Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Iraq es la mecha, pero Cheney hizo la bomba
Lyndon LaRouche: Los hechos demandan que se exija, y se acepte, la pronta renuncia de Cheney

22 de septiembre de 2002 (EIRNS)—Lyndon H. LaRouche, el aspirante presidencial del Partido Demócrata para las elecciones de los Estados Unidos del 2004, emitió la siguiente declaración el 20 de septiembre, a través de "LaRouche in 2004", su comité de campaña.

Como se dijo hace dos días en una evaluación preliminar, los dos documentos pertinentes emitidos por la Casa Blanca de George W. "43" Bush como borradores de la política de Estados Unidos, son un eco de los estrafalarios bramidos inútiles que profirió el fabuloso rey Canuto contra el viento y las olas. El primer documento es un cheque en blanco fraudulento pagadero a la Infame Necedad, que es una declaración de guerra anticonstitucional contra Iraq. El segundo, es una tortuosa e incoherente, pero mortal mescolanza de dicharachos presidenciales de la Casa Blanca, pegados, al estilo de Georges Braque, en una hoja de papel: "La estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos".

Los siguientes tres conjuntos de hechos concernientes a estos dos miserables documentos son los más notables.

Hecho número 1: Las pruebas existentes son que ninguno de estos dos documentos surgió de ningún desarrollo definido por los hechos, que haya ocurrido recientemente en las porciones del territorio controladas por Iraq dentro de sus fronteras, ni de el aserto fraudulento del gobierno de Estados Unidos, de que la "guerra contra el terrorismo" es en reacción a un ataque contra Estados Unidos perpetrado por alguna de las naciones u organizaciones nombradas como "estados forajidos" desde el 20 de septiembre de 2001.

El hecho es que las políticas que contienen esos dos documentos emergieron por primera vez en la primavera de 1990, como un efluvio de un equipo dirigido por el entonces secretario de Defensa Dick Cheney, equipo que encabezaban Paul Wolfowitz, Lewis Libby, y Eric Edelman. Aunque no inexitosos hasta ahora, esto representa la loca obsesión perseguida por Dick Cheney y sus cómplices gallinazos durante el transcurso de la última docena de años, al menos.

Hecho número 2: Las pruebas disponibles desde 1992 son que la política que se plantea en estos documentos no es meramente un reflejo de los acontecimientos de 2001-2002, sino uno más de varios refritos de un producto fracasado, encarnado en una reedición de la previamente suprimida doctrina de Cheney de 1990, hecha en septiembre del 2000. Esta era una directriz del candidato vicepresidencial Dick Cheney, diseñada como una doctrina estratégica global, con la intención de regir la política exterior de un gobierno de Bush de 2001 a 2005.

Hecho número 3: Esta doctrina, promovida de forma repetida por Cheney y sus cómplices gallinazos desde 1990, no tuvo ningún éxito notable en su adopción, hasta los sucesos del 11 de septiembre de 2001. Aunque ningún gobierno ha presentado pruebas de hecho sobre la autoría de los ataques físicos del 11 de septiembre contra Nueva York y Washigton, D.C., sin esos ataques, las antes inexitosas políticas de Cheney y sus gallinazos aliados a Sharon no hubieran surgido ahora como las dos nuevas doctrinas de la administración de gobierno de Bush. Es sólo a resultas del impacto psicológico del 11 de septiembre de 2001, que se les regala a Cheney, sus gallinazos y a Ariel Sharon la guerra que han deseado de forma tan apasionada y obsesiva por más de una docena de años hasta la fecha.

¡Qué conjunto tan extraordinario de coincidencias!

Sólo he resumido tres conjuntos de hechos, todos los cuales están bien documentados y son innegables.

Si Estados Unidos es tan estúpido como para adoptar las políticas que proponen esos dos documentos, entonces las consecuencias tanto para el mundo, como para Estados Unidos mismo, vendrán pronto, con frecuencia y serán pavorosas.

Como recalqué hace dos días, debe reconocerse que, pese a que su arruinada economía decayente está hecha harapos, el virtualmente quebrado Estados Unidos todavía tiene la capacidad destructiva para acabar con cualquier blanco en el Oriente Medio en el cual esté dispuesto a gastar de 2 a 3 billones de dólares durante el resto de la quijotesca gestión presidencial de George "Baltazar" W. Bush. En otra palabras, tiene la capacidad de destruir, y hasta de arrasar con la mecha, pero no podría conquistar la bomba de guerra perpetua que detonaría esa mecha ardiente.

Tal guerra, una vez desatada por Estados Unidos de América, pronto degeneraría en un eco de la Guerra de los Treinta Años en Europa, de 1618 a 1648. Esa guerra, como todas las guerras religiosas conocidas en Europa desde el principio de las Cruzadas, es la clase de guerra que termina, no con la paz, sino con los territorios y los pueblos de todas esas naciones arrastradas a sus fauces, consumidos por el fuego. Entonces, como ahora, bandas de gnósticos derechistas, nominalmente cristianos, o judíos profascistas de la misma calaña, desataban tales guerras, como Adolfo Hitler lo hizo en tiempos más recientes; desataban fuerzas destructivas tales que, como sucedió en la guerra de Estados Unidos en Indochina, de 1964-1972, en últimas arruinaban al causante, al igual que a sus aliados.

Que sepan los esclavos serviles de los órganos de difusión. Sería mejor acabar con necedades tales como las de Cheney y sus gallinazos como lo hizo El Cid, aun en la muerte, que legarle semejantes pesadillas como estas políticas fraudulentas a las generaciones presentes y futuras. ¿Será la medida futura del honor y el coraje del pueblo de Estados Unidos, la huída del Congreso y otros cobardes ante una aparición de los gallinazos? O dejarán los hombre y mujeres de honor sus graznidos cobardes, y cerrarán filas en torno a mí para salvar a nuestra nación y a su sagrada Constitución de estas miserables criaturas infernales?

En suma, los sueños húmedos recurrentes del vicepresidente Dick Cheney, de un Imperio Romano mundial estadounidense, en y de por sí, constituyen la más grande amenaza singular contra la continuación de la civilización en cualquier parte de este planeta hoy día. Los hechos demandan que se exija, y se acepte, la pronta renuncia de Cheney.

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