Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

De Bentham a Gingrich
¿Qué es el fascismo, en realidad?

por Lyndon H. LaRouche
27 de marzo de 2001

Aparte de cualquier otra cosa que el futuro próximo le depare al georgiano Newt Gingrich, él y su infame "Contrato con los Estados Unidos" seguirán representando la clase de intención fascista que domina en la actualidad a la derecha populista radical del Partido Republicano de los Estados Unidos.[1] No es éste un mero asunto nacional interno de los Estados Unidos; es una amenaza estratégica tanto para los propios Estados Unidos como de importancia mundial para la humanidad en su conjunto.

No puede haber evaluación estratégica competente de la situación mundial actual que no reconozca también como los fascistas típicos de nuestros días a fenómenos como el régimen de Chávez en Venezuela, el movimiento de los líderes del EZLN [Ejército Zapatista de Liberación Nacional] en México, la insurgencia de las FARC [Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia] en Colombia, las fuerzas ligadas al ideólogo franco-británico Teddy Goldsmith en Brasil[2] y muchos otros, todos los cuales están ya instalados o van en ascenso en América y otras regiones del mundo.[3]

Todas y cada una de las repúblicas de América deben reconocer las implicaciones estratégicas decisivas que tiene para ellas, como lo mostraré en este informe, el hecho de ese odio a la existencia de una república soberana de los Estados Unidos, identificada por su Declaración de Independencia de 1776, su batalla venturosa por la independencia y el preámbulo de su Constitución Federal (1787–1789), que el blanco original contra el que se han enderezado las pasiones del fascismo, primero en la Francia de 1789–1814, y, más tarde, en los propios Estados Unidos, por los traicioneros Estados Confederados de América, de lo que es eco el Contrato con los Estados Unidos, de Gingrich, y en otras naciones del mundo.

Hagamos a un lado, por ser más que absurdas, las definiciones de fascismo que encontramos entre el surtido heterogéneo de ideólogos de la "izquierda" populista, algunos de quienes son estrictamente definibles, según la teoría de Hegel del Estado, como elementos de conducta "neojacobina". Para los historiadores serios, fascismo quiere decir, esencialmente, nada menos que lo que ejemplifica lo que Benito Mussolini dijo que esa palabra significa, al igual que Hitler, después de él. Quiere decir darle marcha atrás a todas las realizaciones políticas de la civilización europea moderna, en especial el principio del Estado nacional soberano moderno, haciendo retroceder a la civilización. El fascismo pretende instaurar un orden mundial que remede el sistema "globalizado" gobernado por la ciudad pagana de Roma, de Bizancio, y que se haga eco de los impulsos "globalizantes" como la prolongada alianza de la potencia imperial marítima de Venecia con los Plantagenet (Anjou) dentro del feudalismo europeo.[FIGURE 1]

Mussolini expresó simbólicamente esta intención del modo más claro cuando revivió el estandarte de batalla de las antiguas legiones romanas. Fue el estandarte que seguían en batalla aquellos a quienes la Roma latina designaba como su clase depredadora, los combatientes, llamados populari, la misma chusma plebeya delirante, enardecida, de feroz ganado humano que la antigua Roma desplegaba en contra de sus víctimas cristianas, entre otras, esos populari cuya opinión irracional, plagada de mitos, es notoria, tanto en el Coliseo como en la generalidad de la historia europea, como esa vox populi que el ahora difunto Walter Lippmann tradujera al lenguaje moderno como "opinión popular".[4]

En lo esencial, fascismo quiere decir una forma especial de expresión del intento de hacer retroceder la marea del Estado nacional soberano moderno hacia una dictadura como la de los césares y a las tradiciones de la antigua Roma pagana. Fascismo quiere decir una forma histórica específica que ha brotado en épocas recientes de esa tradición general de pensamiento filosófico en el arte, la religión, la política y el derecho que los historiadores conocen como romanticismo. Con romanticismo, los académicos calificados se refieren a la tradición cultural y jurídica de la antigua Roma pagana, tal como la adopción del Código Napoleónico, específicamente anticristiano, da ejemplo de la filosofía jurídica positivista que subyace en los Estados fascistas, desde las dictaduras de los jacobinos Maximiliano Robespierre y Napoleón hasta nuestros días.

Para Mussolini, la mera resurrección del símbolo del estandarte romano fue la decisión conveniente. Los nazis adoptaron su estilizada esvástica como un sustituo deliberado de las fasces, como un estandarte semejante al de la legión romana, para que cumpliera exactamente el mismo papel mítico que tenía el símbolo de las fasces en manos de Mussolini. En los Estados Unidos, la bandera confederada sigue siendo un símbolo fascista típico, que a veces ciertos fanáticos populistas estadounidenses usan intercambiablemente con la esvástica. El Fondo Mundial para la Naturaleza —cofundado por el príncipe Bernardo, ex miembro del Partido Nazi, y el príncipe Felipe, consorte real británico— es una importante expresión moderna de lo que entre los estudiosos especializados se conoce como "fascismo universal", movimiento que utiliza el símbolo del panda como estandarte que ha de cumplir la función que tuvieron las fasces y la esvástica bajo Mussolini y Hitler.[5]

Hay muchos movimientos y filosofías políticos que se derivan del precedente de la antigua Roma pagana. Esos movimientos y filosofías, esencialmente románticos, como el kantismo en general, contienen inevitablemente ciertos rasgos importantes que también se encuentran entre los fascistas. Sin embargo, por sí solo eso prueba necesariamente de que sean fascistas en el sentido estricto de la palabra. Sólo los tontos usan "fascista" para motejar a sus prójimos cuyo olor corporal no les gusta; el legado fascista es un fenómeno histórico específico, estrictamente definido.[FIGURE 2][FIGURE 3][FIGURE 21]

El fascismo, definido estrictamente, es el legado, entre otros, del británico Jeremías Bentham, de Maximiliano Robespierre, Napoleón Bonaparte y Napoleón III. Tiene importantes rasgos en común con existentialistas como Martín Heidegger, quien fuera filósofo activo del Partido Nazi y perseguidor de profesores judíos, y con otros que no fueron nazis, como Jean-Paul Sartre, discípulo de Heidegger, y sus correligionarios Theodor Adorno y la irracionalista neokantiana declarada Hannah Arendt, que se volvieron antinazis declarados en sus últimos años. Pero, haciendo a un lado las meras semejanzas, el fascismo, en sentido estricto, en tanto forma política de la idea de gobierno, queda definido por esos destacados filósofos fascistas de la escuela romántica moderna del derecho, G. W. F. Hegel, Friedrich Karl Savigny y Carl Schmitt, que definieron el fascismo, en la práctica, como lo que debemos reconocer como los rasgos distintivos comunes de Mussolini, Hitler y Gingrich, entre otros.[FIGURE 4]

Por ejemplo, la doctrina positivista radical del magistrado de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos Antonin Scalia, el "textualismo", tiene los mismos méritos que una corriente explícita y específicamente fascista del derecho, que Schmitt representó para la dictadura fascista en la Alemania nazi, así como para la actual dictadura de Chávez en Venezuela.[6] Gingrich remontó explícita, pública y exactamente el origen de su insurgencia fascista del "Contrato con los Estados Unidos" a aquellos agentes británicos de Jeremías Bentham, etc, que encabezaron el Terror jacobino desde que el duque de Orléans y Jacques Necker tomaron la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, hasta el guillotinamiento de Maximiliano Robespierre y Saint-Just, en 1794.[7]

Para poner en claro esta especificidad histórica y su importancia, debemos empezar por referirnos a sucesos decisivos de 1782–1815, del momento en que lord Shelburne devino primer ministro de la Gran Bretaña a la conclusión de las Guerras Napoleónicas. Ese período contiene los hechos más decisivos cuya consideración revela la terrible ignorancia y algo peor de la mayoría de los efusiones ideológicas comunes hoy en día, entre ellas las dizque "izquierdistas", sobre el asunto del fascismo. Es esta serie de hechos la que ubica el punto de especificidad histórica común a todas esas formas de fascismo que han aparecido como gobiernos reales o potenciales en varias naciones desde el 14 de julio de 1789 hasta el momento presente.

El fascismo en la realidad histórica

El marco del primer surgimiento definitivo del fascismo —en Francia, durante el Terror jacobino— ha de ubicarse contra el trasfondo inmediato de los acontecimientos que tuvieron lugar entre dos famosos tratados de París que son los mojones diplomáticos que delimitan el período 1763–1783 de la lucha por la independencia de los Estados Unidos de la monarquía británica. La creciente popularidad de la causa de la independencia estadounidense entre los círculos influyentes de Europa en el lapso 1763–1789 llevó a los furiosos adversarios de nuestra república, en Londres y entre los que aborrecían a José II en el continente, como los cancilleres conservadores-revolucionarios von Kaunitz y Metternich, a darle nacimiento a una reacción fascista en contra de la revolución estadounidense.[FIGURE 6]

Para descubrir las raíces históricas inmediatas del fascismo, el odio del famoso lord Shelburne, del Barings Bank y la Compañía de las Indias Orientales británica, hacia la joven república americana identifica al Mefistófeles antiamericano cuya influencia le dio nacimiento al fascismo, en Francia, en 1789–1814.

Apenas firmado el Tratado de París de 1763, Shelburne puso en marcha un intento concertado de aplastar tanto la economía de Francia como a las colonias inglesas de Norteamérica. Su adopción del ahora famoso Adam Smith como uno de sus lacayos incluyó el encargo de Smith de elaborar dicho plan. Cuando la causa de la independencia de los Estados Unidos triunfó en el campo de batalla, Shelburne, en tanto primer ministro británico, durante 1782–1783, negoció los tratados provisionales de París de 1783 con los Estados Unidos y Francia. Shelburne obró así con la intención de provocar la autodestrucción de cada uno de esos signatarios del tratado.

Como fruto de las condiciones "librecambistas" que se introdujeron en Francia merced a esas iniciativas de Shelburne, Francia se vio pronto en bancarrota y sujeta a los regímenes fascistas sucesivos de los jacobinos de Robespierre, primero, y, luego, de ese antiguo protegido de la familia Robespierre, el autoproclamado nuevo césar a la romana, Napoleón Bonaparte. Como resultado de los efectos sucesivos y combinados del odio británico y habsburgo hacia nuestra república,[8] combinados con los efectos del Terror jacobino y el reinado de Napoleón, los Estados Unidos se vieron aislados y su existencia en peligro por todo el lapso de 1789 a 1863.

Como consecuencia de estos y otros sucesos conexos, se echaron en Francia los cimientos del fascismo moderno, a partir de la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, proceso que siguió desenvolviéndose a lo largo del reinado de Napoleón y el Congreso de Viena. La exposición general de un plan general de fascismo la escribió el ex jacobino "izquierdista" G. W. F. Hegel: su filosofía fascista del Estado y sus leyes. Aunque la escuela romántica neokantiana del derecho de Friedrich Karl Savigny, compinche de Hegel, contiene muchos de los rudimientos de la doctrina fascista en general, es Carl Schmitt quien sigue explícitamente a Hegel cuando define la doctrina jurídica de todos los Estados fascistas hasta la fecha. Newt Gingrich copió explícitamente la argumentación de Hegel y Schmitt, con lo que se definió conciente y muy específicamente como fascista, en su descripción pública de la base histórica de su "Contrato con los Estados Unidos" en el derecho revolucionario.[9]

La verdad histórica desnuda de los sucesos de 1782–1789 que desembocan en los hechos del 14 de julio de 1789 son los siguientes.

Desde el comienzo, la política de lord Shelburne para destruir la economía tanto de Francia como de las colonias inglesas de Norteamérica se basó en explotar, en contra de Francia, la tradición reaccionaria que compartían dentro de Francia el depravado Rey Sol, Luis XIV, y otros oponentes de la influencia del cardenal Mazarino y el ministro Jean-Baptiste Colbert. Entre los instrumentos principales de la red europea de salones organizada por el abad veneciano Antonio Conti, domiciliado en París, figuraban el reaccionario fisiócrata doctor François Quesnay, famoso por el laissez-faire, y sus seguidores, como el famoso ministro francés A. Turgot, de quien Adam Smith había plagiado mucho del contenido esencial de su Riqueza de las naciones.

El ministro Turgot y otro instrumento importante de Shelburne, el suizo Jacques Necker, a veces ministro de Hacienda de Francia, ejemplican papeles importantes que se desempeñaron en la quiebra de Francia posterior a 1782 y los sucesos que desembocaron directamente en la puesta en marcha del Terror jacobino el 14 de julio de 1789.[10] La toma de la Bastilla, en esa fecha, fue organizada por el duque de Orléans, Felipe Egalité, adversario de Benjamín Franklin, explícitamente como parte de una campaña electoral para hacer que Necker, que había hecho tanto, como ministro de Hacienda, por quebrar al rey de Francia, fuese nombrado ¡primer ministro del rey![11] A consecuencia de ese célebre suceso, el rey de Francia perdió no sólo el trono, sino la cabeza, y Francia obtuvo los cinco años del Terror jacobino que sufrió antes de la irónica decapitación de los principales terroristas Robespierre y Saint-Just.

Estos sucesos, incluido el Terror en general, fueron dirigidos explícitamente desde el Ministerio de Relaciones Exteriores en Londres, personalmente por el "comité secreto" de ese ministerio, encabezado por el protegido de Shelburne más significativo políticamente, Jeremías Bentham.[12] Cuando se observan desde 1789–1794 las asociaciones y conflictos de Benjamín Franklin dentro de la masonería francesa, se percibe que la actividad de semejantes agentes jacobinos y de otro tipo de los intereses de la inteligencia británica en Francia ya estaba a la vista décadas antes de los sucesos de 1789.

La toma de la Bastilla nunca fue una acción en pro de la causa de la libertad humana; en retrospectiva, se ha de reconocer no sólo como una contrarrevolución en contra del movimiento constitucional encabezado por el marqués de Lafayette y Jean-Sylvain Bailly,[13] sino también como el primer golpe de Estado fascista moderno.

Para entender esa contrarrevolución, hay que ver en ella, primera y más inmediatamente, un golpe contrarrevolucionario de los elementos rabiosamente antiestadounidenses de la oligarquía europea en contra de la lucha de 1763–1789 por fundar la república federal estadounidense. Fue un golpe dirigido a impedir que Francia siguiera lo que, retrospectivamente, llamaríamos hoy los pasos de la Convención Constitucional de Filadelfia, como lo pone de relieve el caso del "Juramento de la Cancha de Tenis".[14]

No obstante, para alcanzar las raíces más profundas de esa línea antiestadounidense de conducción británica, hay que ver con mayor amplitud la toma de la Bastilla. En este sentido, fue un golpe, orquestado en lo principal por la monrquía británica, en contra de la existencia de esa forma soberana moderna del Estado nacional que se basa en el mismo principio constitucional del bienestar general que separó al presidente Franklin Roosevelt de sus enemigos políticos, a los que motejó de "tories americanos". Este Estado nacional basado en el principio supremo del bienestar general es una forma de Estado basada en un principio universal de derecho natural, científicamente validado, que hizo su primera aparición práctica en el curso del Renacimiento del siglo 15, con eje en Italia, y del cual se han derivado todas las realizaciones significativas subsecuentes de la civilización europea moderna.

Estudiaremos aquí el asunto, primero, en el más inmediato de los dos niveles y, más adelante, en sus implicaciones históricas más profundas.

A partir de entonces, todos los movimientos fascistas significativos han sido, en primer lugar, contrarrevoluciones esencialmente prooligárquicas en contra de las instituciones y fuerzas intelectuales de esa forma soberana moderna de Estado nacional que se basa en el principio del bienestar general, y, en segundo lugar, las fuerzas opuestas basadas en nociones de la sociedad y el derecho congruentes con el legado cultural de la antigua Roma pagana. Esta era ya en tiempos de Shelburne la detestable idea de los Estados Unidos en los círculos oligárquicos británicos.

La preocupación de Shelburne, el hombre de la Compañía de las Indias Orientales británica, con la narración que hizo su lacayo Gibbon del ascenso y la caída del Imperio Romano, reflejó la intención de esa oligarquía de levantar un Imperio Británico inspirado, axiomáticamente, no sólo en el legado cultural de la Roma pagana. Se pretendía que deviniera una forma específica de semejante imperio, inspirada en el modo en que, incluso orquestando guerras religiosas, la oligarquía rentista financiera de Venecia construyó y mantuvo su hegemonía como potencia imperial marítima por el lapso que va de las Cruzadas a la decadencia de su poderío a fines del siglo 17.

Con el Congreso de Viena, toda Europa cayó bajo las opresivas fuerzas combinadas de la monarquía británica y la Santa Alianza de Metternich. A pesar del conflicto creciente entre Londres y el canciller Metternich en los decenios subsecuentes, los dos rivales estuvieron siempre consagrados, hasta el fin de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, a la completa recolonización europea de América y a la erradicación planetaria de los principios de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) y el preámbulo de su Constitución Federal (1789). De ahí que lord Palmerston auspiciara a la Confederación, y de ahí la activa simpatía que hacia el sistema esclavista expresaran intereses habsburgos tales como los cancilleres austrohúngaros von Kaunitz y el príncipe Metternich y la prorracista monarquía española, desde la Europa continental.

La intención de esos enemigos de la república estadounidense era entonces la misma que su tradición mantiene hoy todavía: erradicar del planeta lo que Henry A. Kissinger atacó con el nombre de "tradición intelectual estadounidense" del presidente Franklin Roosevelt, etc.[15][FIGURE 9]

Si no pudieron destruir la existencia de los Estados Unidos, como lo intentaron repetidas veces hasta la decisiva victoria de Lincoln sobre ese títere británico que fue la Confederación, trataron de destruir su alma, y hacer de los Estados Unidos desalmados, dominados por tories americanos, una mera satrapía, formalmente independiente, de una unión anglohablante dominada por la monarquía británica, una Mancomunidad Británica. Con ese fin, desde que consiguió asesinar al presidente Abraham Lincoln, la monarquía británica ha obrado como Kissinger lo prescribe en su libro Un mundo restaurado y en su lambiscón discurso del 10 de mayo de 1982 en la Chatham House, para arrancar y erradicar la tradición intelectual estadounidense. Tal es el marco para la introducción de movimientos fascistas como el Contrato con los Estados Unidos, de Gingrich, en el gobierno estadounidense.

Hegel fue el primero en definir el Estado fascista del modo en que su seguidor Newt Gingrich ha descrito el "Contrato con los Estados Unidos". La forma hegeliana, expresada en el derecho por Carl Schmitt, es la que nos trajo los movimientos fascista que aparecieron por toda Europa entre las dos guerras mundiales del siglo pasado. Es el fascismo, como lo definió Hegel, lo que brota hoy día en Iberoamérica y otras partes. Es la teoría hegeliana del Estado lo que corresponde al fascismo como un fenómeno históricamente específico de la sociedad moderna. En aras de la claridad, llamémosla la doctrina Hegel-Schmitt-Gingrich en defensa de la instauración de la forma fascista de gobierno.

El motivo principal de las tontas sofisterías que sobre el fascismo se difundieron en las aulas universitarias del siglo pasado es la relación no sólo de los movimientos marxistas con las influencias hegelianas, sino también de todos esos movimientos engendrados por las insurgencias que dirigiera el Ministerio de Relaciones Exteriores británico de Jeremías Bentham en América y Europa, como "Joven América" y "Joven Europa".

El rasgo más revelador de los difundidos fraudes que fabricaron los izquierdistas es su insistencia fraudulenta en que el fascismo es diferente del "bonapartismo". Hubo motivos imperiosos que llevaron a los izquierdistas del siglo 20 a justificar importantes aspectos desencaminados de su propia política con el cuento de que Napoleón Bonaparte, "aunque quizá haya sido un depredador", no fue un fascista. No obstante, en la mayoría de los casos, las sofisterías que las sectas izquierdistas expresaron al respecto son, por lo común, lo mismo un reflejo de las formas propulistas de ignorancia de los izquierdistas en cuanto a historia y epistemología que de cualquier culpabilidad conciente. Hay también otros, en el Ministerio de Relaciones Exteriores británico y otras partes, que tienen sus propios motivos presuntuosos e hipócritas para disfrutar la difusión de la engañosa imagen del fascismo que se cobró popularidad entre los tontos públicos de la izquierda ideológica, incluida la académica.

Para entender el fascismo, hay que ver al extasiado Adolfo Hitler adorar el cadáver sepultado de Napoleón en el París ocupado. Hay que ver, así, la metamorfosis del jacobino Napoleón Bonaparte en el perfecto predecesor de su seguidor Hitler. En otras palabras, hay que ver a los jacobinos como los vio el ex jacobino Hegel, más tarde fanático de Bonaparte, y como Gingrich se hace eco de la idea de Hegel de la Revolución Francesa.

Observemos a esta luz el caso clínico de la desorientación personal de Carlos Marx, que, por lo dicho, resulta de lo más pertinente.

Cómo se confundió Carlos Marx

[FIGURE 8]El que la mayor parte de los dirigentes políticos de las organizaciones laborales socialistas del siglo 20, entre otras, no hayan obtenido una comprensión competente de la naturaleza y el significado del fascismo se debe en parte y se ejemplifica en la niebla de confusión filosófica que vino a separar al joven Carlos Marx de su padre, Heinrich. Sin corregir el difundido concepto erróneo de Carlos Marx y su continua, aunque algo desfayeciente, influencia intelectual mundial, no se puede entender la dinámica que subyace en los orígenes presuntamente izquierdistas de muchos de los movimientos fascistas de nuestros días, como los que se pueden ver hoy día entre los partidarios de un ex compinche del banquero neoyorquino John Train, el anglofrancés Teddy Goldsmith.[16]

El caso de Marx se debiera estudiar no nada más como una parte de los aspectos problemáticos del legado marxista, sino como un caso clínico que ilustra una necedad mucho más difundida, que se encuentra no sólo en la enseñanza de la ciencia política, sino entre los círculos dirigentes de los gobiernos actuales, además de los medios académicos, entre otros.

Por ejemplo, véase la necedad de la socialdemocracia alemana cuando ayudó a echar al canciller von Schleicher, lo cual posibilitó el nombramiento de Hitler. La influencia de la desorientada idea de Marx de la Revolución Estadounidense, por ejemplo, contribuyó de modo significativo, directa e indirectamente, a fomentar el desordenado estado mental en el que los líderes sindicales alemanes, entre otros, cayeron ciegamente en un error de tan terribles consecuencias.

Así, en mi célebre debate con un destacado economista keynesiano, el profesor Abba Lerner, en el Colegio de Queens, a fines de 1971, Lerner terminó por conceder que tenía yo razón en acusarlo de proponer medidas schachtianas para Brasil y otros lugares. Tras eludir la cuestión repetidas veces, tercamente, por la mayor parte de la discusión, Lerner masculló: "Si los socialdemócratas hubieran apoyado a Schacht, Hitler no hubiera sido necesario". Es cierto que Lerner, aunque presunto izquierdista, al igual que su compinche, el ex profesor ex comunista Sidney Hook, no era a la sazón un marxista declarado, pero mucho de la autollamada izquierda "socialista" de los Estados Unidos de entonces le dio más o menos "apoyo crítico" a Lerner en contra mía.

Ese suceso notable es nada más uno de los muchísimos ejemplos consecuentes en que se ha manifestado la necedad de los disparates de Marx u otros similares. Dado que sigue de moda considerar a los nazis y a los marxistas los polos de la "extrema derecha" y la "extrema izquierda", este difundido intento de explicar la historia desde el punto de vista del reparto de los asientos en la asamblea nacional francesa de 1789–1794 exige que contrastemos la oposición marxista a sus rivales fascistas con la suposición de que las nociones de economía política de Marx son la alternativa axiomática de guía útil para definir los rasgos sistémicos de una amenaza fascista. Así pues, se tiene que disipar aquí el mito de Marx a este respecto.

Los meros hechos del caso de Marx son estos.

Carlos Marx fue hijo del abogado Heinrich Marx, de Tréveris, Alemania, colaborador de las redes reunidas bajo auspicios como los de las redes de simpatizantes alemanes de Benjamín Franklin y la Revolución Estadounidense. El propio joven Marx gozó de una educación clásica, en el famoso Gymnasium de Tréveris, dirigido a la sazón por el célebre Johann Hugo Wyttenbach, conspicuo por su ligazón con la tradición griega clásica del Renacimiento del siglo 15. No obstante, cuando el joven Marx salió de Tréveris para asistir a la Universidad de Bonn y, luego, al criadero de hegelianos y de los llamados hegelianos de izquierda en Berlín, rompió con la tradición clásica y cayó en los pozos de los estilos del romanticismo alemán que después del Congreso de Viena dominaron a la organización Joven Europa de Mazzini, famoso instrumento de lord Palmerston.[17]

Esta influencia sobre Marx, dirigida por el Ministerio de Relaciones Exteriores británico, siguió siendo un factor activo en su desarrollo y comportamiento cuando rompió francamente con el antirromántico Heinrich Heine, a lo largo de casi un decenio de patrocinio y orientación de su educación posterior en Londres por parte del agente de la inteligencia británica que le movía los hilos a la Joven Europa, Urquhart, residente en el Museo Británico, y cuando Mazzini, el instrumento de Palmerston, nombró públicamente a Marx para que encabezara la "Primera Internacional", con sede en Londres.[18][FIGURE 10]

Así que el joven Marx se vio seducido por las modas románticas de su generación, posterior al Congreso de Viena, como ésa de basar su teoría económica en el supuesto falso de que Quesnay y la parvada de economistas a las órdenes de Jeremías Bentham, como Adam Smith, Malthus, Ricardo y otros de la Escuela de Haileybury de la Compañía de las Indias Orientales británica, eran sus propios predecesores adoptivos en tanto "pensadores científicos" en el dominio de la economía política. En lo que a esto respecta, Marx fue ejemplo típico de la mayoría de las corrientes políticas prosocialistas del movimiento obrero de la segunda mitad del siglo 19 y del siglo 20. Tanto en la teoría política en general como en la economía política en particular, la doctrina económica y otras doctrinas de Marx se ubican en la sectaria teoría social del "capitalismo", plagada de mitos, que Marx adoptara de Smith, Ricardo y otros elementos de la Escuela de Haileybury de Jeremías Bentham y la Compañía de las Indias Orientales británica.[19]

En la medida en que hay cierta validez en la obra de Marx, aparece en sus críticas de la sociedad y la economía británicas desde dentro de los linderos definidos por sus supuestos axiomáticos arbitrarios. Para Marx, el movimiento "socialista científico" expresaba una "contradicción interna" específica de la existencia precedente de un modelo británico perfecto de "capitalismo". Lo que resulta el núcleo de su argumentación vino a definirse esencialmente dentro del marco del supuesto que adoptara de que el sistema británico de economía política, según lo definieron los ideólogos de Haileybury de la Compañía de las Indias Orientales británica, era la forma suprema de economía política y Estado que hubiese cobrado existencia. Esa fatal interpretación torcida de los hechos que Marx estaba dispuesto a considerar impregna toda su obra más importante y explica sus fallas principales.

Como una crítica del sistema británico, pero sólo cuando su posición se considera como una que ideológicamente se ubica dentro de ese sistema, la argumentación de Marx es convincente. Pero, cuando la obra de Marx se juzga fuera de los linderos de su propia interpretación torcida y se la ubica en el escenario del mundo real y la historia real, fuera del marco de su engañosa evaluación del "modelo" británico, así como de los confines de la reduccionista Ilustración del siglo 18, se reconoce de inmediato el penetrante romanticismo, la deformación esencial de los hechos y los aspectos problemáticos concomitantes del pensamiento de Marx.

Ejemplo típico que corrobora el error característico de la obra de Marx es la necedad de los ataques de éste a dos destacados economistas del sistema americano, Federico List y Henry C. Carey, en ambos casos a instigación personal expresa de Federico Engels, de Inglaterra. En estas cuestiones, Marx se limitó a adoptar la mitología británica a priori, como mythos, y se negó a considerar la gran cantidad de hechos físicos que apuntaban el sentido contrario.

En verdad, sin profundizar más de lo necesario en el desarrollo filosófico personal de Marx, baste con informar aquí que mostró cierto residuo de la educación y las influencias clásicas que traía de su juventud en Tréveris, de su padre y del legado de Wyttenbach. Pero eran apenas fragmentos dispersos en medio del edificio de esa erupción de reduccionismo filosófico reduccionista posterior a 1806–1819 que dominó a la generación de Marx y las generaciones subsecuentes después del Congreso de Viena.

Ejemplo de la versión burdamente fraudulenta de la historia de la cual depende el legado doctrinal de Marx y Engels es la carta en la que Engels felicita a Franz Mehring por desacreditar "la leyenda de Lessing" en Alemania. Cuando consideramos la totalidad del siglo 18, muy particularmente en Alemania, la continuidad de la ciencia moderna y de la cultura artística clásica se debe más que nada a la defensa que de la herencia de Shakespeare, Leibniz, J. S. Bach, etc, hizo un círculo que tenía por eje el Leipzig de Leibniz, a Abraham Kästner, de la Universidad de Gotinga, a Gotthold Lessing, y la decisiva colaboración de Lessing con Moisés Mendelssohn y los amigos de Mendelssohn que representaban la tradición viva de J. S. Bach en la región de Leipzig. Es éste el núcleo de la tradición clásica alemana y su arte y su ciencia, sin los cuales nunca hubieran existido Goethe, Schiller, Mozart, Haydn, Beethoven y Schubert, ni tampoco Gauss y Riemann. Marx hubiera sido un hijo más prudente si hibiera admitido el hecho de la existencia de los padres de su nación.

Para Marx y para la versión universitaria actual de la tradición oficial de Marx y Engels, la historia europea moderna brota de las entrañas del empirista Paolo Sarpi y sus seguidores de la Ilustración inglesa y francesa, de tal manera que todo lo que le ocurrió a la humanidad antes o después de que Sarpi ascendiera a la posición de señor de Venecia, se debe explicar desde el punto de vista del efecto del irracionalismo y la tendencia a la bestialidad encarnados en el método del empirismo.

De modo semejante, la incompetencia sistémica de Marx en cuestiones de ciencia física, matemáticas y filosofía en general, refleja su adopción, típicamente romántica, de la llamada "Ilustración" empirista dieciochesca británica e inglesa del abad veneciano Antonio Conti, así como su elección izquierdista de antepasados en general. Todas las fallas sistémicas de construcción sintética en los tres volúmenes del Capital de Marx tienen su antecedente principal en el efecto de ver las paradojas y los males de la definición británica del "capitalismo" desde el punto de vista metodológico de la Ilustración romántica del siglo 18, contraria a Leibniz y Bach.

Si el Marx del Capital no hubiera existido, la Escuela de Haileybury de la Compañía Británica de las Indias Orientales se hubiera visto obligada a inventar a alguien que cumpliera el papel que aquél desempeñó para ella, y tal vez, al menos en medida significativa, lo hizo. Restringiendo la posibilidad de una alternativa aparentemente racional al sistema de Adam Smith y Ricardo a la supuesta alternativa de la sofistería reduccionista de los primeros cinco capítulos del primer volumen del Capital, se echó sencillamente a un lado la existencia de lo que Hamilton, List y Carey llamaron el sistema americano de economía política y sus verdaderos predecesores, entre ellos, muy especialmente, el economista físico Gottfried Leibniz. Lo que Marx intentó hacer una y otra vez, muy a menudo por instrucciones de Engels, fue excluir el estudio del sistema americano de economía política, por ubicarse fuera de la mítica "corriente principal" académica del capitalismo financiero británico versus el socialismo marxiano.[FIGURE 11]

En Berlín, el joven Marx admiró el llamado método "dialéctico" del mismo G. W. F. Hegel cuya profascista filosofía del Estado rechazaba por otro lado. De modo semejante, aunque Hegel falleció mucho antes de que Marx llegara a Berlín, el romántico neokantiano Savigny, aliado faccional de Hegel, dirigía la facultad de derecho en que estudió Marx. Como Hegel, Marx vio en muchos de los fascistas jacobinos del Terror de 1789–1794 a sus antepasados políticos, en mayor o menor medida.

En pocas palabras, aunque Marx despreciaba la fascista filosofía del Estado del viejo cochino Hegel, lo atraían las necedades izquierdistas y el romanticismo de la carrera anterior de Hegel como compañero de viaje jacobino. Aunque Marx compartía el disgusto alemán por Napoleón Bonaparte, arraigado durante y después de la victoria de Napoleón en Jena, y aunque despreciaba cordialmente al instrumento fascista británico Napoleón III, Marx escogió a sus antepasados intelectuales de entre los ideólogos del propio Terror jacobino.

Salvo por personajes de excepción, como el francés Jaures, el surgimiento y la evolución de los movimientos socialistas de Europa y América en los siglos 19 y 20 han estado dominados en general por el mismo revoltijo filosófico reduccionista del romanticismo de la Ilustración del siglo 18 que produjo a los líderes del Terror jacobino. Carlos Marx no armó el desbarajuste; más bien, es meramente uno de los reflejos más notables, históricamente, del efecto de ese extendidísimo problema.

El problema jurídico de fondo

La clave para entender el lado izquierdista del fascismo ha de encontrarse donde Carlos Marx la extravió, tal vez en su travesía del Tréveris de Wyttenbach a la universidad de Bonn. La enfermedad común de los empiristas, kantianos, positivistas y existencialistas es doble. Primero, no tienen un concepto del hombre como algo aparte de otras especies vivas; y, segundo, lo que viene a ser lo mismo, todos y cada uno niegan que exista la capacidad de obtener conocimiento veraz acerca del universo por medio de las formas específicas de procesos mentales conocidos como cognición.

El empirismo de Sarpi, ejemplificado en la instrucción en matemáticas que le diera a Tomás Hobbes un doméstico de Sarpi, Galileo, niega la existencia de cualquier realidad que no sea una especie de dizque universo euclidiano de certezas sensorias y pasiones conexas. En la desviación de Kant de su largo servicio como apóstol alemán del empirismo británico de David Hume, el rasgo decisivo de todas sus Críticas, incluídos los Prolegómenos, es la negación de la existencia de una facultad cognoscible de cognición por medio de la cual se pueden hacer descubrimientos comprobables de principios físicos universales. A este respecto, los positivistas y existencialistas son todavía peores. Carlos Marx es en lo esencial, axiomáticamete, un empiricista, en el sentido específico en que une lo que se denomina su método y punto de vista "materialista" con el de la Ilustración del siglo 18. Tal es lo que ocurre en la práctica, a pesar de los intentos del propio Marx de ubicar los orígenes de sus ideas metodológicas en el marco de la filosofía griega clásica.

Dado que en muchos trabajos publicados a lo largo de decenios he abordado el asunto extensamente, basta con resumir aquí lo más importante. La expresión práctica de este problema en este trabajo sobre el fascismo es la de cuáles son las barreras jurídicas correctas que se han de oponer a las prácticas que los fascistas están inclinados sistémicamente a emprender en contra de otras naciones y de ciertos sectores de sus propios pueblos. Este problema no se limita al caso de los gobiernos fascistas y los movimientos que los producen, como el movimiento del Contrato con los Estados Unidos, de Gingrich; sino que el fascismo nos enfrenta a un problema jurídico específico y excepcionalmente virulento. Con esas distinciones en mente, debemos concentrarnos aquí en este problema jurídico decisivo.

Como lo volví a explicar en un número reciente de Executive Intelligence Review, lo que distingue a la especie humana de todas las demás expresiones de la vida es esa facultad de cognición por medio de la cual la humanidad es capaz de generar los descubrimientos empíricamente comprobables de principios físicos universales por cuyo medio se aumenta deliberadamente el poder per cápita de la especie humana en y sobre el universo.[20] En la ciencia, esta cualidad de cognición es la interpretación de la ciencia del célebre capítulo 1 del Génesis de Moisés. Tal es la bondad innata, congénita, redimible del hombre, en tanto especie que posee naturalmente la cualidad de lo sublime.

Tal es la idea humanista clásica, que en la herencia clásica griega se ejemplifica en el método socrático de Platón, y se expresa también en la aprehensión humanista cristiana de la obra de Platón, que motivó directamente el nacimiento, en el siglo 15, del primer Estado nacional moderno.

De esa consideración se desprende directamente que ningún Estado tiene autoridad moral para gobernar, salvo en la medida en que esté consagrado eficientemente a promover el bienestar general, el bien común, tanto de su población existente como de su posteridad. Ninguna nación es buena, más que en la medida en que se consagre a promover la realización del principio del bienestar general de todas las naciones y pueblos.

Esto define una forma de Estado directamente contraria no sólo al legado cultural de la Roma pagana, sino a todas las formas de sociedad coherentes con el principio del derecho imperial. Yo subrayo el estudio del profesor von der Heydte de la distinción fundamental que opone al Estado nacional soberano moderno y su relación con la ley natural, y a las nociones del derecho positivo características de Babilonia, el culto del Apolo Pitio en Delfos, Roma y el feudalismo europeo.

Bajo el código imperial, como el de la tradición romántica, la autoridad para instaurar un "régimen de derecho" para gobernar a muchos pueblos era exclusiva de un supremo pontífice (emperador) por encima de naciones y pueblos.[21] Románticos como Kant o Savigny reconocen en semejante noción del "régimen de derecho" un derecho consuetudinario o una forma de derecho puramente positivo. Por derecho puramente positivo se debe entender, entre otras cosas, nociones de derecho derivadas de la adopción de algún conjunto a priori de definiciones, axiomas y postulados, como los del llamado sistema aristotélico inherente a la arbitraria síntesis fraudulenta del sistema de Claudio Tolomeo. Esto es enteramente opuesto a la idea de lo que se llama derecho natural universal o derecho de la razón.

Derecho natural es una expresión cuyo uso se debe limitar, por definición, a descubrimientos empíricamente comprobados de principios físicos universales. Esto se aplica no solamente a los efectos físicos cognoscibles de los procesos no vivos, sino a los efectos físicos cognoscibles de un principio de la vida, y a los de la cognición misma. Tales descubrimientos ocurren solamente por medio de la agencia de la razón socrática, llamada cognición, que el empirismo aborrece y Kant afirma que es incognoscible.

De lo cual se desprende que el potencial de cognición de cada persona individual es la fuente de todo bien, y que promover la fertilidad de esas cualidades redimibles de todos los individuos humanos es la práctica del bien común. Ese es, por ejemplo, el argumento de principio que se plantea en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) y en el preámbulo de la Constitución Federal estadounidense de 1789.

La médula del derecho natural es la definición mosaica de la naturaleza del hombre y la mujer en tanto hechos igualmente a imagen del Creador del universo y dotados de una cualidad específica única entre las especies vivas: la cualidad de cognición que genera descubrimientos comprobables de principios físicos universales. Así que, en el cristianismo, a diferencia de las varias formas gnósticas de sectas seudocristianas, la ley moral suprema no deriva de ninguna autoridad imperial, sino de la razón, según he expuesto aquí ese principio de razón, y según ha afirmado dicho principio de razón el Papa Juan Pablo II, en contraposición a ciertos de sus críticos errados de dentro de la Iglesia Católica. Ninguna ley es universal si no podemos demostrar, mediante la razón, que es universalmente verdadera. De modo que la noción de derecho natural está condicionada a la forma socrática de principio de veracidad cognoscible, llamada razón.

Es característico de los empiristas, los kantianos, los positivistas en particular, y de fascistas como Gingrich, seguidor de Hegel, decir que no hay verdad, sino sólo misteriosas contradicciones dialécticas, punto de su necedad en que Kant y Hegel coinciden esencialmente. Esto no es más que empirismo recalentado, como se puede encontrar en Hobbes, Locke, Mandeville, Adam Smith, etc. Basados en la autoridad de esas contradicciones dialécticas, afirman que hay ciertas cosas tan misteriosas que no se pueden demostrar como conocimiento, sino sólo creídas por fe. Su autoridad no viene de la razón, sino de la aceptación de alguna autoridad arbitraria, irracional, como la tradición, la costumbre o, como en el derecho puramente positivo, el dictado de una o más personas.

En el caso de los ideólogos fascistas Hegel, Schmitt y Gingrich, la autoridad puramente positiva es un acto específico de voluntad arbitraria, como el decreto arbitrario de la existencia de algún principio proclamado, como el "valor del accionista", o como el magistrado Scalia comete un acto arbitrario de voluntad irracional en ese sentido cuando aplica lo que llama su "textualismo", un principio antihistórico, puramente positivista, de nominalismo de diccionario.

Hegel derivó esa noción de voluntad política como rasgo común expresado, entre otros, por la sucesión de Robespierre y Napoleón Bonaparte. Un acto violento de voluntad arbitraria crea un Estado, por la fuerza. Dicho Estado secreta luego leyes congruentes con su conquista del poder, tal como hicieron los nazis con el Notverordnung, basado en Carl Schmitt, y como lo expresa la marcha del mito de Mussolini sobre Roma. Esto está en contraste directo con la Revolución Estadounidense, que siguió el derecho natural, según lo describe la Declaración de Independencia, para conducir su creación de un nuevo Estado nacional republicano soberano. De modo que Hegel juzga el Estado fascista de Napoleón Bonaparte como fruto de dos actos sucesivos de voluntad, el primero, la creación del Terror jacobino, y el segundo, el acto de pura fuerza de vuluntad que hizo del jacobino veterano Napoleón el césar de un nuevo imperio romántico francés.

Así, la toma del poder de Hitler, en enero de 1933, financiada por Prescott Bush, se apoyó en la base de masas de las Sturmabteilung (SA) nazis; así, la segunda revolución de Hitler tomó el poder absoluto aplastando a la dirección de las SA y mediante el asesinato de von Schleicher, en los acontecimientos de mediados de 1934. Así veía al Estado el viejo izquierdista jacobino Hegel, subsecuente adorador de Napoleón y subsecuente adorador de Metternich. Así veía al Estado Carl Schmitt, y así lo decretó Gingrich, el de la "revolución conservadora", en su intento de tomar el poder sobre el Congreso de los Estados Unidos.[FIGURE 12]

El principio más profundo en juego en estas cuestiones es que, si el gobierno no reconoce que todas las personas están hechas por igual a imagen del Creador, hecho universal que la cognición atestigua, entonces el hombre es tenido meramente por otra bestia. Una vez que se pone políticamente al hombre al nivel de las bestias, como lo hace el Fondo Mundial para la Naturaleza, el hombre queda sujeto a la misma ley que le aplicamos a las bestias. El hombre actuará entonces como bestia, matará como bestia y será destruido como bestia. Pongamos atención al espectáculo del "Auschwitz" de reses y corderos que tiene lugar en la Inglaterra del príncipe consorte Felipe. ¿Serán después personas, al menos muchas personas de cierta clase, los blancos de algún holocausto? ¡Acuérdense de Hitler y su pasión por la "eugenesia"!

Así obró Chávez en Venezuela; así se proponen hacerlo los protegidos de Teddy Goldsmith en Brasil, y en más y más lugares, como Israel, en el mundo de nuestros días. La cosa sigue y sigue. ¿Cuándo se les ocurrirá a ustedes que es urgente que le pongamos fin a esta pesadilla?

La cuestión histórica actual

Durante el ejercicio final de su poder imperial en nombre propio, Venecia desató más de un siglo de guerras religiosas, de 1511 a 1648, con la intención de erradicar las grandes reformas del Renacimento del siglo 15. Ello incluyó el intento de erradicar la forma soberana del Estado nacional basado en el principio del bienestar general. La intención era arrancar de raíz y eliminar para siempre las grandes reformas, basadas en el principio del bienestar general, promulgadas en los reinados de Luis XI, en Francia, y Enrique VII, en Inglaterra.

En las condiciones existentes en Europa durante la época de la Guerra de los Treinta Años (1618›1648) y después, se volvió prácticamente imposible revivir la clase de reformas políticas que habían intentado Luis XI y Enrique VII. De modo que las mentes más grandes de toda Europa unieron sus esfuerzos en favor de hacer surgir el primer verdadero Estado nacional republicano moderno de entre las colonias inglesas de América del Norte. Eso, y nada más, es la excepción americana.

Merced a la orquestación de la Revolución Francesa por parte de Londres, así como al éxito de la monarquía británica y Metternich en el Congreso de Viena, la joven república estadounidense se vio aislada, en peligro y corrompida en gran medida, hasta que la victoria del presidente Lincoln sobre la Confederación, títere de Londres, desató esa revolución agroindustrial estadounidense de 1861–1876 que revolucionó mucho del mundo difundiendo la influencia del concepto del sistema americano de economía política de Hamilton, List y Carey, en tanto clara alternativa al sistema británico definido por la camarilla de Haileybury de la Compañía de las Indias Orientales británica.

Aun cuando, bajo los presidentes Teodoro Roosevelt, Woodrow Wilson y Calvin Coolidge, los Estados Unidos devinieron un cautivo político de Londres, todavía se consideraba que contenían en su seno una amenaza seria al poder imperial maritimo globalizado de la monarquía británica. El temor británico era que de algún modo la política estadounidense volviera a poner el acento, como antes de Teodoro Roosevelt, en encontrar socios en Europa central, Rusia y Asia, y amenazara con revivir así unos Estados Unidos en la tradición de Lincoln, como una amenaza a la existencia del imperio británico. Londres calculó que quizá había conjurado ese peligro con los términos del Tratado de Versalles; pero. cuando se hizo patente la ruina del sistema económico y financiero de Versalles, ya a principios de los veintes, Londres, representado por su vijo instrumento Volpi di Misurata en Italia, Montagu Norman, del Banco de Inglaterra, y Hjalmar Schacht, de Norman, llevó a Mussolini y a Hitler al poder.

La muerte prematura del presidente Franklin Roosevelt le permitió a Londres mantener dominio más o menos efectivo de la casta financiera y política de los Estados Unidos.

No obstante, pese a todo, la existencia misma de la excepción estadounidense en tanto hecho histórico sigue siendo hoy día la amenaza más grande al dominio mundial del viejo orden oligárquico europeo. Como lo expresó Kissinger en su discurso del 10 de mayo de 1982 en Chatham House, el que siga existiendo la "tradición intelectual estadounidense" es una amenaza que el lacayo británico Kissinger está resuelto a arrancar de raís y aplastar en los Estados Unidos y en la mente de los pueblos de Iberoamérica. La significativa simpatía por Argentina entre los círculos militares tradicionalistas, etc, cuando los británicos desataron la Guerra de las Malvinas de 1982, fue, para Londres, un recordatorio de que la tradición intelectual estadounidense ni estaba muerta ni le habían quitado por completo las uñas.

Así, como procedió en contra de la influencia de la tradición intelectual estadounidense cuando orquestó el golpe de Estado parisino del 14 de julio de 1789, y como obró para llevar a Mussolini y a Hitler al poder en las épocas de crisis posteriores a la Primera Guerra Mundial, así, de nuevo, la amenaza del fascismo universal está en marcha entre las naciones del mundo.

¡Piénsenlo!

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[1] Newt Gingrich, entonces líder de la minoría de la Cámara de Diputados de los Estados Unidos, anunció su "Contrato con el pueblo estadounidense" el 27 de septiembre de 1994 en la escalinata del Capitolio. La intención era aplicar eso que se vino conocer como "Contrato con los Estados Unidos" en los primeros cien días de un Congreso con mayoría republicana en 1994. Véase Lyndon H. LaRouche, Jr., "Creativity in Science, School, and Song", The New Federalist, 21 de noviembre de 1994; Lyndon H. LaRouche, "Phil Gramm's `Conservative Revolution in America' ", y Michael J. Minnicino, "Why We Must Call Newt Gingrich `A Fascist' ", EIR, 17 de febrero de 1995; Jeffrey Steinberg et al., "Newt Gingrich Looks into the Future", EIR, 12 de enero de 1996; y Lyndon H. LaRouche, "Why Expose Gore's Record Now?", EIR, 18 de diciembre de 1998.

[2] Lyndon H. LaRouche, "Miren lo que pasó en Brasil", Resumen Ejecutivo, vol. XVIII, núms. 3-4 de la primera y la segunda quincenas de febrero de 2001.

[3] Notablemente, estos movimientos en Iberoamérica corresponden en parentesco a las tareas que la inteligencia británica le diera en los treintas y durante la Segunda Guerra Mundial al trío de Jean de Menil, de Houston, Texas (por ejemplo, Venezuela, Cuba), Jacques Soustelle (México) y Paul Rivet, superior de Soustelle, para Perú. Estos tres sinarquistas, que la inteligencia estadounidense de la época definía también como "nazi-comunistas", fueron metidos a la fuerza en el personal de inteligencia de Charles de Gaulle por la inteligencia británica de la época de la guerra. Esta red tuvo papeles importantísimos en ciertas grandes organizaciones internacionales de asesinatos hasta los sesentas.

[4] Walter Lippmann, Public Opinion (Nueva York, Macmillan and Co., 1947, reimpresión de la edición de 1922).

[5] Lyndon H. LaRouche, "Miren lo que pasó en Brasil", Resumen Ejecutivo, vol. XVIII, núms. 3-4 de la primera y la segunda quincenas de febrero de 2001.

[6] Sobre Scalia, véase Lyndon H. LaRouche, Jr., "Scalia and the Intent of Law", EIR, 1 de enero de 2001. Sobre la influencia de Savigny y Schmitt en Venezuela, véase el artículo adjunto. Véase Friedrich Freiherr von der Heydte, " `LaRouche Is Innocent, as Captain Dreyfus Was' ", EIR, 24 de febrero de 1989, sobre las tendencias positivistas radicales hacia dogmas jurídicos fascistas en los Estados Unidos.

[7] El 20 de enero de 1995, el presidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich hizo un llamado a las armas ante el Comité Nacional Republicano, en Washington, en el que se equiparó explícitamente a Robespierre y Danton: "Tenemos que entender que la escala de la revolución que necesitamos es tan grande y en tan drásticamente diferente. . . Es un revolución de verdad. En las revoluciones de verdad, la facción derrotada no tiende a convertirse. Tiende a caer peleando. . . Es decir, si observan a los Borbón, en Francia, no vinieron corriendo a decir: `Por favor, ¿podemos sumarnos a la revolución?' Siguieron siendo Borbón. En verdad, la mayoría de ellos ni aprendieron nada ni olvidaron nada, y 50 años después todavía estaban encerrados en un mundo ya muerto. . . Yo soy un revolucionario genuino; ellos [los demócratas] son los genuinos reaccionarios; vamos a cambiar su mundo, y ellos van a hacer todo por detenernos. Usarán cualquier herramienta; no hay extravagancia, deformación, falacia demasiado grande para que la usen en nuestra contra. . . El futuro de la raza humana por lo menos por un siglo descansa sobre nuestros hombros. Si fallamos. . . Bosnia y Ruanda, Haití y Somalia son los heraldos de un planeta oscuro y sangriento."

[8] Por ejemplo, Henry A. Kissinger, Un mundo restaurado: Metternich, Castlereagh y los problemas de la paz, 1812–1822 (México, Fondo de Cultura Económica).

[9] Con "revolucionario" queremos decir en este caso la llamada "revolución conservadora", según la define, por ejemplo, Armin Mohler en The Conservative Revolution in Germany (Die Konservative Revolution in Deutschland: 1918-1932 [Darmstadt, 1972]). El estusiasmo de los derechistas republicanos por la "globalización" los define específicamente como fascistas universales en el sentido de la narración histórica de Mohler.

[10] Necker, de Lausana, Suiza, es conocido también por ser el padre de la famosa Madame de Staël. Se dice que la madre de esta criatura fue prometida de Gibbon, historiador y lacayo de Shelburne.

[11] Pierre Beaudry, "Jean-Sylvain Bailly: The French Revolution's Benjamin Franklin", EIR, 26 de enero 2001.

[12] Cf. la carta de Simón Bolívar en la que advierte de la maldad que representa la orquestación de Bentham de las revoluciones orquestadas por los británicos en América del Sur. En su Introducción a los principios de la moral y la legislación, el utilitarista Bentham, lacayo de Shelburne, expone la variedad de liberalismo británico del que, desde entonces, han brotado una y otra vez movimientos y regímenes fascistas.

[13] Cf. Beaudry, op. cit.

[14] Ibid.

[15] Henry A. Kissinger, discurso en conmemoración del bicentenario del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña, 10 de mayo de 1982, Real Instituto de Asuntos Internacionales (Chatham House), Londres. Ese ministerio se creó en el gobierno de Rockingham, del cual Shelburne era parte y a quien sucedió ese mismo año. A través de esa dependencia, el "comité secreto" encabezado por Bentham, protegido de Shelburne, dirigió el Terror jacobino en Francia.

[16] Poco después de pronunciar su discurso del 10 de mayo de 1982 en la Chatham House, el ex secretario de Estado estadounidense Henry A. Kissinger emprendió una campaña para que se persiguiera a Lyndon LaRouche y sus compañeros. Después de meses de rogar por semejante acción, Kissinger consiguió, en enero de 1983, que una reunión irregular de la Junta Consultiva Presidencial de Inteligencia Extranjera autorizara oficialmente una operación especial de inteligencia extranjera, que incluiría guerra financiera internacional, en contra de LaRouche y otros. La operación, conducida al amparo de lo prescrito en la orden presidencial 12333 y de modos parecidos, se puso en movimiento de inmediato por medio del FBI y el Departamento de Justicia, y reclutó a muchos intereses privados como miembros activos de equipos que incluían a funcionarios del gobierno. Todo el acoso judicial y de otra índole, incluidos los procesos contra LaRouche y otras personas, entre 1983 y 1989, y aún después, tienen su origen en esa sucia operación amparada en la orden presidencial 12333. Notables organizaciones privadas, entre ellas grandes sectores de los principales órganos de prensa y teledifusión, y ciertas otras organizaciones privadas, como la American Family Foundation y un viejo compinche de Teddy Goldsmith, John Train. Antes, a mediados de marzo de 1973, el FBI desempeñó un importante papel al servicio de la política del gobierno de Nixon, cuando orquestó a mucho de la "izquierda" estadounidense, incluido el Partido Comunista de los Estados Unidos, en operaciones callejeras y de otro tipo en contra de LaRouche y compañía. Esas operaciones, que vinieron a incluir al Partido Socialista de los Trabajadores y a otras sectas y grupúsculos de izquierda, incluyeron la intención expresa del FBI, para noviembre de 1973, de prever la "eliminación" personal de LaRouche. La participación de esos grupos izquierdistas reflejaba su propia degeneración, ya de decenios, en sectas contraculturales que sirven de movimientos izquierdoides dementes de tipo protofascista y hasta francamente fascista, en muchas partes de América y otras partes.

[17] Es notable que la rama norteamericana de la "Joven Europa" de Mazzini se conociera como "Joven América", de cuyas bases de operaciones en la zona de Concord, Massachusetts, y Charleston, Carolina del Sur, formó el núcleo de lo que devino ese traicionero instrumento de Palmerston llamado los Estados Confederados de América.

[18] El aspecto bufo de la relación de Marx con Urquhart y Mazzini, fue la estúpida diatriba de Marx contra Palmerston en que lo acusó, de hecho, de ser agente ruso. Sucede que Urquhart, que tenía su carrera propia en los rangos superiores del servicio de inteligencia exterior británico, tenía cierta rivalidad con Palmerston. Urquhart se valió de su influencia como manipulador de la carrera londinense de Marx para encaminar a éste a echar esa plancha.

[19] En varias publicaciones recientes, he demostrado que todas esas formas de ideología económica basadas en el "libre comercio", hoy en día tan populares en los Estados Unidos y Europa occidental, por ejemplo, se apegan al supuesto religioso pagano de que el universo es un proceso estadístico gobernado por una inclinación peculiar proveniente de lo que podemos con justicia denominar "hombrecillos verdes que operan desde debajo del piso". Tal es el papel de los mitos elaborados en la manipulación de poblaciones, lo mismo en los tiempos antiguos que en los modernos. Véase, en "The Science-Driver Principle in Economics: The Gravity of Economic Intentions" (EIR, 30 de marzo de 2001), el repaso que hago de la denuncia de Kepler de los supuestos fraudulentos que subyacen en la astronomía de Claudio Tolomeo, Copérnico y Tycho Brahe. En ese caso, el mito es que el universo es tan incomprensible que debemos limitar nuestro intento de entenderlo a una serie de esquemas matemáticos elementales como el trillado esquema aristotélico de "torre de marfil" que usaron Tolomeo, Copérnico y Brahe, desdeñando la existencia de principios físicos universales cognoscibles. Los primeros cinco capítulos del Capital de Marx se basan en ese mito pueril. El mismo uso de mitos populares en lugar de la cordura se observa en la insistencia del "fundamentalista" religioso en que "Dios escribió la Biblia para que un idiota simplón como yo tuviera un entendimiento perfecto de la intención divina". La fe ciega del populista en las verdades de la percepción sensoria autoevidente es otra expresión del engaño de dicho fundamentalista.

[20] Lyndon H. LaRouche, "The Science-Driver Principle in Economics: The Gravity of Economic Intentions", EIR, 30 de marzo de 2001.

[21] Friedrich Freiherr von der Heydte, Die Geburtsstunde des souveränen Staates (Ratisbona, Druck und Verlag Josef Habbel, 1952).