo de los países industriales. No sigamos en este círculo vicioso. Podría ser el principio de un nuevo oscurantismo medioeval sin posibilidades de renacimiento.

Se conforma así una tercera amenaza. Me refiero al grave problema de la desarticulación del sistema financiero internacional. Como es por todos sabido, en tiempos recientes varios países muy endeudados, entre ellos México, se han visto obligados a iniciar un proceso de renegociación de su deuda externa.

Es paradoja que mueve a reflexión el hecho de que ahora critiquen el crecimiento de muchos países del Sur quienes le prestaron con ese fin, y ahora regatean el crédito para continuarlo, cuando sólo el crecimiento nos permitirá pagarles y comprarles. Hoy México y muchos otros países del Tercer Mundo no podríamos pagar conforme a plazos pactados en condiciones distintas a las que ahora privan. A nadie le conviene, y nadie quiere, suspender pagos. Pero el que esto suceda o no, rebaza el ámbito de voluntad y por consiguiente de responsabilidad de los deudores. Se requieren seriedad, criterio y realismo negociador de todos.

El sistema financiero internacional lo componen varias partes: los que prestan, los que se endeudan, y los que avalan, y está vinculado con los que producen y los que consumen, con los que compran y los que venden. La responsabilidad es de todos, y por todos debe ser asumida. Situaciones comunes producen posiciones semejantes, sin necesidad de conspiraciones o de intrigas.

Los países en desarrollo no queremos ser avasallados. No podemos paralizar nuestras economías ni hundir a nuestros pueblos en una mayor miseria para pagar una deuda cuyo servicio se triplicó sin nuestra participación ni responsabilidad, y cuyas condiciones nos son impuestas. Los países del sur estamos a punto de quedarnos sin fichas, y si no pudiésemos continuar en el juego éste terminaría en una derrota general.

Quiero ser enfático: los países del sur no hemos pecado contra la economía mundial. Nuestros esfuerzos para crecer, para vencer el hambre, la enfermedad, la ignorancia y la dependencia no han causado la crisis internacional. Más cerca de su origen está la decisión armamentista, vencer la fuerza con la fuerza, arrastrando a ese ilógico propósito, directa o indirectamente, a todas las economías.

Pero podemos superar la crisis. El lapso requerido será más corto si contamos con el apoyo racional de la comunidad financiera internacional y no con la reticencia o el castigo por pecados que no cometimos. Dicho apoyo redundará en beneficio de acreedores y deudores, pues formamos parte de un solo mundo, donde si el problema es de todos, la solución somos todos.

Necesitamos divisas para pagar, y para comprar. A nuestra contraparte le conviene también comprar, para poder cobrar y vender. Es la relación saludable que a todos conviene. Asi de simple. [...]

Después de grandes esfuerzos correctivos en materia económica, mi gobierno decidió atacar el mal por su raíz y extirparlo de una buena vez. Era obvio que existía una inconsistencia entre las políticas internas de desarrollo y una estructura financiera internacional errática y restrictiva.

Era irreconciliable una política de crecimiento razonable con una libertad especulativa de cambios. Por eso establecimos el control de divisas.

Dicho control sólo puede funcionar, dada nuestra frontera de tres mil kilómetros con Estados Unidos, mediante un sistema bancario que siga las políticas del país y de su gobierno, y no de sus propios intereses especulativos y los vaivenes del caos financiero internacional. Por eso nacionalizamos la banca.

Hemos sido un ejemplo vivo de lo que ocurre cuando esa masa enorme, volátil y especulativa de capitales recorre el mundo en busca de altas tasas de interés, paraísos fiscales y supuesta estabilidad política y cambiaria. Descapitalizan a países enteros y causan estragos en su camino. El mundo debe ser capaz de controlarlos. Es inconcebible que no podamos hallar la fórmula que, sin coartar tránsitos y flujos necesarios, permita regular un fenómeno que daña a todos.

Se hace imprescindible que el nuevo orden económico internacional establezca un vínculo entre el refinanciamiento del desarrollo de los países en desarrollo que sufren fuga de capital, y los capitales que se fugaron. Siquiera migajas de su propio pan.

Frente a estas dramáticas realidades, nos predican liberalismos económicos a ultranza, que no se aplican ni en los países que han asumido su defensa apasionada. El peligro de la desnacionalización ha conducido, por el contrario, a muchos gobiernos, entre ellos al mío, a profundizar sus reformas económicas y fortalecer el papel de los estados como los rectores de las economías nacional. Son casos de legítima defensa. [...]

Nunca como ahora ha tenido mayor validez el principio de la soberanía sobre los recursos naturales y sobre los procesos económicos. Los términos de las viciados relaciones que padecemos, podrían conducir a la disolución de las propias soberanías.

La ingerencia de las empresas transnacionales, la concentración creciente de los medios financieros, la supeditación de los sistemas bancarios a las grandes metrópolis, las expatriaciones masivas de capital, y la imitación de modelos ajenos de desarrollo, ponen en riesgo la existencia misma de los estados nacionales. Si bien se han roto los vínculos formales de la dependencia, perdura y aun se ha reforzado el esquema de dominación en que se asentaba el régimen colonial.

La concentración de la riqueza y el poder van en aumento, a medida que vastas regiones del planeta continúan pauperizándose. Los mecanismos de cooperación internacional que hemos imaginado sirven en la coyuntura para tranquilizar algunas buenas conciencias. Pero han sido radicalmente incapaces para resolver los graves problemas cotidianos, cuyas dimensiones son estructurales.

Las denuncias de los países del Sur a ese respecto fueron ciertas y visionarias. Al proponer un Nuevo Orden, pretendíamos una profunda reforma institucional capaz de reencauzar las relaciones económicas internacionales. Hubiéramos querido evitar el enorme deterioro de los últimos años y amortiguar la crisis. Pero nunca es demasiado tarde.

Históricamente, las grandes transformaciones suelen ocurrir cuando ya no queda otro camino para avanzar. De ahí la distancia que separa a los profetas de los revolucionarios. A grandes males, grandes remedios. Debe hacerse una revisión juiciosa y comprometida de las relaciones económicas internacionales. No emprendamos la caza de culpables, sino la búsqueda de los responsables del futuro. Dilucidar el origen último de nuestros males es tarea de inquisidores, no de gobernantes. [...]

Por ello, las negociaciones económicas globales deben ser la instancia que permita conciliar estos opuestos, en fórmulas acordes con las necesidades del presente.

Su convocatoria es urgente. Su celebración, inaplazable. Tampoco puede ser esgrimida como tesis para retrasar el diálogo la pretendida querella entre las agencias especializadas del sistema y la soberanía de esta Asamblea. Todas las organizaciones de las Naciones Unidas han sido creadas por nuestra decisión soberana; todas poseen un marco jurídico que las regula; y son respetables. La justificación de estos órganos internacionales no se da en la persistencia de desigualdades indeseables, sino en la búsqueda de soluciones racionales a las cuestiones cruciales de nuestro tiempo: el desarme, la seguridad colectiva y el desarrollo.

Señor presidente:

La Organización de las Naciones Unidas y las naciones que la integran están en la encrucijada. No hay otro foro; tenemos el que merecemos. Si no sabemos utilizarlo para salir de la crisis y establecer un orden no sólo más justo sino, sobre todo, más acorde con su tiempo, no habrá otra oportunidad. Las negociaciones globales deben comenzar de inmediato, con seriedad y voluntad de llegar a acuerdos. La paz y seguridad mundiales están hoy más amenazadas que nunca. Debemos salvarlas, cueste lo que cueste. La alternativa es peor que cualquier solución, que cualquier concesión.

No podemos fracasar. Hay lugar al tremendismo. Está en juego no sólo el legado de la civilización, sino la sobrevivencia misma de nuestros hijos, de las futuras generaciones, de la especie humana.

Hagamos posible lo razonable. Recordemos las trágicas condiciones en las que creamos esta organización y las esperanzas en ella depositadas. El lugar es aquí y el tiempo es ahora....

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Extractos de las palabras pronunciadas por José López Portillo el 1 de diciembre de 1998 como comentarista del discurso magistral de Helga Zepp-LaRouche en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadistica en la Ciudad de México

. . . Yo felicito a doña Helga por estas palabras que me impresionaron, especialmente porque, primero, me encerraron en el Apocalipsis, pero después me tendió la escalera para que bajaramos a otra tierra de promisión. Muchas gracias, doña Helga.

Doña Helga, y en esto quiero felicitar a su esposo Lyndon LaRouche. . . Y ahora es necesario que la sabia palabra de Lyndon LaRouche se escuche en el mundo; y ahora es por la voz de su señora esposa, como hemos tenido el privilegio de escuchar.

Qué importante que nos ilustren respecto de lo que está pasando en el mundo, de lo que va a pasar, y de lo que se puede corregir. Qué importante que alguien dedique su tiempo, su generosidad y su entusiasmo a ese propósito.