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De dónde sacaron los gallinazos su amor a la guerra


Leo Strauss

por Tony Papert

Gracias en buena medida a las denuncias de la campaña presidencial de Lyndon H. LaRouche, transmitidas y reproducidas por medios electrónicos e impresos a nivel mundial, se conocen muy bien en el ámbito internacional muchos de los detalles íntimos del "golpe frío" que ha dado en Washington el vicepresidente Dick Cheney desde los hechos del 11 de septiembre de 2001. Ahora el mundo sabe que los peones de la usurpación de Cheney son los neoconservadores, conocidos también como gallinazos, porque a pesar de ser tan "halcones" hoy, durante la guerra de Vietnam se portaron como gallinas y evadieron el servicio militar; por doquier son comidilla las identidades de los principales gallinazos, y muchas de sus instituciones y vías de influencia.

Más recientemente, nuevas denuncias de LaRouche y otras fuentes han arrojado luz sobre el núcleo "straussiano" del fenómeno de los gallinazos; es decir, la organización de los discípulos del finado Leo Strauss (1899–1973) de la Universidad de Chicago, con los estudiantes de sus estudiantes (tales como el subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz) y los estudiantes de éstos (como Lewis Libby, alumno de Wolfowitz y jefe de personal de Cheney) y así sucesivamente.

También se ha dado amplia difusión a la dualidad que Strauss mismo le impartió a su secta: Por una parte creó una élite de "esotéricos", como el finado Alan Bloom, Paul Wolfowitz, Werner Dannhauser, Thomas Pangle y muchos otros que comparten las doctrinas secretas, nietzscheanas, de Strauss, y se consideran "superhombres" en la usanza de Nietzsche, que Strauss denomina, en su peculiar terminología, "filósofos". Pero por otra parte, en derredor de este núcleo interno hay una caparazón externa de "exotéricos" menos comprometidos, tales como William Bennett, Harry Jaffa y muy probablemente Donald Rumsfeld, que son leales a Strauss pero al mismo tiempo desconocen sus convicciones más íntimas. Están consagrados en cambio a una versión blanqueada de moralidad tradicional, patriotismo y religión, valores que el propio Strauss desprecia.

Así como Strauss llama al primer grupo los "filósofos", al segundo lo llama los "caballeros", para no usar un término tan despectivo como los "tontos útiles" de Lenin.

El culto de Alexandre Kojève a la violencia

Lo que aún es menos conocido, pero pronto se conocerá muy bien, es lo que podría llamarse la "conexión francesa" de Cheney. Salió a luz por primera vez hace algunas semanas, porque un amigo se extrañaba de la falta de una doctrina de violencia purgativa en la obra conocida de Strauss y de sus seguidores, justamente en momentos en que esos seguidores sumían a los Estados Unidos y al mundo en lo que Eliot Cohen y James Woolsey, gallinazos de la Junta de Asesoría sobre Política de Defensa de Rumsfeld, llaman abiertamente la "Cuarta Guerra Mundial". ¿Qué mayor orgía de violencia purgativa podía existir? En busca del llamado a la "violencia purgativa" que suponía tenía que existir en alguna parte del ideario straussiano, nuestro amigo investigó los vínculos entre Leo Strauss y un individuo llamado Alexandre Kojève, puestos al descubierto por Shadia Drury en su libro Alexandre Kojève: The Roots of Post–Modern Politics (Alexandre Kojève: las raíces de la política postmoderna; St. Martin's Press, Nueva York: 1994).

Ahí estaba.

Kojève, bolchevique radicado en Rusia hasta 1920, conoció a Strauss en Berlín a fines de los 1920, y los dos se hicieron amigos de toda la vida. Aunque Strauss y Kojève decían tener grandes discrepancias filosóficas, cada uno le escribía al otro palabras al efecto de: Tu eres uno de sólo dos o tres personas en el mundo capaz de entender plenamente mi pensamiento. Todos los estudiantes de Strauss lo sabían. Dada tan íntima conexión, la secta de Strauss bien podría llamarse la secta Strauss–Kojève, con sedes simultáneas en Chicago y París.[FIGURE 31]

Kojève ubicaba sus ideas como un comentario de alto vuelo sobre la Fenomenología de G.W.F. Hegel, comenzando con la esclavización del "siervo" por su "amo", como primer acto verdaderamente humano, ya que humanidad equivale a negar la naturaleza. Al arriesgar su propia vida sometiendo al esclavo, el amo repudia su propio temor a la muerte, en aras del "reconocimiento" o "prestigio puro", que según Kojéve es algo puramente humano, no natural. De esta manera, el maestro deviene en un verdadero ser humano por vez primera. El esclavo, en cambio, al someterse a la servidumbre por miedo a la muerte, deviene subhumano. Pero con el devenir del tiempo la antigua sociedad de amos esclavistas nobles es sustituida por una sociedad en que todos son esclavos: la sociedad cristiana. Y por último viene el "fin de la historia", una "tiranía universal homogénea", en que todo el mundo "reconoce" a todos los demás como esclavos y amos a la vez.

Es en este contexto que Drury describe la demanda de Kojève por una violencia purgativa. "Es importante darse cuenta de que Kojève no lamenta los terrores de la revolución. Al contrario: hace especial hincapié en el terror como componente esencial de la revolución. Para Kojève, el hombre no puede liberarse simplemente con que Hegel renuncie a Dios e introduzca una era de ateísmo. La liberación del esclavo `no es posible sin una lucha'. Kojève explica que la razón de esto es metafísica: ya que la idea se tiene que realizar como síntesis de amo y esclavo, el esclavo tiene que ser a la vez trabajador y guerrero. Esto quiere decir que tiene que `introducirse al elemento de la muerte' arriesgando su vida a plena conciencia de su mortalidad. Pero ¿cómo es posible esto en un mundo sin amos, en un mundo donde todos son esclavos? Kojève da con esta idea: el Terror de Robespierre es el vehículo perfecto para trascender la esclavitud.

"Kojève aplaude el Terror jacobino que siguió a la Revolución Francesa. `Es sólo gracias al Terror', escribe Kojève, `que se realiza la idea de la síntesis final, que satisface definitivamente al hombre' ", explica Drury.

"Stalin entendía la necesidad del terror y no tuvo miedo de cometer crímenes y atrocidades, de la magnitud que fuesen. A ojos de Kojève, esa era parte integral de su grandeza. Los crímenes de un Napoleón o Stalin, pensaba Kojève, eran absueltos por sus éxitos y logros".

El papel de Michel Foucault

Uno de los estudiantes de Kojève era el sociólogo y antropólogo Georges Bataille (1897–1962). Continúa Drury en su libro: "A juicio de Bataille, la condición semimuerta de la vida moderna tiene origen en el triunfo incuestionable de Dios y sus prohibiciones, la razón y sus cálculos, la ciencia y su utilitarismo. . . La primera tarea a realizar es matar a Dios y sustituirlo con el Satanás vencido, puesto que Dios representa las prohibiciones de la civilización. Rechazar a Dios es rechazar la trascendencia y adoptar la `inmanencia', lograda mediante la intoxicación, el erotismo, el sacrificio humano y la efusión poética. Sustituir a Dios con Satanás también significa sustituir la prohibición con la transgresión, el orden con el desorden, y la razón con la locura".

El popularísimo autor posmodernista Michel Foucault reconoce su gran deuda con Bataille y, especialmente, con Kojève. El estudio que hizo Foucault de Pierre Rivière, un joven del siglo 19 que mató a su madre, su hermana y su hermano con un hacha, evoca una obra de Bataille sobre Gilles de Rais. Rivière escribió una larga relación de los detalles de su vida y los motivos del atroz crimen. Sus defensores quisieron alegar que Rivière había estado loco cuando cometió el delito, pero "Foucault protesta que al declarar loco a Rivière, el tribunal acalla una acción de protesta contra el régimen de la razón. Al descartarlo como un loco, el tribunal le roba a sus acciones todo su significado".

En su libro Disciplina y castigo, Foucault llora por la desaparición del "potentado soberano", que según él halló su expresión más elocuente en las torturas y ejecuciones públicas del medioevo. Drury parafrasea así el argumento de Foucault: "El potentado soberano inspiraba conmoción y terror justamente porque se aliaba con la muerte. Su sello distintivo eran el terror y el `espectáculo del cadalso'. El saber que el soberano no vacilaba en cometer atrocidades llenaba de temor el corazón de sus súbditos. Con su horripilante descripción de la ejecución pública de Damiens, por intento de regicidio, Foucault pretende mostrar que el potentado soberano no tenía escrúpulos en recurrir a la crueldad más caprichosa y completamente innecesaria".

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