Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, núm. 2

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Reportaje especial

 

México: Constitución republicana o parlamentarismo oligárquico

Ante el actual desplome del sistema económico–financiero internacional por las actividades especulativas de los últimos 30 años, no todas son malas noticias, puesto que comienza una “nueva política” con la nueva mayoría demócrata en el Congreso de los Estados Unidos, derrotando así a los amantes del fascismo, el presidente George W. Bush y el vicepresidente Dick Cheney. El economista físico estadounidense Lyndon LaRouche y nuestro Movimiento de Juventudes Larouchistas o LYM, en particular en los EU, desempeñamos un papel decisivo en esa derrota del fascismo.

Esto marca una oportunidad, no sólo para EU, sino para la civilización entera, de poder darle marcha atrás a las políticas de la globalización y el libre comercio que han destruido a nuestras naciones. Podemos deshacer las políticas adoptadas por la generación del 68, que regresó a las políticas económicas liberales del sistema británico, y que hoy busca retroceder las peleas históricas por establecer Estados nacionales soberanos hacia el remedo de los sistemas imperiales venecianos, conocido hoy como el sistema de gobierno parlamentario, controlado por la banca central “independiente” de la oligarquía financiera internacional.

En este marco, se ha suscitado en México un debate sobre crear una asamblea constituyente para promulgar una posible nueva Constitución, en el marco de las últimas elecciones presidenciales, donde se impuso un fraude contra nuestra república. En esto nuestras instituciones fallaron. Se creó una situación casi revolucionaria, donde millones de personas salieron a la calle para exigir un cambio profundo, pero la gran mayoría no tenía una idea de qué tipo de cambio quería.

Para saber cómo responder ante esta situación, si conviene o no cambiar nuestra Constitución, especialmente para saber en qué dirección arrancar si es que la vamos a cambiar y cuáles son los principios que deben regirla, hay que determinar la causa de la crisis, la causa de la falla de las actuales instituciones, donde la corrupción proviene de ver al ser humano como una bestia y someterlo a condiciones que convengan a tal visión. ¡Ah!, pero si piensas que es un problema particular del gobierno y sus instituciones, te equivocas; esto ha sido una forma cultural adoptada por todos los estratos de la sociedad y, sí, te incluye a ti.

Es más que curioso que en toda Iberoamérica se están viviendo debates parecidos. Por ejemplo, en Bolivia se ha convocado a una asamblea constituyente para hacer una nueva Constitución. En Ecuador, el presidente entrante Rafael Correa pretende lo mismo, porque el actual poder legislativo de ese país es un bastión de la oligarquía financiera nacional e internacional, que ha destruido al país por décadas.

Por eso decidimos escribir este documento, que pretende esclarecer la intención detrás de la polémica entre el sistema parlamentario vs. el sistema presidencial. Al escribir un preámbulo a nuestra Constitución, queremos salvaguardar los principios que engloban el bienestar de una sociedad y que a la vez reflejan el perfeccionamiento de ésta.

El Estado nacional soberano y el Sistema Americano

La diferencia axiomática fundamental entre aquellas constituciones republicanas, representativas y federales —que desde su independencia la mayoría de los países iberoamericanos adoptaron basados en la Constitución federal de los EU de 1789—, y los sistemas parlamentarios europeos, es la diferencia entre la verdad y la adaptación o el culto a la opinión popular. La diferencia entre ambos sistemas no radica en valoraciones técnicas del sistema per se, sino más bien en los antecedentes históricos y de principio que les han visto nacer como respuesta a dos visiones sobre la naturaleza del ser humano completamente opuestas: el compromiso con la búsqueda humana de la verdad, o el intento de adaptar la realidad a alguna forma generalizada de opinión popular.

Los orígenes del parlamentarismo no pueden encontrarse en el marco de las luchas de la humanidad por establecer regímenes democráticos; antes bien, su nacimiento se debe a los intentos de la oligarquía aristocrática inglesa por oponer de manera creciente sus intereses a los del monarca. Los defensores actuales de ese sistema alegarán, ya sea ingenua o maliciosamente, que a raíz de los cambios que éste ha sufrido, se ha apartado de su original elitismo, conduciéndose ahora de forma “democrática”. Pero más allá de sus formas, la superioridad intrínseca del sistema republicano presidencial es que surgió como un movimiento intelectual que tenía como base el modelo de legislación de Solón de Atenas y la obra de Platón: una verdadera república soberana, en la que el pueblo no tendría un jefe externo sobre la nación ni sobre sí mismo, y en la que la legitimidad del gobierno se basaría únicamente en el compromiso de promover con eficacia el bienestar general de toda la población y de la posteridad. Éste fue un proyecto concebido en Europa, principalmente a partir de las ideas expresadas por Nicolás de Cusa en su obra Concordantia cathólica en el siglo 15, que dieron origen a las primeras monarquías constitucionales de la historia, la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII.

Un segundo paso en el progreso hacia el Estado nacional fue la firma en 1648 del tratado de Westfalia, que puso fin a las guerras religiosas que azotaban a Europa, introduciendo el principio de cooperación internacional de la “ventaja del prójimo”.

La tercera fase en este desarrollo de las repúblicas fue el surgimiento, a partir de los principios de la economía física formulados por G.W. Leibniz en 1671–1718, del Sistema Americano de economía política, principios reflejados en la Declaración de Independencia de EU y en el preámbulo de su Constitución federal de 1789. La concretización de este primer sistema presidencial republicano en la historia de la humanidad, era seguida con gran entusiasmo en una Europa que buscaba introducir reformas que reflejaran los mismos principios. Sin embargo, la influencia moralmente degradada de los ideólogos de la Revolución Francesa, instigados y financiados por la oligarquía británica, echó a perder esa perspectiva y, a cambio, legó un reinado de terror y bestialidad. El verdadero autor de la Revolución Francesa de 1789 fue el banquero y más tarde primer ministro de Inglaterra, lord Shelburne, quien, por medio de sus agentes Felipe Egalité y Jacques Necker, organizó desde Londres la Toma de la Bastilla para erradicar la influencia de la Revolución Americana, reflejada en la propuesta de Constitución que en 1789 los patriotas franceses Bailly y Lafayette elaboraron, fundada en principios americanos. Más tarde, los agentes de Shelburne, Danton y Marat, adiestrados en Londres, iniciaron el Terror jacobino que desembocó en la primera dictadura fascista moderna, la de Napoleón Bonaparte.

Una multitud se arremolina en torno a la manta del Movimiento de Juventudes Larouchistas en la Ciudad de México: “López Portillo tuvo razón: es hora de que el mundo escuche las sabias palabras de Lyndon LaRouche”. (Foto: EIRNS).

Esta lucha por las repúblicas refleja la larga pelea, desde Solón, entre el esfuerzo por construir un Estado nacional de ciudadanos, y las formas contrarias de imperialismo guiadas por una visión oligárquica en la que los pueblos son poseídos por sus señores en calidad de súbditos, virtuales rebaños humanos, como es el caso del modelo imperial romano, el sistema feudal medieval y la llamada “globalización” actual. Ha sido históricamente la oligarquía financiera la que le ha hecho la guerra al desarrollo de las repúblicas, ya que no está dispuesta a permitir la existencia de un gobierno que ponga la autoridad del Estado por encima de sus intereses. Estos mismos intereses fueron, y son, los únicos que históricamente se han beneficiado del intrínsecamente corrupto sistema parlamentario.

Existe, pues, una diferencia absoluta y esencial entre el viejo sistema europeo parlamentario y el Sistema Americano que surgió de Europa, pero de una “nueva Europa” antioligárquica. Por eso, antes que consentir en un retroceso histórico hacia los sistemas parlamentarios de la vieja Europa, los ciudadanos de las Américas tenemos el deber de ayudar a liberar a Europa de los sistemas de la propia oligarquía europea.

El presidente mexicano José López Portillo ondea la bandera nacional el 3 de septiembre de 1982, cuando anunció la nacionalización de la banca, como Lyndon LaRouche lo había propuesto en su documento Operación Juárez. (Foto: Coordinación de Material Gráfico).

La verdad vs. el consenso

Una verdadera Constitución nacional deriva su autoridad de sus declaraciones de intención, de su necesidad de que el Derecho humano sea congruente con los principios de la ley natural, insertados como reflejo de la ley del Creador en cada inteligencia humana. Con ley natural, no estamos hablando de algún supuesto orden divino que el hombre no puede comprender, pero que tiene que obedecer ciegamente. Más bien, estos principios deben ser congruentes con los principios físicos universales, cognoscibles por la mente de todos los individuos. Esto es, una verdadera república se basa enteramente en la búsqueda de la verdad. ¿Cómo pueden concebirse la justicia, la libertad, la paz, el derecho, la prosperidad de un pueblo, sin la verdad? En palabras de Lyndon LaRouche: “La habilidad de pensar y el compromiso con una noción eficiente de la verdad, son conceptos interdependientes. Si no estás comprometido con la verdad, entonces no puedes realmente pensar”. La continuidad exitosa de una civilización o sociedad depende de la transmisión del conocimiento de principios físicos universales de una persona a otra, y de una generación a la siguiente, de modo que cada individuo cumpla su misión inmortal en la construcción del futuro cada vez más perfecto de la sociedad.

Éste es el principio del ágape o amor a la humanidad, que representa el mayor nivel de ley moral, el principio de ley natural que concibió el ideólogo de la Revolución Americana, el filósofo alemán G.W. Leibniz:

En efecto, los espíritus son las sustancias más perfectibles. . . En este sentido, Dios se humaniza, y entra en sociedad con nosotros, al modo que un príncipe con sus súbditos; y le es tan querida esta consideración, que el dichoso y floreciente estado de su imperio, que consiste en la mayor felicidad posible de sus habitantes, constituye la ley suprema y primera de todas sus leyes.

Mientras que Leibniz postula como los tres derechos fundamentales del hombre la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, el filósofo británico John Locke se contenta con llamar “ley natural” a la vida, la libertad y la propiedad. Esta triada: vida, libertad y propiedad, fue la base filosófica de la constitución de los estados confederados esclavistas que Lincoln derrotó en EU, y no de la Revolución Americana, que se basó en Leibniz.

Al igual que Locke, el francés J.J. Rousseau niega la ley natural, al decir: “Puesto que la naturaleza no produce ningún derecho, quedan las convenciones como base de toda autoridad legítima entre los hombres”.

Éste es un asunto clave para entender claramente la diferencia fundamental entre el Sistema Americano, presidencial, y el europeo basado en los conceptos depravados de J.J. Rousseau y John Locke. A este último se le ha atribuido, muy falsamente, la influencia ejercida sobre las ideas de la Revolución Americana, de cuya Constitución hemos adoptado los mexicanos y otras naciones el modelo de las propias.

La alternativa a la verdad es la llamada “opinión popular”, en la que se sustituye la prueba científica por la creencia en la opinión de algún grupo de la sociedad. ¿Qué clase de sociedad legislaría a favor —si los intereses de algún grupo así lo exigieran— de que en adelante fuesen los varones quienes parieran, aun si se contara con el apoyo de las masas? En el extremo de esto está la sofistería, donde no existe ya ningún concepto de verdad. Puedes decir: “Bueno, toda la gente opina esto, así que la mayoría tiene que estar en lo correcto”. Así, bajo esta premisa, “cuando la mayoría se ha pronunciado, la minoría debe inclinarse y aceptar que la verdad se encuentra en la voluntad de aquélla”. Ésa es la opinión de Rousseau. Sin embargo, la historia tiene una voz más poderosa que la suya: la forma en que se han colapsado culturas otrora poderosas, es por medio de la decadencia en la que la promoción de la opinión colectiva se usa como sustituto de la verdad. La expresión, “¡No puedes contrariar la opinión popular!”, suele ser el estertor de civilizaciones enteras.

Esta argumentación de relativismo cultural y aristotelismo —la verdad no existe, sólo la percepción sensorial individual y las opiniones— siempre ha sido la favorita de la oligarquía. Porque cuando sólo hay un caleidoscopio de opiniones divergentes, siempre se requiere de una autoridad superior, impuesta por la oligarquía, para controlar a la sociedad. A veces esto es visible, como en el caso del Leviatán de Hobbes, y a veces es semivisible, como con el establecimiento de un Banco Central dizque autónomo, que en realidad es el mecanismo que usa esa oligarquía para controlar a la sociedad y la economía.

La diferencia entre el sistema presidencial y el parlamentario

Para comprender esta diferencia ontológica a nivel histórico, es necesario retomar el concepto del ser humano como individuo creativo, y no como una versión avanzada de lo que sería un simio (aunque el actual Presidente de los EU, G.W. Bush, cumpliría con todos los requisitos). Aislar esta cualidad creativa única de la humanidad de la discusión de los sistemas de gobierno que se deben adoptar en el desarrollo continuo de la población, sería tan absurdo como hablar de intentar mejorar las condiciones de vida en un cementerio.

El ideólogo de la Revolución Americana, el filósofo alemán Godofredo Leibniz, postula como los tres derechos fundamentales del hombre, “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

El sistema parlamentario es una creación de la oligarquía europea, que mantiene su control a través de los bancos centrales independientes. El sistema parlamentario no es sólo una forma institucional de gobierno, sino una característica heredada de la cultura monárquica del imperialismo británico, como lo plantea Lyndon LaRouche en su última conferencia: “No sabemos si los británicos se inclinan por reverencia a la reina o por alguna preferencia sexual; hay que decirle a los británicos que se suban los pantalones”.[1]

Los errores fundamentales del sistema parlamentario radican en la negación tajante de la figura de liderato de la investidura presidencial, y en el falso axioma de que las decisiones se toman en base a meros consensos, siguiendo la filosofía del nazi y jurista de Hitler, Carl Schmitt, quien dice que a través de la competencia entre opiniones se obtiene la verdad. Esto es como pretender que por consenso se aprobara que Bush es inteligente.

La continuidad del gobierno parlamentario siempre pende de un hilo, debido a que el parlamento puede derrocar al gobierno en cualquier momento en el que se decida crear una crisis, provocando una inestabilidad política que impide que el gobierno actúe en situaciones tales como un colapso económico.

El Estado nacional basado en el sistema presidencial es el único que tiene la capacidad de intervenir ante el colapso económico actual como la institución que puede defender al bienestar general de la población de los intereses de la “banca central independiente”. Esto lo muestra la historia de los EU, en su independencia del Imperio Británico, al crear la primera banca nacional propiedad del Estado. Sin la creación de esta banca nacional, el gobierno no tiene la soberanía de emitir crédito nacional, sino que depende de los préstamos usureros de banqueros internacionales a quienes les interesa seguir sometiendo a la gente a las condiciones de esclavitud y amansamiento mental.

Una de las principales objeciones que hacen los fetichistas monetarios contra la emisión del crédito por parte de una banca nacional,[2] es la llamada inflación, que siempre viene como la clase de amenaza materna de: “Si no te portas bien, va a venir el coco”. Por supuesto, este “portarse bien” significa, para las naciones, sacrificar a su población y sumirla en la pobreza por la falta de desarrollo tecnológico y de inversión en una economía agroindustrial.

La diferencia entre crédito inflacionario y crédito productivo radica en entender la economía física, que define la verdadera intención del crédito productivo, no como una mera emisión monetaria en donde la “banca central independiente” limita el crédito a cantidades fijas y elimina la posibilidad de dirigirlo al beneficio de la sociedad. El crédito productivo emitido por un banco nacional propiedad del Estado no genera inflación, ya que está respaldado en la inversión en proyectos de infraestructura a largo plazo que se pagarán a sí mismos por medio de los empleos creados, y no meramente en pago de deudas improductivas o inversiones fantasma (como la especulación financiera) que no retribuyen nada a la sociedad. Claro, esto para la psicología del fetichista monetario, quien piensa que el dinero tiene vida propia, será muy difícil de comprender.

La pelea por nuestra soberanía

Han sido varias las peleas que México ha librado a favor de un sistema republicano presidencial: el caso de Juárez y sus allegados ante la imposición de un emperador; el intento de Álvaro Obregón y Alberto J. Pani de sentar las bases para una agroindustrialización, apoyándose plenamente en los principios fundamentales de la Constitución de 1917; y la defensa del Estado mexicano que realizó el general Lázaro Cárdenas expropiando el petróleo de manos extranjeras. Pero también hubo una pelea más reciente que, para vergüenza de muchos mexicanos, la opinión popular actual caracteriza de “autoritaria” o “corrupta”, sin conocer lo que realmente sucedió.

Ésta fue la guerra que libró José López Portillo, en colaboración con Lyndon LaRouche, ante la embestida del Fondo Monetario Internacional y la banca internacional contra México. El pecado de México y López Portillo fue simple: querer industrializar la nación. A raíz de la entrada del nuevo liberalismo y la ruptura del antiguo sistema de Bretton Woods, México, al igual que las demás naciones, quedó expuesto a lo que el propio López Portillo calificó en su informe de 1982:

“La peste financiera hace estragos crecientes en todo el orbe. Como en el Medioevo, arrasa país tras país. La transmiten las ratas, y su saldo es desempleo y miseria, quiebra industrial y enriquecimiento especulativo. El remedio de los curanderos (los “Chicago Boys”—Ndr.) es privar al paciente de alimentos, someterlo a descanso forzoso”.

Ante esta inminente amenaza al país, López Portillo tuvo la valentía de actuar rápidamente y en defensa del bienestar general, al suspender el pago de la deuda externa en agosto de 1982, al imponer posteriormente el control de cambios y nacionalizar la banca mexicana en septiembre de ese mismo año. Estas ideas habían sido planteadas en el documento histórico Operación Juárez, que escribiera Lyndon LaRouche para las naciones de Iberoamérica en agosto de 1982.

Si piensas que estas medidas fueron erróneas, medita lo siguiente que dijo el propio López Portillo: “Nosotros nos portamos mal con los organismos internacionales y fuimos sancionados, nos acusaron de populistas, etc. Otros gobiernos se han portado bien, y el resultado ha sido el mismo. Eso es lo dramático”.

La rapidez, audacia y valentía con las que actuó López Portillo en uso de las facultades presidenciales, es lo que realmente temen los financieros internacionales, y para ello buscan erradicar, a cualquier costo, que se pueda repetir eso en México ante una amenaza similar, como actualmente se vive.

Nuestro cometido es asegurar que eso no ocurra, y más bien darle herramientas conceptuales a la nación para que se constituya el México nuevo en torno a su misión universal.

El conflicto estratégico como tal

La diferencia ontológica entre los dos sistemas rivales, el Sistema Americano versus el liberal angloholandés, es que el segundo se funda en el principio monetarista de la usura, en tanto que el Sistema Americano de economía política ha tenido como premisa, desde el comienzo, lo que Leibniz definió como los principios de la economía física.

Como se sabe, ambos rivales empleamos sistemas monetarios. La diferencia funcional es que nuestro sistema constitucional usa y regula el proceso monetario de conformidad con la intención de realizar aquellos propósitos que identifica el preámbulo de nuestra Constitución federal. El sistema liberal angloholandés, también conocido como el sistema británico de pretendido imperialismo global, es uno diseñado y administrado por depredadores oligárquico-financieros en el interés específico de la usura como tal John Locke, Bernard Mandaville, Adam Smith, Jeremías Bentham y la Escuela Haileybury por lo general son expresiones típicas del sistema monetario de la usura de los liberales modernos.

La recuperación de Estados Unidos de América del desastre que se fraguó bajo la conducción de los presidentes Calvin Coolidge y el Herbert Hoover de Andrew Mellon, la logró el presidente Franklin Roosevelt al eliminar el apego casi mortal de la pandilla de inclinación fascista de Wall Street al sistema “librecambista” británico. Roosevelt emprendió un retorno al Sistema Americano de econoÜntmía política que está implícito en el preámbulo de nuestra Constitución federal.

El conflicto entre los dos sistemas principales del mundo actual, el liberal angloholandés versus el Sistema Americano de economía política, puede resumirse, en efecto, como sigue.

El sistema liberal angloholandés, del modo que la Sociedad Mont Pelerin es típica de esa penetración (quizás deberíamos decir, “violación”) alógena de nuestra nación, exige el “libre comercio”, lo que significa el libre imperio de la usura que practican catervas como de moho lamoso de bandidos financieros. Esta masacre depredadora la ejemplifica, en su extremo, la manada de hienas llamada “fondos especulativos”.

El sistema Americano de economía política define el dinero del modo que lo hace nuestro sistema constitucional federal, como un monopolio del gobierno federal. En tanto que la dedicación del sistema liberal angloholandés al “libre comercio” de los monetaristas define un sistema hobbesiano de una guerra de todos contra todos. La característica del hombre-bestia hobbesiano es la desviada definición liberal angloholandesa de la “naturaleza humana”, que, de hecho, es la del hombre como lobo del hombre. El Sistema Americano insiste que el sistema monetario mismo se administre para evitar que las perversidades del sistema liberal angloholandés y otros igual de depredadores obren en nuestra república o en nuestras relaciones con otras naciones soberanas, del modo que las directrices del presidente Franklin Roosevelt expresaron esta excelente distinción.

—Fragmento de “El arte perdido de hacer presupuestos de capital”, por Lyndon H. LaRouche.


[1]La conferencia, del 11 de enero de 2007 está disponible en la página www.larouchepub.com/spanish.
[2]Fetichista monetario es aquel que prefiere salvaguardar más el dinero que la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad de los individuos.