Escritos y discursos de Lyndon LaRouche

Respuesta al Washington Post
La causa del problema de Kerry

LaRouche in 2004, el comité de la campaña de Lyndon LaRouche por la candidatura del Partido Demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos, le envió la siguiente carta abierta al Washington Post el 23 de mayo de 2004.

En la sección "Puntos de vista" de la edición dominical del 23 de mayo del Washington Post aparece un artículo de James Mann, quien es miembro del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, siglas en inglés), sobre el espectáculo de la catástrofe que atrajó sobre sí la propia conducta reciente del senador demócrata John Kerry en su campaña. Los últimos seis párrafos del artículo plantean un asunto importante, sin embargo, lo que hace es contemplar el problema de Kerry en vez de identificar la causa subyacente y corregible de su trágica actuación hasta ahora.

A primera vista, el problema obvio del senador Kerry es que, sin importar qué cualidades más nobles pudiera tener, en estos momentos dichas cualidades se ven sofocadas por la mafia financiera que ahora controla al Comité Nacional Demócrata. El hecho de tales presiones, que su actual equipo de campaña ejerce sobre él, pudiera tolerarse en el caso de un boxeador profesional, pero en realidad no hay excusa para semejante conducta sumisa en un hombre comprometido a una profesión diferente, y que pretende convertirse en el presidente de nuestra república en momentos en que nos amenaza la embestida de los problemas decisivos que hoy enfrentamos.

Una persona que se ofrece a convertirse en presidente bajo las condiciones actuales tanto de guerra como de un derrumbe financieromonetario global que está a toda marcha, no tiene el derecho moral de anteponer su ambición personal de manera oportunista por encima del bienestar de la nación y su población. Como dice el colaborador del Post, Mann, el escrúpulo excesivo de Kerry equivale a rehusarse a reconocer, aun ahora, que el empeño personal continuo del vicepresidente Dick Cheney desde 19911992, de emprender guerras nucleares preventivas en un país tras otro, constituye ya un desastre más ominoso de lo que resultó ser la pesadilla de Vietnam.

Hasta ahora, a veces Kerry es mucho ruido y pocas nueces. Sin embargo, hay largos períodos en los que ni el ruido se oye.

Yo he escrito y hablado a este respecto en muchas partes. Aquí, recopilo lo más esencial de ese razonamiento en un lenguaje adecuado para el lector típico del Post.

El escándalo: por qué no escucha a Roosevelt?

Por ejemplo, por qué Kerry fue tan tonto en 2002 como para unirse a la pandilla de la guerra de Bush? Esa es una de las dos dudas claves que penden sobre la capacidad de juicio de Kerry, que simplemente no se irá cuando empiece la campaña contra Bush y Cheney a fines del verano.

Los "cuarenta dólares el barril" de petróleo es una advertencia de la forma en que se entrelazan los dos asuntos vitales que Kerry desatiende: el derrumbe financiero-monetario en marcha y las realidades de cómo nos metimos en esta guerra contra Iraq. No obstante, una vez que aceptamos que el desbarre de Kerry en ambos asuntos amenaza con convertir la elección de noviembre de 2004 en una caricatura de su predecesora del 2000, tenemos que ir más allá de las limitaciones personales de Kerry, si es que el electorado ha de arribar a una comprensión adecuada del reto que se les presenta. En tanto Mann tantea la sospecha de esa realidad más profunda, qué nos muestra esto sobre la amenaza que representa la condición mental y moral actual de nuestro célebre sistema bipartidista?

El escándalo en la alcoba política del Partido Demócrata, al que el propio Mann hace caso omiso, es el asunto del repudio desvergonzado del Partido al legado de Franklin Roosevelt. Estamos en una depresión global en marcha, una depresión de una naturaleza sistémica más que meramente cíclica, una depresión que exige una cura sistémica y no el parche de las promesas de elíjanme y seré bueno con ustedes" que hoy hace Kerry en una campaña desesperada que se desbarata. Si Kerry pretende convertirse en un candidato serio a presidente en algún momento de aquí a noviembre, tiene que enfrentar los retos planteados por la crisis financieromonetaria mundial actual, la necesidad de tener un nuevo presidente Franklin Roosevelt, el eco de un Roosevelt cuya elección luego probó haber salvado al mundo del imperio mundial nazi de un Hitler apoyado por los sinarquistas, al tiempo que rescató a los propios Estados Unidos de América de la suerte de medidas de austeridad fiscal que hubieran desatado el fascismo en los EUA, como lo hizo por toda Europa en el período de 1922-1945.

Kerry jamás podrá calificar para ser un presidente de verdad, en tanto no enfrente la realidad de que, de hecho, por mi historial, yo soy el único candidato técnica y emocionalmente calificado para el cargo bajo las actuales circunstancias mundiales. Como hay elementos pertinentes de nuestra élite financiera que no sólo me odian, sino que me temen desde que en 1971 desenmascaré al notable profesor liberal pro schachtiano Abba Lerner en un debate público en Nueva York --y me odian aun con mayor fervor por el papel que tuve en hacer que el presidente Ronald Reagan pronunciara una Iniciativa de Defensa Estratégica--, se han hecho cosas para excluirme de los debates públicos de los candidatos que antes se hubieran considerado moralmente inconcebibles. Estas medidas inmorales incluyen el logro implícitamente racista del Comité Nacional Demócrata, en anular la ley de Derechos Electorales de 1965. Kerry devino el presunto candidato porque supusieron que sería incapaz de tomar la clase de medidas antischachtianas que Franklin Roosevelt usó para defender a los EU de la suerte de toma fascista que, en marzo de 1933, acababa de producirse en Alemania. Por tanto, no es su culpa del todo el que haya mostrado una necia incompetencia en su campaña desde que logró sus victorias en Iowa y Nueva Hampshire; su defecto personal fue la cualidad que hizo que lo escogieran como una persona de los atributos que ahora despiertan una desesperación creciente entre los que tenían la esperanza de apoyarlo.

Cómo el sofismo lleva a la guerra

Las características del hombrebestia" típicas del sistema nazi, del modo que se reflejaron en el escándalo de Abu Ghraib, y cómo debieron haberse previsto en el caso de Guantánamo, son la advertencia de lo que representaría la reelección del binomio Bush y Cheney llegado enero de 2005.

Para darle crédito a quien lo merece, un colaborador alemán mío me pidió una noche que revisara su estudio de la obra del historiador alemán del siglo 19 Ernest Curtius acerca de la historia de la antigua Grecia. Los pasajes pertinentes de Curtius sobre la guerra del Peloponeso que mi colaborador citó eran nuevos para mí, y una adición valiosa a mi conocimiento; mas lo planteado por mi colaborador de ningún modo era nuevo. El recuento de Curtius es útil, pero las raíces sistémicas y más profundas del asunto han de encontrarse en otra parte, como por ejemplo en los diálogos de Platón. El destino de Atenas sigue siendo un buen ejemplo del libro de texto de la clase de fatalidad con la que el Gobierno de Bush y Cheney amenazan a los EUA de los próximos meses.

La Atenas de Pericles, entonces la nación principal en la alianza que derrotó la agresión del Imperio Persa, se volvió contra sus aliados en un intento por establecer un imperio ateniense. Estos crímenes contra la humanidad perpetrados por la Atenas de entonces condujeron a la guerra del Peloponeso, misma que destruyó el poderío de Atenas y llevó al proceso de decadencia cultural y moral de la civilización europea, del cual surgió más tarde la perversidad que representó el Imperio Romano.

La referencia que mi colaborador hizo de Curtius apenas ilustró el asunto que los historiadores favorables a la causa de la antigua Roma pasaron por alto, algo que para mí ya era claro desde hace mucho, por mi studio de décadas de los pitagóricos y la obra de Platón. Fueron esos sofistas de Atenas, del modo que Platón presentó esto en sus diálogos, los que perpetraron el asesinato judicial de Sócrates, los mismos que expresaban esa corrupción moral de la Atenas de Pericles y Trasímaco, la corrupción del sofista que hizo posible la guerra del Peloponeso. Fue el Trasímaco quien encabezó la fase más desastroza de esa guerra, y quien hoy está representado en las políticas de los EU bajo el títere de Cheney, George W. Bush. Irónicamente, para aquéllos en el Partido Demócrata que hoy son blandos contra Cheney, el nombre descriptivo de ese partido político sofista era el Partido Democrático de Atenas".

Sin embargo, mi colaborador erró en poner un acento estrecho en la atención que Curtius le presta a los sofistas. El mismo reduccionismo fue la cualidad esencial de los eleáticos antes y, después, en esencia, también del método retórico de Aristóteles. Los sofistas, quienes fueron el blanco principal de los diálogos de Platón, sólo fueron una máscara bajo la cual una sucesión de influencias corruptoras llevaron a la antigua Grecia a sufrir los efectos desastrosos de la guerra del Peloponeso y sus consecuencias. Es esa misma cualidad de sofistería de los reduccionistas, de la cual es típico en su peor extremo el legado implícitamente pro fascista del Congreso de la Libertad Cultural. Es el método sofista, que también la secta del Apolo de Delfos y los eleáticos conocían, el que las sectas existencialistas que ahora son tan populares en las universidades expresan al extremo. Es ese método retorcido de argumentación del embustero el que le da su ímpetu filosófico a esa corrupción de la vida política estadounidense bajo el mandato del alto sacerdocio del populismo de los órganos de difusión.

Hoy, la raíz de la sofistería la representa la actitud de hacer un comentario que se adopta como guía para seguir una tendencia aparente de los acontecimientos, en vez de actuar para que entre en vigor un desenlace definido de forma veraz. Es la búsqueda de una explicación en preparación para someterse a lo que se presenta como inevitable", en vez de actuar para hacer que lo que es necesario suceda, lo que representa la forma en la que los crímenes negligentes de la sofistería se difunden hoy en los EU y otras partes. La sofistería es sólo una forma de racionalizar esa variedad particularmente repugnante de oportunismo.

Los sofistas que perpetraron el asesinato judicial de Sócrates no sólo eran típicos de la misma tradición que ha dominado cada vez más la cultura política estadounidense desde el inicio oficial de la guerra estadounidense en Indochina después de Kennedy, y la siniestra reunión de Nixon en Biloxi, Misisipí, en 1966. Para nosotros, la guerra de Cheney será como revivir la guerra del Poloponeso, a menos que elijamos a un presidente que nos libre de ese Trasímaco reencarnado que la tradición del profesor Leo Strauss y el régimen de Bush controlado por Cheney representan hoy.

La única esperanza es, o que yo sea el candidato, o que Kerry, si lo eligen como tal, acepte mi guía respecto al mejoramiento de su conducta en un grado que, de otro modo, rebasaría de forma manifiesta su capacidad actual.

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