Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Informe especial
La Doctrina Monroe hoy

John Quincy Adams sigue siendo el más importante de los arquitectos de lo que, con justicia, podría señalarse como la "política exterior funcional de los Estados Unidos de América", hasta la fecha. Aunque ya era un diplomático distinguido antes de integrarse al gabinete del presidente James Monroe, el genio maduro de Adams se puso de manifiesto en tres de los papeles destacados que tuvo en el diseño de la orientación de la política exterior de nuestro Gobierno, empezando con su parte como secretario de Estado en el gabinete del presidente Monroe; durante su papel como Presidente de los Estados Unidos; y el papel que desempeñó posteriormente, de manera menos conspicua, pero con una fuerza poderosa de influencia, como miembro de la Cámara de Representantes de los EU. A todo lo largo, entre los rasgos salientes de ese genio manifiesto, estuvieron su previsión y sus aportes en lo tocante al papel de la diplomacia en definir las futuras fronteras de los EU, de costa a costa y de norte a sur, y en la elaboración de la política de los EU hacia los otros Estados de las Américas.

Su papel en la definición de la política de los EU para las Américas se asocia, más notablemente, con tres precedentes modelos. Primero, su elaboración de lo que luego vino a conocerse como la Doctrina Monroe de defensa a la soberanía a los Estados emergentes de las Américas contra la injerencia de tanto la monarquía británica como de las potencias continentales de la Santa Alianza. Segundo, los papeles que desempeñaron su secretario de Estado Henry Clay y su embajador a México, Joel Poinsett, en cuanto a la política de los EU hacia México. Tercero, su asociación con lo expresado por la "resolución del sitio", presentada por el distinguido miembro de la Cámara de Representantes y posterior Presidente de los EU, Abraham Lincoln, contra la guerra ilícita a lo Dick Cheney que lanzó el presidente Polk contra México. Notablemente, fue la conducción victoriosa del presidente Lincoln en la guerra de los EU contra ese instrumento de Napoleón III y del lord Palmerston de Jeremy Bentham, conocido como la Confederación, lo que llevó a la expulsión de las fuerzas imperiales de Francia de México, y a que Benito Juárez restaurara la libertad de México a través de la derrota de la ocupación de corte fascista del depredador habsburgo conocido como el emperador Maximiliano.

En estos asuntos de la política exterior estadounidense: desde mi ataque de 1977 contra la presentación fraudulenta y fabiana de la Doctrina Monroe por parte del difunto Walter Lippmann, esos precedentes de Adams, complementados por la obra de sus colaboradores Clay, Poinsett y Lincoln, han sido el fundamento explícito y constante de mi política pública declarada, en mi condición de candidato presidencial demócrata, hacia todos los Estados de las Américas. De igual manera, hoy, el fundamento subyacente de mi política presidencial continúa siendo aquél que expuse a principios de agosto de 1982 en mi declaración política, Operación Juárez, misma que elaboré el mes anterior en anticipación del ataque depredador contra México que hizo erupción pocos días después de que emitiera mi declaración por primera vez. Al igual que los presidentes Adams y Lincoln antes que yo, mi política declarada de 1982 respecto a la defensa de la soberanía de México se presentó, entonces y ahora, como una defensa de la soberanía y el bienestar de no sólo México, sino de todos y cada uno de los Estados de las Américas, incluyendo el nuestro.

Remontémonos de la presente situación a los menos infelices días de 1982. En el verano de 1982, antes que la banca internacional atacara a esa nación, el México del presidente José López Portillo todavía era una nación fuerte, con un fuerte sentido de su propia soberanía. Pese a todos sus problemas en ese entonces, era una nación que, de permitirlo los EU, todavía tenía tremendas capacidades y posibilidades internas de desencadenar el progreso tecnológico y social. Hoy todo, en todas partes, al sur de la frontera de Texas está mucho peor que entonces. Algunos Estados de las Américas han perdido casi toda la substancia de la soberanía nacional que antes se les permitía. La pobreza está muy difundida y es profunda; corren el caos, y hasta la locura —o si no, acechan en todas las esquinas. En principio, los intereses y las soluciones para cada una de las naciones de nuestro hemisferio son los mismos que en 1982, pero la situación es cualitativamente un desafío mucho más difícil que lo que era en ese entonces. Bajo mi presidencia, esas dificultades podrían empezar a resolverse.

Hoy todos y cada uno de los Estados al sur de la frontera de los EU enfrentan la paradójica situación de que las normas cada vez más radicales del "sistema de tipos de cambio flotantes" del FMI, impuestas sobre América Central y del Sur por los Estados Unidos a partir de la primavera de 1982, han sido la principal causa de la creciente y profunda pauperización de la región. Empero, paradójicamente, ninguna recuperación de esas condiciones desesperadas fuere posible al presente sin la cooperación de su gran y ominoso vecino del norte, nuestros propios Estados Unidos. Es necesaria una nueva política estadounidense hacia esos Estados de las Américas, una política definida en las condiciones nuevas, y reconocidamente peores, desarrolladas a partir de la primavera de 1982. Lo que demasiado pocos ciudadanos estadounidenses entienden hoy día, hasta la fecha, y que yo debo persuadir a mis conciudadanos a reconocer, es que la futura seguridad de los EU y de sus propios ciudadanos, depende de que los EU adopten un nuevo conjunto de normas, de medidas realmente constructivas, en su trato para con nuestros vecinos en las Américas, más o menos en la misma medida de que el futuro de esos vecinos depende de nosotros. Yo necesito de tu ayuda para hacerle clara esa conexión a nuestros ciudadanos.

Para ver tan sólo uno de los muchos ejemplos importantes de esta situación paradójica, observa ambos lados de nuestra frontera con México. La economía de los EU hoy ha degenerado en lo físico y lo moral a tal grado, que ha venido a depender, en gran medida, de la baratísma mano de obra de mexicanos en México, y en la mano de obra, por lo general barata, de personas de ascendencia mexicana de primera o segunda generación dentro de la economía de los mismos EU. Este grupo mexico–estadounidense es parte de un grupo más amplio, la llamada "minoría hispano–estadounidense", que constituye "el grupo de minoría étnica" más grande de los EU. Excede, por ejemplo, al número de estadounidenses descendientes de africanos. Empero, cuando los lazos familiares de esta población de ascendencia mexicana de ambos lados de la frontera debiere fortalecer los vínculos entre los dos vecinos, una doctrina implícitamente racista, tal como la Proposición 187 de California, apoyada por el actor de espectáculos grotescos y candidato, el depredador político Arnold Schwarzenegger, representa las abusivas necedades que amenazan y enajenan a las personas de ascendencia mexicana a ambos lados de la frontera. Esta clase de sandez fomenta el potencial de conflicto que podría constituirse en una amenaza para la seguridad de tanto México como de los Estados Unidos.

Habiendo dicho lo anterior, luego de otro momento o dos dedicado a comentarios preliminares, concluiré esta introducción a mi informe con un ejemplo importante de mi política presidencial hacia las Américas en su conjunto. A este propósito, enfoco sobre un ejemplo específico de la clase de cooperación especial transfronteriza a gran escala para la creación de empleo, que pienso poner inmediatamente en marcha el primer día de mi Presidencia de los Estados Unidos, en enero de 2005. Ese programa se llama NAWAPA-Más para el desarrollo de Canadá, los EUA y México.

Ese resumen concluirá mi introducción al cuerpo de este informe en su totalidad. En los capítulos que siguen a este prefacio, mis colaboradores y yo situamos la política general en cinco secciones de este informe en su conjunto, algunos breves, algunos más largos. En el primero de esos capítulos he resumido los rasgos más decisivos del marco histórico universal de los desarrollos sociales y políticos internacionales a partir del Tratado de Westfalia de 1648, que han definido las relaciones entre los Estados Unidos y los pueblos de América Central y del Sur hasta el presente. En el segundo, he definido brevemente la política de administración ambiental, una política de manejo de la noosfera, que ya debería empezar a darle forma a nuestra orientación general de desarrollo para el planeta en general, y el desarrollo relacionado en el hemisferio americano como tal. En el tercero, he resumido mi pensar sobre la división del trabajo que debe surgir entre las regiones continentales de desarrollo del planeta en su conjunto: Eurasia y Australia–Nueva Zelandia, África y el Hemisferio Occidental. He situado mi política sobre el papel que tendrá el desarrollo en las Américas para el mundo en su conjunto en ese capítulo.

Luego, en la cuarta sección, mis colaboradores y yo hemos añadido detalles importantes al resumen histórico que presentamos en el primer capítulo, hechos históricos adicionales dedicados a la historia de las relaciones intraamericanas de los EUA. En la quinta sección, que concluye el informe, mis colaboradores y yo aportamos una visión panorámica, con los mapas pertinentes, de algunos de los proyectos propuestos más decisivos, proyectos que mis colaboradores y yo, o hemos desarrollado, o hemos adoptado del trabajo de otros, a lo largo del último cuarto de siglo, como metas para el desarrollo a largo plazo de las Américas.

NAWAPA-Más

La región de Norteamérica conocida como el Gran Desierto Americano, está entre las montañas Rocosas y las montañas del litoral pacífico, y se extiende al sur al otro lado de la frontera de los EU, a la región entre las dos cordilleras Sierra Madre en el norte de México (ver mapas 1 y 2).

En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, la empresa de ingeniería Parsons tuvo un papel destacado en definir un proyecto llamado NAWAPA (North American Water and Power Alliance, o Alianza Norteamericana de Agua y Energía), con el propósito incluído de conquistar ese desierto a través de organizar el flujo de aguas y la producción y distribución de electricidad desde el litoral ártico del Canadá, bajando hasta México. Mi intención es llevar a cabo una versión ampliada del proyecto NAWAPA, que intersecará con la intención mexicana de mucho tiempo de traer agua de su región montañosa en el sur, que es rica en aguas, al norte, por rutas a lo largo de las costas y del interior del país.

Al conectar al NAWAPA extendido hacia el sur con el flujo de aguas hacia el norte en México en la región entre las dos Sierra Madre y en Sonora, y al combinar esto con un sistema de red de transporte ferroviario de alta velocidad y de levitación magnética que conecte terminales dentro de los Estados Unidos con la Ciudad de México, se establecería la base para una revolución tecnológica en lo que al presente todavía son áreas de actividad económica marginal (ver mapas 3 y 4.)

Semejante empresa trinacional (Canadá, EUA, México) serviría como el fulcro de un sistema de gestión de aguas, tanto para la distribución de agua como para la transportación por barcazas, que es necesario para resolver de manera económica tales condiciones de crisis como la de los superexplotados acuíferos en derrumbe.

Hay que reconocer que tales proyectos iban contra la corriente de las tendencias prevalecientes en las últimas cuatro décadas, de creciente oposición a obras públicas de infraestructura a gran escala al estilo de la TVA (Tennessee Valley Authority, o Administración del Valle del Tennessee), y hasta de oposición a sistemas regulados de producción y distribución combinadas de energía. Sin embargo, los efectos inevitables, y al presente catastróficos, de la desregulación, en combinación con los efectos acumulados de la depresión económica general en marcha desde 2000, están cambiando a las crecientemente asustadas, y hasta desesperadas, pero cuerdas, corrientes de la opinión popular, y llevando a cada vez más de nuestros conciudadanos a apartarse de fantasías derechistas tales como la "estrategia sureña" del presidente Nixon y las fantasías "suburbanas" nixonianas de los demócratas anti Roosevelt, y mirar en la dirección de la cosmovisión que tenía la Presidencia de Franklin Roosevelt en los EU.

En los años desde los aterradores golpes sucesivos de la crisis de los proyectiles nucleares de 1962, el asesinato del presidente John F. Kennedy, y el lanzamiento de la guerra oficial de los EU en Indochina, ha habido un cambio cualitativo en la opinión pública, especialmente entre la primera generación de ciudadanos estadounidenses y europeos nacidos después de la Segunda Guerra Mundial, que se ha apartado de los valores de una sociedad productiva, a favor de rendirle culto a un utopismo "posindustrial", una sociedad de placer, cada vez más quebrada y depredadora, hacia algo que con frecuencia sugiere la decadencia de la Roma de los césares, como Tiberio, Claudio y Nerón. Con ese cambio de valores de "cuello azul" por los de "cuello blanco", y más allá, cada vez más de esa composición cambiante de la población adulta que emergía del desgaste que el proceso de envejecimiento producía en generaciones sucesivas, sentía un creciente menosprecio, y hasta hostilidad, hacia la importancia de la infraestructura económica básica y la alta densidad de flujo energético para mantener los poderes productivos per cápita de la sociedad. Nuestra economía ha sido arruinada a resultas de estos cambios necios ocurridos en el lapso reciente de casi cuarenta años.

En realidad, la estabilidad y el crecimiento neto de una economía productiva moderna, tal como la de los EU antes de 1964, requieren de una inversión de más o menos la mitad de su actividad en inversiones y operaciones de la infraestructura económica básica. Esta inversión en infraestructura debe concentrarse, en su mayor parte, en inversiones intensivos en el uso de capital. Estas inversiones en infraestructura corresponden variamente a las funciones federales, estatales y locales de gobierno, o a entidades privadas, pero reguladas por el Gobierno, que suministran servicios públicos. Entre estas categorías se cuentan: la producción y distribución de energía proporciones en aumento de densidad de flujo energético; gestión de aguas y sistemas relacionados; sistemas de transportes, tanto de carga como de pasajeros; las instalaciones públicas esenciales para la atención médica y los servicios de salubridad; una reforma total de los sistemas educativos, que se necesita urgentemente y que debe diseñarse para el desarrollo integral de los futuros ciudadanos, como parte de una forma altamente productiva de sociedad adulta; y formas apropiadas de organización urbana que integren de forma eficaz zonas agrícolas con modos funcionales de habitación y empleo residenciales, industriales, comerciales y públicos.

Para ilustrar este aspecto, la productividad per cápita dentro de dos plantas manufactureras de otro modo al parecer idénticas, variará en proporción al desarrollo intensivo en el uso de capital, de la infraestructura en el área donde se ubican la planta y su fuerza de trabajo. Así, el desarrollo de los EUA en tanto nación integrada, requirió de un cierto método de desarrollar el sistema ferroviario transcontinental, del cual dependía la posibilidad para el desarrollo de la agricultura, la minería, y la manufactura en casi todo su territorio. En otras palabras, la productividad relativa potencial del trabajo y de las inversiones de capital privado, per cápita y por kilómetro cuadrado, o aumenta de manera significativa, o apenas se hace posible, sólo con una creciente densidad de capital para el desarrollo y las operaciones de la infraestructura económica básica suministrada mediante las inversiones, ya sean gubernamentales o reguladas por el Gobierno, en los servicios públicos relacionados a la infraestructura.

Cualquier intento de abaratar los costos de los productos comprados por la desregulación a través de las políticas de "libre mercado" acabará con la infraestructura, y con la productividad en el lugar de producción, por efectos tales como una reducción irreversible de la inversión de capital y los niveles de capacitación, lo que lleva a un inevitable desplome relativo de la economía al recortar los precios a corto plazo mediante el agotamiento de inversiones esenciales de capital a largo plazo en personal y planta. Dadas semejantes tendencias, incluyendo los efectos de una celosa "deslocalización" de la producción hacia mercados de mano de obra barata, desaparecerán categorías enteras de destrezas y tecnologías necesarias de entre la fuerza laboral y las capacidades productivas, como ha sido el caso de modo creciente en los Estados Unidos desde principios de los 1970, y también en Europa continental, un poco después.

Este efecto de las llamadas políticas de "libre mercado" se manifiesta hoy día como el desplome de los niveles físicos de vida y de empleo en los EUA, en particular entre el 80% de la población con los ingresos familiares más bajos, especialmente desde aproximadamente 1977 (ver gráfica 1).

Actualmente, los EUA, las Américas en general, Europa Occidental, Australia y Nueva Zelandia se aproximan al extremo final de un desgaste de décadas —y cuya fuerza motriz es el "libre mercado"— del desarrollo infraestructural y de los modos de producción intensivos en el uso de capital. El impulso descarriado de una sucesión de Gobiernos estadounidenses incompetentes en lo económico, a partir del giro profascista que ocurrió cuando el presidente Nixon, ha sido recurrir a motivos de "libre mercado" para causar medidas compensatorias de "austeridad fiscal", medidas de austeridad que cercenan precisamente aquellas inversiones, servicios y empleo en enfraestructura, de las cuales depende absolutamente aun el presente nivel de producción.

La única solución para tales casos es un aumento en grande del empleo productivo en la agricultura, la industria, y en la infraestructura económica básica intensiva en el uso de capital, tal como lo hizo el presidente Franklin Roosevelt al conjurar la catástrofe producida por los Gobiernos de Coolidge y Hoover. Al aumentar la proporción del empleo y la densidad de capital en la producción productiva, en relación tanto a la población total como al territorio, y al aumentar esa proporción a niveles por encima del nivel de equilibrio de la economía total, puede lograrse una recuperación económica general. La política contraria de "libre cambio", con sus efectos secundarios de "austeridad fiscal" y desregulación, sólo ha producido desastre. Recortar la producción, reducir los niveles de tecnología, sólo conducirá a la ruina absoluta de una economía que ya padece dificultades financieras.

La mayor parte del mundo, salvo algunas partes importantes de Asia tales como China, se hunde ya más y más en la bancarrota causada por más de tres décadas de "austeridad fiscal", "desregulación", y medidas relacionadas. Esto empezó en los EUA y la Gran Bretaña, más o menos cuando estalló la guerra en Indochina y el primer Gobierno británico de Harold Wilson desató sus medidas destructivas. Para los EUA, el descenso general empezó con el presupuesto de 1966–67. La misma tendencia golpeó a Europa continental occidental un poco después. El sector en vías de desarrollo, incluyendo a América Central y del Sur, fue golpeado de manera creciente por la combinación del cambio a un sistema monetario–financiero de "tipos de cambio flotantes" en 1971–72, y las jugarretas del cartel de distribución de petróleo a mediados de los 1970. En las condiciones que prevalecen hoy día, unas tres décadas después, la única solución general para todas y cada una de las partes del mundo, incluyendo las Américas, son programas de construcción de infraestructura a gran escala que aumenten los niveles combinados de empleo útil y la formación de capital a largo plazo, con acento en la infraestructura económica básica. Sin programas de infraestructura como el NAWAPA-Más para Canadá, los EUA y México, ya no hay, en términos generales, ninguna esperanza para cualquiera de estas naciones.

Ese programa para resucitar las economías de Canadá, los EUA, y México, es emblemático de mi política, pero es tan sólo un ejemplo que deja varias cosas de importancia decisiva todavía por decir. En los próximos capítulos mis colaboradores y yo explicaremos la diferencia.

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