Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Estudios estratégicos

La doctrina única que la economía de los EU necesita hoy para sobrevivir: Por qué la austeridad fiscal es una locura

Lyndon H. LaRouche, precandidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos, emitió la siguiente declaración a través de LaRouche in 2004, su comité de campaña.

25 de abril de 2004.

Un preámbulo: Cómo se arruinaron tus EUA

Es hora de explicarles a nuestros ciudadanos algunos hechos básicos de la vida económica. Si la mayoría de los que integran la ahora reinante generación del 68 probase ser tan estúpida como para rechazar mis advertencias, estas palabras que aquí escribo deben hacérseles llegar tanto a los adultos jóvenes de entre 18 y 25 años de edad, como, ojalá, también a su progenie. Entonces, en el peor de los casos, el fruto de mi esfuerzo pudiera de ese modo asegurar que logre sobrevivir algo bueno para las generaciones futuras de la humanidad, fuera de la nueva era de tinieblas de la humanidad que las dizque principales alternativas actuales para candidatos presidenciales estadounidenses amenazan, cada vez más, con acarrearnos.

Las demandas que hoy se propagan, desde y hacia dentro de los círculos políticos, financieros y económicos de los Estados Unidos de América, pidiendo las suertes de “austeridad fiscal” que en Alemania llevaron, con los cancilleres Heinrich Brüning y Franz von Papen, al régimen de Adolfo Hitler, pueden tener un efecto inmediato mucho peor, ahora, que el de políticas parecidas del período de 1929–1933 tanto en Europa como en los EUA. Esos métodos de austeridad fiscal, no sólo son erróneos; intentar revivirlos ahora, repetir ese error de nuevo, no sólo es estúpido, sería demente.

Los funcionarios y economistas que han propuesto repetir dichas medidas para responder a la crisis financiera actual, de nuevo, no sólo son estúpidos, sino en extremo inmorales. Entre tanto, también tenemos que considerar a aquellos siervos aclimatados que constituyen la gran mayoría de nuestra población y de la de otras naciones. ¿Seguirán creyendo que sus funcionarios, la mayoría de los economistas y la caterva general de lacayos políticos del sistema actual actúan por necesidad? ¿Son tontos ignorantes sin remedio que creen que sus superiores saben qué es mejor para ellos? Hoy, vemos que muchos de entre los más pobres de nuestra población a veces son mucho peores: en su desesperación y rabia por lo aparentemente irremediable de su situación, se convierten en lobos hambrientos disfrazados de humanos, que se sumarían a la jauría de los que tratan de sobrevivir comiéndose al pueblo de Argentina hoy, y también al de otras naciones, aun la suya, al día siguiente.

Por tanto, permítanme empezar con el hecho decisivo que todo ciudadano de veras inteligente, informado y moral de los EU elegirá al tratar de entender la causa y las soluciones de la crisis económica del mundo. Para descubrir quiénes son esos ciudadanos nobles, pregunta: “¿Los métodos de prognosis económica de quién han tenido probado éxito experimental a lo largo de las últimas cuatro décadas?”

Ese hecho es que, en mi historial públicamente documentado como pronosticador de largo plazo desde mediados de los 1960, nunca me he equivocado en ningún pronóstico con la que me haya comprometido de forma pública; y, lo que he pronosticado, por lo general han sido los sucesos decisivos del período venidero. Mis pronósticos de los resquebrajamientos monetarios de 1967–68, 1970, 1971–72, los desatinos de 1979–82, y el crac del mercado bursátil de octubre de 1987, son típicos de esto. La lista de mis pronósticos incluye mi diagnóstico de 1992 de la “gran avalancha de fango”, ya en marcha, que golpeó con fuerza en 1994, y también lo que diagnostiqué en mi campaña para la primaria presidencial de 1996 como la embestida de acontecimientos que luego se manifestaron en las crisis monetarias sucesivas de 1997 y 1998. La lista también incluye mi advertencia, durante mi campaña del 2000, de un inminente derrumbe de la gran “burbuja de la informática”. Cada uno de estos pronósticos se cumplió de forma oportuna, en el momento pertinente del período de 1967–68 a 2004. Esa pauta persiste hasta la fecha. Ahora estamos al borde de lo que pudiera ser, a menos que se evite ahora, el mayor desplome financiero internacional que nuestra república haya experimentado.

Algunos podrían replicar: “Pero esos fueron pronósticos macroeconómicos a un relativo largo plazo; ¿acaso no hubo momentos en los últimos cuarenta años en los que nuestra economía disfrutó de algunas recuperaciones? ¿Qué hay de las lecciones de los éxitos en la microeconomía que debieran emularse hoy? A pesar de sus problemas, ¿qué, a fin de cuentas la revolución de la informática no representa un cambio real para bien? ¿Qué de las tendencias exitosas de corto plazo que algunos creen apuntan a alternativas interesantes en la presente época de conflictos?” ¡Ah! Solía decirse que, “si mi abuela tuviera llantas, sería bicicleta”.

La respuesta a semejantes objeciones fantasiosas como esas es elemental. En los últimos cuarenta años hemos experimentado lo que para muchos observadores del 20% de las familias de mayores ingresos pareciera ser prosperidad creciente, aunque sólo en el corto plazo. De hecho, ese éxito aparente se basó en convertir los recursos empleados en ganancias ficticias; eso ha continuado hasta el punto que los recursos productivos y relacionados que dejamos de remplazar empezaron a escasear. En el mismo período, en especial desde 1977, la dirección de los cambios de largo plazo en las condiciones de vida del 80% más pobre de la población estadounidense ha sido, de forma consistente, cuesta abajo, abajo, abajo, con la creciente amenaza de una inflación galopante en los últimos doce meses más o menos. Pronto, si esta tendencia continúa, la mayoría de los del porcentaje de altos ingresos podrá disfrutar la ruina que con tanta desesperación es ya tan popular entre nuestros pobres.

En la antigüedad y en el medioevo, en aquellas culturas de Europa y demás condenadas a la ruina, que reinaron antes del beneficio que trajo el Renacimiento del siglo 15 en Europa, a veces se consideró poderosas y más o menos ricas a las capas sociales superiores de la sociedad, pero obtenían su ventaja a costa de la gran masa de las poblaciones, que eran pastoreadas o cazadas como ganado humano. El peso y la suerte del virtual ganado humano hundieron a cada imperio altivo o parecido, uno tras otro, tras otro. ¿Consideramos exitosas a tales sociedades fracasadas? ¿Proponemos adoptar de nuevo un modelo como esos ahora? ¿No hemos aprendido nada, o quizás menos que nada, de la historia?

Siempre son los ciclos de más largo plazo en las economías consideradas en su conjunto los que ponen a prueba la realidad o la falsedad de lo que algunos métodos contables reportan como ganancias de corto plazo. Sí, en la última década algunos estadounidenses, la mayoría merecidamente enfermos, se hicieron ricos con rapidez; pero, luego descubrimos que Enron nunca tuvo éxito sino en robar del bolsillo de otros. El hecho es que, cuando todos los hechos pertinentes se consideran en el lapso de una generación o dos, los pasados cuarenta años de tendencias de la orientación de la práctica económica de los EU han sido, más que nada, un terrible error. En retrospectiva, los métodos usados para presentar esas prácticas del pasado como redituables, fueron métodos fraudulentos, métodos cuyas premisas eran un conjunto de proposiciones engañosas muy equivocadas.

De manera notable, mi historial extraordinariamente exitoso como pronosticador nunca dependió de información secreta, sino en cálculos determinados de un modo científico y basados en información del dominio público por lo general accesible. Otros pasaron por alto la importancia de esas pruebas, del mismo modo que un turista de Manhattan no entendería el significado del rastro crucial que descubriera a su vista una selva centroamericana. He conocido y entendido la selva de nuestra moderna economía estadounidense; al parecer, mis rivales declarados no.

Muy rara vez hago predicciones de corto plazo como la que hice en un caso excepcional: mi advertencia de junio de 1987 de un muy probable crac del mercado estadounidense a principios de octubre de 1987, y ello por una razón excepcionalmente buena. Casi siempre hay un factor importante de “libre albedrío”, aunque sólo representa un margen limitado de libertad en la conducta de los sistemas sociales, así como también en el caso de las alternativas al alcance de la persona individual. Sin embargo, cualquier “libre elección” tal tiene consecuencias; son esas elecciones de entre conjuntos alternativos de consecuencias las que el economista competente pronosticaría, en vez de ofrecer, como el famoso “soplón de hipódromo”, una simple predicción de “quien ganará o perderá la carrera”. Los pronósticos más importantes son aquellos que, en la economía o en la ciencia en general, muestran un resultado de mediano a largo plazo que difiere en algunos aspectos críticos de lo que de forma generalizada pudiera aceptarse como un desempeño a corto o mediano plazo.

Por ejemplo, quienes podrían juzgar las cuestiones que un pronosticador calificado debiera haber observado, verían que las naciones a menudo han adoptado políticas destinadas simplemente a posponer un desplome financiero, tal como la hiperinflación creada en la Alemania de 1923, o la necia respuesta del presidente Herbert Hoover al “crac” de 1929, al crear un desplome mayor y mucho peor del que hubiera ocurrido de haber enfrentado antes la realidad. En el mundo real, las alternativas como esa, y otras, seguido existen. Aun entonces, la continuación de cualquier política mala tiene sus propias consecuencias sistémicas. Esa suerte de consecuencias son el objeto más importante del pronóstico de desarrollos de largo plazo, del modo que he tenido mis éxitos relativamente sorprendentes en esta esfera.

Ciencia y prognosis

Es lo mismo en todas las ramas de la ciencia. El que surja un resultado de largo plazo pronosticado tiene relativamente poca importancia para una ciencia que ya conoce el principio expresado. Es una anomalía aparente asombrosa, igual al estudio de Johannes Kepler de un cambio extraordinario, repetido y aparente de 180 grados en la dirección de la órbita de Marte, el cual fue decisivo para que hiciera su descubrimiento único original de la gravitación universal. Así que lo que distingue a la gente de veras inteligente es que las obstinadas pruebas de que sus opiniones previas estuvieron equivocadas le fascinan, y seguido felizmente le divierten. Las anomalías del universo son las únicas pruebas que conducen a nuevos descubrimientos de principios fundamentales, y a corregir una opinión falsa que se tenía. Son, como mostraré más adelante en este informe, los significados anómalos e irónicos los que desafían a un diccionario clásico, y los que representan el único medio para poder introducir ideas reales en la comunicación.

Por tanto, sólo muy rara vez un buen pronosticador pudiera enfrentar una situación en la que crea que es prácticamente inevitable que sólo cierto resultado ocurra en un momento dado. Por lo general, cualquier variedad competente de pronosticador profesional estaría casi seguro de que, en un cierto punto de inflexión muy bien definido en el futuro, a la sociedad se le impondrá, no sólo una, sino una de entre un conjunto de dos o más alternativas en la toma de decisiones, un conjunto de alternativas con las que esa sociedad topa en un momento futuro inmediato bastante certero. Todos mis pronósticos públicos han tenido ese carácter. Un economista competente sabría que, por la naturaleza de la voluntad humana, las malas directrices por lo general no conducen directa y llanamente a un solo resultado, sino, más bien, a una bifurcación en la vía de las alternativas del continuo de acción; él o ella sabe que esa bifurcación en el camino llegará en un momento en el que los gobiernos u otros no puedan posponer más, de forma segura, la elección de alternativas cualitativamente nuevas. El trabajo del pronosticador es mostrar cuáles serán esas opciones y sus diferentes consecuencias, e indicar cómo debemos calcular el momento en que esa realidad topará con las instituciones conducentes de las naciones pertinentes.

La función propia de la prognosis económica no consiste en “mirar una bola de cristal”. Es una función como la de los médicos, quienes desempeñan en la sociedad la función profesional esencial de descubrir ciertos procesos actuales y previsibles cuyos efectos abominables pueden preverse y prevenirse. La prognosis competente trata la historia de la economía como una rama de la ciencia política, y siempre excluye la dependencia de los métodos inherentemente falaces y por lo general aceptados, tanto de la contabilidad financiera como de la bolsa de valores u otras variedades de estadísticas reduccionistas de torre de marfil. El pronosticador reconoce que a esos métodos contables y estadísticos los ha corrompido su dependencia de los métodos de composición engañosa de las pruebas consideradas, y que esas formas de la práctica común dependen de supuestos mecanicistas que provocan esos efectos característicos de largo plazo, efectos tales como los desastres que las sociedades, como la nuestra hoy, seguido se han acarreado sobre sí.

De modo que los clientes necios de los pronosticadores necios tratan las economías y sus procesos financieros tal y como apuestan en las carreras de caballos. El pronosticador financiero estúpido dice, en efecto: “Mis clientes quieren que les dé una respuesta definitiva. ¿Qué caballo ganará cuál carrera, ya sea mañana o pasado mañana? Si no puedes contestar eso, mis clientes dirán que eres un charlatán, y no querrán nada más contigo. ¡Muéstrame tus gráficas, o cállate!”

A eso, respondo encogiendo mis hombros: “Te daré un buen pronóstico, de gratis. Te visitaré cuando te jalen a la corte de bancarrotas, donde tu sabiondez será examinada de mejor forma”. Ése es mi pronóstico para una nación, nuestra nación, incluyendo a aquellos de sus votantes lo bastante necios como para creer en las predicciones de los funcionarios del Gobierno de Bush y de otros incompetentes parecidos hoy día.

Entre tanto, aun hoy, como les enseñaron ya a los crédulos incautos en algunas universidades justo después de la Segunda Guerra Mundial, hay muchos tíos histéricos que creen que una nueva depresión comparable a la de los 1930 no podría ocurrir, a menos que hablemos mucho de ella. Estos histéricos creen con desesperación, aun ahora, que si todos nos ponemos de acuerdo en creer que evitaremos una nueva depresión, no ocurrirá. Es como si argumentaran que si nos tiramos de un rascacielos, estaremos a salvo mientras creamos con la fuerza suficiente que en realidad no daremos contra el suelo. Esta es la fe histérica y lunática en la magia que tiene una gran colección de esas fuerzas financieras y políticas influyentes de los EU, y de todos lados, tanto demócratas como republicanas, las cuales llegarán a extremos prácticamente sin precedentes para bloquear casi cada voto emitido a favor de la virtual Casandra que consideran que soy. Muchos de ellos claman: “¡Yo no me meto en eso!” Para su mala fortuna, y quizás también para la de nuestra nación, y además para la de Europa, la Casandra de Homero tuvo razón, y yo también. Aquellos que se negaron a atender sus advertencias se destruyeron, como aquellos que pudieran esperar demasiado para atender las mías.

Quizás, contrario a muchas de las opiniones al respecto, la Casandra de Troya no fue una mística, sino una pensadora estratégica, como aquellos de nuestros generales que advirtieron correctamente, cual de forma profética, que el Gobierno de Bush no debía precipitarse en una guerra en Iraq. Yo no soy mercachifle de presagios místicos. En gran medida, fue a partir de reflexiones sobre la Ilíada y la Odisea, tratando la cultura de la Ilíada como un desastre autoinflingido, que la tragedia ateniense obligó a reflexionar en el mal que la persistencia de cierta cultura acarrea sobre sí. Así, Solón, ya entrado en años, emitió entonces su advertencia a los descarriados hombres de Atenas.

Esa tragedia clásica griega, incluso el fragmento que sobrevive del Prometeo encadenado del gran Esquilo, que fue superada por los diálogos de Platón, representa, por supuesto, la corrección hecha al reflexionar en la forma que la influencia trágica del sofismo fue típica de la falla popular de su cultura, el sofismo que atrajo la ruina de la alguna vez grandiosa Atenas, así como de nuestros EU y de Europa hoy. Soy un científico en mi profesión, cuyos pronósticos puede verificar por adelantado cualquiera calificado en mi profesión. Yo también, como Solón, Esquilo, Sócrates y Platón, he llegado a reconocer en las generaciones recientes de mi país una gran tragedia autoinflingida, una tragedia susceptible de una estricta comprensión científica; y yo, siguiendo entonces a Platón, y al moderno cardenal Nicolás de Cusa, les he prescrito remedios a aquellos dispuestos a hacer los cambios necesarios en esos hábitos inculcados que ya antes han llevado a toda una civilización al estado de ruina que la necedad le legó a esa civilización en aquel momento.

Así, aunque por consiguiente mis logros profesionales son únicos a ese respecto, francamente es discutible el que mi éxito singular se deba a alguna cualidad superlativa de genio que pueda tener, o sólo, como en el viejo aforismo, he sido el tuerto en la profesión de los ciegos. Seguido me asombra que mis rivales profesionales putativos no hayan reconocido lo que con tanta claridad era obvio para mí; ¿sufrían acaso un daño cerebral, o mantenían un hábito psicoticomimético?

En efecto, seguido he expresado mi punto de vista autocrítico de mis logros singulares en este campo comparándome con aquel niñito de “El traje nuevo del emperador” de Hans Christian Andersen, quien exclamó, señalando al estúpido y desnudo emperador, “¡pero si no lleva nada puesto!” En 1971, las ropas inexistentes del emperador que la necia chusma adoraba, eran los llamados “estabilizadores estructurales” que se afirmó habían devenido las realidades eternas del orden mundial existente y garantizado a prueba de depresiones. Aun hoy, mis necios dizque “críticos” de Wall Street y otros de mentalidad semejante simplemente “no llevan nada puesto”.

La importancia de esa, según se reconoce, única modestia calificada de mi parte, es mostrarte, de nuevo, que en mis logros como economista no obra un poder mágico impenetrable. Tú o cualquier otro ciudadano estadounidense inteligente, de quererlo, y de haberte quizás educado incluso a un grado modesto, puedes dominar al menos el abecé de la ciencia necesaria para entender y apoyar mi señalamiento de la vía de escape al desplome general de la economía que ahora arrecia, aun a un desplome como el actual, a la arremetida de un desplome que amenaza, a menos que le pongamos freno, con ser mucho peor que el que los EU experimentaron en 1929–1933.

De ahí que ya vaya siendo hora, o quizá hasta se pasó, de que el ciudadano serio piense por sí mismo en estos asuntos. Al igual que bajo el liderato de Franklin Roosevelt, fue el apoyo generalizado de la ciudadanía, de los ciudadanos ordinarios, en especial de “los desposeídos”, del “hombre olvidado”, lo que le dio a ese presidente la confianza y el apoyo que requirió para rescatar a nuestro pueblo de la depresión que las necedades combinadas de Calvin Coolidge, Andrew Mellon y Herbert Hoover le legaron. Si el ciudadano quiere que su familia, comunidad o nación sobreviva, es hora de que ese ciudadano se detenga y piense lo que aquí estoy diciendo.

Entre tanto, por ejemplo, cualquiera que ahora te diga que los EU van camino a una recuperación económica general con el presidente Bush o es un imbécil peligroso, o un depredador mentiroso. A los necios crédulos, como aquellos que, histéricos, advierten contra la idea de abandonar nuestras necedades económicas del Titanic que se hunde, y son lo bastante obcecados como para creer en una recuperación estadounidense en marcha, debe quitárseles su influencia sobre las directrices de nuestro gobierno, ahora, antes de que sea demasiado tarde para todos. Para empezar esa purga con urgencia necesaria de los lunáticos e imbéciles peligrosos de las funciones de la toma de decisiones de nuestra nación, debemos empezar por excluir a monetaristas peligrosos como los socios de George Shultz, quien ha desempeñado un papel destacado en orquestar la decadencia de largo plazo de la economía mundial por más que los últimos treinta años de su actuación primordial en tanto proponente de la causa de los depredadores, dentro y fuera del gobierno.

¡Por qué debería seguir confiando en las recetas “marca llorarás” que de forma reiterada han fallado, en vez de hacerlo en mi probada competencia! Tu descendencia, si es que la tienes a pesar de tu presente necedad, le gritarán a sus antepasados: “¡Qué vergüenza!”

Sé juicioso. Pon el dedo en la llaga del problema que, hasta ahora, le ha impedido a la mayoría de los economistas vivos reconocer el principio básico del que ha dependido mi gran margen de superioridad profesional, en tanto pronosticador, sobre ellos. El problema de raíz es elemental; cualquier muestra de personas adultas de veras sensibles podría reconocer con facilidad ese principio, si es que no las vendaron para que se traguen la estafa de los monetaristas de confianza de Wall Street y de la academia.

La economía del mundo real

El primer paso a la locura al pensar en la economía es creer que “se trata del dinero”.

Como toda persona hambrienta y desamparada sabe, una economía deprimida es aquella en la cual hay una creciente carencia de acceso a las condiciones físicas de las que depende una vida incluso apenas segura, condiciones como disponibilidad de empleo, educación, alimentación, servicios de salud, vivienda y demás decentes. El ciudadano sano reconoce tales verdades elementales, pues ese desempleo a menudo es resultado del cierre físico de una o más fábricas en el pueblo, como lo vemos hoy en la mayoría de los cinturones agrícolas y en los otrora centros industriales de nuestra nación.

En un reflejo de nuestro apego al demente sistema de administración de una economía nacional hacia la decadencia “posindustrial”, del modo que empezamos a tenerlo hace unos cuarenta años, la actual opinión prevaleciente seguido es una copia virtual de lo que charlatanes de siglos pasados tales como Bernard Mandeville, François Quesnay, John Law, Adam Smith, y el utilitarista infinitamente perverso Jeremías Bentham han trasmitido. Entonces, como ahora, esas clases de estafadores influyentes han insistido en que los principios de la economía no se basan en valores físicos, sino que sólo existen en lugares ocultos de los poderes misteriosamente mágicos que el dinero ejerce sobre “el mercado”. El pobre tipo que llega tarde a casa del trabajo y sin un centavo, el día de paga, tras detenerse a apostar en el camino, no es más que típico de los ingenuos que creen en un poder secreto oculto en el dinero como tal.

Es importante comparar la situación estadounidense actual con la de Europa Occidental y Central continental, donde la amenaza de un desplome monetario–financiero general es en potencia, al presente, aun más desesperada que en unos EUA que ahora se mecen al filo de un derrumbe mayor y más profundo que el de 1929–1933, cuando la economía cayó aproximadamente a la mitad en términos físicos. La diferencia entre nuestros EUA y Europa estriba en que nosotros tenemos una tradición constitucional que nos permitiría, de así quererlo, superar una depresión, como lo hizo Franklin Roosevelt. Las actuales constituciones de la pobre Europa contienen la mortal píldora venenosa conocida como “sistema de banca central independiente”. Sin echar ese sistema a la basura, y sin copiar el nuestro, las naciones europeas, actuando por su cuenta, sin nuestro liderato, no tendrán oportunidad de recuperarse del desplome general del actual sistema monetario–financiero mundial que ahora arremete.

A consecuencia de esos cuarenta años de una decadencia moral e intelectual cada vez mayor, nuestra nación ahora está en una condición moral e intelectual comparable a la que sobrevino en una Roma imperial que se autodestruyó. Nuestra otrora poderosa economía agroindustrial ha devenido más y más en un páramo, en una sociedad degenerada por el hábito del “pan y los circos”, que vive, como la antigua Roma, del saqueo de naciones más débiles a las que prácticamente hemos convertido en nuestras colonias. Por más de treinta de los últimos años, desde el cambio de 1971–72 a un sistema monetario de tipos de cambio flotantes, nosotros, al igual que la Roma imperial, hemos venido destruyendo nuestra economía mediante la “globalización”, remplazando nuestra producción nacional con la dependencia de la mano de obra barata y otras ventajas que le sacamos a otros en el extranjero. Vivimos de chuparle la sangre a aquellos extranjeros que viven bajo el imperio depredador del actual sistema monetario–financiero mundial. Pero, cuando la fuente de sangre se seque, nosotros también encararemos la amenaza de desaparecer.

Entenderemos mejor la tragedia actual de nuestra propia nación, si comparamos nuestra clase específica de necedad nacional con los desatinos nacionales aun más suicidas que hoy azotan a Europa Occidental y Central continental, la cual, tras chupar tanto como pudo de la sangre de la Europa Oriental posterior a 1989, se ha hundido en un esquema de autodestrucción de las propias economías de los chupasangre, como la pauta que nosotros y el Reino Unido seguimos con las nuestras antes. La diferencia es que nosotros en los EUA tenemos una forma de gobierno constitucional que nos permite hacer las reformas que necesitamos para sobrevivir. Las constituciones de Europa no ofrecen esta alternativa en la actualidad.

El resultado lógico de los cambios en la orientación económica interna llevados después de 1989–1990, tales como los acuerdos de Maastricht, es que las naciones de Europa Occidental, encabezadas por Alemania, sufren un estado de desplome acelerado que, obviamente sería irremediable, de no ser por la perspectiva del comercio cada vez mayor con China y otras naciones clave de Asia. Alemania tiene el potencial de estabilizarse a niveles por encima del punto de equilibrio, mediante una expansión de la inversión de capital a gran escala en la infraestructura económica básica y en la producción de capital en su propio mercado, una expansión movilizada para concretar las oportunidades en Asia. Sin embargo, las reglas establecidas en Europa en virtud de lo que fueron los acuerdos de Maastricht orquestados por François Mitterrand impiden dicha recuperación. Las autoridades de Maastricht insisten en la intención imbécil en lo económico o, como con frecuencia sospecho, diabólica, de que el monto de las actuales inversiones de capital de mediano a largo plazo en proyectos de creación de empleos tienen que contabilizarse como gastos de operación. De conformidad con esa norma, la sobrevivencia de Europa Occidental y Central continental al presente es prácticamente imposible; Europa está a punto de sufrir un desplome interno general, en potencia tan serio como el de la Alemania de 1923 o incluso más grave. Hoy, ese desplome viene rápido, y acelera.

Los acuerdos de Maastricht simplemente llevan a un extremo el mismo error fatal que condujo al derrocamiento de todas las constituciones de las naciones de Europa continental adoptadas previamente, por lo menos varias veces desde 1789. Nosotros en los de EU adoptamos la Constitución que ha sobrevivido hasta este momento, y, en virtud de esa Constitución, seguiremos como modelo digno de admiración y estudio por un mundo conocedor, siempre y cuando salvemos nuestra Constitución botando oportunamente al patán feo de la Lynne Cheney, el vicepresidente Dick. Es el defecto persistente, sistémico del legado de las constituciones de los países de Europa lo que los pone de cara otra vez hoy día con la amenaza de una crisis existencial rampante.

De que ese error ha cogido arraigo ha de reconocerse en la patética conducta de gobiernos de naciones enteras al someterse a los efectos de las actuales condiciones de Maastricht, resultado típico de la difundida creencia lunática de que la economía debe regirse por criterios monetarios, y no por los principios de la economía física.

En una economía sana el principio rector es que tenemos que producir las condiciones físicas que necesitamos. Estas son condiciones tales como la comida, la vivienda, la atención médica, puestos de trabajo, y los elementos básicos de la infraestructura física. En el campo opuesto, los charlatanes y sus víctimas chillan que debemos mejorar la economía local votando por más casinos, llevándose agua al molino el uno al otro o esperar con fe religiosa en la “magia del mercado” para el intercambio de dinero. Así, cuando nuestros ciudadanos devienen en tontos, al grado de preferir su supersticiosa fe religiosa en “la magia del dinero” en vez de las realidades físicas, se convierten a sí mismos en las víctimas de aquellos animales de rapiña, que babean ante la perspectiva de comerse a ingenuos tales como esos mismos ciudadanos.

Hay dos cosas peligrosamente erróneas tocantes a esa clase de creencias supersticiosas en el dinero.

Primero, cualquier clase de dinero, aun en el mejor de los casos, es un idiota sin cerebro en cualquier momento de la historia pasada, presente o futura de nuestro planeta. Cuando se emite en forma de papel, o incluso como monedas de oro o plata, no tiene mayor valor monetario que el que la sociedad decida asignarle. En una economía real es la acción física la que cuenta, y cuenta, y cuenta hasta cuando el héroe caído, tumbado por la fe en los poderes mágicos del dinero, pudiera nunca ponerse de pie otra vez.

En segundo lugar, una pagana fe religiosa en el dinero, como por ejemplo la religión del “libre cambio”, tiene su expresión más mortífera cuando la usan para promover el fascismo hechiceros tales como el pro sinarquista Hjalmar Schacht, entonces o Félix Rohatyn o Robert Mundell ahora. Ese es el fascismo fraguado por aquellos que aplican la teoría monetaria a la oportunidad de imponer el dominio fascista, oportunidad que ellos, como las casas financieras asociadas con la internacional sinarquista durante el período del sistema monetario de Versalles previo a 1945, con frecuencia han visto presente en una economía en depresión. Esta variedad de hechiceros, y sus acólitos devotos, abusan de los sujetos supersticiosos que creen de manera religiosa que el dinero tiene poderes mágicos. Estos monetaristas son típicos de la clase de estafadores peligrosos que pusieron en el poder a los regímenes de Benito Mussolini, Adolfo Hitler, Francisco Franco, Pierre Laval y al de Vichy en Francia, en condiciones mundiales paralelas a las que hoy existen en Europa y las Américas.

El peligro que los charlatanes de esta índole, tales como Rohatyn y Mundell, representan para ti y tu familia, brota del hecho de que la teoría monetarista contemporánea se sustenta, de modo axiomático, en el mismo principio depredador compartido por Tomás (“guerra de todos contra todos”) Hobbes, John Locke, Bernard Mandeville, François Quesnay, y Jeremías Bentham. La teoría del dinero del monetarista se basa en el mismo principio expresado por esa bestia rapaz conocida como el jugador predador. El monetarista es uno cuya doctrina es, a final de cuentas: quién se come a quién. Por tanto, desde la Revolución Francesa de 1789–1815, tenemos la tendencia general del monetarismo a producir la locura darwiniana del fascismo (la supervivencia del “moralmente más incapacitado”), como lo vimos en Europa en el período anterior a 1945, y lo vemos hoy en la práctica predatoria de los llamados “fondos buitres”.

En condiciones de depresión la tarea crucial del gobierno es triple. Esta es una lección que debimos de haber aprendido, entre otros casos comparables, del exitoso rescate de los EU que efectuó el presidente Roosevelt de la catástrofe acarreada por “conservadores fiscales”, tales como Coolidge, Andrew Mellon, y Hoover.

Primero, el gobierno debe desencadenar crédito generado por el Estado en forma de capital para elevar los niveles de empleo productivo al monto necesario para equilibrar los presupuestos de operaciones de las economías nacionales, y estatales y locales subsidiarias. Si tal empleo productivo es lo suficiente alto (y, por tanto, el desempleo lo suficiente bajo), y se acentúa el aumento de la productividad física mediante el progreso tecnológico capital intensivo, los presupuestos de operaciones corrientes de la nación y las comunidades pueden equilibrarse, y así evitar un desplome.

Segundo, el gobierno debe proceder con el reconocimiento de que el crédito generado por el Estado crea una deuda que debe saldarse en algún momento futuro establecido de la manera apropiada. Por tanto, la recuperación debe sustentarse en programas de formación de capital real, que proveerán una compensación a largo plazo para la deuda de mediano y largo plazo que los estímulos gubernamentales así fomentados.

Tercero, debe aplicarse un acuerdo rector de la forma en que en realidad pueda incrementarse la riqueza física real, per cápita y por kilómetro cuadrado, mediante el progreso científico y tecnológico aplicado a los modos de producción física en los ciclos sucesivos de producción. A menos que se incrementen los poderes productivos del trabajo mediante la tecnología, aumentados a efectos físicos medibles tanto per cápita como por kilómetro cuadrado, no es posible ningún crecimiento real a largo plazo.

En las siguientes páginas, resumiré lo esencial de la forma en que funciona todo esto.

El rasgo sistémico esencial más característico del modo en que se ha autodestruido la que fuera la principal economía del mundo, la economía de los EU, en las últimas cuatro décadas, ha sido la introducción de la llamada “teoría de la información”, la que Zbigniew Brzezinski, entre otros, calificó de “tecnotrónica”. Hubo, es de reconocerse, muchos otros factores en ese proceso de destrucción; pero es el mapa mental asociado con la devoción al culto a la “teoría de la información” lo que caracteriza la forma en que la cultura popular ha sido condicionada a aceptar los cambios que más han hecho por arruinarnos.

Es más o menos inevitable que la naturaleza de ese culto a la teoría de la información sería pobremente entendida por la sociedad que ha sido embaucada a adoptarla. Por tanto, empiezo el cuerpo de este reporte con una aclaración resumida de este factor específico, este peligro inmediato, de la ruina que hoy experimenta nuestra nación. Si la civilización actual va rumbo a una prolongada era de tinieblas, como las actuales tendencias en las campañas preelectorales parecen indicar es el empeño en este momento, lo que tengo que decir como aclaración aquí, será de gran valor para las generaciones futuras que deberán reconstruir la civilización que la generación cincuentona actualmente en el poder tanto ha hecho para destruirla.

1.  Cómo entender el peligro inmediato

Al presente, como he dicho, el mundo es presa de la fase terminal, acelerada de un desplome económico generalizado del actual sistema monetario–financiero mundial. Para definir el remedio político práctico que estaría disponible para los EU hoy día, de elegirse para sacar al mundo de esta crisis, debemos empezar con el hecho de que hay varias reglas antimonetaristas que se basan, todas, en el pro constitucional Sistema Americano de economía política de Alexander Hamilton, Friedrich List, y Henry C. Carey. Estos son los mismos principios que fueron indispensables para la organización de la recuperación económica de la depresión de 1929–1933, llevada a cabo por el presidente Franklin Roosevelt.

Estas no son simplemente mejores reglas del juego. El Sistema Americano, como brotó de la adopción del concepto de la búsqueda de la felicidad de Godofredo Leibniz, y por la declaración de intención decisiva que es el preámbulo de nuestra Constitución federal, es el mejor, y también el más antiguo sistema de autogobierno constitucional gestado en el mundo. El Sistema Americano de economía política, como lo entendieron Franklin, Hamilton, los Carey, List, Abraham Lincoln, y Franklin Roosevelt, entre otros dirigentes importantes, es el más antiguo, porque es el medio más durable y eficaz de autogobierno adoptado hasta ahora en cualquier parte de este planeta. Aún no ha aparecido ningún modelo mejor sobre la faz de nuestro planeta.

Esta Constitución prodújose en respuesta a la forma de conflicto inevitable que surgió entre la madre patria y las colonias norteamericanas, con aquel Tratado de París de 1763, que estableció la Compañía de las Indias Orientales británica como un nuevo imperio modelado con la intención de rivalizar con el de la antigua Roma. El meollo de la cuestión penetrante de principio subyacente en ese conflicto entre los sistemas de Europa contemporánea y nuestro sistema constitucional, aún hoy día, es que el sistema imperial británico, es un imperio de los liberales angloholandeses, de control, por parte de una oligarquía financiera estilo Venecia, del equivalente de un sistema de banco central “independiente”. Es en la medida en que nuestra nación, una vez liberada, ha imitado con tanta frecuencia el modelo veneciano de gobierno oligárquico financiero adoptado por el Imperio Británico, que se han engendrado todas las principales catástrofes económicas y afines autoinflingidas de la historia de nuestra república.

Todos los grandes errores en la política estadounidenses que hemos sufrido desde 1945, son un efecto incluido de la clase de teoría monetarista que condujo al mundo a la Gran Depresión de la preguerra de 1928–1939. Si ahora quieres eludir el impacto total de una depresión mucho más profunda que la de los 1930, que ya embiste, tenemos que sacar a todo el que no esté de acuerdo en eso conmigo, de la dirección de la elaboración de directrices del Gobierno estadounidense hoy día.

A este respecto, nuestra Constitución sabiamente ya había prohibido la existencia de un sistema de banca central independiente de la suerte asociada con el modelo de la Compañía de Indias angloholandesa. Si bien es cierto que dicha prohibición constitucional nunca ha sido derogada exitosamente, sí ha sido violada seguido desde que los bribones partidarios de la Confederación Teodoro Roosevelt y Woodrow Wilson (fanático del Ku Klux Klan), aunaron esfuerzos para instalar la Reserva Federal diseñada por Jacob Schiff en beneficio de su cliente, Eduardo VII de Inglaterra.[1] Hoy puede decirse con justicia que, millones de estadounidenses votan, en efecto, cada dos años, para darle de comer vírgenes de sacrificio y a otros como ofrendas rituales a esos dioses caníbales, los dioses de una versión diseñada en Londres de un sistema monetarista de banca central, lo que de hecho tiende a ser nuestro Sistema de la Reserva Federal. Ese sistema británico, que ha continuado dominando el pensar que rige la mayor parte de los asuntos financieros y monetarios internacionales del mundo desde 1763, se basa en el modelo de un sistema de usura internacional de la oligarquía financiera veneciana. Esta transformación de ciudadanos semejantes en prostitutas políticas de lo que llaman el “libre cambio” es la locura de la que dependen los buitres del monetarismo moderno para sus despojos aun hoy día.

Todavía hoy, el único fundamento que existe para el análisis y el pronóstico económicos competente es la ciencia de la economía física fundada por el trabajo de Godofredo Leibniz en el período de 1671–1716, un trabajo que informó el diseño del sistema económico encarnado de modo implícito en nuestra Declaración de Independencia de 1776 y en la Constitución federal de 1789. Cuando yo era un joven estadounidense fui, por así decirlo, criado en la tradición de lo que el primer secretario del Tesoro de nuestra nación describió como el Sistema Americano de economía política. Fuere que nuestra gente hubiese estudiado el trabajo de Hamilton, los Carey y List o no, esos principios estaban profundamente arraigados en las principales aristas de lo que fue, en épocas exitosas, nuestra previa práctica agrícola e industrial, y en nuestro sistema de desarrollo de infraestructura económica básica. Mi contribución especial fue agregar ciertos descubrimientos importantes que hice en el intervalo de 1948–1953 al fruto combinado de tanto los escritos de Leibniz, y mi propia experiencia del funcionamiento cotidiano de nuestra forma superior de sistema económico específicamente americano.

Tanto dicho, veamos ahora el caso clínico de la burbuja de la “información”.

La locura de la ‘teoría de la información’

Es irónico que mis descubrimientos en el intervalo de 1948–1953, de los que surgió mi historial de pronosticador de una competencia relativamente única, fueran producto de una reacción contra la demencia que yo reconocí como arraigada en el concepto de la “teoría de la información”, de la forma popularizada en esa época, principalmente por los escritos de dos acólitos del Bertrand Russell de Principia mathemática, el profesor Norbert Wiener (Cybernetics y Human Use of Human Beings), y el John von Neumann del análisis de sistemas (y coautor con Oskar Morgenstern de The Theory of Games & Economic Behavior).[2] La creciente influencia de esa fantasía de la “teoría de la información”, ha sido un factor causal importante y, a veces, hasta decisivo de ese derrumbe cultural y económico de los EU, el Reino Unido, Europa y otras partes, que ha hecho presa de nosotros cada vez más en las últimas cuatro décadas, y en especial desde los cambios introducidos en 1971–1972 en el sistema monetario–financiero mundial. El desplome relativamente profundo y abrupto de la burbuja de la informática en 2000 ocurrió cuando ocurrió debido a ciertos factores políticos especiales, pero en últimas era inevitable dadas las doctrinas nacionales reinantes de esa época. La prueba del peligro que representa la “teoría de la información” para la sociedad civilizada se había hecho evidente para mí de mis estudios pertinentes sobre el asunto en el intervalo de 1948–1953.

El secreto esencial de la ciencia de la economía física, que es contrario al mito de la informática, es un principio de la ciencia física en general, un principio que ya tenían claro los círculos griegos prearistotélicos de los pitagóricos y Platón; el principio de la física matemática involucrado era lo que entonces se conocían como las “esféricas”, una concepción de la ciencia física y de la naturaleza física de la geometría, que aquellos griegos heredaron de la astronomía egipcia.

El principio consiste en que la distinción esencial que aparta al ser humano y lo pone por encima de toda vida animal, es el poder de descubrimiento de principios físicos universales que afectan lo que percibimos, pero que en sí mismos, en tanto principios, no son visibles directamente a los sentidos. Los griegos prearistotélicos de marras definieron tales descubrimientos de principios universales experimentalmente eficientes como poderes (dúnamis en griego).[3] Mediante la aplicación de esos poderes la humanidad puede penetrar las barreras de la percepción de los sentidos que limitan el autodesarrollo de cualquier especie viviente inferior. Es a través del descubrimiento y de la aplicación del conocimiento de estos poderes específicamente humanos, según podrían transmitirse de generación en generación, que la especie humana ha logrado alcanzar un nivel de desarrollo de la población viva en el orden de miles de millones de individuos, cuando ninguna especie de simios superiores podría llegar arriba de los millones.

Lo que nos ha arruinado es nuestra disponibilidad inducida a darle la espalda a ese principio que nos separa de las bestias. La llamada revolución de la ‘informática”, con su tendencia axiomática intrínseca hacia la entropía, ha sido parte esencial de esa destrucción.

Los sistemas de esquemas matemáticos que permiten las doctrinas patológicas de Russell, Korsch, Carnap, Wiener, Von Neumann y semejantes, no permiten reconocer tales poderes. En los sistemas congruentes con esas doctrinas, el potencial del hombre convergerá aritméticamente sobre límites fijos, de tal forma que el hombre nunca podría haber superado un nivel de cultura y población anterior a la “Edad de Piedra” de haberse salido con la suya criaturas semejantes a la pandilla de seguidores de Bertrand Russell, a principios de la existencia de nuestra especie. Esas son las implicaciones repugnantes de la perversa definición “lingüística” de Karl Korsch y Carnap del argumento matemático de Wiener para el menjurje conocido como la “teoría de la información”, y de la economía lunática de la teoría de juegos de Von Neumann, y de su doctrina anticientífica de “inteligencia artificial”[4].

En realidad el progreso económico, en tanto medible en poder productivo per cápita y por kilómetro cuadrado, es fruto de la aplicación de principios universales validados por experimento (es decir, poderes), ya sea directamente como principios, o como nuevas tecnologías aplicadas, derivadas de los efectos combinados de dichos principios.

Esto significa que, con relación a un poder de compra fijo del dinero de ayer, una sociedad sana no sólo genera más de lo que se consume, sino que el nivel del consumo físico de la sociedad aumenta, ya sea como consumo presente, o como capital de inversión para el desarrollo posterior. En una economía bien administrada que progresa en lo científico y tecnológico, hay que destinar parte de las ganancias obtenidas mediante la tecnología a elevar el promedio real de vida, y, por razones de aspectos sistémicos de necesidad funcional, una porción más grande a inversiones de capital en mejoras tecnologías para el futuro.

En los últimos cuarenta años los EU y Europa más o menos han abandonado las prácticas exitosas de décadas anteriores. Hemos hecho este cambio de tales formas que, ahora nos han llevado al borde de una amenazante nueva era de tinieblas planetaria para la humanidad en general. La sustitución de las orientaciones impulsadas por la ciencia, características de todo período de progreso ascendente en las condiciones de vida y de trabajo de la población en general, por la charlatanería de la “teoría de la información” de Russell, Wiener y Von Neumann, ha sido un factor ideológico crucial, contribuyente, en predeterminar la transformación de los EU de la más importante nación productora del mundo en el intervalo de 1945–1963, a la decadente, y al presente en bancarrota masa de cultura “posindustrial” de “pan y circo” que hemos venido a representar hoy día.

Hay dos temas múltiplemente conexos planteados por la forma en la que la “teoría de la información” ha contribuido a la destrucción de la cultura de la economía de los EU. Considérense los efectos, primero, desde la perspectiva de la física matemática. A ese propósito, enfoquémonos ahora, de nuevo, en la condena que hizo Carl Gauss en 1799 del fraude perpetrado por ciertos importantes matemáticos formalistas de ese tiempo, el suizo Euler y el protegido de Euler, Lagrange. Entonces, reconózcase que el fraude de los empiristas perpetrado por Euler, Lagrange y demás, tiene el efecto de negar la existencia de cualquier diferencia cualitativa entre el hombre y el mono; Russell, Wiener, Von Neumann y demás, llevan el argumento más allá: niegan la existencia de cualquier diferencia esencial entre el hombre y la máquina.[5]

Respecto a lo primero, toda ciencia física competente depende de la comprensión que el hombre tenga de los métodos por medio de los cuales la especie humana genera esa clase de descubrimientos de principios universales de geometría física basada en la astronomía, validados por experimento, que los antiguos pitagóricos, los fundadores de la ciencia física sistemática europea, y Platón, identificaron como poderes. Ese es el asunto crucial de toda la física matemática moderna planteado por Gauss en 1799, al identificar la definición fraudulenta del teorema fundamental del álgebra (y del cálculo) de Euler, Lagrange y demás. Esto involucra la noción de los trascendentales físico–matemáticos, como los introdujo en la ciencia moderna el cardenal Nicolás de Cusa en su De docta ignorantia, y como lo planteó el desafío de Johannes Kepler a los matemáticos del futuro.[6] El desafío planteado por Cusa fue tomado por los colaboradores Godofredo Leibniz y Jean Bernouilli, cuyo trabajo combinado definió el principio físico universal de la acción mínima, del que depende toda concepción competente moderna de lo trascendental.[7]

Respecto a lo segundo, la importancia perniciosa de la introducción del empirismo y el positivismo en la ciencia moderna, es que estos niegan la distinción funcional esencial entre el hombre y la bestia, la habilidad de la mente humana de generar lo que conocemos como un descubrimiento válido de un principio físico universal, ello mediante la validación experimental de una solución hipotética para una paradoja que no puede resolverse por métodos deductivos.[8] Esta capacidad de la mente humana es la diferencia esencial entre el hombre y la bestia, y el medio único por el cual la humanidad ha progresado por encima del potencial de una especie de mono superior. El reconocimiento de esta diferencia entre el hombre y el mono, es la base en la ciencia física de todas las nociones válidas de moralidad y leyes de la sociedad, de todas las nociones válidas de teología (como en el Génesis 1), y del concepto de una economía del Estado nacional moderno.

Cuando los errores de los empiristas y de los positivistas se llevan hasta el extremo que representan Russell, Wiener y Von Neumann, el resultado debe tender a ser alguna farsa emparentada con la “teoría de la información”. Para que este punto quede claro, fíjate en la “teoría de la información” teniendo en cuenta la diferencia entre la comunicación humana y la transmisión de señales por una máquina, digamos una computadora digital, diseñada para operar simulando un modo deductivo.

Estas cuestiones de física matemática han sido los impedimentos principales al progreso en materia de política económica de las naciones modernas, desde la época de la expulsión, motivada por el odio, de Godofredo Leibniz de la candidatura a primer ministro del Reino Unido.

‘Información’ vs. ideas

Para desarrollar una apreciación adecuada de la corrupción mortífera intrínseca a la noción de la “teoría de la información”, veamos primero este problema como yo lo vi a fines de la década de los 1940. Lo que es único de mis descubrimientos, al paso que se desarrollaron, primero en el intervalo 1947–1951, y, con mayor profundidad, cuando forcejeaba en 1952–1953 con, sucesivamente, Cantor y Riemann, es que combiné la noción de una correspondencia física entre la comunicación de la geometría física con conceptos de la prosodia clásica. De esta forma penetré la paradoja planteada por el libro de las “Dos culturas” de una nueva forma, lo que me llevó a algunos descubrimientos importantes en el campo de la ciencia de la economía física, descubrimientos a los que me refiero aquí.[9]

Sobre un punto de importancia política general para este análisis, tomemos el caso clínico, patológico de la declarada doctrina de “texto” del magistrado de la Corte Suprema de los EU Antonin Scalia. Tan sólo a cuenta de esa doctrina, Scalia se ha revelado a sí mismo, más allá de toda duda, como un fascista filosófico, calificado para devenir un adherente de la variedad sinarquista de la secta masónica (en caso de que no lo haya hecho ya), cuyas afinidades no están dentro de los linderos de la Declaración de Independencia de 1776, y la Constitución federal de los EU, sino más bien en la Constitución nominalista de esos traicioneros títeres británicos, los Estados Confederados de América. La doctrina “textualista”, como Scalia arguyó con descaró este ataque contra el principio medular de la ley natural, ante una asamblea en una universidad católica, es prueba suficiente del principio afectado.

La misma diferencia absoluta de principio entre el hombre y el mono planteada por el torcer de la verdad por Scalia, es el meollo de la disputa en el ataque de 1799 de Carl Gauss contra Euler, Lagrange y demás. Es la habilidad de la mente humana individual de leer las paradojas sistémicas que le presenta la percepción sensorial, como reflejos de la eficacia de un principio físico universal, cuya imagen descansa fuera de la capacidad de la sensopercepción como tal. Esta capacidad, contraria a la implicación del argumento de Scalia, es la base científica del concepto del alma humana individual, el concepto del cual depende toda ley natural y teología tolerable. Sin esto, como explicaré aquí, no puede obtenerse un enfoque comprensivo de los problemas axiomáticos de una ciencia de la economía física.

Esta habilidad de los poderes soberanos de la mente humana individual, de descubrir una clase de objeto cuya función como un principio físico universal, es lo que los antiguos pitagóricos y Platón definen como un poder (de nuevo, en griego: dúnamis). Es ese principio en el que descansan tanto la ciencia física competente como toda la teología cristiana, por ejemplo. Esos poderes son los medios que le permiten a la humanidad aumentar la densidad relativa potencial de población de la especie humana a voluntad, lo que no puede hacer ningún animal. Por tanto, la definición de la especie humana, en tanto diferente y superior a todas las otras, descansa en la noción de un principio físico universal descubierto y validado por experimento como una intención esencial de la humanidad. En la física matemática esa intención, ese poder es la existencia ontológica, el objeto eficaz de la conciencia, del cual, como explicaré más adelante, el efecto expresable en la matemática es apenas la sombra de la trayectoria de los efectos de la intención.

Por tanto, todas las nociones racionales de conducta humana, en tanto humanas, dependen de esta noción de intención. Así, por ejemplo, el empleo del concepto de Leibniz de la búsqueda de la felicidad, como el principio central de nuestra Declaración de Independencia de los EU de 1776, y los principios de ley natural universal adoptados en el preámbulo de nuestra Constitución federal, son la intención declarada decisiva, a la que deben subordinase todos los demás aspectos de nuestra Constitución y legislación federal.

En toda ciencia competente como, por ejemplo, en la ciencia de la economía física, estamos bregando con dos clases generales de objetos diferentes. Una son los objetos de la percepción sensorial, los que puede demostrarse que son verdaderos en el sentido de que su existencia en tanto objetos mentales puede validarse por métodos experimentales; la segunda son objetos tales como los descubrimientos de principios físicos universales, validados por experimento, que no se ven, como los que representa el referido ataque de 1799 de Gauss contra Euler, Lagrange, etc. La segunda clase se asocia con la noción de ideas de principio las cuales, aunque pueden validarse por experimento, yacen, en tanto objetos, fuera del alcance de la percepción sensorial.

Hay dos categorías diferentes, pero relacionadas de ideas de principio verificables, o, como simplificaré el lenguaje de aquí en adelante, de ideas. Mi uso de ideas, en esta forma, es congruente con la noción de Geistesmasse que subyace el concepto medular de la disertación de habilitación de Riemann, de 1854.[10] Por ejemplo, la aplicación de Geistesmasse a la noción de un principio físico universal, significa que la expresión matemática asociada con la aplicación de ese principio, es apenas la descripción de la sombra de la acción por el principio mismo. La práctica de identificar el principio descubierto con el nombre de su descubridor atribuido, apunta a la coincidencia de esta práctica con el hecho de que la experiencia del principio como tal ocurre en la mente del descubridor como un objeto, en el mismo sentido en que el termino “objeto” se asocia con las experiencias de la percepción sensorial. Esta noción, tal y como aparece en la obra de Riemann, se asocia de forma correcta y útil con el meollo físico–geométrico del argumento de Gauss para las matemáticas en el referido documento de él de 1799.

El objetivo de cualquier enfoque competente de educación científica es causar en el estudiante la experiencia del acto de descubrir un principio en sí, como un objeto de la mente, no una mera formulación matemática. Entonces, bajo la guía de dicho objeto, la mente del estudiante debe ser capaz de generar un sentido matemático o parecido de la trayectoria que subtiende la acción por y de ese principio.

Ocurre el mismo requisito en la composición musical clásica, en especial desde que J.S. Bach fundó el sistema bien temperado. Cualquier obra maestra de composición musical clásica, a diferencia de las composiciones románticas o modernistas, es un objeto mental único a partir del cual se genera de manera implícita toda la composición como una idea singular, para la cual todos los aspectos que de ahí se extienden son expresiones de una sola idea de principio, constante, como si fuera semejante a una idea simple. Una ejecución pobre de una composición como esa, procede como si de la mano a la boca, de nota en nota. Una buena interpretación fluye de un concepto único de desarrollo polifónico continuo en la mente de los intérpretes, con un sentido de lo que el director Wilhelm Furtwängler describió como “tocando entre las notas”, a partir de un solo sentido rector, una noción gobernante de un desarrollo integrado que es específicamente único en lo que toca a esa composición.

En ambos casos, la ciencia física, o la composición artística clásica y su interpretación, rige el mismo sentido de todo el proceso en tanto subsumido de modo implícito por una sola idea (Geistesmasse).[11]

Esta noción, como la adoptó Riemann, se ilustra de la forma relativamente más simple posible para la ciencia física, con el documento de marras de Gauss de 1799. En el mismo Gauss presenta, en términos modernos, los casos clásicos de poderes más elementales, como ya fueran definidos por una geometría física pitagórica. En esos casos, como en las implicaciones de la construcción integrada de las series de los sólidos platónicos, la solución para doblar la línea, el cuadrado, y el cubo viene de una forma física de acción geométrica, más bien que de aproximaciones deductivas sucesivas. La mayor transparencia en ilustrar ese punto, se obtiene por la solución de Arquitas para doblar el cubo, que es el caso más crucial en el escrito de Gauss de 1799. Esas soluciones ocurren en un dominio que es externo a las imágenes simples de los objetos en cuestión, pero son causadas por una forma de acción que actúa sobre, pero que está afuera de esos objetos.

Así, lo que hizo Gauss en ese escrito fue definir la existencia necesaria de lo que Dirichlet, Riemann y demás definieron más tarde como el dominio complejo, mismo que ya estaba implícito en la construcción de Leibniz del principio físico universal de acción mínima relacionado a la catenaria, el principio sobre el cual la prueba de la existencia necesaria de un cálculo específicamente infinitesimal trascendental fue desarrollado previamente por Leibniz, mucho antes que Euler, Lambert, Lagrange, Cauchy, Hermite, o Lindemann.[12]

Como he indicado, mi contribución a la ciencia de la economía física se centra en la forma en la que ubico las conexiones y diferencias entre el espacio–fase que, reconocemos en un caso como la física matemática, pero también el espacio–fase definido por los principios de la composición artística clásica. La diferencia entre los dos es que, el primero, la física matemática, pertenece a aquellos descubrimientos de principio universal, que expresan el enfoque del intelecto humano individual soberano sobre el descubrimiento y uso de principios físicos universales, que gobiernan el ordenamiento del dominio combinado de los dominios del espacio–fase de los procesos abióticos y vivientes. La composición artística clásica, incluyendo los principios sociales de estadismo, pertenecen a los mismos poderes soberanos del individuo cuya atención, en este caso, ha cambiado su punto de referencia del representado por el dominio abiótico–viviente, al de las funciones de los procesos sociales como tales.

En el segundo caso, la materia es tanto la conducta cognoscitiva del ser humano, como la relación funcional entre las conductas cognoscitivas en la sociedad.

En ambos casos la materia en estudio son las ideas, en el sentido en que he definido la ideas antes. En ambos casos estas ideas, que tienen la calidad de principios físicos universales descubiertos, eliminan la paradoja de “Dos culturas” al eliminar las nociones falsas, descarriadas de definiciones, axiomas y postulados de una geometría formal. En ambos casos, la noción de análysis situs asociada con Leibniz y Riemann, reemplaza las llamadas nociones “convencionales” de la intención de las geometrías euclidianas y no euclidianas, haciendo así posible retratar un espacio dentro del cual se supone que han ocurrido sucesos, con una geometría determinada por las intenciones que causan el desarrollo del espacio–tiempo físico.

Así, como subrayaré más adelante, en la historia, la poesía y el drama clásicos, las ideas de principio pueden expresarse propiamente sólo en términos de tanto el respeto estricto a la especificidad histórica, como por el contexto funcional de la declaración de marras. Debe reconocerse que estos puntos engañosos para consumo de los ingenuos. Sin embargo, son comprensibles si el principiante explora el espacio que se le presenta, en lugar de tratar de explicarlo en términos de las nociones de espacio, tiempo y materia a priori de los reduccionistas. Procedo acorde.

Un principio como una intención

En varios otros escritos he subrayado la importancia de la diferencia entre el concepto de un principio físico universal de Platón, en tanto poder, un principio de causa o intención, por un lado, y, por el lado opuesto, la opinión de la facción pro sofista, la de la noción de Aristóteles de lo que sólo es un efecto llamado energía. Kepler, por ejemplo, identifica a la gravitación como la intención eficiente de Dios. Mientras que los seguidores de Aristóteles, como por ejemplo Claudio Ptolomeo, Copérnico, y Tico Brahe, definen el movimiento planetario según la prescripción de Aristóteles, como la consecuencia ominosa de lo que ellos alegan que saben es una agencia inconocible, próxima, de “suyo evidente”.

Un principio físico universal es una intención premeditada de actuar, una acción intencional con clases específicas de efectos característicos. Así, cuando descubrimos una hipótesis probada por experimento como principio físico universal, hemos puesto las manos de la mente sobre un poder voluntarioso, según el concepto pitagórico, platónico de poder, un poder para cambiar el ordenamiento pertinente del universo. Al desplegar adrede ese poder de forma apropiada, cambiamos el universo en ese grado, de una forma congruente con el Geistesmasse de ese principio. La expresión matemática de la acción resultante es la sombra, el rastro que deja el invocar ese poder.

Estos poderes que descubrimos han existido en el universo desde antes de que los descubriéramos. Sin embargo, una vez descubiertas y desplegadas como agentes de nuestra voluntad, la geometría física de la interacción de la humanidad con el universo cambia, un cambio efectuado por usar el hombre el descubrimiento de principios universales, o intenciones antes desconocidos o no usados, pero existentes.

Esto nos lleva a una inspección más cuidadosa de la forma en la que descubrimos esos poderes. Esto, a su vez, nos conduce hacia el descubrimiento de cómo funcionan también la poesía y la tragedia clásicas. El discernimiento de esa cualidad de composición artística clásica nos muestra cómo las formas de comunicación asociadas con la composición artística clásica comparten características comunes con el descubrimiento de principios asociados con la física matemática, aunque difieren con ella. Este conocimiento de esa conexión, nos potencia para definir una ciencia de economía física de una manera eficaz, lo que no es posible de otra forma.

La conexión es el principio de la ironía; la concepción física expresada en lo matemático por el dominio complejo de Riemann y demás es la misma clase de concepción expresada a través de la ironía clásica en tales formas de composición no plásticas como la poesía y el drama, y el principio clásico de la escultura como se replica por la revolución riemanniana implícita en el concepto de la perspectiva en la pintura de Leonardo da Vinci.[13] Al igual que en la ciencia física del dominio complejo el objeto no visible, el principio universal a descubrir, deja el efecto de su paso, como una pista preñada de ambigüedad paradójica —verdadera ironía clásica— sobre la imagen explícita desplegada a los sentidos. Compárese esto con la forma en la que Riemann aborda el tema de la proyección de un proceso físico real, alojado dentro del dominio complejo, como un efecto sombreado de la proyección sobre una superficie esférica y plana mostrada dentro de los límites de la percepción sensorial.

Tomemos el caso de un drama histórico de Shakespeare o de Federico Schiller, y comparemos ambos con el Prometeo encadenado de Esquilo.

Respecto a la leyenda de Prometeo, considérese la verosímil historia que Diodoro Sículo, de la época de Roma, recogió de los bereberes de su tiempo. Compárese el relato de Diodoro con el argumento del Prometeo encadenado; pensemos en la comparación de las tragedia–leyendas de Shakespeare tales como El rey Lear, Macbeth y Hamlet, con las leyendas de las que Shakespeare tomó las premisas de esos dramas. ¿Cómo deberemos leer el Prometeo encadenado? ¿Dónde está y cual es la realidad que encuentra la percepción sensorial como una mera proyección de la realidad del drama sobre el proceso en escena percibido por los sentidos? El relato de Diodoro no es indispensable para conocer el drama de Esquilo; pero, es más que ligeramente útil para disponer al miembro del elenco o al público, a captar la realidad que refleja el drama.

Me explico. Debiera ser obvio, de la reflexión sobre lo que he escrito y hablado hasta ahora sobre el tema de la relación del drama clásico con la historia, que el objeto de la composición y dirección de la interpretación de un drama clásico, es disponer a los miembros del público a ver la obra en el escenario de la imaginación de los miembros del público, en lugar de enfocarse de forma literal en la que puede verse y oírse en el escenario. Como es el caso del enfoque riemanniano del dominio complejo, también en el arte clásico lo que se ve y oye en el escenario debe reconocerse como meras sombras de lo que se conoce en la escena de los poderes cognoscitivos de la mente del público.[14]

El propósito del dramaturgo, director o actor clásico es no hacer nada manifiesto que distraiga la atención del público o la del autor, director y actores por igual, de esa realidad en curso que existe sólo en el escenario privado de la imaginación del auditorio, como Shakespeare le sugiere al público, por medio del Coro, en la apertura de Enrique V.

En un drama clásico tratado como un tema histórico, por ejemplo, el compositor y los intérpretes del drama no deben hacer absolutamente nada que distraiga de la especificidad histórica exacta del lugar y el tiempo históricos reales en los que se sitúan realmente los acontecimientos del drama. En el caso de un drama clásico, cualquier esfuerzo de hacer “pertinentes” los detalles de las acciones y el escenario del drama a la experiencia contemporánea del público, o, como el Teatro Mercurio de Orson Welles lo hizo, de adaptarlo a una época diferente que lo que se propone el drama o a la época actual es un fraude romántico contra la obra y su público.

Esos requisitos del drama clásico que he citado hasta aquí, debe reconocerse que reflejan el principio que Leibniz llamó análisis situs.[15] Hay varias implicaciones de ese principio de geometría física que deben subrayarse como de pertinencia inmediata para mis descubrimientos en la economía física de la sociedad política. La importancia de cualquier acontecimiento, cualquier acción, yace en su especificidad histórica, así como en el contexto en el que ese acontecimiento actúa tanto sobre la sociedad, como también sobre la situación de esa sociedad dentro de un proceso de desarrollo que se despliega en su propia historia en la más general. Por tanto, no puedes situar un drama en ningún otro escenario que su escenario histórico real; pero debes tomar en cuenta el efecto de esa historia real sobre el proceso que moldea en la realidad la historia posterior.

El escenario de la imaginación sobre el cual debe verse la representación por el ojo mental del público, son el tiempo y lugar histórico reales, y su cultura real, las cuales son el lugar que el dramaturgo ha asignado a los sucesos representados en la obra. Montar la obra en una vestimenta diferente a la indicada para ese tiempo y lugar es un crimen del dramaturgo o del director. Montar la obra en la escenario de la imaginación incorrecto, es una falla moral tanto de los críticos como de los otros miembros del público. Cualquier opinión expresada por el director, los críticos o el público después de que hayan perpetrado sus crímenes contra el arte, en el menos peor de los casos, no cuenta.

En otras palabras, las interacciones apareadas entre los personajes en escena no pueden resituarse de forma competente, libremente en ningún otro lugar en cualquier localidad de la sociedad, en su lugar en la historia. En otras palabras, una interacción apareada de un lugar de la historia, no puede compararse, sobre la base de una semejanza inferida, con una acción apareada de algún otro lugar de la historia. El dicho de Casio “somos subordinados”, en el Acto I del Julio César de Shakespeare, ocurre en ese escenario específico, en la secuencia de acontecimientos en la antigua Roma; tiene un significado diferente en ese escenario que en cualquier otro. Aun así, la caída del Imperio Romano, que surgió del ascenso y la muerte de Julio Cesar, es un acontecimiento que ha tenido un efecto real, transmitido desde entonces. No obstante, esa transmisión ocurrió a través de la caída del Imperio Romano, de los horrores del periodo medieval, y del intento de regresar el reloj a los tiempos medievales que se expresó en el asesinato judicial del sir Tomás More, de quien se hacen eco las historias de Shakespeare. La historia es un proceso en desenvolvimiento, de forma tal que la importancia de los acontecimientos para la historia no puede tomarse fuera de la secuencia de tiempo y lugar en el que ocurren.

Ahora, dentro de ese marco de referencia empieza la revisión de los principios del drama clásico comparando la crónica de los bereberes de Diodoro con el Prometeo encadenado de Esquilo.

Prometeo y el análisis situs

Diodoro relata la llegada de un antiguo pueblo de los mares a una región aledaña al estrecho de Gibraltar, donde habían vivido los ancestros remotos de los bereberes. Los que llegaron, que se conocieron en los antiguos tiempos griegos como Titanes, eran implícitamente maestros en la astronomía y la navegación, que se habían establecido en la región costera de la cordillera de Atlas, y durante un tiempo habían dominado a los bereberes. Luego, vino un momento en que los hijos de una concubina llamada Olimpia, conducidos por su hijo Zeus, se sublevaron contra el padre putativo de sus hijos, el tirano que reinaba en el asentamiento. Una figura destacada de esa época y lugar, Prometeo, había simpatizado con la oposición a la tiranía de la época, pero se le conocía como proponente de que la ciencia de la época se diera a conocer a la práctica de los pueblos sujetos, los pueblos que fueron los ancestros de los bereberes entrevistados por Diodoro.

Obviamente, si seguimos el relato de Diodoro, los descendientes del parricidio dirigido por Zeus, llevan el nombre de Olimpia, para devenir en el nombre de un lugar cargado de misterio y relativamente inaccesible esa época, la famosa montaña de cima nevada que encontraron situada cerca del actual golfo de Tesalónica en Grecia.

En el Prometeo encadenado de Esquilo, Zeus y su pandilla olímpica han apresado al inmortal Prometeo, y lo han condenado a una tortura perpetua en castigo por poner la ciencia y la tecnología a disposición del pueblo subyugado. Todo esto forma parte de un esquema de desarrollos entre las culturas marítimas, conocidas como los Pueblos del Mar, que se establecieron en las regiones litorales del Mediterráneo, construyeron ciudades, asentamientos cuyas fortificaciones acostumbradas se levantaban contra las amenazas provenientes del interior del territorio. Este relato concuerda con varios aspectos decisivos de los escritos de Heródoto y Platón, entre otros, y con los aspectos conocidos de la astronomía de la prehistoria y de la astronomía griega posterior hasta el período de fines de la guerra del Peloponeso, y con las condiciones del Mediterráneo y regiones adyacentes durante el período helenístico que precedió a la muerte de Eratóstenes y al asesinato de Arquímedes en el período de finales de la segunda guerra Púnica de Roma, inclusive.

Estos elementos de prueba deben ubicarse en el marco que resulta al poner de relieve el estudio del surgimiento de la civilización europea en los últimos 20.000 años, aproximadamente, al salir del último período largo de glaciación general, durante el cual el nivel de los océanos se encontraba de 100 a 130 metros por debajo de su nivel actual. En este proceso la piedra angular más importante para definir la historia interna del surgimiento de la civilización europea, la definió la obra de Schliemann sobre Micenas y Troya (Ilium); que Schliemann haya podido mostrar los sitios de Micenas y Troya a partir del estudio de la Ilíada, debe compararse con el Orión y El hogar ártico en los vedas de Bal Gangadhar Tilak, como hitos de la comprensión en tiempos modernos de la facultad de transmitir conocimiento histórico con sorprendentes elementos de exactitud —como fechas astronómicas definidas de modo general— mediante la tradición oral de la poesía a lo largo de miles de años, o más. Los relatos de Platón, como su Timeo, reflejan este hecho y su importancia para nosotros, para entendernos a nosotros mismos, todavía hoy en día.

Considerando la historia de la civilización europea emergente desde ese ángulo ventajoso, y correlacionando esto con algunos elementos decisivos de conocimiento físico real con relación a la astronomía, el desarrollo de variedades de plantas cultivadas, y demás, tenemos el siguiente elemento pertinente a la definición de la importancia fundamental, para la sociedad de hoy, de tópicos tales como el Prometeo encadenado de Esquilo. Tómese esa línea de investigación en nuestra revisión de los métodos de composición artística clásica y de interpretación de drama clásico. Frente a estos elementos combinados como telón de fondo para considerar, véase al Prometeo encadenado como el prototipo de las cualidades de la antigua tragedia clásica griega que sirvieron como precedentes a las obras modernas de Shakespeare, Marlowe, Lessing y Schiller, incluyendo, lo que es más notable para este caso, los dramas de Shakespeare Lear, Macbeth, y sobre todos los demás, Julio César y Hamlet.

El término “griego” para la civilización del período de la guerra de Troya, fue una reflexión posterior. Lo que hubo en el milenio del derretimiento glacial y poco después, antes de los acontecimientos de la Ilíada, fue una poderosa oleada de influencia de pueblos conocidos generalmente como “Pueblos del Mar” en el Mediterráneo. Hubo, de acuerdo con Heródoto, una corriente que puede atribuirse a la cultura marítima de pueblos del grupo lingüístico drávida y que fundó una civilización al sur de Mesopotamia (Sumer) y otras regiones del océano Indico, y también la Canaán fenicia (por ejemplo Tiro). Hubo un grupo contrario que llegó al Mediterráneo desde las costas norteñas y ribereñas de Europa a través de Europa Central o desde el Atlántico, un grupo posterior que incluye el tema de los olímpicos y los Pueblos del Mar que más tarde se asocian con, diversamente, lo que los relatos modernos asocian con la colonización griega de las regiones litorales de la Grecia actual, las colonias jónicas de Asia Menor, el sur de Italia y Cirenaica.

El rasgo característico de lo que surgió como corriente principal en la cuna de la civilización europea en Grecia fue la influencia de la cultura del antiguo Egipto, en especial el impacto de la astronomía egipcia que se refleja en los diseños de las grandes pirámides en Gizeh. Las características “genético–culturales” internas de los diversos relatos del marco histórico de las personalidades del Prometeo encadenado de Esquilo, las sitúan entre los límites de elementos característicos contribuyentes que componen el papel dominante de una cultura transmitida desde el Atlántico común a Egipto y la antigua Grecia, el principal linaje cultural de la presente civilización europea extendida al mundo, desde sus orígenes hasta la actualidad.

En ese momento nacen los aspectos internos del Prometeo encadenado de Esquilo como reflexión clásica griega, en las condiciones que comprenden la experiencia contemporánea de la personificación de la cultura griega, en una lucha que se llevó a cabo durante los tiempos de Esquilo, una lucha cuyas implicaciones se nos hacen claras, desde esa época hasta la fecha, principalmente gracias a los diálogos de Platón.

El conflicto es específico al conflicto entre Zeus y Prometeo, pero el principio que expresa es universal. En tanto que cambie el marco de la acción propia de ese principio, el principio se expresa de una forma nueva, históricamente específica distinta de las expresiones anteriores; no obstante, el principio mismo sigue siendo universal, como cualquier principio físico universal. El estudio de la historia desde esta perspectiva constituye el cimiento de la práctica eficaz del estadismo. Mediante la adopción de la óptica de la distinción entre las formas de acción y los principios históricos universales superiores a los que se someten, ubicamos las diferencias específicas en el modo en que formas de acción al parecer similares adoptan formas diferentes en diferentes circunstancias históricas específicas.

La distinción que hay que hacer al respecto es la misma distinción que hay entre principio universal y percepción sensorial que he destacado para la ciencia física en general. La percepción sensorial es históricamente específica a las circunstancias en que se percibe. La combinación de la percepción sensorial con el reino superior del principio, que requiere la noción del dominio complejo, tiene el paralelo al que acabo de referirme en el dominio de los principios artísticos clásicos.

Las interpretaciones necias de la historia, como las de los empiristas, sustituyen los verdaderos principios físicos universales por las dizque evidentes reglas de interacción social apareadas, como hacen los empiristas Hobbes y Locke. Luego sustituyen esas interacciones, así percibidas, con la noción de un principio real. El significado de esta distinción viene a ser más claro cuando consideramos el caso de la trilogía de Wallenstein de Schiller, a partir de la cual nació una nueva forma de estadismo en base a principio, “la ventaja del prójimo”.

El Renacimiento del siglo 15, con centro en Italia, había sustituido las bestialidades sucesivas del “ínterin” ultramontano del sistema imperial cuasirromano de Venecia, con el principio del Estado nacional soberano moderno. Los venecianos contraatacaron más tarde utilizando la doctrina terriblemente racista de la Inquisición, en un intento por destruir la civilización moderna, para regresar el reloj a un principio de brutalidad ultramontana; las guerras religiosas y demás de 1511 a 1648 casi destruyeron la civilización moderna. El principio de la separación de la religión y el Estado, que se logró mediante el principio del Tratado de Westfalia, creó un nuevo estado de cosas en la civilización europea, el cual luego, a su vez, hizo peligrar el modelo liberal angloholandés.

Las acciones que ocurren en cada uno de estos y otros estados sucesivos de organización en la sociedad, definen una diferencia cualitativa en significado entre lo que es aparentemente la misma forma de acción interpersonal en una sociedad, y una acción interpersonal superficialmente similar en otra. El cuadro resultante de la historia, en realidad, se describe justamente como “riemanniano”.

De este modo, para la Atenas clásica de los tiempos de Solón y Pisístrato a través de los diálogos de Platón, la leyenda de Prometeo tiene una cualidad de principio que resuena por toda Europa, las Américas, y en cualquier otra parte, a través del renacimiento clásico de la época de Goethe, Beethoven y Shelley, y aún hoy día. No es un cuento, ni ficción, sino más bien la expresión de un principio cuya veracidad histórica reside en la misma cualidad de pertinencia para las relaciones sociales, que un principio físico universal válido tiene para la relación de la humanidad con los espacios–fase universales combinados de los procesos abióticos y vivientes como tales.

Desde tiempos antiguos, como los que se atribuyen a la brutal opresión de Zeus de los bereberes, la cuestión primaria de principio universal para el hombre ha sido el problema de la tiranía ejercida por una oligarquía sobre la gran masa de seres humanos degradados a la condición de ganado humano en variedades de caza o de cría. El principio decisivo que plantea este legado de la brutalidad del hombre hacia el hombre es la cuestión de la negación del derecho universal de todo ser humano a la práctica del progreso científico–tecnológico a favor del hombre. La imposición de una tiranía de “cero crecimiento tecnológico” ha sido la característica de toda tiranía brutal, y en última instancia ruinosa, que se ha practicado desde los tiempos de dichos legendarios seguidores del Zeus olímpico hasta los seguidores de Bertrand Russell de la Sociedad Fabiana, hasta el presente.

La cuestión científica decisiva que plantea el ejemplo de la tiranía del modelo oligárquico organizado en la compañía del Zeus olímpico, es que la supresión relativa del progreso científico y tecnológico de la sociedad, “a nombre del ambiente de Gaia”, Magna Mater y demás, y los cultos afines a la brujería, son una negación bestial de la naturaleza del hombre, de los requerimientos en que ha incurrido la humanidad debido al modo en estamos aparte, y por encima de las bestias. Son una negación hábil de la naturaleza del individuo humano; en lo teológico, no son otra cosa que satánico, en el sentido específico de que la negación de la cualidad de lo divino en el hombre es una cuestión de principio universal, comparable y arraigado en la imagen del hombre hecho a imagen del Creador. Cuando el hombre se come al hombre o se empeña en expresiones comparables de considerar al hombre sólo como otra bestia, se viola toda ley natural y toda noción tolerable de moralidad.

En tanto que la lucha por la libertad humana ha alcanzado el umbral de algún grado cualitativo de éxito, como en el Renacimiento del siglo 15, y la asociación de la Revolución Americana con el renacimiento clásico del siglo 18 centrado en torno a figuras tales como Abraham Kästner, su alumno Gotthold Lessing, Moisés Mendelssohn, Federico Schiller y demás, la imagen de Prometeo a que se refiere Esquilo tiende a salir más y más de nuevo a ganar fama. Como corolario, el impulso contrario resurge como reacción a la nueva amenaza de la causa de la libertad humana, una reacción que expresa los impulsos bestiales de una oligarquía tiránica, que se hace eco de la oligarquía olímpica de Zeus y del código délfico de Licurgo de Esparta,

A este respecto, hay dos cuestiones a destacar. Primero, que el drama de Esquilo es una transacción dentro de los límites históricos específicos de la Atenas de su época (526–455 A.C.), que refleja el humanismo cuya expresión reemergente se encarnaba en la influencia posterior de los diálogos socráticos de Platón. Segundo, que así como cada descubrimiento de un principio físico universal tiene una fecha y un autor asociado, del mismo modo en esa época se afirmaba el concepto de la cualidad y el destino prometeico de cada uno de los miembros de la humanidad, de esa manera, como un verdadero principio universal del universo, una lucha en numerosas culturas específicas diferentes, en que acciones al parecer similares tienen una cualidad de significado específico diferente.

Esas consideraciones ubican la siguiente serie de cuestiones fundamentales.

Shelley, Schiller y Shakespeare

El En defensa de la poesía de Percy Bysshe Shelley, que influyó muchísimo mi propia cosmovisión desde mi adolescencia temprana, es, cuando se le aprecia como es debido, uno de las grandes obras científicas de los tiempos modernos. Podrían destacarse aún hoy dos cosas —que fueron de suma importancia para mí cuando vine a familiarizarme con la obra—, como las más decisivas de ese ensayo en su conjunto.

La primera de estas era que él pone de relieve, como cuestión de hecho histórico y de principio, que hay períodos en la historia de un pueblo en los cuales aumenta la capacidad para impartir y recibir conceptos profundos y apasionados sobre el hombre y la naturaleza, como en la secuela de ese surgimiento, con centro en Alemania, del renacimiento clásico a fines del siglo 18, que se difundió hacia Inglaterra en formas tales como revivir a Shakespeare allá a través de parteras alemanas, como diría Sócrates, tales como Kästner y Lessing.

La segunda, es el énfasis que pone sobre el resurgimiento de la poesía (clásica) como la expresión más característica de tales grandes períodos de una cultura nacional. Le debo a mi opinión ciertamente crítica —durante los años inmediatos de la posguerra— al Seven Types of Ambiguity (Siete tipos de ambigüedad), de William Empson, el haberme provocado con sus razonamientos e ilustraciones a distinguir el papel de la verdadera ironía como forma de acción en la comunicación, que es el correlativo exacto del descubrimiento científico creativo y su comunicación. El resultado fue mi elaboración en 1948–1953 de la congruencia de mis descubrimientos en la ciencia de la economía física con los principios que reflejaba la composición de las formas superiores de poesía clásica.[16]

Mucho después, a principios de los 1980, y con la ayuda de algunos destacados eruditos en el sánscrito de los vedas, obtuve pruebas asombrosamente placenteras del poder de transmisión precisa de ideas científicas, como señala Tilak, lo cual es algo peculiar a los principios inherentes a los modos clásicos de la composición musical de poesía.

A partir de esas fases de desarrollo de mis conceptos en estas materias, seleccioné esos aspectos del modo clásico del contrapunto bien temperado, al cual se atribuye el origen de la mejora del poder de comunicación de la poesía, en formas tales como las formas italiana y alemana del bel canto florentino para poner música a la poesía. Debe tomarse en cuenta el papel desempeñado por Dante Alighieri, Petrarca, Leonardo da Vinci y ciertos compositores ingleses entre los contemporáneos de Shakespeare, como el exiliado John Bull, para aclarar ciertos nexos pertinentes. Es por este motivo, como detalla Jenner en cuanto a la instrucción de Johannes Brahms en esta cuestión, que como regla general, la poesía a la que compositores clásicos dotados le ponen música para cantarla, es superior en la expresión de ideas que el texto de la poesía original empleada.[17] Esto lo destacó Beethoven, quien mostró que la superioridad de la poesía de Schiller sobre la de Goethe, por ejemplo, era lo que hacía más difícil musicalizar la poesía de Schiller. La expresión musical clásica mejora a la poesía de tal modo, que elimina los defectos del poema seleccionado para su musicalización, si los defectos existen.

La voz humana cantante y hablante, cuando se le desarrolla y utiliza al modo florentino del bel canto, no es un ornamento del discurso, sino un aspecto integral e indispensable de la capacidad de comunicar ideas, que corresponde a los medios por los cuales se pueden comunicar “ideas profundas y apasionadas con respecto al hombre y la naturaleza”. Es por ello que, hasta la fecha, el modo del bel canto específicamente florentino del siglo 15, para la educación de la voz en el canto, como está grabado en piedra en el interior de la catedral de Florencia, se emplea propiamente como la fuente italiana de la capacidad para la educación de la voz humana hablante de manera acorde con las facultades de la razón creativa humana.[18]

Esto lo confirma mi experiencia de más de 60 años. La decadencia del siglo pasado, y la decadencia más profunda que se apoderó de la cultura artística de Europa y los EU durante los años de la posguerra, pero en especial con el surgimiento a mediados de los 1960 de la contracultura juvenil del rock, las drogas y el sexo, ha correspondido a una profunda caída acelerada de las cualidades intelectuales, y también de las capacidades musicales físicamente determinadas, de la población en general, incluyendo, muy en particular, a los graduados de las universidades, incluso esos que tienen grados avanzados o que enseñan en esas instituciones. La pérdida de los hábitos adquiridos de la ironía clásica, como los que defendía Empson a su propio modo y grado, constituye la expresión generalizada de una decadencia moral e intelectual que se manifiesta como un derrumbe en la productividad científica creativa respecto a cuestiones de principio, y en la capacidad de producir o hasta de comprender modos inteligentes razonables de discurso y canto.

Los más grandes períodos de florecimiento de la cultura de un pueblo son los períodos que pueden definirse como marcados por las producciones e influencia de pensadores originales, con las cualidades que satisfacen las especificaciones establecidas e implícitas en el ensayo de Shelley. El Renacimiento del siglo 15, la obra y la influencia de Shakespeare, la revolución científica del siglo 17 posterior a 1648 en Europa, la influencia de J.S. Bach, que irradió desde Sajonia, el renacimiento clásico, científico y artístico encabezado por Alemania a finales del siglo 18, que se asocia con la Revolución Americana, son emblemáticos de la clase de experiencias a la que se refiere Shelley. De este modo los grandes dramas de Shakespeare y de Schiller, y el papel desempeñado por Lessing como precursor de Schiller, definen un período, como el de la producción de Shakespeare antes, que tiene una correspondencia singular con el efecto combinado del gran drama clásico de la antigua Atenas, como la utilización del drama en tanto diálogo socrático por Platón.

Toma, por ejemplo, el caso del Wallenstein de Schiller. La situación es la de la fase de 1618–1648 de un plan de guerra religiosa en la cual los Habsburgo de España y Austria son los actores principales. Actúan a nombre de un esfuerzo que arranca en principio del establecimiento de la Inquisición española de Tomás Torquemada, para erradicar y destruir el establecimiento de los primeros Estados nacionales modernos en Francia e Inglaterra, y la influencia de estos en la tendencia a derribar el legado ultramontano de siglos que estableció la alianza entre la oligarquía financiera de Venecia, la aristocracia normanda y demás, y regresar el reloj de la sociedad moderna al medioevo.

Este es el modelo en el cual más tarde, la Compañía de Indias Orientales británica de Lord Shelburne y demás buscaría sugerencias sobre cómo diseñar un instrumento, la orden francmasónica de los martinistas de Joseph de Maistre y demás, que procuraría destruir la posibilidad de que el establecimiento exitoso de la república estadounidense condujese a reformar a Europa, y a Francia en lo inmediato, y así destruir la posibilidad de cualquier fuerza presente o futura que amenazase el poderío recién establecido de un Imperio Británico de facto.

Sólo un enfoque imparcial de discernimiento desde arriba de ese carácter y situación específica de la guerra de los Treinta Años en su conjunto, define de forma competente el papel que desempeñaron todos y cada uno de los actores que presenta Schiller en su trilogía de Wallenstein. La cuestión de la situación real de 1618–1648 para Schiller, era definir el problema abordado por el Tratado de Westfalia de 1648. El europeo de fines del siglo 18 no puede reubicar 1618–1648 en sus circunstancias contemporáneas, sino que debe entender al mundo como se le presenta de resultas de los suceso específicos del conflicto de 1618–1648. Cualquier interpretación diferente del drama, o, por ejemplo, del carácter del mismo Wallenstein, sería absurdo, al grado de mostrar la incompetencia del entendimiento artístico del crítico.

Examina el tratamiento que da Schiller a Juana de Arco. El quid funcional del drama es la inmortalidad de Juana, una inmortalidad que, aunque lograda en su acción, se reconoció por su impacto en la historia futura de Europa después de su muerte.[19] Esa inmortalidad, como se expresa lo que resulto de su muerte para Europa en general, deviene así en el único significado verdadero del mismo drama. Ese es el principio del análysis situs, ya sea en el arte o en un contexto físico–matemático.

Compara eso con un objetivo diferente, el papel de la ironía en un poema clásico. En vez de elaborar una serie de ejemplos, procedamos más rápidamente a la cuestión fundamental por otros medios apropiados.

La ironía en la poesía y en la ciencia. . .

Toda expresión notable de formas clásicas de poesía, y de comunicación oral y escrita entabladas bajo la influencia de dicha poesía, desafían la comprensión de todos los pedantes adoradores de los diccionarios. El principio así manifestado en todas las formas cultas de comunicación hablada, expresa otro que corresponde al que hoy se conoce como las implicaciones físico–geométricas del dominio complejo, el dominio que el ensayo de Gauss de 1799 defiende de forma implícita del fanatismo histérico de los empiristas doctrinarios como Euler y Lagrange entonces, y de los seguidores de esos empiristas como Laplace, Cauchy, etc., hasta la adoración generalizada de esa misma secta empirista en el aula universitaria moderna. Incluso el uso moderno del estilo en prosa, como el de muchos redactores, son un reflejo de los efectos mortales que el intento de tratar el lenguaje oral y escrito conforme las nociones de los reduccionistas radicales —de hacer una lectura deductiva del texto per se— tiene sobre las facultades cognoscitivas del estudiante y de los lectores.

Entre las expresiones extremas del analfabetismo empirista radical entre los profesores, redactores y lectores hoy, se encuentra la involución de la ahora tan de moda nueva camada de “cronistas noticiosos” de radio y televisión, a imitación oral de una máquina de teletipo descompuesta. A veces esto se alaba como un intento de alcanzar las metas del reportaje “gratuito”; lo que se consigue es algo poco menos que despreciable. Para quienes quieran evitarse el fastidio censurable que fomentan tales recitaciones estúpidas como de teletipo, hay a mano un método ligeramente diferente: las formas de estilo oral que equivalen a colorear un dibujo de por sí inservible con toques emocionales, haciendo alusiones a lo que se llama simbolismo o, de forma más correcta, “inclinación simbólica”.

Si las expresiones robóticas de teletipo son malas, el intento de aplicar el simbolismo a la recitación de un ejemplo valioso de poema clásico, raya en lo criminal.

Por ejemplo, Heinrich Heine, mientras no estuvo viejo, enfermo y desmoralizado, al punto de abandonar la pelea, representó el epítome reconocido de su guerra contra el romanticismo, reconocido por algunos de los más grandes compositores de su época. Por ejemplo, tenemos las composiciones de Franz Schubert en la colección de canciones publicadas con el título de “Cantos del cisne”, y la rica provisión de Heine a la que Robert Schumann puso música. Cuando se comparan estos poemas con el devastador ataque de Heine a la “Escuela Romántica”, de la que fue víctima por un tiempo un Goethe posterior a Schiller, la verdad de la poesía surge en arreglos musicales como los ciclos de canciones de Schumann, entre ellos el Dichterliebe; en especial el dramáticamente claro Ich grolle nicht! (“¡grrr-olle!”) y las últimas dos canciones tienen cierto impacto cuando se interpretan de forma adecuada, con la comprensión educada en la tradición del bel canto florentino, el cual no deja duda de la intención tanto del poeta como del compositor.

La cualidad que le transmiten, por ejemplo, los arreglos musicales de Schubert y Schumann a la poesía de Heine, al interpretarlos un solista y un acompañante apropiados, es un sentido del humor especial en todos los participantes: el poeta, el compositor, el cantante y el músico acompañante, recordándonos a veces, no por accidente, la mejor variedad de esa tradición vienesa del sentido del humor que brotó con tanta claridad en Haydn, Wolfgang Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann y Brahms, un ánimo festivo que Schumann y Félix Mendelssohn muestran en su trabajo en Leipzig, una suerte de ánimo festivo arraigado en el genio de J.S. Bach y sus fieles seguidores. Esto lo demuestra la dirección de Wilhelm Furtwängler, en la que una sensación de “tocar entre las notas” se presenta como la diferencia entre estados mentales más o menos apolíneos o dionisíacos, y la cualidad prometeica de la gran dirección y composición musical, del modo que, con un efecto abrumador, la “Missa solemnis” y los “últimos cuartetos” de Beethoven son típicos de esto.

Mi referencia a la composición musical clásica y su ejecución no es sólo una ilustración del tema de trabajo; va al meollo de los secretos de los modos inteligentes de discurso ordinario y, por tanto, de escritura. Por ejemplo, en otros tiempos, entre los físicos matemáticos importantes nos encontrábamos con un gusto por la composición musical clásica, un gusto de una cualidad que el matemático común no tiene. Un empirista o un aristotélico de veras congruente es incapaz de tener un sentido del humor honesto sobre casi nada de lo que en realidad es importante en el dominio de las ideas. Estos últimos no pueden evitar el impulso, al parecer instintivo, que surge de sus adentros, de odiar a Dante Alighieri, Nicolás de Cusa, Erasmo de Rótterdam, Rabelais, o de admirar a las figuras equivocadas, tales como, quizás, la puta Maritornes del Don Quijote de Cervantes. Lo que odian de Kepler y Leibniz, por ejemplo, es esa cualidad de creatividad que se expresa como una forma especial de risa. Por lo general, la persona que no tiene acceso a disfrutar de las composiciones artísticas clásicas sufre una incapacidad emocional y, por ende, intelectual.

Aquí y ahora, a este respecto, sale a relucir el nexo fundamental entre la ciencia física y la composición artística clásica.

En la historia de la ciencia europea, a más tardar desde la obra de los pitagóricos, la definición de una noción válida de conocimiento humano ha dependido de la distinción entre esas sombras de la realidad conocidas como percepción sensorial, y la realidad de esos poderes eficientes, de esos principios físicos universales que gobiernan el universo, pero que residen más allá de la esfera de la percepción sensorial. En una práctica competente de la ciencia física, como en las tradiciones de los pitagóricos, Platón, el cardenal Nicolás de Cusa, Leonardo da Vinci, Kepler, Leibniz, Gauss y Riemann, la noción de ideas, en tanto distintas de las meras impresiones sensoriales, reside en lo que Dirichlet, Riemann y otros en principio definían como el dominio complejo, las ideas en tanto Geistesmasse. Propiamente, es lo mismo en todas las formas de arte clásico, incluyendo las formas de poesía y drama clásicos que constituyen el modelo de referencia de toda forma culta de discurso humano.

Esta perspectiva de principio en el uso del lenguaje implica la existencia de una suerte de dominio complejo en el discurso, por cuyo método las ideas para las cuales no existe de antemano una palabra apropiada se transmiten del hablante al oyente, tal como Gauss de una forma implícita, y Riemann de una explícita, definen esas ideas que residen más allá de los límites de una matemática literal, en el dominio complejo. En el uso culto del discurso y la escritura, el dominio complejo es el de la ironía clásica.

En la ciencia física, la noción de un principio físico eficiente universal que existe más allá de los medios directos de la percepción sensorial, como es el caso del descubrimiento singularmente original de Kepler de la gravitación universal, se refleja en tanto cualidad sistémica de anomalía en los procesos observados.

La observación de Kepler, de que la órbita de los planetas observados describe una trayectoria elíptica, mostró la existencia de un principio invisible, pero eficiente, de cambio constante que opera al efecto de generar “áreas iguales en tiempos iguales”. Esto se convirtió en el descubrimiento central en el que Kepler fundó la tarea que le asignó a los futuros matemáticos, de desarrollar un verdadero cálculo diferencial infinitesimal y una teoría general de las funciones elípticas. Esta tarea de Kepler llevó, no sólo al descubrimiento de Leibniz de dicho cálculo diferencial, sino al posterior refinamiento del descubrimiento original, hecho en concierto con Jean Bernouilli, de que semejante cálculo diferencial infinitesimal tiene que expresar un principio físico universal de acción mínima.

La audaz declaración de Riemann en su disertación de habilitación de 1854, de que todas las nociones a priori del espacio, el tiempo y la materia, al igual que las (de hecho) aristotélicas o euclidianas, deben proscribirse de la ciencia física de aquí en adelante,[20] refleja el método que tiene que emplearse para mostrar la multiconexión que existe entre los principios de la ciencia física y los de la composición artística clásica.

A este respecto, el dominio complejo es exactamente lo que de forma típica representa la función de la ironía clásica en la poesía y el drama.

El miembro de la especie humana seguido enfrenta nuevas ideas para las cuales el orador o el oyente no disponen de un nombre de entre los términos existentes en el diccionario personal de su mente, y a menudo ni siquiera en ningún diccionario a mano. ¿Cómo nombrará esa idea para la cual, hasta donde sabe, no hay una palabra? En la ciencia física —del modo que la Nueva astronomía de Kepler se cuenta entre las mejores fuentes que ilustran esta cuestión— surge la misma clase de problema, en principio, dondequiera que las pruebas aportadas llevan a una contradicción que no puede resolverse en el marco preexistente de conocimiento del oyente (o del orador). En el dominio de los ejemplos aceptables de la poesía y el drama clásicos, ese problema de la ciencia, como lo ejemplifican las pruebas que Kepler encaró, se llama ironía clásica.

. . . y en el arte

Para crearle un nombre a una idea —ya sea una idea que el informante acaba de descubrir, o una que alguien que está familiarizado con ella presenta a personas que no lo están—, uno tiene que presentar una suerte rigurosa de ironía clásica, por la que Shakespeare es famoso por mérito propio. El bobalicón terco, al enfrentar dicha ironía, se rehúsa a pensar de manera cognoscitiva y, por ende, a menudo puede responder con expresiones tales como: “En otras palabras, lo que usted quiere decir podría decirse en palabras más llanas como. . .” Seguido, el bobalicón supondrá que la ironía del orador era simple simbolismo, al modo que Franz Liszt apenas parodió la composición clásica, de modo simbólico, con arranques sexuales de fragmentos musicales, o como lo que le haría un músico diestro, aunque malo, a la ejecución de una obra de Beethoven, Schumann o Brahms.[21]

Es cierto, como lo atestigua la obra de los más grandes compositores de canciones clásicas, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann y Brahms, que la obra de J.S. Bach dio paso a una expansión revolucionaria del poder de la música; eso, de un modo que es típico de la musicalización que hacen estos compositores de la poesía, produciendo un poder de impartir ideas que era imposible en las composiciones musicales de épocas anteriores. Cualquiera que haya experimentado el proceso que se observa al dirigir una obra coral de Bach, o enfrenta el reto con éxito o produce una ejecución chambona. Cito ese ejemplo relativamente elemental aquí para aclarar esa cuestión de fondo de la poesía y el drama clásicos que he venido desarrollando hasta aquí.

Considera dos conjuntos de ejemplos como ilustración de esto: el ejemplo de los motetes de Bach y un cuarteto de cuerdas clásico.

El caso emblemático para demostrar el principio de la ironía bachiana clásica en la música, es el contraste entre cantar cada parte, como en un motete de Bach (Jesu, Meine Freude, por ejemplo), de forma separada, y luego cantar las cuatro partes juntas. Esto, como lo demostró un coro de jóvenes en una conferencia reciente de mi asociación, exige ajustar las relaciones del cruce de voces al efecto que el famoso director Wilhelm Furtwängler describía a veces como “tocar entre las notas”. Las diferencias requeridas en la afinación, que corresponden al conjunto de modalidades clásicas, son ironías de la cualidad específica de la que depende el contrapunto clásico en el modo bien temperado.

El mismo principio es característico del cuarteto de cuerdas clásico. Beethoven llevó el principio del cuarteto de cuerdas a un dominio superior de composición con sus llamados últimos cuartetos. Así como un director calificado de coro escucha la diferencia necesaria en el ajuste de la afinación para un coral a cuatro voces, del mismo modo los músicos de un cuarteto de cuerdas perfeccionan su ejecución en los ensayos recordando qué necesitaba mejorarse al escuchar su propia práctica unos momentos antes. Tal es el origen del poder singularmente sorprendente de la dirección de Furtwängler de una sinfonía de Beethoven o de Brahms; por ejemplo, su grabación incomparable de la Novena sinfonía de Schubert, “La Grande”.[22]

En cada uno de estos casos, el efecto puede llamarse “ejecución en el dominio complejo”, la diferencia que se escucha es la tensión persistente que te tiene “al borde del asiento”, desde la acometida inicial dirigida por el director o los músicos, hasta el final. “Nada es permanente sino el cambio”, sería como podrían describirlo un Heráclito o un Platón, tal como Kepler reconoció el principio constante de cambio en tanto característica del principio físico de gravitación universal del Creador. Cada nota no es una “cosa”, sino una idea contrapuntística específica, una idea de un estado de tensión que saca adelante la ejecución.[23]

De manera parecida, la diferencia esencial entre la escultura arcaica de corte “mortuorio” y la escultura clásica de Grecia que los romanos nunca pudieron dominar, era la misma tensión provocada por un objeto específico que la mente percibe como a medio movimiento. La revolución de Leonardo da Vinci en la perspectiva fue similar: ¿La “Mona Lisa” estaba empezando a sonreír, o dejando de hacerlo?

En contraste, la obra del escultor modernista seguido le sugiere a quien la ve —que es un niño enojado golpeando contra el metal—, una mente que va a toda carrera, pero a ningún lado, dentro de la jaula de una ardilla.

La ironía clásica en la poesía o en la prosa produce en el público sensible una sensación de viajar “entre las notas”. En la composición tal, como lo ejemplifica de forma tan magnífica John Keats en su famosa “Oda a una urna griega”, se transmite un sentido poderoso del concepto de verdad y belleza, como en la experiencia de una sorpresa. Entra en escena una urna de entonces, ahora, con la oleada de un marcado sentido de la presencia de la eternidad, mediada por un sentido de belleza expresado entonces, para el ahora. Son las ideas que nos llegan como sorpresa, ideas que sólo existen en la ambigüedad de estar en medio, entre significados literales contrastantes, tal como lo hace el físico matemático con la representación de una idea que sólo existe en el dominio complejo de Riemann y demás.

La mente que no es creativa actúa como si creyese que cada idea significativa pudiera deducirse de una pauta predefinida de significados de términos, como, a lo sumo, algo semejante a una geometría apriorística euclidiana o cartesiana, o que el arte consiste en sentir impulsos puramente arbitrarios, que son originales en la medida en que son absurdos, como en un juego infantil inventado de modo arbitrario. La idea de que la mente pueda generar un significado que no sea ni deductivo ni arbitrario, sino que represente un principio coherente del universo que antes se desconocía, no existe para los propósitos de los elogios dirigidos a un gramático en su funeral. La dificultad que experimentan estas variedades diversas de desgraciados, tanto en la ciencia física como en el arte clásico, en términos genéticos representa el mismo estado turulato que expresaban Euler y Lagrange ante la realidad leibniziana del dominio complejo.

Es sólo usando la ironía clásica, que podemos descubrir el concepto comunicable de un principio. Generamos una yuxtaposición paradójica de términos, los cuales tienen un lugar prestablecido en el dominio de la comunicación. La intención de esta paradoja es incitar a la mente del escucha a reconocer una existencia real que nunca ha conocido antes. Esa paradoja, en tanto ironía, se convierte en el nombre con el cual, quienes han compartido la experiencia del descubrimiento pertinente, pueden tratar de ahí en adelante el nombre de ese poema en correspondencia, por ejemplo, con un objeto en el sentido de las Geistesmasse.

Así, Shakespeare y Schiller, por ejemplo, le dan vida a una noción de una página de la historia pasada, un principio tal como el principio universal expresado al situarlo en el marco histórico específico de la leyenda de Hamlet, como en el soliloquio del Tercer acto y en el señalamiento irónico de Horacio, cual si estuviera fuera del escenario, al final de la obra. En todos los casos, el propósito del arte clásico es definir el medio de principio de alguna situación histórica específica de la experiencia de un concepto en tanto objeto mental, del modo que se intentaría en la jurisprudencia con la forma apropiada del derecho estadounidense, en vez del derecho consuetudinario o el derecho contractual.

El sistema de Bach del contrapunto bien temperado, por ejemplo, le ofrece a toda la cultura europea moderna un servicio de una cualidad única. Usa la necesidad de llegar a un acuerdo en la composición bien temperada como una forma de disciplinar la mente al grado que requieren las nociones refinadas y más precisas de los aspectos de principio de las relaciones sociales. En vez de un escenario desnudo, o de uno cargado con un exceso desconcertante de arreos, el arte transporta la imaginación del público al escenario definido por las implicaciones “geométricas” del contrapunto bien temperado, tales como el contrapunto a cuatro voces. En ese último escenario, la mente ve lo que no se aprecia con tanta precisión de ningún otro modo. La transformación de un mero poema en una poderosa obra de arte, en tanto canción, del modo indicado por el Brahms de Gustav Jenner, o los ejemplos de Bach y otros grandes compositores previos, representa una mente de una calidad poderosamente más perspicaz. Es el poder de Shelley de impartir y recibir conceptos profundos y apasionados respecto al hombre y la naturaleza.

Ése es el reflejo artístico clásico del dominio complejo riemanniano.

Así, en la ciencia física, los principios del universo físico se revelan en las paradojas reflejadas, en tanto paradojas sistémicas innegablemente persistentes, en dechados de percepción sensorial. En la composición artística clásica tenemos una paradoja de cualidad comparable. En este último dominio, las paradojas que dan pie al descubrimiento de principios universales de los procesos sociales se expresan en la forma que da paso al descubrimiento de esta clase de principios en la composición artística clásica. Sólo los descubrimientos que corresponden a esas paradojas constituyen principios universales de los procesos sociales; el resto son meros acontecimientos específicos de una situación histórica. Los principios de la ciencia económica —que es como decir los principios de la aplicación de una ciencia de la economía física— son, así, coherentes con la noción de los principios universales de los procesos sociales, y son típicos de los principios de la composición artística clásica.

¿Por qué practicar el arte clásico? Hay muchos motivos para hacerlo, como he implicado aquí. Para simplificar, la respuesta a la pregunta debe ser: para mantener nutridas y vivas las facultades creativas de la mente.

2.  Ciencia, poesía y economía

El rastro más antiguo conocido de los calendarios astronómicos apunta a los orígenes de la pista principal del nacimiento de la civilización en la navegación transoceánica. Esta prueba coincide con los ciclos de glaciación que han dominado a la Tierra por los anteriores dos millones de años o más, y con el cuadro que ofrecen las piezas de fuentes como los antiguos calendarios vedas, así como Bal Gangadhar Tilak de la India. Desde la perspectiva ventajosa del nacimiento de la civilización europea en lo que conocemos como la antigua Grecia, nuestra atención se centra aquí en la retahíla de descubrimientos caracterizada por la astronomía que practicaba la civilización egipcia, desde antes del 2700 a.C. Como destaqué en varias ocasiones en el capítulo anterior, el desarrollo de la antigua Grecia del descubrimiento de principios físicos universales de acción mediante los métodos de la geometría esférica, representa el inicio de la ciencia conocida en la civilización europea hasta la fecha. Sin embargo, el mejor método conocido de la ciencia moderna, del modo que se desarrolló hasta el presente, se remonta al tratamiento, principalmente por fuentes egipcias, que se reflejó en el trabajo de figuras como Tales y los pitagóricos, de la forma que a su vez se reflejó en la elaboración única del método científico moderno conocido, el cual se deriva del método de la hipótesis socrática, como lo desarrolla Platón en sus diálogos.

De lo que hoy conocemos, desde el surgimiento y perpetuación de lo que conocemos como formas europeas de civilización, la práctica exitosa de la sociedad depende de trascender lo que pudimos haber aprendido, en tanto práctica, de las generaciones anteriores, para remplazar el mero aprendizaje; esto, mediante descubrimientos adicionales de principios físicos universales. Estos descubrimientos necesarios sólo se logran mediante esa facultad de la mente individual que los diálogos de Platón definen como el método de la hipótesis.

Los rastros de antiguos calendarios astronómicos solares vedas desde tan pronto como hace 8 o 6 mil años, y el notable desarrollo que alcanzó la astronomía egipcia en el período de las grandes pirámides de Gizeh, apuntan a un desarrollo correlacionado de las culturas transoceánicas y la astronomía solar mucho antes del surgimiento las primeras trazas de una civilización específicamente europea. Aun considerando la obra importante de la antigua China y de otras partes, la influencia de la civilización europea entre las culturas sobrevivientes en el desarrollo y la práctica de la ciencia, sobre todo la griega clásica antigua y la europea moderna, ha sido sobresaliente de una forma única en épocas históricas, y en especial en los tiempos modernos.

El desarrollo de cualquier noción competente de economía nacional moderna se remonta a esos orígenes.

Los cimientos de la ciencia europea moderna se extienden a la Europa pospitagórica de, más notablemente, Platón, Eratóstenes, Arquímedes, el fundador de la ciencia europea moderna Nicolás de Cusa, su seguidor Leonardo da Vinci, el seguidor de ambos Johannes Kepler, y su seguidor Godofredo Leibniz. Sin embargo, desde 1763, sólo en los EU de Benjamín Franklin y sus copensadores se ha desarrollado en realidad una ciencia competente de economía política, que sigue la vía trazada por Leibniz, hasta la fecha.[24]

Usen el estado mental descrito en la sección previa de este informe para definir el reto de plantear la política económica en las condiciones de un derrumbe monetario–financiero generalizado global que arremete. Sin embargo, antes de enfocarnos en el lado positivo de estos principios, dedícale unos momentos a la demencia típica del aula universitaria de economía después de Roosevelt.

‘¡No nos hables de depresión!’

La ilusión desenfrenada respecto a la economía en los alrededores de Washington, D.C. y en el exterior al momento de escribir estas líneas, es la noción explícita o implícita de que no podría ocurrir una depresión ahora, “a menos que suficiente gente hable de ello”. Recuerdo mi primer encuentro con la forma popular de esa necedad particular de los 1940 de la posguerra, cuando se me informó que ésa era la doctrina típica de los cursos introductorios de economía en las universidades entonces. Como descubrí tras considerar mis informes sobre la difusión de semejante tontería, este particular pedazo de mediocridad para novatos universitarios sugestionables formaba parte del viraje derechista que hubo con el presidente Harry Truman. Era una señal de los tiempos, cuando se emprendieron esfuerzos febriles por desprestigiar la memoria del presidente Franklin Roosevelt. No obstante, aun hoy esa doctrina subsiste como una especie de obsesión, incluso en los lugares más asombrosos.

En la medida que hubiera apenas una mera caricatura de racionalidad en esa opinión derechista de la economía elemental entonces, un dogma generalizado como ese podía considerarse como el resultado de un trozo de arcano simplista, tal como el enseñado a manera de economía política desde los primeros días de la doctrina liberal angloholandesa a través de farsantes y vagabundos místicos peligrosos como Bernard Mandeville y el seguidor de François Quesnay, Adam Smith. En esa doctrina, la economía era cuestión de formas lineales de acuerdos contractuales, todos bajo las formas caprichosas que podrían atribuírsele a ciertos hombrecitos verdes míticos que acechan bajo el piso de la historia, criaturitas que arrojan los dados cargados a favor de algunos suertudos, y en agravio de otros.[25]

Ahora bien, hasta los acontecimientos como el actual derrumbe sistémico y repentino del sistema monetario–financiero mundial, hay muy poca comprensión de nada “científico” acerca de la economía que por lo regular se enseña y se practica hoy día. Ahora, la introducción de cualquier ciencia real a ese campo práctico que no sean los juegos matemáticos de “torre de marfil”, sería considerada una sucia afrenta a los engaños favoritos de quienes practican las opiniones generalmente aceptadas y enseñadas bajo el rubro de “economía” y “economía política”. Hoy, la noción de que el modo en que una economía crece y cae tiene que determinarse mediante la sofistería de la opinión arraigada, más que de una forma racional, en términos de determinar las funciones físicas de principio, sigue siendo el engaño generalizado, como lo era entre los novatos universitarios más crédulos de fines de los 1940.

En el transcurso de las últimas cuatro décadas, ese engaño corriente de los monetaristas ha gozado de una hegemonía cada vez mayor. La popularidad de esa tontería académica y comparable refleja una fuga de cualquier forma de realidad económica entre la mayoría de la mentada generación del 68, la primera generación que llegó al nivel universitario y a la edad adulta de mediados a fines de los 1960. Entre esa generación, que domina la política en las Américas y en Europa Occidental hoy, el engaño, sobre todo de los sesentiocheros estadounidenses y europeos, consiste en que el abandono de la infraestructura económica básica, la agricultura y la industria de sus propias naciones, en busca de las ganancias de la mano de obra barata América Central y del Sur, Asia y, ahora, los nuevos territorios coloniales del ex antiguo bloque del CAME incorporado a la Unión Europea, es, en algún modo de lo más mágico, el secreto de la prosperidad imperial continua en sus territorios patrios.

Fue este último engaño, ahora con nombres tales como “TLCAN” y “globalización”, el que constituyó una determinante constante de cuarenta años de decadencia de las economías de los EUA, Australia, Japón y Europa Occidental, su precipitación en curso en el abismo de la actual crisis de desintegración general globalizada.

En la actualidad, los EUA (en particular) se ven amenazados por su propia renuencia a reconocer que los cambios en la política económica aplicada en las últimas cuatro décadas nos han llevado ahora al punto de un desplome inminente, no sólo de la economía de los EUA, sino del mundo, está bordeando un estrato límite de turbulencia creciente, un límite después del cual la economía mundial cesa de existir de forma abrupta, casi con tanta rapidez como podemos pronunciar el nombre pertinente de “John Law”. Este caso nos lleva al modo en que las consideraciones del capítulo anterior se expresan en la forma de variedades sistémicas de crisis económicas.[26]

Como lo ilustra el caso de la geometría física riemanniana, todo sistema está de algún modo autoconfinado, en virtud del conjunto de principios característicos del que depende su existencia. No obstante, como lo implica la obra referida de Kurt Gödel, hay una especificación importante en la noción de tales sistemas autoconfinados. En los sistemas riemannianos así definidos, la expansión indefinida del sistema más allá de cualquier límite inherente actual se hace posible añadiendo nuevos principios físicos universales de corte axiomático para alterar el sistema entero. Siempre hay un principio que se pasa por alto y, en consecuencia, por descubrir, al definir el autoconfinamiento formal de cualquier sistema.

Dicho esto, remóntate a las proporciones físicas corrientes de los componentes esenciales del producto físico, no monetario, de 1961–65, medido en canastas de mercado típicas de los ritmos de ingreso y agotamiento de capital del ingreso familiar, la agricultura, las manufacturas, los costos de transporte, los bienes de capital de producción y la infraestructura económica básica, en categorías tales como la generación y distribución de electricidad, el tránsito generalizado de pasajeros y carga, la inversión y gestión de aguas, y cifras comparables. Mídelos en valores per cápita y por kilómetro cuadrado para toda la superficie y para las definiciones pertinentes de superficie.

Luego, mide los ingresos y los costos físicos en dólares corrientes. También, toma en cuenta las proporciones actuales de las estructuras de deuda respecto a los ingresos y los costos para cada sector designado, y para el conjunto.

El resultado que observarás corresponderá de forma somera a las imágenes de mi triple curva pedagógica.

Salta, por un momento, a los tres puntos de inflexión importantes: la transición de 1971–72 hacia un sistema monetario de tipos de cambio flotantes; el momento de 1982 de las secuelas de la catastrófica puesta en marcha del programa acelerado de “reformas estructurales” del Proyecto de los 1980, a cargo del asesor de seguridad nacional y fundador de la Comisión Trilateral, Zbigniew Brzezinski; a esto súmale el crac de la bolsa de valores de Nueva York en octubre de 1987, y las secuelas del crecimiento y desplome inicial de la burbuja de la “informática” y burbujas relacionadas después de 1996 (es decir, 1997, 1998, 2000), incluyendo la burbuja del “muro de dinero” creada en el cuarto trimestre de 1998.

Compara el ritmo de disminución del producto físico neto per cápita y por kilómetro cuadrado con esa serie de momentos críticos intermedios de inflexión. Esto establece un punto de referencia para las realidades de la pedagogía de la triple curva. Ahora compara el ritmo de crecimiento monetario y financiero per cápita y por kilómetro cuadrado con ese punto de referencia. Surge una función que corresponde al concepto de la pedagogía de la triple curva (ver gráficas 1–3).




Interpreta esa serie de trayectorias como sigue.

Pregunta: ¿Cuánto aumentó la emisión monetaria requerida para guiar la expansión de los activos financieros nominales necesarios para sostener el actual ritmo decreciente del producto físico per cápita? Mira el aumento del ritmo de emisión monetaria requerido para sostener el crecimiento de los agregados financieros. Mira el aumento del ritmo de la expansión financiera necesaria para mantener una tasa acelerada de disminución del producto físico neto, después de descontar el desgaste físico del capital físico de la economía en su conjunto.

El cuadro resultante se asemeja a un avión —previo a la configuración mejorada que un ingeniero alemán de la posguerra que entonces trabajaba en los EU le presentó a Douglas— que se aproxima a la velocidad del sonido. En otras palabras, un frente de onda de choque sónico riemanniano.[27]

De este modo, tenemos el sistema físico económico, monetario y financiero combinado en tanto sistema autoconfinado. Ese sistema está entrando ahora a la fase de una turbulencia cada vez mayor, de la cual sólo puede escaparse con bien introduciendo un nuevo principio pertinente. Así, esto implica una función típica riemanniana. La actual economía mundial y su sistema monetario–financiero relacionado han entrado ahora a un cambio de fase, a un modo de turbulencia hiperinflacionaria que arrecia, al cual, o se le impone un cambio sistémico elemental de funcionamiento del sistema, o el sistema global en consideración tendrá que sufrir una “crisis general de desintegración” de la variedad que presagia la amenaza de una “nueva era de tinieblas”.

Entonces, ¿quién le habla a quién de depresión? O mejor, ¿quién le habla a quién de encarar la necesidad de dar pasos inmediatos que eviten una caída hacia una situación comparable al inicio de una nueva era de tinieblas planetaria?

Por tanto, la principal amenaza a las economías de los EU y otras tiene, en esencia, una naturaleza de psicopatología de masas. La raíz de la psicosis virtual que manifiestan las actuales pautas del Gobierno estadounidense y la dirigencia del Partido Demócrata por igual, incluyendo la precandidatura del senador John Kerry hasta ahora, es la sustitución de los engaños populares parecidos a los de la teoría de juegos de Von Neumann, en consideración a las realidades físico–económicas elementales de las relaciones productivas de la humanidad con la naturaleza.

El juego se llama “dinero”. El engaño es parecido al de los jugadores en el equivalente actual de una partida de vagabundos que juega en un tablero de Monopolio, quienes están atrapados por la ilusión de que al ganar ese juego de azar saldrán del juego ricos en activos físicos reales. Como la famosa —pero mucho menos cuerda que el espectáculo descrito— película de Charlie Chaplin, La fiebre del oro, en la escena en que cocina y se come un zapato hervido. Dejando de lado a Hollywood, esto también es una imagen del infame desplome de 1720, de las burbujas creadas en Francia e Inglaterra a imagen de la de John Law.

Como he subrayado antes, el dinero, por su naturaleza, es un idiota sin valor. No tiene valor intrínseco. Su valor es el que le impone el poder de los gobiernos, o las instituciones que se ubican por encima del poder de los gobiernos, tales como ciertos sistemas de banca central “independiente”, u otros carteles financieros oligárquicos que acaparan todo. De hecho, el valor del dinero descansa en el poder del gobierno, o en las manos de una institución que haya subvertido la autoridad propia de los gobiernos soberanos. Llegado el momento en que la cantidad de obligaciones impresas a redimirse en dinero con valores físicos excede por mucho la magnitud de los precios de los valores físicos pertinentes disponibles, se hace patente la idiotez del dinero.

Algunos necios hablan del “dinero real” como alternativa. Ese “dinero real” nunca existió, ni podría existir, excepto en los linderos de un engaño del que cree. El dinero, a lo sumo, es un medio de intercambio, de preferencia creado y regulado por un gobierno responsable, y lo óptimo es que sea con los métodos de la banca nacional que sólo pueden representarse con los razonamientos de nuestro primer secretario de Hacienda, Alexander Hamilton.

El único medio para controlar los riesgos de la idiotez e imprudencia intrínseca del dinero, es la regulación, del modo representativo de las medidas adoptadas en los EU con el presidente Franklin D. Roosevelt. La idea de un tipo de cambio fijo ligado a un valor asignado de las reservas de oro, y respaldado con medidas de regulación como las asociadas con las iniciativas del Gobierno de Franklin Roosevelt, es el único medio racional por el cual puede emitirse crédito de largo plazo a bajo costo, por períodos tan largos como los 25 a 50 años típicos de los ciclos del capital de largo plazo, en el cual debe basarse un futuro dólar estadounidense reformado (por ejemplo) en sustitución de los billetes de la Reserva Federal.

Así, hemos llegado al momento del proceso en el que el único modo de evitar la suerte de desastre que lleva a una nueva era de tinieblas planetaria, sería usar las facultades implícitas de los gobiernos soberanos, la clase de facultades constitucionales que aplicó el presidente Franklin Roosevelt en marzo de 1933 para someter al actual sistema monetario–financiero internacional, y sus operaciones, a una reorganización por bancarrota bajo la supervisión e intervención del gobierno. Al presente, no hay ninguna otra alternativa cuerda.

Durante dichos procedimientos de reconstrucción debe funcionar un sistema de transición para eliminar, de inmediato, al quebrado sistema existente de tipos de cambio flotantes de los últimos 32 años, y crear un nuevo sistema monetario–financiero internacional diseñado conforme los principios expresados en el precedente exitoso del sistema original de Bretton Woods: un sistema de tipos de cambio fijos diseñado para administrar un proceso, de dos generaciones, de recuperación del mundo del desbarajuste creado por las necedades de los últimos 40 años.

El objetivo debe ser erradicar y prohibir el uso de los métodos de la mentada “austeridad fiscal”, inherentes a la desgraciada memoria del protegido del Banco de Inglaterra, el doctor Hjalmar Schacht. El sistema en reorganización tiene que basarse en el uso de crédito público de largo plazo generado por el Estado, a tasas de interés de entre 1 y 2%, para elevar los niveles de inversión productiva al empleo relativamente pleno, a niveles de producción suficientes como para mantener los presupuestos de operación actuales de las naciones y sus gobiernos por encima del nivel de “equilibrio” de la administración financiera, al tiempo que se fomentan ganancias rápidas en las facultades productivas físico–económicas del trabajo impulsadas por el avance tecnológico.

Las obras públicas a gran escala, con esta intención, deben encabezar la reconstrucción, con crédito público del gobierno para dar financiamiento de mediano a largo plazo a empresas privadas, en especial a aquellas cuyos propósitos están encaminados de forma eficaz a la promoción de las metas comunes de la recuperación general y del aumento de la productividad física per cápita y por kilómetro cuadrado.

Los aspectos puramente financieros especulativos de la acumulación de deuda en 40 años de locura deben apartarse, y los derivados financieros simplemente congelarse y después eliminarse a su debido tiempo, por representar, en esencia, apuestas colaterales de tahúres, en la consecuencia de lo que fueron las necedades de Alan Greenspan desde el principio. Otras deudas tienen que reorganizarse de un modo que garantice que el proceso de recuperación económica general mediante el crecimiento económico físico no se perturbe. En el proceso de largo plazo de saldar las locuras financieras acumuladas, se permitirá que muchas de las viejas estructuras financieras desaparezcan tranquilamente, al tiempo que se sustituyen por las nuevas.

Reconozcamos las necedades del pasado

Bajo la influencia creciente del monetarismo en las décadas de la posguerra, en especial desde la transición de 1964–1982 a una economía “posindustrial” desregulada, con los dogmas monetario–financieros de los “tipos de cambio flotantes”, hubo una destrucción sistémica de esos aspectos de la economía estadounidense de 1933–1964 que habían hecho de los otrora insolventes EU de 1929–1933 la nación más productiva del planeta, la nación, reconstruida con el presidente Franklin Roosevelt, que encabezó la reconstrucción de una Europa destrozada por la guerra, y otras mejoras al planeta.

Como se reconoce, la muerte del presidente Franklin Roosevelt dio pie a la alianza de Truman y Churchill que, de inmediato, a la señal de la muerte del Presidente, regresó al mundo en dirección a restaurar los colonialismos previos a la guerra, y a la orientación derechista en la economía y demás, retomando elementos esenciales de las influencias de la internacional sinarquista que llevaron al desenfreno de 1922–1945 de la toma fascista de las naciones de Europa Occidental y Central continental. El peor aspecto de este giro derechista posterior a Roosevelt, fue la inauguración del plan de Bertrand Russell de “crear un gobierno mundial mediante los efectos aterradores de la guerra nuclear preventiva”, un legado del cual todavía no nos desembarazamos hasta el momento presente de la alianza entre Bush, Cheney y Blair. Por fortuna, la elección del presidente estadounidense Dwight Eisenhower entonces nos trajo de regreso del filo del precipicio, y mantuvo a raya a la fascista tradición militar utopista de la internacional sinarquista, el mentado “complejo militar industrial”, mientras estuvo en el cargo.

Sin embargo, las conferencias de Pugwash y otras relacionadas de fines de los 1950, que implicaron a Bertrand Russell y sus compinches, prepararon el camino para la crisis de los proyectiles de 1962 en Cuba, los intentos de asesinato contra el presidente francés Charles de Gaulle, y el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy. La concreción del asesinato del presidente Kennedy le franqueó el camino a la facción utopista derechista para traer de vuelta la guerra asimétrica de la guerra de Truman en Corea, de la cual el presidente Eisenhower nos ayudó en buena medida a salir; la nueva guerra oficial de los EU en Indochina.

La secuela de las condiciones de crisis que imperaron en los primeros años de la década de los 1960, representó las circunstancias en las cuales se puso en marcha un amplio cambio de paradigma cultural en los EUA y en el Reino Unido, un cambio que se extendió hacia el continente europeo y a todas partes. Este cambio, marcado por la propagación de una contracultura juvenil de rock, drogas y sexo entre los jóvenes en edad universitaria, probó ser un cambio en esas y otras partes del mundo alejado de la función de los EUA en la posguerra en tanto la principal sociedad productora del mundo, para convertirse hoy en los insolventes despojos “posindustriales”, monstruosamente decadentes, de las naciones de las Américas y Europa, y de dondequiera.

Un rasgo central decisivo de este desenfreno derechista de locura de masas, fue la influencia cada vez mayor de la filosofía política, económica y cultural pro sinarquista típica de la influencia de la Sociedad Mont Pelerin y de locos típicos con esa perspectiva, como los apóstoles “libres de la cordura” Friedrich von Hayek y el promotor declarado del uso ilícito de drogas Milton Friedman. El rasgo característico de la filosofía social que expresa la influencia de la Sociedad Mont Pelerin fue su adopción de la misma política inhumana que el Zeus olímpico emprendió contra Prometeo: la supresión de esas facultades creativas del Individuo, que distinguen al hombre y a la mujer de la condición de ganado humano, sea de caza o de cría. La negación del derecho de la gente a disfrutar de los frutos del progreso científico, tecnológico y cultural, y el correspondiente fomento dionisíaco de sectas fanáticas pro nietzscheanas de irracionalidad inducida por drogas y de otra clase, ha representado esa bestialización pretendida de esas regiones de la humanidad en las que antes se alcanzó el mayor progreso en la condición de la humanidad. Este ha sido el rasgo característico de una marcha de 40 años, de lo que una vez fue la civilización europea extendida al orbe, al camino cuesta abajo al infierno nietzscheano.

El aspecto esencial de estos cuarenta años de decadencia “posindustrial” de Europa y las Américas, y de la decadencia que han difundido contra las naciones y los pueblos de América Central y del Sur, contra África, y dondequiera, ha sido la negación, en la doctrina y en la práctica, de aquello que ubica al individuo humano aparte y por encima de las bestias.

En materia de medidas de práctica económica como tales, esta negación antiprometéica de ese principio cognoscitivo de la ciencia y la composición artística clásica que ubica al individuo humano aparte de las bestias, está representada en el fomento y uso del culto al “análisis de sistemas” en tanto arma ideológica contra la perpetuación del progreso científico y cultural del que depende la realización de las metas de la humanidad civilizada, tanto en la práctica económica como de otras formas.

En la política de la práctica económica de los EU y otros, como tal, el culto al “libre cambio” ha sido un instrumento destacado mediante el cual se ha destruido la economía y la cultura del pueblo estadounidense.

El “libre cambio”, como se practica cada vez más desde la notoria inauguración de una “estrategia sureña” republicana en cierta reunión a la que asistió el futuro presidente Richard Nixon en Misisipí, en 1966, ha devenido una campaña por erradicar la producción de lugares donde no sea la más barata. Esto ha significado, en especial desde que Zbigniew Brzezinski entró como asesor de seguridad nacional, una reducción del nivel de vida y la calidad de la producción en esas regiones del mundo donde esos factores mejor se expresaban, como los propios EU. El efecto ha sido imitar la práctica naciente del rumbo que tomó la antigua Roma en los siglos que siguieron al final de la segunda guerra Púnica: la destrucción de las facultades productivas del trabajo en Italia misma, por la ventaja de una combinación de trabajo esclavo y saqueo imperial de las poblaciones subyugadas en el extranjero.

Como viajo mucho entre las regiones de los EUA hoy, veo un grado de ruina en nuestras otrora orgullosas regiones industriales y agrícolas, que deja vastas zonas pilladas que lucen como si una enorme manga de langostas hubiera destruido las ciudades y los campos. El poderío industrial que alguna vez tuvimos, en su mayoría fue destruido, en tanto que el poder productivo del que solíamos disfrutar se fue al extranjero, a los grandes mercados de mano de obra barata del mundo. Recuerdo justamente la intención de algunos en los EU al final de la Segunda Guerra Mundial, de imponer el mentado “Plan Morgenthau” en el distrito del Ruhr y otros en Alemania. Ahora, las metas de ese “Plan Morgenthau” están concretándose en Pittsburgh, en la región de Detroit, y así por el estilo, alrededor de los otrora grandes centros de productividad de nuestra república. También se han concretado en la Alemania de hoy, con los acuerdos de Maastricht. Ningún tirano de otros tiempos podría haber hecho esto que nosotros, en tanto nación, nos hemos hecho, al parecer de motu proprio, estos últimos cuarenta años.

No pasó, como imaginan algunos, que la productividad de Europa Occidental y Norteamérica pasó a los pueblos más pobres del mundo. La existencia de la mayor parte de la humanidad en Asia, como en el sur de África y en América Central y del Sur, corre grave peligro actualmente. El desplome de Norteamérica y de Europa Occidental en tanto mercados de los pueblos de Asia, sería una catástrofe tanto demográfica como económica para las grandes masas y naciones de Asia. Considerando bien todo, el mundo se mece al borde de una nueva era de tinieblas planetaria prolongada y espantosa, en parte por lo que sucedió con Nixon en Misisipí, en 1966.

Los necios parlotean en son de triunfo, con tonos feos en sus voces: “¡No puedes regresar la pasta al tubo!” Eso es precisamente lo que tenemos que hacer, o nuestra nación —y también mucho más— pronto comenzará a morir a un ritmo acelerado, en todo el planeta.

De ahí que nuestra misión económica deba quedar clara. Tenemos que reconstruir lo que de este modo hemos destruido.

La reconstrucción de una nación en ruinas

En ese sentido, la tarea que tenemos por delante tiene cierta semejanza al reto que enfrentó el presidente Franklin Roosevelt en marzo de 1933.

Al final de la Primera Guerra Mundial, con el presidente Woodrow Wilson, empezamos a desmontar con rapidez el poderío que habíamos alcanzado preparándonos para lo que Teodoro Roosevelt y Woodrow Wilson se habían propuesto: nuestra participación, tarde o temprano, en la guerra que el ahora finado emperador “lord de las islas” Eduardo VII de Gran Bretaña había preparado para que se convirtiera en una guerra de Europa. La guerra que pretendía, acarrearía la destrucción mutua de todos los rivales principales del Imperio Británico en la Europa continental. Con los presidentes Coolidge y Hoover, y con Andrew Mellon, la gran ola de crecimiento que inició en los EU en el período de 1861–1876, desaceleró, y empezó a retroceder, incluso antes de la Depresión de 1929–1933. Tan sólo en la presidencia de Hoover, el nivel de la economía estadounidense cayó como a la mitad en el período que precedió a la toma de posesión del presidente Franklin Roosevelt.

Hoy, cuando la Gran Depresión oficial de 2004–2005 está por irrumpir en pleno, nos han destruido ya en un grado que rebasa con mucho a la de 1929–1933. Donde en ese entonces había mucho menos, hoy seguido no hay nada. Esto nos lo hemos hecho nosotros mismos, con mayor lentitud en el intervalo de 1966–1968, mayor rapidez en 1969–1972, y a un ritmo prodigioso desde 1977. La mayor fuente de peligro no proviene de lo que hemos perdido en capacidades productivas, sino más bien de lo que hemos perdido de nuestro viejo impulso de construir esa poderosa maquinaria de progreso científico y tecnológico que fue, en la época de los presidentes Eisenhower y Kennedy, la maravilla que el mundo admiraba y temía.

Entre tanto, nos hemos destruido nosotros mismos, como la otrora poderosa Atenas se destruyó a sí misma, por su sofistería, en la guerra del Peloponeso. No sólo le hemos hecho esto a nuestra nación. Europa, por su parte, se ha hecho lo mismo ella misma. Más que nada, hemos destruido ese compromiso con un principio de progreso del cual han dependido todos los logros netos anteriores de la civilización europea moderna extendida al orbe.

Viaja por esta nación en tu mente. Mira hacia abajo mientras lo haces, construyendo un mapa mental de cada sección que pasa ante tus ojos, evaluando la densidad relativa potencial de población, per cápita y por kilómetro cuadrado, de cada franja en el pasado y del presente. En cada caso, compara los valores de esa franja hace 40 años, 30 años, 25 años, 20, 15, 10, 5, y hoy. Evalúa cada franja por la calidad de las mejoras de capital en la infraestructura económica básica, en el capital de operación de los productores, y así de forma sucesiva, derramando lágrimas por la pérdida de lo que hubo ahí, pero que fue destruido cual a manos de una negligencia maliciosa y predadora. Evalúa todo como si lo hicieras a través de fotografías tomadas a intervalos, desde el pasado hasta el presente.

Determina que lo que se destruyó de forma innecesaria debe repararse a una condición mejor de la que tenía. Las zonas agrícolas deben florecer de nuevo, los pueblos y las ciudades acabadas deben volver a la vida. Hay que restaurar la industria a nuevas y brillantes condiciones. Habrá una sonrisa radiante en los rostros de camino al trabajo, risas en los patios de las escuelas, la cena esperará en la mesa el regreso de la familia al final del día. Se acabaron los centros comerciales infernales, y las tiendas de los vecindarios están de regreso. Las escuelas y bibliotecas son lo que antes fueron. Cada ciudad y pueblo tiene sus talleres locales de máquinas–herramienta atendidos por sus propietarios, y diversos negocios donde la gente sabe cómo hacer su trabajo. Día a día, hacen palpitar a la nación con un poco más de progreso. Estos son los EU, tan buenos o mejores que hace 40 años, vueltos a la vida. En estos lugares, en tu memoria, en tu imaginación, la gente vive, y muere, pero en su ir y venir la mayoría deja algo bueno, quizás mejor, para ser recordados. Hay un murmullo en el aire de la memoria, una imagen de lo que esta nación debe devenir de nuevo; esto era bueno.

Piensa, por cada franja donde se ha abandonado la agricultura y la industria, donde la infraestructura se ha vuelto mala o ha desaparecido, ¿qué ha perdido la nación en su conjunto? Cuando abandonamos estos últimos 20 años tantas de estas franjas otrora industriosas, para habitar como hongos las zonas súper urbanas de casuchas de mala muerte o parecidas, apiñadas unas con otras, en los pastizales abandonados de los alrededores de Washington, D.C., y en manchones similares del mapa nacional, ¿experimentó la nación una ganancia económica neta, o una pérdida?

¿Cómo es que la pérdida en la capacidad de generar y distribuir electricidad cayó a un estado de descomposición amenazadora hoy? ¿Dónde quedaron los poderosos ferrocarriles transcontinentales que los estacionamientos suburbanos en horas pico, a los que perversamente se llama autopistas, sustituyeron? ¿Puedes subirte a un tren moderno en Bangor o Maine, y viajar cómodamente a Boston, New Haven, Nueva York, Filadelfia, Baltimore y Washington, para leer y cenar de camino al trabajo o a la cita del día? ¿Por qué no viajar con levitación magnética en menos tiempo, transbordando de puerta a puerta en el viaje diario, en vez de por avión? ¿Qué nos hemos hecho, la nación que solía exportar progreso, en estos últimos cuarenta años?

Mira las caras en nuestras barriadas. Cuenta a los desamparados, echados de sus hogares por lo que algunos llaman “nuestra prosperidad”. ¿Cuánto del ingreso anual típico de la gente que se cuenta entre el 80% de menores ingresos familiares debe gastarse para tener un lugar decente para que viva la familia? ¿Cómo ha subido el costo con la burbuja de valores hipotecarios de Alan “burbujas” Greenspan? ¿Qué tan imposible está haciéndose tener incluso una choza cubierta de plástico llamada “McMansión”, una choza construida por trabajadores pobremente capacitados y mal pagados, importados de entre los pobres de Centroamérica? ¿Cuál es el porcentaje de ingreso anual para tales casas habitación, incluso para parejas que trabajan en las mentadas carreras suburbanas en ascenso?

¿Vivimos una parodia de Un mundo feliz de Aldous Huxley? ¿O del 1984 de su compinche George Orwell? ¿Subsiste tu vecino con el “soma” que le proporcionaron hoy? Si fuésemos esa nación tan rica, ¿cómo es que tantos de nosotros se hicieron tan pobres? ¿Por qué no nos podemos proporcionar hoy el cuidado de la salud relativo que dábamos por hecho hace 20, 30 o 40 años? Eso se está haciendo menos y menos, en especial para los pobres y ancianos, día tras día, tras día.

“Las cosas están mejor”, dice el hombre de la Casa Blanca. El sonido de la “prosperidad está a la vuelta de la esquina”, dice ese hombre; y uno se detiene a pensar: “¿Dónde oímos eso antes”?

¡Terminen con esta pesadilla de hoy! Repongámoslo de nuevo, mejor de lo que era entonces.

Miren hacia abajo mientras se remontan, vean cada franja de superficie del modo en que he señalado los verdaderos principios de la economía física en las partes anteriores del informe de hoy. ¿Cuál fue el poder que construyó esta nación hasta el punto que había alcanzado hace unos cuarenta años? Viendo en retrospectiva lo que era relativamente bueno entonces, ¿por qué no era mejor aun entonces? ¿Por qué, entonces, hemos hecho menos de lo que pudimos haber hecho si hubiésemos empleado a más de nuestra gente, como debió ser educada y empleada? Piensen en la historia de Prometeo, y la persecución a la humanidad por parte de ese malvado satanás conocido como Zeus. Piensen en esos hombres y mujeres que vivieron, en una u otra medida, prácticamente como ganado humano, con sus facultades creativas sumamente subdesarrolladas y sin explotar. Piensen en el sonido de las vacas en el corral de noche; ¿cuántas veces hemos consentido hacerle eso a la gente también? ¿Cómo lo hacemos hoy? ¿Diciéndoles a nuestros ciudadanos jubilados que se larguen cuando los desenganchan de su yunta diaria, porque les ha llegado el momento de dejar el espacio libre, dejar el establo de engorda, que se vayan, que dejen el espacio libre para la siguiente vaca joven que llega al establo? ¡Ah! Claro, verdaderamente, hemos llegado hoy a El mundo feliz de Huxley.

¿Cómo pudo comenzar a suceder como sucedió, desde hace unos cuarenta años? ¿Qué era lo que estaba tan podrido en nuestra filosofía nacional que permitimos que esto nos sucediera?

A veces nos llaman “una nación cristiana”. ¡Qué mentira tan horrible! Somos una nación pagana. Los niños se atreven a asaltar el pote de las galletas cuando la madre no ve. Los cristianos declarados osan, las más de las veces, esperar que el Creador no esté mirando. ¿Consideramos al hombre y a la mujer hechos a imagen del Creador de este universo? ¿Realmente? ¿Ubicamos los más altos valores, por tanto, en las facultades inmortales de los individuos humanos mortales que están hechos a imagen de ese Creador? O, como ese horrible pagano padrino del traidor Aaron Burr, Jonathan Edwards, ¿seducimos a los amigos, hombre o mujer, al Infierno de la Comedia de Dante Alighieri, gritando, como hacia Edwards viajando por el valle del río Connecticut: “¡Entra a mi iglesia, tú miserable, desgraciado, inútil”.

¿Salvó Edwards a alguien para algo que valiera la pena? Es de dudarlo. Si a la gente le enseñemos que son unos miserables desgraciados por naturaleza, ¿cómo hemos de esperar que se comporten cuando están fuera de la vista de la torre? En general, por tanto, no debe sorprendernos el resultado. Se comportan como los desagraciados que Edwards les dijo que son. En festivales religiosos como esos, se dice, se crean más almas que las que se salvan.

¿Son los ministros de las iglesias mejor que eso? ¿Hablan de la inmortalidad del alma humana individual viva? ¿Le dicen al fallecido, “Ven a tu casa, siervo fiel y bueno”; o les prometen vivir un futuro físico cómodo y placentero, sólo que “del otro lado” de la muerte? Ellos no creen en la naturaleza bella del hombre y la mujer, como da testimonio de esa naturaleza el valor del reverendo Martin Luther King, frente a su inminente asesinato en aras de la “estrategia sureña” de 1966–1968. Por tanto, no creen en el Creador que venera el autor de Génesis 1. Evaden el hecho de que somos malos cuando no somos fieles a nuestra propia naturaleza bella, inmortal, una naturaleza en la imagen amorosa del Creador. Son, en su práctica diaria adoradores del satánico Zeus, no del Creador. Están más cerca del Gran Inquisidor Satánico del francmasón martinista Joseph de Maistre de los sinarquistas modernos, más de lo que muchos de ellos creen.

Por tanto, los buenos a menudo ponen en riesgo su vida mortal, en aras de la misión que expresa su inmortalidad.

Librémonos de la hipocresía demasiado popular de nuestra cosecha actual de intolerantes desgraciados. La ignorancia no significa inocencia; y el populismo es el adversario de la virtud. Esto lo confirmamos mostrando el espectáculo de nuestra tierra asolada, nuestra nación quebrada, cuarenta años después del asesinato del presidente Kennedy.

Tales son las reflexiones de la cualidad apropiada sobre la naturaleza y las implicaciones de la práctica de la economía. La economía, como lo confirma la ciencia de la economía física, es la expresión natural de la naturaleza creativa que distingue al individuo humano, y a la verdadera forma de sociedad humana, de la bestialidad de un Tomás Hobbes, John Locke, Adam Smith o el francamente satánico Jeremías Bentham. Es la pasión por hacer el bien, como se lo recordaban Cotton Mather y Benjamín Franklin a los fundadores de nuestra nación, lo que constituye el principio activo de la práctica de la ciencia de la economía física.

Por cuarenta años, la tendencia generalizada en la formulación de planes de nuestros Estados Unidos, entre otros, ha sido principalmente una oposición a hacer el bien. La perspectiva desolada que podamos ver desde arriba, atravesando esas décadas, y la ruina de nuestra economía nacional que al presente se nos viene encima, y la de la mayoría de las Américas y Europa además, confirman este hecho.

Aprende, entonces, a hacer el bien. La intención de hacer el bien es el principio central de la ciencia de la economía física.

Como he recalcado en el capítulo anterior, un principio físico universal existe en la mente humana sólo en la forma de una intención. El individuo puede actuar con el conocimiento previo del resultado al que apunta su empleo de ese principio, pero el compromiso con esa forma de acción particular le sucede como una intención que corresponde a una facultad que existe en el dominio correspondiente a una concepción riemanniana del dominio complejo. Intención y motivo, son términos del compromiso con la acción, y expresan una forma de acción en y de por sí. Tan sólo cuando nos hemos librado de las ilusiones de los eleáticos, los sofistas, los aristotélicos y los empiristas, comenzamos a entender el significado de la intención y acción del Creador, y del individuo humano que actúa a semejanza de ese Creador.

La noción de hacer el bien, como engastaron Cotton Mather y Benjamín Franklin esa intención en la elaboración de nuestra Constitución, no es el simple deseo de ver cierto resultado; es más bien, un modo de actuar que produce un resultado de cualidad más o menos previsible. De este modo, la selección de una alternativa de principio físico universal probado constituye una intención de realizar ese principio, esa intención que forma parte del universo, frente al objetivo de la acción. El resultado se deriva de esa intención empleada, de otro modo conocida como principio físico (o, artístico clásico) universal.

El buen agricultor de tiempos anteriores a la ruinosa gestión de Brzezinski como asesor de seguridad nacional, actuaba a partir de una intención por el progreso, como una especie de acción refleja superior. La mente fértil inventiva no responde a la necesidad de resolver un problema; él o ella responde a la oportunidad de reconocer un problema frente al cual podría desencadenar su inventiva. Esta distinción que acabo de resaltar no es una cuestión de énfasis; es una distinción fundamental entre una cualidad de emoción relativamente más estéril de una forma de emoción (intención) que es intrínsecamente fértil.

Por ejemplo, ¿habremos de inculcarle a nuestros jóvenes un repertorio de descubrimientos científicos individuales y relacionados? O, ¿desarrollaremos en ellos la facultad para generar descubrimientos cualitativos de principios que puedan llevarse a la acción? El primero es el punto de vista aristotélico estéril en lo moral e intelectual; el segundo, el punto de vista platónico científica y económicamente fértil. ¿Copian, o crean mediante motivos que encarnan una intención? El desarrollo de una economía física moderna es el resultado de ésta última cualidad de motivación.

Así, la intención que hace avanzar a una economía de forma saludable es el hábito de procurar pretextos para el descubrimiento de intenciones válidas, como los principios científicos, aplicables como acción en marcha. Para fines de una economía razonable, no producimos un cúmulo computarizado de fórmulas matemáticas; producimos a los científicos cuyas intenciones generan los avances decisivos necesarios para impulsar el desarrollo de la humanidad. Desarrollamos las facultades creativas que sólo existen en el Creador y en el individuo humano. Desarrollamos una profesión en el individuo, una profesión que le proporciona al individuo no sólo formas existentes de intenciones conocidas, sino la intención de buscar la oportunidad de descubrir nuevas.

La cuestión bajo consideración inmediata ahora, de otro modo puede plantearse como el principio que define la cualidad distintiva de los procesos abióticos y simplemente vivientes de la biosfera de ese estado de organización superior de nuestro planeta y el universo, que V.I. Vernadsky definía como la noosfera. Para ilustrar el asunto, la vida actúa como la forma de intención intrínseca en la vida; así, la sociedad exitosa actúa a partir de la intención dominante del desarrollo como he descrito y desarrollado este principio en el presente informe. La acción de la vida sobre el dominio abiótico, produce la biosfera; la acción de las facultades cognoscitivas que sitúan al individuo humano aparte y por encima de las bestias, transforma la tierra de una mera biosfera en una noosfera.

Así que la vida misma es una intención eficiente. De este modo el poder cognoscitivo que pone al hombre por encima de las bestias, es una intención que genera la Noosfera en virtud de su existencia real.

Ahora, al examinar el terreno que hemos examinado de modo implícito en nuestro vuelo sobre el territorio de los EU, la tarea de desarrollo de la nación en tanto noosfera requiere una densidad de desarrollo logrado por las intenciones de la humanidad, sobre cada pulgada de ese territorio. Requiere el desarrollo del individuo humano de tal modo que la intensidad expresada por la acción humana, per cápita y por kilómetro cuadrado, aumente a una tasa efectiva relativamente mayor. Tal es la cualidad espiritual de la belleza en el verdadero desarrollo económico físico del territorio de nuestra nación, y del pueblo que lleva a cabo esas mejoras en grados crecientes de realización.

Nuestra intención debe ser liberar a los seres humanos para que devengan en lo que son, prometeicos libres de la opresión de fuerzas satánicas como las del Zeus olímpico.

Por tanto, como hubiesen dicho Cotton Mather y Franklin, les digo yo ahora, sobre todo sean buenos. Sean, en forma obligatoria de intención de práctica clásicamente irónica, en todos los aspectos, un buen economista.

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[1] Para cuando la propuesta de la Reserva Federal que Schiff diseñó se llevó a la práctica con la complicidad de Teodoro “Alce Macho” Roosevelt y el fanático del Ku Klux Klan Woodrow Wilson, su principal respaldo, Eduardo VII, autor capital de la Primera Guerra Mundial, había muerto.

[2] El análisis de sistemas también se expresó en la forma de torre de marfil de las matemáticas económicas y en la programación lineal, tal como uno lo asocia con Koopmans y otros. Todas estas formas compartían la peculiaridad común expresada por Bertrand Russell para fines de los 1920, de que la ciencia en tanto proceso de descubrimiento de nuevos principios físicos estaba por terminar. De ahí que los compañeros de Russell y compañía supusieron que la era de los acontecimientos no lineales, tales como el descubrimiento de nuevos principios físicos revolucionarios estaba por acabar. De ahí la convergencia de la humanidad con una asíntota de “cero crecimiento económico”.

[3] El concepto pitagórico platónico de poder contrasta con el de energía, con el cual Aristóteles pretendió remplazarlo. El poder es una acción motivadora; energía, en su mejor connotación, es sólo un efecto. Esta es la misma distinción que subyace el rechazo de Kepler al aristotelismo de los errados Claudio Ptolomeo, Copérnico y Tico Brahe, en la definición de la naturaleza de principio de la astronomía en general y del descubrimiento de la gravitación universal en particular. Kepler ha de contrastarse con el dudoso Galileo, quien trató de regresar la ciencia a la perspectiva medieval del irracionalista Guillermo de Occam.

[4] Compárese con el célebre documento de Kurt Gödel, “On Formally Undecidable Propositions of Principia Mathemática and Related Systems” (Sobre las proposiciones irresolubles de Principia mathemática y sistemas relacionados), en Kurt Gödel Collected Works (Recopilación de la obra de Kurt Gödel), S. Fefferman y demás, compiladores (Oxford: Oxford University Press, 1986), págs. 144–195. Esta célebre obra de Gödel a menudo es malinterpretada por aquellos que prefieren eludir el asunto decisivo tras el razonamiento que decidió emplear en esta y otras ocasiones. La genialidad específica del razonamiento de Gödel ahí, radicaba en que estaba defendiendo un principio de la física dentro de los confines de la clase específica de doctrinas de tan sólo torre de marfil de las matemáticas, doctrinas que Bertrand Russell y sus seguidores, tales como Wiener y Von Neumann, llevaron al extremo. Gödel ofreció una clase ejemplar de demostración devastadora de un fatal defecto esencial interno en cualquier esquema de matemáticas de torre de marfil. Para apreciar el trabajo de Gödel, o los aportes positivos en los 1800 de un George Cantor, a quien luego volvieron loco con la combinación de la persecución que sufrió a mano de los círculos de Leopold Kronecker, y las sofisterías más sofisticadas que los círculos de Russell usaron en su contra, las profundas implicaciones positivas del trabajo de Gödel tienen que derivarse desde la óptica de la ciencia física, más que desde las matemáticas de torre de marfil de Russell, Von Neumann, y compañía. El asunto se entiende con claridad desde un punto de vista positivo en la ciencia física, sólo cuando se adopta la perspectiva empleada en la geometría física por Carl Gauss en su ataque de 1799 contra el fraude sistémico que era el corazón de la obra de Euler y Lagrange (y también Cauchy y demás), en El teorema fundamental del álgebra. El desarrollo cabal del razonamiento de Gauss sobre la existencia de una geometría física antieuclidiana, como ya estaba implícito en el documento de 1799, esperó hasta que vino un desarrollo más adecuado del concepto del dominio complejo que Riemann expresó en su disertación de habilitación de 1854 y en obras posteriores. Este asunto, como descubrí a partir de enfocar mi atención, de forma sucesiva, en Cantor y Riemann en 1952–53, era la misma cuestión ontológica que planteé en mi rechazo a las nociones de Norbert Wiener y Von Neumann de la “teoría de la información” y del “análisis de sistemas”.

[5] El argumento de Von Neumann a este efecto encuentra una de sus expresiones más pronunciadas en una charla que dictó en Yale, y que se publicó de forma póstuma, sobre el tema de la computadora y el cerebro. La naturaleza política de la conexión tanto de Wiener como de Von Neumann con Bertrand Russell es de lo más notable. A los dos últimos, un encolerizado profesor David Hilbert los echó de la Universidad de Gotinga por incompetencia y, en el caso de Von Neumann, por otras fuertes razones. Más adelante, ambos figuraron de manera destacada en la fundación de la secta conocida como La Unificación de las Ciencias, por Russell y el Hutchins de Chicago. Fue con el apoyo de esta secta que Wiener cobró un papel de relevancia en la “teoría de la información” en torno al Laboratorio de Investigación en Electrónica del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, siglas en inglés), con ayuda de la promoción que la Fundación de Josiah Macy Jr. hacía de la “cibernética”. El fraude de la “inteligencia artificial”, asociado con Marvin Minsky y Noam Chomsky del laboratorio del MIT, es una excrecencia típica de esta enfermedad mental que se ha desparramado de forma copiosa por los nichos lógico–positivistas más exóticos de la informática. La conexión de Chomsky con el ex dirigente comunista europeo y asesor de Stalin en materia de lingüística, el socio de Carnap, Karl Korsch, viene de la participación de Korsch en la reunión de La Unificación de las Ciencias de Russell en la Universidad de Pensilvania, pasando por los estudios de Chomsky en la universidad, al laboratorio del MIT, donde Korsch entonces había establecido su residencia en la región de Boston. La cepa reduccionista radical y pro positivista de comunistas de los 1920 y 1930, y los positivistas radicales Wiener y Von Neumann, convergen con la derecha radical en variedades congruentes de proclividad a las formas actuales de utopismo. Los ex trotskistas convertidos a neoconservadores utopistas facistoides vinculados al vicepresidente Cheney hoy, encajan en ese molde patológico común.

[6] Kepler le legó a los “futuros matemáticos” los retos que sus descubrimientos en astronomía presentaron para un examen más detenido de las implicaciones de las funciones elípticas y para el desarrollo del cálculo infinitesimal. Leibniz aceptó el desafío, al tiempo que el trabajo sucesivo, más notablemente, de Gauss, Jacobi, Abel y Riemann absorbió las implicaciones principales de la función de las funciones elípticas en la perspectiva de Kepler de la astrofísica. La pista que nos lleva de la fundación de Nicolás de Cusa de los principales conceptos epistemológicos de la física matemática moderna, a la sucesión de sus seguidores declarados tales como Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y Kepler, representa la raíz que definió el curso del avance más importante de la física matemática en los tiempos modernos.

[7] El descubrimiento de juventud de Gauss, de una geometría física antieuclidiana, como se ve en el antedicho documento de 1799 sobre El teorema fundamental del álgebra, fue un reflejo de su educación con dos de los mejores maestros de matemáticas del siglo 18, Abraham Kästner y E.A.W. von Zimmermann. Kästner fue maestro y protector de Gotthold Lessing, el compañero de Moisés Mendelssohn en la empresa de encabezar el renacimiento clásico de la Europa de fines del siglo 18. Sin embargo, luego hubo un esfuerzo por difamar a Kästner, prácticamente desapareciéndolo de la historia desde entonces hasta la fecha, por denunciar los fraudes de Euler, Lambert, Lagrange y compañía, como se aprecia en el documento de Gauss de 1799. Fue Kästner quien introdujo el concepto de lo que se ha dado en llamar, de forma diversa, geometría anteeuclidiana o antieuclidiana, remontándose a la llamada geometría física prearistotélica o preeuclidiana de los pitagóricos y Platón. El documento de Gauss de 1799 refleja su propio compromiso con dicha geometría antieuclidiana, aunque después de los ataques en su contra por parte de los aliados de Lagrange desde la Francia napoleónica, consideró políticamente conveniente no publicar nunca sus ideas explícitas sobre este tema. La continuación del compromiso cauteloso de Gauss a una defensa explícita de una geometría antieuclidiana, tuvo que esperar hasta el trabajo sucesivo de Dirichlet y Riemann, del modo que primero se expresó de forma más notable en la disertación de habilitación de Riemann.

[8] Este fue el mismo tema de la disputa entre Gödel, por un lado, y Russell, Von Neumann y los seguidores de Ernst Mach, en general, por el otro. En su expresión axiomática más general, es el asunto más difundido de la ciencia hoy día.

[9] Cf. C.P. Snow, Two Cultures and the Scientific Revolution (Dos culturas y la revolución científica. Londres y Nueva York: Cambridge University Press, reedición de 1993).

[10] Sobre esta cuestión de la Geistesmasse, ver Bernhard Riemann’s Gesammelte Mathematische Werke (Nueva York: Dover Publications reedición de 1953). Primero, cronológicamente, tenemos una sección, designada “Anhang”, de la obra de Riemann publicada de forma póstuma, “1. Zur Psychologie und Metaphysik”, págs. 509–520, a la que hace referencia en su disertación de habilitación de 1854, donde destaca que los precedentes de su presentación ahí vienen más que nada de dos trabajos previos. Éstos son la segunda disertación de Gauss sobre residuos bicuadráticos y el ensayo que remitió al premio de Copenhague, y una serie de charlas que el antikantiano Johann Friedrich Herbart dio en la Universidad de Gotinga, pág. 273. La referencia de Riemann a Herbart en su disertación de habilitación queda clara al leer la citada sección 1 del “Anhang”.

[11] Esta es la importancia de Johann F. Herbart para la filosofía de la práctica educativa, en la cual el antikantiano Herbart alguna vez tuvo una parte significativa en influencir sobre las políticas educativas de los EU.

[12] El concepto de un cálculo infinitesimal, a diferencia del argumento de Euler, Lagrange, Cauchy y demás, es elemental una vez que nos apartamos de los supuestos arbitrarios de una geometría euclidiana o cartesiana. Esto ya lo había puesto de relieve la atención que Nicolás de Cusa le prestó a los rasgos paradójicos pertinentes del intento de Arquimedes de cuadrar el círculo. El intento de aquellos como Euler, Lambert y Félix Klein de negar la existencia de pruebas de la cualidad trascendental de pi, de forma implícita, antes del trabajo de Lindemann, representa la perpetración de un fraude, del modo que J. Clerk Maxwell hizo el mismo razonamiento en un asunto relacionado; los empiristas rehusaron de forma fanática aceptar la existencia de ninguna geometría que no fuera la suya. El mismo argumento fue esgrimido, en efecto, por el acento explícito que puso Lagrange al reclamar la exclusividad para su propia geometría específicamente reduccionista, en su esfuerzo desesperado por refutar el documento de Gauss de 1799.

[13] Como se emplea en la maravillosa imagen de Rembrandt, del vivo y perspicaz busto del ciego Homero contemplando a ese invisible retórico Aristóteles, a quien sorprendemos en el acto de vejarlo.

[14] La obra del rencoroso Bertolt Brecht, un pionero en esas parodias contemporáneas del teatro de director conocidas como teatro Regie, expresa su sañudo reconocimiento de este principio del drama, un principio que siempre trata de destruir mediante su intervención con estruendosas impertinencias. Esta característica funcional del drama y la poesía clásicos, que el resentido Brecht pretende destruir, es la base substantiva del principio de los sublime, del modo como lo define Federico Schiller, personaje contra quien el odio de Brecht es más intenso. Contrasta a Brecht con el Clifford Odets hacia quien volcó parte de su odio. Ve la alguna vez popular farsa de Broadway de principios de los 1940 Hellzapoppin de Olson y Johnson, que es una parodia del método de Brecht.

[15] Ve “III. Sobre el análysis situs”, en Gottfried Wilhelm Leibniz Philosophical Papers and Letters (Cartas filosóficas de Godofredo Leibniz), Leroy E. Loemker (Dodrecht, Boston, London: Luwer Academic Publishers, segunda edición, 1989), págs. 254–258. Este concepto de análysis situs, o de la “geometría de posición”, es decisivo y profundo en el trabajo de Riemann, como se indica con mayor frecuencia en referencia a la célebre segunda edición de su tratado de 1857 sobre La teoría de las funciones abelianas, Werke, págs. 91–100.

[16] La verdadera ironía participa, como mostraré aquí más adelante, de la noción de Geistesmasse, del modo que Herbart y Riemann introdujeron, de manera sucesiva, el uso de ese término.

[17] Compárese con Gustav Jenner, Johannes Brahms als Mensch, Lehrer und Künstler (Marburg an der Lahn: N.G. Elwert’sche Verlagsbuchhandlung, 1930). Como se dice en A Manual on the Rudiments of Tuning and Registration, Book I (Manual sobre los rudimentos de la afinación y los registros, libro I. Washington, D.C.: Schiller Institute, 1992), págs. 219–220.

[18] Ibíd. pág. xvii, figura A: sección de la escultura de Luca della Robbia para el sitial del coro.

[19] Ve la comparación del asesinato del reverendo Martin Luther King con el asesinato judicial de Juana de Arco a manos de la Inquisición normanda, en mi discurso de enero de 2004 sobre “El talento inmortal de Martin Luther King” en Talladega, Alabama. Este video de EIR, cuya transcripción se publicó en Resumen ejecutivo de la segunda quincena de marzo de 2004 (vol. XXI, núm. 6), incluye la presentación que en esa ocasión hizo de LaRouche la veterana del Domingo Sangriento de Selma, Alabama, Amelia Boynton Robinson.

[20] “Esto nos lleva a otra ciencia, el dominio de la física, al que la práctica actual nos prohíbe entrar” (“Es führt dies hinüber in das Gebiet einer andern Wissenschaft, in das Gebiet der Physik, welches wohl die Natur der heutigen Veranlassung nicht zu bretreten erlaubt.”) Werke, pág. 286. Como indiqué antes en este informe, esta noción irónicamente revolucionaria respecto a los principios físicos como tales expresada en la disertación de habilitación de 1854, incluye aportes de Herbart y Dirichlet de una pertinencia crucial para el pensamiento de Riemann.

[21] Esta no es ninguna exageración. Toda la escuela moderna de expresiones románticas y modernistas de la sofistería musicológica se basa en el supuesto descabellado de que existe una separación categórica entre los métodos de Bach y los de la escuela “prerromántica clásica” de Haydn, Mozart y Beethoven. La misma sofistería se perpetúa afirmando que Schubert y Beethoven iban camino a convertirse en maduros exponentes posclásicos de la escuela romántica del zeitgeist, y con la exigencia de que las interpretaciones de las composiciones de Félix Mendelssohn, Schumann y Brahms se ajusten a los principios supuestos de la escuela romántica. La realidad es que todos los compositores clásicos de renombre, desde Haydn y Mozart hasta Brahms, basaron todo su desarrollo en el esfuerzo de dominar y continuar las implicaciones de las nociones del contrapunto bien temperado de Bach. La diferencia entre lo clásico y lo romántico es la misma que hay entre la fertilidad y la masturbación. La intención de los románticos y los modernistas es usar una propensión sexual simbólica, como sustituto de ese principio de la ironía clásica que es la base central de la obra de Bach y de todos sus seguidores, hasta ese gran seguidor suyo, el Brahms de su Cuarta sinfonía y Vier ernste Gesänge. Como solía decirse del Tristán del ultraromántico Wagner, “no quedaba ni un solo asiento seco en la sala”.

[22] Por ejemplo, Jesus–Christus–Kirche de Berlín, diciembre de 1951 (Hamburgo: Polydor Intl. GmbH, 1976).

[23] Este principio se reconoce con presteza centrándose en la función del cambio de registro en el modo del bel canto de no sólo el canto, sino también de la composición competente. Los públicos apáticos requieren efectos burdos; los públicos sensibles requieren de esa función de la tensión hacia la que apunta de modo ejemplar, clásico–poético, el papel especial que tienen los cambios de registro.

[24] La función de Jean–Baptiste Colbert como estadista fue decisiva para prepararle el terreno a los aportes de Leibniz.

[25] El siguiente pasaje, que seguido he citado, de La teoría de los sentimientos morales de 1759 de Adam Smith, es típico de sus seguidores y demás hoy día. Cabe destacar que Smith publicó esto antes de que lord Shelburne le encomendara en 1763 visitar Francia, con el fin de desarrollar un programa para desbaratar la economía de esa nación y también para arruinar la economía posterior a 1763 de las colonias anglófonas de Norteamérica. También es de señalarse que, La riqueza de las naciones de Smith, fue un opúsculo publicado en 1776 con el propósito de desacreditar y subvertir el inicio de la naciente lucha estadounidense por la independencia. Dicho pasaje, del modo que lo he citado antes, dice: “La administración del gran sistema del universo. . .la custodia de la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es asunto de Dios y no del hombre. Al hombre le corresponde un apartado mucho más humilde pero más a tono con la debilidad de sus facultades y la estrechez de su comprensión: la custodia de su propia felicidad, la de su familia, sus amigos, su país. . . Pero aunque estemos llenos de un intensísimo deseo de realizar esos fines, se ha encomendado a las lentas e inciertas determinaciones de nuestra razón averiguar los medios de materializarlos. La naturaleza nos ha conducido a buena parte de ellos por instintos originales e inmediatos. Hambre, sed, la pasión que une a los dos sexos, el amor del placer y el rechazo del dolor, nos impulsan a aplicar esos medios sólo por lo que son, y sin consideración alguna de si tienden a esos beneficiosos fines que el gran Director de la naturaleza intentó producir por medio de ellos” (énfasis añadido). Lo de Smith es un eco del mismo argumento irracional del francamente pro satánico Bernard Mandeville y del fisiócrata François Quesnay.

[26] Por “crisis sistémica”, me refiero al resultado de una falla que, no sólo es inherente a la existencia de la forma referida de sistema económico, sino una que amenaza con desintegrar dicho sistema a menos que se introduzca la suerte de cambio axiomático necesaria para evitarla. Esto es distinto a una calamidad económica “cíclica”, que no representa una amenaza a la existencia continua del sistema en sí.

[27] Bernhard Riemann, “Ueber die Fortpflanzung ebener Luftwellen von endlicher Schwingungsweite”, (1860), Werke, págs. 157–181.

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