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Saludos de una heroína del Movimiento de los Derechos Civiles en Estados Unidos, Amelia Boynton Robinson a México

Amelia Boynton Robinson y su esposo S.W. Boynton, a quienes se conocía como "el Señor y la Señora Derechos Civiles" en el condado de Dallas en Alabama, lucharon por la justicia económica y el derecho a votar para los negros en ese estado desde principios de los 1930, treinta años antes de que el movimiento de los Derechos Civiles asociado con Martin Luther King lograra la aprobación de la ley de Derechos de los Votantes en 1965. Fue ella quien invitó a Martin Luther King a Selma, Alabama, y fue desde su oficina y su casa que trabajó cuando otros temían que los relacionaran con él. Durante el primer intento de efectuar una marcha desde Selma hasta Montgomery, a ella casi la matan al pie del puente Edmund Pettus en lo que se conoció como el "Domingo Sangriento". En 1964 fue la primera mujer en contender por el Congreso de los Estados Unidos en el estado de Alabama, ya no digamos la primera mujer negra. En 1968 ella estuvo a cargo del contingente femenino en Resurrection City, U.S.A. (Ciudad Resurrección, EUA), que fue una ciudad-campamento que el equipo de Campaña de la Gente Pobre del doctor King asentó cerca del monumento a Abraham Lincoln en la ciudad de Washington, en demanda de justicia económica para todos. Formó parte de la directiva del Centro Martin Luther King para el Cambio Social sin Violencia. Actualmente es vicepresidenta del Instituto Schiller, el cual fue fundado por Lyndon y Helga LaRouche. A sus 95 años, ella continúa luchando por la justicia económica, no sólo en los Estados Unidos, sino a nivel internacional, a través de su labor con el Instituto Schiller, que ella considera como una extensión y ampliación de la misión de toda su vida a favor de la dignidad de todos los seres humanos.

 

8 de agosto de 2006

Hola a nuestro país vecino:

El Instituto Schiller del señor Lyndon LaRouche, su movimiento de juventudes y yo los saludamos con más que un vivo interés en su lucha por la justicia. Como miembro del Instituto Schiller y una de sus vicepresidentes internacionales, he seguido su pelea con gran interés y esperanza en que ganarán la guerra política que están librando. Por experiencia propia, sé que ustedes pueden hacer prevalecer todos sus derechos, como nosotros hicimos que prevaleciera mucho de lo que pedíamos en 1965, pero no fue fácil. Sí, y hubo castigos, represalias, sangre, sudor y muchas lágrimas derramadas, y en algunos casos la muerte de alguien que pagó el precio supremo. A través de todo esto se alcanzó la victoria, y los grilletes de la esclavitud mental, la venganza económica, la discriminación forzada y la humillación, segregación que atormentó a los negros por cientos de años, cayeron cual anteojeras, cayeron de los ojos mentales del oprimido. Los empresarios descubrieron que sus negocios prosperaban porque tenían más clientes, los profesionistas tenían más clientes, y los políticos, más votos. Todas estas cosas empezaron a mostrar los beneficios de comprender que todos los hombres son creados iguales, y que tienen derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Permítanme relatarles unos cuantos incidentes. Mi esposo y yo trabajábamos para el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Nuestro trabajo consistía en enseñarle a los aparceros —para ellos la vida era poco menos que de esclavitud— métodos agrícolas científicos, con lo que obtenían más y mejor producción de la granja. No había tal cosa como percibir un salario. Decidimos que si estos granjeros podían obtener grandes cosechas para el patrón sin recibir salario alguno, a ellos y sus familias les iría mejor produciendo una cosecha pequeña para sí mismos. Empezamos a enseñarles cómo comprar predios, tierras de su propiedad, y esto por supuesto molestó al patrón. Y fuimos objeto de ataques. Aunque sabíamos que iba a ser difícil, empezamos a decirles a los granjeros que tenían que registrarse para votar, pues un pueblo que no vota es un pueblo sin esperanza, y la boleta electoral es más poderosa que la bala. Por las noches, a la luz de la lámpara, en las iglesias, le enseñábamos a los adultos a llenar la página y media de la solicitud, pero muchos de ellos no sabían leer ni escribir. Primero hubo que enseñarles. Luego George Wallace, quien era el gobernador (de Alabama), hizo que las solicitudes incluyeran más de cien preguntas. La escuela sólo duraba tres meses, y la mayoría de los niños tenía que caminar kilómetros, pues no había transporte. Entre más tratábamos de instruir a nuestra gente, más presiones soportábamos. Por treinta años fuimos hostigados e intimidados. Sin embargo, otros vieron la pelea que librábamos y, finalmente, se unieron a la lucha por la libertad.

Había un hombre blanco que dijo que le prestaría dinero para un enganche a cualquier granjero que pudiera encontrar tierra. Los propietarios, negocios locales y funcionarios de la ciudad intensificaron su acoso contra nosotros, al grado que mi esposo tuvo que retirarse. De hecho, yo renuncié del gobierno mucho antes que él, pero él de inmediato abrió una agencia inmobiliaria y de seguros en nuestra vieja oficina al otro lado de la calle del palacio municipal. El hostigamiento continuó, de las 7 de la tarde en punto hasta la 7 de la mañana. El teléfono sonaba cada diez o quince minutos, y del otro lado de la línea el que llamaba maldecía, y éstas son algunas de las palabras que gritaba: "¡Lárguense del pueblo, malditos hijos de su tal por cual, o le arrojaremos bombas a su casa! ¡No tienen ningún derecho en nuestro país!" o "¡Más les vale que no los vea en la calle, hijos de su...!" Esto le provocó a mi esposo al menos tres ataques de apoplejía. El último fue cuando un racista vino a su oficina y lo atacó. Fue a dar al hospital, para ya no salir de ahí con vida.

Aun de la tragedia puede venir el triunfo. Un ministro local quiso organizar una ceremonia para mi marido. A los diáconos les pareció que esto no era lo mejor, porque tenían miedo, y le temían al alto alguacil, quien organizó una cuadrilla armada. A pesar de todo, el ministro ganó, y mucha gente de color vino a la iglesia pasando por el cordón de los así designados alguaciles. Esto fue un viernes por la noche. La mañana del lunes, a los feligreses les dijeron que estaban despedidos por atender a la ceremonia. No obstante, la cadena mental de temor se había roto y los adultos marcharon junto con los niños, hasta que pudieron votar.

Todos los estadounidenses se vieron afectados, porque el desarrollo de los varios siglos de oprimir a la gente de color era una cadena que tenía que romperse. Los blancos vivían con el temor de perder su calidad ilegal de opresores. Por supuesto, hubo aquellos negros a los que mataron o lavaron del cerebro, al grado que sabían que más les valía no resistirse. Rosa Parks borró muchos temores cuando, con un serio peligro, se sentó en el autobús para que nosotros, como ciudadanos, pudiéramos levantarnos y no se nos considerara violentos, para así pelear por la justicia con la guía espiritual, la fe, la resolución y la unidad que puede persistir, y que persistió. Ganamos esa batalla.

Teníamos enemigos en nuestro bando, pero estaban convencidos de que cuando la batalla acabara, los habrían usado y desechado, pues sólo fueron instrumentos. Algunos de los que fueron usados se convirtieron a una vida recta; la recompensa de trabajar juntos para acabar toda opresión y atender a la Constitución, que incluye la voluntad de querer ver justicia y libertad para todos.

Ustedes tendrán que sobreponerse a su miedo, que no es más que una muleta. Si Benito Juárez en los 1860 pudo rescatar a México de las garras y las fauces de Francia, Inglaterra y España, los sinarquistas, el Emperador de Francia, y otros enemigos internos y externos, sin duda en estos tiempos modernos ustedes pueden hacer lo mismo. Juárez indudablemente sentía dignidad y orgullo por su país y por su pueblo. Por un tiempo perdió parte del territorio, pero lo recuperó. Su fe, coraje, decisión y amor por su pueblo y su país no le dejarían fallar.

Como ciudadanos de México que pelean por una causa justa, por favor no le fallen a su gran héroe Benito Juárez. Imagínenlo como una gran estrella en los cielos, que les implora que peleen sin violencia contra aquellos que se rehúsan, en lo político, a hacer justicia en las cosas pequeñas, pero importantes, como contar o recontar los votos a mano. Si aceptan eso, sin exigir un recuento como se debe, la próxima elección podría ser peor. Así que tienen que combatir cualquier discrepancia política. No trancen con ninguna facción. Extirpen el fraude y el temor, y alimenten el fuego del coraje, la fe y la justicia para cada ciudadano. El enemigo siempre ha usado la vieja arma del "divide y vencerás". ¡Cuidado! Corta como una espada de doble filo.

Quizás algunos entre ustedes sean lobos con piel de oveja. Yo he notado que muchos estadounidenses visten la camiseta de su equipo favorito, y la portan con orgullo. Son entusiastas que aman a su equipo. Amemos a nuestro equipo político con orgullo, y digamos, como reza el viejo espiritual negro: "Oh, caminen juntos niños, no desfallezcan. Caminen juntos niños, no desfallezcan. Caminen juntos niños, no desfallezcan". Cosas grandes pueden sucederle al equipo que trabaja unido.

Sólo sigan su legado, el que les dio uno de los más grandes líderes mundiales de todos los tiempos, Benito Juárez.

 

 

 

 

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