Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Divididos, conquistados

por Lyndon H. LaRouche, Jr.
28 de mayo de 2001

Mis saludos a todos los que están presentes o representados en esta reunión histórica especial de patriotas representativos de Brasil y Argentina. Deseo transmitir un saludo especial al coronel Seineldín.

1. Momento de grandes cambios

Este es un momento de grandes cambios que ya recorren el mundo. La cuestión es si estos cambios conducirán al mundo a aquella nueva era de tinieblas que representa la globalización, o si nuestra lucha contra las fuerzas oligárquicas de la globalización dará pie a un nuevo renacimiento para el planeta. El causar ese renacimiento, un renacimiento fincado en el principio del Estado nacional, debe ser el propósito que nos anima a todos, el que une nuestros esfuerzos en un solo efecto mundial.

Diecinueve años han pasado desde que la pérfida monarquía británica concibió, preparó y lanzó su guerra de 1982 contra Argentina. Desde esa guerra hemos visto destruidas las soberanías de casi todas las repúblicas de América Central y del Sur, una tras otra, por los excesos más liberales impuestos por la gran oligarquía financiera del mundo. Donde antes había orgullosas naciones, a principios de 1982, sólo Brasil no ha sido privada hoy de la calidad de autogobierno soberano que existía a principios de 1982. Brasil es, por consiguiente, blanco de los enemigos de la humanidad en este hemisferio. Irónicamente, pero no por casualidad, los peligros que sigue enfrentando Argentina son un rasgo central de la amenaza económica y estratégica contra Brasil.

Pero aquellos diecinueve años no fueron el fin de la historia. La oligarquía financiera internacional, que es la principal entidad responsable por la destrucción ocurrida en las Américas en las últimas dos décadas, ahora es destruida por su propio sistema liberal. El más grande desplome financiero de la existencia humana ha orillado a todas las naciones del mundo al umbral de una nueva edad de tinieblas universal.

De cualquier forma que se le mire, el sistema está perdido, y a muy corto plazo. La única cuestión importante es si las naciones tendrán la voluntad de zafarse de este sistema financiero mundial, antes de que éste aniquile a las naciones.

2. El principio del bienestar general

Para dejar clara mi intención, les ofrezco una clase especial de paradoja, de aquellas que algunos llaman ejercicio espiritual, así llamada porque nos exige elevarnos por encima de las capacidades de las bestias, al poder de la razón, llamado cognición, que coloca al ser humano aparte y por encima de las bestias.

Para salvar a nuestras naciones debemos, como he dicho, defender su perfecta soberanía contra el mal llamado "globalización". Mas si permitimos que nuestras filas se dividan por devoción a la soberanía de la nación de cada quien, todas nuestras naciones serán destruidas, destrucción causada por nuestra falta de unidad en una causa común. Esa es la causa común que tenemos todos, no sólo en las Américas, sino en todo el mundo.

No podemos triunfar a menos que subordinemos la soberanía de cada una de nuestras naciones a una causa común. Debemos unirnos y regirnos por un principio superior a la defensa de cualquiera de nuestras naciones por sí sola. Debemos regirnos por aquel principio del bienestar general consagrado en el preámbulo de la Constitución Federal estadounidense de 1789, el mismo principio de bienestar general en torno al que Su Santidad Juan Pablo II ha buscado despertar las conciencias de gentes y naciones.

Si luchamos por defender nuestra nación, y no defendemos ese principio, todos y cada uno seremos derrotados y aplastados. Si logramos unirnos en torno a ese principio, que es una autoridad superior a cualquier nación, ese principio nos dará los medios por los cuales podremos salvar a todas nuestras naciones. Divididos —aun divididos por orgullo de soberanía— seremos destruidos, tal como hemos visto aplastadas las repúblicas de las Américas, una por una, en las dos décadas pasadas. Unidos, como parte de un esfuerzo mundial en pos de un principio común de soberanía nacional, podemos recuperar la soberanía perdida, y aún mucho más.

3. La defensa de las Américas

Como patriota informado, y como candidato presidencial en los Estados Unidos, estoy entregado a esta política expresa de mi propia república, del mismo modo que condené el apoyo estadounidense a la Gran Bretaña de Thatcher en su guerra contra Argentina. Lo que defendía entonces y defiendo ahora, como personalidad política estadounidense, es el principio sentado por el secretario de Estado estadounidense John Quincy Adams, que se refleja en la Doctrina Monroe promulgada por el presidente James Monroe en 1823. Aún subsisten la misma política y los mismos hechos que afectaban a las repúblicas de las Américas durante los ataques a sus soberanías en 1823.

Para entender la situación actual, entonces, veamos la amenaza estratégica a las nacientes repúblicas de las Américas en 1823, como una expresión ligeramente modificada de esa misma amenaza en la actualidad.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, de 1776, y la posterior redacción de la Constitución Federal de 1789, resultaron de la determinación de destacados intelectos europeos, de establecer una república modelo en las Américas, en momentos en que las condiciones internas de Europa no permitían lograrlo allá. Es así como los Estados Unidos de América, desde su fundación, se convirtieron en blanco constante de la destrucción pretendida por la monarquía británica y los intereses feudalistas del continente europeo, centrados en la casa de Habsburgo.

Con el éxito de Jeremy Bentham, jefe de la "comisión secreta" de la Oficina de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, orquestando los cinco años del Terror Jacobino lanzado en Francia el 14 de julio de 1789, los jóvenes Estados Unidos quedaron aislados y amenazados por fuerzas tanto de la monarquía británica como de la Santa Alianza encabezada por Metternich. Esos enemigos externos de los Estados Unidos, identificados por el presidente Franklin Roosevelt como los "tories americanos", recibieron ayuda de elementos traidores aliados a esos enemigos extranjeros, extraídos de los medios bancarios de Aaron Burr, del Banco de Manhattan, y la oligarquía esclavista del sur.

Fue en tales circunstancias, en 1823, que el secretario Adams elaboró la política que vino a conocerse como la "Doctrina Monroe": que los Estados Unidos no formarían alianza alguna con la monarquía británica ni con intereses ligados a la Santa Alianza, sino que procurarían adquirir la fuerza suficiente para expulsar de las Américas esos intereses oligárquicos, tanto los representados por Gran Bretaña como por sus aliados Habsburgos. La intención era construir y defender una comunidad de principio en un continente de Estados nacionales y repúblicas perfectamente soberanas.

Esa fue la política que guiaba mis acciones durante los acontecimientos de nuestra principios y mediados de 1982, como lo sigue siendo hasta la fecha.

De 1823 acá han pasado muchas cosas, pero los "tories americanos", enemigos de los Estados Unidos dentro y fuera de nuestro hemisferio, representan esencialmente el mismo interés oligárquico financiero que desde entonces amenaza a los Estados Unidos y otros Estados de las Américas. La monarquía británica y las tradiciones tory americanas son un árbol genealógico con bien pocas ramas.

El principio subyacente de la política del secretario Adams y el presidente Monroe en 1823 es el mismo principio del bienestar general definido como ley constitucional fundamental de los Estados Unidos, en el planteamiento preambular de su Constitución Federal. El principio del bienestar general, llamado también bien común, especifica que ningún gobierno cuenta con la autoridad moral para gobernar mientras no se comprometa eficientemente a fomentar el bienestar general de toda su población, y de su posteridad. El significado de la doctrina del secretario Adams es definir a las Américas como una zona autogobernada por una comunidad de principio entre repúblicas soberanas y Estados nacionales; el mismo principio es válido en la actualidad.

4. El actual contexto mundial

El concepto de una comunidad de principio sigue siendo hoy el mismo, pero las circunstancias han cambiado.

Ahora la amenaza a la humanidad proviene principalmente de una oligarquía financiera angloamericana que se ha dedicado a instaurar una nueva parodia mundial del viejo Imperio Romano pagano, en tanto sistema eterno de dominio financiero, ahora llamado "globalización", de todo el planeta. Hay una tiranía de las finanzas, en que una caterva de "organizaciones no gubernamentales", llamadas también ONG, socavan y usurpan el legítimo papel de los gobiernos nacionales.

A medida que el actual sistema financiero mundial se hunde en el desplome general causado por sus propios designios imperiales, hay una creciente rebelión por todo el mundo contra este sistema angloamericano de tiranía financiera. En tales circunstancias la posibilidad de victoria para la causa de la soberanía de las repúblicas de las Américas depende de factores estratégicos mundiales de tal orden. Así, aunque no podemos ganar esta pelea sin reconstruir fuertes alianzas de principio entre nosotros los americanos, tampoco podemos triunfar en esta lucha global si no en concierto con una masa creciente de aliados políticos reales o potenciales de muchas partes del mundo.

Veo el interés común de las naciones de Brasil y Argentina como un despliegue de flanqueo, estratégicamente crucial, en la batalla por rescatar el principio de la verdadera soberanía para las naciones de América Central y del Sur. Esta es una pelea que no puede considerarse por separado del tema del genocidio angloamericano, ya muy acelerado, contra los pueblos del Africa al sur del Sahara, ni aparte del gran esfuerzo que hoy surge por toda Eurasia.

Dentro de ese marco, como lo ilustran los fracasos del actual gobierno de Bush, autocondenado a la perdición, hemos llegado a un momento de crisis en que ya es inevitable el cambio, ya sea para bien, o para un mal mucho peor. Es así como hemos entrado en una era de gran crisis para todo el planeta, en que se nos presenta la oportunidad de cambiar aquello que no se pudo cambiar en las casi dos décadas del período anterior, desde que fueron derrotados nuestros esfuerzos de principios y mediados de 1982.

Desde luego que no debemos hacer planes necios; pero ningún plan puede, por sí mismo, salvarnos de una crisis de la especie que amenaza al mundo entero en la actualidad. Así como el orden de las galaxias es gobernado por principios universales, así mismo el principio de la acción humana yace en las intenciones gobernantes que, a medida que despiertan en la mente humana, se erigen en principios universales que forjan el destino libremente elegido de las sociedades. Así como las estrellas se rigen por grandes principios universales, así los grandes principios del estadismo, o la falta de éstos, levantan o hunden a las naciones.

El principio del bienestar general, del cual depende la existencia del Estado nacional soberano, de la república, debe ser el propósito que anima nuestra acción.

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