Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Schwarzenegger: un caso de pánico escénico

Lyndon H. LaRouche, quien contiende por la candidatura presidencial del Partido Demócrata para las elecciones estadounidenses del 2004, escribió un volante que al presente distribuye LaRouche in 2004, el comité de su campaña presidencial, contra Arnold Schwarzenegger, el republicano que busca ser gobernador de California en caso de revocarse el mandato del actual ocupante del cargo, Grey Davis. El texto del volante dice:

La política californiana ha sobrevivido, hasta ahora, a los arranques ocasionales de estupidez pura. Sobrevivió a Simón Dice. ¿Sobrevivirá la última chanza de Arnold Schwarzenegger?

En el escenario, como en la política, representar no necesariamente implica una actuación decente. Arnie acaba de romper con las reglas de la decencia en ambas esferas. Como reconocería cualquier actor competente haciendo una mueca, ni el escenario ni la política son los lugares en los que uno quisiera que lo contrataran para mostrar cualidades de los fenómenos en exhibición en una de feria de circo de segunda. Ha llegado el momento de que el aspirante a "gobernator" abandone los esteroides, la política, y la actuación en refritos de viejas películas de monstruos a lo Frankenstein.

Cuando el confundido Arnie pisó el escenario político, con el patrocinio del peor director teatral del mundo, el presidente George W. Bush, Arnie mostró realmente qué tan mal actor podía llegar a ser.

Hay un principio importante en el drama clásico, que abarca casos tales como las actuales representaciones políticas del fenómeno Arnie. El ser un miembro bien pagado del reparto, o un "acto grotesco" en una serie de presentaciones de fenómenos de feria circense, no necesariamente es una expresión de lo más excelso de las habilidades artíisticas. Schwarzenegger debió alejarse de la política, y más bien aprender alemán para reparar su mugre carrera en el entretenimiento. Quiero decir que, ora debiera dominar los principios de aquellos dramas de Federico Schiller que hacían a las personas salir del teatro siendo mejores ciudadanos que cuando entraron, o mantenerse alejado de la política por completo, y encontrar un pasatiempo seguro y agradable como alternativa.

Por supuesto, en el drama hay política, pero también en la política hay un lugar para el drama. Ese era el asunto con Schiller. El escenario clásico, en la tradición de los griegos clásicos, de Christopher Marlowe, de William Shakespeare y de Gotthold Ephraim Lessing, es en potencia, como Schiller recalcaba, la forma más eficaz de inspirar a un público de ciudadanos a elevarse a un sentido sublime del significado de la historia de la vida real.

Ejecutadas de forma apropiada, las representaciones del drama clásico enriquecen el desarrollo de la sociedad al proporcionarle al individuo que entró al teatro como un simple ciudadano, un sentido superior de sí mismo posteriormente en lo político y en lo moral, a diferencia de considerarse un pobre tipo, "yo solo", situado casi al fondo del montón. Al conocer los errores por los cuales las sociedades se arruinan a sí mismas, el ciudadano, en tanto espectador del drama clásico, eleva su juicio por encima de los errores característicos combinados de las potencias gobernantes y de los simples ciudadanos por igual. A partir de esa experiencia con el drama clásico, reconoce su autoridad y responsabilidad de su papel de ciudadano, de cuidar la sociedad de la que forma parte.

Por tanto, la tarea del dramaturgo clásico es presentar situaciones históricas de la vida real en el escenario, y hacerlo de forma tal, mediante tales recursos dramáticos, para transmitirle a la imaginación del público el rasgo decisivo determinante de esa parte de la historia que ha escogido, como un discernimiento de la historia real. Como advierte Shakespeare en la parte del coro en Enrique V, el drama no es esa artificialidad de lo que enfrenta a los sentidos literales del público desde el escenario, o la pantalla; más bien, es lo que las habilidades del autor, el director y los actores pueden incitar en un escenario alterno, el escenario clásico de la imaginación del público.

Las buenas representaciones dramáticas no introducen nada sensual que distraiga la atención del público del escenario de la imaginación; los buenos autores, directores y actores censurarán sin piedad toda distracción sensual semejante. Los discursos de los buenos políticos, tales como los de Abraham Lincoln o los de Franklin Roosevelt, hacen lo mismo. La relación entre el escenario clásico y la política de la vida real es como la que Schiller destacó en su dedicación, en tanto historiador, a la obra del drama. Hay profundos principios fundamentales involucrados en la facultad de la mente humana para asimilar de esta forma los beneficios del drama clásico. No los explicaré aquí, sino que les recomendaré a aquellos que estén interesados estudiar mi documento "Cómo visualizar el dominio complejo", donde resumo los principios pertinentes.

Lo que Arnie no sabe

Tomen mi propio caso. ¿Qué cosas importantes sé yo que el fantasioso Arnie no? En otras palabras, ¿por qué Arnie es tan patéticamente ignorante y no entiende las causas y la cura de la actual situación en California?

Yo soy economista político de profesión, y el pronosticador de largo plazo más exitoso que se conozca de las últimas décadas. Mis descubrimientos originales en la rama de la ciencia conocida como la economía física, y mi atención relacionada a la historia interna, de la antigua a la moderna, de la ciencia física y la cultura europea clásica forman parte esencial de mi ser.

En todo lo que hago en tanto figura política, actúo a sabiendas de que prácticamente todos mis conciudadanos ven el mundo entero desde un pequeño nicho en la sociedad. Por tanto, mi tarea es poner a ese ciudadano en un asiento del teatro de la historia de nuestra nación: tanto de nuestra historia interna, como la forma en que la misma interactúa con el mundo entero. Quiero, como lo hizo Schiller, que ese ciudadano salga de esa experiencia de ver estas realidades históricas más amplias a través de mis ojos, y que sienta elevado en su poder de comprender los procesos que hoy afectan el destino de toda nuestra nación.

La conducta política contraria es la del político populista que le dice a sus bases: "Soy de miras estrechas, como ustedes. Sé que les preocupan los intereses inmediatos, el aquí y el ahora, de ustedes mismos, su familia y su comunidad. Yo me apego a esos temas en lo pequeño". Arnie el actor representa el papel de ese demasiado típico político de miras estrechas, de los típicos charlatanes populistas derechistas de mente estrecha, como el fúribundo exterminador de Houston, Texas, Tom DeLay, o la esposa del ex senador Phil Gramm, Wendy, notoria por lo de Enron. Los Gramm, quienes desempeñaron un papel decisivo en traer a Enron a California, se cuentan entre las peores variedades de políticos de mente estrecha que Arnie imita a su manera hoy día.

Yo veo la situación actual en California de forma muy distinta a como lo hacen los oportunistas políticos de miras estrechas. Pregúntense a sí mismos: ¿Qué le pasó a California desde la primavera de 2000? Hagan una lista de todos los acontecimientos más aterradores que han ocurrido en el estado desde entonces. Las más importantes de las cosas malas que sucedieron son, principalmente, pruebas del hecho de que el mundo más allá de California, el mundo que los políticos populistas rehusan ver, se ha venido abajo sobre el estado. California sufre los efectos de un muy postergado derrumbe del sistema monetario-financiero mundial de "tipos de cambio fijos" de 1971-2003. Reventó la burbuja de la "tecnología informática". La manía de la desregulación a nivel nacional engatusó a California para que Enron y otros piratas parecidos la saquearan. Y la lista continúa.

¿Qué hago en esta situación? ¿Qué presento ante su vista en el escenario político?

Los remonto, por un momento, a la era de las muchachitas descocadas de los 1920, a la era de Coolidge. Les muestro el terrible crac de 1929-1933, y lo que el cruel presidente Hoover hizo para empeorarlo. Les muestro al presidente Roosevelt sacando a los rostros lúgubres de los arruinados ciudadanos estadounidenses de los escombros que Coolidge y Hoover dejaron, para hacer de la nuestra la mayor potencia entre las naciones de la Tierra, la única potencia real que surgió al terminar la Segunda Guerra Mundial. Les muestro el papel continuo que han desempeñado los Estados Unidos como la principal nación productora del mundo, hasta que las cosas se pusieron feas con la crisis de los proyectiles de 1962, el asesinato del presidente Kennedy, y la guerra en Indochina.

Les muestro cómo nuestra nación, y la propia California, fueron apartadas de la tradición de la gran potencia productora mundial, hacia una sociedad depredadora y consumista balanceándose al borde del abismo de la bancarrota nacional.

Todo esto sucedió porque ustedes no estaban prestando atención. Dejaron que sucediera. Estaban tan cerradamente enfocados en "mi interés, el de mi familia y el de mi comunidad", que siguieron la corriente de esas tendencias políticas nacionales que terminaron por acarrear su inevitable resultado: la situación actual.

Vean esa parte de su historia como si fuera el argumento de un gran drama clásico, representado por grandes actores de la tradición clásica, como si lo hubiera escrito, quizás, Sinclair Lewis o Eugene O'Neill. Ubíquense en un asiento de ese teatro. Concentren su mente no en los actores de carne y hueso que aparecen en el escenario, sino en el escenario de su poder de imaginación. Escúchense pensando: "¿Cómo permitimos que nos sucediera esto? ¿Por qué no lo vimos venir? ¿Por qué fuimos tan ciegos?"

Entonces, vean a Arnie representando a "Elmer Granty" para la multitud.

La decisión está en sus manos.

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