Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

"Pese a lo que digas, lo vamos a hacer. Sucederá, porque ese es el único resultado congruente con nuestras fantasías"
Scalia y el propósito de la ley

por Lyndon H. LaRouche
15 de diciembre de 2000

Un elemento de fraude constitucional crucial, sistémico y mortal, permea e impregna los fallos más notables emitidos por el magistrado de la Corte Suprema de Estados Unidos, Antonin Scalia, en lo que se refiere a la justicia penal y a cuestiones políticas y económicas. Por razones que identificaré aquí, el seguir aplicando la doctrina declarada de "textualismo" de Scalia,[1] bajo las actuales condiciones de la profunda crisis financiera que arremete, llevaría a gran velocidad o a una dictadura fascista de suyo condenada, o al rápido descenso de la sociedad de forma directa al caos.

Si el dogma de Scalia sigue definiendo la opinión mayoritaria de la Corte Suprema de Estados Unidos, podría darse el descenso anticipado hacia el caos simplemente como resultado de una incapacidad política específica del gobierno entrante: su incapacidad para aglutinar el respaldo político necesario para cualquiera de las medidas legislativas y de otra índole, por medio de las cuales podría salvarse nuestra nación de la amenaza de caos financiero y económico que se nos viene encima a un paso acelerado. No podría tomarse ninguna medida eficaz para abordar la presente crisis, sin anular de inmediato casi todos los principios que Scalia ha llegado a representar en la actualidad en esa Corte.

Durante los últimos treinta y cuatro años, desde el inicio de la racista "estrategia sureña" de Nixon en 1966, ha habido una tendencia acelerada hacia la irracionalidad rabiosa en la vida política estadounidense. Bajo esa influencia, el rumbo de la práctica política, la tendencia, ha sido la de rehusarse a percibir cualquier realidad que pudiere advertirle a uno en contra de hacer cualquier cosa que haya decidido hacer, más o menos de forma arbitraria. La consigna que expresa más a menudo esa visión lunática, es el estribillo que decían los universitarios que se oponían al servicio militar a mediados y finales de los 1960: "¡Yo no me meto en eso!"

Cada vez con mayor fanatismo, las principales facciones de la vida política estadounidense han dependido de imágenes sacadas de cuentos de hadas que falsean la realidad, pero que sirven para tranquilizar tanto a los descarriados que sientan las pautas como a la engañada opinión pública. Las víctimas de dichas fantasías entonces hacen caso omiso de la realidad, y proceden con inspirada confianza en las anhelosas imágenes fantasiosas del resultado de su imprevisión. Ese es el caso notable de la generación del 68, que ahora ocupa las posiciones ejecutivas importantes en la vida pública y privada. "Yo no me meto en eso", dice, haciendo caso omiso al letrero que le advierte que el puente que pretende cruzar a toda velocidad, se lo llevó la corriente.

Podría resumirse la reciente tendencia así: "Pese a lo que digas, lo vamos a hacer. Sucederá, porque ese es el único resultado congruente con nuestras fantasías". Tales fueron las ilusiones de la "nueva economía" y del "aterrizaje suave", difundidas durante los cruciales diez meses de la reciente campaña de las elecciones presidenciales. Tales son, al menos hasta el momento, las atolondradas inclinaciones de lo que razonablemente se nos asegura que será el nuevo gobierno de Bush. En tiempos pasados, más juiciosos, era frecuente decir que, es probable que la espiga se quiebre, porque no se dobla ante las fuerzas de la realidad; se mantiene firme, orgullosa y terca, diciendo "¡yo no me meto en eso", hasta que sopla el próximo ventarrón, con el que cae, para siempre, en silencio. Así, el lóbrego viento sopla con suavidad sobre el campo arrasado, sobre el cual posó antes el candidato Gore.

El mismo estado mental alucinado caracteriza la tendencia de la actual mayoría de la Corte Suprema de Estados Unidos. "La Tierra se mantendrá inmóvil porque nosotros le ordenamos que lo haga", describe de forma correcta el aroma de esas regiones del Olimpo. Esa ha sido siempre, hasta la fecha, el carácter fatalmente trágico del Zeus de Esquilo.

La cuestión política práctica del derecho, como de otras medidas del estadismo, viene a ser entonces: ¿por qué métodos han de prevenirse las consecuencias deplorables de los dogmas de Scalia?

En general coincido, en lo que cabe, con los principales planteamientos contra el método de Scalia presentados por los magistrados disidentes ante la reciente posición mayoritaria de la Corte.[2] Sin embargo, los defensores de nuestra república no podrían conjurar de manera eficaz el peligro que representa para nuestra república el razonamiento de Scalia en este momento, sin ir más a fondo de la cuestión de lo que lo hicieron los magistrados disidentes, en relación al ciertamente atropellado fallo sumario de la Corte en el asunto de las elecciones en Florida.[3] El papel indispensable que ha de desempeñar la adición de mis razonamientos específicos sobre esos temas, quedará claro en el transcurso de estas páginas.

En cuentas resumidas, el quid del asunto es el siguiente.

Dadas las implicaciones de la grave crisis financiera que enfrenta Estados Unidos hoy en día, el hecho fundamental de la mayor importancia respecto a las doctrinas de derecho de Scalia, es que su perspectiva política y jurídica es idéntica, en todos los aspectos fundamentales comparables, a los dogmas jurídicos empleados para llevar a Adolfo Hitler al poder en un período de grave crisis financiera en Alemania, más o menos parecido al actual. En términos específicos, Scalia expresa los mismos dogmas explícitamente románticos de la "revolución conservadora" fascistoide de G.W.F. Hegel, Friedrich Nietszche, etcétera. ,[4] la que Scalia ha imitado al ceñirse al modelo precedente del llamado "Kronjurist" de la Alemania nazi, Carl Schmitt. Ese es el mismo Schmitt que fue el arquitecto jurídico de las doctrinas que crearon los poderes dictatoriales dados, con "irrevocabilidad", al régimen nazi de Adolfo Hitler.[5]

En esta coyuntura, no debe evadirse la importancia de ese aspecto de la personalidad de Scalia, y mi advertencia no debe considerarse en modo alguno exagerada. Incluso tomando en cuenta las diferencias secundarias entre la escuela empirista radical británica a la que se adhiere Scalia, y las formas europeas continentales del romanticismo filosófico de Schmitt y sus predecesores, la forma de filosofía jurídica nominalista radical de Scalia es, de manera implícita, tan plenamente malvada en sus efectos inherentes, y comparte todos los aspectos decisivos que constituyeron las peores implicaciones del modo en que las doctrinas de Schmitt fueron empleadas para conferirle poderes dictatoriales (Notverordnung) a Adolfo Hitler. En efecto, desde el punto de vista de la filosofía del derecho en general, la doctrina de Scalia es intrínsecamente hasta más repugnante que la de Schmitt.

Incluso, desde la óptica del específicamente británico dogma empirista radical del "textualismo" de Scalia, ya es claro que, bajo las relativamente más graves condiciones de crisis bancaria internacional, tal como las de 1932–1933, y la crisis peor de hoy, la aplicación de las doctrinas jurídicas de un Schmitt o de un Scalia han de tender a resultar, igualmente, en la pronta imposición de la forma moderna más espantosa de dictadura, tan feroz como la de Hitler, en Estados Unidos mismo, o, como ya he dicho, en la alternativa más probable, el intento de aplicar la doctrina de Scalia u otra similar llevaría a la simple desintegración de Estados Unidos en tanto nación, una desintegración como la del Ozymandias de Shelley.

Para mayor claridad, sintetizo el punto que acabo de señalar del modo siguiente. Sería inevitable que, si las doctrinas que expresa Scalia siguieren prevaleciendo en los niveles más altos del gobierno estadounidense, bajo las condiciones de crisis que ahora enfrenta Estados Unidos y el mundo en general, el resultado tendría que ser, o una forma de dictadura en Estados Unidos tan mala y probablemente peor que la de Alemania bajo la dictadura de Hitler, o, en caso de que dicha dictadura fracase, como es probable, la peor era de tinieblas en la memoria reciente de nuestro planeta. No estoy prediciendo un Harmagedón; soy Jonás pregonándole una advertencia a la Nínive de Estados Unidos, advirtiendo de la alternativa que tenemos ante todos nosotros.[6] A no ser que se resista de manera eficaz la influencia de Scalia, esa desconsoladora perspectiva sería prácticamente inevitable en el futuro próximo.

Tomando en cuenta eso, la amenaza a nuestra Constitución, la amenaza que representa la filosofía de Scalia hoy día, no debe tratarse con los epítetos de cantina o del manifestante callejero, típicos del agitador populista. Podemos derrotar la amenaza que representa el dogma de Scalia, sólo si entendemos sus mecanismos más profundamente enraizados.

Tenemos que reconocer en Scalia, no sólo la obvia cualidad de perversión mefistofélica en la manifestación pública de su propósito, sino también el impacto de su doctrina populista radical en las mentes y voluntades sugestionables de una gran parte de nuestra población.[7] Por lo tanto, frente a su filosofía prácticamente satánica, expresiones de furia como las simples consignas populistas y los puños airados sólo tenderán a agravar la situación. Como debiera advertírnoslo la historia de desarrollos parecidos en el pasado, una influencia como la suya tiene que destruirse con las armas de la razón blindada con su apropiada firmeza, no con esas fuerzas de la furia ciega que sólo le harían el juego.

Visto desde la óptica de la lógica formal, la sofistería de Scalia ha de reconocerse, en cuanto a su forma, como un fraude del mismo tipo específicamente británico que sustentan los dogmas empiristas del veneciano Paolo Sarpi y su lacayo Galileo Galilei, los mismos dogmas continuados por el malvado consumado Bertrand Russell, etcétera, en los que se basan las enseñanzas de las patéticas, pero por desgracia populares variedades modernas de física matemática de torre de marfil, aún hoy en día. Para comprender a Scalia, quizá mejor de lo que se comprende a sí mismo, uno tiene que desenterrar el supuesto axiomático subyacente, que él no identifica explícitamente, pero del cual dependen absolutamente todos los rasgos patológicos propios a su pensamiento expreso.

Más adelante en este informe, examinaré los aspectos formales, epistemológicos, del método de Scalia. Empero, antes de examinar dichas formalidades, tenemos que examinar más a fondo los antecedentes históricos modernos del tipo de patología política específica que representa.

Por lo tanto, procederé a señalar de manera resumida las raíces históricas de la doctrina nominalista radical del derecho de Scalia, y luego de eso, examinaremos los fundamentos epistemológicos más de fondo de su visión patológica del mundo. Véanlo siempre como una parodia moderna del personaje Trasímaco, el tipo de individuo que presenta Platón en las páginas de la República.

1.  El nazismo y la escuela romántica

Primero, debemos enfocarnos en los orígenes históricos del método de Scalia. Tenemos que reconocer en él, las cualidades de esa escuela romántica moderna del derecho que surgió de las acciones sucesivas del Terror jacobino de 1789–1794 en Francia, y del heredero legítimo de ese Terror, el reinado de ese césar moderno, el primer dictador fascista moderno, Napoleón Bonaparte. Para el caso del propio Scalia, fijamos nuestra atención en la versión británica contemporánea de esa escuela romántica. Hay ciertas diferencias entre estas escuelas, la británica y la continental, pero el efecto general probable, el fascismo, es predominantemente el mismo.

Fue por el impacto de esos acontecimientos políticos de 1789–1794, que el romanticismo de la teoría del Estado de Emanuel Kant y de G.W.F. Hegel, vino a ser la base de la filosofía del derecho adoptada por ideólogos fascistas tales como Friedrich Karl Savigny, el romántico neokantiano y principal cómplice de Hegel en los años posteriores al Congreso de Viena. Es esta influencia conjunta de Kant y Hegel lo que se expresa como la doctrina romántica del derecho transmitida de Savigny a Carl Schmitt. Fue a partir de esta escuela romántica, ubicada así en la historia, que se engendraron los movimientos y regímenes fascistas modernos de los siglos 19 y 20.

Por ejemplo, una de las formas más aptas para identificar a un movimiento fascista activo o incipiente que acecha bajo el lecho de Estados Unidos de América, o de Europa Occidental, aún hoy, es buscando entre los canales de influencia en materia del derecho, vinculados a los nombres de Savigny y de Schmitt. Hoy día, ha de añadirse a la lista de los sospechosos habituales el nombre de Antonin Scalia.

Es en la escuela del romanticismo específicamente inglesa, esa de Paolo Sarpi de Venecia, y de Tomás Hobbes y John Locke, que yace el potencial para que surja algo específico al idioma inglés como la antigua Confederación o la actual amenaza de fascismo americano. Scalia, con su rabioso hincapié en la noción de los "valores del accionista", ejemplifica la versión angloparlante del tipo de filosofía jurídica en la tradición de Locke, que tiende a fomentar un golpe de Estado fascista, como el golpe de Estado legal de Hitler, bajo la clase de condiciones de crisis que está por estallar en Estados Unidos hoy día.

Nosotros en Estados Unidos hoy, probablemente perderíamos la batalla por la libertad, como le pasó a los alemanes bajo Hitler, a menos que le hagamos caso a la advertencia que ofrecen las lecciones inestimables del papel que desempeñó Carl Schmitt en llevar al poder en Alemania a la dictadura de Hitler. En lugar de depender únicamente de los obvios puntos de semejanza de los planteamientos textuales de Scalia y Schmitt, debemos observar las características funcionales expresadas en los orígenes históricos de la variedad específica de maldad que representa Scalia para nuestros tiempos. Debemos entender el fenómeno de Scalia en su marco histórico, en vez de limitar nuestra atención a los aspectos meramente idiosincráticos de esa clase de perversidad pura que gobierna el comportamiento que le hemos visto en el tribunal, hasta ahora.

En términos históricos, es científicamente preciso, sin la menor exageración, y también imperativo, clasificar a Scalia como fascista en su ideología. No puede evadirse semejante lenguaje dadas las implicaciones prácticas del caso para las condiciones actuales de crisis mundial. Sería fraudulento tratar de negar esa especificidad de su cosmovisión filosófica. No uso el término "fascismo" con temeridad; quiero decir, fascismo, en tanto se define estrictamente para los fines del derecho como la variedad más extrema de esas formas modernas posfeudales de imitación de los rasgos axiomáticos de la herencia romántica de la antigua Roma pagana.

Típica de esa herencia moderna, como ya lo he señalado antes, es la metamorfosis, ininterrumpida en lo funcional, del Terror jacobino de 1789–1794, fase gusana del fascismo, hasta la posterior dictadura de Napoleón Bonaparte, su fase de depredador reptante. Ese es también el fascismo de la Santa Alianza del príncipe Metternich y de los Decretos de Carlsbad patrocinados por Metternich. Esa es la teoría fascista de la revolución conservadora, como la plantea G.W.F. Hegel en su defensa de su propio concepto de la teoría del Estado prusiano posterior al Congreso de Viena. El emperador Napoleón Bonaparte, ubicado así históricamente, es el modelo del cual se derivan como imitaciones concientes los fascistas del siglo 20 como Benito Mussolini y Adolfo Hitler.

El magistrado Antonin "primero el veredicto, el juicio quizá después" Scalia, es tal suerte de ideólogo fascista.[8]

Esto no se limita a lo que muchos considerarían como las variedades "derechistas" de fascismo. El argumento de Hegel, copiado por su compinche F.K. von Savigny, y por Carl Schmitt después de Savigny, es el modelo de esa doctrina de la Revolución Conservadora, de la cual, tanto el filósofo nazi de la Universidad de Friburgo, Martin Heidegger, como sus compinches izquierdistas de la Escuela de Francfort tales como Theodor Adorno, Walter Benjamin y Hannah Arendt, derivaron sus respectivas versiones de fascismo, como también se refleja en los dogmas y los dramas izquierdistas de un Bertolt Brecht.

En otras palabras, el fascismo, término que apunta explícitamente al antiguo símbolo de la legión romana, significa una forma moderna de dictadura política derivada, como la dictadura imperial de Napoleón Bonaparte, a partir del modelo de las costumbres y el derecho de la antigua Roma pagana. Este modelo ha de reconocerse, como en los casos de Tiberio, Nerón, Diocleciano y demás (como lo mostraré en la sección siguiente de este informe), se opone mortalmente a la concepción cristiana de la naturaleza del hombre y al modelo cristiano de sociedad plasmadas tanto en la Declaración de Independencia como en la Constitución de Estados Unidos de América. Se encuentra en oposición mortal a un Estados Unidos que toma el legado de la Grecia clásica de Solón y Platón como su punto de partida de referencia histórica.

Esa oposición entre esos dos modelos define el único uso culto de los términos "romántico" y "clásico" en todas las aplicaciones históricamente veraces y significativas hoy en día.[9] Ahí radica precisamente el significado práctico, en su definición histórica, del término escuela romántica del derecho, en cuanto a cómo se aplica el mismo, de común a Hegel, Savigny, Schmitt y a Scalia.

El nacimiento del fascismo ha de reconocerse también como la forma de dictadura romántica que apareció en Europa como respuesta a la amenaza específica que se percibía que el republicanismo insurgente representaba para el viejo orden feudalista. Salvo tales casos notables como el del gran reformador austriaco, el emperador José II, esa era la visión rabiosa que tenía la oligarquía europea de la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Esa era la visión, como lo recalca Henry Kissinger, de la dinastía habsburga de Austria y de la península Ibérica. Ese odio enfurecido oligárquico contra el tipo de republicanismo implícito en nuestra Declaración de Independencia y Constitución, es lo que siempre ha definido que la existencia histórica misma de Estados Unidos de América represente un objeto odioso, una visión detestable expresada desde los mismos comienzos de nuestra república.

A los ojos de la monarquía británica y de los cancilleres austriacos como Von Kaunitz y Metternich, y también de Henry A. Kissinger,[10] la amenaza percibida contra la cual su facción oligarca reacciona, aún hoy en día, es la amenaza que se puso en marcha con el resultado victorioso de la lucha de 1776–1783 de Estados Unidos contra el malvado sistema que representaba la monarquía británica de la época de lord Shelburne; con la aparición del presidente Abraham Lincoln, el viejo odio de la oligarquía a la "tradición intelectual americana" llega al proverbial "ardor blanco" expresado en el legado del Ku Klux Klan.

La primera aparición de la forma específica de fascismo que llevó a los regímenes de Mussolini y Hitler, occurrió con el esfuerzo dirigido desde Londres por el a veces primer ministro británico lord Shelburne, y su lacayo principal, Jeremías Bentham del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña, para impedir la instrumentación de las reformas constitucionales de la monarquía francesa a favor de Estados Unidos, que intentó realizar el marqués de Lafayette durante el período del juramento de la cancha de pelota en junio de 1789.[11]

El Terror jacobino de la Revolución Francesa fue organizado y dirigido por la cancillería de Londres en contra de la influencia del marqués de Lafayette y demás. Esto se hizo a través de tales agentes de los británicos lord Shelburne y Jeremías Bentham, como Jacques Necker, el duque de Orléans, Danton, Marat, etc. Esto fecha el nacimiento del fascismo, retrospectivamente, desde la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, mediante una acción conjunta de los agentes británicos Orléans y Necker, en contra de las reformas constitucionales adoptadas por los círculos de Lafayette. El Terror jacobino de 1789–1794, lanzado contra la Bastilla ese día, fue la primera expresión dizque "izquierdista" (gusana) de la forma política conocida desde entonces (en su forma depredadora reptante) por términos tales como bonapartismo y fascismo.[12]

El ex presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Newt(on) Gingrich, declaró claramente su acuerdo consciente con esa visión específicamente fascista del Terror jacobino de 1789–1794. Gingrich lo hizo de forma muy vigorosa, y con un intento sorpendente de lograr precisión histórica, en una célebre reunión que tuvo lugar en Georgia el 20 de enero de 1995.[13] Regresaremos a ese tópico en su debido momento, en breve.

Hegel, Schmitt y Hitler

El depredador reptante Napoleón Bonaparte, en principio un pichón protegido de los hermanos Robespierre (típico de los gusanos de ese nido francés), surgió como resultado congruente del Terror jacobino. Esa es la metamorfosis a través de la cual el izquierdista jacobino se convierte en un gusano vuelto conservador. El gusano vuelto conservador G.W.F. Hegel, veía las cosas precisamente así; igual Carl Schmitt, el notorio seguidor de la escuela hegeliana de la historia del siglo 20.

Ahora, para resumir y profundizar en los aspectos históricos que hemos considerado hasta aquí.

La doctrina moderna del fascismo, como se expresa en el papel desempeñado por Carl Schmitt para llevar al poder a la dictadura de Hitler bajo la Notverordnung del 28 de febrero de 1933, es una expresión congruente de una doctrina, basada en el modelo de Napoleón Bonaparte, divulgada por el filósofo oficial del Estado prusiano, y alguna vez fanático de Bonaparte, G.W.F. Hegel, como la teoría metternicheana del Estado prusiano.[14]

Ese modelo de transición de las tácticas de la turba jacobina gusana, a la forma de depredador reptante del Estado conservador totalitario, de lo cual es representativo el régimen cesarista de Napoleón, es la característica común de la doctrina de la llamada "revolucion conservadora", tanto en la época de Hitler, como hoy en día. Hegel y Savigny fueron de los primeros en definir esa "revolución conservadora", y Schmitt y Scalia son, como Newt Gingrich, expresiones de ese mismo odio reaccionario romántico a los principios de la Declaración de Independencia de Estados Unidos y del preámbulo de nuestra Constitución.

Específicamente, la doctrina romántica del derecho de Carl Schmitt es una copia directa de la teoría del Estado proclamada en el argumento de Hegel a favor de lo que llegó a conocerse como la madre de todos los movimientos fascistas del siglo 20, la llamada "revolución conservadora", que más tarde produjo los instrumentos populares de la dictadura de Hitler.[15] Tanto Savigny como Schmitt, y la mayoría de los apóstoles europeos continentales de la revolución conservadora, aún hoy derivan la autoridad filosófica de sus opiniones sobre la historia, ora del empirismo inglés de los siglos 17 y 18, o, en el continente de Europa, del ataque de Emanuel Kant (ex empirista británico y romanticista), contra la obra de Godofredo Leibniz, y contra los seguidores de Leibniz y J.S. Bach, como los clasicistas Abraham Kästner, Gotthold Lessing y Moisés Mendelssohn.

Me refiero, como lo hizo Heinrich Heine,[16] y como advirtió Federico Schiller antes de Heine, a la famosa serie de Críticas de Kant, esos escritos virulentamente irracionalistas de Kant,[17] a los cuales todas las formas principales del romanticismo europeo continental del siglo 19, incluyendo la de Savingy, le deben tanto.[18]

La esencia del argumento de esta doctrina romántica, es que una fuerza irracional, arbitraria, "La Revolución", tal como el Weltgeist de Hegel, una fuerza poderosa e irresistible, más allá de las facultades de comprensión racional humana, causa la creación de una nueva forma de Estado de acuerdo con su deseo arbitrario. Esto se logra movilizando una turba, a imagen de la vox pópuli de la Roma pagana, para instalar a un nuevo césar conforme a sus gustos.

Ese es el meollo de la teoría hegeliana de la revolución conservadora, del Estado, y del origen del derecho a partir de la autoridad y el interés del Estado conservador revolucionario como lo argumenta explícitamente Schmitt, y como se repite en boca de Scalia y de Gingrich. El concepto romántico de la metamorfosis del mal, desde su estado de gusano en el Terror jacobino, hasta su forma conservadora adulta depredadora como el emperador Napoleón Bonaparte, es la esencia de la llamada "revolución conservadora" de la que surgió originalmente el fascismo, como reacción en contra del establecimiento de nuestros Estados Unidos de América en tanto república. La singularidad histórica de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, es el objeto de aborrecimiento al cual los fascistas modernos, desde entonces, como los Habsburgo de Metternich, han criticado en sus diatribas contra lo que a veces se refieren, echando humo, como "la excepción americana".

Esa es la naturaleza, y la meta establecida, de lo que Gingrich propuso como su "revolución" en los actos que tuvieron lugar en Atlanta en enero de 1995. Eso es lo que Gingrich y demás hicieron al intentar tumbar al gobierno con sus tácticas canallas. Eso es lo que está intentando hacer la facción derechista radical del Partido Republicano en la actualidad.

Así fue la fase Sturmabteilung del movimiento de Hitler previa al verano de 1934. La creación del nuevo Estado por medio de estas acciones callejeras de la turba abusadora, luego asume su pretendida forma cesarista, bajo un césar que asume más o menos la autoridad absoluta, arbitraria, de un Pontifex Maximus romano, como hizo el emperador Napoleón Bonaparte, como parodia del depravado "rey Sol", Luis XIV, antes de él.[19] Entonces aparece el Estado conservador con toda su fuerza irracional, como la dictadura conservadora admirada por Hegel, Savigny, Schmitt, e imitada en el planteamiento de Scalia a favor de una doctrina de "irrevocabilidad". La visión fascista, como la de Schmitt, alega que la revolución hace al Estado, y que el Estado crea el derecho de acuerdo con la imagen que adopta el propio Estado.

Para recalcar esta cuestión importante: esta corriente de la filosofía de la historia de la jurisprudencia es conocida como "la escuela romántica del derecho", de la cual Kant, Hegel, Savigny y Schmitt se cuentan entre las figuras alemanas más relevantes. El culto al "textualismo" del magistrado Antonin Scalia, es una especie de derivado especial angloparlante del mismo dogma fascista al que también se llega a través de las variedades continentales de románticos como Hegel, Savigny, Schmitt, etc.

Para resumir lo que se ha dicho hasta ahora sobre este tema: entre los principales defensores ideológicos del fascismo en este siglo, la forma del dogma fascista que lleva hacia regímenes como el de Hitler, generalmente autoidentifica los movimientos fascistas basados en el romanticismo de Kant, Hegel, Savigny, Schmitt, etc., con el término en clave "revolución conservadora". Los términos "escuela romántica del derecho" y "revolución conservadora", son esencialmente términos intercambiables. El primero significa la doctrina del derecho congruente con la "revolución conservadora" profascista, en tanto que el segundo define los movimientos filosófico políticos congruentes con la escuela romántica del derecho.

Scalia y la escuela brutánica del derecho

Como he recalcado de forma reiterada a lo largo de este escrito, hay una diferencia cualitativa específica entre los románticos continentales como Kant, Hegel, Savigny, Schmitt y el juez nazi Roland Freisler por un lado, y Scalia por el otro. Scalia, ciñéndose a esa Doctrina Thornburgh reprobada por el experto en derecho internacional, el profesor Freidrich A. Freiherr von der Heydte, representa la corriente angloparlante del fascismo que se deriva de una raíz más virulenta que el romanticismo continental. Esa raíz es el empirismo inglés del ideólogo en jefe, de cuya obra se derivan tanto la Confederación como la "estrategia sureña" de Nixon: las nociones de los valores del esclavista y del accionista, que se remontan a la influencia del inglés John Locke sobre las que con frecuencia son corrientes francamente traidoras al interior de la vida pública estadounidense.[20]

En otras palabras, Scalia difiere filosóficamente de los fascistas europeos continentales sólo en una cosa, y es que él representa una variedad ideológica empirista radical británica, misma que, como argumentó von der Heydte en 1989, hace de la variedad de fascismo implícita en Locke, hasta peor en cuanto a su potencial, de lo que han sido los movimientos fascistas europeos continentales. Los seguidores modernos de Locke son más radicales que los fascistas continentales, en cuanto a que aquellos se habían despojado de todo respeto, hasta por las apariencias de las costumbres. Esta cualidad que llega casi a la maldad extrema, ha de reconocerse en el énfasis empirista radical en extremo que Scalia pone sobre el texto.

La importancia de la intervención de Scalia en las elecciones presidenciales, en días recientes, se entiende mejor si pasamos revista a la conferencia de marras de enero de 1995, sobre cómo realizar una revolución conservadora, que organizara el entonces flamante presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Newt(on) Gingrich. Gingrich actuaba de manera congruente con su papel anterior, de militante activo de fines de los setenta, en el movimiento de la "Tercera Ola" del posterior vicepresidente Al Gore y el cuestionable Alvin Toffler. El desempeño de Gingrich en esa ocasión de 1995, consistió en una mezcolanza retórica de las tonadas de los terroristas del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, Danton y Marat. Comparó sus esfuerzos de destruir la actual forma constitucional de gobierno estadounidense, tomando a la Revolución Francesa como su precedente.

La noción de Gingrich de una revolución populista como el martillazo para crear las condiciones para establecer el pretendido Estado "conservador", es puro fascismo en movimiento. De esa forma, hizo suya la doctrina que es la pieza central de la escuela romántica del derecho, y el concepto de la "revolución conservadora". Así, se reveló en esa ocasión y lo que siguió, no sólo como un partidario del ejemplo del Terror jacobino francés, sino de emplear esa táctica como el método de un terrorista para realizar el tipo de "revolución conservadora" cuyo significado, en palabra llana, es fascismo.

En cuanto a que si Gingrich es un racista por inclinación o no, al presente no cuento con indicios concluyentes. Sin embargo, el movimiento que representa, la estrategia sureña de Richard Nixon y demás, es explícitamente racista (a excepción de uno o dos tíos Tom). Más al grano, su razón de ser es racista. Sin embargo, la cuestión de si Gingrich lleva o no el fardo de sentimientos racistas contra los llamados afroamericanos, no es lo decisivo aquí. Lo fundamental es la concepción de la naturaleza del hombre en general que tiene Gingrich. Él ha dejado bien claro, sin lugar a dudas, que su concepción del hombre es la concepción fascista; cuando un hombre desciende a esas profundidades, no vale la pena debatir si es racista como tal.

De allí que, esos fanáticos de la estrategia sureña como el representante DeLay (republicano de Texas) y el senador estadounidense Trent Lott (republicano de Missisipi), representan, según la doctrina de Gingrich de 1995, a los Robespierre, los Felipe Egalité, los Necker, los Danton, Marat, y los Saint Just del escenario político estadounidense de 1966 a 2000. Al presente, irónica, pero no accidentalmente, estos, en su capacidad de "maximalistas" de la revolución de Gingrich, representan más o menos la misma amenaza política para los esfuerzos del presunto presidente George W. Bush de formar un gobierno estadounidense estable, como lo fueron para el presidente Clinton. Son la turba jacobina, esperando quizá la consumación de su utilidad en las llamas del Moloc de un nuevo bonapartismo, como la carne de cañón política desechable a emplearse en la creación del tipo de Estado fascista que requiere la doctrina implícita de cesarismo de Scalia.

La teoría de Hegel sobre el Estado prusiano concuerda en todo con esta visión de las nociones del derecho que sustentan los dogmas de Savigny y Schmitt, y también de la mentada "revolución conservadora" y los movimientos fascistas en general. Scalia está de acuerdo con esas nociones románticas del derecho. Una vez situemos el movimiento que sirve de premisa a la actual mayoría de la Corte Suprema de Estados Unidos, el movimiento lanzado como la "estrategia sureña" de la campaña electoral de Richard Nixon en 1968, comienza a hacerse claro el actual peligro transparente de la forma de fascismo tácito en el razonamiento de Scalia.

En este punto, tenemos que interrumpir esa línea de razonamiento histórico, para enfocarnos, como prometimos anteriormente, sobre los principios que sustentan cualquier noción racional del derecho. Luego de eso, volveremos al lado histórico de la cuestión, cuando examinemos de nuevo las más importantes de las cuestiones que abordamos arriba desde la perspectiva de un concepto sistémico de los principios del derecho que rigen la conducta apropiada del arte de gobernar.

2.  ¿Qué debe significar la 'ley'?

En el caso de las versiones de la física matemática moderna sacadas de la torre de marfil, ciertas definiciones, axiomas y postulados supuestos respecto al espacio, el tiempo, la materia y demás, están tomados del aire, por así decirlo. No sé dar ninguna prueba verdadera ni supuesta, para ninguno de estos dogmas axiomáticos. Lo tradicional es que al iluso del aula más bien le enseñen que la verdad de tales creencias es "de suyo evidente". En realidad, en términos científicos, ninguna de esas supuestas definiciones, axiomas y postulados "de suyo evidentes", son verdaderos.[21] No obstante, tonto tras tonto, va al pizarrón real o figurado, insistiendo que él o ella puede mostrar que casi todo es capaz de probarse con una física matemática basada en esos suspuestos fraudulentos, llamados "euclidianos", aun cuando lo que se alega como probado es, en realidad, falso de manera demostrable.

Lo que está en juego en el caso de tales aberraciones cuasi euclidianas de torre de marfil, es la pretendida sustitución de los principios universales del derecho por los axiomas de torre de marfil. En ese caso, el acento está en esas leyes que de otra forma son conocidas como descubrimientos de principios físicos universales validados de manera experimental. Sin embargo, contrario al compinche de Hegel, Savigny, y a Carl Schmitt, los principios del derecho en su totalidad, incluyendo el derecho constitucional de Estados Unidos de América, tienen el mismo origen y naturaleza que la ley física universal.[22] El nombre común para el uso del término "ley", ya sea en el caso de la ciencia, o el arte y el estadismo, es ley natural. Es desde la perspectiva de esa noción de ley natural, que ha de entenderse a cabalidad el problema del fascismo, como lo plantea una vez más el caso de Scalia.

Poniendo atención por un momento en la situación del pizarrón del aula, fue una popularidad parecida de la fe en la certeza sensorial de la "torre de marfil" entre sus ilusos populistas, lo que llevó al éxito legendario del notorio farsante P.T. Barnum, famoso por el circo moderno. Ese es el método popular del espectáculo de carnaval, de las que hechan la suerte, de John Locke, David Hume, del Dr. François Quesnay, de Bernard Mandeville, Adam Smith, Bertrand Russell, Norbert Wiener, John von Neumann y otros devotos de auspicios exóticos. Ese es también el método nominalista radical del "textómano" jurado y magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Antonin Scalia. Observen la proverbial manga del magistrado Scalia, cuando alega que no tiene más que texto en las manos. Como demostraré en la exposición que concluirá el informe, en el caso de Scalia debemos sustituir el término "manga" por el de "mano invisible".

Esto lleva al lector, una vez más, a un territorio que quizá él, o ella, ya haya explorado conmigo, en una cantidad sustancial de obras mías publicadas anteriormente.[23] Pese al riesgo y la carga que implica semejante repetición, ciertas verdades tienen que reiterarse una y otra vez, en especial estos días, hasta que lleguen a ser del común conocimiento, como lo requiere el interés más vital de nuestra nación. En ese sentido, procedo ahora como sigue.

A partir de este punto, aunque pudiera requerirse alguna referencia a la historia anterior, nuestra materia debe definirse como la ciencia y el derecho desde la perspectiva de la historia de la civilización europea moderna extendida al orbe. Debe mantenerse esta norma, ya que los cambios revolucionarios en las instituciones, introducidos por el Renacimiento del siglo 15, han cambiado todo a tal grado, que ninguna materia de la historia moderna puede definirse de forma competente en el contexto de la historia previa a eso. Algunos profesionales reconocerán el planteamiento que hago aquí, como el principio de la especificidad histórica, una noción a la cual le he dado lo que con justicia podría describirse como una forma "riemanniana", en el sentido de multiplicidades riemannianas.[24]

La especificidad histórica nos lleva mucho más allá del reconocimiento de que ese Renacimiento introdujo algunos cambios importantes; todo cambió con ese Renacimiento. Los cambios axiomáticos introducidos allí y entonces, han tenido tal impacto en todas las partes del mundo que han alcanzado, que la noción misma de sociedad, de la sociedad en tanto especie, sufrió un cambio revolucionario, semejante al cambio de una especie inferior a una superior. Sería preferible decir, un cambio a una multiplicidad de orden cualitativamente superior.

Aunque debemos tomar en cuenta los desarrollos previos de un proceso que lleva hacia ese cambio revolucionario, sería pura incompetencia considerar los nuevos rasgos de la cultura europea moderna como simples añadidos a la antigua cultura; tienen que comprenderse como transformaciones de todo lo que había sido verdadero antes. La existencia misma de la noción de la forma moderna del Estado nacional republicano, y el papel relacionado del progreso científico, cambió todo. El cambio es comparable a que los mamíferos placentarios suplantaran los marsupiales.

Así que, por ejemplo, la idea de las leyes de las naciones, atribuíbles a la sociedad anterior a ese siglo, y el fundamento de los principios del derecho por el efecto de la existencia de la forma moderna del Estado nacional soberano, son sistémicamente diferentes. Nada demuestra esa diferencia cualitativa de manera más simple y general, que el hecho de que, pese a los encuentros de tipo meramente académico con referencias exageradas a Aristóteles, la idea misma de la economía política moderna no existía, ni en teoría ni en la práctica, sino hasta que surtió efecto el establecimiento de la idea del Estado nacional soberano moderno en ese siglo, y los inmediatamente siguientes.

Representativa de la definición bien informada del derecho, de la cual han dependido todos los desarrollos exitosos de esa civilización europea moderna, ahora extendida al mundo, especialmente a partir del revolucionario Renacimiento de Europa en el siglo 15, es la lectura cristiana —como lo representa el evangelio de san Juan y las epístolas de san Pablo— de cuatro escritos fundamentales de Platón, La República, Timeo, Critias, y Las Leyes.[25] Al leer estos a la luz de ciertos puntos de clarificación que aporta el apóstol Pablo, por ejemplo, se obtienen las bases axiomáticas demostrables de un concepto de ley coherente con la que plasmóse en la realidad durante el Renacimiento del siglo 15, como en la realización del gran concilio ecuménico de Florencia. Sobre estas bases vio la luz por vez primera la forma moderna del Estado nacional soberano, en las formas aproximadas expresadas en Francia bajo Luis XI y en la Inglaterra revolucionaria bajo Enrique VII.[26]

Las obras literarias más fundamentales de ese siglo 15, relacionadas a la creación de la forma moderna del Estado nacional soberano, son las dos obras principales del cardenal Nicolás de Cusa, de cuyo nacimiento estamos a punto de celebrar el sexto centenario. Las más decisivas son, la obra temprana de Cusa, De Concordantia Catholica, sobre la naturaleza necesaria del Estado nacional soberano, y su obra posterior, De Docta Ignorantia, que constituye la fundación de toda la ciencia física experimental europea moderna. Ambas obras de Cusa, como muchas otras que escribió sobre los mismos temas, tienen como sustento axiomático la concepción platónica de la naturaleza del hombre y de Dios, según esta concepción pueda aprenderse desde el punto de vista cristiano de san Pablo y san Juan.

Los principios implícitos de la autoría de la Declaración de Independencia estadounidense de 1776 y el Preámbulo de la Constitución federal de 1789, tienen sus raíces, sin excepción, en el legado de esas dos obras de Cusa en el siglo 15.

El significado especial de la fundación de la república estadounidense, llamado en veces la "excepción americana", es que fue hecha aquí porque era imposible emprender la consolidación de esa forma de sociedad en Europa misma, en ningún momento durante el tumultuoso período de 1510 a 1783, bajo dichos principios de derecho que habían tenido su inició anteriormente bajo Luis XI de Francia y Enrique VII de Inglaterra. Contrario a los románticos estadounidenses como Frederick Jackson Turner y Teddy Roosevelt, el conjunto de ideas sobre las cuales fundóse Estados Unidos, no fue nada específico a las condiciones físicas de la vida en los confines de EU, sino que las ideas vinieron, casi en su totalidad, de las más grandes tradiciones y mentes de la tradición clásica de la "vieja" Europa, arraigada en Grecia.

En el transcurso del siglo 18, la principal influencia intelectual responsable del inicio y el éxito de la Revolución Americana, fue la influencia de los europeos seguidores de Gottfried Leibniz y Juan Sebastián Bach, como los líderes de ese nuevo renacimiento clásico que ocurrió desde mediados hasta finales del siglo 18, representado en la influencia seminal de Abraham Kästner, Gotthold Lessing y Moisés Mendelssohn. En la Europa de los 1770 y 1780, los que apoyaban la causa de la independencia estadounidense eran las más grandes figuras intelectuales europeas de las que son sólo representativos los compositores Wolfgang Mozart y Ludwig van Beethoven. Fue Leibniz, no Locke, cuya filosofía se expresa tan claramente en esa Declaración de Independencia de 1776 escrita bajo la dirección de, principalmente, Benjamín Franklin, el huesped de Kästner en la Universidad de Gotinga en los 1760.

Dicho esto para ubicar las cuestiones a examinar ahora, procedemos como sigue.

Por un espejo y oscuramente

Por motivos a los que se hace referencia, aunque de manera superficial, en el otrora célebre ensayo de C.P. Snow titulado "Dos culturas", la actual práctica del estadismo, incluyendo la aplicación de la ley, sufre muchísimo de una forma sectaria, popularizada, de mistificación académica, y de otro tipo, muy difundida en las materias de las matemáticas y la ciencia física.[27]

En el arte de gobernar, el error común que resulta de esa tan difundida ignorancia escolar y de otra índole, es lo tocante a la naturaleza de la ciencia física, es la tendencia a preferir meterse en las espesuras de las construcciones matemáticas sumamente reticuladas, como las de los "modelos matemáticos", evadiendo así la tarea intelectual y de mayor desafío emocional, de enfocarse en los aspectos elementales y estimulantes de los logros de los avances conjuntos antiguos y modernos de la ciencia física.

Bajo el impacto de esa terquedad que hay entre los observadores no científicos de lo que pasa por trabajo científico hoy día, el más o menos neófito por lo general se fuga de tales tópicos, o se facina tanto con ellos que, perplejo por la complejidad de las detalladas edificaciones cual rascacielos de la ciencia, él o ella a menudo hace caso omiso de lo que es el derrumbe inminente del rascacielos bajo observación, un derrumbe inherente a una falla axiomática o semejante en los cimientos sobre los cuales se construyó. De ese modo, el confundido comité del Premio Nobel le otorgó un gran premio a ese particular edificio del disparate matemático conocido como la fórmula Black-Scholes, la fórmula cuya incompetencia intrínseca fue el origen del gran descalabro financiero de los fondos especulativos en agosto y septiembre de 1998.[28]

Por motivlos relacionados a este aspecto del síndrome de las "Dos culturas", se ha fomentado una gran confusión entre las autoridades jurídicas y otros que sientan pautas en lo que atañe al concepto del derecho como tal. La renuencia popular que hay hoy en día a reconocer el concepto de ley, como correctamente debe aplicarse ese concepto a las materias de la ciencia física, es doblemente idóneo para toda la práctica del derecho y las expresiones relacionadas del arte de gobernar.

Visto desde un ángulo más estrecho, el problema está en la frecuente incompetencia de los legisladores y otros, al evaluar el significado jurídico y afín de lo que se presenta, correcta o erróneamente, como si fuera una prueba científica que tiene algo que ver con la materia bajo consideración. Aún más profundas y generales son las dificultades que introduce esta patología de las "dos culturas" en el mismo uso del término "ley", hasta del modo más general, incluso en modos que van más allá de lo que por lo general se reconoce como propio de la ciencia física como tal.

Esta fuente de error entre los legisladores y personas, y agencias afines, tiende a expresarse hoy en día del modo más inmediato e importante, en cuestiones de economía y políticas estrechamente relacionadas. Los asuntos de política que tienden más y más, ya sea a ventilarse en los tribunales federales, o que deberían verse en esas intancias, ejemplifican este nexo de los asuntos de economía a los conceptos de legitimidad propios de la ciencia física. El asunto de esa presente patología mortal, la noción lunática de los llamados "valores del accionista", es de lo más notable en este sentido.

En este respecto, el magistrado Scalia, y quienes han compartido sus delirios en lo que atañe a tales materias, le han hecho un gran daño a esta nación, y al mundo en general, al entronizar lo que es quizá la amenaza más mortal a la existencia de nuestra economía nacional, y hasta a la propia nación, hoy día. La influencia es más notable en los efectos sobre esas áreas de formular políticas que están más expuestas por el impacto de rebote de la aplicación cada vez más agresiva de una falacia absolutamente anticientífica e inmediatamente destructiva: la doctrina de los "valores del accionista".

Lo que destaca, a resultas de esa calamidad sistémica existencial en nuestro presente sistema judicial federal, es la carencia implícita de un concepto competente de los límites de la razón al que deben confinarse los dictámines judiciales federales y las decisiones afines, si es que nuestra nación ha de sobrevivir a la crisis que ahora se desenvuelve. Así, tan sólo en este respecto, aunque no haya otro, el nexo entre el concepto de ley en general, y el de ley como sujeto de la ciencia física, debe, finalmente, aclarársele una vez más a nuestras instituciones respectivas.

En ese respecto, procedemos aquí como sigue.

Lo que distingue a las tres grandes religiones monoteístas —el judaísmo, el cristianismo y el islamismo—, es el concepto que expresa el primer libro de Moisés, de que el hombre y la mujer están igualmente hechos a imagen del Creador del universo, y fueron hechos de un modo tan especial, que se les confirió dominio sobre todas las demás cosas en ese universo. Junto con Moisés, el cristianismo y el islamismo detestan las odiosas tradiciones babilonias y similares de idolatría, y detestan, por ser intrínsecamente inmoral, la visión bestial que considera a la humanidad simplemente como otra forma de vida animal, o incluso en algún escondrijo de la biología molecular, un pobre sustituto de futuros robots inorgánicos.

Cuando el concepto cristiano de la naturaleza humana, o la visión ecuménica correspondiente, como la del gran Moisés Mendelssohn, se sitúa ante el antecedente del legado clásico griego de Solón y de Platón, la simple frase "el hombre hecho a imagen de Dios", asciende, sube y sale de la bajeza de la vocinglería del predicador que despotrica, y con eso deja de ser aparentemente una mera especie arbitraria de doctrina admitida. Se convierte en conocimiento de una cualidad propia de las certidumbres del mejor uso del término "conocimiento científico".

En este respecto, Scalia, como cuando se dirigió a su público en la Catholic University of America de Washington, en 1966, rompió de plano con el cristianismo. Quizá porque en esa ocasión ninguna garra salió del infierno para llevárselo como al Don Giovanni de Mozart, Scalia ha seguido caminando por la superficie de la Tierra, como una pieza errante de mercancía no reclamada. Quizá se engaña a sí mismo, como un Fausto corrupto y crédulo, de que la inmundicia que enseñó en esa universidad entonces puede repetirse con impunidad en toda ocasión que se presente, de nacimientos, bodas, funerales y ejecuciones públicas.

Pueden encontrarse elementos de prueba suficientes para este alegato contra Scalia en I Corintios 13 de san Pablo, donde se divulga con mayor fama el compendio del principio del ágape. Según el Apóstol, el nominalismo radical del apego de Scalia a la letra de la ley es el camino de la insensatez. La misma idea está en la palabra de Jesucristo, como en san Mateo 6:2 y 7:22. Para todo cristiano, en particular, la esencia y el cuerpo de la ley para el cristianismo, y también, como dejaré sentado el caso aquí, para toda la humanidad, reside en la intención de la ley, no en el texto.

Contrario a las declaraciones de Scalia en esa ocasión, el derecho a la vida humana no puede nunca degradarse a un título de propiedad del texto legal del simple derecho positivo, a un "asunto singular". La vida humana es un principio universal inmanente, y por lo tanto, debe aplicarse como la intención de la ley, como un principio universal, o de otra manera se le degrada a la insensatez de la hipocresía, cuyos resultados han de aborrecerse en ese sentido. Entonces, el Apóstol escribe de tales materias en el lugar de referencia. El derecho a la vida debe entenderse como lo prescriben la Declaración de Independencia leibniziana de 1776 y el preámbulo de la Constitución federal, como el principio fundamental del derecho constitucional estadounidense, como la intención del significado de bienestar general. De otro modo, todo es hipocresía, la que el Apóstol condena como la trapacería del leguleyo que depende del mero texto de una ley particular. Como demostraré, la superioridad de la intención universal de la ley sobre cualquier simple texto, no podría ser otra cosa.

Es en ese punto en que Scalia rompe clara y flagrantemente con toda la cristiandad. Dado que su reputación de ser católico confeso (con mucho que confesar, claramente), es parte de la moneda falsa de la cual depende en gran medida la tolerancia a su reclamo tácito a la autoridad santificada —como en la Catholic University— debe desenmascarársele por el fraude que es en ese sentido, como en otros también. Al tratar con charlatanes como Scalia, las cuestiones "por otra parte", en especial las invisibles, deben considerarse cuidadosamente.

En la misma cuestión de ley natural, hay otro elemento decisivo de I Corintios 13, el famoso versículo 12, donde el Apóstol invoca la alegoría de Platón de las sombras proyectadas por una fogata sobre la pared de una caverna, como imágenes en un espejo en un cuarto oscurecido. Ahí, en esa paradoja ontológica, reside el significado esencialmente racional de la palabra ley. En relación a ese pasaje, situado en su contexto dado, examinaremos la cuestión de la definición apropiada de ley.

Es a la intención de la ley, la ley definida de ese modo, a lo cual correctamente doblegamos nuestra voluntad, y a nada distinto. Aquí, como en los tres primeros párrafos de la Declaración de Independencia estadounidense de 1776 y en la "clausula del bienestar general" de nuestra Constitución federal, encontramos el principio de intención de la ley, acorde a cómo los fundadores de nuestra república adoptaron ese concepto cristiano de intención, como el principio rector más esencial de una república soberana. En esta cuestión de principio del derecho, el discurso de Scalia en la Catholic University en 1996, implica que él devolvería nuestra nación a la depravación de la Roma pagana, o quizá hasta a Moloc: esperen hasta que nazcan para matarlos.[29]

La base del concepto de un principio de ley, la expone Platón en su ataque contra la falsedad de confiar en la certeza sensorial. En lo que popularmente se conoce como su La República, Platón encara al público de ese diálogo dramático con la paradoja de la caverna iluminada. Compara lo que atribuímos a la prueba de nuestros sentidos, con las sombras en la pared de la caverna. El carácter irónico de las imágenes vistas en un espejo oscurecido, como escribe el Apóstol, establece la misma proposición general. La proposición es: ¿qué es eso que estamos viendo? ¿Cuál es la realidad detrás de lo que el pobre salvaje puede confundir como la realidad autoevidente que experimentan sus órganos sensoriales?

¿Es una ilusión lo que nuestros sentidos nos presentan? Si es una ilusión creada por los sentidos, ¿es entonces, quizá, solamente una ilusión? O, ¿es la sombra proyectada por algo real, pero que sólo se percibe como sombra, en lugar de su sustancia como tal? Esas son las cuestiones que plantea la alegoría de Platón y del Apóstol.

La solución a tales paradojas radica en la prueba de las facultades cognoscitivas de la mente individual, facultades que se expresan en la demostración experimental de descubrimientos de lo que se estima correctamente como principios universales. Los principios físicos universales son representativos de esto. La comprobación de que esto constituye una solución para tal paradoja, se muestra con mayor eficacia desde la perspectiva de mi especialidad profesional, la ciencia leibniziana de la economía física. Es mediante los descubrimientos demostrables de principio físico universal, y no por ningún otro medio, que el miembro individual de la especie humana es capaz de contribuir a voluntad al aumento de la densidad relativa potencial de población de toda la especie humana, como ninguna otra forma de vida puede hacerlo por su especie. Esa, específicamente, es la naturaleza humana, de cuyo conocimiento, se deriva la ley natural.

Lo que queremos demostrar aquí por exposición es que, aun cuando la eficacia del principio descubierto puede demostrarse de manera experimental, incluso por medio de los sentidos, el principio mismo, el principio como objeto mental, no es objeto de la percepción sensorial. Ese descubrimiento es un objeto de los procesos cognoscitivos de la mente individual, no de los sentidos. Más aún, puede comunicarse, tanto replicando el acto cognoscitivo de descubrimiento de ese principio, como las normas y métodos humanistas clásicos en la educación pública, y también demostrando su eficacia en términos de una física experimental.

Kepler y la órbita de Marte

De allí que, aunque los hechos que corresponden a puntos sobre el horizonte de la percepción sensorial del astrónomo ocurren realmente, ya sea en el mundo real, o como ilusiones, las conexiones entre los puntos ni son líneas rectas ni, como le mostró a Kepler la órbita de Marte, líneas de curvatura constante. Los puntos no son sino sombras que corresponden, a lo sumo, a la ocurrencia de acontecimientos reales, pero que ocurren en un universo diferente al universo que nos aparece definido por la percepción sensorial como tal. Al ingenuo que hace modelos matemáticos, como Tolomeo, Copérnico, o Tycho Brahe, podría parecerle que las conexiones existen en el mundo de sombras. Sin embargo, las verdaderas causas del movimiento de las sombras existen en un mundo real, que no es el de la percepción sensorial como tal, sino, como lo adujo y demostró Kepler, más bien el universo que corresponde a esos procesos cognoscitivos en los que residen los principios físicos universales descubiertos.

En ese sentido, por lo tanto, tenemos las relaciones de proyección recíproca implícitas entre los dos mundos, el mundo de las sombras, llamado percepción sensorial, y el mundo real, el de la cognición. La diferencia en cualidad entre los dos mundos consiste en que sólo el mundo de la cognición ocurren realmente las causas eficientes que conectan los acontecimientos que corresponden a los puntos, y las causas de las transformaciones reflejadas.

De allí que estamos obligados a considerar dos clases distintas de objetos mentales: aquellos objetos que reflejan la percepción sensorial, y aquellos objetos de autoridad superior, en cuanto a veracidad, que existen como objetos repetibles y plenamente eficientes de los procesos congoscitivos del individuo. Las ideas, en el sentido que les da Platón, son objetos de esa segunda clase superior.

Esta eficacia de la clase de ideas propias de los principios físicos universales comprobados, las ideas del universo de la cognición, no sólo es suceptible al concocimiento, sino a la medición. La medición puede hacerse en términos del poder del hombre sobre la naturaleza, per cápita y también por kilómetro cuadrado. La medición puede hacerse en términos de mejoras en los niveles de esperanza de vida y otras características demográficas de las poblaciones. El método mediante el cual se produce este efecto, está bien definido, especialmente a partir de los logros sin precedente de la revolución en el arte de gobernar, efectuados por el Renacimiento del siglo 15 centrado en Italia. La comprobación de ese hecho ya está harto demostrada por Platón, mediante el método del diálogo socrático.

Por eso, Cusa ubica el conocimiento de la realidad física, no en la percepción sensorial, sino en esos modos de medición: en consecuencia, en la ciencia física experimental, en vez de las matemáticas de torre de marfil. En escritos tales como su De Docta Ignorantia, Cusa corrige el error of Arquímedes, introduciendo por primera vez el concepto de la naturaleza trascendental de π.[30] El método de Cusa, en este caso, fue el método propio de lo que Leibniz luego denominó geometría de posición.

El sentido del razonamiento que acabamos de describir es, que tales ideas no sólo son cognoscibles y comunicables, sino también de una eficacia mensurable, como se demostró, más convenientemente, en el caso de la ciencia física, mediante dos descubrimientos ejemplares: el descubrimiento que hizo Kepler de los principios fundadores de la astrofísica en su Nueva astronomía, y el descubrimiento de Fermat sobre el principio de tiempo mínimo.

Como en el método de las inversiones desarrollado por Juan Sebastián Bach, representado para conveniencia en su Ofrenda musical y en su Arte de la Fuga, el método riguroso para provocar ideas, en tanto Platón define las ideas, es mediante una táctica que Leibniz denomina análisis situs, o geometría de posición. Este artificio, que constituye la esencia del principio de composición clásica en la música, también sitúa los métodos de la ciencia física por encima y aparte de las variedades meramente formales de torre de marfil de la supuesta física matemática de pizarrón.[31]

En las formas de arte clásico, por ejemplo, la geometría de posición ocurre en términos de la ironía, cuya expresión máxima es lo que se denomina metáfora. En el método de composición clásica consumada de Bach, Mozart, Haydn, Beethoven, Schubert, Mendelssohn, Schumann y Brahms, la aplicación rigurosa de la inversión tiene el efecto típico de generar implícita y legítimamente una cualidad trascendental de tonalidad, que por lo común se úbica en una serie de intervalos lidios.[32]

En la ciencia física, el mismo método de generar ideas mediante la geometría de posición, se ilustra apropiadamente con los casos referidos de Kepler y Fermat. Tanto en el arte como en la ciencia física, puede demostrarse que el método es exactamente el de los diálogos socráticos de Platón.

Ese principio de composición de ideas, es la esencia de la cultura europea clásica antiromántica, desde la antigua Grecia, y con más ahínco, a partir de la obra de tales gigantes como Cusa, Leonardo da Vinci, Rafael Sanzio, Shakespeare, Kepler, Rembrandt, Leibniz, J.S. Bach, Wolfgang Mozart, Federico Schiller, Beethoven, Carl Gauss y Riemann. En publicaciones anteriores he mostrado, de forma reiterada, cómo este mismo concepto de la geometría de posición se aplica a la generación y evaluación de la forma clásica de ideas específicas, propias del arte de gobernar, como las de la economía y el derecho en general.

Lo que desarrollamos aquí, es que las nociones de otros principios de ley natural y sus derivados también están sujetos a la clasificación de principios universales comprobables, sobre la misma base que los principios físicos universales. La idea de la naturaleza especial del hombre, y de la existencia de Dios el Creador, son ejemplos primordiales de dichas ideas del derecho.[33]

Como procederé a demostrar una vez más, como he hecho en escritos previos sobre esta materia, el método de investigación llamado geometría de posición, cuando se emplea como el sustituto apropiado de los métodos de torre de marfil de la física matemática de pizarrón, le ha permitido a la ciencia física moderna resolver, una y otra vez, el acertijo de la caverna de Platón. Por estos medios, se nos hace posible conocer con certeza el significado de los principios del derecho expresados en el versículo 12 del capítulo 13 de la primera epístola a los corintios del Apóstol. He ahí la clave del principio del arte de gobernar conocido como la intención apropiada de la ley.

Dicho esto, me referiré al caso del descubrimiento decisivamente revolucionario que es el meollo de la Nueva astronomía de Kepler, su descubrimiento del principio de gravitación universal.

¿Qué es lo imbécil de la estadística?

El rasgo central del descubrimiento que hizo Kepler de un principio de la gravitación universal, es lo que implica, para él, una proposición planteada en la forma de lo que Leibniz más tarde describió como un problema de geometría de posición. En este respecto, Kepler le advertía a su lector, y lo probó experimentalmente, que los métodos comunes a los escritos de Claudio Tolomeo, Copérnico y Tycho Brahe, representaban un enfoque no científico expresado en su intento por trazar de forma descriptiva las órbitas astrofísicas, conforme a lo que los ignorantes de la ciencia hoy día generalmente denominan "modelos matemáticos". En suma, los rasgos decisivos del razonamiento de Kepler, propio a nuestra misión aquí, son los siguientes.

El eje fue que Kepler reconoció la prueba de que la órbita de Marte es elíptica, en vez de circular. Este reconocimiento definió una paradoja experimental que ocurrió en la forma de un problema irónico de geometría de posición. La chispa de genio de Kepler estuvo en reconocer que esa paradoja reflejaba un principio que ya constituía un rasgo central, implícito, de la De Docta Ignorantia de Cusa, un principio también explorado por seguidores declarados de la obra de Cusa en la ciencia física tales como Luca Pacioli y Leonardo da Vinci.[34] Desde que se reconoció, como Kepler —explícitamente un seguidor de la obra de Cusa, Pacioli, y Leonardo— que esta órbita de Marte significaba que el planeta seguía una trayectoria de curvatura no constante, se planteó la cuestión de ¿cómo podía "saber" el planeta hacia donde ir después, en la dirección de su movimiento en cualquier intervalo inmediatamente precedente? Después del descubrimiento de Kepler sobre esta materia, sus sucesores, incluyendo Huyghens y Leibniz, exploraron la gama de formas de orden superior de curvatura no constante, como las funciones catenarias. El cálculo de Leibniz se basa en conceptos de diferenciales alineales —distinto a los diferenciales lineales de Leonhard Euler—, que expresan la existencia funcional de dichos órdenes superiores de curvatura; el cálculo integral de Leibniz aborda la tarea de definir las trayectorias que han de estar relacionadas a dichos diferenciales alineales.

Esta paradoja ya demostraba que la trayectoria que conecta los puntos sucesivos no se encontraba en las líneas trazadas como "acción a distancia" entre puntos sucesivos, como se conectan los puntos en los mentados modelos matemáticos. Debe haber una conexión definible en lo funcional, que yace fuera del dominio de las certezas sensoriales. Ahí, en esa consideración, está el origen de la paradoja de la geometría de posición para ese caso. Ahí está la raíz de lo que llegó a ser la obra sucesiva de Gauss, Dirichlet y Riemann, de definir con urgencia una hipergeometría física, para sustituir las prácticas de torre de marfil de los relativamente zonzos reduccionistas.

Tomando en cuenta esta paradoja, Kepler introdujo términos como la Mente del planeta, la Mente del Sol, la Mente del sistema solar como toda una organización. En otras palabras, ¿dónde yace la intención por ley, que existe manifiestamente y que gobierna el movimiento del planeta? ¿Cómo planta el Creador la intención apropiada en los objetos de su creación? Dado que esta intención no puede discernirse de la descripción del vínculo meramente aparente entre los puntos de las observaciones individuales, ningún intento de discernir una regla general a partir de meros estudios estadísticos, de los mentado modelos matemáticos, podría ser una respuesta competente a la paradoja así planteada. El descubrimiento original de Kepler, entonces y allá, del principio de la gravitación universal, se desarrolló exactamente así.

Eso es lo que hay que entender, en tanto connotación ejemplar, del concepto de la intención de la ley, tanto en la ciencia física como en el estadismo en general.[35]

El argumento aplicable, expresado en términos de la ciencia de la economía física, que subsume la solución de Kepler a esta paradoja, es el siguiente.

1. El hombre es la única especie cuyos miembros individuales son capaces de una acción, el descubrimiento cognoscitivo de un principio universal, que aumenta la densidad relativa potencial de población de su especie en su conjunto. Esto ocurre solamente mediante la aplicación de descubrimientos demostrables de principios físicos universales.

2. De ese modo, la humanidad está singularmente calificada como especie para ejercer así, el creciente poder de su especie en y sobre el universo.

3. Este poder, expresado en términos del descubrimiento de tales principios físicos universales, tiene el efecto de comprometer al universo, como por diseño previo, a someterse a las órdenes recibidas de la humanidad en la forma de principios físicos universales demostrables descubiertos.

4. De este modo, se muestra que el hombre está hecho a la imagen funcional del Creador del universo, lo que es un reflejo de la intención así plantada en la existencia de la humanidad por el Creador.

5. Este poder del miembro de la especie humana reside solamente en el dominio cognoscitivo de las ideas, no en las percepciones sensoriales como tales.

6. Esta es una cualidad de la personalidad individual que está superpuesta, de manera multiconexa, como se dice formalmente, sobre la persona individual en tanto existencia meramente biológica. En consecuencia, la individualidad humana esencial no se encuentra en los límites de su existencia biológica como tal, sino más bien en el dominio de su existencia superior, cognoscitiva. Esta cualidad de la personalidad se define también por la eficacia de sus acciones propias al dominio que ocupa su existencia biológica.

7. Así, además de las ideas que pertenecen al dominio de los principios físicos universales, tenemos también la clase de las ideas específicas a las relaciones entre los procesos cognoscitivos de las personas. Este tipo de ideas tienen la cualidad de principios universales demostrables de composición artística clásica. El estadismo, incluyendo el derecho justo como tal, propiamente se incluye, y se sujeta, a la misma clase de ideas que la composición artística clásica.

8. De allí, la noción de intención del Creador y de la organización del universo. De allí, la noción de la intención del derecho natural y las formas de derecho positivo que incluye.

En estos términos, Kepler, en la Nueva astronomía, atacó los métodos de Tolomeo, Copérnico y Tycho Brahe, por ser intrínsecamente incompetentes en lo científico. Ningún sistema orbital de curvatura no constante podría definirse en base a extrapolar la curvatura observada en el intervalo de acción previa, representada por una conexión sólo estadística de los puntos seleccionados específicamente como observaciones normalizadas de posición. ¿De dónde podrían haber derivado una determinación de la intención del planeta de cambiar la curvatura de su propia trayectoria, de manera congruente con lo que se tiene que discernir como la pertinente intención del Creador? He ahí la incompetencia que tienen en común Claudio Tolomeo, Copérnico y Tycho Brahe.

Así, el carácter paradójico de la situación que presenta el carácter elíptico de la órbita de Marte, representa un caso verdaderamente clásico del modo en que los métodos irónicos de la geometría de posición provocan el descubrimiento cognoscitivo de una idea ordenada.

La idea, en este ejemplo, resultó ser el descubrimiento de Kepler de un principio de gravitación universal, una idea que el plagiario Newton tomó prestada torpemente, a través de los círculos de éste que leyeron la publicación de la Nueva astronomía de Kepler.

Notablemente, más revelador es el carácter paradójico del "problema de los tres cuerpos" que genera el plagio intentado por Newton, que muestra que no pudo haber comprendido la idea que había intentado plagiar y pervertir. El intento de sustituir con la noción empirista de Galileo de la acción a distancia, como en Newton, en vez del principio de gravitación que Kepler había descubierto, revela que la mano de Newton es la mano del ladrón perplejo ante su incapacidad de comprender el funcionamiento del maravilloso invento que se ha robado.

Para el impacto pleno del descubrimiento de Kepler de este concepto de la intención eficiente de la ley, hubo que esperar un descubrimiento científico posterior de similar calidad revolucionaria, el célebre descubrimiento de Fermat de un principio del "menor tiempo", superior a la noción de la "distancia más corta".

El hecho de que, para Fermat, la refracción, bajo condiciones de cambios en el medio a través del cual se transmite la luz, siempre es conforme a un principio de "tiempo mínimo" en vez de "la distancia lineal más corta", fue el descubrimiento que, además del impacto de la obra de Kepler, puso a Christiaan Huyghens y a Leibniz en la pista de desarrollar lo que vino a convertirse en la física relativista moderna, a través de trabajos posteriores como los de Gauss y Riemann. Esta pista ha producido la única forma válida de ciencia física moderna. La extensión de este principio de "tiempo mínimo", o "trayectoria más rápida", produjo el descubrimiento original del cálculo de Leibniz (contrario a las necias pretensiones de los llamados "newtonianos") y condujo a la definición gaussiana de las hipergeometrías físicas de Riemann.

El descubrimiento de Fermat exhibe el mismo principio de geometría de posición que el descubrimiento de la gravitación universal de Kepler. Lo mismo el descubrimiento original del cálculo de Leibniz, y así sucesivamente. El método, en todos los casos, es el método del diálogo socrático de Platón.

El origen de estos métodos de la ciencia física, distintos y opuestos a la física matemática de pizarrón de torre de marfil, se remonta, en la civilización europea, a la antigua Grecia, a partir de un método platónico del estudio de los descubrimientos que adoptaron los griegos de trabajos previos sobre astronomía y otras materias, principalmente del antiguo Egipto. Sin embargo, la ciencia física en sus mejores facetas que conocemos hoy, es creación del Renacimiento centrado en la Italia del siglo 15. La figura central de ese acontecimiento es el Nicolás de Cusa cuya De Docta Ignorantia fue la obra fundadora de la ciencia física experimental moderna.

A partir de ese Renacimiento, el desarrollo de la ciencia física ocurrió en la forma de interacciones progresivas entre dos facciones antagónicas en la práctica del avance científico y la enseñanza. Por un lado, estaba el método clásico de Platón, Cusa, Leonardo da Vinci, Kepler, Leibniz y demás. Por el opuesto, estaban los reduccionistas filosóficos como el mortalista Pietro Pomponazzi, y los empiristas modernos, cartesianos, positivistas y existencialistas.

Estos últimos pertenecen, generalmente, a la escuela romántica en filosofía y método. La mentada controversia entre Leibniz y Newton, es típica de las cualidades inmiscibles de las facciones opuestas, clásica y romántica, del mismo modo en que los clasicistas de la Ecole Polytechnique, Fresnel, con la ayuda de Arago, desacreditaron de manera experimental a los románticos Newton y Poisson, en relación a la cuestión de la propagación de la luz. Igualmente, los clasicistas Gauss, Weber y Riemann, comprobaron la obra del colaborador de Fresnel, el principio de la fuerza angular electromagnética de Ampère, en contra del rabioso reduccionismo de los románticos como Grassmann, y el tercamente reduccionista J. Clerk Maxwell.

El asunto axiomático persistente en esta controversia permanente, es la fanática defensa de los reduccionistas del mismo método estadístico de "conectar los punto", que es la fuente de la incompetencia fatal común a la obra de Tolomeo, Copérnico, Tycho Brahe, Galileo, Newton, Euler, etc., así como a la de Bertrand Russell y sus acólitos, tales como los farsantes Norbert Wiener y John von Neumann.

Sin embargo, en el fondo, esta no es una controversia al interior de la ciencia física definida de manera restringida. Es una diferencia en materia de ciencia que tiene su origen en una diferencia más profunda respecto a la naturaleza del hombre. Aquí radica el origen de la maldad en las intervenciones de Scalia.

La ciencia y la naturaleza humana

Aquellos entre nosotros que nos hemos ocupado de dialogar con las diversas variedades de reduccionistas comprometidos, a lo largo de medio siglo o más, probablemente reconozcamos, por esa experiencia, que la causa de la pasión que evoca esa controversia científica de clásicos contra reduccionistas, no tiene nada que ver con ninguna sinceridad de veras científica por parte de los reduccionistas de la escuela romántica de Galileo, Newton, Euler, etc. La raíz del asunto, es de naturaleza puramente política. El asunto es la definición política de la naturaleza del hombre.

El reduccionista, en el sentido más esencial de su identidad personal, en tanto romántico, está obsesionado con la compulsión de negar de manera axiomática —como lo han hecho Bertrand Russell y sus círculos— cualquier prueba de ciencia física que tema pueda conducir a una concepción clásica de la naturaleza cognoscitiva de la mente humana individual. La implicación política de ese asunto, definido de ese modo, es lo que excita las pasiones rencorosas de la tradición romántica contra la tradición clásica. Scalia simplemente lleva esa patología típica de la aversión del romántico a un extremo ideológico radicalmente nominalista.

Así que, este asunto, como lo representa la histeria con que se han impuesto las sandeces popularizadas de los modelos matemáticos en el actual afán por eliminar la ciencia, es el celo obsesivo de la mente oligárquica, la mente romántica, para cocinar casi cualquier explicación axiomática de la existencia del universo, antes que reconocer esos principios de la cognición individual de los que dependen absolutamente los descubrimientos demostrables de principios físicos universales. Por ello, ese celo a menudo asume el aspecto de ley impuesta arbitrariamente.

Esto se refleja en la histérica determinación de los románticos, como lo expresa el estudiante de Galileo Galilei, Tomás Hobbes, de tratar de proscribir la metáfora, por ejemplo. Se expresa como un esfuerzo histérico de negar la existencia de las paradojas de la geometría de posición que nos obligan a seguir la trayectoria de los diálogos socráticos de Platón. Significa un sometimiento histérico al dogma empirista que insiste en que todo debe explicarse en términos de "conectar los puntos".

A menudo se expresa, hasta por físicos experimentales capacitados, pero atemorizados, con palabras al efecto: "Tienes que probarlo en el pizarrón, en términos de las matemáticas de aula generalmente aceptadas hoy día". Estos temores no carecen de fundamento, como da fe el conocimiento de ciertos reduccionistas influyentes que enfrentó el célebre Kurt Gödel, en la persona de John von Neumann, o en el Instituto Princeton. En el peor de los extremos, el sometimiento al temor de los métodos faccionales utilizados por tales fanáticos académicos rufianescos, significa la degradación de las nociones del hombre y del derecho, por igual, a tales banalidades como la obsesión implícitamente esquizofrénica con el mero texto que profesa el nominalista radical Scalia.

La disputa entre los científicos y los reduccionistas en este respecto es que, en cuanto admitimos la prueba de que el hombre, por naturaleza, está aparte y por encima de todas las demás especies vivientes, en virtud de esas facultades cognoscitivas de descubrimiento de principio universal, entonces ya no fuera posible justificar la perpetuación de formas de sociedad en las que relativamente unos pocos puedan degradar adrede a los muchos al nivel de virtual ganado humano. En otras palabras, si aceptamos la prueba científica física de que toda persona está hecha a imagen cognoscitiva del Creador, todas esas disposiciones y medidas afines de EU, derivadas de la noción de los "valores del accionista", rampante en la actualidad, se convierten en abominaciones ilícitas ante una administración de justicia moralmente informada.

Más directamente, háganse la siguiente pregunta: ¿cuál sería la consecuencia si sentamos como premisa de la constitución de los asuntos públicos de nuestra república, el concepto del desarrollo necesario de todas y cada una de las personas como seres cognoscitivos, cuyo potencial cognoscitivo individual realizado ocasiona el aumento del poder de la humanidad en y sobre el universo? Si ordenamos nuestros asuntos acorde, el desarrollo relativamente más pleno del potencial cognoscitivo del individuo neonato, en el transcurso de los aproximadamente veinticinco años iniciales de maduración, y las oportunidades adecuadas de empleo que corresponden, significa ciertas condiciones de vida necesarias para el hogar familiar y la comunidad en su conjunto.

Estas condiciones necesarias, entonces, se convierten en cuestiones de demandas legítimas de lo que la sociedad es capaz de proveer al presente de modo sostenido, un derecho definido en términos del efecto deseado de la correspondiente ley tocante al bien común, el bienestar general. La ubicación de ese derecho, en tanto derecho, no reside en la mera voluntad individual de la persona, no tiene parecido con un mero derecho de propiedad, pero es un derecho con el cual la persona está dotada en el interés de la sociedad, de la humanidad en su conjunto. De este modo, este derecho individual, proporcionado por ley, debe ponerse en vigor como un asunto de interés vital para la sociedad que sobrevivirá a los miembros mortales de la población de hoy. El derecho individual así definido, se convierte en un principio universal, en vez de simplemente un título de propiedad del individuo, al que, por tanto, tiene que ceñirse el concepto de intención de la ley.

En otras palabras, el tribunal no protegería este derecho individual simplemente sobre la base de algún arreglo contractual tácito con el individuo. Estaría obligado a honrar el derecho individual, porque el imperativo no radica en el derecho que posee el individuo demandante, sino en el interés propio de la república y su verdaderamente legítimo tribunal mismo. En las palabras de tales arquitectos de nuestro logro nacional como Cotton Mather y Benjamín Franklin, el derecho esencial de la persona individual, y de la sociedad en su conjunto, es la obligación y el derecho a hacer el bien, ambos, como lo implica el concepto del bien común en el caso del santo mártir Tomás Moro. Cotton Mather y Benjamín Franklin estarían de acuerdo: La sociedad no debe negarle al individuo ni la obligación ni el derecho de hacer el bien. Eso enseña la ley natural.

Esta idea del derecho, y de la intención de la ley, se ubica, en cuanto a la derivación de dicha concepción, en el dominio de la geometría de posición. Esto es, para recalcar, que ese concepto es de los que son impulsados por el tipo de paradoja que implica la alegoría de la caverna de Platón, una paradoja que sólo se resuelve mediante el descubrimiento comprobado de un principio universal de la misma distinción cualitativa que un principio físico universal válido. Existe en la cualidad de una idea, en el mismo sentido en que existe todo descubrimiento comprobado de principio físico universal, como objeto del pensamiento, sólo en la forma de dichas ideas platónicas.

Reflexionen, una vez más, en la caverna de Platón, y en lo que hemos llegado a ponernos de acuerdo hasta ahora. Ahora bien, decídanse a considerar los cuadros estadísticos que aportan Claudio Tolomeo, Copérnico, y Tycho Brahe como esfuerzos tendientes a tomar las sombras sobre los muros de la caverna, como la realidad que proyectan esas sombras sobre la percepción sensorial. Luego, introduzcan la noción de gravitación universal de Kepler, como una aseveración de la Mente del sistema Solar en su conjunto; en otras palabras, como la intención discernible y demostrable del sistema solar, la intención que instruye al planeta a someterse a su voluntad aparente, a esa persistencia en los cambios sucesivos de la curvatura de su trayectoria orbital. ¿Podrían señalar la imagen de ese principio eficiente de gravitación, como correctamente lo definió Kepler, y no Newton, en ese muro, mediante sus sentidos! No pueden tener éxito en ese intento; no obstante, no puede eludirse la existencia eficiente del principio de Kepler, dado que constituye una existencia superior en eficacia a la de todo conocimiento atribuido directamente a los sentidos.

En esta sazón, se tiene que introducir la siguiente interpolación en el razonamiento.

Por ejemplo, ¿qué es la vida?

Dado que se trata de un ser humano, debemos de tomar siempre en cuenta dos cualidades especiales, una relativamente distinta a la otra, que se juntan para definir la existencia de esa persona. Esas cualidades son, respectivamente, las de los seres vivientes, y también la cualidad única del ser viviente de la humanidad, los procesos cognoscitivos de la mente humana individual. Esta persona, así definida, es el sujeto de todo derecho apropiado y de los procedimientos jurídicos.

Hasta ahora, hemos considerado el lado cognoscitivo del asunto. ¿Qué hay de la distinción entre los procesos vivientes y los no vivientes? ¿Cómo debe considerar la cognición el principio de la vida misma? ¿Qué es la vida? ¿En qué difiere, en principio, de los procesos no vivientes? ¿No son estos nexos entre la cognición y la vida, una consideración integral para legislar? Por lo tanto, desafiémonos nosotros mismos: ¿qué hemos hecho nosotros recientemente como sociedad, para entender mejor la vida en tanto que expresa un principio físico universal, distinto a la no vida? Entonces, ¿cuál es el significado, conforme a la ley de la vida, del feto, del infante recién nacido, de la persona individual afectada por agudos desórdenes físicos del cuerpo viviente que la incapacitan, y así por el estilo? ¿Dónde están los principios de los cuales dependen las respuestas conforme a leyes, de estas interrogantes?

Consideren esta materia desde el punto de vista de la geometría de posición, como lo hizo Luis Pasteur. ¿Con qué autoridad nos atrevemos a proponer que los procesos vivientes se han autodesarrollado a partir de los no vivientes? ¿Qué prueba tenemos, excepto los espumajos de las defensas rabiosas emitidas por los más extremistas reduccionistas entre los biólogos moleculares y demás de hoy en día? Wendy, ¿dónde está el bistec?

A través de la obra de Luis Pasteur y de Vladimir Vernadsky, nos vimos enfrentados con distinciones "aperiódicas" mensurables de ciertos procesos vivientes de los no vivientes, y con pruebas comparables respecto a la relación de desarrollo de la biosfera en cuanto al planeta. De la obra de quienes les siguieron, tenemos una acumulación continua de pruebas que nos muestran qué debe examinarse como prueba en potencia decisiva al efecto de que la vida representa un principio físico distinto, diferente de la física de los procesos no vivientes. Los efectos biofotónicos y de onda magnética que inducen cambios de estado en procesos vivientes, se han añadido al repertorio en tal sentido. Algunos de estos trabajos, como el de S.E. Schnoll de Rusia y sus colegas, lleva el estudio de los principios distintivos de los procesos vivientes al encuentro de desafíos a fondo de ciertas de las más fundamentales de las actuales nociones de los procesos físicos no vivientes.[36]

En medio de tales preocupaciones constantes, al presente nos vemos ante las más siniestras amenazas a la vida por combinaciones de enfermedades infecciosas con cualidades de viejas y nuevas pandemias y epidemias. Aunque mucho de esta amenaza estratégica global a la civilización es el resultado directo de la introducción de directrices maltusianas de control poblacional en los gobiernos e instituciones supranacionales, así como de políticas relacionadas de "libre comercio" y privatización de la salud, como con las Organizaciones de Mantenimiento de la Salud (HMO, siglas en inglés) de Estados Unidos, el hecho es que la característica cada vez más estratégica de la amenaza de enfermedades infecciosas, hoy representa una de las principales amenazas a la humanidad, así como al ganado, y también a la vida silvestre.

Podría parecer, por ejemplo, que los beneficios de la revolución en antibióticos relacionada a la introducción de las llamadas "drogas sulfa" y la penicilina hace unos sesenta años, están rezagándose a una zona de utilidad menguante. Sea que pueda dársele marcha atrás a esa tendencia o no, el hecho es que el problema existe, y es cada vez peor. De cualquier modo, el mero hecho de que exista la amenaza, debería obligarnos a desarrollar nuestras instalaciones médicas y de investigación, además de tomar otras medidas de defensa de la salud pública, reconociendo el hecho de que lo que se nos trata de vender hoy día como los supuestos programas de "reserva de emergencia" de nuestro gobierno, son una farsa, bajo las condiciones en que están destruyéndose las capacidades establecidas de nuestra nación para enfrentar las amenazas a la salud pública, con un acento cada vez más salvaje en proteger el interés de los mentados valores del accionista.

Nuestra intención al presente, por ley, debería ser reconocer que hay un interés nacional y global preponderante en darle marcha atrás a esas medidas, especialmente a las políticas maltusianas y monetarias que han acrecentado directamente esta terrible amenaza a la existencia de buena parte de las poblaciones, y hasta la existencia de prácticamente naciones enteras, en tanto naciones que funcionen. Esta preocupación también nos debe estimular a darle altas prioridades a la procura de lograr avances mediante "programas de urgencia de investigación y desarrollo de impulso científico", en el área de frontera que representa la noción de la vida, en tanto que es en, y de por sí, un principio físico universal distinto a los procesos no vivientes como tales.

Más allá de esas cuestiones prácticas como tales, también hay envuelto otro principio más profundo.

Con relación a los indicios que tienden a mostrar que la vida representa un principio físico universal externo a los procesos no vivientes como tales, tenemos la más cierta prueba de principio, que la cognición humana individual es un principio superior a todo proceso viviente definido de otro modo. Así que, al legislar desde la mira de la ley natural, ¿cómo definiremos, entonces, la naturaleza humana?

La individualidad cognoscitiva humana es, en cierto sentido, físicamente inmortal por naturaleza. Ese individuo combina los procesos cognoscitivos, que son únicos al individuo humano, únicos en el miembro individual de la humanidad, con un organismo viviente, mientras que este organismo es, en lo individual, una forma muy mortal de ser individual. O sea, para recalcar, que la replicación de un acto original soberanamente individual de descubrimiento válido de principio universal de un individuo, le permite al individuo responsable de inducir esa réplica en otros, extender su intervención eficiente, en tanto individualidad soberana, a la existencia, no sólo de la humanidad futura, sino cambiar de ese modo el resultado del pasado. En lenguaje teológico, hablamos, por tanto, de la simultaneidad de la eternidad de la identidad de la existencia humana individual, a diferencia de la fragilidad mortal de ese medio, el vehículo biológico, que habita la cognición.

Es en ese respecto, del individuo como ser cognoscitivo, que ha de considerarse la calidad de los derechos humanos como algo integral a la naturaleza cognoscitiva del individuo humano. Sin embargo, dado que el ser cognoscitivo se apoya en el organismo viviente que habita, los derechos específicos del individuo cognoscitivo despliegan su sombra protectora sobre el viviente. De este modo, y sólo de este modo, nos ubicamos aparte y por encima del material viviente que consumimos como alimento.

Por lo tanto, trata de aprobar tantas leyes contra el aborto y tantas otras decisiones dizque "provida" como quieras. No lograrás nada bueno con eso, excepto el presuntuoso placer de lo que los apóstoles denunciaban como tu práctica de la hipocresía, hasta tanto no llegues al meollo del asunto. ¿Cuál es la concepción prevaleciente de la naturaleza de un ser humano individual en tanto personalidad cognoscitiva? Dada la concepción del hombre que prevalece al presente en la sociedad, ninguna legislación, ni actos de desesperación, determinarán lo que la sociedad practica sobre sí misma. Las consignas nunca harán de los demonios ángeles.

Si alguien quisiere objetar mi razonamiento sobre este aspecto del derecho y de política, debiera preguntársele, ¿cuánta gente murió el año pasado a causa de las disposiciones de las HMO? ¿Cuánta gente en el mundo murió el año pasado a causa de enfermedades prevenibles? ¿Cuántas personas inocentes han sido asesinadas jurídicamente, en estados federales como Virgina y Texas, debido a que alguien en los tribunales federales pensó que la "irrevocabilidad" era más importante que la verdad?

Hagan a un lado las culturas dizque tradicionales del Asia. El origen de la difusión en los últimos treinta y cinco años de la cultura de la muerte en la civilización europea moderna extendida globalmente, es principalmente resultado de la propagación del culto del control poblacional neomaltusiano, de acuerdo con lo pautado por los monstruos H.G. Wells y Bertrand Russell en su cometido público a los planes de La Conspiración abierta de Wells, desde 1928.

Ese llamado cambio de paradigma cultural, que se desató en grande alrededor de 1963 con el informe del Dr. Alexander King sobre la educación en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), y con hechos relacionados tales como la aparición de los Beatles británicos en un programa de televisión de la CBS un poco después, desató un cambio arrollador en la concepción jurídica y moral del individuo humano en la sociedad. A medida que el desgaste diezmaba las filas de las generaciones mayores, y ponía a las generaciones más jóvenes, más corruptas, más defectuosamente educadas, en posiciones de mayor influencia, se posesionó el mentado cambio de paradigma cultural "ambientista", antihumano. Las muertes y los sufrimientos ocasionados por este cambio en los paradigmas culturales, causan pérdidas de vidas mucho mayores que todos los abortos. De hecho, el aumento del aborto durante esta época ha sido simplemente un reflejo de la misma matanza enorme desatada en este planeta —como la política de los "comensales inútiles" de Adolfo Hitler—, a nombre del "libre comercio", el "ambientismo", y los "valores del accionista", misma que amenaza con convertirse en quizá la matanza más grande de los tiempos modernos, en términos absolutos, que cualquier otra anterior.

Como ejemplo final sobre este tema específico, consideren lo siguiente. Existe hoy en día entre las principales naciones europeas, una fórmula doctrinaria de orientación para la práctica, que consta de tres elementos, y que consiste de lo siguiente.

Al más alto nivel de las instituciones en una economía completamente privatizada, sostiene esta doctrina, están los "valores del accionista". Pone en segundo lugar a la víctima conocida como el cliente que paga. En último lugar pone la existencia continuada de la institución, como la de la profesión médica, la cual aporta lo que se vende. Generalmente, es poco lo que queda para el tercer elemento de la tríada; las instituciones así afligidas, están expirando a ritmo creciente. Las doctrinas genocidas, de hecho las doctrinas de "los comensales inútiles", con respecto a la morbosidad del sistema de las HMO, asesinan en masa a diario sobre bases nada diferentes a las de ese dogma trino.

Bajo una política de bienestar general, se aplica exactamente lo contrario. Las instituciones que aportan un bien a la sociedad en general, pueden ser recompensadas y alentadas a crecer; en tanto que, las instituciones y las prácticas que no se desempeñan de acuerdo con el principio del bienestar general, sería mejor fijarles un gravamen y una política de precios que hiciera prohibitiva su existencia.

Que no haya ninguna protesta de sofista en contra de esta cuestión. El cambio que ha sufrido el mundo en la secuela de tales calamidades como la salida de Konrad Adenauer, los intentos de asesinar a Charles de Gaulle y el asesinato del presidente John F. Kennedy, ha marcado el viraje de una orientación productiva a una neomaltusiana. La tendencia uniforme de estos cambios de orientación, incluyendo el inicio de la "estrategia sureña" de la campaña de Nixon de 1966–1968, ha consistido en degradar a la fuerza laboral del mundo cada vez más profundamente a prácticamente el estado de ganado humano, y al mismo tiempo, en imponer una administración maltusiana a esas porciones de la población, el "ganado humano", que les permita, ya sea crecer, o simplemente continuar existiendo.

El imperativo que impulsa esta radical anulación de todo aspecto de las orientaciones congruentes con la intención original de nuestra Constitución, ha sido el de deshacer la Revolución Americana y lo que representaba entonces para todo el mundo. Por más que se estire la imaginación, ningún tribunal honesto podría sostener que tales anulaciones son "constitucionales". La intención efectiva en la dirección de los cambios de orientación de la "revolución conservadora" de los últimos treinta y cinco años, ha sido la de regresar el reloj de la historia al siglo 14 en Europa, a un sistema en el que por siempre ejercería dominio sobre una masa de ganado humano una oligarquía embrutecida y sus lacayos armados.

Que las mentiras popularizadas, igual que las mentiras llamadas la "opinión pública generalmente aceptada", cesen, y que vuelva a decirse la verdad.

Si la ley tolera políticas, incluyendo lo que se llaman políticas "ambientistas" o "económicas" como la de los "valores del accionista", que despojan a la gente de esos derechos que son inherentes al concepto del bienestar general, entonces los legisladores hacen de sí mismos una abominación. La conducta de Scalia ha sido, en lo esencial, asquerosa.

Las implicaciones de Riemann

He ilustrado arriba el hecho de la falacia axiomática intrínseca a todo esfuerzo de reducir la ciencia a un asunto de modelo matemático. Para lograr un discernimiento efectivo del problema, dedíquenle un momento a desarrollar un nuevo enfoque a estas materias. Sigan el resumen que presento a continuación, de un cierto logro crucial, uno al cual ya me he referido, el de Bernhard Riemann, padre de la física relativista moderna.

Consideren lo que Riemann tiene que decir sobre tales asuntos. Vean la disertación de habilitación de Riemann de 1854, tanto desde la mira del descubrimiento de un principio del menor tiempo de Fermat, como de la aplicación y desarrollo de ese descubrimiento de manera más amplia que emprendieron Huyghens, Leibniz, etc. Incluso a primera vista, el descubrimiento de Fermat hace picadillo de todas las suposiciones, como las de Galileo, Descartes y Newton, que pretenden degradar al universo, por reputación, al nivel implícito de la acostumbrada definición del aula escolar, de una forma apriorística de geometría euclidiana.

Es claro que si Fermat está en lo cierto, entonces esos malos usos de la geometría euclidiana son, cuando mucho, o menos peor, pura basura. Ya con el trabajo de Kästner para desarrollar los fundamentos de una geometría antieuclidiana moderna, y la obra de Kepler, Fermat, Huyghens, Leibniz y otros en la ciencia física, habían sentado en gran parte los cimientos de los párrafos iniciales de la disertación de 1854 de Riemann. Desde el descubrimiento de la gravitación universal de Kepler, y ciertamente después de las contribuciones que añadió Fermat, estaba implícito que todas las nociones lineales a priori de espacio, tiempo y materia, deberían abandonarse en la tumba de las supersticiones, y que sólo podía tolerarse una geometría basada en principios físicos universales demostrados, como base de las matemáticas en la ciencia.

El universo físico, de acuerdo con la imagen de éste que nos han legado Riemann y otros, nos presenta con un proceso en el cual, exploraciones ulteriores en cualquier dirección de indagación, tienen que llevarnos a nuevas paradojas expresables en la forma de geometría de posición, y a nuevos descubrimientos correspondientes de principio físico universal. Así que, no hay completez, no hay "irrevocabilidad", en nuestro conocimiento científico físico del universo, sino que, más bien, sólo tenemos los medios para estar seguros de que algunos principios físicos universales conocidos son verdaderos.

Lo que permanece desconocido, bajo tales constricciones, es un factor que debemos anticipar. Por esto, aunque reconocemos como insensatez cualquier pretensión de conocer el universo con lo que algunos descarriados miembros de la corte denominan "irrevocabilidad", procedemos con confianza sobre la base de una distinción informada entre lo que conocemos, y lo que nos queda por descubrir. Esto le puede parecer inaceptable al principiante en tales asuntos, pero aquellos de nosotros que somos más viejos y más felices en esos respectos, estamos satisfechos con saber la dirección de la intención que debemos adoptar, si es que hemos de abrir la brecha hacia el futuro.

De ese modo, es la intención de la ley —como esa concepción riemanniana de legalidad física que nos obliga a actuar con confianza en lo tocante a asuntos de los que somos conocedores compententes— lo que constituye siempre para nosotros una autoridad superior a un lenguaje explícito de una ley dada. Esa es la intención conocible de la ley, ya sea en la ciencia o en el estadismo. Esto no representa nunca un defecto necesario de los principios que hayamos demostrado, sino que nos advierte de no meter la mano temerariamente en lo desconocido, y a nunca imaginar que no hay razones prácticas en aras de las cuales podamos hacerle caso omiso a lo desconocido sin correr riesgo.

El asunto de servir el bienestar general, puede ser una ilustración suficiente de cómo funciona esta cuestión. Consideren lo que ciertamente es reconocible como un caso general, el asunto de satisfacer las obligaciones implícitas en la idea del bienestar general. ¿Qué sabemos al presente, y qué no, respecto a las medidas que debe adoptar nuestra sociedad si ha de cumplir sus responsabilidades para la educación de la juventud?

Sabemos, o deberíamos de saber, mucho. Deberíamos saber que eludir una disposición de seguir los métodos humanistas clásicos de educación, cuando dichos métodos constituyen opciones disponibles, es una violación de la intención de la ley tácita del principio del bienestar general. No obstante, aun dado lo mejor que sabemos al respecto, hay mucho de relativa importancia inmediata para lo cual de plano no tenemos respuestas todavía.

Lo mismo en otras áreas. El nivel de vida, por ejemplo. Salarios reales. Todo eso. En algunos aspectos podemos saber, hasta cierto grado, lo que es correcto, y qué, hasta cierto grado, es moralmente erróneo; pero más de eso, no lo sabemos todavía. En todas estas cuestiones, a las diversas ramas del estadismo y del ejercicio privado, se les puede hacer responsables de conducta razonable, pero no hay una última palabra, no hay la llamada "irrevocabilidad". En todas estas cuestiones, procedemos sensatamente al actuar según la intención discernible de la ley, en la medida en que la intención pueda hacérsenos conocible.

El modelo para legislar y aplicar la ley, debe ser la sabiduría que implica el considerar la historia del progreso científico y tecnológico en el fomento, no sólo del aumento del poder de la humanidad per cápita en y sobre el universo, sino de una responsabilidad correlacionada en la mejora de las condiciones demográficas de la vida hogareña de las familias y de la sociedad en general. De manera similar, nuestras ideas del estadismo deben sentar sus premisas en el conocimiento de los principios científicos y artísticos clásicos. De conformidad con la idea de un imperativo implícito de progreso, tenemos que reconocer en la práctica que ninguna ley buena puede funcionar sin el ímpetu que aporta el sentido de una orientación a la misión del progreso hacia el futuro, compartida por un pueblo y un gobierno.

Para retomar esta cuestión, la ley no debe nunca degradarse al tipo de abominación oligárquica que heredaron la Europa feudal y moderna del Código de Diocleciano, o de la concepción romana pagana del derecho en general. Una buena ley no puede derivarse de relaciones contractuales, ni debe apuntar a metas necias como la de perfeccionarse como si se tratase de un esquema completado de derecho literal. La esencia del derecho es el concepto de la intención de la ley. En la práctica, esto significa que a las sociedades que se organizan de acuerdo con la intención de dicha ley, se les reconoce por optar por una orientación hacia la misión, una intención expresa, concreta, de la ley.

Una declaración de guerra, o simplemente la conducta de la guerra, expresa tal intención. ¿Con qué fin ha de librarse la guerra? ¿De qué otro modo puede ocurrir la movilización de recursos, por medio de los cuales librar la guerra? Tiene que haber una misión, una intención. Una guerra justa debe tener una intención legítima; por la naturaleza del hombre, como nos debe recordar el caso del Tratado de Westfalia de 1648, la intención de la guerra justa debe ser un resultado pacífico y justo duradero, y ser necesaria para ese resultado.

Librar la guerra por librar la guerra, nunca debe tolerarse, aunque algunas personas descarriadas y relevantes de las capas rectoras de los EU hoy en día, no aceptarían tal restricción. Ellas más bien preferirían, como vemos, inventar un enemigo contra el cual armarse, al cual atacar, como lo hace Zbigniew Brzezinski, antes que abandonar su deseo de tener una nueva guerra, en cualquier lugar, de cualquier modo, sólo para demostrarle al mundo en general, qué tanto se nos debe temer.

Asimismo, consideren el talento específicamente estadounidense en el caso de la creación de crédito público. La habilidad de emitir semejante crédito con confianza en su valor, depende de una orientación a la misión, una intención de emplear ese crédito creado para aquellas misiones de desarrollo de la sociedad, que suplirá el valor a tiempo, en términos reales, no meramente monetarios, en algún momento futuro apropiado.

El propósito de la ley no es el de perfeccionar un orden fijo de las relaciones en la sociedad. El propósito de la ley es el desarrollo del hombre en tanto hombre, y del desarrollo de la sociedad, de generación en generación, de manera que exprese esa orientación a la misión. El propósito, o en otras palabras, la propia intención de la ley, es el fomento y la protección del progreso sinfín en la condición humana, incluyendo ese aumento de la productividad que sólo puede asegurarse con nuevos avances en las áreas de frontera del progreso científico fundamental. La cuestión a plantear ante cualquier asunto importante del derecho es, por lo tanto: "¿Qué misión, en aras de la humanidad, te trae ante este tribunal?"

Las proposiciones que acabo de establecer no son meras generalizaciones. Aquí está en juego una cuestión crítica, la misma cuestión que plantean los errores horribles del magistrado Scalia y otros como él. La necesidad de definir un principio de intención con respecto a todos los asuntos importantes del derecho, requiere que nos concentremos ahora en las cuestiones implícitas en la diferencia cualitativa entre el derecho en la civilización europea previo al siglo 15, y la nueva calidad del derecho que se estableció como cambio revolucionario en la definición del derecho y del Estado con el Renacimiento del siglo 15, centrado en Italia.

De este modo, podemos tratar de evitar que en el futuro vuelvan a ocurrir el tipo de barbaridades ignorantes en cuanto a la cuestión de la historia del derecho, como la que cometió el representante estadounidense Henry Hyde, cuando intervino en las sesiones del Senado, durante el juicio político contra el presidente Bill Clinton. Debemos definir el derecho en términos de siglos, lo cual aparentemente Henry Hyde todavía no logra asimilar, seis siglos de progreso de la civilización moderna, por encima y más allá del mundo del imperio de la ley, del derecho feudal como el de la tiranía de los barones normandos, la oligárquica Carta Magna, la cual Henry ha jurado consagrarse a perpetuar para siempre.

Contrario al señor Hyde, lo mejor de la civilización europea moderna basa sus leyes en la adopción de misiones apropiadas, con la intención de mejorar el bienestar general, tanto de nuestra nación, como de toda la humanidad. Sin un sentido de misión, en el sentido en que los descubrimientos de Riemann implican un sentido de misión, la misma ley pasa a ser letra muerta, más apropiada —como las pobres reliquias del arte plástico arcaico, preclásico— para las sepulturas de culturas muertas, que para inspirar a las generaciones vivas.

3.  Economía y derecho

En esta sección concluyente de mi informe, enfoco en los temas del derecho que atañen, como el arte de gobernar, a la economía por la cual me refiero, de la manera más enfática, a la economía física, en vez de la economía monetaria.

Aunque la clase de razonamiento que he venido desarrollando hasta ahora siempre ha estado implícita en la existencia misma de la humanidad, debo subrayar, una vez más, que estos principios no fueron establecidos como principio adoptado de la práctica del estadismo, hasta el gran Renacimiento del siglo 15. Hasta que se estableció el requisito de que los Estados no tienen ningún derecho moral de gobernar, salvo que estén comprometidos de manera eficaz a fomentar el bienestar general, todas las formas anteriores de civilización conocidas tenían la forma moralmente ilícita de organización según el principio oligárquico.

Bajo el principio oligárquico de la antigua Babilonia, del culto al Apolo pitio de Delfos, y de la Roma pagana, una clase relativamente pequeña de gente, criaba a las clases de gente mucho más numerosas, prácticamente como ganado humano; igual el sistema esclavista, y el sistema feudal de toda Europa previo al Renacimiento, así como el sistema de los valores del accionista, implícitamente, hoy en día.

Como lo muestra Von der Heydte en su disertación de 1952, a la que ya nos referimos, bajo el tipo de sociedad oligárquica propia de la antigua Mesopotamia, el culto délfico al Apolo pitio y la Roma pagana, el poder de legislar estaba restringido a la persona de una autoridad imperial, como el Pontifex Maximus romano. Pueda que los reyes tuvieran imponentes poderes sobre la administración de sus dominios asignados, pero bajo el principio oligárquico que prevalecía en la malvada Babilonia y el de los acaeménides, el poder de establecer la ley se confinaba a los privilegios más o menos caprichosos de la autoridad imperial, o su equivalente.

Bajo esos arreglos depravados, la sociedad existía principalmente para el placer y la conveniencia de la oligarquía gobernante. Sin embargo, cómo administrar a las numerosas personas relegadas al estado de virtual ganado humano, era una preocupación práctica primordial de la autoridad imperial. El uso de sectas, como el culto a Apolo, y de los mecanismos tipo "Hermano Mayor", como el de la vox pópuli romana, o los preceptos para manipular la opinión popular del perverso Walter Lippmann, ilustran el caso. El uso de la costumbre como un método de manipulación de masas, ilustra el caso de modo general.

La intención del Estado oligárquico, en cualquier forma que haya asumido, ha sido la de perpetuar la institución oligárquica. Por eso, el comienzo, en el siglo 15, de los primeros Estados nacionales soberanos comprometidos con lo que se llama el bien común, o el bienestar general, ha constituido una transformación revolucionaria en la naturaleza esencial de la sociedad organizada y de la idea misma del derecho.

Si conocemos los nexos que unen a esa revolución política del siglo 15, con lo que se refleja en nuestra Declaración de Independencia y nuestra Constitución, conocemos el significado intencional de nuestras leyes en consecuencia. Todo lo que sucedió antes de la revolución del siglo 15 en el arte de gobernar, ha de juzgarse según el modelo de la forma soberana del Estado nacional republicano moderno, y nunca al revés.

Podemos encontrar obras buenas y buenas intenciones en las formas previas de sociedad, pero la existencia de la sociedad basada verdaderamente en el principio de hacer el bien, es única de lo mejor de los tiempos modernos. Los sueños infantiles o adolescentes sentimentales de pasadas utopías imaginarias, han de ridiculizarse como exactamente eso. Como puede dar fe todo abogado inteligente y honesto en ejercicio en EU, el progreso de la humanidad se ha logrado principalmente con métodos tales como el sacrificio de la sangre de mártires políticos y otros mártires. Así es como ha de juzgarse el pasado; así siguen las cosas, dentro y fuera de Estados Unidos, aún hoy en día.

Aunque la intención del Renacimiento es clara, la cuestión así planteada aún está por resolverse. En la esfera de la civilización europea moderna extendida hoy en día, la humanidad está dominada por un gran conflicto entre el bien y el mal, entre las fuerzas representadas, de un lado, por el bien, las clásicas, republicanas, respectivamente, y de otro lado, las corrientes malignas, románticas, en pro de lo oligárquico. Típica de está última, es la perspectiva del magistrado Scalia. Por republicano, quiero decir la constitución de la sociedad y su autogobierno de acuerdo con el principio de lo que se conoce diversamente como el bienestar general o el bien común.

Esta diferencia entre las fuerzas republicanas y las oligárquicas, es una diferencia fundamental entre dos concepciones contrarias del hombre y la naturaleza. En la concepción republicana, esta diferencia se expresa en que la naturaleza del hombre se ve como algo específicamente cognoscitivo. Esta es la concepción republicana o humanista clásica, opuesta al hombre como lo ven los románticos que se oponen a la idea del hombre en tanto esencialmente cognoscitivo en su naturaleza.

Este conflicto al interior de la civilización europea moderna de hoy en día, extendida globalmente, no es el límite de las controversias, por supuesto. Quedan los residuos de culturas extensas, más antiguas que la civilización europea, que todavía no han aceptado esos principios sobre los cuales se fundó la forma soberana del Estado nacional durante el Renacimiento del siglo 15 en Europa.

No obstante, nuestra responsabilidad consiste en actuar hacia esas otras corrientes culturales como lo manda nuestra concepción apropiada de nuestra ley, y enfocar el asunto de las diferencias en política que se encuentren de acuerdo con el principio ecuménico que ha estado, felizmente, encarnado en ese Renacimiento. A esas otras corrientes culturales, debemos brindarle los beneficios del principio del bienestar general, como para nosotros mismos.

La creación de crédito

Respecto a la economía, dado que es tan pobre el entendimiento que hay de los principios del derecho que atañen a la economía, aún hoy en día, tenemos que depender del hecho de que la única base apropiada para el crecimiento de la economía nacional y mundial, es el papel de lo que podrían llamarse, para ponerlo de relieve, formas hamiltonianas de crédito creado por el Estado, y el sistema relacionado de banca nacional. Desdichadamente, por la influencia de la ignorancia que hay en el mundo de la historia de Estados Unidos, la nación en donde se desarrolló este principio de creación de crédito, y debido a la ignorancia difundida por todo el mundo por la influencia del liberalismo, los principios económicos que han servido de resorte para todos los logros notables del ascenso estadounidense al liderazgo económico mundial hoy en día prácticamente son desconocidos, aún dentro de EU mismo.

Dado que en la actualidad yo soy la figura principal de un relativo puñado de profesionales competentes para dar cuenta de este principio hoy en día, es importante que explique a los jueces y a otras partes relacionadas, la obligación que, de hecho, tienen en cuanto a derecho, y en cuanto a la práctica del estadismo más generalmente, de promover este principio.

La esencia de la economía moderna, es el hecho de que la existencia del futuro depende en gran medida, y de manera indispensable, del expendio de esfuerzos y recursos disponibles al presente para el provecho futuro. El aspecto central de ese nexo es doble, en lo fundamental: la acción gubernamental, y la promoción de la empresa privada.

Primero, está la obligación económica que en lo principal recae en la responsabilidad del gobierno mismo. Esta obligación destaca el papel indispensable de las actividades económicas del gobierno para crear y mantener lo que se llama infraestructura económica básica. Esto pone de relieve lo que podría llamarse la infraestructura "dura", el desarrollo y mantenimiento de la superficie territorial en su conjunto, y la "infraestructura suave", como los sistemas educativo y de salud, el mantenimiento de la población en su conjunto.

Segundo, es responsabilidad del gobierno, según la tradición que sustenta la Constitución federal de Estados Unidos y las constituciones estatales subsidiarias, regular el comercio y otros asuntos relacionados de interés nacional y estatal. Es urgente, en este respecto, deshacer hoy mismo lo que hizo el presidente Jimmy Carter para destruir la economía estadounidense con su política de "desintegración controlada de la economía", como formalmente la titularon el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, y otros colaboradores de Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad nacional de Carter.

Tercero, está la división del trabajo entre el gobierno y el empresariado privado, en las inversiones de mediano y largo plazo para desplegar a las fuerzas productivas para satisfacer lo que resta de los requisitos de la sociedad en su conjunto.

Es puro mito suponer que los capitales necesarios, aun para las inversiones a relativo corto plazo en tales necesidades fundamentales, puedan juntarse en la medida adecuada de los recursos financieros privados existentes. Mientras que los mecanismos para el ascenso de la civilización europea moderna por encima de la relativa depravación moral de todas las formas anteriores de sociedad, son los que he indicado anteriormente en este informe, el acopio de recursos, de otra manera, ociosos para los grandes logros de las naciones modernas, ha tenido una dependencia crucial de la buena voluntad del gobierno para incurrir la deuda correspondiente a esos márgenes decisivos de crédito de los que dependía una tasa de desarrollo adecuada. El volumen relativo de dicho crédito generado por el Estado, con relación a las fuentes privadas, es relativamente grande; de hecho, el margen de crédito generado por el Estado ha sido siempre decisivo en los períodos de éxito económico.

De igual manera, en la reconstrucción de Europa Occidental al final de la Segunda Guerra Mundial, lo decisivo no fue la cantidad de dinero suministrado a Europa, sino la organización del flujo y la regeneración del crédito respaldado por el gobierno, tal como lo ilustran los casos del Kreditanstalt für Wiederaufbau de Alemania, y el papel de Jean Monnet y del Plan Schuman. Esto lo presenta, como cuestión de principio, el primer secretario de Hacienda estadounidense, Alexander Hamilton, en su célebre serie de informes al Congreso de EU.

Esta concepción cobra relieve de nuevo, y de la manera más impresionante, en el derrumbe que embiste del actual sistema financiero y monetario mundial.

Al presente, muy pocas personas en el mundo, incluso en los supuestos sitios encumbrados, han captado la magnitud y las otras implicaciones importantes, del derrumbe financiero que arremete a las economías del mundo en su totalidad. La falta de dicho conocimiento en tales círculos, resulta más de rehusarse a ver lo que debería ser de plano visible, que de un falta inocente de las pruebas pertinentes. Podría decirse, sin temor a equivocarse, que no sólo la mentada "nueva economía" está condenada, sino que virtualmente todos los sistemas de banca central en el mundo hoy en día, no sólo están quebrados, sino desahuciados. Más aún, la capacidad de los recursos conjuntos de los principales órganos de difusión, gobiernos, banqueros centrales y demás, para seguir con su encubrimiento fraudulento de ese hecho pasmoso, se acaba rápidamente.

La reacción en cadena de los efectos económicos colaterales de la presente crisis financiera mundial quedará en claro, una vez que el papel que Estados Unidos ha venido desempeñando en tiempos recientes como el "importador de último recurso" del mundo, caiga en el basurero de la historia, pese a los más obstinados esfuerzos por negarla. Este es el mayor derrumbe financiero, tanto en términos absolutos, como relativos, de los tiempos modernos, el más grande quizá desde que el sistema bancario lombardo se derrumbó a mediados del siglo 14, en una enorme y muy genocida Nueva Era de Tinieblas.

No obstante, sí tenemos conocimiento de los métodos con los cuales podemos sobreponernos a este crac financiero y sus efectos económicos. La dificultad estriba en que la presente mayoría de la Corte Suprema de Estados Unidos, si sigue en su curso reciente, nunca permitirá que ocurra una recuperación económica de la economía estadounidense. Ahí está el quid del problema que enfrenta el presidente entrante, y también la Corte Suprema de Estados Unidos, hoy en día.

La forma de la solución que tenemos a la mano, dado caso que la Corte Suprema decida comportarse bien, es triple. Primero, tenemos las enseñanzas de las acciones relativamente exitosas que tomó el gobierno del presidente Franklin Roosevelt para sacarnos de la depresión económica creada por los gobiernos Wilson hasta Coolidge, dejando intacta nuestra forma de gobierno constitutional. Bajo el mismo rótulo de medidas de recuperación, tenemos la movilización para la Segunda Guerra Mundial que inició el presidente Roosevelt a comienzos de 1936, aproximadamente, una de las movilizaciones económicas de mayor éxito en la historia. Segundo, tenemos los elementos del plan para el sistema monetario de la posguerra, también iniciado por Roosevelt, en la forma que se reconoce es reducida de los acuerdos de Bretton Woods, que llevaron a cabo los sucesores inmediatos de Roosevelt. Tercero, tenemos la reorganización drástica de las monedas y los sistemas relacionados de la Europa desgarrada por la guerra, que fueron esenciales, bajo la sombra protectora del antiguo sistema de Bretton Woods, para el provecho mutuo de Estados Unidos y de sus socios europeos occidentales, durante el intervalo 1945–1965. Estas experiencias aportan un modelo de referencia implícito para el tipo de acción de emergencia exitosa que tiene que llevarse a cabo a la brevedad, frente a la crisis que embiste al presente.

Sin embargo, hay ciertos puntos de dificultad a considerar. Abordaré algunos de estos —los más decisivos— aquí.

Las dos medidas principales que debe tomar el gobierno de Estados Unidos, en concierto con sus socios extranjeros, son las siguientes.

Primero, como somos los principales socios responsables de la propiedad del Fondo Monetario Internacional existente, tenemos que someter a ese fondo monetario mismo a una reorganización por bancarrota, bajo la autoridad de una mayoría de los propietarios legítimos del sistema, los gobiernos. La mayoría de esos gobiernos socios, debe regresar al sistema, de una vez, a las normas de operación exitosas de antes de 1965, e igualarlas a lo máximo a los estrictos arreglos de la década inicial de la reconstrucción de posguerra. Esto significa un sistema de tipos de cambio fijos, control de capitales, control de cambios, y regulaciones afines.

Segundo, tenemos también que someter a los sistemas de banca central de las principales naciones, a una reorganización por bancarrota bajo los gobiernos nacionales soberanos que corresponden. En el caso de EU, esto quiere decir, principalmente, bajo el Departamento del Tesoro de EU; eso significa que el quebrado Sistema de la Reserva Federal quedaría bajo la autoridad supervisora del Departamento del Tesoro de EU, lo que tendría el efecto funcional de convertir al Sistema de la Reserva Federal en una institución de banca nacional, al estilo de la que se estableció bajo la gestión del secretario de Hacienda, Alexander Hamilton, y que el presidente títere de Wall Street, Andrew Jackson, llevó a la ruina.

La única manera de evitar que la bancarrota del sistema financiero desate una reacción en cadena de caos económico, social y político en Estados Unidos mismo, es hacer lo obvio: someter a todo lo que corresponda, a una reorganización por bancarrota, y administrar lo que pasa por activos, de manera congruente con el principio fundamental de nuestra Constitución, la llamada "cláusula de bienestar general". Ciertas categorías de obligaciones financieras, como los "derivados financieros", tienen que eliminarse de plano. Los reclamos más respetables deben tratarse con compasión, aunque no se cancelen prontamente, según el caso. Empero, en el caso general, la deuda se tratará de una forma más honorable de como se incurrió, en muchos casos, usureramente.

Al evaluar este tipo de medidas y sus efectos, el ciudadano en general, así como los diversos funcionarios públicos y privados, deben tener siempre presente, y de forma clara, el siguiente hecho de la situación. La frase maravillosa que mejor servirá para mantener la cordura de una población asustada, es: "Recuerden, es sólo papel". El objetivo de las disposiciones es mantener en funcionamiento las formas físicas esenciales de actividad económica, incluyendo los niveles de empleo productivo y administrativo útil, el pago de pensiones y demás, así como el suministro de energía, los servicios esenciales y los víveres. En tanto que sobrevivan todos y cada uno, y sigan desempeñando funciones útiles, podemos proceder con confianza a levantar nuestra salida del desbarajuste. No se preocupen demasiado por las pérdidas de papel, preocúpense de que, por negligencia, algunas de las realidades físicas de la vida puedan pasarse por alto en la rebatiña.

Tomen el caso del mítico, aunque típico, banco de Tutitilpico el Chico, por ejemplo. ¿Cómo debe reaccionar el gobierno ante el hecho de que ese banco esté yéndose a la quiebra por el desplome de los valores de papel que había venido contando como activos? La respuesta, generalmente, será, mantengan el banco abierto y funcionando, casi como si no hubiera pasado nanda. ¿Cómo? El principal instrumento administrativo que se utilice para dicha acción terapeútica, será el papel que desempeñe el Departamento del Tesoro estadounidense en la administración del quebrado Sistema de la Reserva Federal. Necesitamos que el banco local, en tanto institución de servicio, siga con su función; necesitamos que el banquero pertinente siga en su puesto en las horas laborables, como siempre. Por lo tanto, tomaremos acciones legislativas y similares para asegurar esos arreglos.[FIGURE 6]

¿Qué signfica eso? Significa que, al congelar la mayor parte de la porción no embasurada de las obligaciones financieras del sistema, hemos creado un arreglo que protege el crédito del gobierno estadounidense contra una reacción en cadena de embargos financieros, y de ese modo hemos capacitado al gobierno para actuar, en concierto con el Congreso, como lo manda la Constitución, para generar nuevas emisiones de crédito financiero a través del sistema, ya sea en la forma de emisiones efectivas de papel moneda del Tesoro estadounidense, o de crédito contra el compromiso creado, mediante ley del Congreso, pero mantenido en reserva con ese propósito.

Las funciones principales de esa nueva emisión de crédito contra papel moneda, son dos. Primero, garantizar la continuación de las funciones útiles esenciales y otras de los sectores público y privado. Segundo, suministrar la masa de crédito designado para programas de expansión económica a gran escala, programas cuyo propósito más inmediato, definido de modo general, es el de llevar el nivel de la producción física de la economía estadounidense en su conjunto, por encima del nivel de equilibrio económico físico.

Todo eso aparece en Hamilton de manera implícita.

¡Piensen en la Tennessee Valley Authority (TVA, Administración del Valle del Tennessee)! El principal estímulo para el crecimiento serán las inversiones relativamente a gran escala en el desarrollo y mantenimiento de la infraestructura económica básica, tanto dura como suave; la producción de energía, por ejemplo, abordando así una escasez que se ha hecho crítica para la nación como un todo. Tales empresas, iniciadas con el resorte del crédito público, estimulan la expansión relacionada de las actividades de los contratistas privados. La asignación de las fases programadas de dichos proyectos a las zonas de crisis económica regional y local, se convertirán en el mecansimo de administración a través del cual se manejen los focos de crisis económica.

Aparte del trabajo urgente que tiene que llevar a cabo en salubridad y educación, el papel principal del gobierno en dichos programas será el de realizar las mejoras físicas en la infraestructura económica básica dura.

Sin embargo, con esa parte del esfuerzo inicial de recuperación económica en marcha, debemos añadir otros programas de expansión. Estos serán, en gran medida, apropiados para que fluyan en el futuro las exportaciones estadounidense de alta tecnología. Empero, a su vez, ese programa de orientación hacia las exportaciones de alta tecnología requerirá que Estados Unidos emprenda una versión expandida de algo parecido al programa espacial de Kennedy: Un programa de urgencia de impulso científico, con el objetivo de que tenga el efecto económico de asegurar un flujo creciente de tecnologías cada vez más avanzadas hacia la economía en su conjunto.

La importancia de tales programas de urgencia de impulso científico, es algo que ha sido cada vez más descuidado, por decir lo menos, en los últimos treinta y pico de años de planificación nacional. El asunto es que, la fuente permanente de ganancia real en una economía no es nada más que el efecto de introducir nuevos descubrimientos de principios físicos universales comprobados en la producción y distribución, a través de las inversiones en las nuevas tecnologías generadas, mediante los diseños de experimentos de prueba del principio, inherentes a la comprobación del descubrimiento de nuevos principios físicos.

En lo principal, la tasa de crecimiento potencial de las facultades productivas del trabajo, per cápita, en una economía nacional, está determinada por la tasa a la que se realizan las inversiones en dicho progreso tecnológico. Este beneficio necesita el crédito necesario para las inversiones de mediano y largo plazo que requieren tales cambios en tecnología, y también requiere de las mejoras en la educación y en las circunstancias de la vida hogareña familiar de las que depende la capacidad de la población para asimilar el progreso tecnológico a tasas relativamente altas.

Por lo tanto, las tasas de rentabilidad y de crecimiento a mediano y largo plazo de la economía estadounidense, per cápita, dependen de estímulos del tipo que aportan los programas de urgencia de impulso científico. Dichos programas de urgencia, a tal escala, sólo pueden emprenderse con un alto grado de participación del gobierno, incluyendo tales formas como el crédito gubernamental y otros apoyos para las funciones educativas y de investigación y desarrollo de las universidades.

Este aspecto, relacionado con las exportaciones, del esfuerzo para la recuperación, requiere de la creación de un sistema a muy gran escala de crédito comercial a largo plazo, para la exportación y el comercio. Este crédito, el cual movilizará Estados Unidos en asociación con las naciones cooperadoras, debe basarse en un regreso al tipo de sistema de tipos de cambio fijos altamente regulados, que se utilizó en las primeras décadas del sistema de Bretton Woods de la posguerra. Esto significa créditos a largo plazo con tasas no mayores de 1% de interés simple al año. Esto sería imposible de sostener, salvo bajo un sistema de tipos de cambio fijos.

Debería ser innecesario, a estas alturas, hacer más que sólo mencionar el hecho de que la mayor amenaza potencial a tales medidas para la recuperación de un derrumbe financiero global ya inevitable, viene —como nos lo puede recordar la experiencia de Franklin Roosevelt con la Corte Suprema en los años treinta—, de un exceso de conservadurismo de los magistrados tipo Scalia, que pertencen a la Corte Suprema en la actualidad.

La mano invisible de Scalia

¿Quizá ustedes estén entre los que alguna vez sintieron una mano extraña metida en el bolsillo donde tenían su billetera, cuando viajaban en un atestado vagón del metro de Nueva York? Esa reminicencia puede hacerle pensar a uno en la "mano invisible" de Adam Smith, o quizás en la del magistrado Antonin Scalia. Más importante, en este respecto, es la ruina que puede acarrear esa garra invisible, no tanto a sus bolsillos, sino a la existencia continua de nuestra nación, y de toda la civilización.

En cuanto a la mano invisible escondida bajo la manga intelectual del magistrado Scalia, he abordado el tema, de forma reiterada, en varias publicaciones anteriores. Sin embargo, dada la pertinencia de ese tema para los asuntos que la realidad le somete al Presidente, al Congreso y a la Corte Suprema ahora, debe incluirse cuando menos un resumen razonable del caso, ya para concluir el presente informe.

El origen próximo del principal axioma de Scalia, es la rimbombancia de una figura religiosa gnóstica del medioevo conocida como Guillermo de Ockham, o latinizado, Occam. Este tipo raro, Ockham, fue sacado de su tan merecida soporífera oscuridad, por la más sucia figura de fines del siglo 16 y principios del 17, el virtual dictador de Venecia en esa época, Paolo Sarpi, a quien Galileo Galilei sirvió como lacayo casero y asistente ideológico, en empresas tales como la invención de una de las farsas más viciosas de los tiempos modernos, el empirismo inglés (y más tarde, británico).

Este mismo empirismo, ligeramente disfrazado, se convirtió en la mercancía propia de otro ideólogo veneciano, el abad Antonio Conti, quien creó una extensa red de salones por toda Europa, todos centrados en la principal base de operaciones de Conti, París. Los salones de Conti son conocidos de otro modo, bajo su título oficial, como la Ilustración británica y francesa del siglo 18, llamada "materialista".

Fue la continuidad del esfuerzo de los empiristas Sarpi y Conti, lo que le dio a la Europa moderna el curioso y exótico dogma metafísico, llamado por Adam Smith y sus seguidores, "la mano invisible". Yo prefiero referirme a esta, como la doctrina que alega, de hecho, que el universo está dirigido por "hombrecitos verdes que operan desde abajo del piso". Los mejores indicios a la mano, indican que la adoración de esos gnomos verdecitos es la verdadera creencia religiosa del magistrado Scalia, al menos cuando habla, como si fuera ex cátedra, desde su estrado en el tribunal federal.

Esa pieza particular de demencia impregna al liberalismo moderno, en todo departamento académico, incluyendo las invenciones matemáticas propias de tales acólitos de Bertrand Russell como el finado profesor Norbert Wiener y John von Neumann. En las facultades de economía, está asociada con mayor frecuencia a los nombres de Bernard Mandeville, François Quesnay, Adam Smith, y los utilitaristas británicos, desde Jeremías Bentham en adelante.

Cito un pasaje de La teoría de los sentimientos morales de 1759, de Adam Smith, que fue el escrito que le ganó a Smith la posición de lacayo del notorio lord Shelburne.[37]

"El gobierno del gran sistema del universo. . . la custodia de la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es asunto de Dios y no de los hombres. Al hombre le corresponde un apartado mucho más humilde, pero más a tono con la debilidad de sus facultades, y la estrechez de su comprensión; la custodia de su propia felicidad, la de su familia, sus amigos, su país. . . Pero aunque estemos. . . dotados de un intensísimo deseo de realizar esos fines, se ha recomendado a las lentas e inciertas determinaciones de nuestra razón averiguar los medios de materializarlos".

Luego, al comienzo de la frase que sigue inmediatamente, Smith identifica esos "medios apropiados".

"La naturaleza nos ha conducido a buena parte de ellos por instintos originales e inmediatos. Hambre, sed, la pasión que une a los dos sexos, el amor al placer y el temor al dolor, nos impulsan a aplicar esos medios sólo por lo que son, y sin consideración alguna de si tienden a esos beneficiosos fines que el gran Director de la naturaleza intentó producir por medio de ellos".

Dos conclusiones han de discernirse de esa probadita de lo que habrá de resurgir como el tema central del tratado de propaganda antiamericana que Smith publicó, por órdenes de Shelburne, en 1776, la pieza de plagio a los fisiócratas franceses que se publicó bajo el breve título de la Riqueza de las naciones. Primera, claramente la doctrina de Smith es de plano irracionalismo y hedonismo descarado. Segunda, envuelta con esa prosa, se oculta bajo el piso, por así decirlo, una cierta suposición axiomática. Un lector atento e inteligente cuestionaría, luego de leer tal cosa: ¿cuál es la agencia embozada en la frase "gran Director de la naturaleza"? ¿Hombrecitos verdes bajo el piso, quizás?

Hay dos fuentes previas bien conocidas, las cuales Smith de hecho consultó, o probablemente hubiera consultado al inventar su mítico "gran Director de la naturaleza". Uno, que ciertamente sí empleó para ese propósito en su Riqueza de las naciones, fue al fisiócrata francés, agente del salón de Conti, el doctor François Quesnay. Mucho de la Riqueza de las naciones de Smith fue puro plagio a los fisiócratas franceses, con quienes Smith había estudiado en Francia la mayor parte del intervalo de 1763 a 1776. La otra fuente probable, fue una célebre pieza británica, La fábula de las abejas, de ese Bernard Mandeville que sirve como figura modelo para la Inglaterra de Walpole y de los retratos de Hogarth.[38]

La apología de Quesnay por su doctrina de laissez-faire, la cual Smith copió como"libre comercio", consistía en la insistencia de que la ganancia de la riqueza de la propiedad titulada del terrateniente era un epifenómeno del título de propiedad del aristócrata; este argumento dependía de la suposición de Quesnay, de que el papel de los siervos en la producción del producto pertinente no era diferente al papel del ganado no humano. Eso no es más que puro y simple oligarquismo desabrochándose en público.

En el caso de Quesnay, los antecedentes son claros. La prolongada influencia del sistema feudal normando, y su manifestación en la Fronde francesa, señalan la fuente principal de la tradición de decadencia moral expresada en Luis XIV de Francia, y durante la minoría de Luis XV, y explica la depravación de Quesnay.

El caso de Mandeville tiene varias facetas especiales que tienen que ver con la influencia continua del liberalismo británico del siglo 18 en la vida intelectual de Estados Unidos hoy en día. Notablemente, Friedrich von Hayek, el principal cofundador oficial de la Sociedad Mont Pelerin, y una influencia importante en los círculos ideológicos de Scalia, deriva su dogma explícitamente de Mandeville. La definición de "libertad" de Von Hayek es singularmente perversa, y tiene algo que ver con la perversidad similar a la que ya me he referido aquí antes, en el caso de Scalia. Mandeville, tal como von Hayek lo hace suyo, insistía en que a la perversidad debe permitírsele hacer lo que le venga en gana.

El razonamiento era, y es, que a través de la magia de lo que debe considerarse nada más que el equivalente a hombrecitos verdes bajo el piso, ¡la maldad se transforma en una causa de algo que es finalmente bueno! El mismo razonamiento lo hizo, en un ataque vil en 1998 al primer ministro de Malasia, Mahathir bin Mohamad, el vicepresidente saliente Al Gore.

En todas estas y otras formas empiristas de liberalismo filosófico en economía política, impregna el mismo misticismo pagano.

¿Quién, qué es el dios por quien habla Scalia desde el tribunal federal? ¿Cuál es la justificación de una tiranía oligárquica ejercida por los "valores del accionista"? ¿Puede ser algo más que la atribución de poderes mágicos supremos a alguna entidad pagana que odia al Dios de los monoteístas? ¿No es ese un dogma que prefiere a una deidad pagana a la cual se le aproxima más la imagen de hombrecitos verdes, operando desde debajo del piso de la realidad, empujando y jalando entre las ranuras de lo infinitesimal?

La culpa de gran parte de esto es de Sarpi, por resucitar a Ockham. A partir del razonamiento sobre esta cuestión, el cual aportaré aquí ahora, el lector deberá reconocer el origen histórico y las implicaciones sociológicas del tipo específico de fraude del que depende la defensa que hace Scalia del mentado valor del accionista. Se aclara entonces la importancia de la resurrección de Ockham por los empiristas.

El fraude más esencial de Ockham, a partir del cual ha circulado el término "navaja de Occam", es que, al igual que esos farsantes conocidos hoy en día como matemáticos que hacen modelos, él niega hasta la existencia de lo que depende absolutamente la premisa esencial de todo su razonamiento. De este modo, te niega el derecho a prestar atención a la existencia misma de la premisa central de la cual depende toda la estructura de su razonamiento. Como un verdadero puñal veneciano, se introduce el punto, como de costumbre, por una mano invisible.

El razonamiento de Ockham tiene el efecto siguiente. Existe un principio superior, el cual quizá no conozcan, y por lo tanto, no puedan criticar, ni siquiera mencionar, pero el cual, no obstante, determina el modo en que las cosa ocurren. Este innombrable es el "gran Director de la naturaleza" de Smith. De ahí "la mano invisible", en cualquiera de las diversas formas que toma el recurso a esta trampa cuando se le toma como premisa de un razonamiento.

Piensen, por un momento, en un emperador al estilo babilonio, cuya palabra es ley, simplemente porque es su palabra. No se permite cuestionar su palabra, sólo cumplirla y someterse, en tanto puedas sospechar que le agradará, o al menos, persuadirlo de que haga algo que pienses que te agradará. Quizá simplemente quieras que la batalla del Harmagedón concluya a tu entera satisfacción personal antes de que se venza el alquiler del mes próximo, y que ojalá no expires para entonces. Por la misma clase de lógica, la mente innombrable de ese emperador se convierte entonces en la analogía de una mano invisible. El dios de ese emperador y de sus fieles súbditos, por igual, es el dios del soliloquio del Iago en la versión operática de Verdi del Otelo de Shakespeare.

Ahora bien, contrasten a eso la imagen de la ciencia y el derecho que he utilizado en las partes anteriores de este informe.

Desde el punto de vista de la ciencia, no hay principios invisibles en el universo, sino sólo principios conocibles listos a ser descubiertos. Hay también un principio moral de nuestra relación con el Creador del universo, inherente a esos principios y a la manera en que son descubiertos, y a los fines para los cuales han de ser empleados.

Elijan entre las dos concepciones. ¿Cuál dios es el dios de los "valores del accionista"?

¿Son mis términos para describir a una persona que ocupa una posición de la solemnidad de magistrado de la Corte Suprema de Estados Unidos? Dado que la creencia en los valores del accionista, o de la "irrevocabilidad", como en el razonamiento de Smith o Mandeville, sienta sus premisas en la negación de la existencia de la verdad conocible, y en la sustitución de la veracidad por la ciega pasión del hedonismo amoral o hasta inmoral, ¿qué debe decir cualquier espectador de quienquiera que comparta la clase de inmoralidad específica que se expresa en el notable dechado de conducta del magistrado Scalia en ese tribunal?

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[1] Discurso pronunciado en la Catholic University of America en octubre de 1996, titulado: "Una teoría de interpretación constitucional". Ver el semanario EIR del 22 de diciembre de 2000, p. 48. Así, el católico nominal Antonin Scalia se ubica como seguidor de los empiristas radicales ingleses como Hobbes, Locke, Hume, Bertrand Russell, etc., con el mismo efecto general que vemos entre esas corrientes de pensamiento nominalmente católico influidas por ideólogos fascistas como Friedrich Nietzsche y el filósofo nazi Martin Heidegger, y la influencia de la escuela romántica del derecho de F.K. Savigny en círculos hispanoparlantes. Por esto, la vena fascista de Scalia ha de identificarse precisamente como perteneciente a la escuela británica del romanticismo, en tanto que Carl Schmitt representa la escuela continental de romanticismo.

[2] Véase "Fact Sheet: LaRouche on U.S. Supreme Court Election Ruling", por Edward Spannaus, en el semanario EIR del 22 de diciembre de 2000, el cual resume los acuerdos y desacuerdos de LaRouche con las opiniones disidentes en el caso Bush vs. Gore. Lo más notable con respecto al método de Scalia, fueron dos proposiciones establecidas por los disidentes. El magistrado Stephen Breyer criticó explícitamente el método de Scalia de recurrir al "texto llano" en su interpretación del significado de la Constitución de Estados Unidos. El magistrado John Paul Stevens citó la decisión de la mayoría para detener el recuento en Florida "en aras de la irrevocabilidad".

[3] La Corte Suprema emitió su fallo de una forma por demás apresurada. El viernes 9 de diciembre, la Corte Suprema del estado de la Florida emitió su fallo ordenando el recuento manual inmediato de decenas de miles de boletas. El comando de campaña de Bush apeló de una vez ante la Corte Suprema de Estados Unidos, procurando una orden de emergencia para detener el recuento. El sábado 10 de diciembre, la Corte Suprema de Estados Unidos decidió aplazar el fallo, deteniendo el recuento; Scalia emitió una opinión concurrente insólita, alegando que el hecho mismo de que los votos fuesen recontados en Florida amenazaba con causarle un "daño irreparable" a Bush, al "arrojar una sombra sobre lo que él alega ser su legítima elección". La corte ordenó que se presentaran los alegatos escritos para el domingo por la tarde, y programó los alegatos orales para el lunes 11 de diciembre por la mañana.

Después de lo que obviamente fue un debate muy contencioso entre los magistrados, se emitió el fallo de la Corte Suprema como a las 10:00 p.m. del martes 12 de diciembre. Acompañando al fallo de la mayoría sin firmar, hubo una opinión concurrente del magistrado presidente Rehnquist, a la que se sumaron Scalia y Clarence Thomas, y opiniones separadas escritas por cada uno de los cuatro magistrados disidentes; en su mayor parte, los magistrados disidentes concurrieron en sus disentimientos.

[4] Dr. Armin Mohler, Die Konservative Revolution in Deutschland: 1918-1932 (Darmstadt, 1972).

[5] El 28 de febrero de 1933, Hitler emitió sus Notverordnungen, o "Decretos de Emergencia", suspendiendo las garantías constitucionales de libertad de opinión, de asamblea, de asociación y de expresión, y autorizando al gobierno a realizar allanamientos, cateos e intervenir teléfonos sin restricción alguna, "fuera de todo límite legal", contra sus adversarios políticos. Los decretos se emitieron "para proteger al pueblo y al Estado". Hitler fundamentó su autoridad para hacerlo en la doctrina jurídica de Carl Schmitt, el "decisionismo". En su obra más conocida, Teología política, Schmitt dice que la soberanía consiste en emitir decretos bajo circunstancias excepcionales, y en definir a los enemigos del Estado. Schmitt se ganó el título de "jurista supremo del Tercer Reich" debido a que aportó la justificación legal a cada paso de la degeneración de la república de Weimar en el Estado nazi.

Schmitt, profesor de derecho en Bonn y luego en Berlín, era un romántico en lo filosófico y seguidor de Mussolini. Publicó numerosos panfletos populares polémicos, y le aconsejó a funcionarios de Weimar que el gobierno rigiera por decreto con base al artículo 48 de la Constitución de Weimar, ante el derrumbe económico de Alemania que resultó del régimen de reparaciones de guerra impuesto con el Tratado de Versalles.

Según Schmitt, toda la política consiste en la relación entre amigo y enemigo, y el Estado establece su legitimidad por su capacidad de identificar y exterminar a sus enemigos. La verdadera democracia consiste en la identidad plena entre el gobernante y los gobernados, requiere de una población étnicamente homogénea, y le rinde mejor servicio un dictador, gobernando por decreto y sujeto a plebiscitos populares periódicos, que una democracia parlamentaria. Según la teoría de Schmitt, el soberano decide qué es la ley y el derecho, mediante un "acto primordial" de "decisión" sobre momentos revolucionarios o excepcionales. Schmitt identifica la "igualdad" y la protección de la "propiedad" como los valores primarios, y al mismo tiempo aboga por el control político total de la población y por la libre empresa. Su dogma de derecho puede vislumbrarse a partir de los títulos de sus libros: Romanticismo político, 1919; Teología política, 1922; Derecho constitucional, 1928; Legalidad y Legitimidad, 1932.

Al igual que Friedrich Nietzsche, recientemente Schmitt se ha convertido en el tema de una revisión académica popular, en particular entre las figuras de la "revolución conservadora" en la política estadounidense. Andreas Buch, "Über die Willkür im Recht, Ibykus 14, 1995 (vgr. Buch: "Was macht die Fazination des Mannes aus, den manche den `Kronjuristen' Hitlers nannten, der in den zwanziger und dreissiger Jahren mit seinen Schriften der Weimarer Republik des ideologische Grab schaulfelte, als er das parliamentarische Cäsarismus predigte?"); F.A. Freiherr von der Heydte, "The Thornburgh Doctrine: The End of International Law," EIR, junio de 1990; y la reseña de un libro en Ibykus 45, 1993, "Carl Schmitt und das Elend der deutschen Jurisprudenz".

[6] Véase "Politics as Art," por Lyndon H. LaRouche, en el semanario EIR del 17 de noviembre de 2000, nota 1, p. 20: "Apostolic Letter of Pope John Paul II, Proclaiming St. Thomas More as Patron of Statesmen and Politicians", ("Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II, Proclamación de Santo Tomás Moro como patrón de los estadistas y políticos", Vaticano, 4 y 5 de noviembre de 2000).

[7] Como en su discurso de 1996 en la Catholic University of America, de Washington, el que Scalia eche mano de trucos de sofistería en el uso del "textualismo" para promover penas de muerte en tanto que se opone al aborto, representa su tentativa de imitar a Mefistófeles, de acuerdo con el tratamiento que le dan Marlowe y Goethe al tema de Fausto. Que un hombre tal intente hacerse pasar por cristiano, y aparecer como si se le tolerase tal perversidad, debe tomarse en cuenta como signo de nuestros tristes tiempos.

[8] La reciente proliferación de exoneraciones de condenados a muerte, mediante las pruebas de ADN, simplemente apunta al hecho de que todo el sistema estadounidense de justicia penal ha sufrido una espantosa degeneración moral en práctica y en doctrina en el período desde que se inició la estrategia sureña de Nixon en 1966. Nada deja más claro esto que el estudio del reciente dechado de ejecuciones, especialmente en Texas y en Virginia. No fue la falta de pruebas de ADN lo que se muestra en los casos pertinentes; las pruebas de ADN simplemente iluminan la barbarie de la calidad de justicia penal en general. La aplicación del dogma fascista de la "irrevocabilidad", por parte de la Corte Suprema que dirige Scalia, a los casos de pena de muerte, ilumina la existencia de una especie de principio terrorista jacobino de "primero el veredicto, el juicio quizá después" en la práctica del asesinato judicial, sacrificio humano ritual, en una mayoría de la Corte Suprema inspirada por Scalia.

[9] Las diferencias entre "clásico" y "romántico" son representativas, en tanto que esos términos se aplican a diferencias axiomáticas en el método de composición de la música en los siglos 18 y 19. Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Mendelssohn, Schumann y Brahms son representativos de compositores clásicos, mientras que el legado de Rameau, Berlioz, Liszt y Wagner representa a los adversarios contemporáneos del método de composición y ejecución clásicos desde Bach hasta la muerte de Brahms. El razonamiento de los románticos Kant y Savigny, de que la razón no tiene ninguna función en el arte —es decir, la separación que hace Savigny del Naturwissenschaft del Geisteswissenschaft—, representa el irracionalismo axiomático de la escuela romántica en el arte, así como en la política y el gobierno.

[10] Henry A. Kissinger, A World Restored: Metternich, Castlereagh and the Problems of Peace 1812–1822 (Houghton-Mifflin, Boston, 1957). También, el discurso que Kissinger pronunció el 10 de mayo de 1982 en una conferencia en la Chatham House de Londres, para conmemorar el bicentenario de la fundación del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña: "Reflections on a Partnership: British and American Attitudes to Postwar Foreign Policy". El papel antipatriótico de Kissinger en la vida política estadounidense, representado adecuadamente en ambas fuentes de referencia, lo compara, desfavorablemente, a Benedict Arnold, y lo establece como un empecinado promotor del principio oligárquico en contra de todo lo que sostiene la Declaración de Independencia de 1776 y la Constitución de Estados Unidos.

[11] Ver Pierre Beaudry, Jean Sylvain Bailly, A True French Revolutionary, (Jean Sylvain Bailly, un verdadero revolucionario francés) ensayo inédito. (Leesburg, 30 de octubre de 2000). Esta es una de las mejores reseñas producto de una investigación sobre los acontecimientos decisivos del punto crítico de junio y julio de 1789, y su secuela inmediata. Lo que tiene que tomarse en cuenta, como contexto histórico, son los tumultuosos conflictos de 1782 a 1790 entre las fuerzas que representaban Federico II de Prusia y José II de Austria por un lado, y los príncipes imperiales "conservadores" del Sacro Imperio Romano, representados por los cancilleres Von Kaunitz y Metternich, así como María Teresa y Leopoldo II, por el otro. La muerte de Federico el Grande de Prusia, en 1786, constituyó un golpe mortal para los esfuerzos de José II en pro de las reformas humanistas tipo americano en el imperio. Estas circunstancias, junto con el escándalo del collar de la reina y la influencia de los fisiócratas, amargó a la monarquía francesa, al efecto de ocasionar los disparates del rey en los sucesos de junio y julio de 1789.

[12] Jacques Necker, ministro de Finanzas y primer ministro de Francia en un momento, fue escogido por el mismo lord Shelburne cuyos lacayos incluían a Adam Smith, Jeremías Bentham, Edward Gibbon, y muchos otros. Fue Shelburne, representante político de la Compañía de las Indias Orientales británica y del Banco Baring, y en un momento primer ministro (1782-1783), quien preparó y dirigió los acontecimientos que llevaron a la revolución francesa. Fue la criatura de Shelburne, Jeremías Bentham, quien controló el "comité secreto" en el Ministerio de Relaciones Exteriores británico, el cual entrenó y desplegó a agentes tales como Danton y Marat, y el cual orquestó la mayor parte de lo que ocurrió en el intervalo 1789–1794 del reinado del Terror jacobino. (Ver el informe de Pierre Beaudry sobre los acontecimientos de junio y julio de 1789, op. cit.). La toma de la Bastilla, organizada por el duque de Orleans como el aspecto principal de la campaña de Orleans para imponer a Necker como primer ministro de Francia, fue lo que realmente inició el reinado del Terror.

[13] El 20 de enero de 1995, el presidente de la Cámara de Representantes de EU, Newt Gingrich, hizo un llamado a las armas ante el Comité Nacional del Partido Republicano en Washington, en el que explícitamente se equiparó con Robespierre y Danton: "Necesitamos entender que la escala de la revolución que necesitamos es tan grande y tan drásticamente diferente. . . Esta es una verdadera revolución. En las verdaderas revoluciones, la facción derrotada no tiende a convertirse. Tiende a caer peleando. . . Quiero decir, si observan a los borbones en Francia, ellos no se apresuraron a decir `Oh, por favor, ¿me puedo unir a la revolución?' Siguieron siendo borbones. En realidad, la mayoría de ellos no aprendió nada ni olvidó nada, y 50 años después todavía estaban encerrados en un mundo que estaba muerto. . . Yo soy un revolucionario genuino; ellos [los demócratas] son los reaccionarios genuinos; vamos a cambiar su mundo y ellos van a hacer cualquier cosa para detenernos, utilizarán cualquier herramienta, no hay nada grotesco, ninguna distorsión, ni deshonestidad demasiado grande que no usarán ellos para perseguirnos. . . El futuro de la raza humana, cuando menos por un siglo, está sobre nuestras espaldas. Si fracasamos. . .entonces Bosnia y Rwanda, Haiti y Somalia serán los presagios de un oscuro y sangriento planeta".

[14] Georg Wilhelm Friedrich Hegel, The Philosophy of History (Dover, Nueva York, 1956); Philosophy of Right (Prometheus Books, Amherst, N.Y., 1996); y en muchas otras partes de la obra de Hegel. El triunfo de Napoleón, especialmente después de la batalla gemela de Jena-Auerstadt en 1806, desató una furia de entusiasmo romántico a favor de Napoleón en Alemania. La toma de la corte prusiana por parte de la facción romántica probritánica, y la persecución tipo fascista bajo los Decretos de Carlsbad, de las obras de los patriotas alemanes como Federico Schiller, por parte de los agentes de Metternich, como Hegel, fomentó olas de romanticismo y formas afines de pesimismo cultural (vrg. Schopenhauer) de las que la cultura alemana no ha sanado hasta la fecha. Hegel es representativo de esos antiguos fanáticos del jacobinismo que fungieron como los primeros prototipos de agentes fascistas en el Berlín posterior al Congreso de Viena. Savigny, el antecesor directo de la obra de Carl Schmitt, fue el principal colaborador de Hegel en la represión política en pro de Metternich dirigida en contra del cuerpo docente y los estudiantes de la Universidad de Berlín.

[15] La posición de Schmitt no era la de ser nazi él mismo, sino la de ser el portero que acomodó al nazismo en una posición de poder dictatorial. El rango más alto de la maldad, no es el de los nazis, sino más bien el de esos como Schmitt y Bertrand Russell, que utilizan los movimientos como el de los nazis como sus instrumentos, y pueden tan rápidamente destruir dichos movimientos, cuando la ocasión parezca propicia, como acomodarlos en el poder. El razonamiento de Schmitt en ese sentido, debería ser claro a partir de sus propios esfuezos de dejarlo claro.

[16] Works of Prose, by Heinrich Heine, Hermann Kester, ed., Ernst Basch, trad. (L.B. Fischer, Nueva York, 1943); Religion and Philosophy in Germany: A Fragment, John Snodgrass, trad. (State University Press of New York, Albany, 1986); The Romantic School and Other Essays, Jost Hermand and Robert C. Holub, eds. (Continuum, Nueva York, 1985).

[17] Mendelssohn desempeñó un papel principal, en colaboración con el alumno y colaborador de Kästner, Lessing, en defender a Leibniz y a Juan Sebastián Bach de la vil influencia de las redes que había organizado al interior de la Academia de Berlín el veneciano abad Antonio Conti, quien estaba basado en París, y quien entonces había fallecido recientemente. En ese momento, en Berlín, los agentes principales de la red que había establecido Conti, eran los notorios Maupertuis y su confederado, Leonhard Euler. Kant se contaba entre los asociados de Maupertuis y Euler en esa materia. Mendelssohn era tan eficaz, que Kant no se atrevió a publicar su serie de Críticas, hasta que la poderosa mente de Mendelssohn fue apagada por una enfermedad fatal.

[18] Aunque los judíos alemanes, como los representaban Moisés Mendelssohn y Heine, fueron, junto con el renacimiento Yiddish de los judíos de Europa Oriental, los principales blancos de las campañas de Hitler, su veneno, como el de su predecesor Friedrich Nietzsche, era su odio contra el supuesto crimen de los judíos: haber producido el cristianismo, y de ese modo, a través del cristianismo, haber arruinado a la Roma pagana que tanto amaban Napoleón Bonaparte, Benito Mussolini, Hitler, etc. Si Hitler no hubiera perdido la guerra, hubiera celebrado su triunfo procediendo a exterminar a los cristianos.

[19] Tal fue la transición bajo Hitler, de la SA a la SS.

[20] Véase a von der Heydte sobre la doctrina Thornburgh, op. cit.

[21] Bernhard Riemann, Über die Hypothesen, welche die Geometrie zu Grunde liegen, en Bernhard Riemanns Gesammelte Mathematische Werke, H. Weber, ed. (Dover Publications, reprint edition, Nueva York, 1953).

[22] Este principio, cuya forma alemana se introdujo como el aspecto central de las Críticas de Kant, fue adoptado por el profesor de derecho de Karl Marx, F.K. von Savigny, como una doctrina de irracionalidad absoluta, el dogma de Savigny sobre la separación hermética de Naturwissenschaft y Geisteswissenschaft. Ese dogma irracional se encuentra a menudo como la mirada de ojos vidriosos que acompaña a la pieza de letanía ritual de "el arte por el arte". Los efectos de la misma doctrina sobre el mundo angloparlante, fueron la ocasión para los escritos pertinentes del autor británico C.P. Snow, Two Cultures and the Scientific Revolution (Dos culturas y la revolución científica) (Cambridge University Press, reprint, Londres y Nueva York 1993).

[23] Lo cual no debe obviar los aportes indispensables de muchos colaboradores, de varias partes del planeta, como los del doctor Jonathan Tennenbaum y Bruce Director, quienes tuvieron un papel decisivo en educar a los lectores sobre los descubrimientos revolucionarios de Carl Gauss en la astrofísica kepleriana. El hecho de que yo asuma responsabilidad personal por lo que sostengo que es verdad, nunca debe suponerse que implique nada más que eso. Tengo logros suficientes en descubrimientos originales de principio para mi crédito personal, como para estar satisfecho por toda la vida por lo que, a pesar de que mi apetito por nuevos descubrimientos sigue siendo omnívoro, no tengo necesidad ni deseo de pasar por alto los aportes de otros. Sin embargo, debo asumir responsabilidad intelectual personal por todo lo que yo adopto como si fuese propio, sea yo, o algún otro, mi fuente original de ese conocimiento.

[24] Esto quiere decir, por ejemplo, que todo el lapso de civilización europea, desde aproximadamente la época de Solón de Atenas, ha de tratarse como si tuviese peculiaridades funcionales específicas, pero que, dentro de ese lapso, el surgimiento del Estado nacional soberano moderno gobernado por un principio de autogobierno conocido como el bienestar general o bien común, constituye una multiplicidad específica en el contexto de la civilización europea en su conjunto. Este principio fue reconocido por todos los grandes dramaturgos clásicos como Shakespeare y Schiller, quienes nunca permitirían que ninguna de sus tragedias fuese cambiada de un lugar de una especificidad histórica a otro. Los directores modernos, como el finado Orson Welles, famoso por el Teatro Mercury, que violan ese principio de especificidad histórica, exhiben estupidez o, de hecho, malicia en contra del autor y del público.

[25] Las primeras cuatro de esas obras han de leerse en voz alta, como un drama clásico, no sólo como texto. Cuando se lee como un drama hablado, se pone en juego el principio pertinente del diálogo clásico, la geometría de posición. Sólo desde ese punto de vista provechoso, puede darse a entender claramente a los estudiosos de esas obras, el efecto pleno y el significado del término idea. La importancia de la geometría de posición para el derecho en general, y para poner al descubierto el carácter fraudulento del razonamiento de Scalia, en particular, se aborda más adelante. Mucho de lo que se ha dicho hasta ahora es repetición de razonamientos elaborados repetidamente, en detalle, en publicaciones anteriores; pero, como he dicho, hasta que ciertas nociones esenciales se conviertan en moneda de conocimiento común, deben de ser impartidas repetidamente, doquiera que constituyan parte integral de un principio esencial del caso en cuestión.

[26] El hecho de que esta creación del siglo 15, el Estado nacional soberano, no tenga precedentes en toda la historia conocida, fue desarrollado de forma satisfactoria por primera vez, hasta donde conozco la materia, por el finado profesor Friedrich A. Freiherr von der Heydte, en su Die Geburtsstunde des Souveränen Staates (Druck und Verlag Josef Habbel, Ratisbona, 1952). Yo llegué a la misma conclusión desde un punto de vista diferente, el económico, pero las dos opiniones, la mía y la del profesor Von der Heydte, coinciden en todos los aspectos decisivos.

[27] Snow, op. cit., nota 22.

[28] John Hoefle, "One Derivatives Disaster after Another; Will They Never Learn?" ("Un desastre de las derivadas tras otro; ¿nunca aprenderán?"), EIR, 9 de octubre de 1998.

[29] Esto no es exageración en ningún sentido. Da testimonio su sofistería en los temas del aborto y la pena de muerte, en su referido discurso en la Catholic University. Ahí, reduce el nominalismo a su autodegradación máxima, prácticamente a un "nominalismo de diccionario". Bajo su idea del derecho, tal y como la presentó, uno debe de esperar a que el infante haya nacido, antes de que sea legal matarlo.

[30] En las mediciones del círculo y de la parábola.

[31] El que los críticos musicales no entiendan la diferencia cualitativa entre el sistema bien temperado y el temperamento igual, surge de su ignorancia típica del hecho de que el sistema de contrapunto de Bach, como se sintetiza en el papel de las inversiones en su El arte de la fuga, es una determinación que se basa en el principio de la geometría de posición, en vez de construcciones mecanicista intrínsecamente lineales. Sin embargo, esto conlleva a una discusión sobre las implicaciones del entrenamiento de la voz en el bel canto florentino para la polifonía vocal y demás, materia a referirse en otro sitio más adecuado.

[32] Esto lo ilustra Mozart, en su descubrimiento del modo en que Bach había empleado este principio en su Ofrenda musical. Como resultado típico, tenemos la Fantasía de Mozart K. 475, y una gama relativamente amplia de composiciones como su compacta Ave Verum Corpus. Este descubrimiento de Mozart sobre el estudio de Bach, se convirtió en el material temático más citado en todo el repertorio de composición clásica. El cuartero para cuerdas opus 132 de Beethoven, es una de las exposiciones más notables de este principio. Esto es típico de las ideas musicales, en el sentido platónico de idea. En este sentido, los compositores clásicos de los siglos 18 y 19 como Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, etc., hasta Brahms, se colocan aparte de, y en oposición a, sus contemporáneos los románticos, como el compositor de chorizos musicales Rameau, y Liszt, Berlioz y Wagner, para quienes la inclinación a la simbología de la certeza sensorial, no a las ideas, es el recurso usual.

[33] En consecuencia, en cuanto al derecho, su doctrina reduccionista del texto define a Scalia implícitamente como de la misma categoría general que al notorio mortalista Pietro Pomponazzi. Dado que la idea de ley, una idea subsumida por una intención, no existe para Scalia, los objetos de la clase de las ideas tampoco existen y, por lo tanto, tampoco el alma humana, ni Dios mismo. Se podría concluir, por lo tanto, que dicho sujeto tiene casi el mismo motivo para estar en la Iglesia que una araña, quizá menos, dado que la araña actúa probablemente de acuerdo con la intención que se le asigna a un miembro de su especie. Sobre la materia de la naturaleza de los principios artísticos clásicos como complementarios a los principios físicos universales, vea, por ejemplo, mi "Statecraft as Art" ("El estadismo como arte"), EIR, 27 de noviembre de 2000.

[34] En tiempos modernos, el asunto planteado en la Nueva astronomía de Kepler, se conoce como el principio de alinealidad, el principio de las nociones de magnitud que no pueden derivarse desde el punto de vista de los métodos de un reduccionista radical como Leonhard Euler, Bertrand Russell, Norbert Wiener o John von Neumann. En la obra de Fermat, Pascal, Christiaan Huyghens, Leibniz, Bernoulli, la geometría antieuclidiana de Kästner, del estudiante de Kästner, Carl Gauss, y la disertación de habilitación de 1854 de Bernhard Riemann, esto involucra la noción de procesos que incluyen la generación de una sucesión no limitada en lo formal, de curvaturas no constantes sucesivamente superiores. En Leibniz, en su definición singularmente original de un cálculo diferencial e integral, el propósito es definir la solución a la tarea que Kepler le había legado a futuros matemáticos, en la cual el diferencial tiene una cualidad absolutamente no lineal, pero cuya integral corresponde a la determinación de una trayectoria de cualidad kepleriana a partir de ese diferencial.

De otra manera, ese principio se conoce como el principio de alinealidad, pero sólo en el sentido en que el término alineal está definido implícitamente por Cusa, y del modo en que fue definido explícitamente en la obra sucesiva de Leibniz, Gauss y Riemann. La noción de alinealidad nunca se imparte de manrea competente como principio aritmético, sino sólo como puramente geométrico. Este concepto se encuentra en la rama de la geometría llamada geometría sintética, distinta al uso popular de la "euclidiana" en el aula, y Bernhard Riemann la definió adecuadamente por primera vez, comenzando con su disertación de habilitación de 1854, sobre el tema de las hipergeometrías físicas. Sobre el tratamiento de Cusa a la cuadratura del círculo, ver mi ensayo "De la metáfora", en la revista Benengeli del 1er trimestre de 1995.

[35] Bernhard Riemann continuó la obra del maestro de Gauss, Kästner, y del mismo Gauss, en este respecto. Mediante los métodos de la geometría de posición, como los que aplicó Kepler al caso de la órbita de Marte, efectuamos una definición estricta de ciertas discrepancias paradójicas entre cualquier sistema de referencia establecido previamente en la física matemática, y el espacio físico experimental que realmente corresponde al tema en cuestión. Esta paradoja denota un descubrimiento necesario de un principio universal eficiente. Ese principio, si su descubrimiento se comprueba de manera experimental, constituye un principio físico universal recién descubierto, cuya existencia derriba la aplicabilidad de la física matemática previamente existente.

El descubrimiento de Kepler de un principio físico universal, la gravitación, a partir de reconocer esta clase de paradoja, representa el método de todos los métodos exitosos de investigación científica fundamental después de él.

Un descubrimiento tal, hecho de acuerdo con los métodos de Gauss y Riemann, implica un cambio en la curvatura físico-matemática característica del universo. Este cambio no puede determinarse de antemano con métodos matemáticos apriorísticos, sino que debe aducirse de modo experimental, como lo pone de relieve Riemann en la porción final de su disertación de habilitación.

[36] En otras palabras, trate esas pruebas como Kepler trató la anomalía de la órbita de Marte, y como Fermat y otros trataron los indicios anómalos de la existencia de un principio de menor tiempo, como la puesta de lado de lo de la distancia más corta. La combinación de dichas clases de indicios anómalos, de la pasteurización de la cerveza en adelante, deben examinarse como potencialmente de la clase de geometría de posición que implica que la vida es un principio físico universal distinto a los procesos simplemente no vivientes.

[37] Cito del aparte que publiqué con algo de ayuda del coautor David P. Goldman, titulado The Ugly Truth About Milton Friedman (New Benjamin Franklin House, Nueva York, 1980). El trabajo sobre la historia del monetarismo utilizado para ese libro, fue obra principalmente de la señora Kathy Wolfe, del semanario Executive Intelligence Review.

[38] Bernard Mandeville, The Fable of the Bees, or Private Vices, Public Benefits (London; 1934, reimpresión de la edición de 1714). ("La fábula de las abejas, vicios privados, beneficios públicos").