Estudios estratégicos
La prensa presenta a Hitler como un payasito
bobo
por Lyndon H. LaRouche
Lyndon LaRouche emitió la siguiente declaración el 6 de
enero desde Wiesbaden, Alemania.
En estos momentos algunos de los medios de prensa más importantes de
Alemania están metiéndole más fuerza a una campaña
para acostumbrar a la población a ver al dictador Adolfo Hitler como una
versión alemana del payaso Cepillín. Es como si al quitarle los
colmillos a la imagen de Adolfo Hitler de esta forma, se allanara el camino para
imponer un nuevo tipo de Führer, con un contenido parecido al Hitler
de la vida real, pero con una fachada diferente; una imagen hollywoodesca al
modo de la célebre imitación que le hizo Charlie
Chaplin.
Esta operación, el sueño húmedo actual de los
neoconservadores transatlánticos, cobra expresión en una nueva
película sobre Hitler muy promocionada: Mein Führer. La
propaganda para esta película tiene un efecto como de guerra
psicológica, que ha sido repetido por los medios de prensa más
importantes de Alemania en los últimos días.
El problema subyacente aquí es que las potencias que ocuparon las
zonas occidentales de la Alemania derrotada tras la muerte de Franklin Delano
Roosevelt, concentraron su busqueda de chivos expiatorios en los blancos obvios:
los que fueron figuras descollantes bajo el mando de Hitler y su aparato. Sin
embargo, estas parodias y producciones afines desplazaron calladamente la imagen
de aquellos banqueros prestantes y otros que crearon a Hitler, tales como
Montagu Norman, ex gobernador del Banco de Inglaterra, y su protegido Hjalmar
Schacht, del Banco de Pagos Internacionales. Norman, Schacht y demás, con
la ayuda decisiva de Carl Schmitt, estuvieron en primera fila entre los que
impusieron a Hitler en el poder. Fueron estos intereses financieros y afines los
que, tras bambalinas, organizaron el apoyo financiero para preparar el rearme de
Alemania, y quienes después de la guerra regresaron de manera planeada y
discreta a sus antiguos puestos de poder pocos años
después.
Cualquier análisis competente y honesto de las lecciones que deben
educirse del fenómeno real de Hitler tiene que dejar de lado el estilo
burlesco de la “Ópera de los tres peñiques”, y
presentar a Hitler como la marioneta programada que emplearon con
propósitos geopolíticos las potencias financieras liberales
angloholandesas o sinarquistas francesas superiores, según el caso.
Fueron estos intereses, sobre todo financieros, que desde atrás del
telón en realidad crearon, le dieron cuerda y desataron a su marioneta
viviente Hitler contra Alemania y la humanidad en general; tal y como hicieron
antes, cuando crearon a Benito Mussolini del mal aliento y el fango virtual del
banquero veneciano Volpi di Misurata.
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Hitler era la suerte de alternativa satánica al legendario golem,
por lo que fue muy odiado, y con justa razón, como un monstruo, por la
generación que emergió de los campos de batalla de la Segunda
Guerra Mundial. |
En otras palabras, el mito popularizado después de la Segunda Guerra
Mundial, meses después de la muerte de Franklin Delano Roosevelt, fue
elaborado para encubrir a los que realmente crearon a Mussolini, Hitler, Franco
y compañía, para conveniencia de los mismos intereses financieros
titireros que crearon el fenómeno fascista en los 1920 y 1930, en la
secuela geopolítica de la Primera Guerra Mundial.
Hoy el equivalente de lo que se hizo al desatar a la marioneta programada
de Hitler, lo representan las acciones de la señora Lynne Cheney en el
Consejo Estadounidense de Fiduciarios y Exalumnos (ACTA) y otros esfuerzos
similares de los neoconservadores para eliminar cualquier disidencia de las
universidades de Estados Unidos y, ahora, también de Alemania y el resto
del mundo. Al igual que en los 1920 y 1930 en Alemania, hoy se despliegan,
dentro y fuera de Estados Unidos, hordas de hampones como tropas de choque de la
“Hermana Mayor” en los claustros universitarios, con el mismo
propósito estratégico asociado con los Mussolini, los Hitler y los
Franco de los 1920 y 1930.
Como es correcto, se reconoce que la imagen popular de posguerra del
genocida dictador Adolfo Hitler representa un impedimento para poner en marcha
tales planes fascistas hoy. Hitler era la suerte de alternativa satánica
al legendario golem, por lo que fue muy odiado, y con justa razón, como
un monstruo, por la generación que emergió de los campos de
batalla de la Segunda Guerra Mundial, es decir, por mi generación.
Señalar los ecos obvios de Hitler en cierto fermento neoconservador y de
otros derechistas hoy día, es la mejor forma de impedir la
realización de las intenciones expresadas por las iniciativas del ACTA de
la señora Cheney, y las de aquellos de los círculos del dogma de
“la revolución de los asuntos militares”, tales como el Dick
de la Hermana Mayor, George P. Shultz, y ese producto sinarquista y banquero,
Félix Rohatyn.
Aunque los sucesores y adversarios del presidente Franklin Delano Roosevelt
ya lograron quitarle los colmillos a la imagen de los círculos
financieros que en realidad crearon a Hitler y lo pusieron en el poder, la
imagen odiada del propio Hitler es, no obstante, un serio impedimento para que
tengan éxito esfuerzos tales como el del ACTA y la ultraderechista
Sociedad Federalista, que opera a semejanza del agente nazi Carl Schmitt en
Estados Unidos y Alemania hoy, entre otras partes. Para minimizar este
impedimento, están empleando la industria cinematográfica y otros
medios afines para crearle a Hitler una imagen como de hermanito de una axila
del payaso Cepillín que juega con su patito de hule en la bañera,
para acompañar la imagen del payaso de dos axilas del “César
de aserrín”, Benito Mussolini.
El disfraz más eficaz que puede creársele a un asesino
profesional es la imagen de un mentecato, de un tonto baboso sin juicio. Pero
más mentecato es el que se deja timpar por la clase de humor que emplea
la prensa para promover la nueva película de Hitler el payaso.
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