Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Memorándum estratégico
Miren lo que pasó en Brasil

por Lyndon H. LaRouche, Jr.[1]
27 de enero de 2001.

Como lo verán pronto más y más de las personas mejor informadas del mundo, conforme aparten su atención de los feos ruidos de Washington para ponerla en el pánico que se extiende desde el estado de California, este planeta se tambalea al borde del horror con que lo amenazan, juntas, las obsesiones del nuevo gobierno federal estadounidense y la influencia de los enloquecidos y brutales fanáticos religiosos dentro de esa considerable y creciente minoría popular que compone su base política de masas. La amenaza inminente es que los Estados Unidos están a punto de verse arrojados no solamente en la inminente desintegración generalizada del ya agotado sistema económico mundial, sino posiblemente hasta en acciones desesperadas y caóticas, como las que amenazan ya a Brasil, Indonesia, etc, acciones como la rápida propagación de una nueva guerra religiosa en el Oriente Medio, que pudiere provocar el descenso del planeta, como en una reacción en cadena, a una era de tinieblas mundial.

Si no se hace algo, y pronto, para darle marcha atrás a las orientaciones que prevalecen actualmente en Washington, tal es el sombrío curso de los acontecimientos probables con el que el utensilio de la monarquía británica que ahora reina en Washington amenaza a nuestro planeta. De tiempos como éstos se ha dicho a menudo que, a quienes los dioses quieren perder, primero los vuelven locos. Como lo atestiguan ciertos sucesos sintomáticos en Washington, Brasil, Australia y otros sitios, la monarquía británica, y probablemente también el nuevo gobierno de los Estados Unidos, ya está así de loca, tan trastornada como está cualquier "fundamentalista" ladrador; o probablemente muy cerca de estarlo.[2]

Con ese telón de fondo, lo que puede resultar uno de los asuntos más candentes de nuestros días en todo el mundo incluye un renovado ataque en mi contra de parte de la monarquía británica, tan querida del gobierno de Bush, en Australia y Brasil.

De nuevo, como en ocasiones anteriores, la mera mención de que sigo existiendo parece alterar a la monarquía británica más o menos en el mismo grado en que la mera idea de un cerdo hormiguero siembra temor y escalofríos en una colonia de comejenes. No es que la reina Isabel II y su familia hayan tenido jamás motivos para creer que yo pudiera ponerlos en peligro físico. El miedo que la monarquía ha expresado repetidas veces es del tipo que a veces puede apoderarse de la imaginación culpable de semejantes personajes románticos de depredadora realeza.

Esos arranques recurrentes de locura de dicha monarquía presagian la probable caída de una Nínive moderna. Quizá nos acercamos al momento en que la mano de la historia pierda la paciencia con reales bufonadas olímpicas como las de la banda de Isabel II. Si el lector duda que la historia tiene una mano eficaz, antes de que concluya este informe le habré mostrado que, efectivamente, la historia tiene el poder de usar precisamente ese órgano milagroso para defender su propia existencia.

Esto nos ubica para iniciar nuestro relato de algunos elementos significativos de la historia mundial actual refiriéndonos a las novedades británicas de Brasil. Empecemos con una noticia de allá y luego rastreemos sus antecedentes para descubrir la gran cuestión de la que brotó, la cual afecta a nuestra nación y determinará también el destino personal del lector.[FIGURE 1]

La noticia es ésta.

La toma de posesión del presidente George W. Bush, el 20 de enero, definió las circunstancias mundiales en las que, otra vez, se me lanzaron nuevos ataques personales desde instituciones como el World Wide Fond for Nature (WWF), ligado a los intereses de dos pícaros de la política mundial, el consorte real británico Felipe Mountbatten y su cómplice más notable, el príncipe Bernardo de Holanda, personaje del Club 1001 y otrora miembro del Partido Nazi.

Dos de esos ataques notables actualmente brotaron en la misma quincena en que se situó dicha toma de posesión. Una de ese par de atrocidades en mi contra ocurrió en Brasil, la víspera de la toma de posesión de Bush, el 19 de enero, en una repugnante acción ejecutada en favor de la subsidiaria local del WWF. La segunda, en Australia, el 24 de enero, fue una farsa emprendida en favor de una organización representada por cuatro funcionarios del Consejo Real de Isabel II. En los dos incidentes, los ataques vinieron en la forma de acciones maliciosas en demanda de la supresión sumaria de los derechos humanos de determinadas personas a quienes los perpetradores identificaron como individuos ligados a mí personalmente. Como en ocasiones semejantes anteriores, los depredadores en estos casos se han expresado con una andanada de perversas acciones británicas realizadas con temerario desdén por la verdad.

Algunas fuentes presumiblemente bien enteradas le han atribuido esos recurrentes ataques de la monarquía británica en mi contra a la obsesión quizá hasta asesina que siente hacia mí Felipe, el príncipe consorte. Por ejemplo, el 15 de junio de 1998, el periódico londinense Guardian publicó un vil artículo calumnioso de Francis Wheen acerca de una feroz pelea entre LaRouche y el príncipe Felipe. Wheen, a quien fuentes londinenses confiables califican de "calumniador profesional" al servicio de la monarquía, me acusó de impulsar una campaña para denigrar al príncipe Felipe con el cargo de que él ordenó el asesinato de la princesa Diana en agosto de 1997 e impulsó la conspiración para derribar la presidencia de Bill Clinton, a fin de consolidar una dictadura mundial bajo la Casa de Windsor. El artículo de Wheen fue provocado por la aparición de mi colega Jeffrey Steinberg, redactor de EIR, en dos programas británicos de televisión, el 3 y el 4 de junio de 1998, para revisar los indicios de que las muertes injustas de la princesa Diana y Dodi Fayed fueron asesinatos. Steinberg le dijo al entrevistador Martyn Gregory, del canal 4, que "no podía descartar" que el príncipe Felipe haya sido el inspirador de la muerte de la princesa Diana. Estas palabras desataron una tempestad de calumnias de la prensa británica en mi contra, todos salidos de órganos noticiosos ferozmente leales a los Windsor, empezando por el Daily Telegraph, de Conrad Black, socio del Club 1001 del príncipe Felipe.

La afirmación es cuando menos plausible, y puede ser tan cierta cuanto significativa. No obstante, yo pondría el acento decisivo en una apreciación más científica del modo en que se hace que ocurran los sucesos importantes, como lo explicaré en la parte final del presente informe.

Y entonces viene la gran cuestión, la cuestión detrás de la noticia.

Como en la astrofísica, en la política de la vida real la mera existencia de cualquier objeto observado es siempre menos importante que la órbita que controla su destino, sea un cometa, un planeta, una luna, un asteroide, una cultura nacional, una institución política o Felipe Mountbatten. Es la intención de un régimen, expresada por los efectos físicos decisivos de su órbita, lo que gobierna la forma de sus acontecimientos y, por lo común, el comportamiento entre la mayoría de los actores importantes.

La causa del movimiento de un planeta no son los meros sucesos particulares que se observan dentro de la órbita misma. Sólo un tonto se concentra exclusivamente en los sucesos locales que ocurren en la superficie de un asteroide que se dirige hacia la Tierra. Como lo subrayaba el fundador de la astrofísica moderna, Johannes Kepler, en su libro La nueva astronomía, en relación con su descubrimiento original de un principio de gravitación universal, la amenaza por resolver es la intención aparente que se expresa en los rasgos paradójicos de la trayectoria del propio asteroide, su órbita. Así pasa con los grandes imperios o culturas enteras que se han desvanecido en el pasado, o con las instituciones políticas hegemónicas hoy en día en nuestro planeta.

En este caso, la gran cuestión es que lo que amenaza a la Tierra no es un asteroide, sino las implicaciones más amplias y profundas de la mayor catástrofe financiera de la historia, catástrofe que se aproxima desde hace tiempo y que está por llegar a su destino muy pronto, a menos que, como lo he demandado, el flamante gobierno de Bush cambie a corto plazo de política en lo que hace a la desregulación de la energía y otros aspectos, profunda y repentinamente.

Ninguna hazaña particular de los representantes de la monarquía británica es la consideración determinante en la pauta específica de los acontecimientos que se tocan en este informe; el mal que amenaza, en este caso, proviene no de pasos particulares y separables, sino más bien de la intención o, por decirlo así, de la órbita de la historia de esa monarquía, intención que, como se ve en la demostración que dio el gran Carl Gauss del método de Kepler en el caso de la órbita del asteroide Ceres, meramente se expresa en incidentes como los que tienen que ver con los sucesos recientes de Brasil y Australia.

1. Los casos de Brasil y Australia

El ataque del 19 de enero, en Brasil, se intentó primero, en una demanda presentada en nombre del WWW-Brasil, Fondo Mundial para la Naturaleza, con fecha 16 de octubre de 2000.

El WWF-Brasil presentó esa demanda de 23 páginas en contra de personas ligadas a mí, el Movimiento de Solidaridad Iberoamericana, ante un tribunal civil de la ciudad de Río de Janeiro. La demanda del WWF, de que se dictara una orden de cateo y decomiso de documentos del MSIA, fue denegada por el juez Paulo Mauricio Pereira, que dictaminó:

"En segundo lugar, no hay prueba concreta de que las informaciones difundidas por el primer acusado [el Movimiento de Solidaridad Iberoamericana] sean falsas o deformadas, y ciertamente no es sólo este el que emite tales opiniones, resumiéndose todo en la discusión que involucra lo que los nacionalistas tildan de `política imperialista de las grandes potencias mundiales' y `política de internacionalización de la Amazonia', materias que desde hace mucho se vienen discutiendo en la prensa, incluso por miembros del gobierno y los militares brasileños, estos últimos por el deber que tienen de resguardar nuestras fronteras y soberanía."

Desesperado, el WWF acudió al Tribunal de Justicia del Estado de Río de Janeiro, ante al cual presentó una demanda de 18 páginas con fecha 11 de diciembre de 2000, junto con el escrito anterior. Dicha apelación se resolvió a su favor, con un fallo al estilo Antonin Scalia dictado por el juez de apelaciones, Edson Scisinio. Aunque no se han presentado hechos que contradigan competentemente el fallo del juez Paulo Mauricio Pereira, el viernes 19 de enero de 2001 se allanaron las oficinas del MSIA.

Cuando se evalúa la serie de sucesos internacionales de los cuales el caso de Brasil es solamente un aspecto importante, el hecho sobresaliente es que el WWF-Brasil me ataca personalmente. A este respecto, la demanda del WWF-Brasil afirma lo siguiente:

"El MSIA dice ser parte de un movimiento internacional encabezado por el economista estadounidense Lyndon LaRouche, que tiene como objetivo la defensa de los Estados nacionales soberanos y la reconstrucción de la economía mundial, con base en la adopción de un nuevo sistema monetario y financiero internacional, y en grandes obras de infraestructura. Creen que en estas inciativas `están las bases de un nuevo renacimiento que le permita a la humanidad superar la crisis presente de la civilización y evitar el advenimiento de una nueva era de tinieblas'."

Hasta ahí, ese pasaje específico de la demanda del WWF, con todo y sus defectos, es un comentario justo.

El WWF-Brasil hace una declaración completamente falsa, en la que comete lo que resulta ser, característicamente, un desdén temerario, deliberado y sistemático por la verdad. Arguye que "su imagen ante la sociedad brasileña es vital para su propia sobrevivencia. Por lo expuesto, queda patente el ánimo de los demandados de verdaderamente pisotear la honra del demandante ante la sociedad, valiéndose de un temible ejercicio de especulación fantasiosa, deformando hechos conocidos, sumándolos a sucesos construidos en su propia imaginación y a mentiras insostenibles."

Semejante caracterización de las publicaciones pertinentes del MSIA carece de toda veracidad.

Los dos escritos que ha presentado el WWF hasta la fecha, en octubre y diciembre, contienen muchas otras falsedades, amén de lo que quizá sean, simplemente, errores de información cometidos por negligencia, aunque no sin importancia. Al mismo tiempo, todo lo que el MSIA ha publicado está debidamente verificado, en contraste con mucho de lo que hay en esas demandas del WWF, que o son francos embustes o, en el mejor de los casos, expresan un desdén temerario y deliberado por los hechos.

En pocas palabras, hay plena constancia pública de que todo lo que el MSIA ha de veras dado a conocer y que el WWF considera perjudicial para su causa, no sólo está ampliamente documentado, sino que su veracidad, como lo implica el fallo del juez Paulo Mauricio Pereira arriba citado, ha sido ampliamente reconocida entre un gran número de representantes de los círculos más responsables y prestigiosos de la sociedad brasileña.

Es, pues, entendible la desesperación que muestra el WWF en este caso. El rasgo más significativo de la acción del WWF-Brasil es que actúa en interés de su organización matriz mundial, rasgo aun más ominoso mundialmente que la sucia amenaza, obvia e inmediata, que algunos quizá juzguen hasta traicionera, que la política del WWF representa para la estabilidad política del propio Brasil.[3] El ataque personal a mí muestra que las acciones del WWF contra Brasil expresan una intención mucho más amplia, mundial.

Si, con el auxilio de las actividades del WWF se derroca al gobierno de Brasil, toda Europa continental, sin faltar la Francia de "Teddy" Goldsmith, pasaría a ser el siguiente blanco en la lista de destrucción. Y si también Europa cae, para continuar la reacción en cadena desatada en Brasil, la suerte del resto del planeta estará bajo la amenaza correspondiente.

Por eso, como lo implica su propia demanda, el WWF no tiene hechos reales que esté dispuesto a exponer en apoyo de su solicitud de ayuda oficial de las instituciones legítimas de Brasil. En vez de hechos pertinentes, el WWF y sus representantes jurídicos han recurrido a la siguiente sofistería:

"No se discute aquí el derecho constitucional a la libre manifestación del pensamiento, sino que más bien se demuestra la campaña difamatoria perpetrada por los demandados. . . viene causando perjuicios incalculables a su imagen [la del WWF], así como a sus miembros y patrocinadores."

La apelación del WWF-Brasil de diciembre argumenta:

"Se concluye, lógicamente, que sus actividades de difamación, incluido el uso indebido de la marca [nunca ocurrió ningún uso indebido de la marca del WWF], continuarán a menos que su señoría tome providencias inmediatas, siendo cierto que, en caso de que se les permita a los demandados proseguir sus actividades difamatorias hasta que el curso del juicio dé un fallo al respecto, la reputación del demandate quedará afectada irremediablemente."[FIGURE 2]

Con su decisión de recurrir a este argumento, los apelantes han implicado que Brasil es prácticamente una colonia de la monarquía británica, y, por ende, no una nación soberana, sino, más bien, sujeta a formas presuntivas de derecho, según el principio de lesa majestad, que están entre las peculiaridades de esa monarquía. En este caso, el WWF, creación de la monarquía británica, pretende, por medio del WWF-Brasil, invocar sobre Brasil una autoridad supranacional, superior a la Constitución y la tradición jurídica misma de Brasil. Por tanto, no fue prudente que los apelantes demandaran, como lo hizo la práctica solicitud de última instancia del WWF, que los tribunales de Brasil fallen en ese sentido. Esa imprudencia pudiere, y, hablando moralmente, probablemente debiere devenir el instrumento de la derrota del WWF-Brasil.

Al escoger esa forma de argumentar en su propia demanda, la cuestión para el WWF es que éste —y, como lo atestiguan implícitamente las contorsiones de la propia demanda del WWF, también sus abogados— sabe que los hechos publicados por el MSIA son ciertos. Lo cual se refleja en el hecho de que el WWF elude su obligación de ofrecer pruebas que aborden seria y racionalmente la cuestión de la veracidad del contenido de los documentos del MSIA de los cuales se queja. En pocas palabras, el WWF-Brasil argumenta en pro de una decisión sumaria, preventiva, prácticamente definitiva, que coarte la futura palabra veraz de los demandados, y que esto se haga mediante un acto basado esencialmente en el sistemático y deliberadamente temerario desdén por la verdad en que incurren los propios apelantes.

En vez de tratar de presentar alguna prueba veraz en apoyo de sus ataques al contenido informativo de las publicaciones del MSIA, la médula de la querella del WWF-Brasil es su propia insistencia en que el MSIA ha sido muy eficaz políticamente para asegurar la amplia aceptación de la veracidad de los documentos pertinentes que ha publicado hasta ahora. El WWF demanda que la publicación de esos hechos —los cuales hasta ahora no ha intentado refutar con pruebas veraces tocantes a los hechos— se impida, por el solo motivo de que, según afirma el propio WWF, los hechos que da a conocer el MSIA, cuya veracidad no se ha atacado con pruebas verdaderas, han desacreditado más o menos eficazmente la causa política del WWF mercado público brasileño de ideas. Esa lógica de la construcción del argumento del WWF nos recuerda la vieja guasa sobre el tipo que mató a sus padres y luego al tribunal que se apiadara de él por ser un huérfano.

Ahí, en el más significativo de los rasgos sintomáticos de los propios alegatos del WWF, encontramos la esencia de la cuestión más inmediata del caso.[4]

Así, para resumir las cuestiones del caso, el rasgo esencial de la intervención judicial del WWF es el siguiente.

Como lo acabo de describir, el WWF-Brasil no sólo concede, sino subraya vigorosamente, que el MSIA ha conseguido la amplia difusión de cierto número de publicaciones impresas que documentan las cuestiones principales que involucran al WWF internacional y su red de cómplices.[5] Esas publicaciones han circulado por muchos de los canales principales de los sectores influyentes del Estado, la ciencia, etc, de Brasil, al extremo de que muchos de estos círculos han llegado a la conclusión de que la política del WWF es en gran medida falsa tocante a los hechos, y que representa una amenaza clara e inmediata al bienestar de Brasil en tanto nación soberana.

Cuando los alegatos del WWF se leen a la luz del contenido verdadero y el amplio efecto de dichas publicaciones del MSIA, las acciones judiciales del WWF son las de una organización que, según sus propias palabras, está en riesgo de perder cualquier continuación del correspondiente debate político. El WWF alega que, por eso, está en necesidad de ayuda, en la forma de medidas oficiales represivas, para alcanzar un fin que no podría conseguir con el ejercicio honrado de la razón y la exposición de hechos en el mercado de las ideas, sino sólo mediante decreto preventivo, semejante en espíritu a la filosofía jurídica del notorio Carl Schmidt, cuya doctrina se empleó para instaurar la dictadura nazi el 28 de febrero de 1933.

Mientras tanto, en Australia

Comparar las acciones del WWF-Brasil con la acción concomitante en Australia lo hace aún más claro.

Tanto en Brasil como en Australia, una de las estrategias principales que usan las organizaciones no gubernamentales neomaltusianas y otras agrupaciones opuestas al progreso tecnológico ha sido explotar el nombre de los "pueblos indígenas" a fin de arrancar de manos de la nación y su gobierno electo enormes territorios, para hacerlo pasar, de hecho, a manos de intereses privados multinacionales que hacen contratos con los representantes de los llamados "pueblos indígenas". Debemos comparar ésto con lo que se hace, utilizando ejércitos mercenarios, para apoderarse de grandes recursos minerales en la región de Africa al sur del Sahara.

En Australia, es esa variante de la línea general del WWF —la variante de los "pueblos indígenas"— la que ha servido de estrategia en los ataques a mis compañeros por parte de la Comisión Contra la Difamación (ADC), entidad privada en cuya junta directiva se sientan cuatro miembros del Consejo Real Británico. Son éstos: el honorable sir Zelman Cowen, caballero de la Orden de San Miguel y San Jorge; el honorable Malcolm Fraser, ex primer ministro liberal; el honorable Bob Hawke, ex primer ministro laborista; y el honorable Ninian Stephen, ex gobernador y caballero de la Orden de San Miguel y San Jorge. Los títulos de estos caballeros tienen importancia especial, porque la reina Isabel II es la soberana no sólo del Reino Unido, sino también de Canadá, Australia y algunos otros Estados miembros de la Mancomunidad Británica (que todavía no incluye a los Estados Unidos como satrapía real).

Así pues, en la tradición de la Compañía de las Indias Orientales británica que alguna vez representara lord Shelbourne, estamos ante los agentes de una forma imperial de gobierno que emplea a entidades que son también sus agentes, como ejércitos mercenarios supuestamente privados u otras formas de asociación privada, como instrumentos, primero, para realizar los caprichos de la familia imperial gobernante bajo apariencias privadas, y, segundo, para negar la responsabilidad de la familia gobernante en las acciones que así fomenta.

La propaganda actual de la ADC se concentra en atacar la candidatura de cierto Tony Drake al Senado en Australia Occidental. La ADC se queja de que mis colegas presentan "los derechos territoriales de los aborígenes como un `fraude pergeñado por el príncipe Felipe' para fragmentar a Australia", y dice que Drake está ligado a mí por medio del Consejo Electoral Ciudadano (CEC) de Australia. La ADC se queja de que en 1998 Drake declaró públicamente que "el Consejo Electoral Ciudadano deriva su crédito del hecho de que somos la única institución política australiana que por cuatro años hizo advertencias repetidas basadas en el pronóstico económico de Lyndon LaRouche de que el sistema financiero y monetario mundial se vendría abajo".

La Australia Broadcasting Corporation y otras radioemisoras de Australia Occidental han informado ampliamente del ataque de la ADC a Drake y el CEC.

Los nexos de la propia ADC arrojan más luz sobre el trasfondo de la histeria del WWF, etc, en mi contra en este momento. Ejemplo típico son los nexos con la ADC, etc, del canadiense Edgar Bronfman, otrora soporte del régimen de Honecker en Alemania Oriental. La documentación que sigue no sólo ofrece mayores pruebas del fraudulento desdén por la verdad que manifiestan los actos del WWF en esos dos continentes, sino que indica la naturaleza de la influencia que Edgar Brofman, de la Mancomunidad Británica (de Canadá), y otros elementos han ejercido dentro de Australia a través de canales ligados a la ADC.

El papel de Bronfman en ésto se entiende mejor cuando recordamos el frenético intento de la primera ministra británica Margaret Thatcher de evitar la reunificación de Alemania, intento que se hizo de lo más notorio desde los comienzos de la crisis de 1989–1990 de la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia. De hecho, los intentos del gobierno de Thatcher y las actitudes de François Mitterrand, presidente de Francia, en sentido parecido, se hicieron ya patentes desde antes de la erupción de las crisis de Europa Oriental de 1989. Hay ciertos acontecimientos estratégicos de naturaleza semejante que inciden de manera importante en las cuestiones que plantean los citados acontecimientos de Brasil y Australia.

En las páginas 54 y 55 de su edición del 11 de enero de 1991, EIR publicó un informe titulado "Bronfman, en colusión con comunistas". Dicho informe, escrito por Jeffrey Steinberg, menciona un artículo de Michael Wolffsohn aparecido el 21 de diciembre de 1990 en el Frankfurter Allgemeine Zeitung y en el que se citaban documentos del Ministerio de Relaciones Exteriores de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) sobre la colusión de años de Edgar Bronfman y sus socios del WWF con el régimen de la RDA, incluidos Honecker, el ex canciller Oskar Fischer y el jefe de la sección de asuntos estadounidenses de ese ministerio de la RDA, Herbert Barth. Con citas de las minutas de una reunión sostenida el 17 de octubre de 1988, en Berlín Oriental, entre Bronfman y Honecker, así como de reuniones subsecuentes entre Fischer y el doctor Maram Stern, representante del Consejo Mundial Judío en la RDA, el artículo del notable periodista Wolffsohn detalló el papel de Bronfman de mediador entre Berlín Oriental y Washington, papel que venía cumpliendo por lo menos desde 1985.

El 17 de octubre de 1988 —cinco días después de la conferencia de prensa que sostuve en Berlín y en la que anuncié de antemano, en detalle significativo y con gran exactitud, algunos rasgos decisivos del hundimiento inminente del sistema económico soviético y la probable pronta reunificación de Alemania— Honecker personalmente le entregó a Bronfman la Estrella de Oro de la Amistad de los Pueblos, la presa civil más importante de la RDA. El artículo de Wolffsohn mencionado en EIR citó una entrevista de Bronfman con la revista Newsweek, sostenida dos semanas después de la ceremonia de premiación de la RDA, en la que éste instaba al gobierno de los Estados Unidos a concederle a la RDA la condición de nación más favorecida y a invitar a Honecker a una visita de Estado a la Casa Blanca. Apenas algo más de un año después, el régimen de Alemania Oriental de Erich Honecker se vino abajo, y Alemania procedió a reunificarse, a pesar de las características objeciones malhumoradas de la señora Thatcher a semejantes sucesos.

El 19 de agosto de 1994, bajo el título "Treinta años de colusión entre la ADL y la Stasi", Jeffrey Steinberg detalló en EIR cuatro casos de colusión de la ADL y Bronfman con los servicios de espionaje de Alemania Oriental, a saber: 1) el juicio de Eichman; 2) la intensificación la "cacería de nazis"; 3) la brigada antilarouchista; 4) Shabtai Kalmanowitch. En cuanto a Kalmanowitch, el artículo de EIR mencionó otro artículo de Michael Wolffsohn, publicado el 28 de junio de 1994 en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el cual explicaba cómo financió Alexander Schalck-Golodkowski el canje de espías que liberó a Kalmanowitch.

Nuestro asunto no son el rumbo y las acciones de Bronfman, que pudieren verse nada más estrechamente. El asunto es la política de la monarquía británica, que puede coincidir o no, de vez en cuando, con actos particulares de Bronfman. La cuestión es el papel de los actos de la monarquía británica dirigidos a provocar el desmembramiento y aun la disolución de Estados nacionales como Brasil y Australia, entre muchos otros, con trucos "ecológicos" e "indigenistas". La cuestión conexa es el empleo de métodos como los empleados para promover la amenaza, recientemente acelerada, de otra guerra del Oriente Medio, amenaza que ha brotado como consecuencia de la política y las acciones de esa monarquía.

La política de la monarquía británica hacia el Oriente Medio ha sido esencialmente continua desde los primeros días de las Guerras Napoleónicas, cuando sus intenciones de largo en cuanto a fragmentar el Imperio Otomano iniciaron el doble juego británico que por siglos ha enfrentado a una banda respaldada por los británicos contra otra banda respaldada por los británicos por toda la región del Oriente Medio. La creación, dirigida por Londres, del organismo que devino el régimen de los "Jóvenes Turcos", no es más que un aspecto muy significativo de esa historia. El modo en que Londres ha armado el conflicto palestino-israelí, que se ha prolongado por décadas, desde la defensa de los colonos israelíes frente a los ataques dirigidos por el pronazi gran muftí, se refleja actualmente como un rasgo central de los planes geopolíticos angloamericanos para Asia y todo el norte de Africa.

En este momento, las respectivas y coincidentes intenciones del nuevo gobierno estadounidense y Londres en lo tocante a explotar estratégicamente la posibilidad de una nueva guerra del Oriente Medio, son un elemento central de las orientaciones estratégicas de ciertas facciones de los gobiernos; orientaciones que reflejan el modo en que el empleo del WWF e instrumentos semejantes se incorporará a lo que el Samuel P. Huntington del putativamente loco Zbigniew Brzezinki ha definido como su plan geopolítico de un "choque de civilizaciones" entre el mundo islámico y de "Occidente".

Las repercusiones de la ola de ataques israelíes que amenaza actualmente a Líbano, Siria, Irak e Irán, además de a los palestinos, con o sin que las fuerzas militares de la OTAN intervengan al estilo "Tormenta del Desierto", determinarán en gran medida el modo en que la subversión cultural estratégica se aplique a escala mundial por medio de elementos del panorama mundial como el WWF.

En éste y asuntos conexos, hay que hacer a un lado la tontería habitual de la mayoría de los principales periodistas, entre otros, tocante a semejantes factores estratégicos. Una nueva guerra del Oriente Medio, del tipo general, y con las implicaciones que hemos indicado, ocurrirá o no sea que ciertos incidentes específicos se materialicen o no. Ocurrirá solamente si la combinación del gobierno israelí y ciertos círculos angloamericanos desean hacer que ocurra. Si desean que ocurra, los incidentes que "expliquen" su estallido se arreglarán tal como el régimen de Hitler creó los incidentes que sirvieron de pretexto para la invasión de Polonia.

En contra de la pueril opinión generalizada al respecto, la mayoría de las cosas importantes que pasan en el mundo pasan porque fuerzas poderosas quieren que pasen, no por alguna coincidencia "sociológica" o meramente estadística, como las que se difunden para satisfacer a la gente que se deja engatuzar fácilmente. El nuevo gobierno de Bush quiere ajustar cuentas con Irak, en memoria de las pasiones de la ex primera ministra Margaret Thatcher y el ex presidente George Bush. Mientras ésa siga siendo una intención angloamericana prevaleciente, una nueva guerra del Oriente Medio, mayor que cualquiera que se haya visto, es más o menos inevitable bajo las influencias mundiales que reinan en la actualidad, sea que lo desee o no un número significativo de líderes israelíes o islámicos.

El caso de `Teddy' Goldsmith

Para entender mejor la importancia de los hechos que acabo de esbozar, veamos un suceso actual conexo y algunos de sus antecedentes.

Al mismo tiempo que los mencionados ataques desde Brasil y Australia, ha estado en marcha una operación para atacar a Brasil desde Porto Alegre, encabezada por Edward Goldsmith, alias "Teddy", hermano del difunto sir Jimmy Goldsmith y quien colaborara concientemente, allá en los cincuentas, en París, con Stephen Spender y con un personaje que, más adelante, desde los días tempranos de la Iniciativa de Defensa Estratégica, en 1983–1984, se tornaría adversario mío. Ese adversario es un viejo compinche de "Teddy" Goldsmith desde sus días parisinos: el misterioso banquero neoyorquino John Train.

En tanto que el WWF y organizaciones neomaltusianas conexas están entre los principales brazos mundiales del intento de producir el exterminio del Estado nacional soberano por todo el planeta mediante la "globalización", "Teddy" Goldsmith es el personaje central de un bullicioso conjunto de "activistas", según la tradición de Jeremías Bentham, del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña, desde los días terroristas de Robespierre, Danton y Marat. A esta chusma se la despacha a protestar de manera impotente, si bien con cierta proclividad a la violencia, en contra de la "globalización". Goldsmith no actúa para derrotar la globalización, sino para asegurar su triunfo, movilizándose para tomar las riendas de la oposición a la globalización, preventivamente, arrebatándoselas a lo que, si no, pudiere surgir como la oposición principal.

Después de considerar los antecedentes de Goldsmith y los misteriosos nexos de su familia por décadas, uno puede quedar asqueado, pero no honradamente asombrado, del sospechoso papel jacobinoide, de agitadores izquierdistas, que desempeñan los seguidores del veterano intrigante británico-franco-estadounidense Goldsmith en lugares como Seattle, Porto Alegre y otras partes del mundo. Su intervención en Porto Alegre en este lapso resulta ser, en este momento, una de sus jugadas de falsa oposición más significativas políticamente en la actualidad, esta vez con la amenaza directa de desestabilizar al gobierno de Brasil.

Para apreciar el significado de la presencia personal de Goldsmith en esas circunstancias, los antecedentes que siguen habrán de resultar de lo más útiles. EIR ha seguido el papel de Goldsmith, estrecha y cuidadosamente, a lo largo de años.

El artículo de Scott Thompson "John Train, Paris Review y la brigada antilarouchista", publicado en EIR del 1 de febrero de 1991, dio detalles sobre el grupo de Paris Review de los cincuentas, que abarcaba a John Train, W. H. Auden, Stephen Spender, Aldous Huxley, Jimmy Goldsmith, Edward ("Teddy") Goldsmith y Saddrudin Aga Khan. La esposa de Teddy Goldsmith de ese entonces, Gillian Marion Pretty, era ayudante editorial de Train en Paris Review.

En otro artículo, aparecido el 28 de octubre de 1994 en EIR, bajo el título "El vínculo Train-Goldsmith", Scott Thompson informó que Saddrudin Aga Khan, editor de Paris Review en los buenos tiempos de Train y compañía, es miembro del Club 1001 del príncipe Felipe, aparato financiador del WWF. Un informe posterior de Scott Thompson incluyó una entrevista con Teddy Goldsmith en la que éste confirma personalmente que sus lazos con John Train se remontan a la época de París Review, en los cincuentas, y agrega que su hermano, sir Jimmy Goldsmith, patrocinador de la revista de Teddy, The Ecologist, y socio del vicepresidente George Bush de los días de Irán y los contras, se mantenía hasta entonces en "contacto casi semanal" con John Train.

El banquero neoyorquino John Train tuvo un papel importantísimo en los esfuerzos de 1982–1984, iniciados a instigación persistente del ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger, por poner en marcha una operación del "gobierno secreto" de los Estados Unidos en contra mía y de mis colaboradores, al amparo de la cláusula sobre operaciones de inteligencia foránea de la orden presidencial estadounidense 12333 y disposiciones conexas. Según documentos oficiales del gobierno de los Estados Unidos que se han hecho de conocimiento público, esta acción de Kissinger se puso en marcha a mediados de 1982, después de un discurso público que pronunció en una conferencia de la Chatham House de Londres el 10 de mayo de 1982.[FIGURE 4]

En esas circunstancias, el ex canciller británico lord Peter Carrington se puso a ayudar a Kissinger, más tarde armado caballero, en la formación de una lucrativa empresa llamada Kissinger Associates, Inc. En medio de ésas y otras andanzas parecidas, en agosto de 1982, Kissinger escribió una carta para exigir una operación especial en mi contra. En enero de 1983, la demanda de Kissinger se autorizó en una reunión irregular de la Junta Consultiva Presidencial de Inteligencia Extranjera (PFIAB), y ese mismo mes se puso en marcha.

En las circunstancia de esa acción amparada en la orden presidencial 12333, se puso en operación una brigada conjunta de recursos públicos y privados de inteligencia y propaganda, para apoyar el proyecto puesto en marcha a instancias de Kissinger. Más o menos desde abril de 1983, John Train creó en su despacho de Nueva York un salón en el que reunía a un grupo de agentes de inteligencia y representantes de la prensa, con el fin de coordinar una operación una operación al estilo 12333, en cooperación con entidades como la telecadena NBC y el Wall Street Journal, entre muchas otras. La mayor parte de las calumnias difundidas por la televisión y la prensa principales de los Estados Unidos en 1983, 1984 y después, se orquestó por medio de participantes en las reuniones de ese salón. La mayor parte de la propaganda difamatoria que se difunde en el mundo en contra mía y de mis colaboradores a través de órganos informativos importantes, así como las acciones judiciales en contra mía y de mis colaboradores, ha tenido su origen en la cooperación continua entre actividades oficiales y otras, ligadas de modo ejemplar con aquella acción instigada por Kissinger y con aquel salón.

De modo parecido, las operaciones de "Teddy" Goldsmith, como la de Porto Alegre, tienen hasta la fecha las características de una operación de inteligencia de alto nivel de un tipo remontable a la naturaleza de las actividades anglofrancesas y estadounidenses en torno a la Paris Review de los cincuentas. A esta luz, los nexos franceses de las operaciones actuales de Goldsmith contra Brasil coinciden con la intención de derribar al gobierno actual de Brasil.[6]

Brasil, el último gran foco de resistencia a la globalización estilo TLC de toda Iberoamérica, iniciada por la Mancomunidad Británica, es una de las naciones decisivas en la lista de blancos principales del llamado programa "ambientista" mundial y planes semejantes en favor de la globalización. La influencia de Goldsmith en la vida política de Brasil es notable en dichas circunstancias.

Veamos algunas actividades típicas semejantes del WWF en contra nuestra y cómo respondimos a ellas.

EIR, 25 de noviembre de 1994, pp. 30-32, "EIR, en singular combate con la Casa de Windsor", por Carlos Wesley, da detalles de la respuesta del WWF a la publicación del informe especial de EIR "La caída venidera de la Casa de Windsor". En su edición del 30 de octubre de 1994, el semanario londinense People, que tiene una circulación de cinco millones de ejemplares, informó que el estudio de EIR "equipara a Felipe con Hitler y lo tilda de genocida que planea 'eliminar a los pueblos de tez oscura' de Africa. . . El WWF quedó aturdido por el ataque a Felipe y a la organización caritativa". Llamar "organización caritativa" al WWF es, en verdad, una caracterización muy caritativa.

La directora de asuntos públicos del WWF, Dana West, había dicho: "Es del todo absurdo. Estamos ayudando a la gente de Africa, no matándola. Es risible. Ni siquiera habíamos oído nunca de esta organización." West mintió. El artículo de EIR hizo notar que el WWF ya antes había amenazado, explícitamente, con demandar a EIR, organización nada desconocida para el WWF, obviamente.

El mismo artículo de EIR informó que el 16 de noviembre de 1994 el gobierno laborista australiano, encabezado por el primer ministro Paul Keating, amenazó con deportar al redactor de EIR Webster Tarpley para impedir que diera una conferencia de prensa en el Club Nacional de Prensa, en Canberra, sobre la publicación del informe especial de EIR "La caída venidera de la Casa de Windsor".

Otro artículo de EIR, "Reuniones ginebrinas financiarán el genocidio del WWF", por nuestro corresponsal especial, informa de una gran reunión de recaudación de fondos realizada por el WWF en Ginebra, Suiza, el 28 de noviembre de 1994. Entre los patrocinadores de la reunión, en la cual el príncipe Felipe daría un discurso, figuraron: el banco privado Coutts, Kleinwort Benson, el Bank of the Middle East (de la Gran Bretaña), los bancos Pictet and Lombard Odier, las compañías Omega y Rolex, Edmond Safra, y Edgar Picciotto (de Union Bancaire Privée) y su señora. Picciotto está metido en GeoPol, un centro de estudios suizos implicado en operaciones contra LaRouche realizadas por medio de un tal Laurent Murawiec, un cadáver político de segunda mano, actualmente en manos de instituciones de olor peculiar.

El reportaje principal de EIR del 19 de junio de 1998 contiene un artículo titulado "Los paniaguados del príncipe Felipe vituperan a LaRouche", pp. 40-43, que da detalles de varios de los ataques del periódico londinense Telegraph a los colaboradores de LaRouche, en relación con la vinculación entre el príncipe Felipe y la muerte de la princesa Diana.

El reportaje principal de la edición del 13 de agosto de 1999 de EIR se tituló "La reina dice de LaRouche: `Callen a ese tipo' ". Informa de un artículo calumnioso de Katie Fraser contra LaRouche publicado en Take a Break, según el cual el Palacio de Buckingham está "cada vez más alarmado" por las actividades de LaRouche; se cita a una fuente anónima del palacio, que afirma que LaRouche representa "la mayor amenaza que haya habido a la reputación de la reina en todo el mundo. . . Se tiene que hacer algo". El artículo cita a otro comentarista: "Es vital proteger a la reina como símbolo de decencia en un mundo a veces malvado. Ella es la representación de todo lo bueno de la Gran Bretaña. Es algo que se debe proteger a toda costa". Cabe preguntarse qué se quiso decir con "a toda costa".

Para entender a esa monarquía británica, se debe tener en cuenta el hecho de que, en su origen, fue una criatura de una asociación conocida en la Europa del siglo 18 como "el partido veneciano", el cual usó a la Casa de Hanover y sus descendientes reales como Venecia había usado antes a muchos de los viejos ocupantes normandos de Inglaterra, Francia, Sicilia, etc. Es una monarquía británica escogida originalmente para el mismo propósito general para el que Venecia escogía antes a sus dogos.

La oligarquía gobernante del Reino Unido imita a las familias oligárquicas financieras de la vieja Venecia. Ese reino necesita una entidad, en este caso la monarquía, para reunir a sus heteronómicas filas como una fuerza unificada, en contra tanto de la población de las islas británicas en general como de la de la parte del resto del mundo que pueda incluir en su nómina de colonias, satrapías y dependencias del Banco Mundial. Así que la reina, como jefa de Estado de varias naciones integrantes de la Mancomunidad y como primus inter pares de la Mancomunidad en su conjunto, tiene, como el dogo veneciano de antaño, poderes y privilegios relativamente tremendos, algunos de ellos arbitrarios, si bien principalmente dentro del alcance del aparato estatal de la monarquía imperial, extendido por el mundo, y las costumbres concomitantes.[7]

Ese poder es condicional, en el sentido de que, si la monarquía pierde su imagen de autoridad entre las víctimas del mal conocido como opinión pública británica, ello pudiere llevar al derrocamiento de la pesada casa real misma. Pero, a la vez, la oligarquía, sobre todo su componente explícitamente financiero, así como la Mancomunidad, necesitan la existencia de la monarquía como institución para mantener unidas las tendencias inherentemente heteronómicas de la oligarquía, el reino y la Mancomunidad. Sin dicha unificación, divididas, su unidad se desbarataría fácilmente.

La cuestión decisiva de derecho implícita en ese papel de la monarquía es el concepto que a veces se denomina "interés del accionista". A menos que haya una autoridad poderosa que obligue al pueblo a renunciar a la inclinación de la sociedad moderna a que el gobierno promueva eficazmente el bienestar general de toda la población presente y futura de la nación, y a que promueva aquellas instituciones de gobierno de las cuales depende de modo absoluto la defensa del bienestar general, las demandas rapaces de un arbitrario "interés del accionista" no podrían obligar a un pueblo a abandonar la autodefensa de su bienestar general.

De ahí que la oligarquía financiera mundial actualmente hegemónica dependa de la combinación del interés financiero angloamericano encabezado por la monarquía británica con la destrucción, mediante la "globalización", de la autoridad de esas formas de gobierno soberano a las que debe recurrir el pueblo, en épocas de crisis, para la defensa del pueblo y de la nación en contra del rapaz "interés del accionista", ejemplo de lo cual vemos hoy día en la crisis energética de California. Por eso, el poder de la oligarquía reposa en la dependencia simbiótica que el impulso intrínsecamente anárquico del "interés del accionista" tiene respecto al poder arbitrario representado por la monarquía.

Como lo expondré en la parte final de este informe, es precisamente ese rasgo característico de la monarquía británica el que ahora la amenaza con la posibilidad de extinción por mano propia. A reserva de esa observación final, continuaré con mi descripción sumaria de las características patentes de esa monarquía en este momento.

Como consecuencia de esa sucia simbiosis —que a algunos quizá les recuerde a la crisálida del frígano— entre la casa real, la oligarquía financiera y la generalidad de la población, la monarquía ejerce un poder férreo sobre el reino, que se extiende por la Mancomunidad y se inmiscuye en todo el mundo. Lo que aglutina toda la mescolanza es una ideología que expresa la interdependencia de estos elementos. La sustancia pegajosa que mantiene sujetos entre sí a estos variados elementos son las ventajas y placeres mortales que los participantes comparten, en lo principal a través del papel predominantemente rapaz de que disfruta todo esa revoltura de cieno y moho.

Reducida a lo esencial, la reina Isabel II tiene un parecido, ominosamente irónico, al personaje babilonio conocido popularmente como Baltasar. En el cumplimiento de ese papel, la reina, como las tiranías condenadas de la antigua Mesopotamia, el culto délfico del Apolo pitio y la antigua Roma pagana, es esencialmente, como el emperador Napoleón Bonaparte o el repulsivo Napoleón III, o Benito Mussolini, un personaje romántico, en el sentido literal del término.

Esa monarquía es una expresión moderna de lo que los griegos antiguos, entre otros, llamaron "el modelo oligárquico" de sociedad, en el que algunos individuos y sus lacayos, parte de éstos armados, pastoreaban, usaban y seleccionaban a una masa de súbditos mantenidos como la clase más numerosa, prácticamente la del ganado humano, por medio de medidas como las de reducción del crecimiento de la población esbozadas en el progenocida Memorándum de Seguridad Nacional 200, de 1974, del secretario de Estado Henry A. Kissinger, y las medidas del presidente Jimmy Carter contra el crecimiento demográfico.

Para entender a la casa real y socios suyos como el neomaltusiano WWF, basta pensar en precedentes históricos como la relación entre los espartanos y los hilotas, según el culto de Apolo en Delfos concibiera el código de Licurgo, o como los estados esclavistas de la Confederación, o la tradición de ésta en el "interés del accionista", que se prolonga hasta la fecha. Ese asunto es decisivo para definir la órbita en que se mueve a objetos como el Fondo Mundial para la Naturaleza según la intención del principio oligárquico.

2.  Ahora, la órbita misma

Tenida cuenta de los puntos precedentes, hemos llegado a la cuestión esencial: por qué la monarquía está condenada, al menos en su forma presente, y arrastra al abismo, como el Titanic al hundirse, a todo el que se mantenga en su abrazo.

Como en todos los ataques semejantes que me han lanzado desde distritos británicos la Sociedad Mont Pelerin y otros por más de veinte años, las acusaciones difundidas en contra mía y de mis colaboradores, formulados por fuentes como las antedichas, son puros y simples embustes u otras expresiones de un desdén deliberadamente temerario y doloso por la verdad. No obstante, detrás de ese blindaje real de mentiras hay conflictos genuinos, algunos de ellos de gran importancia para toda la humanidad.

Es en relación con esos conflictos genuinos, a diferencia de la propaganda mentirosa de esos adversarios míos, que esos intereses reales y otros intereses conexos vieron en la toma de posesión del presidente George W. Bush la oportunidad para ponerme, personalmente, otra vez como en los ochentas, de blanco principal y constante de su inquina, expresada en varias regiones del planeta. Algunos de los más sagaces de esos oponentes de esos oponentes me odian porque temen que tenga yo razón en mi perspectiva de pronosticador sobre la situación actual. Otros oponentes me odian porque mis advertencias amenazan con despedazar su deseo de hallar los consuelos de la fe ciega en sus actuales ilusiones religiosas o de otra índole; de estos últimos es ejemplo el mencionado tabloide británico que tituló su ataque "Callen a ese tipo".

Pero hay una cuestión más profunda, que se refleja en esa especie religiosa pagana de creencia "fundamentalista" que expresan sectas neomaltusianas como el Fondo Mundial para la Naturaleza. Ahí está la clave para reconocer la propensión de la actual monarquía británica a su inminente fracaso autoprovocado.

El príncipe Felipe: ¿hombre o bestia?

Así pues, considerando los argumentos de mis adversarios de entre ciertos cómplices de esa monarquía, pareciera que el consorte de la reina cree que yo, en tanto ser humano declarado y en ejercicio, soy por ello representante de una especie superior a esa forma inferior de vida que el propio Felipe Montbatten ha afirmado repetidamente que él representa.

No sea que alguna persona que reciba mi informe resulte tan ingenua como para sospechar que lo que acabo de decir es exagerado en cualquier aspecto, a continuación se resumen los hechos más pertinentes que tienen que ver con los incidentes de Brasil y Australia antes referidos. Este informe no ha mencionado más que unos cuantos de la pauta de decenios de incidentes que indican que los ataques a mí y mis colegas por parte de representantes reales o declarados de esa monarquía no son sino hilos de la misma tela.

Incluyo un resumen de las pruebas de que, tanto en los casos recientes como en otros anteriores semejantes, las cuestiones que plantean los actos de los varios partidarios y agentes del príncipe giran en torno a un conflicto, entre yo y aquellos de mis adversarios que alegan representar a una especie diferente, los príncipes Felipe y Bernardo. Por un lado está la especie humana, que yo defiendo; del lado opuesto, el WWF, que obra al servicio de su convicción, expresada a menudo, de que la humanidad no es más que otra forma de bestia, apta solamente para que la gobiernen depredadores bestiales, y su población sea usada, pastoreada, cazada o seleccionada tal como el ganado animal.

La existencia de esa diferencia de creencia y práctica no es mera cuestión de opinión. Desde que el Estado nacional soberano moderno surgió por vez primera, en el curso del Renacimiento europeo del siglo 15, toda la civilización europea moderna, extendida por el globo, se ha visto dividida en dos principios. Uno ha sido, desde el Renacimiento europeo del siglo 15, con eje en Italia, el Estado nacional moderno, que parte del principio constitucional del servicio al bienestar general de toda la población, como lo ilustran los tres primeros párrafos de la Declaración de Independencia (1776) y el preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos. El principio opuesto, más antiguo, es la continuación moderna del antiguo modelo oligárquico premoderno, del cual la monarquía británica es hoy día la principal expresión en este planeta.

Las cuestiones planteadas en los párrafos iniciales de la Declaración de Independencia y el preámbulo de la Constitución Federal de los Estados Unidos expresan el abismo insalvable que separa el principio del Estado nacional soberano republicano moderno de una oligarquía con formas tales como la monarquía británica.

Dentro de los propios Estados Unidos, el conflicto a veces mortal entre los patriotas republicanos y los tories estadounidenses monárquicos y oligárquicos ha sido esa división de opiniones respecto a la naturaleza del individuo humano. El punto de vista del patriota le dio expresión política a la visión cristiana del principio mosaico de que el hombre y la mujer están hechos por igual a imagen del Creador del universo, y facultados, así como obligados, a gobernar sobre todas las formas inferiores de vida en ese universo para su propio beneficio.

El punto de vista monárquico del tory estadounidense expresó la idea oligárquica que ha persistido hasta nuestros días desde la antigua Babilonia, el culto délfico del Apolo pitio, la Roma pagana y los Estados Confederados de América, y que se basa en el supuesto doctrinal y práctico de que, en contra del citado principio cristiano, ciertos hombres, en tanto gobernantes, pueden usar, pastorear o seleccionar a otras personas prácticamente como ganado humano para lo que sea que esos gobernantes consideren que se les da la gana creer que son sus propios intereses.

En los primeros tiempos de los Estados Unidos, este punto de vista tory estadounidense lo expresaron con la mayor eficacia los seguidores del empirismo británico de Francis Bacon, Thomas Hobbes y John Locke. Desde el comienzo de la independencia de los Estados Unidos y el debate previo a la adopción de su Constitución Federal, la idea tory se concentró en círculos como los del juez Lowell de Nueva Inglaterra y los propietarios de esclavos, en especial los de los estados federales de Georgia y Carolina del Sur.

Algo después en nuestra historia nacional, el punto de vista oligárquico tuvo por baluarte los círculos y seguidores del siempre traicionero Aaron Burr, el agente de Jeremías Bentham (del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña) que fundara el Bank of Manhattan. Burr y su legado unieron a Wall Street, a los socios narcotraficantes de Nueva Inglaterra de los intereses narcotraficantes de la Compañía de las Indias Orientales británica y a los dueños de esclavos de los estados esclavistas, que eran anglófilos rabiosos. Hoy día, ese degradado punto de vista anticristiano y antimosaico sobre a la naturaleza de la especie humana se expresa, sistémicamente, en la alianza del "interés del accionista", que gira en torno a Wall Street, con la tradición proconfederada a la que movilizara la llamada "estrategia sureña" de las campañas electorales de 1966–1968 del candidato presidencial republicano Richard Nixon.

Cierto, por esa división de la civilización europea entre dos corrientes opuestas, aun sin semejantes ataques en mi contra de fuentes como el WWF, yo, como patriota estadounidense, no podría ser más que adversario político y filosófico de esa monarquía. Mi propia oposición histórica a la monarquía británica y a los tories estadounidenses y al legado de la Confederación, no sólo como candidato a la Presidencia de los Estados Unidos, sino cualquier otro sentido, desde mi niñez, siempre ha sido, como ya dije, la misma diferencia que con la monarquía británica y la herencia tory estadounidense ha expresado cada presidente de los Estados Unidos patriota y bien instruido, como John Quincy Adams, Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt, desde los primeros tres párrafos de la Declaración de Independencia (1776) y el preámbulo de la Constitución Federal de los Estados Unidos. Mis puntos de vista y acciones expresan, pues, lo que a veces se llama "la tradición intelectual estadounidense".

Hay tres causas principales de esa diferencia entre mi punto de vista y lo que Henry A. Kissinger, admirador y benefactor de la reina, ha dicho que es el motivo de su propio odio por lo que él mismo ha llamado "la tradición intelectual estadounidense".[8] Mi patriotismo es el primero de los tres asuntos que plantean los ataques recurrentes en mi contra por parte de los círculos de los príncipes Felipe y Bernardo.

La segunda cuestión se ejemplifica en mi aborrecimiento al maltusianismo, que se ha expresado en documentos oficiales como el progenocida memorándum de seguridad nacional 200, de 1974, del secretario de Estado Henry A. Kissinger. Esta es, en sí y de por sí, una cuestión inmediata que se debe reconocer en relación con los ataques más recientes en mi contra. Cierto, aunque la reanimación reciente del odioso dogma maltusiano de la monarquía es un problema en sí mismo, no hay nada en sus delirios neomaltusianos que sea filosóficamente incongruente con el legado de notables británicos del pasado como lord Shelbourne y Jeremías Bentham, o Bertrand Russell y H. G. Wells más recientemente.

En tercer lugar, está la cuestión de aquellos que no sólo abogan por los programas y medidas neomaltusianos emprendidos a escala mundial por los dos príncipes y sus lacayos o por los círculos que dirigen actualmente el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, sino que también se valen de su influencia en gobiernos y otras fuerzas poderosas para imponerle programas maltusianos y directrices oligárquicas semejantes, en forma de "condiciones", a naciones individuales, así como a poderosas autoridades internacionales.

A pesar de que estos tres puntos de conflicto son o subyacen en las únicas diferencias verdaderas y significativas entre la reina y yo, ninguno de los abogados públicos de su familia, pasados o presentes, ha presentado ninguna prueba pertinente que apoye sus acciones recurrentes en mi contra, sino que han recurrido, en cambio, como en los mencionados casos de Brasil y Australia, a declaraciones que es fácil demostrar que constituyen una mezcla de meros embustes y un desdén deliberadamente temerario por los hechos reales, fácil y abundamente accesibles. Para demostrar esa pauta de mendacidad en sus ataques, echaré mano de la amplia documentación pertinente que mis colaboradores han mantenido en nuestros archivos periodísticos por casi treinta años.

Ahora bien, como el profeta bíblico Jonás le advirtió a los hombres y mujeres de Nínive, el tribunal supremo, el de la historia, se dispone a sacar del poder lo que esa monarquía representa, de un modo u otro. A ese respecto, consideremos ahora la relación entre esas tres cuestiones y el trágico defecto interno de la monarquía que la impulsa, como a Hamlet, a su destrucción autoinducida, a todas luces escogida. Amplío ahora un tanto el resumen de las tres cuestiones que acabo de mencionar.

Las tres cuestiones estratégicas planteadas

Cuando examinamos las acciones represivas tomadas en mi contra por el príncipe Felipe de la Gran Bretaña y el príncipe Bernardo de Holanda, tenemos, pues, que tomar en cuenta en detalle un tanto mayor las tres cuestiones mencionadas, superpuestas pero distintas.

La primera cuestión del pleito personal de la monarquía británica conmigo es el hecho ya mencionado. Históricamente, esa monarquía ha sido enemigo siempre declarado de los principios sobre los que se fundaron los Estados Unidos, desde antes de la Declaración de Independencia de 1776 y hasta la fecha. Trató de aplastar a mi república al comienzo, intento en el que fracasó, al igual que fracasó la Santa Alianza del príncipe Metternich. Trató de hacer garras a mi república, respaldando a los Estados Confederados de América, como lo intentó lord Palmerston, pero fue derrotada por la conducción del presidente Lincoln. Ha tratado de destruirnos con su abrazo corruptor, y así ha obrado desde el asesinato de nuestro presidente William McKinley hasta la fecha. Por un tiempo, en el siglo pasado, esos enemigos fueron derrotados por el retorno de la nación, bajo la conducción del presidente Franklin Roosevelt, a su principio de la promoción del bienestar general, y el asesinado presidente Kennedy pudiera haberlos obligado a retroceder, de haber vivido. Más recientemente, en los últimos treintaicinco años, la tradición tory estadounidense se ha valido de la llamada estrategia sureña, prorracista, y de las modas conexas del "conservadurismo fiscal" y el "libre comercio", en un intento renovado de destruir a esta república.

Estos intentos de destruir a mi nación no son meros planes. Como los ataques del chacal o la hiena a su presa, el pleito que la monarquía tiene con mi república y conmigo expresa el carácter profundamente arraigado de esa especie que la propia monarquía del Reino Unido ha alegado representar desde el comienzo hasta la fecha.

Notablemente, los que comparten hoy día la perspectiva tory estadounidense en los Estados Unidos, incluidos todos esos sectores moralmente depravados que se adhieren políticamente a la supremacía de los dogmas neomaltusianos y del valor del accionista, representan, en su práctica, la prolongación de la tradición de los adversarios, inclinados a la traición, del principio del bienestar general, en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y en la defensa de nuestra república en contra de la Confederación. Esto pone a todos los patriotas de la causa republicana, en todo el mundo, en oposición de principios con la naturaleza y la práctica de la monarquía británica. El motivo de ese conflicto no es en nada menos significativo que el de dos puntos de vista opuestos de la naturaleza del miembro individual de la especie humana. Por ende, la forma de ese conflicto es la de una contienda mortal entre las que se autodefinen, funcionalmente, como dos especies irreconciliablemente diferentes.

La familia real británica actualmente reinante representa, como tal especie tipo, la tradición del sangriento tirano Guillermo de Orange, que fuera conocida, en el siglo 18, como "el partido veneciano". Es el partido que había dominado a la monarquía inglesa, recurrentemente, desde que agentes venecianos como el cardenal Pole, Francisco Zorzi y Tomás Cromwell sedujeron al rey Enrique VIII y decapitaron al santificado sir Tomás Moro. Más o menos desde la época de la muerte de la reina Ana y la expulsión de Inglaterra de Godofredo Leibniz, al que se quiso nombrar primer ministro de Inglaterra, la monarquía presente, en su carácter autodefinido de especie tipo, ha definido la naturaleza tanto del reino como del imperio.

Esa herencia del "partido veneciano" de Guillermo de Orange ha dominado así a la presente monarquía británica desde la coronación de Jorge I. Es una monarquía escogida para servir de jefe de Estado en interés de una forma imperial de casta oligárquica financiera. En este respecto, el conflicto entre esa monarquía y mi república ha sido siempre de una naturaleza incurable, sistémica, un conflicto entre especies de sociedad que son adversarios naturales de nacimiento.

Nosotros, los seres humanos, en tanto criaturas de libre albedrío, tenemos la capacidad de mejorar y aun de cambiar enormemente nuestro carácter. Pero, como el Jonás bíblico le advirtió a Nínive, a menos que ejerzamos ese libre albedrío para efectuar ese mejoramiento de modo oportuno, nuestro destino es menos a menudo el resultado de nuestros fines imaginarios que lo que nuestro carácter nos hace provocar que nos ocurra, sea que nos demos cuenta o no.

Tal es el defecto trágico tan a la vista en el flamante gobierno de Bush, el cual comparte, en gran medida, con la monarquía británica.

El segundo motivo del pleito que tiene esa monarquía conmigo, su maltusianismo, se expresa en el hecho de que, por lo menos desde 1973, los príncipes cómplices Felipe y Bernardo han usado sus posiciones como representantes reales contemporáneos de ese partido veneciano angloholandés para introducir medidas de reducción del crecimiento de la población que, si no se les pone alto, hundirán al planeta entero en una nueva era de tinieblas para toda la humanidad.

Esa creencia detestable, se la llame "maltusianismo", "neomaltusianismo", "ambientismo" o "ecología", es derivado y expresión de la idea prooligárquica de que ningún miembro de la especie humana es mejor que las bestias, como cree el príncipe Felipe. Semejantes ideas, las mismas de las que el régimen nazi de Adolfo Hitler derivó su doctrina jurídica de los "comensales inútiles", con la etiqueta de la "eugenesia", son la principal expresión práctica del conflicto mundial actual entre dos puntos de vista mortalmente opuestos sobre la naturaleza de la especie humana.

La tercera cuestión es que los promotores de estos ataques, no sólo contra mí y mis amigos, sino también contra naciones enteras, son embusteros de ésos que no se contentan con robar y matar a sus víctimas, sino que tienen que difamarlas también, y así han mentido persistentemente y despachado a sus lacayos a difamarnos a mí y a mis colegas, por todo el mundo, en las décadas recientes.

En esto, su práctica jurídica no difiere en ningún aspecto de principio de la del magistrado Antonin Scalia, de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, o de Carl Schmitt, de cuya doctrina derivó el golpe de estado legal que instauró la dictadura de Hitler. El argumento típico de los ideólogos del Fondo Mundial para la Naturaleza, de que ellos tienen derecho, inherente a sus creencias irracionales y arbitrarias, a destruir los cimientos económicos y políticos de todas las conquistas esenciales de la civilización europea moderna, en aras de su llamada revolución ecológica, no difiere en ningún aspecto importante del que, en la tradición de la teoría del Estado del derechista fanático G. W. F. Hegel, en Carl Schmitt para imponer la dictatorial Notverordnung del 28 de febrero de 1933, que desató la Segunda Guerra Mundial como su consecuencia necesaria.

De estos tres asuntos estratégicos, uno es fundamentalísimo: sus acciones como adversarios del bienestar de la especie humana en su conjunto. Aunque se deban incluir los hechos relativos a los otros dos asuntos, la cuestión esencial es el ataque al bienestar de las generaciones presentes y futuras de mi especie.

Los defectos trágicos de la presidencia de Bush y la monarquía británica están relacionados, pero son, por otra parte, específicos de cada cual. El rasgo común de esos defectos, como ya lo subrayé antes, es que ni una ni otra tiene un concepto eficiente del principio de derecho que la sociedad moderna conoce con los nombres de bienestar general y bien común. La hostilidad de las dos a ese principio es el espantoso defecto trágico que subyace en ambos casos. Pero hay otro aspecto del mismo asunto. Como escribe el discípulo Lucas, si no otra entidad, las piedras mismas hablarían. Así, como impulsora del movimiento de dichas piedras, reconozcamos la mano del destino que deciende sobre la monarquía británica.

El ocaso de los dioses

Hemos llegado así a nuestro tema final: la amenaza de extinción de la monarquía británica por mano propia. Dado que ya he explicado en muchos trabajos publicados las razones generales de ello,[9] esta vez bastará con resumir los elementos esenciales y ubicar la suerte de la monarquía británica dentro de esa explicación general.

Para entender cómo una cultura puede autocondenarse al extremo de su extinción autoinducida, como lo hicieron una y otra vez las antiguas culturas mesopotámicas, es muy útil referirnos hoy día a un fenómeno estrechamente relacionado: la fe ciega en el punto de vista de la contabilidad financiera en uso como guía para formular la política económica de empresas particulares y aun de economías enteras. La cuestión es la misma que señalara Kepler en su Nueva astronomía, el absurdo del método empleado por predecesores suyos como Claudio Tolomeo, Copérnico y Tycho Brahe. La cuestión es la misma locura que practican los crédulos devotos de las enseñananzas de Adam Smith, Friedrich von Hayek y el American Enterprise Institute. El asunto es la tontería de confiar en el método estadístico simbológico conocido como el juego infantil de "unir los puntos".

En la realidad económica, la capacidad de una población para seguirse reproduciendo en mejores condiciones que antes se obtiene solamente merced a los efectos de los descubrimientos derivados en la forma de principios físicos universales comprobados experimentalmente. Tales descubrimientos tienen la forma matemática conocida a los antiguos griegos clásicos como magnitudes inconmensurables.

Kepler reconoció que, como lo implica el paradójico carácter elíptico de la órbita de Marte, en un universo en el que una curvatura continuamente no constante y aun no uniforme describe la trayectoria orbital recurrente de un cuerpo estelar, ningún esquema de unir los puntos con rayas, como el de Copérnico, podría explicar el modo en que el movimiento de ese planeta u otro cuerpo estaría predeterminado. De la consideración de esa paradoja derivó Kepler su descubrimiento del principio físico universal de la gravitación.

El descubrimiento original de Leibniz del cálculo, que Isaac Newton nunca pudo seguir, se elaboró como solución al tipo de problema que había planteado el descubrimiento de Kepler de la gravitación universal. El diferencial de Leibniz no es el intervalo lineal erróneamente propuesto por Leonardo Euler, Agustín Cauchy, etc, sino un intervalo de curvatura no uniforme cuyo intervalo correspondiente define una órbita de la calidad paradójica reconocida por Kepler.

De hecho, cada principio físico universal comprobado experimentalmente tiene la misma calidad específica de un inconmensurable. Esa calidad distinta, distinta para cado uno de esos principios, se conoce también como la característica de ese principio o, si no, del dominio espacio-temporal físico propio de una multiplicidad riemanniana de tales principios.

En la producción física, en la que se aplican principios universales como los de la química, la conexión entre el estado de cosas antes y después del correspondiente acto de producción no es medible como una conexión en línea recta como las que se ven en la descripción contable financiera de dicho acto de producción. De modo que hay una diferencia sistémica y a veces fatal en lo económico entre el análisis de la producción desde el ángulo de la contabilidad de costos y la realidad física de las relaciones de causa y efecto reflejadas.

En la producción, la ganancia neta, por encima de los costos totales de producción que hace la sociedad entera, es a fin de cuentas resultado de la tecnología que se aplique, la cual deriva de descubrimientos de principios físicos universales. Así que, para resumir el argumento, la causa de la diferencia entre los costos de producción y los productos de la producción exitosa es la senda de acción física que, matemáticamente, es de la forma de un inconmensurable, el cual corresponde a los principios físicos universales expresados por el proceso productivo.

De nuevo: el contador financiero adopta un punto de vista directamente contrario. Se imagina, falsamente, que la representación de la relación funcional entre costo y ganancia en la producción se puede representar con una matemática que una los puntos con líneas rectas, tal como lo hicieron John von Neumann y Oskar Morgenstern en su famoso libro, esencialmente incompetente, Teoría de juegos y comportamiento económico.[10]

Si bien dichas relaciones de causa-efecto están presentes en todos los actos de producción exitosamente antientrópicos, la prueba estricta del planteamiento que acabo de resumir se encuentra en el dominio de la llamada "macroeconomía", el estudio de la función de la actividad local (también llamada "microeconómica") dentro del proceso económico físico total. Con "físico" nos referimos a las mediciones que se hacen en términos no monetarios, no financieros; en otras palabras, queremos decir que todas las estadísticas financieras se deben interpretar como mero reflejo de los efectos de la actividad puramente físico-económica.

Lo cual quiere decir que debemos incluir, como lo afirmaba el biogeoquímico Vladimir Vernadsky, la noción de economía física desde el punto de vista de lo que él llamó noosfera. Es decir, la cognición humana actuando sobre el principio de la vida, como lo expresa la biosfera, que, a su vez, transforma el dominio no vivo sobre el cual y dentro del cual actúa. La forma esencial de la acción "macroeconómica" humana sobre la biosfera es la aplicación del descubrimiento de principios físicos universales comprobables experimentalmente.

Desde el punto de vista de la física matemática, según la definieron sucesivamente Carl Gauss, Lejeune Dirichlet y Bernhard Riemann, la acumulación de principios físicos universales descubiertos en la actualidad tiene la forma geométrica de lo que se llama una multiplicidad. Esta noción de multiplicidad supera por completo la llamada geometría euclideana que usaron Galileo, Descartes, Newton, etc. En otras palabras, es por medio de la adición de nuevos descubrimientos de principios físicos universales como la humanidad es capaz de aumentar su poder per cápita y por kilómetro cuadrado, en y sobre el dominio macroeconómico en el que la humanidad existe, el universo.

Es en la medida en que cultivemos en los jóvenes la capacidad de cooperar en el descubrimiento y aplicación de semejante multiplicidad de principios físicos universales en desenvolvimiento progresivo como obtenemos los efectos antientrópicos que corresponden genuinamente a la noción de la "ganancia" física macroeconómica de una sociedad.

Una vez que se toma en cuenta el aspecto físico del asunto, estamos obligados a prestar atención a los aspectos sociales de este proceso físico. La historia de las culturas, en especial la magnitud sin precedentes del éxito de la civilización europea que se extendió por el mundo después del siglo 14, nos revela que lo que podemos también reconocer como ciertos principios culturales universales, que gobiernan las relaciones de las gentes en sociedad, determinan el grado relativo de probabilidad de que una sociedad emplee y fomente el descubrimiento de principios físicos universales para el propósito de aumentar la antientropía relativa de la relación entre la especie humana y su noosfera.

La atención a los principios culturales universales y su relación funcional con el descubrimiento y uso de principios físicos universales nos permite definir distinciones funcionales entre formas relativamente saludables o patológicas de multiplicidad cultural (verbigracia, matrices) con un grado eficaz de rigor relativo. Este debiera ser el punto de la enseñanza y la práctica del estadismo. Desde este punto de vista, debemos decir que el modelo oligárquico, del cual es ejemplo la monarquía británica, pertenece a la misma clase de tipos culturales patológicos que los imperios paganos caídos de la historia pasada conocida, como los de la antigua Babilonia y Roma. En cuanto a esto, el sistema representado por esa monarquía está condenado ¡precisamente en la medida en que tienda a obtener la hegemonía mundial!

Nada expresa más nítidamente esta propensión a la autodestrucción, desde el punto de vista económico físico, que la combinación de los valores culturales oligárquicos inherentes a la combinación del "interés del accionista" con las nociones globalizadas del "libre comercio". Caba llamarlo "el síndrome de Ozimandias".

Lo cual quiere decir que, si una cultura le impone a la sociedad una conducta que produce el despliegue sistémicamente entrópico de las relaciones físico-económicas entre la población entera y la naturaleza, dicha sociedad, si mantiene ese hábito, está condenada a fin de cuentas a la ruina. Los legendarios imperios caídos de la historia siguen dicha pauta.

Para estos fines, podemos clasificar a las sociedades en dos tipos generales. Los dos tipos se definen empíricamente examinando la evolución de las características demográficas de sociedades enteras, en su relación más o menos de "sistema cerrado" con la región de la noosfera que esa población habita y explota. Las sociedades en las que la noosfera localizada se desarrolla antientrópicamente representan uno de los dos tipos; las sociedades que prosperen internamente saqueando a otras poblaciones y a otras regiones constituyen el tipo opuesto.

En el caso de la antigua Mesopotamia y Roma, por ejemplo, esas culturas cobraron un poder creciente por un tiempo mediante el saqueo parasitario de otras poblaciones y territorios. Una vez alcanzados los límites del saqueo ampliado en esa forma, esa cultura entró en decadencia interna, como lo atestiguan los respectivos ciclos sucesivos de ruina demográfica de la antigua Mesopotamia, la antigua Roma y Bizancio.

Así que, como sucede con el ascenso del Imperio Británico y su extensión en la forma de asimilar a los Estados Unidos en un sistema mundial angloamericano, el grado en que el imperio se expandía aumentaba el grado de proximidad a su destrucción inevitable. Los últimos doce años, más o menos, desde que el Pacto de Varsovia empezó a disolverse hasta el presente, ejemplifican esa pauta histórica del pasado. Las medidas típicamente pagano-imperialistas tomadas para engullirse las partes del mundo que estaban fuera del dominio angloamericano mientras continuaba el poder soviético, pusieron en marcha una aceleración del proceso que conduce a la ruina ahora inmediata de esa forma de sistema angloamericano.

Ejemplo típico del mismo proceso de ruina autoinfligida es el efecto de los cambios de la política estadounidense hacia Iberoamérica posteriores a 1971. La amenaza presente del WWF a la existencia de Brasil, relacionada con el TLC, ejemplifica la pauta que se vio en los casos de Argentina y México en 1982, en la Colombia azotada por el terrorismo, en Panamá, Ecuador, Perú, Venezuela, etc.

Con Franklin Roosevelt, así como con Kennedy, la política de los Estados Unidos hacia Iberoamérica tendió a las intenciones expresadas tiempo atrás por John Quincy Adams y Abraham Lincoln. Esta rica porción del continente, en gran medida desaprovechada, con una población ya imbuida de los elementos centrales de la cultura europea moderna, representaba uno de los potenciales más ricos de crecimiento y poderío económico del mundo en general. En la medida en que los Estados Unidos promovieron el autodesarrollo de las repúblicas soberanas del hemisferio en formas congruentes con lo que Hamilton y otros definieron como el "sistema americano de economía política", América, con una población conjunta de mucho menos de mil millones de personas, con recursos naturales enormemente desaprovechados, eran el interés propio estratégico más decisivo de los propios Estados Unidos. En la medida en que ayudamos a estos vecinos a enriquecer las condiciones de vida promedio y el empleo de todos, no podíamos dejar de prosperar poderosa e indefinidamente merced a esa cooperación.

A partir de 1971, sobre todo desde 1982, los Estados Unidos tiramos por la borda todas esas riquezas. ¡Fuimos el tonto que cocinó y se merendó la gallina de los huevos de oro! Obviamente, en los Estados Unidos no hemos disfrutado de un gobierno sensato desde el presidente Lyndon Johnson, y aun él tuvo los problemas de sufrir esa sensación incómoda de ser el sucesor del asesinado presidente Kennedy. Hemos arrasado y saqueado la totalidad de esa gran región de nuestro continente.

Lo mismo se le hizo, bajo la batuta de Thatcher, Mitterrand y Bush, a Europa oriental y la antigua Unión Soviética. Destruimos la acumulación de fuerzas productivas de esa vasta región de Eurasia, todo en aras de esos lunáticos motivos geopolíticos imperiales, de destruir y saquear a los posibles competidores económicos, que vemos en los círculos de Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski. Así, destruyendo las inmediaciones del "poder imperial angloamericano" en tantas partes de Eurasia, Africa e Iberoamérica, le echamos la soga al cuello político y económico de nuestras propias naciones, tal como lo hicieron los gobernantes de la pagana ciudad de Roma, plagada de esclavitud.

Dicho eso, pensemos en el estado mental que pone la mentalidad oligárquica de la monarquía británica y sus lacayos al margen de la clase de sociedad que había levantado todas las grandes realizaciones de los Estados Unidos de antes de 1965 y reconstruido a la Europa occidental de posguerra de 1945–1965.

Ahora, para resumir el aspecto central. La distinción entre el individuo humano y todas las especies inferiores reside esencialmente en la cualidad específicamente humana de la cognición, opuesta y distinta de las interpretaciones deductivas reduccionistas. A través del modo de cognición propio de lo que, en física matemática, Leibniz llamó análisis situs o geometría de posición, la mente humana individual es capaz de definir esas paradojas verdaderas que, a su vez, impulsan a esa mente a descubrir un nuevo principio físico universal hipotético. Si se comprueba con métodos experimentales, ese principio hipotético y la tecnología derivada de él se pueden aplicar a la práctica humana. Esa es la fuente primaria de antientropía que ofrecen las formas de economía nacional de rentabilidad duradera.

Así, lo esencial en la economía es definir las circunstancias necesarias para fomentar esa clase de proceso antientrópico en la economía física de la nación en su conjunto.

Se deben satisfacer dos condiciones para permitir que ese beneficio se materialice. Primero, debemos desarrollar el medio ambiente total en la forma apropiada. La mejor manera de pensar al respecto es adoptar la idea de Vernadsky de la noosfera. Lo cual quiere decir fomentar los procesos biosféricos, como tales, que extienden y mejoran la capacidad para sostener la vida humana y su práctica tecnológica a niveles crecientes de desempeño per cápita de la sociedad en su conjunto. Segundo, debemos desarrollar a los individuos y dotarlos de los medios de producción y sistemas de cooperación con creciente densidad de capital y de energía de los que depende el fomento del progreso técnico y cultural, propulsado por la ciencia.

En cuanto a la segunda condición, debemos concentrarnos en el desarrollo del individuo recién nacido hacia la madurez que obtendrá en veinte años o más. Eso quiere decir sistema de enseñanza de los jóvenes que eleven el potencial del individuo a un alto grado de madurez cognoscitiva y motivación. Eso implica, por ejemplo, que cualquier nación sensata insista en que por los dos primeros decenios de la vida de cualquier nueva persona, los años de instrucción primaria y secundaria, así como la cultura popular, estén gobernados por lo que se conoce como modos estrictamente humanistas clásicos de desarrollo del potencial moral de cada individuo, mediante el acento en la experiencia cognoscitiva de descubrimiento y redescubrimiento de principios universales, en vez del mero aprendizaje.

Esto quiere decir que debemos crear las condiciones de vida familiar, social y nacional en las que se fomenten al más alto grado posible las cualidades noéticas de mayor capacidad productiva del trabajo.

De lo que debiéramos haber derivado de nuestro conocimiento de la prehistoria y de la historia, debiera sernos evidente que, por ciento de miles y aun millones de años, la humanidad del pasado ha hecho vastas contribuciones al conocimiento del cual nos beneficiamos hoy en día. Pero la mayoría de las culturas de las que nos beneficiamos hoy en día fracasaron como culturas en su momento. En verdad, todas las culturas anteriores al Renacimiento del siglo 15, incluso lo impresionantemente mejor de los griegos clásicos, terminaron en el fracaso. Esta paradoja debe hecernos pensar atentamente, si es que queremos evitar la ruina que amenaza actualmente a los Estados Unidos y toda su población bajo su nuevo presidente.

Para resumir nuestro argumento, cada persona tiene un potencial enorme. La cuestión es en qué condiciones políticas y sociales vive ese individuo y a qué parte de la sociedad entera se la estimula o siquiera se le permite desarrollarse en formas congruentes con la naturaleza humana. Si observamos la depravación galopante que priva en la economía del Reino Unido, y la condición cultural al estilo yahoo en la que se ha hundido la generalidad de su población en el lapso transcurrido desde el escándalo Profumo, estaremos frente a hechos pertinentes. Tenemos datos semejantes en el caso de los Estados Unidos en los últimos treintaicinco años, en la Europa occidental continental durante el mismo lapso y por toda Iberoamérica.

El problema es el abandono del concepto del individuo humano como una criatura universalmente cognoscitiva, y por ende, en contra de Hobbes y Locke, hecha a imagen del Creador del universo, una criatura que la sociedad debe desarrollar a su correspondiente capacidad individual y para la cual debe fomentar la oportunidad de hacer la contribución al progreso que por naturaleza esté propiamente destinada a hacer.

De modo que la monarquía británica, con sus ideas expresas sobre la naturaleza del hombre y la bestia, ha sido una importante fuerza política y cultural en pro del mal en este planeta. La catástrofe que nos acecha marca el fin de un imperio, definido por la clase de dominio angloamericano que representan hoy día el papel y la influencia de la monarquía británica. Hemos llegado al punto en una o dos estupideces más llevarán todo el asunto a su culminación segura.

O nos libramos de la herencia que representa la ideología enfermiza del WWF o todo el tinglado se vendrá abajo muy pronto. A momento semejante se lo llama a veces "el ocaso de los dioses".

Lo repito: la esencia del estudio de la historia es el estudio de la historia en su hechura. La esencia de esa profesión es el desarrollo de la capacidad propia de reconocer los ecos de procesos de siglos de evolución y decadencia cultural, que se refleja en lo que se puede distingur como síntomas clínicos decisivos en lo relativamente breve y pequeño. Tal es la importancia de los incidentes mencionados que ocurrieron hace poco en Australia y Brasil.

Documentation: Apéndice
La demanda del WWF de octubre de 2000
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[1] El autor es un contendiente registrado a la candidatura a la Presidencia de los Estados Unidos en 2004.

[2] La expresión apropiada sería "loco como un sombrerero", si el lector estuviera familiarizado con la implicación de esa expresión inglesa. La fuente de la expresión no es la profesión que escogió el sombrerero, sino el estado mental provocado por la exposición prolongada a ciertos materiales tóxicos que se empleaban otrora en ese oficio. Por eso, se debe tener cuidado de no atribuirle a una profesión los males que pueda haber provocado a escala local la selección errónea de material humano o de otra índole, tal como la selección de príncipe consorte en el asunto de que trata este informe.

[3] Véase en el apéndice un sumario del asunto de la demanda original que presentó el WWF-Brasil.

[4] Véase el apéndice.

[5] Dos folletos, "La mafia verde embiste contra las hidrovías", del cual se imprimieron 5.000 ejemplares en 1998, y "Roraima, en el centro de la internacionalización del Amazonas", impreso en noviembre de 1999, con un tiraje de 15.000.

[6] La carrera de los Goldsmith, Train, etc, se entrecruza con la red de Paul Rivet, Jacques Soustelle y Jean de Menil, en variadas operaciones que van de los años treinta a los sesenta y dirigidas Charles de Gaulle, entre otros. Rivet, Soustelle y De Menil, como la mayoría de los personajes principales de Permindex, ya fallecieron, pero su legado continúa.

[7] Una monarquía que detenta soberanía sobre varias naciones a la vez no es otra cosa que un imperio.

[8] Henry A. Kissinger, "Reflexiones sobre una asociación: actitudes británicas y estadounidenses hacia la política exterior en la posguerra. Discurso en conmemoración del bicentenario del Ministerio de Asuntos Exteriores", 10 de mayo de 1982, Real Instituto de Asuntos Internacionales (Chatham House), Londres.

[9] Por ejemplo, en mi artículo "California le echa un vistazo a los economistas de nuestros días", EIR, 2 de febrero de 2001.

[10] John von Neumann y Oskar Morgenstern, Theory of Games and Economic Behavior, tercera edición, Princeton, Princeton University Press, 1953.

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