Escritos y discursos de Lyndon LaRouche


¿Quién debe ser el próximo Presidente de los EU?
LaRouche puede salir elegido

por Lyndon H. LaRouche, Jr.

La siguiente declaración la dio a conocer el 26 de julio LaRouche in 2004, el comité de campaña de LaRouche, el cual la difunde por todos los Estados Unidos a través de volantes y folletos.

Alguna gente que debía saber que no es así, exclama: "¡Pero LaRouche no puede ganar!" No se moleste cuando oiga decir semejantes necedades. Cuando la gente dice eso realmente no está pensando; sólo es otro caso de hablar por hablar, por un reflejo condicionado de Pavlov. Si fuere cierta esa exclamación, ¿por qué la mayor parte del sistema de los Estados Unidos invirtió tanto en esfuerzos desesperados para impedir que yo ganara a lo largo de tantas décadas? Cuando se toma en cuenta todo eso y otras cosas relacionadas, especialmente considerando la cantidad de dinero gastado a lo largo de tantos años para tratar de atajarme, y tomando en cuenta cómo el sistema monetario-financiero del mundo ahora se hace añicos, yo soy, intrínsecamente, el candidato presidencial estadounidense mejor cotizado desde Dwight Eisenhower.

William Jefferson Clinton era opcionado porque tenía cualidades que algunos, incluyendo sus admiradores, describían como las de un "animal político". Resultó tan exitoso haciendo campaña que hubiera podido elegir hasta a un Al Gore a la Presidencia, si Al Gore no hubiese sido Al Gore. Yo soy un candidato de una clase distinta, la clase que los electores cuerdos prefieren por encima de todas los demás, cuando desean rescatar a su nación del crac financiero más grande y más profundo en más de un siglo.

Mi tarea ahora mismo es salvar a la Presidencia de los Estados Unidos de América, en tanto George W. Bush es el Presidente. Considerando lo que Bush y su gobierno se hacen a sí mismos, esta no es tarea fácil. El primer paso para salvar a la Presidencia es acabar con dos senadores estadounidenses cuya influencia combinada dominante hoy constituye la más grave amenaza singular contra la nación y su Presidencia en estos momentos: los senadores John McCain y Joseph Lieberman.

En suma: para salvar a los EUA de lo que amenaza con convertirse en la peor crisis de su historia en tanto república constitucional, tenemos que defender a la institución de la Presidencia. A ese fin, hay que remover a McCain y Lieberman, y a ciertas de las asquerosas conexiones e intereses que representan, del papel influyente que han ejercido a partir de la campaña para las elecciones presidenciales primarias y generales del 2000.



La Presidencia

El cargo constitucional de Presidente de los EUA es una institución singular. Es de un tipo imitado en los mejores períodos por la República de México, y reflejado en algunas partes de Francia bajo el presidente Charles de Gaulle. No obstante, visto en el marco de nuestra Constitución, es la clase de presidencia que toda nación prudente debiere desear tener como modelo para su propio uso.

En la mayor parte de la historia de nuestra República, la calidad personal del presidente elegido, o su desempeño en el cargo fueron defectuosos. No obstante, la República y la institución de la Presidencia sobrevivieron a tales presidentes. En tiempos de crisis graves, fue el papel de los grandes presidentes, tales como Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt, los que salvó a la nación, y lo hicieron dentro del marco constitucional de la Presidencia como tal. Aun si el que ocupa la Presidencia tiene serios defectos, la única forma de enfrentar la clase de crisis sistémica que representa una amenaza a la existencia continua de un gobierno constitucional, es empleando a la Presidencia como el principal instrumento para organizar el paso a puerto seguro.

El papel de uno de los fundadores principales de nuestra República, Benjamín Franklin, y el papel orientador que tuvo Franklin en forjar la Declaración de Independencia de los EU de 1776, y en la elaboración de 1787-1789 de la Constitución federal de los EU de 1789, expresan las calidades superiores únicas de nuestra Presidencia.

A diferencia de las naciones de Europa que surgieron de la pequeña edad de tinieblas de guerras religiosas y relacionadas, de 1511-1648, lo mejor de todo el pensamiento europeo, tomado tanto del Reino Unido como de Europa continental, se expresó en la movilización para establecer la primera república moderna verdadera en la Norteamérica anglófona. La nuestra fue la única constitución establecida a la fecha, que se concibió como regida plenamente por un conjunto único de principios verdaderamente universales. Esos principios se resumen en el preámbulo de nuestra Constitución, un preámbulo al cual correctamente se sujetan las disposiciones constitucionales y nuestras leyes hasta el día de y hoy, y en tanto viva esta República.

Tres son los principios que expresa ese preámbulo.

El primero es el principio de la soberanía perfecta, un concepto que refleja tales precedentes como la Concordancia Católica de Nicolás de Cusa, que suplanta a la De Monarchia de Dante Alighieri. A partir de Cusa en adelante, el concepto de la soberanía perfecta de una nación quedó encajado con el concepto de una comunidad de principio (concordancia) entre Estados nacionales soberanos. El entonces secretario de Estado John Quincy Adams, se hizo eco de esto en su concepto de una "comunidad de principio" entre las futuras repúblicas de las Américas.

El segundo es el principio universal del bienestar general, en tanto que expresa el concepto de ágape asociado con I Corintios 13. El uso del término bienestar general se asociaba con el uso de santo Tomás Moro y otros en la Inglaterra del siglo 16 del inglés commonwealth (mancomunidad-Ntrd.), y tuvo un eco en la Mancomunidad de Massachusetts, en cuanto a ese término definió la intención que tenían Winthrop y los Mather para Massachusetts. El mismo concepto a veces se indica con el término "bien común", como lo expresan Cotton Mather y Benjamín Franklin, sobre el apego necesario a hacer el bien.

El tercero es el principio universal de la posteridad. Esto identifica la noción que a veces se asocia con la simultaneidad de la eternidad de los escolásticos. Esto tiene implicaciones subyacentes cruciales más allá del entendimiento de todos salvo, tal vez, unos cuantos en la jurisprudencia mundial hoy en día. Para nuestros propósitos aquí, basta una aproximación más simple. Cuando legislamos o establecemos otra política nacional, debe ser nuestra intención rendirle cuentas por igual a las futuras generaciones como a nuestros contemporáneos, por lo que hagamos o dejémos de hacer. No nos está permitido, por principio de derecho, gobernarnos por la mera opinión contemporánea. Tenemos que preveer las consecuencias de lo que hagamos para las generaciones futuras, como lo expresó el presidente Lincoln en su discurso de Gettysburg. Somos responsables, primero que nada, por el futuro de nuestra república; pero también debe concernirnos el efecto de nuestras prácticas sobre otras naciones.

Es a la autoridad superior del preámbulo, en tanto declaración de intención, que se ciñe la interpretación de todas las otras partes de nuestra Constitución federal. No se permite ninguna interpretación contraria. No puede permitirse que persista ninguna ley, si viola la interpretación de toda la Constitución como la define esa intención.

De allí que, nuestra Constitución es una constitución fundada en principio, más bien que meramente la dependencia de un sistema parlamentario en la combinación de "ley básica" y otra legislación. El nuestro es un sistema de ley que se fundamenta en principio universal suceptible a descubrimiento, no meramente en ley positiva.

De acuerdo con nuestra Constitución, contrario a los gobiernos asentados en sistemas parlamentarios, la responsabilidad por el Estado soberano recae totalmente sobre la institución de la Presidencia. La Presidencia no es propiedad del que la ocupa; es una institución en la que el titular tiene que desempeñar una función de cierta calidad específica mientras ocupe el cargo.

La Presidencia, sin embargo, tiene que responder a la separación constitucional de poderes. Tiene que responder al órgano legislativo, el Congreso, y a las cortes federales, y de una manera distinta, a los estados federales. Aunque los conflictos entre el presidente y el Congreso son notorios, los aspectos más peligrosos de la separación de poderes han surgido históricamente de las disfunciones de una judicatura federal que cayó, de forma repetida, bajo la influencia excesiva de los intereses financieros asociados con la corriente tory estadounidense. El que los presidentes y el Congreso hayan fallado de manera repetida en tomar en cuenta la Constitución federal en la selección de los jueces federales, especialmente aquellos para la Corte Suprema, con frecuencia ha llenado la judicatura federal con magistrados que ocupan el cargo por años, y que tienden más a socavar la Constitución que a servirla.

Para momentos de crisis

Desde 1789, la Presidencia de los EUA ha permanecido intacta en tanto institución, hasta ahora. Sobrevivió a sinvergüenzas como Van Buren, Polk, Pierce, y Buchanan, al partidario del Ku Klux Klan, Woodrow Wilson, a las necedades de Richard Nixon, etcétera. Aunque hemos sufrido varios asesinatos políticos documentados de nuestros presidentes, y algunos casos razonablemente sospechosos de muertas repentinas en el cargo, solamente una vez, cuando la insurrección militar total de los esclavistas de la Confederación, se ha visto directamente amenazada la continuidad de la Presidencia.

Hasta ahora, las más graves crisis en la Presidencia misma, fueron las que enfrentaron Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt. En ambos casos, la Presidencia había sido descarriada, casi sin interrupción, por una sucesión de gobiernos controlados por los intereses torys estadounidenses. Esa fue la situación que retó al presidente Lyncoln y también a Franklin Roosevelt. Ambos cambiaron la políticas presidenciales que habían violado los principios de nuestra Constitución. Ambos enfrentaron el desafío de una guerra terrible, de cuyo desenlace dependía la existencia futura de nuestra República. Ambos, pese a carga enorme de una guerra, inspiraron a los ciudadanos patrióticos y le trajeron a nuestra nación un nivel de prosperidad más alto que el que cualquier otra nación del mundo hubiera logrado hasta esta fecha.

En los 213 años de la Presidencia, ningún otro Estado nacional en el mundo ha tenido un logro semejante. La monarquía británica, por supuesto, no es un Estado nacional soberano sino —desde mucho antes de 1789 hasta la fecha— un imperio, acorde al modelo feudalista de una potencia imperial marítima rentista-financiera de Venecia. La fuente de la virtud de nuestra Presidencia en este sentido, yace en las implicaciones del principio universal que irradia el preámbulo de nuestra Constitución federal, y que por tanto permea la intención de toda la Constitución.

Dentro de los límites del equilibrio de poderes, es la Presidencia a la que le toca decidir. Debe hacerlo en su capacidad de representante única de la soberanía de la República. Esto le da a la Presidencia grandes poderes, y una gran estabilidad, mucho mayor que la de cualquier gobierno parlamentario.

No obstante, el presidente mismo no posee esos poderes; él comparte los poderes que le son inherentes a la continuidad de la Presidencia misma. Él depende, en lo principal, en las funciones de los varios minsterios del órgano ejecutivo. Aunque quien ocupa la Presidencia le pone su sello personal, más o menos con fuerza, a su gobierno como un todo, su capacidad de actuar de forma eficaz depende, en lo inmediato, del papel de las secretarías y de las dependencias de la Presidencia como tal.

A primera vista, semejante descripción podría verse como una perogrullada. Sin embargo, cuando tomamos en consideración el significado de la cábala McCain-Lieberman, la mayoría del Washington oficial hasta ahora han pasado por alto los puntos que acabó de listar.

Donde Bush se sustenta, o cae

El presidente George W. Bush claramente no entiende para nada algunos de los rasgos más decisivos de la creciente amenaza que se cierne sobre los EUA hoy día. Obtuvo el cargo más por las necedades de la nómina Gore-Lieberman, que por su popularidad, y no dio indicio alguno de que estaba preparado para enfrentar ninguna de las crisis que lo golpearían antes del 11 de septiembre de 2001, o posteriormente. No obstante, es el Presidente. Por tanto, no parlotee sobre los posibles resultados de nuevas elecciones. La presente situación mundial es fatal en lo económico y de otras formas. ¿Qué debe hacer la Presidencia ahora mismo, y cómo lo logramos con un presidente Bush?

¿Quién debe ser el próximo Presidente de los EU? Obviamente, alguién probado en el crisol de la crisis que hoy amenaza la presidencia de Bush.

Deben tomarse dos medidas generales. Primero, debemos acabar con el chantaje político que al presente ejerce sobre la Presidencia la influencia de la cábala McCain-Lieberman en el Senado, el Congreso en su conjunto, y la dirigencia de los principales partidos políticos. Segundo, tenemos que levantar la clase de infraestructura política bipartidista en torno a la Presidencia que le ofrezca al Presidente las opciones políticas que necesita, tanto para desenredarse de sus propios errores recientes, como para desarrollar una nueva forma de colaboración para la reconstrucción con naciones que cada vez están más impacientes con el impacto nauseabundo de la influencia de malhechores tales como McCain, Lieberman, Wolfowitz, Richard Perle, etcétera, sobre la actual práctica estratégica de EU.

Al hundir las futura ambiciones políticas de Lieberman y McCain ahora, creamos una posibilidad que de otra forma no existe, para que haya una forma de deliberación bipartidista sobre las opciones que la Presidencia tiene disponible. Tenemos que hacer el cambio ahora; los Estados Unidos al presente tambalean hacia desastres globales económicos y de otra índole. Urge el cambio; ahora es cuando.

McCain no es el peor. Sus conexiones financieras, las travesuras del Instituto Hudson, y su inestabilidad personal, son problemas serios de por sí. Empero, el peligro de McCain viene principalmente de sus vínculos con el Joe Lieberman al que William F. Buckley y la ultraderechista pandilla del National Review, llevaron al Senado. Es la combinación de las conexiones conocidas y turbias entre Lieberman y McCain, lo que le ha permitido a la pandilla en torno a Lieberman hacer rehén de la formulación de las políticas de los EU desde que el senador Jeffords se retiró del Partido Republicano.

Mis colaboradores y yo trabajamos al presente, a instancias mias, para destapar el feo historial público y otros datos pertinentes sobre la conexión Lieberman-McCain-Buckley-Steinhardt. Cuando el público en general descubra lo que muestra ese prontuario, como yo conozco ese prontuario ahora, Joe Lieberman no calificará ni para alcalde de Perrera Oriental, Connecticut. Ábranse las compuertas para una nueva dirigencia del Partido Demócrata, y estaremos en posición de reformar el ambiente bipartidista en torno a la Presidencia. Nadie puede garantizar el éxito, pero dado que es la única alternativa viva disponible a corto plazo, debemos tomarla.

Lo siento, Joe, pero es hora de que te vayas. Desaparece, Joe.

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