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Informe: Hijos de Satanás
El CFLC y el Shakespeare de los sesentiocheros

Kent: ¡No puedo concebir. . .!

Glóster: La madre de este mozo sí pudo, de donde se le originó cierta redondez de su vientre y el hallarse con un hijo en la cuna antes que con un marido en el tálamo.

El rey Lear.

La compasión tanto por los afligidos como por aquellos a los que a su vez éstos victimizan nos impulsa a descubrir: ¿por qué ningún sesentiochero puede leer un poema; esto es, leer, salvo que sea una farsa, ya sea una canción infantil o con una u otra afectación alocada? Tampoco pueden leer a Shakespeare o a Schiller, excepto si es una telenovela: Hamlet tiene una “crisis de adolescente”; Porcia es “pura bondad”; o Guillermo Tell carece de la escena crucial de la redención en el último acto.

A medida que más causas entrecruzadas de las que puedo mencionar aquí entran en juego, el Congreso a Favor de la Libertad Cultural merece gran parte de la culpa. La primera y más antigua definición de arte y cultura de todo sesentiochero, ya sea un estudiante que abandona sus estudios universitarios o doctorales, vino de alguna parte del establo artístico del CFLC. No es necesario estudiar a Stravinsky o a Schönberg (después de todo, casi nadie lo hace). Debiera ser casi de suyo evidente que no necesitas haber leído nada de la poesía de T.S. Eliot, por ejemplo, para tener una impresión precisa suya o de su equivalente, del ambiente cultural en general.

Sin embargo, reconocer eso sólo plantea una segunda y más desconcertante pregunta: ¿cómo es que esta primera impresión ha perdurado por tantas décadas, aun entre los Üntcasos de los sesentiocheros más prometedores? ¿Qué es lo que le ha impedido que estos canuzcos, en toda su existencia, el haber leído a Heine, Keats o Shelley alguna vez, si no es a través de las gafas de James Joyce?

Para acercarse a la respuesta, retrocedan un momento y recuerden algunas consideraciones más amplias. El compromiso natural de cada ser humano representa un compromiso eficaz con la verdad y el bien; de hecho, son como dos caras de una misma cosa. Todo hombre es un platonista por naturaleza en esta medida. Y la tradición artística de la civilización europea extendida al orbe es platónica. El hombre que es un artista, y aun más el que es un gran artista, tiene un compromiso mayor con la verdad y con el bien, y un poder mayor para hacerlo efectivo.

Pero, ¿qué dice la prole del CFLC? Tomen a los escritores con los que estuve más familiarizado en mi adolescencia, como T.S. Eliot y W.H. Auden. Sigan toda la lista del CFLC; tomen a cualquiera de ellos, por todas sus tantas y verdaderas diferencias. Con sólo la extraña excepción que confirma la regla, todos son apóstoles fanáticos del dogma de que el compromiso eficaz con la verdad y con el bien es simplemente imposible! Todos, de alguna manera, son almas pervertidas y minusválidas que nos presionan a creer que tal es la esencia misma del “arte”.

Pero, entonces qué hay de Keats y Shelley, de Mozart, Bach o de cualquier gran artista? Hay un abismo insuperable que los separa de los sesentiocheros.

Es cierto que cada sesentiochero comprendió hace mucho que la convicción de que este compromiso humano natural era imposible, era el “ábrete sésamo” sin el cual nadie puede entrar al Elíseo de los “artistas”. Es el apretón de manos masónico de las subespecies “pretenciosas” de sesentiocheros.

La prudencia susurra: por todos los medios adopta las mejores opiniones, las más recientes y las que gozan de mayor aprobación de cualquiera sea el grupo en el que te encuentres. Pero, ¿de veras quieres deshacerte de ese viejo y confiable círculo mágico de una vez por todas? ¿Y deshacerte de él en este momento, cuando estás llegando a la edad de jubilarte?

Hay otros asuntos quizás más profundos. Comienza con el hecho de que el sesentiochero en realidad no puede, sin importar cuanto lo intente, encontrar diferencia alguna entre la clase de compromiso platónico que refiero, por un lado, y su respaldo a una lista aprobada de “posiciones”, por el otro. Su ceguera es la misma que la de sus primos cercanos los fundamentalistas religiosos al estilo de los seguidores fanáticos de un Pat Robertson o un Mel Gibson.

Ahora Lyndon LaRouche ha centrado la pelea sobre su puntuación como un ejemplo de lo que está en juego aquí. De hecho tengo un familiar un poco mayor, quien me dijo en una conversación que tuvimos hace ya varios años, casi de un solo jalón, que estaba en desacuerdo con LaRouche en dos asuntos apasionantes. Uno era que LaRouche participaba en algunas de las mismas causas en las que él estaba involucrado, pero objetó a eso porque “a veces el mensajero desacredita al mensaje”. Lo otro fue la puntuación. Me contó que LaRouche tenía el derecho a decir lo que quisiera en cierto documento que había leído (o algo así), pero luego agregó enfadado: “¡Pero debería usar la puntuación correcta!”.

Quienes acusan a LaRouche de violar las reglas de puntuación no entienden para nada el quid del asunto. Quieren hacer lógico todo. Dicen: “Tienes que explicar esto de formas que no ofendan a mi maestro”. Poseen la visión contemplativa aristotélica. Creen que de alguna manera puede comprenderse al universo manipulando en privado símbolos según ciertas reglas autoevidentes. En última instancia, creen que puedes hacer tu voluntad en el universo así, como por arte de la magia babilónica. O, que en últimas esa realidad la componen ecuaciones matemáticas, de modo que el lenguaje escrito sólo puede representar la realidad en la medida que cobra una notación matemática.

La verdad es que el arte, no menos que la ciencia, existe en el dominio complejo. Es la ironía en el arte, en Üntel sentido amplio, la que, como paradojas de la naturaleza, obliga a la mente preparada a descubrir una idea que nunca antes había tenido, o que nunca había ubicado en ese contexto.

Pero los artistas del Congreso a Favor de la Libertad Cultural van del formalismo matemático desalmado de un Arnold Schönberg, al emocionalismo salvaje e irracional de los sociópatas y psicópatas del impresionismo abstracto como Jackson Pollack.

En una oportunidad Bertrand Russell escribió que, como lo criaron en la época de la imperturbabilidad victoriana, le era difícil aceptar, de viejo, un mundo dominado por los Estados Unidos. Tras la Guerra Civil, los EU llegaron a ser la gran potencia económica mundial, y parecía que su crecimiento no tenía límites. El Imperio Británico estaba convirtiéndose en la vieja gloria a la vista estos otros, ¡que hasta hablaban inglés! ¿Vamos a tener un mundo dominado por estos pueblerinos y patanes? ¿Cómo lo detenemos?

Ahora, de su lucha con A.N. Whitehead en torno a Principia mathemática, Russell supo que sí existen paradojas axiomáticas, y que están relacionadas con descubrimientos científicos. Ahora bien, ¿cómo los detenemos? ¿Cómo? ¡Tenemos que proscribir todo lo que sea conceptual!

En este sentido, el CFLC desciende de los opositores de Sócrates y Platón entre los antiguos eleáticos, los sofistas y los aristotélicos. Hasta Paolo Sarpi de Venecia, su títere Galileo, y el estudiante de este último, Thomas Hobbes. Hasta la campaña de Francis Bacon contra Shakespeare, el Shakespeare cuyas obras fueron reescritas y transformadas en novelas en la Gran Bretaña del siglo 18, del modo que los sesentiocheros lo hacen hoy, sólo para que viniera a revivir en Alemania.

Así, en este sentido, el CFLC es historia vieja, pero, como escribió Heine, siempre nueva.
—Tony Papert.

*Estadounidenses y europeos occidentales lo bastante desgraciados como para nacer aproximadamente entre 1945 y 1964


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