Reportaje especial
México: Constitución republicana o
parlamentarismo oligárquico
Ante el actual desplome del sistema económico–financiero
internacional por las actividades especulativas de los últimos 30
años, no todas son malas noticias, puesto que comienza una “nueva
política” con la nueva mayoría demócrata en el
Congreso de los Estados Unidos, derrotando así a los amantes del
fascismo, el presidente George W. Bush y el vicepresidente Dick Cheney. El
economista físico estadounidense Lyndon LaRouche y nuestro Movimiento de
Juventudes Larouchistas o LYM, en particular en los EU, desempeñamos un
papel decisivo en esa derrota del fascismo.
Esto marca una oportunidad, no sólo para EU, sino para la
civilización entera, de poder darle marcha atrás a las
políticas de la globalización y el libre comercio que han
destruido a nuestras naciones. Podemos deshacer las políticas adoptadas
por la generación del 68, que regresó a las políticas
económicas liberales del sistema británico, y que hoy busca
retroceder las peleas históricas por establecer Estados nacionales
soberanos hacia el remedo de los sistemas imperiales venecianos, conocido hoy
como el sistema de gobierno parlamentario, controlado por la banca central
“independiente” de la oligarquía financiera
internacional.
En este marco, se ha suscitado en México un debate sobre crear una
asamblea constituyente para promulgar una posible nueva Constitución, en
el marco de las últimas elecciones presidenciales, donde se impuso un
fraude contra nuestra república. En esto nuestras instituciones fallaron.
Se creó una situación casi revolucionaria, donde millones de
personas salieron a la calle para exigir un cambio profundo, pero la gran
mayoría no tenía una idea de qué tipo de cambio
quería.
Para saber cómo responder ante esta situación, si conviene o
no cambiar nuestra Constitución, especialmente para saber en qué
dirección arrancar si es que la vamos a cambiar y cuáles son los
principios que deben regirla, hay que determinar la causa de la crisis,
la causa de la falla de las actuales instituciones, donde la corrupción
proviene de ver al ser humano como una bestia y someterlo a condiciones que
convengan a tal visión. ¡Ah!, pero si piensas que es un problema
particular del gobierno y sus instituciones, te equivocas; esto ha sido una
forma cultural adoptada por todos los estratos de la sociedad y, sí, te
incluye a ti.
Es más que curioso que en toda Iberoamérica se están
viviendo debates parecidos. Por ejemplo, en Bolivia se ha convocado a una
asamblea constituyente para hacer una nueva Constitución. En Ecuador, el
presidente entrante Rafael Correa pretende lo mismo, porque el actual poder
legislativo de ese país es un bastión de la oligarquía
financiera nacional e internacional, que ha destruido al país por
décadas.
Por eso decidimos escribir este documento, que pretende esclarecer la
intención detrás de la polémica entre el sistema
parlamentario vs. el sistema presidencial. Al escribir un
preámbulo a nuestra Constitución, queremos salvaguardar los
principios que engloban el bienestar de una sociedad y que a la vez reflejan el
perfeccionamiento de ésta.
El Estado nacional soberano y el Sistema
Americano
La diferencia axiomática fundamental entre aquellas constituciones
republicanas, representativas y federales —que desde su independencia la
mayoría de los países iberoamericanos adoptaron basados en la
Constitución federal de los EU de 1789—, y los sistemas
parlamentarios europeos, es la diferencia entre la verdad y la adaptación
o el culto a la opinión popular. La diferencia entre ambos sistemas no
radica en valoraciones técnicas del sistema per se, sino más bien
en los antecedentes históricos y de principio que les han visto nacer
como respuesta a dos visiones sobre la naturaleza del ser humano completamente
opuestas: el compromiso con la búsqueda humana de la verdad, o el intento
de adaptar la realidad a alguna forma generalizada de opinión
popular.
Los orígenes del parlamentarismo no pueden encontrarse en el marco
de las luchas de la humanidad por establecer regímenes
democráticos; antes bien, su nacimiento se debe a los intentos de la
oligarquía aristocrática inglesa por oponer de manera creciente
sus intereses a los del monarca. Los defensores actuales de ese sistema
alegarán, ya sea ingenua o maliciosamente, que a raíz de los
cambios que éste ha sufrido, se ha apartado de su original elitismo,
conduciéndose ahora de forma “democrática”. Pero
más allá de sus formas, la superioridad intrínseca del
sistema republicano presidencial es que surgió como un movimiento
intelectual que tenía como base el modelo de legislación de
Solón de Atenas y la obra de Platón: una verdadera
república soberana, en la que el pueblo no tendría un jefe externo
sobre la nación ni sobre sí mismo, y en la que la legitimidad del
gobierno se basaría únicamente en el compromiso de promover con
eficacia el bienestar general de toda la población y de la posteridad.
Éste fue un proyecto concebido en Europa, principalmente a partir de las
ideas expresadas por Nicolás de Cusa en su obra Concordantia
cathólica en el siglo 15, que dieron origen a las primeras
monarquías constitucionales de la historia, la Francia de Luis XI y la
Inglaterra de Enrique VII.
Un segundo paso en el progreso hacia el Estado nacional fue la firma en
1648 del tratado de Westfalia, que puso fin a las guerras religiosas que
azotaban a Europa, introduciendo el principio de cooperación
internacional de la “ventaja del prójimo”.
La tercera fase en este desarrollo de las repúblicas fue el
surgimiento, a partir de los principios de la economía física
formulados por G.W. Leibniz en 1671–1718, del Sistema Americano de
economía política, principios reflejados en la Declaración
de Independencia de EU y en el preámbulo de su Constitución
federal de 1789. La concretización de este primer sistema presidencial
republicano en la historia de la humanidad, era seguida con gran entusiasmo en
una Europa que buscaba introducir reformas que reflejaran los mismos principios.
Sin embargo, la influencia moralmente degradada de los ideólogos de la
Revolución Francesa, instigados y financiados por la oligarquía
británica, echó a perder esa perspectiva y, a cambio,
legó un reinado de terror y bestialidad. El verdadero autor de la
Revolución Francesa de 1789 fue el banquero y más tarde primer
ministro de Inglaterra, lord Shelburne, quien, por medio de sus agentes Felipe
Egalité y Jacques Necker, organizó desde Londres la Toma de la
Bastilla para erradicar la influencia de la Revolución Americana,
reflejada en la propuesta de Constitución que en 1789 los patriotas
franceses Bailly y Lafayette elaboraron, fundada en principios americanos.
Más tarde, los agentes de Shelburne, Danton y Marat, adiestrados en
Londres, iniciaron el Terror jacobino que desembocó en la primera
dictadura fascista moderna, la de Napoleón Bonaparte.
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Una multitud se arremolina en torno a la manta del Movimiento de Juventudes
Larouchistas en la Ciudad de México: “López Portillo tuvo
razón: es hora de que el mundo escuche las sabias palabras de Lyndon
LaRouche”. (Foto: EIRNS). |
Esta lucha por las repúblicas refleja la larga pelea, desde
Solón, entre el esfuerzo por construir un Estado nacional de ciudadanos,
y las formas contrarias de imperialismo guiadas por una visión
oligárquica en la que los pueblos son poseídos por sus
señores en calidad de súbditos, virtuales rebaños humanos,
como es el caso del modelo imperial romano, el sistema feudal medieval y la
llamada “globalización” actual. Ha sido históricamente
la oligarquía financiera la que le ha hecho la guerra al desarrollo de
las repúblicas, ya que no está dispuesta a permitir la existencia
de un gobierno que ponga la autoridad del Estado por encima de sus intereses.
Estos mismos intereses fueron, y son, los únicos que
históricamente se han beneficiado del intrínsecamente corrupto
sistema parlamentario.
Existe, pues, una diferencia absoluta y esencial entre el viejo sistema
europeo parlamentario y el Sistema Americano que surgió de Europa, pero
de una “nueva Europa” antioligárquica. Por eso, antes que
consentir en un retroceso histórico hacia los sistemas parlamentarios de
la vieja Europa, los ciudadanos de las Américas tenemos el deber de
ayudar a liberar a Europa de los sistemas de la propia oligarquía
europea.
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El presidente mexicano José López Portillo ondea la bandera
nacional el 3 de septiembre de 1982, cuando anunció la
nacionalización de la banca, como Lyndon LaRouche lo había
propuesto en su documento Operación Juárez. (Foto:
Coordinación de Material Gráfico). |
La verdad vs. el consenso
Una verdadera Constitución nacional deriva su autoridad de sus
declaraciones de intención, de su necesidad de que el Derecho humano sea
congruente con los principios de la ley natural, insertados como reflejo
de la ley del Creador en cada inteligencia humana. Con ley natural, no estamos
hablando de algún supuesto orden divino que el hombre no puede
comprender, pero que tiene que obedecer ciegamente. Más bien, estos
principios deben ser congruentes con los principios físicos universales,
cognoscibles por la mente de todos los individuos. Esto es, una verdadera
república se basa enteramente en la búsqueda de la verdad.
¿Cómo pueden concebirse la justicia, la libertad, la paz, el
derecho, la prosperidad de un pueblo, sin la verdad? En palabras de Lyndon
LaRouche: “La habilidad de pensar y el compromiso con una noción
eficiente de la verdad, son conceptos interdependientes. Si no estás
comprometido con la verdad, entonces no puedes realmente pensar”. La
continuidad exitosa de una civilización o sociedad depende de la
transmisión del conocimiento de principios físicos universales de
una persona a otra, y de una generación a la siguiente, de modo que cada
individuo cumpla su misión inmortal en la construcción del futuro
cada vez más perfecto de la sociedad.
Éste es el principio del ágape o amor a la humanidad,
que representa el mayor nivel de ley moral, el principio de ley natural que concibió el ideólogo de la Revolución Americana, el
filósofo alemán G.W. Leibniz:
En efecto, los espíritus son las sustancias más
perfectibles. . . En este sentido, Dios se humaniza, y entra en
sociedad con nosotros, al modo que un príncipe con sus súbditos; y
le es tan querida esta consideración, que el dichoso y floreciente estado
de su imperio, que consiste en la mayor felicidad posible de sus habitantes,
constituye la ley suprema y primera de todas sus
leyes.
Mientras que Leibniz postula como los tres derechos
fundamentales del hombre la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad, el filósofo británico John Locke se contenta con llamar
“ley natural” a la vida, la libertad y la propiedad. Esta
triada: vida, libertad y propiedad, fue la base filosófica de la
constitución de los estados confederados esclavistas que Lincoln
derrotó en EU, y no de la Revolución Americana, que se basó
en Leibniz.
Al igual que Locke, el francés J.J. Rousseau niega la ley natural,
al decir: “Puesto que la naturaleza no produce ningún derecho,
quedan las convenciones como base de toda autoridad legítima entre los
hombres”.
Éste es un asunto clave para entender claramente la diferencia
fundamental entre el Sistema Americano, presidencial, y el europeo basado en los
conceptos depravados de J.J. Rousseau y John Locke. A este último se le
ha atribuido, muy falsamente, la influencia ejercida sobre las ideas de la
Revolución Americana, de cuya Constitución hemos adoptado los
mexicanos y otras naciones el modelo de las propias.
La alternativa a la verdad es la llamada “opinión
popular”, en la que se sustituye la prueba científica por la
creencia en la opinión de algún grupo de la sociedad.
¿Qué clase de sociedad legislaría a favor —si los
intereses de algún grupo así lo exigieran— de que en
adelante fuesen los varones quienes parieran, aun si se contara con el apoyo de
las masas? En el extremo de esto está la sofistería, donde no
existe ya ningún concepto de verdad. Puedes decir: “Bueno, toda la
gente opina esto, así que la mayoría tiene que estar en lo
correcto”. Así, bajo esta premisa, “cuando la mayoría
se ha pronunciado, la minoría debe inclinarse y aceptar que la verdad se
encuentra en la voluntad de aquélla”. Ésa es la
opinión de Rousseau. Sin embargo, la historia tiene una voz más
poderosa que la suya: la forma en que se han colapsado culturas otrora
poderosas, es por medio de la decadencia en la que la promoción de la
opinión colectiva se usa como sustituto de la verdad. La
expresión, “¡No puedes contrariar la opinión
popular!”, suele ser el estertor de civilizaciones enteras.
Esta argumentación de relativismo cultural y aristotelismo —la
verdad no existe, sólo la percepción sensorial individual y las
opiniones— siempre ha sido la favorita de la oligarquía. Porque
cuando sólo hay un caleidoscopio de opiniones divergentes, siempre se
requiere de una autoridad superior, impuesta por la oligarquía, para
controlar a la sociedad. A veces esto es visible, como en el caso del
Leviatán de Hobbes, y a veces es semivisible, como con el establecimiento
de un Banco Central dizque autónomo, que en realidad es el mecanismo que
usa esa oligarquía para controlar a la sociedad y la
economía.
La diferencia entre el sistema presidencial y el
parlamentario
Para comprender esta diferencia ontológica a nivel histórico,
es necesario retomar el concepto del ser humano como individuo creativo, y no
como una versión avanzada de lo que sería un simio (aunque el
actual Presidente de los EU, G.W. Bush, cumpliría con todos los
requisitos). Aislar esta cualidad creativa única de la humanidad de la
discusión de los sistemas de gobierno que se deben adoptar en el
desarrollo continuo de la población, sería tan absurdo como hablar
de intentar mejorar las condiciones de vida en un cementerio.
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El ideólogo de la Revolución Americana, el filósofo
alemán Godofredo Leibniz, postula como los tres derechos fundamentales
del hombre, “la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad”. |
El sistema parlamentario es una creación de la oligarquía
europea, que mantiene su control a través de los bancos centrales
independientes. El sistema parlamentario no es sólo una forma
institucional de gobierno, sino una característica heredada de la cultura
monárquica del imperialismo británico, como lo plantea Lyndon
LaRouche en su última conferencia: “No sabemos si los
británicos se inclinan por reverencia a la reina o por alguna preferencia
sexual; hay que decirle a los británicos que se suban los
pantalones”.[1]
Los errores fundamentales del sistema parlamentario radican en la
negación tajante de la figura de liderato de la investidura presidencial,
y en el falso axioma de que las decisiones se toman en base a meros consensos,
siguiendo la filosofía del nazi y jurista de Hitler, Carl Schmitt, quien
dice que a través de la competencia entre opiniones se obtiene la verdad.
Esto es como pretender que por consenso se aprobara que Bush es
inteligente.
La continuidad del gobierno parlamentario siempre pende de un hilo, debido
a que el parlamento puede derrocar al gobierno en cualquier momento en el que se
decida crear una crisis, provocando una inestabilidad política que impide
que el gobierno actúe en situaciones tales como un colapso
económico.
El Estado nacional basado en el sistema presidencial es el único que
tiene la capacidad de intervenir ante el colapso económico actual como la
institución que puede defender al bienestar general de la
población de los intereses de la “banca central
independiente”. Esto lo muestra la historia de los EU, en su independencia
del Imperio Británico, al crear la primera banca nacional propiedad del
Estado. Sin la creación de esta banca nacional, el gobierno no tiene la
soberanía de emitir crédito nacional, sino que depende de los
préstamos usureros de banqueros internacionales a quienes les interesa
seguir sometiendo a la gente a las condiciones de esclavitud y amansamiento
mental.
Una de las principales objeciones que hacen los fetichistas monetarios
contra la emisión del crédito por parte de una banca
nacional,[2] es la llamada
inflación, que siempre viene como la clase de amenaza materna de:
“Si no te portas bien, va a venir el coco”. Por supuesto, este
“portarse bien” significa, para las naciones, sacrificar a su
población y sumirla en la pobreza por la falta de desarrollo
tecnológico y de inversión en una economía
agroindustrial.
La diferencia entre crédito inflacionario y crédito
productivo radica en entender la economía física, que define la
verdadera intención del crédito productivo, no como una mera
emisión monetaria en donde la “banca central independiente”
limita el crédito a cantidades fijas y elimina la posibilidad de
dirigirlo al beneficio de la sociedad. El crédito productivo emitido por
un banco nacional propiedad del Estado no genera inflación, ya que
está respaldado en la inversión en proyectos de infraestructura a
largo plazo que se pagarán a sí mismos por medio de los empleos
creados, y no meramente en pago de deudas improductivas o inversiones fantasma
(como la especulación financiera) que no retribuyen nada a la sociedad.
Claro, esto para la psicología del fetichista monetario, quien piensa que
el dinero tiene vida propia, será muy difícil de
comprender.
La pelea por nuestra soberanía
Han sido varias las peleas que México ha librado a favor de un
sistema republicano presidencial: el caso de Juárez y sus allegados ante
la imposición de un emperador; el intento de Álvaro Obregón
y Alberto J. Pani de sentar las bases para una agroindustrialización,
apoyándose plenamente en los principios fundamentales de la
Constitución de 1917; y la defensa del Estado mexicano que realizó
el general Lázaro Cárdenas expropiando el petróleo de manos
extranjeras. Pero también hubo una pelea más reciente que, para
vergüenza de muchos mexicanos, la opinión popular actual caracteriza
de “autoritaria” o “corrupta”, sin conocer lo que
realmente sucedió.
Ésta fue la guerra que libró José López
Portillo, en colaboración con Lyndon LaRouche, ante la embestida del
Fondo Monetario Internacional y la banca internacional contra México. El
pecado de México y López Portillo fue simple: querer
industrializar la nación. A raíz de la entrada del nuevo
liberalismo y la ruptura del antiguo sistema de Bretton Woods, México, al
igual que las demás naciones, quedó expuesto a lo que el propio
López Portillo calificó en su informe de 1982:
“La peste financiera hace estragos crecientes en todo el orbe. Como
en el Medioevo, arrasa país tras país. La transmiten las ratas, y
su saldo es desempleo y miseria, quiebra industrial y enriquecimiento
especulativo. El remedio de los curanderos (los “Chicago
Boys”—Ndr.) es privar al paciente de alimentos, someterlo a descanso
forzoso”.
Ante esta inminente amenaza al país, López Portillo tuvo la
valentía de actuar rápidamente y en defensa del bienestar general,
al suspender el pago de la deuda externa en agosto de 1982, al imponer
posteriormente el control de cambios y nacionalizar la banca mexicana en
septiembre de ese mismo año. Estas ideas habían sido planteadas en
el documento histórico Operación Juárez, que
escribiera Lyndon LaRouche para las naciones de Iberoamérica en agosto de
1982.
Si piensas que estas medidas fueron erróneas, medita lo siguiente
que dijo el propio López Portillo: “Nosotros nos portamos mal con
los organismos internacionales y fuimos sancionados, nos acusaron de populistas,
etc. Otros gobiernos se han portado bien, y el resultado ha sido el mismo. Eso
es lo dramático”.
La rapidez, audacia y valentía con las que actuó López
Portillo en uso de las facultades presidenciales, es lo que realmente temen los
financieros internacionales, y para ello buscan erradicar, a cualquier costo,
que se pueda repetir eso en México ante una amenaza similar, como
actualmente se vive.
Nuestro cometido es asegurar que eso no ocurra, y más bien darle
herramientas conceptuales a la nación para que se constituya el
México nuevo en torno a su misión universal.
El conflicto estratégico como tal
La diferencia ontológica entre los dos sistemas rivales, el Sistema
Americano versus el liberal angloholandés, es que el segundo se funda en
el principio monetarista de la usura, en tanto que el Sistema Americano de
economía política ha tenido como premisa, desde el comienzo, lo
que Leibniz definió como los principios de la economía
física.
Como se sabe, ambos rivales empleamos sistemas monetarios. La diferencia
funcional es que nuestro sistema constitucional usa y regula el proceso
monetario de conformidad con la intención de realizar aquellos
propósitos que identifica el preámbulo de nuestra
Constitución federal. El sistema liberal angloholandés,
también conocido como el sistema británico de pretendido
imperialismo global, es uno diseñado y administrado por depredadores
oligárquico-financieros en el interés específico de la
usura como tal John Locke, Bernard Mandaville, Adam Smith, Jeremías
Bentham y la Escuela Haileybury por lo general son expresiones típicas
del sistema monetario de la usura de los liberales modernos.
La recuperación de Estados Unidos de América del desastre que
se fraguó bajo la conducción de los presidentes Calvin Coolidge y
el Herbert Hoover de Andrew Mellon, la logró el presidente Franklin
Roosevelt al eliminar el apego casi mortal de la pandilla de inclinación
fascista de Wall Street al sistema “librecambista” británico.
Roosevelt emprendió un retorno al Sistema Americano de
econoÜntmía política que está implícito en el
preámbulo de nuestra Constitución federal.
El conflicto entre los dos sistemas principales del mundo actual, el
liberal angloholandés versus el Sistema Americano de economía
política, puede resumirse, en efecto, como sigue.
El sistema liberal angloholandés, del modo que la Sociedad Mont
Pelerin es típica de esa penetración (quizás
deberíamos decir, “violación”) alógena de
nuestra nación, exige el “libre comercio”, lo que significa
el libre imperio de la usura que practican catervas como de moho lamoso de
bandidos financieros. Esta masacre depredadora la ejemplifica, en su extremo, la
manada de hienas llamada “fondos especulativos”.
El sistema Americano de economía política define el dinero
del modo que lo hace nuestro sistema constitucional federal, como un monopolio
del gobierno federal. En tanto que la dedicación del sistema liberal
angloholandés al “libre comercio” de los monetaristas define
un sistema hobbesiano de una guerra de todos contra todos. La
característica del hombre-bestia hobbesiano es la desviada
definición liberal angloholandesa de la “naturaleza humana”,
que, de hecho, es la del hombre como lobo del hombre. El Sistema Americano
insiste que el sistema monetario mismo se administre para evitar que las
perversidades del sistema liberal angloholandés y otros igual de
depredadores obren en nuestra república o en nuestras relaciones con
otras naciones soberanas, del modo que las directrices del presidente Franklin
Roosevelt expresaron esta excelente distinción.
—Fragmento de “El arte perdido de hacer presupuestos de
capital”, por Lyndon H. LaRouche.
[1]La
conferencia, del 11 de enero de 2007 está disponible en la página
www.larouchepub.com/spanish.
[2]Fetichista
monetario es aquel que prefiere salvaguardar más el dinero que la vida,
la libertad y la búsqueda de la felicidad de los
individuos. |
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