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Las FARC incitan a Bush a invadir Sudamérica

por Gretchen Small

El 13 de febrero, en el acto clásico del provocador, la mayor fuerza narcoterrorista de Sudamérica, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), derribaron una avioneta estadounidense que realizaba actividades de reconocimiento antidrogas sobre la selva del departamento de Caquetá, en el sur de Colombia. A bordo de la nave viajaban un colombiano y cuatro estadounidenses civiles que trabajaban como contratistas de defensa para el Comando Sur de los Estados Unidos. Las FARC ejecutaron en el acto al colombiano y a uno de los estadounidenses, y tomaron como rehenes a los otros tres americanos.

El propio comando del cartel terrorista emitió comunicados adjudicándose la responsabilidad de haber derribado el avión, y confirmando que mantienen a los estadounidenses como "prisioneros de guerra". "La vida y la integridad física de los tres oficiales `gringos' en nuestro poder" se respetará, sólo si el gobierno colombiano restablece "una amplia zona desmilitarizada" en la región, y exigieron la liberación de cientos de terroristas de las FARC presos.

La ejecución y el secuestro marcaron el primer golpe estratégico del comando de las FARC contra asesores militares estadounidenses en Colombia. El ex asesor para la paz del gobierno colombiano Vicente Torrijos, señaló lo obvio: el uso de los estadounidenses por parte de las FARC, como presión para tener un intercambio de prisioneros, "indicaría que están haciendo todo lo posible por empujar a EU a intervenir militarmente cada vez más".

Ante la ofensiva de las FARC, sus aliados en el gobierno del desequilibrado Hugo Chávez en la vecina Venezuela hacen lo propio. El 17 de febrero, se encontraron los cuerpos de tres soldados disidentes y una muchacha secuestrados el 15 de febrero, cuando salían de la Plaza Francia de Altamira, Caracas, donde acampan los opositores militares de Chávez desde octubre de 2002. Autoridades chavistas admitieron que los cuatro muertos fueron atados, amordazados y torturados antes de que los ejecutaran.

Tres días después, la policía política de Venezuela, la DISIP, irrumpió en un restaurante de Caracas donde cenaba Carlos Fernández, líder de la asociación empresarial Fedecámaras. Entre disparos al aire, arrestaron a Fernández, a quien se acusa de rebelión civil, sabotaje, traición e incitación al crimen, dizque por su papel en el intento de golpe contra Chávez en abril de 2002 y en el paro cívico nacional de diciembre y enero pasados. También se giró orden de aprehension contra Carlos Ortega, dirigente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y contra seis ex gerentes de la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA).

Las provocaciones produjeron la pretendida reacción dentro de la ya de por sí histérica oposición venezolana, fortaleciendo al sector que ha estado pidiendo una "solución" militar, quizás al estilo Pinochet, en alianza con los neoconservadores belicistas en Washington.

Chávez prosiguió con una diatriba contra las protestas en el exterior por la detención de Fernández, usando su maratón televisivo semanal "Aló, Presidente" del 23 de febrero, para advertirles a los EU, Colombia, España y al secretario general de la Organización de Estados Americanos César Gaviria, que dejen de "entrometerse" en los asuntos venezolanos. Y en respuesta a protestas del presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, de que las FARC también operan dentro de Venezuela, Chávez sugirió que podría romper relaciones con su vecino colombiano.

Dos días después, explotaron sendas bombas enfrente de las embajadas colombiana y española en Caracas, hiriendo a cuatro personas. En el lugar se encontraron volantes que defendían la "Revolución Bolivariana" de Chávez, firmados por el Frente Bolivariano de Liberación (FBL), una sucursal venezolana de las FARC de Colombia.

No se sabe si el FBL fue en realidad el responsable, o si esto fue obra de una "tercera fuerza" desplegada para aumentar el caos. En cualquier caso, debiera ser claro que las acciones de la mancuerna FARC–Chávez no benefician sino a los imperialistas neoconservadores en el gobierno de Bush. Tampoco los lunáticos de Washington pasaron por alto la oportunidad que se les presenta. El presidente George Bush le informó el 20 de febrero al Congreso que hacía uso de su facultad de enviar tropas estadounidenses a Colombia, por encima del tope de 400 soldados establecidos por el Congreso. Fuentes del Pentágono informaron un día después, que se desplegaba a otros 150 elementos de las Fuerzas Especiales de los EU para "ayudar" al Ejército colombiano en el esfuerzo de búsqueda y rescate de los estadounidenses secuestrados.

Tres congresistas estadounidenses —Tom Davis, Jim Moran y Mark Souder— viajaron a Colombia. Tras consultar con su embajada, convocaron el 20 de febrero a una conferencia de prensa en Bogotá para exigir que los EU hagan más que rescatar a su gente. Insistieron que los EU deben tomar "represalias", una "respuesta drástica" y "acciones apropiadas y mayores". Un funcionario anónimo del gobierno de Bush le dijo al Washington Post que estos congresistas no son la única gente que piensa así: "Ciertamente podemos esperar presión para responder de forma muy enérgica".

El grito intervencionista de Washington desató una tormenta política en Colombia. Bajo su Constitución, el presidente Álvaro Uribe no puede aceptar la presencia de tropas extranjeras en suelo colombiano sin el permiso del Congreso, o en su defecto, del Consejo de Estado. También hay una diferencia si las tropas operan en su capacidad de asesoría, o si lo hacen en su capacidad de combate.

Uribe no ha respondido directamente al asunto de los soldados estadounidenses, pero ha emprendido una campaña diplomática en la región para instar a los países vecinos a declarar formalmente a las FARC como terroristas, un esfuerzo encaminado a cortarles el apoyo que reciben de estos países, en especial de la Venezuela de Chávez. La posición que tome el nuevo gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil será decisiva. Aunque aún no ha dado una respuesta oficial, el principal asesor de política exterior de Lula, Marco Aurelio García, emitió una declaración diciendo que Brasil no declarará "terroristas" a los "insurgentes" de las FARC, sobre la base de que su país debe preservar su "neutralidad" en caso de que se le pida negociar entre las FARC y el gobierno colombiano, y señaló que "los terroristas para unos, pueden ser los guerreros contra la opresión del otro". Este apoyo de facto de García a las FARC —y a Chávez, en declaraciones previas— le cae de perlas a los "gallinazos" imperialistas de Washington, que se deshacen por inducir a Brasil a alinearse con las naciones y movimientos narcoterroristas del continente, para así polarizar y hundir al continente en una guerra generalizada.

A su vez, el llamado a enviar tropas estadounidenses adicionales a Colombia ha fortalecido a quienes, dentro de Colombia, se oponen a la línea dura del presidente Uribe contra las FARC. Los voceros de las FARC entre las élites políticas colombianas ahora exclaman, "invasión gringa", e insisten que hay que regresar a la estrategia desastrosa de "negociaciones de paz". El congresista Antonio Navarro Wolfe, ex jefe del grupo narcoterrorista M-19, dijo que "así empezó Vietnam". El ex candidato presidencial izquierdista Luis Eduardo Garzón, dijo que el Estado colombiano "pierde gobernarnabilidad, mientras que Washington intensifica sus incursiones". Y el líder del Partido Comunista, Jaime Caycedo, dijo que "ningún colombiano puede aceptar ejércitos extranjeros".

LaRouche advierte contra semejante estupidez

Los fanfarrones que proponen que unos doscientos elementos de las Fuerzas Especiales de los EU podrán rescatar en un santiamén a los secuestrados estadounidenses cautivos en las selvas del sur de Colombia, no saben nada del terreno. La región es inmensa, apenas poblada y muy subdesarrollada, y las FARC han operado ahí por años. En abril de 2001, el Ejército colombiano, con apoyo de la inteligencia estadounidense, capturó al "Pablo Escobar de Brasil", el narcotraficante brasileño Luiz Fernando da Costa (alias Fernandinho Beira Mar), a quien las FARC protegían. Sin embargo, su captura representó tres meses de campaña e involucró a más de 3.000 soldados, cuya misión era recuperar ese territorio de manos del Frente 16 de las FARC.

Esta escalada de provocaciones ocurre mientras Sudamérica se desintegra económica y políticamente.

¿Están tan locos los políticos de Washington como para creer que sus Fuerzas Especiales restaurarán el orden en medio de esta situación, o que obligarán a las FARC a negociar?

Una represalia estadounidense es una "idiotez", dijo el 27 de febrero el precandidato a la Presidencia de los EU, Lyndon H. LaRouche, al analizar este polvorín sudamericano. La polarización del continente entre jacobinos y narcoterroristas por un lado, e imperialistas neoconservadores y sus lacayos por el otro, es precisamente el peligro del que advertí, señaló.

La alternativa a tal represalia militar no es negociar con las FARC, dijo LaRouche. Aquéllos que, como Diálogo Interamericano o Itamaraty, la cancillería brasileña, dicen que negociar con las FARC es una solución, deberían darse cuenta de que éstas no son un interlocutor honesto con quien negociar, sino simples narcoterroristas. Si el Ejército colombiano recibiese la ayuda logística y de inteligencia que requiere de sus vecinos, podría ocuparse del problema.

LaRouche reiteró la urgencia de remover de la ecuación al problema Chávez, reconociendo y enfrentando su locura. Chávez es un desquiciado, subrayó, y su locura le abre la puerta a operaciones en su contra por parte de gente en los EU que quieren eliminarlo violentamente. Chávez parece querer convertirse en el Salvador Allende de Venezuela, o en algo peor (cabe recordar que el presidente chileno Salvador Allende fue asesinado durante el golpe de Estado del general Augusto Pinochet, a instancias de Henry Kissinger). LaRouche también reiteró lo que dijo en diciembre: que la única forma de neutralizar el peligro de Chávez, es tratándolo como un desequilibrado mental que necesita atención médica, y sacándolo del escenario antes de que dé oportunidad a otros para convertirlo en el pretexto de sus juegos imperialistas. Aquéllos que rehusan reconocer y usar este flanco, sólo agravan el problema, dijo LaRouche.

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