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El caso Argentina: los cerebros de Wall Street también están en default

por Dennis Small

Vistos con objetividad, los sucesos de los últimos meses de la crisis de la deuda de Argentina dejan la nítida impresión de que la élite financiera y política del mundo ya perdió la chaveta. Los banqueros, las instituciones financieras internacionales y gobiernos enteros andan frenéticos, de un lado para otro, tratando de convencerse entre sí de que el cadáver que tienen enfrente —la totalmente impagable deuda externa de Argentina, de casi 250.000 millones de dólares— sigue vivo y todavía "cumple".

El precandidato presidencial demócrata estadounidense Lyndon LaRouche comentó recientemente que el panorama de Argentina le recuerda el cuento de Edgar Alan Poe "Los hechos en el caso del señor Valdemar". Según el relato, el señor Valdemar fue hipnotizado en el justo instante en que pasaba de la vida a la muerte. Por un tiempo, el buen caballero mantuvo todas las apariencias externas de la vida —el habla, la locomoción, etc—, mientras se podría y descomponía por dentro. Es sólo un ejemplo, observó LaRouche, aplicable a la totalidad del sistema financiero global.

En diciembre pasado, la insolvencia de Argentina era ya tan desesperada que se tuvo que rescatar a sus acreedores de Wall Street con un paquete de 40.000 millones de dólares, reunido por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Grupo de los Siete, entre otros. Dicho rescate, motejado de "blindaje financiero", fue aclamado como la solución final para todos los problemas de Argentina.

No duró seis meses. En junio de 2001, con Argentina al borde del incumplimiento, se tuvo que urdir otro paquete de rescate, un "megacanje" de 30.000 millones de dólares, que reemplazó los bonos impagos de intereses elevados del gobierno argentino, con. . . ¡bonos a intereses más altos, con un valor total mayor, todavía más impagables que sus predecesores! "Hemos vencido a los que apostaron contra Argentina", fue el irracional grito de victoria del ministro de Economía Domingo Cavallo, producto doctorado de la Escuela de Economía de Harvard.

Seis semanas más tarde, a mediados de agosto, Argentina estaba otra vez imposibilitada de hacer sus pagos. Tras doce días de negociaciones continuas, que la prensa financiera del mundo siguió con fascinación morbosa, el FMI y el negociador de la deuda argentina, Daniel Marx, dieron a luz otro monstruo sin futuro. Respaldado por la magra suma de 8.000 millones de dólares del FMI —3.000 millones de los cuales no existirán siquiera mientras no se eche a andar, en marzo de 2002, un todavía vago plan de canje de bonos— el acuerdo tiene dos componentes esenciales:

1. No se tolerará que Argentina incumpla sus pagos. Todos acordaron seguir fingiendo que el cadáver putrefacto sigue vivo y goza de cabal salud.

2. El gobierno de Argentina, que preside Fernando de la Rúa, firmó sobre la línea punteada que aplicará de inmediato un llamado "presupuesto de déficit cero".

Examinemos los dos puntos.

La locura del déficit cero

Cuando se le preguntó hace poco cómo le va a hacer esta vez para evitar declarar un incumplimiento, el doctor Cavallo se puso poético: "Es como dejar caer un huevo desde 50 metros de altura sin romperlo".

El 27 de agosto, ante 150 destacados empresarios brasileños reunidos en una sesión plenaria de la Asociación Comercial de Sao Paulo, el corresponsal de EIR en Brasil, Lorenzo Carrasco, informó: "El problema es que el huevo de Cavallo ya está a 500 metros de altura, catapultado por el rescate de 40.000 millones de dólares de diciembre de 2000, más el megacanje de 30.000 millones de dólares, más el último rescate de 8.000 millones del FMI. Si añadimos a eso las crecientes presiones en Turquía, Brasil, Polonia y demás, no hay huevo que pueda sobrevivir semejante caída".

Ciertamente, la burbuja de 250.000 millones de dólares de la deuda argentina —como los 400 billones de dólares en agregados financieros del mundo, de los cuales dicha burbuja es apenas un ejemplo— es tan impagable que todos los intentos de mantener esa burbuja con nuevos instrumentos de deuda exigen un aumento neto en esos instrumentos, que se añade al total de agregados financieros en existencia. Esta zona de inestabilidad se describe mejor con la Curva Triple de LaRouche (gráfica 1), y es la zona en la que la hiperinflación estilo Weimar se activa y se sale de control. (Ver Richard Freeman, "Hiperinflación en la Alemania de Weimar", EIR, 24 de marzo de 2000.)

Argentina y el sistema financiero mundial han entrado en esa zona.

Pero los genios de Wall Street no sólo han desatado un proceso financiero hiperinflacionario en Argentina; también han activado un segundo proceso simultáneo, hiperdeflacionario, en la economía real subyacente. Esto se hizo imponiendo lo que Cavallo bautizó como su solución del "presupuesto de déficit cero".

El concepto es sencillo. . . y completamente incompetente. Primero, el pago de intereses sobre la deuda pública se declara sacrosanto, y siempre se pagará, sin importar las consecuencias. Segundo, el gobierno únicamente gastará lo que reste de impuestos y otros ingresos tras substraer los pagos de deuda. En otras palabras, el gobierno no manejará un déficit ni pedirá dinero prestado para cubrirlo. Su déficit debe ser siempre igual a cero.

¿Pero qué pasa si el pago de intereses sigue subiendo y los ingresos fiscales siguen cayendo, como ocurre ahora en Argentina? (Ver gráfica 2.) ¿Qué sucede cuando el pago de intereses se lleva el 15 por ciento de los ingresos fiscales (como ya sucedió en 1997, a pesar de que los gravámenes se elevaron agudamente en ese período, debido a un aumento del impuesto al valor agregado del 12 al 21 por ciento)? ¿Qué pasa cuando el pago de intereses alcanza el 25 por ciento de los ingresos fiscales (como el año pasado), dejando sólo el 75 por ciento para todos los demás gastos del gobierno? Y cuando el creciente pago de intereses que se exige rebasa finalmente la base tributaria total en contracción —cuando el parásito es mayor que el huésped—, ¿qué pasa entonces?

Se ha desatado así un proceso hiperinflacionario de pago de la deuda, junto con un proceso hiperdeflacionario de contracción de la economía física real, y, juntos, provocan ya un drástico descenso, de cuando menos 10 por ciento anual, en la recaudación de impuestos.

Sometida a un presupuesto de déficit cero en estas condiciones de contracción, Argentina recorta drásticamente todo gasto del gobierno, excepto el pago de intereses. La salud, la educación y los gastos necesarios en defensa nacional se hacen nada. Y, como puede verse en la gráfica 3, desde principios de los noventa los salarios de los empleados del sector público vienen declinando sin parar entre 6 y 7 por ciento anual. En 2001, como parte del último paquete del FMI, los salarios del sector público ya se han recortado lo doble de eso, en 13 por ciento. Pero los sueldos se recortarán aún más si es necesario para equilibrar el presupuesto, y así será, porque el hundimiento de la economía reduce a su vez la base tributaria.

Por ejemplo, la producción industrial ahora se contrae a cerca de tres por ciento anual, pero el sector crítico de la producción de autos cayó a un ritmo anual del 22 por ciento en los primeros ocho meses de 2001. Las ventas al menudeo cayeron 2,4 por ciento en la primera mitad de 2001, y eso empeoró en una caída de 4,4 por ciento en julio y agosto. No asombra que en el primer semestre de 2001 la recaudación tributaria del gobierno cayera a una tasa anualizada de cerca de 2,4 por ciento; pero en julio y agosto, la recaudación cayó oficialmente a un ritmo de 7 ú 8 por ciento anual. Fuentes informadas en Buenos Aires le dijeron a EIR que la recaudación de impuestos al valor agregado en realidad cayó 17 por ciento anual en agosto, pero Cavallo presionó a cierto número de compañías petroleras extranjeras que operan en Argentina para que adelantasen el pago de futuros impuestos, a fin de encubrir esa drástica caída.

Cortar, cortar, cortar

En los noventa, el gobierno argentino manejó un déficit presupuestasl continuo, que en el año 2000 llegó casi a 7.000 millones de dólares. El FMI, el gobierno estadounidense, la prensa mundial, etc, han dicho que esto es prueba del despilfarro de Argentina. El secretario de Hacienda de los Estados Unidos, Paul O'Neill, fue quizás el más grosero, cuando comentó a mediados de julio: "Se han metido en problemas y salido de ellos por 70 años o más. . . Y así les gusta. Nadie los forzó a ser como son."

Puras mentiras, por supuesto, como puede verse en la gráfica 4. El FMI inventó un renglón contable, "presupuesto primario", que se define como el presupuesto total menos el pago de intereses. De hecho, Argentina ha tenido un excedente del presupuesto primario a lo largo de los noventa, pero ese excedente ha sido excedido por el programa de pagos de intereses, que es mayor y crece con rapidez. En los últimos cuatro años, el pago de intereses sobre la deuda pública ha subido en más del 20 por ciento al año, en promedio. (En este estudio, estimamos moderadamente que aumentará cerca de 25 por ciento por año de 2001 en adelante.)

La presunción de la necesidad de un "excedente presupuestal primario" grande y creciente se ha utilizado repetidas veces para justificar recortes presupuestarios, así como la venta de compañías y otros activos del gobierno. Esto último lleva el nombre de "privatización", y fue una fuente significativa de ingresos adicionales del gobierno en los noventa. Esto culminó en nada menos que 15.000 millones de dólares en privatizaciones en 1999, de los cuáles, 2.600 millones de dólares entraron al presupuesto gubernamental de ese año, como resultado de la venta de la compañía petrolera nacional, Yacimientos Petrolíferos Fiscales.

Pero a Argentina ya se le acabaron los principales activos que podían privatizarse, de modo que el "excedente primario" debe generarse aumentando impuestos y recortando las menguadas áreas que no han sido tragadas por el pago de intereses.

La educación pública, por ejemplo, ya está en el tajadero. No sólo los maestros de escuela están en huelga a causa de los recortes salariales, sino que los líderes sindicales advierten que los recortes a los programas de desayunos escolares y demás amenazan ya la existencia misma de las escuelas públicas. La situación del ejército es todavía peor. Tras los drásticos recortes de personal y adquisiciones de los años previos, el gobierno anunció recientemente que los soldados se presentarán en sus unidades únicamente cuatro días a la semana, seis horas al día, con lo cuál se pretende eliminar casi por completo las comidas que se sirven a los soldados y oficiales.

Semejantes medidas de "recorte, recorte, recorte" se aplican en otras naciones iberoamericanas, tal como en Argentina, con un efecto igual de desastroso. Veamos el caso de Brasil, la condición central de cuyo acuerdo con el FMI es que el gobierno debe generar un excedente presupuestal primario en el 2001 igual al 3,35 por ciento del pnb, y al 3,5 por ciento del pnb en 2002. (En 2000 fue del 3 por ciento del pnb.) El excedente se utiliza luego para pagar la deuda. Cualquier caída en la recaudación, y el Ministerio de Hacienda recorta los gastos, pero no el pago de intereses. En el primer semestre de 2001, el Ministerio de Hacienda desembolsó tan poco que superó su meta de excedente primario.

Según Correio do Povo, desde 1998 sólo el 40 por ciento de los fondos presupuestales aprobados por el Congreso se han gastado en realidad. Entre 1998 y fines de 2000, el Ministerio de Hacienda no gastó 16.400 millones de reales, de un total de 36.900 millones de reales en gasto social y proyectos de infraestructura aprobados por el Congreso, es decir, un recorte igual a cerca de 6.600 millones de dólares, casi la mitad de los presupuestos aprobados. Los programas sanitarios básicos y los programas contra la malaria, el dengue y la tuberculosis, por ejemplo, prácticamente no recibieron recursos en tres años.

Y los recortes fueron todavía más drásticos en 2001. Para el 27 de julio, el Ministerio de Hacienda había liberado sólo 560 millones de dólares de los 7.600 millones aprobados en el presupuesto 2001 para programas sociales y de infraestructura.

Los recortes garantizaron excedentes presupuestales primarios inusitados, con los cuáles pagar la deuda. En 1999, el excedente primario fue de 30.000 millones de reales (cerca de 15.000 millones de dólares, al tipo de cambio en vigor entonces). En 2001, se proyecta un excedente de 40.000 millones de reales (más de 16.000 millones de dólares, al tipo de cambio actual). Y para 2002, el FMI demanda que Brasil genere un excedente presupuestal primario de 45.700 millones de reales (más de 18.000 millones de dólares) suma igual a dos veces y media el presupuesto del Ministerio de Salud para 2001.

Medidas de choque

Ahora que se le ha impuesto a Argentina el fraude del déficit cero del ministro Domingo Cavallo, un indicio de qué tan drástico serán los efectos de esa política puede verse en la gráfica 5. Aquí, la altura total del diagrama de barras representa el gasto del gobierno en 1998, 1999 y 2000. La porción inferior refleja el total del pago de intereses (la parte que no debe tocarse, pase lo que pase). Los dos segmentos superiores son, por consiguiente, los gastos netos (la cantidad que resta tras el pago de intereses). De éstos, el segmento de arriba corresponde al déficit presupuestal en ese año (la parte que se hubiera recortado de los gastos en condiciones de déficit cero). Así que el segmento restante, el de en medio, es lo que hemos llamado gastos netos de déficit cero (el presupuesto restante disponible después de pagar intereses y recortar el déficit). En el cuadro 1 aparecen las cifras correspondientes.

Esto pudo ser puramente hipotético en 1998, 1999 y 2000; pero ya cobra realidad en 2001. Este año, el pago de intereses será de unos 12.000 millones de dólares; y el déficit proyectado, por recortar, es de más de 13.000 millones de dólares, un cuarto de los gastos netos restantes.

Así, mientras que el total de los gastos, aparte de los intereses, fue de 53.700 millones de dólares en 2000, se programó reducirlos a poco más de 40.000 millones en 2001, lo que significa una reducción de 25 por ciento en un solo año, como lo ilustra la gráfica 6. Esto garantiza una mayor contracción de la actividad económica en el país, y con ello, un mayor hundimiento en la recaudación fiscal.

Lo cual nos lleva de vuelta a la gráfica 2. El proceso de esta forma desatado producirá una caída en la recaudación tributaria aún mayor de lo que de otro modo se proyecta linealmente en esa gráfica, o sea, una implosión deflacionaria de la economía productiva. De manera similar, cada nuevo episodio del proceso de negociación de la deuda ha llevado a mayores pagos de intereses y al alza del total de la deuda, en una explosión inflacionaria de la impagable burbuja de la deuda de Argentina.

Si Argentina —como el sistema financiero global que representa— ha de sobrevivir, el juego debe terminar.

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