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La marca de la bestia

poy Lyndon H. LaRouche, Jr.

19 de mayo (EIRNS)—Lyndon H. LaRouche, el precandidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, emitió la siguiente declaración el 11 de mayo a través de su comité de campaña, "LaRouche in 2004", tras destaparse las atrocidades cometidas bajo la política impulsada por el sinarquista vicepresidente estadounidense Dick Cheney y su compinche, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, en las prisiones estadounidenses en Iraq.

Díganle a esos lunáticos que han estado rezando por que venga la batalla del fin del mundo (en la esperanza de que, en recompensa, no tendrán que pagar la renta el mes que viene), que la conducta del Gobierno de Bush en el escándalo de lo de los prisioneros en Iraq le da a cualquier oficial de inteligencia competente claras evidencias probatorias de que esas fotografías son pistas de un crimen cometido por aquellos que, como el notorio gran inquisidor Tomás de Torquemada, llevan "la marca de la bestia". Los que perpetraron el crimen contra los iraquíes cautivos son parte del mismo círculo del vicepresidente Cheney y demás, a quienes denunciamos como nada menos que "hombres-bestia" en el informe de mi comité de campaña sobre las raíces sinarquistas, mismas que los actuales seguidores neoconservadores del profesor Leo Strauss de Chicago comparten con los notorios fascistas de 1922-1945, Benito Mussolini, Adolfo Hitler, Francisco Franco y los de su ralea. Ahí, en la intención expresa de esas tradiciones sinarquistas, al más alto nivel, es que yace la culpabilidad esencial, la criminalidad esencial.

Hoy, la mayoría de las personas piensa como si estuviera corriendo en una gigantesca mesa de billar, rebotando unas con otras conforme la reglas mecánicas de algún universo hobbesiano de pesadilla. Así, pretenden explicar casi cualquier experiencia en términos de "quién le pegó a quién". Para las personas que comparten ese confuso estado mental, el crimen radica, en esencia, en la acción voluntaria del individuo. Una persona sana y educada rechaza ese enfoque de "quién le pegó a quién". La mente desarrollada de un modo competente reconoce que un crimen individual como el que reflejan las fotografía de la prisión estadounidense en Iraq, básicamente no es resultado de la voluntad individual, sino de la influencia del sistema sobre su voluntad. En tales casos, como en el de la notoria Inquisición, o en el caso parecido del actual sistema carcelario de EU en Iraq, la responsabilidad esencial, la criminalidad esencial, viene de aquellos en el Departamento de Defensa responsables del diseño de la pauta de conducta en la guerra continua en Iraq.

Considera unos cuantos aspectos pertinentes.

El bruto Presidente de EU en un momento dado anunció que había ganado la guerra en Iraq. Qué necio fue. ¡Miren que ponerse un uniforme, cual traje de payaso, pararse en un portaaviones, y proclamarse un genio bélico! Hasta ahora la guerra no ha cesado; lo que el pobre incapacitado mental del Presidente confundió por el fin de la guerra, era el inicio de su larga fase más mortal en tanto guerra asimétrica clásica en la tradición de la fase posterior a MacArthur de la guerra de Corea, de nuevo en Indochina, y así sucesivamente. El Presidente lanzó la guerra, no pudo terminarla con éxito, y luego le echó la culpa a la nación que atacó (bajo pretextos fraudulentos de los compinches de su vicepresidente) por no ceñirse a lo que creyó eran sus poderes omnipotentes de declarar ganada la guerra cuando se le diera la gana.

El bruto Presidente complicó su necedad poniendo al mando a Paul Bremer, una entidad conocida. Bremer usurpó las funciones de Saddam Hussein, violó todo principio vigente de una fuerza militar de ocupación estadounidense, y repitió, hasta la fecha, cada suerte de acción de Saddam Hussein de la que hasta sus oponentes en Iraq lo acusaron.

Bajo el régimen de Bremer se torturó a iraquíes para sacarles información dizque sobre las "armas de gran poder destructivo", las cuales casi con certeza nunca existieron.

Son las sombras de la Inquisición contra los cátaros: "¡Mátenlos a todos, y que Dios los castigue!"

Que el Presidente llame a los cómplices de Cheney y Rumsfeld a su oficina para liberarse de la culpabilidad permanente del delito en marcha. Que el Presidente les diga: "Encontré al enemigo en Iraq, y somos nosotros". Y puede que agrege, señalando a su presidente del vicio: "¡Dick, sácate ese maldito tapete del hocico!"


El alto mando conocía perfectamente y aprobaba las técnicas de tortura
Los hombres-bestia Cheney y Rumsfeld son culpables de las torturas en Iraq


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