Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, núm. 2

Versión para imprimir

Regrese al inicio

 

Estudios estratégicos

 

La prensa presenta a Hitler como un payasito bobo

por Lyndon H. LaRouche

Lyndon LaRouche emitió la siguiente declaración el 6 de enero desde Wiesbaden, Alemania.

En estos momentos algunos de los medios de prensa más importantes de Alemania están metiéndole más fuerza a una campaña para acostumbrar a la población a ver al dictador Adolfo Hitler como una versión alemana del payaso Cepillín. Es como si al quitarle los colmillos a la imagen de Adolfo Hitler de esta forma, se allanara el camino para imponer un nuevo tipo de Führer, con un contenido parecido al Hitler de la vida real, pero con una fachada diferente; una imagen hollywoodesca al modo de la célebre imitación que le hizo Charlie Chaplin.

Esta operación, el sueño húmedo actual de los neoconservadores transatlánticos, cobra expresión en una nueva película sobre Hitler muy promocionada: Mein Führer. La propaganda para esta película tiene un efecto como de guerra psicológica, que ha sido repetido por los medios de prensa más importantes de Alemania en los últimos días.

El problema subyacente aquí es que las potencias que ocuparon las zonas occidentales de la Alemania derrotada tras la muerte de Franklin Delano Roosevelt, concentraron su busqueda de chivos expiatorios en los blancos obvios: los que fueron figuras descollantes bajo el mando de Hitler y su aparato. Sin embargo, estas parodias y producciones afines desplazaron calladamente la imagen de aquellos banqueros prestantes y otros que crearon a Hitler, tales como Montagu Norman, ex gobernador del Banco de Inglaterra, y su protegido Hjalmar Schacht, del Banco de Pagos Internacionales. Norman, Schacht y demás, con la ayuda decisiva de Carl Schmitt, estuvieron en primera fila entre los que impusieron a Hitler en el poder. Fueron estos intereses financieros y afines los que, tras bambalinas, organizaron el apoyo financiero para preparar el rearme de Alemania, y quienes después de la guerra regresaron de manera planeada y discreta a sus antiguos puestos de poder pocos años después.

Cualquier análisis competente y honesto de las lecciones que deben educirse del fenómeno real de Hitler tiene que dejar de lado el estilo burlesco de la “Ópera de los tres peñiques”, y presentar a Hitler como la marioneta programada que emplearon con propósitos geopolíticos las potencias financieras liberales angloholandesas o sinarquistas francesas superiores, según el caso. Fueron estos intereses, sobre todo financieros, que desde atrás del telón en realidad crearon, le dieron cuerda y desataron a su marioneta viviente Hitler contra Alemania y la humanidad en general; tal y como hicieron antes, cuando crearon a Benito Mussolini del mal aliento y el fango virtual del banquero veneciano Volpi di Misurata.

Ver ampliación

Hitler era la suerte de alternativa satánica al legendario golem, por lo que fue muy odiado, y con justa razón, como un monstruo, por la generación que emergió de los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial.

En otras palabras, el mito popularizado después de la Segunda Guerra Mundial, meses después de la muerte de Franklin Delano Roosevelt, fue elaborado para encubrir a los que realmente crearon a Mussolini, Hitler, Franco y compañía, para conveniencia de los mismos intereses financieros titireros que crearon el fenómeno fascista en los 1920 y 1930, en la secuela geopolítica de la Primera Guerra Mundial.

Hoy el equivalente de lo que se hizo al desatar a la marioneta programada de Hitler, lo representan las acciones de la señora Lynne Cheney en el Consejo Estadounidense de Fiduciarios y Exalumnos (ACTA) y otros esfuerzos similares de los neoconservadores para eliminar cualquier disidencia de las universidades de Estados Unidos y, ahora, también de Alemania y el resto del mundo. Al igual que en los 1920 y 1930 en Alemania, hoy se despliegan, dentro y fuera de Estados Unidos, hordas de hampones como tropas de choque de la “Hermana Mayor” en los claustros universitarios, con el mismo propósito estratégico asociado con los Mussolini, los Hitler y los Franco de los 1920 y 1930.

Como es correcto, se reconoce que la imagen popular de posguerra del genocida dictador Adolfo Hitler representa un impedimento para poner en marcha tales planes fascistas hoy. Hitler era la suerte de alternativa satánica al legendario golem, por lo que fue muy odiado, y con justa razón, como un monstruo, por la generación que emergió de los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, es decir, por mi generación. Señalar los ecos obvios de Hitler en cierto fermento neoconservador y de otros derechistas hoy día, es la mejor forma de impedir la realización de las intenciones expresadas por las iniciativas del ACTA de la señora Cheney, y las de aquellos de los círculos del dogma de “la revolución de los asuntos militares”, tales como el Dick de la Hermana Mayor, George P. Shultz, y ese producto sinarquista y banquero, Félix Rohatyn.

Aunque los sucesores y adversarios del presidente Franklin Delano Roosevelt ya lograron quitarle los colmillos a la imagen de los círculos financieros que en realidad crearon a Hitler y lo pusieron en el poder, la imagen odiada del propio Hitler es, no obstante, un serio impedimento para que tengan éxito esfuerzos tales como el del ACTA y la ultraderechista Sociedad Federalista, que opera a semejanza del agente nazi Carl Schmitt en Estados Unidos y Alemania hoy, entre otras partes. Para minimizar este impedimento, están empleando la industria cinematográfica y otros medios afines para crearle a Hitler una imagen como de hermanito de una axila del payaso Cepillín que juega con su patito de hule en la bañera, para acompañar la imagen del payaso de dos axilas del “César de aserrín”, Benito Mussolini.

El disfraz más eficaz que puede creársele a un asesino profesional es la imagen de un mentecato, de un tonto baboso sin juicio. Pero más mentecato es el que se deja timpar por la clase de humor que emplea la prensa para promover la nueva película de Hitler el payaso.