Economía
Lo que el Congreso de EU
necesita aprender
El arte perdido de hacer presupuestos de
capital
por Lyndon H. LaRouche
Dedicado poéticamente a
mi esposa Helga, en la portentosamente bella ocasión de nuestro 29
aniversario de bodas.
22 de diciembre de 2006.
Desde aquella notable conmoción de 1968 que estalló del mismo modo
en Europa que en las Américas, con frecuencia las pasiones
efímeras del veinte por ciento superior de la generación “de
corbata” hoy imperante (la del 68) se expresan como una pérdida de
su deseo por establecer un matrimonio duradero, una indiferencia por las
perspectivas para las generaciones más jóvenes, y un total
desinterés por invertir en el futuro de la economía física
de otras naciones, o siquiera en el de la propia. De ahí que, como esa
generación domina nuestro Senado y también buena parte de nuestra
Cámara de Representantes, nuestro Congreso había extraviado a
últimas fechas, en lo principal, el concepto del que ahora depende la
existencia futura de Estados Unidos: el concepto del presupuesto de
capital.
Esto tiene que cambiar ahora.
Lo que se ha perdido es el sentido del significado de “la inversión
indispensable de capital en las condiciones físicas del progreso”;
esto significa que se pierde el significado de la inversión necesaria, no
sólo para rescatar a EU, sino para asegurar la existencia civilizada
futura del mundo entero.
Quizás a algunos de ustedes les moleste que diga esto. Piensen con
cuidado. Corroboren la proporción de los miembros del Congreso
estadounidense que cuentan cada dólar del gasto público
presupuestado como un desembolso que deben equilibrar los ingresos tributarios
corrientes. Desde la perspectiva de cualquier economista competente, en la
práctica económica esa política es, en efecto, una perfecta
imprudencia inhumana y desastrosa.
El cambio de estado mental en materia de política económica que se
propagó por el Congreso en el transcurso de las últimas cuatro
décadas, devino en uno radical, en un desplome radical del nivel de
competencia de los fundadores de nuestra república federal, uno de
más de veinticinco años, en el que en otros tiempos su
desempeño sugería el aparente coeficiente intelectual funcional de
una mayoría de esos dirigentes en puestos de importancia. En gran medida
este efecto lo definió el estrato de entre los típicos
sesentiocheros de orientación universitaria, que había creado un
virtual estado de guerra de clases, de los trabajadores de corbata contra los
obreros. Se oponían cada vez más a los agricultores, a los
operarios industriales y a los profesionales con una formación en la
ciencia física. Muchos de ellos se oponían incluso a todo lo que
representara progreso tecnológico en la producción y la
infraestructura. Ese cambio de paradigma cultural que expresaron los
sesentiocheros devino en la matriz cultural que ha dominado la decadencia de los
valores por más de veinticinco años a la fecha.
Así, tenemos generaciones que llegaron a amar las computadoras digitales,
pero más que nada como una fuente de entretenimiento; amaban tanto el
valor recreativo de las computadoras, que exigieron que se remplazara a los
científicos, ingenieros y especialistas en el diseño de
máquinas–herramienta competentes con máquinas idiotas de
suyo carentes de creatividad, para desplegar la incompetencia intrínseca
de los simuladores computarizados; así, hemos visto el uso temerario de
la tecnología digital en la pretendida eliminación de la
función de los poderes creativos de la mente humana individual del
ingeniero de diseño en la economía mundial.
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Con
el régimen sesentiochero, el Congreso de EU ha
“extraviado. . . el concepto del que ahora depende la existencia
futura de Estados Unidos: el concepto del presupuesto de capital”. (Foto: Stuart Lewis/EIRNS). |
La matemática formal no es creatividad; la creatividad es una cualidad
soberana única de innovación específica de los potenciales
de autodesarrollo de la mente humana individual. Es una cualidad que expresan,
no las matemáticas, sino los descubrimientos de principios físicos
universales, tales como el descubrimiento único original de Johannes
Kepler de la gravitación universal, del modo que Albert Einstein hizo
hincapié en este hecho sobre el trabajo de Kepler y Bernhard Riemann. Es
la mente creativa individual en el arte clásico, como en el caso de
Leonardo da Vinci o Juan Sebastián Bach. La supresión del acento
en esa clase de creatividad individual produce una suerte de sociedad que se
describe con justicia como una “pesadilla orwelliana”, como la
fantasía de “Un mundo feliz”, como la que produjo la mente
sicotomimética de un Aldous Huxley.
Así, como en nuestra Luisiana, esa generación reinante actual
trocó el desarrollo productivo y su necesaria infraestructura
económica básica por las rentas públicas fundadas en el
subsidio a las apuestas a gran escala; esa generación construyó
casinos, en vez de defensas contra huracanes más o menos inevitables en
la categoría de tres a cinco.
Esa generación exportó nuestras industrias a lugares en el
extranjero donde la mano de obra era muy barata y el costo de la infraestructura
económica básica más que nada se pasaba por alto, lo que no
sólo llevó así a la quiebra a cada vez más de
nuestras comunidades locales, sino también hasta a estados federales
enteros. De hecho, esta práctica, a la que a veces se llama
“deslocalización”, en realidad redujo la productividad
física neta per cápita de todo el planeta. De hecho se
perdió más de la productividad neta del mundo per cápita y
por kilómetro cuadrado en Norteamérica y Europa, por ejemplo, que
la que se ganó en Asia.[1]
Analicen la condición física en la que se hunde nuestra
nación, condado por condado, desde que Richard Nixon tomó
posesión como presidente. Generen representaciones cronológicas
animadas hasta de las cifras de censos más comunes que compilan con mayor
o menor regularidad los gobiernos o agencias privadas típicas que
realizan tales estudios económicos. Vean el viraje en el empleo, de
lugares de trabajo productivos hacia una calidad de servicios sin
calificación prácticamente del “Tercer Mundo”.
Observen el desplome en el ingreso de los estados y los condados, uno por uno,
en estas décadas. Esta tendencia destructiva de los últimos
treinta y cinco años no ha sido accidental, sino producto de decisiones
políticas que se tomaron en sitios como Wall Street y la City de Londres,
e impuestas desde tales lugares a nuestros gobiernos estatales y federal.
Ésa es la tendencia en la toma de decisiones que ha llevado ahora a la
nación a un estado que puede describirse con justicia, en este momento,
como el de una economía nacional que se tambalea sin control al borde de
un abismo.
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El símbolo de la economía
sesentiochera: casinos flotantes en el río Misisipí, que se
construyeron a expensas de la infraestructura básica necesaria para la
protección contra los huracanes. (Foto: clipart.com) |
La política de largo alcance vigente
En los últimos veinticinco años, desde que el presidente
Richard Nixon asumió el cargo, las tendencias legislativas y de la
opinión política entre el veinte por ciento de arriba de nuestra
generación del 68 han llevado ahora a nuestra nación a la
bancarrota. Esos hábitos son, del modo más lamentable, la
opinión popular que hoy impera entre ese segmento de la legión de
“votantes de costumbre” de esa generación. Al mismo tiempo,
los ciudadanos del ochenta por ciento de menores ingresos familiares, las
víctimas típicas de esta deriva, que incluyen al número
más grande de los que no son los “votantes de costumbre”,
están, por tanto, más bien airados ahora, y de manera creciente
con cada funesto mes que pasa.
En general, estos sesentiocheros con la conciencia sucia no
pretendían ser malvados; a excepción de casos de verdad perversos
parecidos a los de Bertrand Russell y H.G. Wells, y de los neoconservadores
típicos, los utopistas de nuestra nación raras veces se presentan
como malévolos adrede. Nuestro veinte por ciento de arriba de la
generación del 68 eran los niños que en lo principal nacieron
entre 1945 y 1956, en un furor de posguerra a veces llamado la generación
“de corbata” o conocido como la era del “hombre
organización” de los 1950. Es a ellos a quienes se preparó
para emprender “la revolución de cuello blanco”, no porque
supieran lo que hacían, sino porque, a su modo de ver, es para lo que los
habían adiestrado, casi como a perritos bailarines.
Ahora hemos pasado a un estado de cosas en el que hasta entre los
demócratas más respetables del Senado, las leyes recientes han
llevado a la nación cada vez más lejos en una dirección
improductiva y, así, al borde de la quiebra nacional más
desastrosa. Entre tanto, los propios legisladores con frecuencia se convencen a
sí mismos de que hacer el bien consiste en ofrecerles paliativos
compasivos a las familias a las que el Congreso mismo ha arruinado en realidad,
como por su descuido de la defensa de las condiciones necesarias para tener un
empleo decente y pensiones protegidas a niveles de ingreso familiar
decentes.
Así, oímos el clamor de tales capas de entre nuestros
políticos, de que el Gobierno estadounidense no debe hacer gastos de
capital, excepto con el recorte de la base de aquellas funciones cuya existencia
depende precisamente de esos gastos. Mediante semejantes prácticas
absurdas, tales legisladores descarriados destruyen la economía misma de
la gente a la que se engañan a creer que están ayudando.
Ése es precisamente el modo en el que hasta los que
consideraríamos que se cuentan entre nuestros muchos legisladores bien
intencionados han venido destruyendo la economía estadounidense, de
manera continua, desde principios de los 1970.
Por tanto, por esta misma razón práctica, desde la
óptica de cualquier historiador competente, de cualquier
científico competente, de cualquier economista competente, esas
políticas del Congreso ahora populares de los “presupuestos
equilibrados” han de verse como expresiones destructivas de engaños
en los que se indoctrinó a mentes desequilibradas, un virtual producto de
la influencia de “ingenieros sociales” que diseñaron los
hábitos mentales aberrantes a los que se indujo, desde la niñez, a
los que hoy llamamos nuestros “sesentiocheros”.
Por ciertos motivos, yo tengo una responsabilidad especial, como
economista, de indicarles tales errores al presente ominosos en la
práctica y creencia a los miembros de nuestras legislaturas y a otros. La
generación pertinente —y también otros— se ha
impregnado tanto de los efectos acumulados de décadas de adoctrinamiento
en un sistema que de hecho se diseñó para arruinar a nuestra
economía, que ha llegado a creer que un mal desempeño de la misma,
en respuesta a esta orientación, sólo podría ser resultado
de no continuar esa política con más energía y, por ende,
de hecho, con efectos más destructivos. Así, en lo principal, la
mentira no estriba en que el legislador carezca de información
suficiente, sino en su rechazo a la que se considera contraria a las creencias
que ya han venido arruinándonos en los últimos más de
treinta y cinco años, hasta la fecha. Es como el hombre que insiste en
tratar de preñar una muñeca de plástico; entre mayor la
vehemencia con la que lo creen, más asqueroso es el resultado de su
espectáculo.
Desde el establecimiento de nuestra república federal, la ley
constitucional fundamental de nuestra nación se afirmó como el
preámbulo de nuestra Constitución. El fomento y defensa de la
seguridad y el bienestar general de nuestra república, tanto o más
para las generaciones venideras como para las actuales, es el principio al cual
se subordinan, y deben subordinarse, todos los aspectos de dicha
Constitución, incluso todas las enmiendas introducidas a la misma desde
la fundación, y en las generaciones por venir.
Ha de reconocerse que no sólo empezamos siendo una nación
débil en relación con la supremacía imperial del poder
liberal angloholandés posterior a 1763 con sede en Europa, sino
también como víctimas del efecto de rebote de la Revolución
Francesa que urdieron el agente de Londres Philippe Égalité y su
cómplice, el Jacques Necker que tuvo una papel clave, junto con A.R.
Turgot, en llevar a la quiebra a la monarquía de Francia. De modo
indirecto, fuimos víctimas de los efectos del Terror jacobino, de las
guerras de la tiranía napoleónica y de las alegres condesas del
notorio Congreso de Viena.
No fue sino hasta la victoria de nuestra república contra la
marioneta del británico lord Palmerston, la Confederación, que EU
devino —y de hecho así se mantuvo— en una soberanía a
la que no podían invadir con éxito potencias extranjeras, hasta la
presidencia desastrosa de George W. Bush hijo. La mayor parte del período
desde el asesinato del presidente Lincoln, y más desde el del presidente
William McKinley, los preceptos constitucionales de nuestro sistema presidencial
sufrieron un debilitamiento, uno al que contribuyeron bastante esos asesinatos y
que, en lo principal, dejó nuestro comercio exterior bajo el dominio
desmedido de un poder financiero liberal angloholandés, un poder
financiero extranjero que también caló en lo hondo de nuestros
propios sistemas financieros nacionales.
Sólo nos enriquecimos de manera temporal con el saqueo que llevaron
a cabo nuestros deudores principales, los financieros británicos y
franceses, de una Alemania derrotada en la Primera Guerra Mundial; pero, para
mediados de los 1920, nuestra economía ya estaba en garras de lo que
pronto se haría evidente como la Depresión de 1929.
Fuimos de veras soberanos otra vez con el presidente Franklin Roosevelt. Ni
siquiera sus adversarios políticos entre nosotros pudieron poner en tela
de duda con eficacia el sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods, sino
hasta después del asesinato del presidente John F. Kennedy. Las
consecuencias de éste y otros asesinatos nos socavaron, y, de forma
gradual, con los acontecimientos de 1968 y la llegada del Gobierno de Nixon,
vinieron la paridad flotante del dólar y las demás necedades
capitales que arruinaron nuestra economía física y saquearon al
ochenta por ciento de nuestras familias de abajo, de modo cada vez más
grave, en los treinta y cinco años subsiguientes hasta la
fecha.
El hecho de largo alcance más crucial sobre ese lapso de
1763–2006 de nuestra propia historia, y de la del mundo, es que el Sistema
Americano, como lo definió el legado de los Winthrop, los Mather, Logan,
Benjamín Franklin y el primer Gobierno del presidente George Washington,
es, en lo sistémico, contrario al sistema liberal angloholandés.
Nuestro sistema constitucional y el de los liberales angloholandeses no son
congruentes, sino enemigos mortales, y lo han sido desde febrero de 1763 hasta
el presente.
Adam Smith no sólo escribió lo que el sucinto título
de su escrito llama La riqueza de las naciones, sino que el
propósito de ese opúsculo propagandístico, como Smith mismo
afirmó, era incitar a que se aplastara a las fuerzas de nuestra
Declaración de Independencia. Smith era un plagiario al que el lord
Shelburne de la Gran Bretaña en persona le encomendó, en 1763,
tramar maquinaciones para arruinar tanto la economía de Francia como la
de las colonias inglesas en la Norteamérica posterior a 1763.
Smith no era ningún genio, sino más como una larva de
frigánea, que recolecta los restos flotantes de sus alrededores para
construir su pupa protectora intelectual. Como plagiario, Smith se fió
más que nada de los dogmas pro esclavistas de John Locke, los rebuznos
del angloholandés francamente pro satánico Bernard Mandeville de
la Sociedad Mont Pelerin,[2] y la
doctrina mágica que proyectaban el fanático doctor pro feudalista
François Quesnay y aquel otro fisiócrata notable, A.R. Turgot, de
quien Smith plagió mucho del contenido técnico más decisivo
de La riqueza de las naciones.
Desde el nacimiento de nuestra república constitucional, los
principales enemigos contendientes en el dominio de la economía mundial
moderna se han visto representados en el conflicto entre nuestro Sistema
Americano de economía política y el de la usura monetarista
conocido como el sistema imperialista de corte veneciano de los liberales
angloholandeses. El hecho de que nosotros y los británicos a veces nos
hayamos aliado, nunca ha atenuado la diferencia cuasiaxiomática de
especie que se presenta como estos dos sistemas incompatibles.
El Sistema Americano de economía política fue, en principio,
una continuación de ese sistema antifeudal de sociedad que se
fundó con el concilio de Florencia de mediados del siglo 15, y los pasos
sucesivos en el establecimiento de las primeras formas republicanas modernas del
Estado nacional en la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII,
respectivamente. Las políticas de la colonia de Plymouth y la
mancomunidad de la Nueva Inglaterra de los Winthrop y los Mather,
proporcionó el antecedente modelo de lo que más o menos un siglo
después devendría en nuestra república constitucional. La
labor renovada de aquellos Winthrop y Mather cobró la forma, en el
transcurso del siglo 18, de la influencia de Godofredo Leibniz en moldear el
pensamiento económico y social de esos adultos jóvenes aglutinados
en torno a Benjamín Franklin y George Washington, tales como el
secretario del Tesoro Alexander Hamilton, quien participó en la pelea
posterior a 1763 por nuestra soberanía nacional y por la creación
de nuestra Constitución
federal.[3]
La diferencia ontológica entre los dos sistemas rivales, el Sistema
Americano versus el liberal angloholandés, es que este
último se funda en el principio monetarista de la usura, en tanto que el
Sistema Americano de economía política ha tenido como premisa,
desde el comienzo, lo que Leibniz definió como los principios de la economía física.
Como se reconoce, ambos rivales empleamos sistemas monetarios. La
diferencia funcional es que nuestro sistema constitucional usa y regula el
proceso monetario conforme a la intención de cumplir los
propósitos que identifica el preámbulo de nuestra
Constitución federal. El liberal angloholandés, también
conocido como el sistema británico de pretendido imperialismo global, es
uno diseñado y administrado por depredadores oligárquicos
financieros en el interés específico de la usura como tal. John
Locke, Bernard Mandeville, Adam Smith, Jeremías Bentham y la Escuela
Haileybury en general son expresiones típicas del sistema monetarista
usurero de los liberales modernos.
Franklin Roosevelt logró que Estados Unidos de América se
recuperara del desastre que se maquinó con la dirigencia del presidente
Calvin Coolidge y la del Herbert Hoover de Andrew Mellon, al abandonar el apego
casi fatal de la pandilla pro fascista de Wall Street al sistema
“librecambista” británico. Roosevelt emprendió una
restauración del Sistema Americano de economía política
implícito en el preámbulo de nuestra Constitución
federal.
El conflicto estratégico como tal
El conflicto entre los dos sistemas principales del mundo actual, el
liberal angloholandés versus el Sistema Americano de
economía política, puede resumirse, en efecto, como sigue.
 |
Fuente: EIRNS
En las últimas tres décadas la economía estadounidense
se ha desacoplado del Sistema Americano de economía política, y ha
involucionado hacia la economía de servicios que promueve el sistema
liberal angloholandés. Dicha involución puede apreciarse
aquí, condado por condado, en el estado otrora industrial de
Ohio. |
El sistema liberal angloholandés, del modo que la Sociedad Mont
Pelerin es típica de esa penetración (o tal vez debiéramos
decir “violación”) extranjera de nuestra nación, exige
“libre comercio”, lo cual implica el libre imperio de la usura que
practican células, como de “moho lamoso”, de bandidos
financieros. Esta masacre depredadora encuentra su ejemplo extremo en la manada
de hienas llamada “fondos especulativos”.
El Sistema Americano de economía política define el dinero,
al modo de nuestro sistema constitucional federal, como un monopolio del
gobierno federal; en tanto que la consagración del sistema liberal
angloholandés al “libre comercio” de los monetaristas define
un régimen hobbesiano de todos en guerra contra todos. La
característica del hombre–bestia hobbesiano es la definición
liberal angloholandesa torcida de la “naturaleza humana” que, de
hecho, es la del hombre como el lobo del hombre. El Sistema Americano insiste
que el sistema monetario mismo debe administrarse para impedir que los males del
modelo liberal angloholandés y otros igual de depredadores actúen
en nuestra república o en nuestras relaciones con otras naciones
soberanas, del modo que las directrices del presidente Franklin Roosevelt
expresaron esta distinción excelente (ver mapa 1).
Así que nuestra misión nacional, al menos la de nuestros
patriotas inteligentes e informados, es fomentar la producción
acrecentada de riqueza física per cápita y por kilómetro
cuadrado. Esto significa —como concordamos aquellos de nosotros que
entendemos de economía— alentar las modalidades científicas
y culturales clásicas de progreso en el desarrollo de la comunidad y la
persona individual. Este fomento del mejoramiento de las condiciones del
individuo depende de aprovechar el descubrimiento de principios superiores, de
modos que aumenten los poderes productivos del trabajo per cápita y por
kilómetro cuadrado. A este respecto, los patriotas inteligentes prefieren
fomentar la reinversión de las utilidades no distribuidas en la forma de
una mejora física tecnológica de los productos y la productividad,
de preferencia como empresas con pocos accionistas, bajo una dirección
creativa, en comunidades locales tanto como en la economía en
general.
Como aproximación, esto implica vigilar de modo constante los
cambios en la productividad y el nivel de vida en el condado o conjunto de
condados. Esto significa poner el acento en la importancia del crecimiento del
producto físico per cápita y por kilómetro cuadrado en cada
región tal. Implica fomentar la producción física en la
agricultura, las manufacturas, y la investigación y el desarrollo
relacionados, como algo fundamental. Dicho acento fundamental exige un nivel de
vida social e intelectual en constante mejora. A la nación la une
entonces el avance de los medios comunes para enlazar y coordinar a estas
comunidades en un todo dinámico, en el sentido de la definición de
Leibniz de dinámica, a diferencia de formas de pensar
estadístico–mecanicistas de estilo cartesiano.
Así, para los economistas inteligentes, las utilidades que se
reinvierten con este propósito y efecto deben gravarse a una tasa
considerablemente menor que la del consumo conspicuo y la especulación
financiera galopante con las ganancias.
En definitiva, debe reinstituirse el sistema de regulación con la
creación de una norma general de “comercio justo”, en vez del
modelo de suyo funesto del “libre comercio”, del modo que esto se
abordó con el presidente Franklin Roosevelt. Este regreso a una norma de
“comercio justo” le daría marcha atrás a las
consecuencias destructivas que la asonada de la desregulación a favor del
monetarismo ha desatado contra nuestra pobre, y ahora muy, muy pobre
nación, del modo que dicha asonada inició ya desde los 1970.
Repudien las llamadas reformas liberales del intervalo de 1970–2006; han
demostrado ser un fracaso monstruoso.
Ahora bien, en este informe, primero consideraremos aquellos aspectos de
las formas naturales del Derecho constitucional —como acabamos de
identificarlos con amplitud— desde una perspectiva nacional. Entonces,
consideraremos la aplicación de los principios señalados de la
dinámica para resolver la crisis de la economía nacional de EU.
Después aplicaremos esto a la esfera de las relaciones
internacionales.
Así que, para llegar al proverbial meollo de lo antes escrito, la
situación estratégica que encaramos es la siguiente.
1. Ciencia: cómo redimir a nuestra
nación pagana
Superficialmente, un presupuesto de capital parece ser un asunto llano de
la contabilidad financiera y de costos. Sin embargo, los principios que subyacen
en cualquier diseño competente de ese presupuesto son hondamente
científicos, más que expresiones ordinarias de la contabilidad
financiera y relacionada. Por tanto, esta complejidad científica es
inevitable; mientras que asignar un préstamo programado es una
afirmación matemática relativamente simple, los principios que
determinan si el gasto tendrá o no el efecto esperado son, como
mostraré más adelante aquí, una cuestión mucho
más profunda de la ciencia real de la dinámica de lo que
cualquier práctica contable común puede lograr. Por consiguiente,
diseñar un presupuesto de capital competente es un desafío en el
dominio de la ciencia física, más que en el de la mera
contabilidad. Es más, escoger la clase de ciencia física general
necesaria demanda prestarle suma atención al conjunto especial de
supuestos subyacentes específicos de las características
pertinentes del comportamiento de la mente humana.
La experiencia con las deliberaciones sobre orientación
económica que surgen al seno o en torno a las funciones de definir y
evaluar el funcionamiento de la política del gobierno, nos muestra que la
mayoría de los fraudes de los que se han vuelto presa nuestros procesos
legislativos, como el timo de Enron y fenómenos relacionados, recuerda el
caso de la esposa amargada que le dice a sus hijos: “No hay comida esta
semana; su padre volvió a perder la quincena en el casino que acecha en
el camino del trabajo a la casa”. Tal es el dominio del “oro y el
moro” que ofertan las apuestas, el conjunto de artificios dudosos
conocidos con nombres tales como “derivados financieros” y
“fondos especulativos”.
Por tanto, este capítulo del informe centrará su
atención en la naturaleza de los supuestos esenciales subyacentes a
considerar. Dicho lo anterior, procedamos ahora como sigue.
Los estadounidenses de hoy son, en su mayoría, paganos; es decir,
incluso la mayoría de los que profesan fe en Dios, en realidad no creen
en ese Creador que presenta el Génesis 1, que creó
al hombre y a la mujer a Su semejanza. Cuando uno pronuncia la palabra
“Dios”, la mayoría no reacciona pensando en el Creador vivo
de lo que el buen y gran Albert Einstein describió como un universo
finito, pero ilimitado, en el que moramos. En la práctica, la
mayoría prefiere, aun hoy, una deidad más de la naturaleza del
perverso Zeus olímpico del Prometeo encadenado del poeta
Esquilo. La mayoría tiende a creer en lo mismo que criaturas de Paolo
Sarpi tales como Tomás Hobbes; cree en la doctrina de ese Yago
satánico de la ópera de Verdi, Otelo, el Yago que
habla del dios hobbesiano cruel y perverso al que
sirve.[4]
Ese Zeus encarna a un opresor terrible, que ordena la tortura perpetua del
Prometeo que ofendió al Olimpo al darle el conocimiento del uso del fuego
—tal como el poder de la fisión nuclear— a la humanidad. En
tanto que, de hecho, contrario a T.H. Huxley y al Federico Engels de su
época, el ser humano no es ningún mono, ningún mero mono,
sino un ser creativo hecho con el potencial innato de serlo, a diferencia de la
ley cruel de Zeus; el ser humano es una persona hecha a semejanza del
Creador.
Esto no es ningún mito; es historia. También es
teología. También es ciencia física. Es la esencia de
cualquier enseñanza y ejercicio competentes de la economía
moderna.
Para quienes conocemos la verdad sobre la humanidad, la mente humana se
distingue de las características de toda bestia. Esta distinción
se expresa en la creatividad que el ser humano individual posee en virtud de la
naturaleza única de su especie; se manifiesta como el progreso en el
descubrimiento y aplicación de los principios de la ciencia
física, como la nuclear y la termonuclear. Expresa la verdadera
naturaleza de los poderes y misiones asignados a la humanidad en este universo.
Es una creatividad que reconocemos como espiritual, y decimos esto para implicar
que reside en la carne viva, pero que es de una calidad ontológica
superior de existencia del todo eficiente, superior a la de un mero animal al
que podríamos consumir como alimento. Nuestro cuerpo humano mortal es el
depositario, y el siervo, desde la concepción, de algo que se define como
el ser espiritual personal que posee el poder de la creatividad verdadera.
Ésa es la misión que el Creador le asigna a la humanidad, de
participar en la obra continua de creación universal intrínseca y ontológicamente antientrópica.
Están esos amigos confusos y rebeldes que quizás adoren al
Sol, pero que odian los procesos de fusión nuclear y termonuclear de los
que depende la existencia de nuestro sistema solar. Tales infortunios expresan
esa cepa de perversidad que se ha vuelto típica de buena parte de las
filas de sesentiocheros de las Américas y Europa, una perversidad que ha
contribuido mucho al sufrimiento extendido por toda nuestra nación y el
planeta hoy.[5]
 |
“El progreso en el descubrimiento y aplicación de los
principios de la ciencia física, como la nuclear y la
termonuclear. . . expresa la verdadera naturaleza de los poderes y
misiones asignados a la humanidad en este universo”. El presidente
estadounidense Dwight Eisenhower inaugura simbólicamente la primera
planta nuclear comercial de EU en Shippingport, Pensilvania, en 1954. (Foto: cortesía del Instituto de Energía
Nuclear). |
El gnóstico supersticioso cree en un universo estático, no en
uno en evolución. De conformidad, define malamente al universo como uno
cuyo proceso de perfeccionamiento ha terminado. Para esta clase de pagano
gnóstico, todo es ahora predecible y, para él, por consiguiente,
todo por existir es prácticamente inevitable. Por tanto, este
gnóstico iluso cree que, como en su opinión Dios debió
haber creado un universo perfecto, hasta Él mismo ha eliminado así
Su propia capacidad de modificarlo después. Como el querido Filón
de Alejandría y otros han advertido de manera implícita,
Satanás, según el gnóstico délfico, no aceptó
semejante restricción válida de principio; por eso, las leyes
estadísticas de implícito entropismo les granjeaban un permiso
concedido a los fieles de Satanás, leyes falsas que se supuso, como los
actuales fondos especulativos de suyo satánicos, que subyugaban la
Voluntad del Creador. Así que aquellos que depositan su confianza en el
poder de Satanás son unos grandes mentecatos.
De hecho, contrario al fatalismo brutal de tales gnósticos, como da
fe de ello la evolución del sistema solar a partir de un joven sol
solitario que gira con rapidez, es un ejemplo del principio de creación
antientrópica continua, más que de un universo entrópico
fijo. El universo del Creador siempre en evolución, siempre finito, pero
ilimitado, es un proceso —uno de suyo antientrópico— de creación continua, un proceso de Creación en el que la
humanidad tiene la función y el deber de ayudar. Así que ahora
salimos hacia Marte y más allá, para mejorar la gestión y
el desarrollo de lo que descubrimos allá afuera. La ciencia nos muestra
que el Creador es un Ser perfectamente creativo y extrovertido, que gobierna en
un reino permanente de creación antientrópica interminable. Por
consiguiente, es nuestro deber cumplir las misiones universales que dicho
cometido del Creador implica para nosotros.
Nuestra comprensión de estos asuntos y otros relacionados ha contado
con la ayuda notable del descubrimiento, en la obra del académico ruso
V.I. Vernadsky, de la prueba de la distinción entre tres dominios de
espacio–fase: el inerte, la biosfera y la noosfera. Estos tres dominios
entrelazados de manera dinámica, y los principios que expresan, reflejan
las siguientes consideraciones implícitas en las pruebas que
aportó Vernadsky, y también otros, que apoyan los descubrimientos
principales de marras.
Del modo que Vernadsky resume las pruebas de los sistemas vivos, como en
1935–1936, aunque los elementos químicos que participan en los
procesos vivos se toman del mismo dominio que los materiales inertes, los
procesos vivos que se asocian con la biosfera expresan una calidad de principio
de organización específicamente dinámica de un
proceso que de otro modo no se ve en el dominio de los inertes como tal. De
manera parecida, los procesos de la sociedad emplean los materiales de los
dominios abiótico y biosférico, pero los organiza una forma dinámica de principio de inteligencia eficiente que no se
manifiesta en ningún proceso vivo de orden inferior.
Repito: las pruebas empíricas que prueban esta última
distinción definen un principio de inteligencia que no se encuentra en la
biología que asociamos con formas de vida inferiores a la personalidad
del ser humano individual. Esta cualidad superior de inteligencia eficiente es
la que distingue en lo ontológico al Creador y al ser humano individual
de las bestias, las cuales carecen de esta cualidad de inteligencia creativa
eficiente.
 |
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John Winthrop. |
Increase Mather. |
 |
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El Yago de Shakespeare.
(Foto: Biblioteca del
Congreso). |
Cotton Mather. |
A diferencia del satánico Yago del Otelo de Shakespeare, los
padres fundadores de la colonia de Plymouth, los Mather y los Winthrop,
creían que la misión del hombre en la vida era hacer el bien y
perfeccionar a la humanidad. El actor estadounidense del siglo 19 Edwin Booth
personifica a Yago. |
Esta cualidad de inteligencia es la naturaleza de la humanidad y su
misión, como lo estipula el Génesis 1 en sus propios
términos. Esto es el refinamiento apropiado de nuestro entendimiento del
gran principio que alberga el preámbulo de nuestra Constitución
federal. El deber de la humanidad no es adaptarse al universo como lo
encontramos, sino mejorarlo de un modo claramente antientrópico; es ser, de esta manera, el agente, el instrumento del Creador. Nuestra
misión es mejorar a la humanidad y al miembro individual de nuestra
especie. Ésta es una misión de principio que se nos asigna a cada
uno de nosotros, la misión de contribuir, a este respecto, al
mejoramiento de la condición humana, y de defender el principio del
progreso antientrópico, de modo que no retrocedamos a una
condición más deficiente de la existencia y función de la
humanidad que la alcanzada antes de nosotros.
Razón vs.
‘lógica’
Lo que hemos considerado en este capítulo hasta ahora también
tiene que replantearse como algo que revela la naturaleza esencial del conflicto
entre la razón y la ciencia, por un lado, y la lógica formal por
el otro. Esto también se conoce como el gran principio que
presentó en Gotinga el sucesor de Leibniz, Carl F. Gauss y Lejeune
Dirichlet, Bernhard Riemann, en su revolucionaria disertación de
habilitación de 1854, Sobre las hipótesis en que se fundamenta
la geometría. Desde el punto de partida que comprende esa
disertación, como continúa en obras posteriores tales como su
tratamiento de las funciones abelianas y su definición de la
dinámica de las hipergeometrías físicas, Riemann sienta la
base para conquistar los misterios más grandes que por lo general
desorientaban el estudio de la economía
política.[6]
El estudiante universitario moderno común y corriente se
gradúa en un virtual desconocimiento del hecho de que los verdaderos
principios de la geometría y la ciencia física asociados con el
nombre de la esférica, se establecieron con los pitagóricos
y la escuela de Platón antes de producirse las doctrinas sofistas de los Elementos de Euclides. Estos grandes principios antiguos de
Platón y otros se restablecieron en tanto ciencia moderna con los
descubrimientos fundamentales de seguidores del renacentista cardenal
Nicolás de Cusa, tales como Leonardo da Vinci, Johannes Kepler y sus
seguidores, como Pierre de Fermat, Leibniz, Gauss, Dirichlet y Riemann, todo
antes de los avances del trabajo de toda una vida de Albert Einstein. Su
disertación de habilitación de 1854 le abrió así la
puerta a Riemann para que fundara las nociones de esas dinámicas de las hipergeometrías físicas de las que depende el marco
conceptual de una ciencia económica moderna competente, como acervo de la
ciencia física, en cuanto a
principio.[7]
Sin embargo, la raíz de todo esto puede remontarse a precedentes
semejantes en intención a la mencionada definición de la
naturaleza del hombre y la mujer que se encuentra en el Génesis
1.
Al presentarle una verdadera ciencia económica a nuestros
ciudadanos, tenemos que lograr que la visión de las realidades morales de
la práctica de la ciencia económica regrese al sentido de
identidad personal del ciudadano en tanto personalidad humana. Para entendernos
nosotros mismos, tenemos que apartarnos del rollo estadístico
neocartesiano trivial de costumbre del mercado actual. La relación del
individuo mortal con el Creador y con el ordenamiento de toda la Creación
es lo que debe adoptarse como el hito elemental al definir la identidad real de
cada uno de nosotros en el marco de un proceso vivo de Creación
continua.
 |
La planta nuclear de generación eléctrica Ohi Kansai de
Japón. Un salto en la productividad mundial exige tecnologías
nucleares para la transición hacia una economía de
isótopos. (Foto: OIEA). |
 |
Juana de Arco triunfó sobre la muerte en la tortura a manos de la
brutal caballería inglesa. “Al ciudadano debe ayudársele a
ver su vida mortal en función de la importancia que ese breve lapso de
vida personal tiene para las generaciones previas y posteriores”. (Foto:
EIRNS). |
Con este enfoque, el ciudadano puede asegurar una firme comprensión
intelectual de su relación personal con la obra del Creador. Al ciudadano
debe ayudársele a ver su vida mortal en función de la importancia
que ese breve lapso de vida personal tiene para las generaciones previas y
posteriores. Así, al hacer concreta una idea cognoscible de inmortalidad
de la personalidad humana encarnada para el ejercicio informado del ciudadano,
se arriba a un sentido de la relación personal inmortal de la
personalidad individual mortal con el Creador inmortal. De este modo, fomentamos
el sentido moral que es esencial nutrir en el ciudadano de la república,
si es que ha de asegurarse la supervivencia y prosperidad de nuestra
nación en el transcurso de las próximas generaciones.
Las inversiones que se tienen que hacer ahora, si es que la
civilización ha de continuar en este planeta, ponen un acento
relativamente fuerte en las inversiones de capital físico con una
“vida útil” proyectada de entre veinticinco y cincuenta
años, y aun más. Este período se extiende a un tiempo que
rebasa la esperanza de vida de los padres de los adultos jóvenes de hoy,
y, no obstante, es una inversión que tienen que hacer quienes viven
ahora. La única garantía que tienen de que la promesa del futuro
se cumplirá, es que la voluntad de asegurar ese beneficio futuro
esté firmemente arraigada en el trabajo y la conciencia de las
generaciones presentes y futuras. La inmortalidad, no la codicia, es el
único motivo honesto del verdadero ciudadano de una república como
la nuestra. Este sentido de inmortalidad no significa mera fama; hasta el
individuo en las circunstancias relativas más humildes puede
alcanzarlo.
De nuevo, la inmortalidad no es la fama. Algunos de los inmortales
más preciados vivieron vidas colmadas de difamaciones oficiales y
populares. La inmortalidad la expresa el valor duradero, para la humanidad, de
la vida a la que se le ha guiado. Si a una persona tal la despreciaran,
traicionaran y condenaran en las circunstancias que se experimentan en la vida
mortal, como a Juana de Arco, su valía sería aun mayor por esa
razón.
Una noción “cuerda”, que también equivale a decir
“confiable”, de esa calidad de certezas que trascienden la muerte
del individuo mortal, participa de la misma cualidad de la voluntad que se
asocia con los principios físicos universales. La capacidad de adoptar un
barrunto confiable del resultado futuro de la actividad presente exige que le
prestemos atención a la noción de la distinción entre ideas
que corresponden a la experiencia de acontecimientos discretos de la
percepción sensorial, y también a ideas asociadas con principios
universales eficientes a los cuales se subordinan los acontecimientos discretos.
El descubrimiento único original de Kepler de la gravitación
universal es típico de la noción de los principios físicos
universales que conoce la ciencia experimental moderna.
Aquellas nociones que corresponden a principios físicos universales
de la ciencia física, al igual que los métodos clásicos
válidos de composición artística y sus respectivas
modalidades de interpretación, constituyen el acervo de la razón
humana, a diferencia del dominio inferior de suyo imperfecto de la mera
“lógica”.
Los principios físicos universales, del modo que el descubrimiento
de Kepler de la gravitación en tanto principio de organización
armónica del sistema solar es típico de su naturaleza
ontológica, tiene una autoridad superior demostrable, por su veracidad,
que la de cualquier experiencia simple de los sentidos; pero, no obstante,
aunque son principios cuya existencia eficiente se demuestra de manera
concluyente mediante experimento, en sí mismos no son objetos tangibles
discretos, en ningún sentido ordinario, de la percepción
sensorial.
Estos principios universales descubiertos pertenecen a una categoría
práctica que Kepler fue el primero en definir, mediante la
exploración de las implicaciones paradójicas del ecuante, que presenta el reflejo infinitesimal ontológico de cualquier principio
físico universal.[8] Éste fue el descubrimiento de lo físicamente infinitesimal, uno
que fue realizado por Kepler en términos experimentales y que, de manera
explícita, inspiró el descubrimiento único original de
Godofredo Leibniz tanto del cálculo infinitesimal como de su refinamiento
de dicho descubrimiento, que se expresó como el principio físico
de acción mínima universal ligado a la catenaria.
Este aspecto de la noción de los fundamentos decisivos de la ciencia
física moderna que, de modo más notable, desarrollaron Kepler,
Fermat y Leibniz, lo aclara la disertación de habilitación de
Riemann de 1854, en cuanto a que sólo los principios físicos
universales son el fundamento del verdadero conocimiento verdadero, y el
demás conocimiento experimental sólo está englobado en
dichos principios físicos universales descubribles mediante experimento,
principios que, para él, son la expresión de las hipótesis
en las que se fundamenta la geometría física.
Cuando tomamos en cuenta que, contrario al dogma de Euclides, ese
conocimiento evolucionó mucho en la cultura clásica previa a la
muerte de Platón, nos vemos obligados a reconocer la dificultad de este
asunto medular con la que por lo común topan hoy hasta los profesionales
con una formación superior. La dificultad es, en gran medida,
consecuencia de la influencia de esas falsedades que por lo general se remontan
a las sofisterías de los Elementos de Euclides. Los fraudes
de éste contra una geometría perfectamente antieuclidiana, tal
como esa geometría física antieuclidiana implícita
en Gauss y explícita en Riemann, son la ilustración de más
eficiente pertinencia, aun hoy, del modo en que la mera lógica se presta
para la destrucción de la razón humana (ver figura
1).
 |
Kepler usó la construcción del ecuante (el círculo
punteado) para demostrar el movimiento de la velocidad angular constante de un
planeta al tiempo que conserva una distancia uniforme desde el centro de otro
círculo conforme orbita alrededor del Sol (el punto fuera de centro del
círculo más grande). Puedes encontrar la animación y
explicación más amplia del ecuante, que hace el Movimiento de
Juventudes Larouchistas, en www.wlym.com/~animations/part2/16/aside.html. |
El fraude de Euclides
Así, el legado de la sofistería que se ha enquistado en mucho
del acervo de la economía generalmente aceptada y el Derecho relacionado
de la Europa y el EUA modernos, ha de remontarse directo a la adopción
desacertada de los Elementos de Euclides como el modelo para la
enseñanza y aplicación de los fundamentos de la ciencia
física en las escuelas modernas. La estupidez mecanicista que René
Descartes y otros empiristas modernos introdujeron en la ciencia europea moderna
es un ejemplo de esto. El estado mental que este hábito induce tanto en
la práctica popular como en la profesional educada es responsable de
buena parte de la incompetencia científica que revela la forma en la que
la gente en general, y también muchos políticos importantes hoy,
piensa sobre el mencionado tema de la “economía.”
Al igual que la mayoría de los errores sistémicos que saturan
las tradiciones culturales, el legado de la forma de sofistería llamada
“geometría euclidiana” colma, en términos
“hereditarios”, una proporción muy amplia de las tradiciones
cultas y relacionadas de la cultura europea, desde la época de la antigua
Grecia tras la muerte de Platón. Así que sigue siendo un factor
importante en causar que hasta la gente más común sea hoy incapaz
de pensar con competencia sobre economía.
Los fundamentos propios de la ciencia física europea se conocen del
modo que evolucionaron en lo que llamamos la antigua Grecia clásica. Este
avance cobró expresión como una ciencia que se erigió sobre
cimientos que explícitamente se remontan al antiguo uso egipcio de lo que
los griegos, tales como los pitagóricos, reconocieron con el nombre de esférica. Éste fue el método de Platón y su
escuela, y también había cimentado la expresión no tan
pronunciada de la tradición que legaron Tales y
Heráclito.
Para entender el fundamento antiguo de la ciencia europea moderna, al
principio tenemos que enfocar nuestra atención en la función de
los principios de la esférica en los que se fundaron formas
competentes de la ciencia griega antigua, pero que la trama sofista de la
geometría euclidiana de empiristas del siglo 18 tales como los
estafadores adrede Voltaire, De Moivre, D’Alembert, Euler y Lagrange
pretendía desacreditar y remplazar entonces, como después. Nuestra
atención en cuanto a ese asunto se limita aquí a aquellos aspectos
del tema que pertenecen, con gran ponderación, a fuentes del descaminado
pensamiento popular sobre la economía y asuntos políticos muy
estrechamente relacionados.
La mejor forma de entender la ciencia antigua de la esférica de un modo moderno, es con el dominio, al menos, de Mystérium
cosmográphicum, Astronomía nova y Harmonices mundi de Johannes
Kepler.[9] En esta ocasión, la
pertinencia particular de recomendarle ese estudio al lector no es sólo
que Kepler le proporciona una manera rigurosa de ver las estrellas y los cuerpos
planetarios del modo que creemos verlos, como en el cielo nocturno. Puesto que
estamos sobre la superficie de un planeta que se mueve en el sistema solar, el
cual se mueve en relación con las constelaciones que están
más allá, demanda mucho estudio y algo de pensamiento bastante
riguroso llegar al grado que el observador sepa en realidad lo que está
viendo en ese espectáculo que observa. No basta creer que esa doctrina es
veraz; el estudioso de la noche tiene que vivir el proceso de experimentar ese
descubrimiento como Kepler.
En cuanto a esto, Kepler tiene una importancia extraordinaria para la
historia de la ciencia en varios sentidos, pero, en lo más inmediato, en
el hecho de que lleva al lector de sus obras, tal como, ojalá, miembros
pertinentes del Congreso estadounidense y su personal al trabajar en asuntos de
política económica nacional e internacional, por cada uno de los
pasos de su pensamiento a lo largo de décadas de trabajo de
descubrimiento, de modo que el estudiante aplicado de su trabajo pueda revivir
la experiencia real de todos los pasos de esos descubrimientos sucesivos. Es
crucial que los políticos no conozcan meramente de oídas este
campo, sino que de veras capten los conceptos como cuestión de principio,
de experimento, más que como meras opiniones iterables. A este respecto,
la obra escrita de Kepler es la mejor educación en el ejercicio de las
formas modernas rigurosas de pensamiento científico, incluso las premisas
necesarias para comprender la dinámica, la mejor disponible en la
literatura de la civilización europea moderna, aun hoy.
Una apreciación más apropiada de las implicaciones del
método de Kepler exige revivir el conocimiento que sobrevive de los
métodos y logros de esos griegos antiguos que se asocia con los
métodos de la esférica. Este método se identifica
con el término clásico dúnamis, cuyo significado
representó Godofredo Leibniz con la introducción del
término dinámica, mientras desenmascaraba los fraudes de
René Descartes.[10] La
disertación de habilitación de Riemann de 1854 revive de manera
tácita los principios de la esférica; entonces, el
tratamiento de Riemann de las funciones abelianas lleva al principio general de
la dinámica que expresa la noción de una dinámica física (en vez de meramente formal) de las
hipergeometrías.[11]
Así, en el caso de la obra del sofista Euclides, bregamos con la
objetivación de los teoremas que ya habían formulado predecesores
suyos tales como (de modo implícito) Tales, Heráclito y, como es
claro, los pitagóricos y en otro sentido los propios círculos
inmediatos de Platón. Los productos del principio de dúnamis que gobernaron los avances científicos de los
griegos clásicos antes de Euclides, fueron reformulados con malicia por
éste y compañía, como presuntos productos de un conjunto de
definiciones, axiomas y postulados que implícitamente suponían un
universo lineal “cuadrado” de la clase de la que luego se hizo eco
el inepto René Descartes. Euclides y compañía hicieron el
supuesto que todo lo verdadero era lo que podía derivarse, por
deducción, de un conjunto de definiciones, axiomas y postulados que
presumen que el universo es las extensiones sólidas mecánicas
simples de una superficie plana, en las que la esfera misma, como muestran las
funciones elípticas, se concibe de manera equívoca; de manera
equívoca como si fuera un producto de esa extensión
“sólida” mecánica de una superficie plana.
Los euclidianos y sus seguidores nunca prueban las definiciones, axiomas y
postulados; sólo se imponen como “autoevidentes” o, como se
dice, a priori. En efecto, el euclidiano está afirmando,
simplemente, como cualquier forma sofista moderna de degenerado académico
u otro degenerado moral: “Esto es a quien y a lo que he decidido creer
en esta ocasión en particular”.
El universo físico real no se parece en lo absoluto a la
visión euclidiana y sus premisas.
Euclides y el nuevo modelo
oligárquico
Desde el comienzo de la civilización europea, las viejas
raíces de la presente crisis mundial han de encontrarse en un
fenómeno social conocido en las épocas de la historia como
“el modelo oligárquico”, como ése del que eran
representativos los sistemas imperiales asentados en el Sudoeste de Asia. La
pelea sin duda documentada entre esos sistemas y los intentos por establecer uno
de Estados nacionales soberanos, del modo que nuestro Sistema Americano es el
que mejor encarna la noción de una república, es la que el poeta,
historiador y dramaturgo Federico Schiller remonta al conflicto ejemplar entre
la iniciativa republicana asociada con Solón de la antigua Atenas y la
Esparta de Licurgo, misma que cumple con los requisitos de lo que se denomina
“el modelo oligárquico”.
 |
“La esencia de la lucha contra el ‘modelo
oligárquico’ arraigado en Asia, como se conoció en la
historia europea desde la antigüedad, la aborda el dramaturgo Esquilo en su
trilogía Prometeo, de la manera que lo representa la sección
intermedia de dicha trilogía, Prometeo encadenado”. |
 |
Cristóbal Colón consulta el mapa de su viaje que le
proporcionaron los círculos de Nicolás de Cusa. El viaje de
Colón surgió a raíz del plan de Cusa de “emprender
exploraciones transoceánicas para ocupar otras partes del planeta aparte
de una Europa con eje en el Mediterráneo”. (Foto:
clipart.com). |
La esencia de la lucha contra el “modelo oligárquico”
arraigado en Asia, como se conoció en la historia europea desde la
antigüedad, la aborda el dramaturgo Esquilo en su trilogía Prometeo, de la manera que lo representa la sección
intermedia de dicha trilogía, Prometeo encadenado. La
tortura de Prometeo, acusado por el Zeus olímpico de ese drama de darle a
la humanidad el conocimiento del uso de principios físicos universales,
encuentra un eco en el caso citado de los Elementos de Euclides, y
en el relacionado de la introducción del sistema cartesiano del
método estadístico–mecanicista, como una oposición al
método científico dinámico del eco moderno de los
pitagóricos, Sócrates y Platón, del modo que ejemplifican
esto en la ciencia moderna De docta ignorantia de Nicolás
de Cusa y los descubrimientos revolucionarios de los antirreduccionistas Kepler,
Fermat, Leibniz, Riemann, etc.
La visión euclidiana recibió su expresión moderna
modificada en aquellos argumentos de Descartes que Leibniz demolió con la
prueba científica del requisito del principio dinámico, que se
remonta a la antigua esférica pitagórica.
Así, el modelo cartesiano de suyo engañoso, como una
excrescencia de la obra de Euclides, supone, en términos
axiomáticos, los movimientos percucientes de partículas abstractas
que chocan unas con otras en el espacio y el tiempo vacíos. Para captar
el significado práctico, para hoy, de las consecuencias destructivas de
la forma cartesiana del método estadístico–mecanicista, como
en el ejercicio acostumbrado de la profesión económica, tenemos
que volver nuestra atención aquí, en un breve resumen, al arco de
la historia europea antigua hasta la moderna, que pasa por la etapa medieval que
por lo general se alude como la Nueva Era de Tinieblas de Europa, y
más allá.
Es necesario tratar los conflictos así definidos como una
cuestión de ciencia física. Para entender los orígenes del
trance de marras en el acervo de la ciencia física moderna, tenemos que
ubicar su fuente en la función porfiada actual del viejo modelo
oligárquico en la sociedad moderna. A este respecto, el reduccionismo de
los antiguos reduccionistas griegos, tales como los eleáticos y Euclides,
y el empirismo moderno, en esencia han de reconocerse como métodos de
control social que pretenden fomentar el interés del modelo
oligárquico de sociedad que el modelo liberal angloholandés
ejemplifica para la sociedad moderna ahora.
Esa conexión entre la ciencia y los sistemas sociales es el asunto
global medular que subyace hoy en la gran crisis venidera de la
civilización mundial.
Nuestro objetivo al presentar este resumen en esta parte del informe, es
clarificar los orígenes y la naturaleza de la forma pro
oligárquica de comportamiento mental que una y otra vez ha llevado a la
civilización europea a grandes y profundas olas y períodos de
desplome económico y relacionado, en el transcurso de todo el arco de la
cultura europea hasta la fecha.
Para poner en una perspectiva moderna la expresión
contemporánea de ese antiguo problema continuo, considera el siguiente
enfoque.
Como he indicado arriba y planteado este caso en escritos anteriores, el
sistema liberal angloholandés de la usura emergió como una forma
modificada de su predecesor medieval, que había consistido en el imperio
combinado compartido de la oligarquía financiera veneciana y la
caballería normanda. Al sistema medieval verdadero se le asocia con la
intervención normanda que salió a relucir tanto en la cruzada
albigense como en la que por lo general se identifica como la conquista
normanda. Es el heredero del perverso sistema de hecho anticristiano de todas
las cruzadas. También se le identifica como el sistema ultramontano. Las propias necedades sistémicas internas de ese
sistema medieval lo llevaron a un desplome autoinfligido conocido como la
antedicha Nueva Era de Tinieblas medieval.
Sin embargo, los restos del poderío de la caballería normanda
siguieron siendo una fuerza dominante en Inglaterra, en particular hasta la
caída del rey Ricardo III. Aunque el ascenso de Enrique VII marcó
la entrada de Inglaterra a la historia moderna, los efectos culturales del
sistema medieval han subsistido, como en la mayor parte de Europa continental,
hasta el presente. De modo más notable, para los propósitos de
este informe, el sistema veneciano del imperio financiero oligárquico
también sobrevivió al ascenso de la civilización moderna en
el siglo 15. Son esos residuos asquerosos de los sistemas normando y veneciano,
hijos de un perverso sistema medieval previo, los que encarnan el núcleo
de los principales enemigos externos, y también internos, de nuestra
república estadounidense hoy.
Sin embargo, dichos residuos experimentaron una evolución decisiva,
una evolución hacia una forma que sirvió de adaptación
parasítica de los vestigios medievales a la configuración de la
civilización europea moderna. Una expresión de esto es el fascismo
europeo moderno, el cual emergió, en su forma germinal, como un reflejo
de las cruzadas normandas con el brutal gran inquisidor antisemita de
España, Tomás de Torquemada. Torquemada era un vestigio moderno
del sistema cruzado que luego se manifestó como el sistema
napoleónico y como la consecuencia de ese modelo, la excrescencia pro
satánica que se reconoce como el fascismo europeo moderno. Hoy el
principio sistémico del fascismo moderno, del modo que se remonta a
Tomás de Torquemada y al sastre político martinista de
Napoleón Bonaparte, el conde Joseph de Maistre, también se
disfraza en ropajes tales como los que portan los neoconservadores de la
Sociedad Mont Pelerin y el American Enterprise Institute.
El lado veneciano de lo que había sido la forma feudal del sistema
normando–veneciano también evolucionó para adaptarse a las
condiciones que definía el surgimiento, a partir del gran Renacimiento
del siglo 15, de esa forma republicana del Estado nacional soberano moderno que
fue la intención subyacente del establecimiento de nuestra
república constitucional estadounidense. Este surgimiento de una forma de
neofeudalismo apareció como el Nuevo Partido Veneciano bajo la
conducción de Paolo Sarpi. A este Sarpi se le conoce por su
participación en la formación de personalidades tales como su
lacayo, el estafador Galileo Galilei; el aprendiz de éste, Tomás
Hobbes; sir Francis Bacon de Inglaterra; y, luego, René Descartes, John
Locke, y los empiristas del siglo 18 David Hume, Abraham de Moivre, Jean Le Rond
d’Alembert, Leonhard Euler, Joseph de Lagrange, Emanuel Kant, etc. Esta
nueva forma del sistema veneciano es lo que hoy se conoce ya sea como empirismo
o kantianismo, o como excrecencias del primero de una decadencia más
extrema, tales como el empirismo radical de Bertrand Russell y sus devotos
actuales, que incluye lo que se conoce como el positivismo
lógico.
Por razones estratégicas históricas, el centro de la
expresión política actual del poderío del Nuevo Partido
Veneciano empirista nació, como he dicho aquí antes, en el
último cuarto del siglo 17, como los tiranos neovenecianos del
liberalismo angloholandés.
Como ya he abundado sobre este asunto de principio de la economía
política moderna competente en muchos escritos anteriores, la diferencia
entre los dogmas aristotélicos simples del medievo y el Nuevo Partido
Veneciano de Sarpi, era que Sarpi y compañía escarbaron en las
cloacas de la vida medieval para revivir la figura de Guillermo de Occam; esta
resurrección, hasta donde ha representado una resurrección
putativa del “Occam” original, es la raíz de la
corrupción más significativa, en cuanto a la historia, tanto de la
enseñanza como de la práctica científica moderna de lo que
en el campo de la economía política, entre los crédulos
más letrados, pasa por ciencia física y por las variedades
liberales angloholandesas del dogma liberal angloholandés (y
también “marxista ortodoxo” que engendró
Londres).
Esto devino en lo que la norma del conocimiento clásico
definiría como el “nuevo modelo
oligárquico”.
El tema de la sofistería moderna
El trabajo e influencia del cardenal Nicolás de Cusa lo ejemplifica
la combinación de sus obras en la definición del principio del
Estado nacional soberano moderno, en su Concordantia
cathólica; su fundación de la ciencia física
moderna, que empezó con su De docta ignorantia; su
precedente para la paz de Westfalia de 1648, De pace fidei; y su
plan de lo que devino en el viaje de redescubrimiento de Cristóbal
Colón del continente que yacía al otro lado del océano
Atlántico. Estos descubrimientos y sus ramificaciones crearon una forma
de sociedad: el desarrollo de los poderes productivos del trabajo, con un motor
científico, en la forma republicana moderna del Estado nacional
soberano.
En respuesta al resurgimiento del sistema veneciano, que había
ocurrido de manera conspicua en la secuela de la caída de Constantinopla,
la propuesta de Cusa de emprender exploraciones transoceánicas para
ocupar otras partes del planeta aparte de una Europa con eje en el
Mediterráneo llevó, de manera más significativa, al sistema
de desarrollo del que surgió EUA en las Américas. Como he expuesto
el caso del modo más sucinto posible en varias ocasiones a lo largo de
las últimas décadas, las ideas que tomó como premisa
nuestra forma única de autogobierno constitucional consistían en
llevar los objetivos de la civilización europea moderna a lo que
habríamos esperado que sería una distancia segura de la
hegemonía de los vestigios del sistema oligárquico en Europa, aun
hoy.
Mi finado colaborador e historiador profesional H. Graham Lowry
resumió los puntos de inflexión más decisivos de ese
desarrollo de la civilización europea en
Norteamérica.[12]
Como ilustran esta cuestión los escritos militares de Nicolás
Maquiavelo, el poder superior de la ciudad y el Estado con el nuevo sistema de
gobierno significó la derrota de las intentonas de los medievalistas por
recuperar su poder, a menos que las fuerzas oligárquicas hicieran
ciertas concesiones en su doctrina general. Tal es la importancia de la
influencia del Nuevo Partido Veneciano de Paolo Sarpi. Así, la
alternativa que Sarpi y compañía encaraban era que, por un lado, a
menos que los neofeudalistas se adaptaran a las presiones del progreso
científico y tecnológico, estaban condenados de antemano a la
derrota. Empero, si aceptaban los principios subyacentes de generación
del progreso científico, estaban perdidos en lo político, en tanto
virtual especie de existencia, por su propia acción
antiséptica.
El empirismo es típico del intento de Sarpi y sus seguidores de
resolver esta paradoja. Su cometido era usar de manera selectiva ciertos
descubrimientos, del modo que los empiristas asociados con el nombre de Isaac
Newton siguieron el ejemplo del sofista Galileo en el plagio de la obra de
Kepler para parecer sabios, al tiempo que se ocupaban de castrar el conocimiento
de su verdadero trabajo. Su intención sarpiana era ocultar los
métodos con los que el progreso científico se hubiera desarrollado
de manera en efecto independiente, de tal modo que las poblaciones
independientes en general ya no se sometieran a los modelos oligárquicos
de gobierno.
Esta política neoveneciana es el fundamento del empirismo, del modo
que el lacayo de Sarpi, Galileo, caracteriza esto, y como seguidores de
éste tales como Tomás Hobbes, Descartes, Locke, Hume, Kant y
demás son típicos del empeño empirista por debilitar y
manipular el descubrimiento científico mediante las supercherías
asociadas con el empirismo.
Los mecanismos pedagógicos que se emplean para inducir ese efecto
propuesto de la influencia del empirismo se fundan en el uso que hace el modelo
euclidiano del método defectuoso de un modo de proceder que tiene como
premisa un conjunto de definiciones, axiomas y postulados a priori dizque
“de suyo evidentes”. Como ya he indicado antes en este
capítulo, la práctica físico–científica
competente se remonta al método de la esférica que empleaban los
pitagóricos, Platón y demás. No tolera ninguna clase de
supuestos de corte axiomático a priori.
En un método científico competente, hasta donde conocemos una
práctica científica reconocible, la ciencia se funda en la
noción de los universales. La noción de marras de
los universales se asocia, en lo principal, con observaciones celestiales, en
especial las que expresan las características de la
astronavegación. En cuanto a esto, la calidad más interesante de
las pruebas antiguas refleja ciclos educibles del polo norte
magnético.[13] La obra
original de Kepler en la definición, primero, del principio de la
gravitación para las alineaciones del Sol, la Tierra y Marte, y, luego,
para la composición del sistema solar, por fin enfocó como es
debido las profundas implicaciones de este hito para definir la noción
apropiada del “significado” de “universal”. Como la
construcción de Arquitas para doblar el cubo lo ilustra de un modo
drástico, lo ontológicamente universal es aquello que, como
puso de relieve Albert Einstein, de forma implícita es tan grande como el
propio universo finito e ilimitado, y que, por ende, también se expresa a
nivel local como un poder que es infinitesimal en el sentido de lo
ontológicamente existente, más que de cualquier otro
modo.
Esta calidad de las pruebas conceptuales con fundamento experimental que se
asocia, como la coma pitagórica, con la noción de los
universales, define de manera tácita que el universo físico
está compuesto, no de, sino por principios universales de esta
calidad. Éstos no representan un conjunto perfeccionado de tales
principios, sino uno que atraviesa por mejoras antientrópicas implícitas. Todo en ese universo actúa sobre, y lo afecta la
acción de ese universo, del modo que Leibniz lo señala, como se
dijo arriba, en sus diversos escritos anticartesianos sobre el tema de la
dinámica. Esta cualidad antientrópica del universo así
definida, encuentra eco en las implicaciones de la demostración
empírica de Kepler del carácter problemático de la
noción de suyo antientrópica de la paradoja del ecuante.
Los principios no son algo que está entremedio y como conectando
objetos de tipo cartesiano por pares. Son la materia esencial de la que
está compuesto el universo como tal. Es un universo en autodesarrollo, en
el que la acción esencial se manifiesta como o en resistencia a la
acción eficiente que aporta, por ejemplo, la voluntad del ser humano
individual. Esto es, en esencia, la dinámica, como su experiencia
se remonta en la historia conocida al método de las redes de los
pitagóricos y Platón.
Esta noción de dinámica es el objeto esencial de una
ciencia de la economía física. Para nosotros, la acción
volitiva humana en este dominio la limitan con eficiencia estas nociones
expresas de la dinámica. Eso, en la práctica, significa que el
ejercicio competente de la economía en tanto ciencia nace del proceso
entero como un hito de partida y, de ese concepto, pasa a determinar ya sea el
efecto de las acciones locales o de la falta de ellas en la evolución del
proceso considerado en su conjunto.
Estas consideraciones inmediatas sitúan la importancia de la
dinámica riemanniana en razón de hipergeometrías
físicas.
2. La dinámica de la
recuperación de EU
El rasgo primordial de cualquier forma de sociedad congruente con la
distinción esencial entre el hombre y las bestias es el acento imperante
acostumbrado que pone la sociedad en los poderes cognoscitivos soberanos
intrínsecos del ser humano individual. Éstos representan, al
menos, el potencial que se asocia con toda y cada mente humana individual.
Ése es el poder que manifiesta una mente soberana individual, un poder
del universo comparable, así, a la gravitación universal, que
cobra expresión como el principio dinámico de Vernadsky de
la noosfera. Esto se muestra en su efecto sobre la mente humana
individual, pero en ninguna otra especie. Se expresa como el acto de
descubrimiento de un principio físico o su equivalente, un poder que se
manifiesta como la distinción funcional entre el ser humano individual y
todas las demás especies de
vida.[14]
Éste es el poder específicamente creativo de la mente
humana individual del cual depende por completo cualquier noción
competente de
economía.[15]
Esa noción de creatividad, como consideraremos la cuestión
aquí y ahora, es el principio científico y moral en que se
fundamenta de manera implícita el compromiso que adoptó nuestra
república con un presupuesto de capital de largo plazo.
Dicha definición del desarrollo de los poderes cognoscitivos
soberanos de la mente individual, subraya la diferencia más esencial
entre economías aptas, la cual se funda en esta noción de los
poderes soberanos de la cognición creativa humana que son la
expresión de cualquier principio verdadero de libertad personal humana
individual; y la visión contraria, que de modo tácito define una
sociedad autocondenada a una gran catástrofe, a menos que se enmiende a
tiempo. Es típico que esta última visión opuesta tenga como
premisa la clase de necedades de costumbre que, cada vez más, han venido
a imperar en los cánones nacionales estadounidenses en el transcurso de
las últimas cuatro décadas, tras la presidencia de
Kennedy.
Irónicamente, cuando EUA, triunfante, puso al hombre en la Luna, los
cambios en las tendencias principales del pensamiento moral y económico
que la revuelta de los sesentiocheros ya había expresado, produjo una
condición cultural enferma que para comienzos de los 1980 ya le
había infligido a nuestra economía nacional un cambio
patológico de principio imperante; fue un cambio degradado de
paradigma cultural, que desencadenó un proceso que fue destruyendo
más y más de las directrices generales subyacentes en las que se
había fundado la misión original del alunizaje tripulado de
Kennedy y su compleción.
Esta consideración introduce hoy el principio principal y más
decisivo, pero no el único, de una ciencia de la economía
física. Al presente puede describirse como el principio del que depende
del todo la posibilidad de evitar una “nueva Era de Tinieblas”
planetaria en esta coyuntura histórica. Pruebas recientes nos hacen
preguntarnos si los congresistas que elegimos son capaces de superar los viejos
hábitos de ese órgano, al menos en la medida que se le dé
marcha atrás, como es debido, a la destrucción que nos han
acarreado las políticas pasadas, aun en esta hora de un desastre
inminente. Ese asunto es el que tiene que anteponerse y mantenerse a las claras
en la perspectiva de nuestras conciencias, no sea que nos echemos para
atrás por miedo a la descaminada opinión popular, y perdamos
nuestra república a causa de vacilar, de nuevo, del modo que en efecto
neto arruinamos las condiciones de vida de más y más de nuestra
gente en el transcurso de las últimas cuatro décadas.
La distinción más importante de las repúblicas
verdaderas, como ha de reconocerse en el preámbulo mismo de nuestra
Constitución federal, es de hecho que, cuando ese principio rige de veras
supremo en nuestros cánones federales, por sí mismo define a una
república verdadera, a una república verdadera como distinta de
otras organizaciones de la sociedad. Las sociedades que se fundan en el
liberalismo angloholandés, por ejemplo, son típicas de culturas de
una moralidad inferior a nuestro propio orden constitucional, y en realidad no
son repúblicas en el sentido específico de la Constitución
federal de EU. Esta característica de nuestra Constitución ha de
reconocerse como el mismo principio antilockeano de Godofredo Leibniz que los
círculos de Benjamín Franklin, el mentor de Thomas Jefferson en
esa oportunidad, introdujeron en la Declaración de Independencia de EU
como “la búsqueda de la
felicidad”.[16] Estas y otras
conexiones afines son más notables por su relación con el
diseño de las políticas de recuperación económica
que nuestra muy atribulada economía estadounidense necesita con urgencia
hoy en día.
Como escribí en el capítulo anterior de este informe, la
economía estadounidense no se fundó en las premisas de las
doctrinas monetarias (liberales angloholandesas) británicas, sino en la
noción de la economía física leibniziana. Por ejemplo, en
cuanto a la naturaleza del dinero, nuestra política constitucional
estadounidense encontraba ya expresión implícita en normas que se
introdujeron en la mancomunidad de Massachussets antes de 1689. La
“búsqueda de la felicidad” de Leibniz representó, para
nosotros, un concepto que introdujeron antes en Massachussets Cotton Mather y su
joven seguidor, Benjamín Franklin, quienes, ambos, usaron la
expresión “hacer el bien” con la misma clase de connotaciones
que la “búsqueda de la felicidad ” de Leibniz.
Por desgracia, nuestros analfabetas políticos de hoy han tendido a
interpretar la “búsqueda de la felicidad” como la
adopción de un principio hedonista. Dada la ideología que priva
entre las víctimas del adoctrinamiento en lo que con rigor podemos
definir como la ideología “sesentiochera” actual, el hecho de
que al presente se prefiera el hedonismo por encima del bien común no
debiera sorprendernos. En realidad, la “búsqueda de la
felicidad” pertenece al resultado anticipado de haber vivido, más
que a las vivencias hedonistas inmediatas de los vivos. Nuestra
generación “sesentiochera” se ha inclinado, con
predominancia, por el hedonismo y el sofismo, cosa que, en la era ahora
más avanzada de esa generación, al presente tiende a
manifestaciones de aversión, incluso de enemistad contra los adultos
jóvenes de hoy, adultos jóvenes del mismo estrato de edades de los
que pelearon y —en gran medida— dirigieron la Revolución
Americana y la formación de nuestras Constituciones nacionales, de 1776 a
1789.
Prácticamente, la “búsqueda de la felicidad” le
atañe a un individuo mortal que vive, a conciencia, anticipando ese
resultado de su vida, un concepto de resultado que pasaría la prueba de
la inmortalidad: “¿En qué beneficiará mi vida,
según la viva, al futuro de la humanidad?”, o el
“¿Qué seré cuando sea grande?” de un niño.
Las buenas intenciones como tales no bastan; hacemos el bien cuando nos
comprometemos con el futuro: “¿Qué principio necesario
fomentará nuestra dedicación en beneficio del
futuro?”.
Todo desarrollo genuino del carácter moral personal depende de las
consideraciones que atañen a la capacidad individual de desafiar la
posibilidad de la tortura, como la que pretende el vicepresidente Dick Cheney
con su política, y de la muerte misma: “Hagan de mi cuerpo lo que
quieran, brutos. ¿Aprisionarme sin razón? ¿Torturarme?
¿Matarme? ¡Su ministerio de dolor no puede despojarme de mi alma!
¡No me convertirán en una bestia hobbesiana sedienta de venganza,
como en la que ustedes, por ejemplo, parecen haberse convertido!” De este
modo, Juana de Arco triunfó en un concilio posterior de la Iglesia
católica, y también a través de la monarquía de Luis
XI de Francia, ya en ese mismo siglo; así, fue un triunfo contra una
muerte en la tortura a manos de la brutal caballería inglesa.
Los fundadores de lo que devino en nuestra república, quienes en lo
principal eran cristianos (a pesar de la pobre calidad moral de algunos de sus
vecinos en las colonias y la república durante las épocas de
marras), se consideraban como personas apegadas a la noción de la
“búsqueda de la felicidad”, como el propio devoto cristiano
ecuménico Leibniz, del modo que la definió en oposición a
Locke; fue, para Leibniz y los fundadores de nuestra república, una
expresión de la certeza más hondamente arraigada respecto a la
relación del individuo mortal con la personalidad inmortal que de
voluntad participa del Creador.
Debe verse con claridad que la conexión de tales reflexiones sobre
las raíces de nuestra Constitución federal estadounidense tiene
mucho que ver con las cuestiones de nuestro tema del presupuesto de capital. La
gente cuya perspectiva moral no ve más allá de los asuntos
mortales del placer y el dolor hedonistas, carece de la pasión eficiente
en cuanto a esas decisiones que son la preocupación principal de personas
sensibles a la importancia de sus propias almas. Por tanto, no tienen un
compromiso serio con su contribución al futuro.
Así, la gente cuyo desarrollo moral no se ha elevado al nivel que
representa “la búsqueda de la felicidad” de la
Declaración de Independencia de EU, ni sometido, a ese respecto, a la
autoridad del preámbulo de nuestra Constitución federal
estadounidense, no tiene una conciencia eficaz de la realización
eficiente del futuro y, por tanto, tiende al llamado “principio
hedonista”. Los lisiados morales entre nosotros se han inclinado al
utilitarismo del jefe de propensión francamente satánica del
“Comité Secreto” del Ministerio de Relaciones Exteriores
británico, Jeremías Bentham. Al igual que con Aaron Burr, el
banquero de Nueva York que era un protegido de este espía consumado del
Ministerio de Relaciones Exteriores británico, no podía confiarse
en ellos en materias que atañeran a las cuestiones de vida o muerte que
pudieran legarles a las generaciones futuras, a nuestra posteridad.
La crisis de veras existencial que ahora ha alcanzado a nuestro EU, demanda
una intención que se eleve por encima, y que rechace las pasiones que han
gobernado nuestras tendencias económicas nacionales y normas
relacionadas, cada vez más, de modo más acentuado, en las
últimas tres décadas y media. Esta corrección ha de hacerse
ahora entre nuestros ciudadanos y otras personas pertinentes. La existencia
futura de nuestra nación y el significado de que hayan vivido, luego que
ya no estén, depende de que encuentren esa cualidad de compromiso dentro
de sí mismos.
El caso del pobre Myron Scholes
La más decisiva de las preguntas prácticas que se le plantean
a cualquier persona pensante, es la que ubica la moralidad respecto a las
cuestiones del compromiso de nuestra experiencia de la vida actual, eso en el
marco que se define como el resultado de lo que hacemos, ahora, en
razón del futuro, más que como reacción a la experiencia de
lo que al parecer ha ocurrido hasta ahora.
Por consiguiente, la cuestión decisiva se plantea meramente
preguntando: “¿Cuál es ese futuro?”.
Hay dos maneras mutuamente irreconciliables de tratar el significado de
“futuro” en ese marco de referencia. Un enfoque de suyo incompetente
es la perspectiva estadística, la cuál es acorde al intento de ver
el futuro como si lo determinaran, de un modo estadístico, principios al
presente en acción, en vez de como un cambio de curso impuesto por el
embate de la acción de nuevas clases de condiciones de principio. El
único enfoque apto es el que he presentado en páginas anteriores
de este informe, como, por ejemplo, el del método competente de
indagación científica que ha de remontarse a la cultura europea,
desde la óptica de ese método pitagórico que, a su vez,
parte de la astrofísica egipcia, la esférica. Esto lo
definí arriba como el mismo método que exhibió el seguidor
de Nicolás de Cusa y Leonardo da Vinci, Johannes Kepler, en su
creación única original de una estructura sistemática
para la ciencia física moderna considerada, de manera implícita,
como una exploración cabal de un solo universo finito, pero
ilimitado.
El enfoque defectuoso, como lo encarnan René Descartes y sus
seguidores entre quienes se dicen “newtonianos”, es el método
estadístico–mecanicista que tiene como premisa una
interpretación empirista moderna, prácticamente de “Tierra
plana”, del precedente del apriorismo euclidiano.
Considera la ineptitud notoria del método matemático del
Myron Scholes y el Robert Merton implicados en la autoría de la
catástrofe financiera de agosto–septiembre de 1998, y de la
presente reanudación de un eco mucho más amplio de esa crisis.
Este suceso de 1998 fue, y es una crisis que se funda en una continuación
actual del mismo sistema absurdo de Scholes y compañía en todo el
sistema mundial.[17] Esta
experiencia nos advierte que el modo como el dogma económico ahora
hegemónico ve y dirige al mundo entero es una suerte de incompetencia de
una letalidad sistémica, incompetente por lo que presagia para toda la
civilización. Representa la clase de pensamiento económico
corrupto que debiera estudiarse sólo desde la perspectiva de la calidad
pertinente del funerario, ¡y nunca más permitírsele que
infecte la vida humana!
Por otra parte, el método estadístico malsano que de manera
típica expresan Scholes y sus víctimas, se deriva del legado de
los fisiócratas y sus seguidores de la Escuela Haileybury; es el
corolario, en cuanto a método, de una visión reduccionista radical
del método cartesiano. Éste era un método que se derivaba
de las antiguas sofisterías euclidianas, pero que aprendió a
hablar en británico —¿o era
“brutánico”?— a los pies de René Descartes. Esto
también es el calco inglés de Descartes, llamado
“newtonianismo”. En otras palabras, la economía que anima las
necedades crónicas del trabajo de Myron Scholes es una versión
positivista radical del mismo método inepto, el
estadístico–mecanicista que se deriva de la física fallida
de René
Descartes.[18]
Los procesos económicos reales son dinámicos, en el
sentido de la antigua esférica pitagórica, del
método de Cusa y Kepler, y, por consiguiente, contra el absurdo del
cartesianismo, tienen como premisa una prueba concluyente, una que
proporcionó Leibniz al introducir el antiguo principio de la esférica, la dinámica, en la ciencia física
moderna.
Antes de continuar en sí este argumento, casi sin duda es necesario,
para los propósitos del lector típico de este informe, que
intercale algunas palabras de advertencia aquí sobre un aspecto
pertinente del método científico.
A lo largo de este informe, hasta ahora, he recalcado una y otra vez la
distinción decisiva a hacer, en el dominio de las afirmaciones
matemáticas sobre la ciencia, entre los meros conceptos formales y los de
verdad ontológicos.[19] Este
hábito adquirido mío se manifestó primero, de modo
germinal, en mi devoción por Leibniz a mediados de los 1930, y luego fue
clave, tanto para lo que eduje de los fragmentos que conocía de la obra
del académico V.I. Vernadsky, como para la manera en que
desarrollé un enfoque de la ciencia de la economía física
más avanzado que antes, mismo que adopté de lo que había
aprendido de Leibniz a comienzos de mediados de los 1930.
Como ya he puesto de relieve en secciones previas de este informe, todo
enfoque en la ciencia física y social debe partir de arriba para abajo, y
no al revés. Este enfoque, que he adoptado de entre las autoridades del
caso que he considerado de un lapso no menor a los tres mil años que me
preceden, exige ver desde arriba el papel funcional superior que
desempeñan los principios físicos universales descubiertos, del
modo que esta visión ha de aplicarse al dominio de actividad al que
atañen esas mismas nociones. La distribución de Vernadsky de la
experiencia física en tres espacios–fase de cualidad distinta, que
incluye la separación entre lo vivo y lo inerte, y entre la
cognición humana y la mera experiencia biológica en general, es
típica de este enfoque. Esto se aplica, en términos generales, a
toda la amplitud del tema de la economía física como una
categoría ontológicamente distinta de investigación. Es
clave para entender el desarrollo en el marco de la economía en
general.
En cada caso, la distinción ontológica de la
separación fase–espacial físicamente eficiente de dos
dominios por medio de un principio universal, define y limita todo el dominio
abarcado.
Estos límites, que definen los confines externos de un proceso
fase–espacial, son el sujeto primordial de referencia en todo intento
competente de pronóstico con cualquier sistema que pueda definirse como
dinámico en su conjunto pertinente de características de
principio.
Esto, en contraste con el enfoque estadístico–mecanicista de
la doctrina económica que más se enseña y aplica hoy, pero
que es la más defectuosa. Dicho enfoque defectuoso es uno que pretende
definir las discontinuidades posibles de un proceso mediante la
extrapolación de interacciones percucientes (por ejemplo,
estadísticas). En el universo real, a diferencia de la economía
que por lo general se enseña aun hoy, son los límites de la
cualidad dinámica del espacio–fase los que actúan sobre el
proceso, más que el enfoque estadístico mecanicista inverso sobre
el espacio-fase. Ése ha sido el “secreto” de mi éxito
personal en la prognosis económica de largo plazo y la relacionada desde
que “ensayé” por primera vez este enfoque en lo que
pronostiqué como una recesión de corto plazo en 1956. Ésa
también es la razón por la que, desde entonces, nunca hice la
clase de pronósticos estadístico–mecanicistas comunes del
dogma económico académico que por lo general se acepta
hoy.
La sociedad humana —para poner el acento donde es debido— es un
reflejo de la voluntad humana, uno que incluye actos de una cualidad ausente en
el reino animal, ausente en cualquier dominio asociado con los métodos de
las víctimas incautas de Bertrand Russell, el profesor Norbert Wiener y
John von Neumann. En la sociedad, no hay calidad inevitable de consecuencia que
se asocie con justicia con el intento habitual de hacer una predicción.
Mientras la gente sea humana, todo pronóstico irá
acompañado de un conjunto de “tal veces”; de otro modo, sin
esos “tal veces” explícitos, no es más que
incompetente o algo peor. Todo pronóstico que se base en un “escoge
un número del uno al diez”, revela a un pronosticador o
interrogador que ha de compararse con el hombre del chiste de Kant, que trata de
ordeñar a un cabrón mientras otro le detiene el colador.
Así, el pronóstico competente rechaza lo que hoy son las
opiniones por lo general incompetentes sobre el asunto de los poderes de la
voluntad humana, y también de la falsamente supuesta falta de ellos. Lo
que en realidad delimita un proceso social, son los límites que definen
los principios físicos universales descubribles que actúan en ese
escenario de la interacción entre la función voluntaria de la
sociedad y el universo físico con el que interactúan las
actividades de la sociedad. Los principios físicos universales que obran
como características de un sistema son los que representan las
condiciones límite que actúan sobre la voluntad de la sociedad y
que, en ese sentido, y sólo en ese sentido y de esa manera, definen lo
que puede “predecirse” y cómo.
Para reformular y resumir esta cuestión, tenemos lo
siguiente.
Las economías físicas verdaderas son procesos
dinámicos, no estadístico–mecanicistas. Eso significa, entre
otras consideraciones, que se sobreentiende que un pronóstico es
kepleriano, tanto en el sentido de la noción de una órbita como de
la prueba y comprobación del ecuante de que el universo no es simplemente
repetitivo, sino que lo limitan principios físicos universales superiores
que le dan un carácter ordenado a la evolución del universo entero
o a cualquiera de sus espacios–fase.
Por tanto, en cualquier pronóstico competente, aun en una suerte de
pronóstico económico serio para todo un sistema, el principio que
gobierna la “órbita” de dicho sistema inmediato es el que
actúa sobre él para definir una cierta clase de condición
límite. Conforme la evolución del sistema se aproxima a esa
condición límite, el comportamiento del mismo se ve alterado por
dicha aproximación, la cual, a su vez, se dirige hacia un límite
más allá del cual el sistema no puede continuar en su forma
presente; en ese momento, cambiará o se desintegrará.
Esa consideración representa la característica más
esencial y hoy poco conocida de cualquier sistema de pronóstico
económico de largo plazo. Consideremos de nuevo aquí ese
asunto.
Economistas con mentes enfermas, muy
enfermas
Hay una segunda paradoja ontológica asociada con la rabiosa cualidad
de incompetencia que refleja el caso de Scholes. Scholes sólo ha llevado
a un extremo la visión de las formas reduccionistas radicales del
método estadístico cartesiano, el cual es congruente con la
tradición de embusteros ejemplares tales como Bernard Mandeville,
François Quesnay, Adam Smith, Jeremías Bentham y la Escuela
Haileybury británica en general.
Como Smith alegó para la imposibilidad del pronóstico
científico en su Teoría de los sentimientos morales de 1759:
“El gobierno del gran sistema del universo . . . la custodia de
la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es asunto de
Dios y no del hombre. Al hombre le corresponde un apartado mucho más
humilde pero más a tono con la debilidad de sus facultades y la estrechez
de su comprensión: la custodia de su propia felicidad, la de su familia,
sus amigos, su país. . . Pero aunque estemos llenos de
intensísimo deseo de realizar esos fines, se ha encomendado a las lentas
e inciertas determinaciones de nuestra razón averiguar los medios de
materializarlos. La naturaleza nos ha dirigido a buena parte de ellos por
instintos originales e inmediatos: el hambre, la sed, la pasión que une a
los dos sexos, el amor del placer y el rechazo del dolor, nos impulsan a aplicar
esos medios sólo por lo que son y sin consideración alguna de si
tienden a esos beneficiosos fines que el Gran Director de la naturaleza
intentó producir por medio de ellos”.
Smith es
relativamente moderado, al menos en lo que estaba dispuesto a mostrar de su
propio yo, cuando se le compara con aquella época de Walpole y del
liberalismo desenfrenado que expresaba ese satánico descarado de Bernard
Mandeville, del modo que, para nuestra referencia hoy, el estilo elegante con el
que Hogarth trata lo inherentemente burdo retrata de manera útil el
legado de Walpole.[20]
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La inmoralidad de La fábula de las abejas: vicios privados, virtudes
públicas, de Bernard Mandeville, la encarnan hoy la Sociedad Mont
Pelerin y el American Enterprise Institute, que fomentan las apuestas como
remplazo del trabajo productivo. |
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La doctrina de Mandeville, como la plantea en La fábula de las
abejas, es que al francamente inmoral debe dársele libertad de
acción en el interés de los beneficios públicos que,
según él, sólo la corrupción fomenta. Hemos
experimentado esto, con la ayuda de la Sociedad Mont Pelerin y el American
Enterprise Institute contemporáneos, en el fomento de las diversas
expresiones de apuestas como un remplazo de la generación de la riqueza
de la que dependen la alimentación y los servicios médicos;
así, al crimen organizado y de otra índole se le considera como el
misterioso origen mágico, dispuesto por esas curiosas criaturas que obran
bajo el tablado de la realidad, de resultados que se arreglan como la
consecuencia de arrojar los dados arriba, como por la supuesta magia del azar,
para volver a algunos hombres ricos y arruinar al
inocente.[21]
El precedente explícito de Smith en su razonamiento era el de los
fisiócratas François Quesnay y A.R. Turgot. Compara el argumento
del doctor Quesnay con el de Mandeville, y correlaciónalo con el de Smith
de 1759: “El amor al placer y el miedo al dolor nos incitan a aplicarlos
por sí mismos y sin consideración alguna por su tendencia a
aquellos fines caritativos que el gran Director de la naturaleza quiso producir
con ellos”.
De manera tácita, el razonamiento de Quesnay es idéntico al
del mandato de la “mano de obra barata” del Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo contra el Prometeo acusado: a los
meros mortales, tales como las clases inferiores que están al servicio de
la nobleza feudal, no debe dárseles a conocer principios del universo que
existan más allá del alcance intelectual de su tarea de no mostrar
más que “instintos” prácticamente animales. De modo
parecido, para Quesnay, los siervos y cosas similares en la propiedad del
señor feudal deben disfrutar el mismo orden de condiciones de vida y
comodidad que se le da al ganado útil, pero, más allá de
eso, no tienen derecho moral al producto de la propiedad. Smith le
atribuyó a los poderes mágicos implícitos del derecho del
señor feudal a la propiedad fisiócrata, lo que el aprendiz de
economía británica Karl Marx consideró, con credulidad,
como la “plusvalía” que genera esa propiedad, tal como alega
lo mismo sobre los poderes mágicos de “la propiedad per se”
en el extracto citado, y como su predecesor, el padre putativo de la Sociedad
Mont Pelerin, Mandeville, le atribuye la fuente del bien público al fruto
de los vicios privados.
Aquí debemos reconocer el eco de ese razonamiento fraudulento de los Elementos de Euclides a favor de las definiciones, axiomas y
postulados a priori “de suyo evidentes”.
Contrasta estos razonamientos del repertorio de la secta liberal
angloholandesa que se mencionan, con la forma en que abordo las implicaciones de
la antientropía, como las he identificado en el capítulo anterior
de este informe. El poder de la humanidad para aumentar la densidad relativa
potencial de población de la especie humana deriva de una capacidad que
es exclusiva de la humanidad, entre todas las especies vivas conocidas. De
ahí que, de encontrar una especie viva en el universo con la suerte de
capacidad que es exclusiva de la humanidad en la Tierra, esa especie
hipotética naturalmente tendería a pensar como nosotros, al
exhibir la misma clase de poder antientrópico de organizar el desarrollo
de sus sociedades mediante el descubrimiento y empleo de principios
físicos universales, y tendría la misma relación con el
Creador que la especie humana. ¡Sería, con más
probabilidad, representativa de la especie humana universal como la conocemos
hoy aquí, en tanto especie!
Lo que refleja el enfoque de Scholes, es el intento de sustituir una
economía física por un sistema monetario–financiero per se.
Presenté un pronóstico pertinente en una representación
gráfica al comienzo de mi campaña por la candidatura presidencial
del Partido Demócrata, en un discurso que di en enero de 1996. Para esa
ocasión, como también después, ilustré mi
razonamiento con lo que identifiqué como una “triple curva”,
que describe una relación paradójica de ritmos de cambio entre
curvas monetarias, financieras y físico–económicas de la
economía de EU (ver gráfica 1).
 |
 |
Las gráficas de la triple curva de LaRouche presentan el conjunto de
principio de relaciones físico–geométricas entre los
elementos: un ritmo descendente acelerado de emisión del producto
físico neto, per cápita y por kilómetro cuadrado, y uno de
emisión monetaria que se usa para apuntalar un flujo financiero
creciente. En pocas palabras, es una burbuja que está lista para
reventar. |
Esa gráfica no presentaba datos, sino la naturaleza general del
conjunto de relaciones físico–geométricas de principio entre
los tres elementos: un ritmo acelerado de desplome de la emisión del
producto físico neto, per cápita y por kilómetro cuadrado,
y un ritmo de emisión monetaria en aceleración que se usa para
apuntalar un flujo financiero en auge, a pesar de la caída acelerada del
producto físico. En 2000 introduje una versión modificada de esa
gráfica ilustrativa, que tomó en cuenta la tendencia del ritmo
necesario de emisión monetaria que demanda el sostenimiento de la
expansión financiera aparente, combinada con un ritmo acelerado de
desplome de la economía física, per cápita y por
kilómetro cuadrado (ver gráfica 2).
Desde el fin del sistema monetario de tipos de cambio fijos de Bretton
Woods en 1971–1972, ha habido un ritmo acelerado de decadencia
física subsiguiente de la economía estadounidense, una decadencia
producto del programa de la Comisión Trilateral de
“desintegración controlada” de la economía de EU, que
en gran medida está asociada con las amplias medidas de fondo de la
“desregulación”. El derrumbe de la economía
física de EU, per cápita y por kilómetro cuadrado, se ha
mostrado con más claridad, en términos físicos, en las
condiciones objetivas de vida cada vez más ruinosas del ochenta por
ciento de las familias de menores ingresos. Esto ha de contrastarse con los
subsidios públicos, como mediante bonanzas tributarias para el tres por
ciento de arriba y el sistema de servicios administrados de salud, a utilidades
aparentes, pero que a menudo no se ganaron de una manera moral, tales como las
que los segmentos de ingresos más altos consideran sus “salvavidas
dorados” o cosas parecidas.
Dos factores disimularon un poco las consecuencias combinadas de esto.
Primero, el hecho de que las pérdidas físicas en la
formación de capital público y privado esencial se ocultaron, ya
sea parcialmente o del todo, de la contabilidad estadística del ingreso y
el producto nacional, y, segundo, que los informes sobre la economía, por
el empeño combinado del sistema de la Reserva Federal y la Presidencia,
fueron de plano fraudulentos, a menudo en extremo, en el período desde
más o menos 1982.
En efecto, la economía estadounidense en esencia se ha convertido,
más y más, en una economía de burbuja
monetario–financiera. A este respecto, lo que “el mercado”
vino a adoptar, antes de octubre de 1998, fue la ilusión de que la
economía de burbuja era la real. Se ha adoptado la especulación
monetaria y financiera en la tradición de las burbujas
monetario–financieras a la “John Law” de principios del siglo
18, como sustituto de la imagen de una economía física
real.
La estafa de Enron y los consiguientes desmanes de las burbujas de los
“fondos especulativos” a nivel internacional marcaron la secuela
combinada del desplome de la burbuja “Y2K” de la “era de la
informática” en el 2000, y lo que ha devenido en la burbuja ahora
hiperexplosiva de los “fondos especulativos” está
remplazándolos. La condición explosiva de las burbujas
inmobiliarias relacionadas de EUA, Gran Bretaña, España, etc., ha
de considerarse como una consecuencia inevitable de pretender crear una
ilusión de crecimiento neto en condiciones de especulación
hiperinflacionaria, en lo que de otro modo es un ritmo creciente de
descomposición de las economías físicas de marras; eso, en
el estado de hiperinestabilidad inherente del “acarreo” de
yenes.
A menos que haya una reforma radical más bien inmediata por
bancarrota de los sistemas monetario y financiero internacionales combinados, al
estilo de Franklin Roosevelt, el planeta entero caerá ahora, del borde de
un desplome general de reacción en cadena, a una “nueva Era de
Tinieblas” más o menos prolongada y profunda, como la que la
historia moderna asocia con la caída de la Casa de Bardi en el siglo
14.
Lo que debería haberse dado en reacción a la burbuja de los
bonos rusos GKO en septiembre–octubre de 1998, pero que no pasó
entonces, es una reforma general del sistema monetario–financiero. El
presidente Bill Clinton y su secretario del Tesoro debatieron semejante reforma,
pero la amenaza del enjuiciamiento, con frívolas premisas
constitucionales, obligó a su Gobierno a retractarse. Difícilmente
logró postergarse la crisis especulativa de los GKO, pero a un precio
terrible, un precio que se reflejó en los sucesos que comenzaron con el
fin de la burbuja Y2K a mediados de 2000. Desde las elecciones intermedias de
noviembre de 2000, la economía de EUA ha venido humillándose hacia
condiciones ahora inminentes como de caída libre, en las que el actual
sistema monetario mundial está listo para estallar si la crisis del
dólar alcanza el grado de desplome que debe esperarse, de ordinario, en
el lapso de unos cuantos meses.
Sólo una reforma monetaria y financiera integral, de una clase que
no puede iniciar sino EUA, podría evitar ahora que el mundo entero se
humille hacia una suerte de derrumbe de reacción en cadena que culmine
con la llegada prematura de una nueva edad oscura planetaria.
Puede y debe decirse que las instituciones pertinentes del mundo en
general, o no han aprendido, o simplemente se han rehusado a aprender la
enseñanza de que Europa se haya hundido en la Nueva Era de Tinieblas de
mediados del siglo 14, con un “¡No! ¡No! ¡No! ¡No
puede ser cierto!”, como su ilusa premisa.
El sistema monetario
La idea de un sistema de valor como el que se asocia con uno monetario, es
un fraude y un engaño. El valor sólo reside en la forma
física del proceso económico en su conjunto. Sin embargo, la
organización de la lucha combinada de la sociedad como una unidad exige
un sistema de regulación que guíe a los miembros de la sociedad
que participan en la dirección del futuro efecto deseado combinado. Esto
es necesario para fomentar, en efecto, la evolución del proceso, de
conjunto, en el beneficio tanto presente como futuro de toda la
población.
El sistema necesario de microadministración de lo pequeño en
provecho del todo, depende en gran medida de un sistema crediticio que incluya
uno monetario. El asombroso éxito, que estremeció al mundo, del
sistema de regulación que se instituyó con el presidente Franklin
Roosevelt, ofrece ilustraciones excelentes de cómo un sistema crediticio
moderno puede proporcionar los medios para canalizar iniciativas individuales
que afecten como es debido la condición futura de toda la sociedad. En
los 1950 a esta clase de regulación en lo pequeño en provecho del
todo se le conocía con títulos tales como el sistema de
“comercio justo”, en oposición al de “libre
comercio”. Si EU ha de sobrevivir la embestida actual de las tormentas
económico–financieras en marcha, tiene que reinstituirse ahora el
concepto de “comercio justo”.
En otras palabras, la administración exitosa del presente en lo
pequeño tiene que partir de una comprensión eficaz del destino
futuro que se procura. La sociedad debe conocer la condición
límite que constriñe al sistema económico actual y a los
relacionados, y guiarse por un método de navegación enfocado en
esa condición límite cuasiastrofísica de negociación
en el espacio–tiempo físico, y no en los métodos
estadístico–mecanicistas incompetentes de pronóstico,
tácitamente de Tierra plana, que se derivan de los dogmas fracasados de
Descartes.
Un sistema de “comercio justo” así definido en cuanto a
las condiciones límite conocidas, demanda un sistema
monetario–financiero de tipos de cambio relativamente fijos. Más
que nada, las condiciones límite se definen en función de los
principios científicos del caso que determinan nuevas tecnologías
y sus procesos de desarrollo.
Esta regla del tipo de cambio fijo es necesaria para asegurar que la tasa
real de los cargos financieros que se imponen a inversiones esenciales de largo
plazo en curso, tenga que ser menor que el margen tolerable de rendimiento de
las mismas que procede del proceso de producción y distribución de
bienes y servicios esenciales. Pues, si el valor de las monedas fluctúa,
dicha fluctuación, en y por sí misma, hará que las tasas de
interés reales y cargos relacionados aumenten de manera paulatina, con el
efecto de una tendencia a destruir la economía en general.
Debe lograrse un equilibrio a favor de ritmos físicos de rendimiento
de la inversión de capital de largo plazo en la producción y la
infraestructura económica básica, al tiempo que se permite cobrar
lo razonable por el crédito que emiten los sistemas financieros bancarios
y relacionados. En otras palabras, la norma debe sentarse de conformidad con las
necesidades y objetivos de una sociedad productora, en vez de la decadencia
económica y moral ahora imperante de una sociedad rentista, de la que son
típicas, en su extremo, las estafas previas de Enron y las actuales de la
pandemia de los fondos especulativos.
En nuestra historia, el equilibrio necesario se ha conseguido mejor con
ayuda de una dedicación a los sistemas de banca nacional, que brindan el
marco en el que funciona la banca privada. Al momento, esta reforma es necesaria
para lidiar con una situación en la que todo el sistema de la Reserva
Federal está prácticamente quebrado sin remedio, y tiene que
sometérsele a una intervención federal, con una
administración federal, para asegurar que no se interrumpa la actividad
funcional esencial del sistema de banca privada. No podemos permitir que el
sistema crediticio se desplome; en realidad tenemos que aumentar la
emisión de crédito cuidadosamente dirigido para garantizar el
crecimiento físico neto del producto y el empleo productivos, per
cápita y por kilómetro cuadrado, por toda la nación. Es
indispensable ahora que los elementos esenciales del sistema de banca privada
reciban protección federal, si es que ha de evitarse un pánico
mortal incontrolable.
El sistema crediticio que se cree para bregar con la crisis actual ha de
ser de largo plazo, dirigido a funcionar en un sistema mundial de tipos de
cambio fijos, y eso por un período de unas dos generaciones; cincuenta
años. Eso se establecería como una suerte de eco de los objetivos
que proponía el sistema original de Bretton Woods, con los debidos
ajustes de diseño para que encaje con las condiciones
contemporáneas y futuras previsibles.
El objetivo internacional —tanto como los nacionales— del nuevo
sistema monetario es elevar la productividad física mundial al grado que
un nivel garantizado de crecimiento neto continuo de todos los elementos que
integran la economía del Estado nacional estabilice al sistema entero, y
al que el nivel de la productividad física, per cápita y por
kilómetro cuadrado, entre las naciones permita depender más y con
estabilidad de los sistemas locales para los programas de actividades a corto y
mediano plazo. El nivel de productividad física y de vida en las naciones
constituyentes tiene que elevarse a una paridad duradera; márgenes
grandes de desigualdad en o entre los pueblos de las naciones surten el efecto
de enfermedades graves, que van de la mano con la propagación de
problemas sociales y otros.
En suma, aun en condiciones favorables, tomaría unas dos
generaciones elevar un sistema mundial de Estados nacionales respectivamente
soberanos a un nivel en el que los déficit e incumplimientos relacionados
con los que al presente carga el sistema mundial pudieran meterse en cintura y
resolverse con comodidad, sin la ayuda de más restricciones especiales.
Tal es la deuda actual que sólo un futuro más feliz podría
saldar.
Las medidas de transición y desarrollo necesarias en el
próximo medio siglo, ni demandan ni toleran sistemas represivos que
afecten la vida del ciudadano común, el empresario productivo y el
profesional pertinente. Aparte del manejo eficiente del crédito
público y relacionado a gran escala, en general bastaría poner el
acento en la regulación de los sistemas monetario y fiscal, y en el
fomento de políticas de “comercio justo”. La función
del gobierno central en la dirección de la economía debiera
consistir en mantener un conjunto de sistemas monetarios y financieros
confiables y estables, con ayuda de las funciones de la banca nacional
“hamiltoniana” y medidas arancelarias e impositivas, y mediante la
participación de los gobiernos estatales y federal, en lo principal, en
el fomento de ese desarrollo y mantenimiento de la infraestructura
pública que, en las condiciones actuales, debiera representar cerca de la
mitad de la inversión de capital total anual en toda la economía
de EU.
Estas nuevas direcciones políticas deben seguirse ahora de tres
modos principales: 1) con medidas de emergencia que estabilicen y de otro modo
mantengan la institución y los sistemas monetario–financieros
actuales ya tácitamente quebrados de EU y otras naciones; 2) con una
movilización de grandes volúmenes de crédito público
a bajo costo, para que la función de la fuerza laboral pase del empleo de
bajo valor en los servicios y el franco desempleo, a un acento cada vez mayor,
tanto en la producción física de bienes con modernas normas
tecnológicas progresistas, como en el saneamiento relacionado de la gran
escasez de infraestructura económica básica que se ha generado en
los últimos 35 años; y, 3) con la negociación de un
sistema de tratados internacionales que comprenda un período de hasta 50
años, y que aproveche el bajo costo de los préstamos en un sistema
monetario de tipos de cambio fijos, con acento en la función primordial
de las grandes obras de infraestructura y relacionadas, para fortalecer el nivel
potencial de la productividad de todo el planeta, per cápita y por
kilómetro cuadrado.
Ése es el verdadero carácter americano que hemos heredado de
la fundación y evolución inicial de nuestra república.
Ésa es la misión histórica de nuestra república
estadounidense al servicio del bienestar futuro de la humanidad. Ésa es
la misión que expresa el preámbulo de nuestra Constitución
federal, conforme a la ley natural, de que nuestra república
constitucional fue creada para servir al interés de toda la
humanidad.
Dicho todo lo anterior, ahora tenemos que enfocar nuestra atención
en la serie más amplia de tareas esenciales para las que ha de
movilizarse nuestra economía. Las enumero para ayudar al lector a ver
dicha serie como una sola orientación a la misión integrada en la
dinámica de recuperación.
A. La infraestructura económica básicaÌEn todo lo
aquí escrito, las directrices económicas que consideramos
saludables tienen como premisa el concepto de un sistema dinámico.
Siempre se presume que la dinámica de los antiguos griegos, la obra de
Kepler, Leibniz, Riemann, y también de Vernadsky, es el marco en el que
se sitúan el análisis y las propuestas. Por tanto, en todo lo
escrito el blanco de nuestra atención es la transformación del
planeta (y, de modo implícito, también del sistema solar que
habitamos) como uno integrado por tres espacios–fase generales: lo
abiótico, la biosfera y la noosfera.
El actor principal que estamos considerando son los procesos cognoscitivos
(es decir, creativos) de la mente humana individual. Ésta, al actuar por
medio de personas vivas, afecta a: a) la noosfera que los actos de la
humanidad están transformando, ojalá, en un sistema
dinámico superior; b) el hombre o la sociedad que actúa sobre
la biosfera que administramos y desarrollamos en su función en tanto tal;
y, c) el hombre o la sociedad que actúa sobre los procesos relativamente
“prebióticos” de nuestro planeta. Nuestra visión de la
interacción entre estos espacios–fase es, de manera
implícita, la dinámica riemanniana, en la que cada acontecimiento
interactúa con los otros para definir un espacio físico
específico.
Estas consideraciones dinámicas no sustituyen, en lo funcional,
consideración estadístico–mecanicista alguna.
Nuestro principio general en la toma de decisiones es que, en efecto,
debemos estar elevando el nivel de antientropía de todo el sistema
combinado, pero dándole preferencia de orden a: a) los procesos creativos
de la mente humana individual; b) la noosfera; c) la biosfera; d) el planeta
“prebiótico” y el sistema solar. El principio que define ese
ordenamiento es la consideración de que la mente creativa humana
individual es la que anima la evolución de la noosfera; la
evolución de la noosfera es la que impulsa el desarrollo de la biosfera;
y el progreso de la noosfera y la biosfera combinadas es lo que mueve el
desarrollo abiótico del sistema solar y nuestro planeta. Tal es el marco
conceptual en el que se plantea la noción de la dinámica
económica. El hombre en el universo es el centro del proceso que anima la
función del sistema del progreso de la sociedad en dicho
universo.
El motor del sistema dinámico así definido es el aumento del
poder que expresa la expansión de los poderes creativos de la mente
humana individual, lo cual posibilita todas las demás metas que
contribuyen. Así, la función de la evolución, en
función de la biosfera y del dominio abiótico, en fomentar el
aumento de los poderes creativos reales de la humanidad, per cápita y por
kilómetro cuadrado de la superficie de la Tierra, es el objetivo
físico–económico recíproco del desarrollo de todo el
sistema dinámico.
 |
Con Franklin Delano Roosevelt, EU construyó obras gigantescas de
infraestructura como la presa Hoover, que empleó a 21.000 personas. Hoy
necesitamos hacer uso de la densidad de flujo energético superior de la
fusión termonuclear para crear nuevos recursos. (Foto: Oficina de
Habilitación de Tierras de EU). |
Toma el caso ilustrativo de las tecnologías de las que son
típicas la fisión nuclear y la fusión
termonuclear.
La función de las fuentes primarias de energía en el universo
así definido como un proceso dinámico, la representa lo que
denominaremos, como por una regla empírica rudimentaria, la
“densidad de flujo energético” relativa de la fuente de
energía (por ejemplo, por centímetro cuadrado de corte
transversal). Entre más grande sea la “densidad de flujo
energético” de la modalidad, mejor será la calidad de la
eficiencia de la fuente energética. Así, la energía de
fisión es superior a la química, y la fusión termonuclear
es varios órdenes de magnitud superior a la fisión
nuclear.
Estas dos categorías tecnológicas son decisivas ahora, en
razón del aumento de las necesidades de generación
“sintética” de fuentes de agua potable, tanto por el
agotamiento de las fuentes de agua fósil, como por el crecimiento
demográfico y de los requisitos del consumo actual per cápita. Hay
muchas otras necesidades. El dominio de las tecnologías de fusión
termonuclear nos permite gestionar otros recursos y crear nuevas calidades de
tales recursos, y también le abre la puerta a productividades
cualitativamente superiores.
El aumento de la vegetación, en especial la arbórea,
también es un bien general que ha de fomentarse debido a las crecientes
necesidades humanas y, también, de continuar el progreso cualitativo de
las facultades físicas productivas del trabajo, per cápita y por
kilómetro cuadrado de la superficie de la Tierra.
También tenemos que considerar la necesidad de corregir
desórdenes funcionales que han surgido en la organización de la
sociedad, como en EUA, en particular, en el período que va desde el fin
de la Segunda Guerra Mundial.
Los intereses financieros especulativos han arruinado la
organización de nuestras ciudades, pueblos, estados y el campo en
general. Ya no tenemos una red eficiente de transporte colectivo oportuno de
carga y pasajeros, y hemos dejado lo que era un uso y desarrollo relativamente
superiores y más eficaces de la tierra, y la gestión de recursos
esenciales tales como los acuíferos de agua dulce. Creamos una
congestión contraproductiva en megametrópolis sobreextendidas, al
tiempo que imponemos la ruina económica e incluso una virtual
desertificación en regiones otrora prósperas.
El viraje hacia la deslocalización y el remplazo de las empresas
productivas más pequeñas en manos de pocos accionistas por los
grandes consorcios, han arruinado la economía estadounidense y al ochenta
por ciento de las familias de menores ingresos, de modo más notable,
desde 1977 más o menos, y han contribuido de diferentes maneras al
desplome de la economía física de EUA, al tiempo que encarecen el
costo financiero de la vida en relación con los ingresos hogareños
para esas mismas categorías y, también, ahora, para las de
ingresos relativos superiores.
Por toda medición física del nivel de vida, a diferencia de
las medidas financieras a las claras cuestionables, a la economía de EU
la han arruinado las tendencias del cambio de orientación adoptado desde
fines de los 1960 y, de modo más categórico, desde
1971–1972. Estos problemas no fueron naturales ni históricamente
predeterminados, sino, más que nada, resultado de tendencias defectuosas
en la toma de decisiones nacionales y mundiales.
Es imperativo que restauremos de un modo tecnológico modernizado las
probadas políticas generales superiores previas a 1966 y, en muchas
categorías, fechas anteriores. El uso y desarrollo mejorados del suelo en
nuestro territorio nacional, mediante un acento mayor en la
descentralización a través de fomentar empresas progresistas en lo
tecnológico, propiedad de pocos accionistas, dedicadas a la
producción física, y una diversidad equilibrada de tales empresas
en cada campo, deben acompañar la reducción del acento en los
megaemporios transnacionales que carecen de un motivo de interés
comunitario en las empresas locales.
 |
Ingenieros y técnicos de la NASA supervisan el 20 de octubre de 2003
el encuentro y acoplamiento del Soyuz con la Estación Espacial
Internacional, desde la sala de control de vuelos del Centro Espacial Johnson en
Houston. “Lo más importante para el ciudadano en tanto tal, es
desempeñar una función significativa en la vida, una vida
meritoria en beneficio de las generaciones venideras”. (Foto: NASA). |
Contrario a las dosis de mitología combinada con propaganda
estúpida, el fomento de las tecnologías de punta con frecuencia se
funda en empresas relativamente más pequeñas en manos de pocos
accionistas, de las que dependen las tecnologías esenciales de gigantes
empresariales más grandes y torpes. También es cuestión de
su utilidad en varios aspectos de seguridad nacional, para que nuestra
nación comande la capacidad científica y tecnológica de
fondo que se aloja en los poros de nuestra sociedad y su territorio, en vez de
concentrarse en grandes superemporios empresariales a los que se ha sometido al
saqueo de los colmilludos depredadores desaforados que, como hienas, tienen un
apetito financiero rabioso, sin importarles el interés intrínseco
propio de las naciones y sus pueblos, ni siquiera el del nuestro.
B. El desarrollo de la genteÌTenemos que crear oportunidades de
empleo significativas. A este efecto, las presiones inmediatas se ven en el
desgaste y desmoralización de una proporción creciente de nuestra
población en general, en especial entre los pobres, pero también
de manera más amplia. Proporcionar empleo como una fuente de ingreso para
vivir es necesario, pero no aborda el problema sistémico más
profundo. Una nación no es un mercado laboral. Un Estado nacional
soberano, que es lo que prescribe el preámbulo y aspectos relacionados de
nuestra Constitución federal, ve por el desarrollo del pueblo en tanto
tal, un pueblo que participa en mantener y desarrollar las condiciones de vida y
progreso de su gente y todo su territorio. Lo más importante para el
ciudadano como tal, es desempeñar una función significativa en la
vida, una vida meritoria en beneficio de las generaciones venideras.
La cualidad más esencial de una nación es la
resolución de su pueblo en responder al reto uniéndose para
asegurar que la nación, y en especial su posteridad, sobrevivan y,
ojalá, progresen hacia logros honorables y memorables en las generaciones
presentes y futuras. A últimas fechas esa cualidad de nuestra gente ha
mermado y, entre una gran proporción de ella, impera lo que Emile
Durkheim llamó anomia.
Así que recientemente, a este respecto, hemos tendido a fomentar
entre la llamada generación del 68 y otros, al parecer adrede, una
perspectiva de que no hay futuro. En gran medida hemos destruido la
función de la verdadera generación de progreso científico y
relacionado como expresión del propio interés vital de nuestra
población en ser humana. De forma típica, estamos agotando a los
pocos historiadores profesionales calificados que nos quedan. Estamos perdiendo
la conexión que alguna vez tuvimos en EUA, así como también
en Europa, con las generaciones previas. Nos hemos convertido en criaturas casi
sin alma, obsesionadas con los dolores y placeres presentes, y con una misma
conexión con el pasado y con el futuro, que se desvanece. Los extremos,
el segmento del veinte por ciento de arriba de los sesentiocheros y el de
menores ingresos de nuestros pobres, son lo más típico del costo
humano que ha acarreado esta decadencia cultural de nuestra
nación.
El siguiente asunto interpolado se presenta aquí para darle un
sentido de concreción a las observaciones previas sobre el desarrollo de
nuestro pueblo.
El movimiento de juventudes que he animado tiene dos programas de
educación autodidacta relativamente únicos. El primero es el
desarrollo de la noción de la historia de la ciencia desde la perspectiva
de los primeros descubrimientos clásicos griegos, a lo largo de tales
aspectos decisivos del desarrollo europeo moderno como la obra de Kepler,
Leibniz, Gauss y Riemann. El segundo es la actividad constante en el avance del
trabajo coral clásico desde la perspectiva de educar la voz en el bel
canto florentino y del motete de Bach. Entre las experiencias propuestas que
ha inspirado la interacción entre la ciencia física y el trabajo
musical, está el efecto de desarrollar el contrapunto de tales obras
corales hasta el grado de precisión en que aparece la conexión
apasionada entre el contrapunto musical de los cantantes y la pasión que
ha de experimentarse al reproducir el descubrimiento de algún principio
físico universal.
El problema que aborda esta unión de música y ciencia, es que
por lo general los estudiantes tienden a pensar en un principio físico
probado mediante experimento en “blanco y negro”, en tanto que la
disciplina que se practica en el contrapunto clásico inspira entre los
artistas educados una reconocida tendencia a pensar a colores. Lo que conecta a
la música y la ciencia en esta clase de conjunción de los dos
aspectos del trabajo en las mismas personas, es la muy deseada
reunificación de las pasiones científicas y artísticas,
para imprimirle pasión a la ciencia y precisión rigurosa al arte.
El objetivo es unir los dos aspectos del gran legado de la cultura europea como
si fueran uno, para derrotar lo que el finado C.P. Snow identificó como
la paradoja de las dos culturas en la cultura europea moderna.
El asunto que ilustro con esta referencia, es que la cultura
clásica, que lo es en la medida que satisface la clase de
propósito que acabo de describir, tiene una importancia profunda para la
sociedad por cuenta propia. La característica esencial del ser humano
individual es la pasión que puede mostrar al trabajar a propósito
en beneficio de su nación, de su cultura. La idea de que el sentido de
cultura en una población se fragmente —por ejemplo, una ciencia sin
pasión, y una pasión sin rigor— tiende a fomentar una
impotencia intelectual que pronto embarga a la gente. La enseñanza
política a educirse de reflexiones tales como ésta, es que un
pueblo actúa con eficacia según su sentido de pasión por
una misión, más que al denotar un apoyo emocional por una causa
que se define como ajena a la pasión solidaria necesaria. Así, la
cultura y la capacidad de alistarse para una misión necesaria son, de
hecho, cosas inseparables.
O como Cotton Mather y Benjamín Franklin decían, el bienestar
de una sociedad nace en gran medida de la pasión que se despierta en sus
miembros con el fin de hacer el bien. Aunque sólo sea para fortalecer la
moralidad de nuestro pueblo y nuestra nación, y, con más eficacia,
fomenta la pasión creativa en la que la gente encuentra la raíz de
su propio patriotismo, su sentido rector del significado de la alternativa
perdurable de la pasión para hacer el bien. La alternativa tiene que ser
la correcta, y ha de motivarla la pasión por hacer el bien.
3. Un sistema mundial en conmemoración
de Franklin Roosevelt
Yo nací en 1922, y por eso viví la transición de
prestar mi servicio militar hasta recibir licencia absoluta, tras cumplir el
tiempo correspondiente en el teatro de China, Birmania e India. En mi caso, esto
me trajo algunas experiencias especiales, únicas para mí, que aun
hoy conservan una pertinencia continua en el transcurso de mis transiciones
sucesivas de una condición a otra, entonces y en los años
inmediatos que siguieron. Sobre todo, me he mantenido, siempre, como un patriota
en la tradición de Franklin Roosevelt, de entonces a la fecha. Fue por
esa experiencia y por la importancia de Roosevelt para esos veteranos, entre
ellos algunos de la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos) cuyos
secretos vine a conocer tiempo más tarde, que siempre me he ocupado en
ciertos rasgos del legado de Franklin Roosevelt, los cuales hoy más que
nunca considero como lecciones esenciales, como pasiones esenciales de
círculos pertinentes de mi propia generación. Esto también
incluye mi experiencia importante con una generación más vieja que
la mía. Desde mi perspectiva, preveo la intención que de
algún modo ha de guiar hoy la visión que nuestra ahora muy
atribulada nación tiene de los asuntos mundiales, no sólo en
provecho de nuestra propia nación, sino en el interés vital de
nuestro orbe entero, al presente azotado por la crisis.
De todas estas experiencias, la más importante es que sé que
el futuro del mundo empeoró el día que murió el presidente
Franklin Roosevelt. Sé con certeza, por ejemplo, si bien de segunda mano,
de un incidente que implica al jefe de la OSS, el general Donovan, el cual,
junto con otras cosillas aquí y allá, y también algunas
pruebas muy sólidas, confirma esa convicción. El relato de la
reacción del general Donovan a cierta situación cuando, ya
avanzada esa guerra, salió acongojado de su reunión con el
Presidente, es típico del conocimiento que nutre mi pasión en la
materia; las demás pruebas históricas en general afirman con
hechos la pasión.
El presidente Franklin Roosevelt, como informó su hijo por su propia
participación como testigo, había pretendido aprovechar la
ocasión de la victoria próxima en la guerra para ponerle coto al
Imperio Británico y empresas similares. La intención era eliminar
el colonialismo y trampas parecidas de la historia moderna en general, para
establecer un sistema de cooperación en un mundo integrado exclusivamente
por Estados nacionales soberanos, por naciones a cuya libertad y desarrollo
ayudaría EU con el apoyo técnico del vasto poder productivo que se
reorientaría, de la guerra, para las misiones de paz. Esa misión
hubiera prosperado de haber vivido el Presidente, pues, mientras estuvo vivito y
coleando, aquellos de nosotros que prestamos servicio en el extranjero y que
vimos las condiciones de partes de Asia, como yo, hubiéramos respondido
al llamado del presidente Roosevelt, casi hasta el último veterano, para
emprender esta tarea. Ésa era mi pasión por la función de
nuestra nación cuando regresé a India al terminar la guerra; sigue
siendo, en esencia, mi pasión por el papel que nuestra república
tiene en el amenazado mundo de hoy.
 |
El presidente Franklin Roosevelt pretendía
eliminar el colonialismo del Imperio Británico tras la victoria en la
Segunda Guerra Mundial, pero “nos perdimos, y. . . terminamos, y
otras naciones, en el estado terriblemente peligroso en el que nos encontramos
hoy”. Roosevelt y Churchill se reúnen en Casablanca en enero de
1943. (Foto: Archivos Nacionales de EU). |
No sucedió como el presidente Roosevelt se lo había
propuesto. Winston Churchill representaba un bando del Imperio Británico,
de los holandeses y otros colonialistas, quienes tenían una misión
contraria, y, por desgracia, el sucesor del presidente Roosevelt, Harry Truman,
compartía esa visión a favor de recolonizar. A pesar de algunos
intentos excelentes de los generales MacArthur y Eisenhower después de
esa guerra, y también de otras figuras prominentes, nos perdimos, y a fin
de cuentas terminamos, y otras naciones, en el estado terriblemente peligroso en
el que nos encontramos hoy.
Ahora bien, con una y otra cosa, no es lo uno ni lo otro; en los
últimos más de sesenta y un años hemos entrado a otra
época de crisis mundial terriblemente ominosa. En principio, el meollo
del asunto es que estamos en el mismo momento de decisión que encaramos
un instante antes de que el presidente Roosevelt muriera. Las condiciones son
diferentes, pero en esencia la misión es, en lo medular, la
misma.
El plan, como lo veo ahora, es el siguiente.
La pauta de cooperación entre China, Rusia, India, Alemania y
demás en la mayor parte de Eurasia, indica la necesidad de crear un gran
programa de cooperación de largo plazo entre Europa, la nación
eurasiática llamada Rusia y Asia en transformar el continente en parte
yermo, pero también más poblado del mundo, en un próspero
conjunto de Estados nacionales soberanos que cooperan. Esto se haría,
ojalá, con la bendición y cooperación de nuestro
EUA.
Al mismo tiempo, somos el eje de un sistema necesario de cooperación
entre todos los Estados nacionales soberanos de las Américas, o, dejando
espacio para un poco de renuencia aquí y allá, entre la
mayoría de ellos.
Juntos, nosotros en las Américas y Eurasia tenemos que combinar
nuestros esfuerzos por el bien del continente africano, e invitar a los
singulares australianos y neozelandeses al cuadro general del juego. Australia
tiene tierra, en su mayoría desierta o desperdiciada; es un continente en
gran medida desértico con un abasto tremendo de agua dulce a su
alrededor, pero tenemos que usar la energía nuclear para eliminar la sal
indeseable de la parte pertinente de todo ese abasto de agua adyacente, y para
ayudar de modos razonables a administrar nuestro clima global.
Así, debemos dar a luz una expresión contemporánea de
la intención del presidente Roosevelt para la posguerra, un mundo de
Estados nacionales soberanos que cooperan por su seguridad colectiva y el bien
común. Tal era la intención del Presidente para la
Organización de las Naciones Unidas y la función mundial del
sistema de Bretton Woods con el apoyo estadounidense.
La tarea que esto nos plantea a todos exige un poco de esfuerzo
revolucionario. La población mundial ha aumentado a bastante más
de seis mil millones de individuos, la mayoría extremadamente pobres.
Elevar las condiciones de vida demanda un salto en el potencial productivo,
salto que exige una evolución energética en el desarrollo y uso de
las modalidades de fisión nuclear en el empleo del uranio y el torio, y
el establecimiento urgente de los medios mucho más poderosos que
representan las tecnologías de fusión termonuclear. Nos urgen
estas dos fuentes de energía; sin la fisión nuclear, la escasez de
agua dulce ahora en aumento, hasta el agotamiento de los depósitos de
agua fósil, tendrá un costo cruel tanto para la vida como para las
condiciones de vida de los que sobrevivan. Sin el establecimiento de la
fusión termonuclear y tecnologías relacionadas, no podemos superar
con eficacia los problemas inminentes de materias primas con que toparemos en
unos 25 a 50 años.
Por fortuna, todos estos problemas tienen una solución inherente, si
hacemos acopio de voluntad para efectuar esta reforma, en recuerdo de Franklin
Roosevelt.
Si estamos de acuerdo, entonces esto nos deja algunas interrogantes que
exigen respuesta. La pregunta principal, entonces, es: ¿por qué el
Estado nacional soberano?
¿Por qué el Estado nacional
soberano?
Hoy enfrentamos a redes financieras, en especial de Europa Occidental y
Central, que operan, incluso en el propio EUA, en la tradición del apoyo
que le dio Montagu Norman del Banco de Inglaterra a Adolfo Hitler y la
tradición sinarquista francesa a principios de los 1930. Hoy enfocan su
ofensiva en borrar del mapa la institución del Estado nacional soberano.
La alternativa que proponen los influyentes de la misma ralea hoy, que en gran
medida ya está en curso, es lo que eufemísticamente se llama
“globalización”.
Este ardid en realidad no es otra cosa que un nuevo nombre para el
imperialismo, un imperialismo liberal angloholandés en el sentido de la
tradición Bilderberger, bajo cuyo dominio catervas de intereses
financieros privados depredadores, a imagen de los actuales fondos
especulativos, merodean y saquean ya al mundo, prestos para arrear los hatos de
la masa de pobres desesperados y desamparados que ya surge en el mundo, de un
lugar de condiciones miserables de empleo temporal y muerte prematura en la
miseria, a otro.
 |
La globalización es el nuevo nombre del imperialismo, la necedad de
Iraq que hoy se asemeja a la fantasía siniestra de H.G. Wells en Una
historia de los tiempos venideros. Escena de una película inspirada en
el relato de Wells. |
Hemos vivido esa clase de designio en los anales del pasado. En una
página de la historia europea se le conoció como el sistema
medieval, en el que una clase de depredadores armados, eufemísticamente
llamados “la caballería normanda”, se desplegó a las
órdenes de una oligarquía financiera veneciana imperial y
llevó a una Europa saqueada al infierno de una “Nueva Era de
Tinieblas” a mediados del siglo 14. La ofensiva actual, como la encabeza
el vicepresidente Dick Cheney, consiste en destruir los ejércitos
regulares, como se hace ahora con las continuas operaciones angloamericanas
recientes en el Sudoeste de Asia, y remplazar las fuerzas militares de los
gobiernos con ejércitos privados que desempeñen una función
parecida a la ya vista en las operaciones depredadoras de Halliburton en Iraq.
Esa disparatada empresa angloamericana que se “sexó” en Iraq,
es típica de la realidad en la que devendría la
“globalización”: una realización del sueño de
la fantasía notoria de H.G. Wells, Una historia de los tiempos
venideros.
Como se sabe, sólo quedan relativamente pocos depredadores,
más que nada muy bien financiados, que de veras quisieran llevar a la
práctica esa suerte de espectáculo de terror. No obstante, algunas
facciones influyentes tienen un sueño diferente, quizás iluso, de
lo que esperan pudiera ser la “globalización”. Estos
últimos protestan: “¿Acaso no cabe la posibilidad de una
‘globalización’ menos corrupta y perversa, en su origen, que
la de las tendencias en dirección a ella que vemos ahora?” La
pregunta más o menos popular que, por consiguiente, tenemos que abordar
en respuesta a las especulaciones utópicas sobre la llegada de una nueva
“torre de Babel” global, es: ¿vive la era del Estado nacional
“tiempo extra”, o es que la única alternativa al mismo que se
propone en realidad, es algo al menos no tan terrible como lo que sugieren los
planes francamente perversos de Dick Cheney?
Para responder tales preguntas con competencia, tenemos que considerar de
nuevo algo de esa historia de la civilización europea que yace en el
fundamento de todo lo que hoy somos.
Como caso aproximado en la historia de la propia civilización
europea, considera las enseñanzas de la pelea por establecer un sistema
moderno de Estados nacionales soberanos, como Dante Alighieri lo propuso, por
ejemplo, en su amplio tratamiento del restablecimiento de una forma culta del
idioma italiano. El italiano era un idioma más antiguo que el
latín, que las conquistas romanas habían convertido en una forma
de lengua franca para fines del dominio imperial. El dominio romano había
influenciado mucho el uso del italiano, pero, como mostraron los hermanos
Guillermo y Alejandro de Humboldt, no provino del latín. Enfócate
en el argumento específico que planteó Dante en La
Monarchía. Luego, pasa a un momento que acontece más de un
siglo después de la obra de Dante, al diseño del cardenal
Nicolás de Cusa de lo que devino en la forma republicana del Estado
nacional soberano moderno, en su Concordantia
cathólica.
Para entender las cuestiones que plantea el antedicho conjunto inmediato de
hechos históricos, ha de establecerse ahora la siguiente salvedad. Como
se pondrá de relieve a su debido tiempo, los primeros cristianos no
hablaban latín, pues lo odiaban, al igual que aquellos judíos que
se resistieron a convertirse en los perros apaleados de la Roma imperial, en el
sentido de la descripción del Bruno Bettelheim moderno de las condiciones
que imperaban en los campos nazis de prisioneros. Para ellos, el latín
era el látigo del despreciable, pero temido opresor romano. Los
apóstoles cristianos casi no conocían hebreo hablado alguno
—el cual prácticamente no existía en ese tiempo—, sino
más bien el arameo o alguna forma de griego y, entre los judíos
educados, el griego clásico de la forma entonces vigente. La
teología cristiana se articuló en el griego clásico
asociado con la obra de apóstoles tales como Juan y Pablo. Más
importante que la influencia de convencionalismos nominales, es el hecho de que
los conceptos esenciales de la teología cristiana, y también de la
judía de Filón de Alejandría, no pueden expresarse en
latín antiguo, por razones sistemáticas de la clase que
Cicerón hubiera entendido, razones que recalqué en el
capítulo 1 de este informe, excepto como la teología cristiana
grecoparlante de los apóstoles impresa en un latín medieval que
surgió en la Iglesia occidental.
La intentona de imponer un imperio latino había fracasado de modo
calamitoso en el occidente de Europa y, luego de que el emperador romano
Diocleciano reconoció dicho fracaso, la sucedió un sistema que,
con el protegido de éste, el emperador Constantino, adoptó como
premisa el griego culto natural de los cristianos más importantes de
entonces. El experimento imperial griego en el esfuerzo por crear una
religión de Estado, como con el emperador Constantino, suscitó la
alternativa agustina, la cual se impulsó, desde Italia, en la
España de Isidoro de Sevilla y en la esfera de los monjes irlandeses,
quienes como por milagro cristianizaron a los sajones de Inglaterra (al menos de
manera más o menos temporal) y, a su vez, evocaron el surgimiento del
gran Carlomagno como el adversario de los males que alimentó y
propagó Bizancio. Para la nueva capital marítima del mal, el
centro marítimo oligárquico–financiero de Venecia, la
decadencia autoinfligida de Bizancio se convirtió en la oportunidad de
hacerse cargo y dirigir la ofensiva continua por destruir lo que Carlomagno
había construido. Esto parió al sistema de la carnicería
normanda, el antisemitismo y el odio contra los musulmanes gobernado por el ultramontanismo, llamado “las cruzadas”, todas las cuales
condujeron, de manera fatídica, a la llamada “Nueva Era de
Tinieblas” del siglo 14 en Europa.
Con la llegada del Renacimiento europeo del siglo 15, que vino a centrarse
en el gran concilio ecuménico de Florencia, la intentona por convertir el
latín en la lengua franca de una nueva torre de Babel se vino abajo casi
por completo. El legado de la ciencia y la literatura clásicas griegas
archivado en los restos de una Bizancio desesperada fue liberado en Italia, con
lo que se elevó a Europa, del largo reinado de una ignorancia brutal,
hacia el gran Renacimiento que constituyó la premisa de todos los logros
de la civilización europea moderna desde entonces, entre ellos el
nacimiento de las Américas. La transformación de la masa de los
pueblos de Europa, de la condición de subalternos moldeados según
el papel que desempeñaban los siervos en el modelo de François
Quesnay de los Estados feudales, para elevarla hacia la consecución de
los derechos humanos, fue una proeza que exigió alentar el programa de
Dante Alighieri para la restauración de las culturas
lingüísticas de Europa en formas cultas. Este adelanto en los
derechos de la humanidad en tanto tal se hizo eco de la Concordantia
cathólica de Cusa. Éste avance con centro en el gran
concilio ecuménico de Florencia le dio ímpetu a la
realización de lo que vino a conocerse como la forma republicana del
Estado nacional soberano moderno.
Estos aspectos generales recién enunciados, en sucesión, nos
llevan a la cuestión decisiva pertinente para hoy, una relativa al uso
del lenguaje y la relación entre esta consideración y la defensa
necesaria del establecimiento de un sistema mundial de cooperación entre
Estados nacionales republicanos perfectamente soberanos.
La función de lo infinitesimal en el
lenguaje
Hace unos 60 años, los Siete tipos de ambigüedad del célebre William Empson me plantearon lo que para muchos lectores de
esa obra fue, entonces, un modo nuevo de captar lo que tenemos que entender como
una forma culta del uso del idioma inglés. Reflexiona en los argumentos
que Empson hace allí, desde el punto de referencia que proporciona un
prestante apóstol inglés de la Revolución Americana, Percy
B. Shelley, en su muy disputada y última de sus obras principales en
publicarse, su exquisitamente clásica En defensa de la
poesía de 1821.[22] Consideren las implicaciones de la concurrencia de los referidos escritos de
Empson y Shelley contra el telón de fondo de mi tratamiento de las
implicaciones de los descubrimientos de Kepler en páginas anteriores de
este informe. Los lectores de estas fuentes comparadas deben percibir el aroma
de una idea común sobre las implicaciones del modo serio de comunicar
ideas de veras eficientes, tales como el descubrimiento de principios
físicos universales o la composición de polifonía
clásica en la tradición de J.S. Bach, o la composición y
declamación de poesía clásica, todas y cada una con ayuda
del lenguaje.
Ahora, ¡piensen! Si no entienden la poesía como lo
hacían Schiller, Shelley, y Mozart, Beethoven y Schubert, no conocen la
ciencia. Y si no conocen la ciencia del modo que he abordado el tema de la obra
de Kepler, no conocen la poesía ni el drama clásicos en general.
Quizás respondan a cualquiera de ellas con un cariño apropiado, y
eso sería bueno para ustedes, hasta donde llegan esas materias; pero,
mientras no entiendan la integridad de ambas, de la poesía y la ciencia
clásicas combinadas, aún deben arribar a un concepto de pe a pa de
las implicaciones de un significado culto funcional del uso clásico del
lenguaje. Es, a este respecto, que he hecho hincapié en la importancia
decisiva de integrar un dominio gradual de las implicaciones de cantar el Jesu, meine Freude de Bach, cuando eso está ligado, en lo
funcional, al dominio de conceptos primordiales decisivos de obras
científicas tales como las de los pitagóricos, Platón y su
grupo, así como las de Cusa, Kepler, Leibniz y Riemann. Hasta que no
hayamos localizado el principio de acción esencial que comprende lo que
es poesía y polifonía de verdad clásicas, y su
asociación funcional con la ciencia clásica de las personalidades
ejemplares que he referido, una vez más, aquí, el significado
humano del lenguaje como tal seguirá siendo vago y más o menos
oscuro.
Como Shelley pone de relieve en sus conclusiones en su En defensa de
la poesía, aunque una población inspirada pueda asombrar a
los historiadores con la profundidad de su perspicacia, dicha población
por lo general desconoce el principio real que inspira su ascenso
extraordinario, desde la maraña deprimente del comportamiento cotidiano,
a semejante cualidad moral e intelectual, y emoción de la vida social,
relativamente superiores. Corresponde a los grandes poetas e historiadores de
parecer afín darnos un vislumbre de estos momentos empíreos de la
historia, y hacerlo de un modo y con un método congruentes con los que he
identificado como los de la ciencia.
La cuestión práctica así planteada por la idea del
lenguaje para la economía, es la de la capacidad de un pueblo de romper
con la constricción de esos hábitos acumulados de
autodestrucción cultural, una vez que lo ha golpeado una perspectiva
sombría, como con la que cerca de cuarenta años de decadencia
económica y cultural nos han rodeado ahora. El cambio a efectuar es como
el de los prisioneros en un campo de concentración nazi recién
liberado, cuando descubren las puertas abiertas, pero parecen no poder salir de
las rejas invisibles de la mente hacia la libertad. Al hallar un remedio, las
palabras empleadas siguen siendo más o menos las mismas, pero las ideas
asociadas con ellas han cambiado de significado y de espíritu con los que
las palabras se usan. Así, la pregunta que se plantea es:
¿cuál es la diferencia?
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“Entre las experiencias propuestas que ha inspirado la
interacción entre la ciencia física y el trabajo musical,
está el efecto de desarrollar el contrapunto de tales obras corales hasta
el grado de precisión en que aparece la conexión apasionada entre
el contrapunto musical de los cantantes y la pasión que ha de
experimentarse al reproducir el descubrimiento de algún principio
físico universal”. El Movimiento de Juventudes Larouchistas canta
el 8 de enero en las calles de Washington. (Foto: Will
Mederski/EIRNS). |
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Esta función de la ironía tanto en el lenguaje como en la
ciencia física que distingue los poderes mentales creativos
típicos de la noción específica del ser humano individual,
es la misma función que se asocia con el proceso de descubrimiento de un
principio físico universal en la ciencia física, del modo que el
tratamiento de Kepler del sofismo del ecuante, al proceder hacia el
descubrimiento de un principio universal de gravitación, ilustra la
existencia de la magnitud infinitesimal aparente asociada con la cualidad de
acción de un principio físico universal de gravitación. Tal
es la diferencia en las matemáticas, por ejemplo, entre una mera
noción matemática formal del dominio complejo y el concepto
físico del que la obra de Leibniz y Riemann es típica de modo tan
contundente. Éste es el mismo concepto del infinitesimal aparente que se
encuentra como una manifestación de la dinámica, como, por
ejemplo, en la noción de la distinción ontológica entre el punto, la línea, la superficie y el sólido en la esférica pitagórica y la obra de Platón.
En la polifonía de Bach, por ejemplo, la coma pitagórica parece expresar una magnitud pequeña, cosa que, en un
sentido práctico, hace; pero la existencia de la coma es
ontológica, no métrica. Precisamente la misma noción de la coma se expresa en la función de las modalidades clásicas
de ironía en el lenguaje, del modo que la obra de Empson implora que se
reconozca ese hecho, que tiene la misma función propia en la escritura y
el habla ordinarios. La característica esencial del habla culta, y de su
eco en la forma escrita, es el surgimiento del signo de puntuación que
es, o la coma, o un signo relacionado, que dirige nuestra atención a dos
o más nociones de sustancia o acciones distintas, de tal modo que la
ironía misma de esa conjunción, al pronunciarse de un modo culto,
comunica una idea que no es literal, sino evidentemente necesaria. Esta
distinción radica en las implicaciones ontológicas necesarias de
la ironía, no en un mero adorno. Esta característica del idioma
hablado o escrito culto tiene la misma función que la expresión
del descubrimiento de un principio físico fundamental o relacionado en
una enunciación definida de modo ontológico, más que
meramente formal en lo matemático, que refiere un principio físico
universal de una pertinencia funcional.
En ese sentido, toda habla culta siempre refleja el intervalo entero del
uso del lenguaje o expresiones relacionadas. El lenguaje entero, como existe
para la mente del hablante, es el contexto implícito del significado de
toda aserción pertinente que ataña a alguna cuestión de
principio. Las ideas verdaderas se expresan, de este modo, como ironías
de lo que podríamos denominar habla creativa, cuyo objeto es la
comunicación de conceptos nuevos, de ideas nuevas, más que la
simple regurgitación de lo viejo. Así, el dominio de la
ironía, como ha de entenderse en este sentido, es la expresión de
un proceso de desarrollo interno dinámico en el empleo del lenguaje como
un todo.
De modo que, si permitimos que la implantación de la
“globalización” aniquile el principio de la cultura del
Estado nacional, estupidizamos a la población afectada, al degradar y
rebajar su aptitud cultural a la brutalidad que el Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo procuró imponer como
condición espiritual del hombre y la mujer mortales. La
globalización es en esencia una manifestación brutal de lo que los
antiguos griegos y otros llegaron a conocer como “el principio
oligárquico”. La “globalización” y la
“libertad humana” son enemigas mortales, así como la primera
es la enemiga imperial inherente de toda la humanidad.
Pueda que personas con culturas lingüísticas diferentes
conozcan la misma verdad universal, pero el accionar de su conocimiento de esa
verdad esta arraigado en la totalidad de la cultura lingüística de
marras, y no en alguna suerte vulgar de enunciado matemático formal.
Muchos de nosotros con frecuencia enfrentamos este hecho por primera vez, como
en el debate de descubrimientos científicos entre personas de diferentes
culturas lingüísticas, o en el intento de compartir lo que es una
anécdota muy graciosa que contó el hablante de una cultura
lingüística con el representante sofisticado de otra distinta. Los
retruécanos translingüísticos son particularmente divertidos
cuando el concepto subyacente que se expresa es de suyo cómico, en
especial si lo dice un seguidor fiel del grandioso, muy valiente y afable
François Rabelais. Por tanto, la condición necesaria para fomentar
la fraternidad y el progreso del poder, en el universo, de toda una humanidad
cooperativa, es la fraternidad de las culturas lingüísticas, que es
la condición saludable normal de la humanidad en general.
Para redondear la cuestión esencial aquí planteada: la
embriaguez es una debilidad, pero un exceso de sobriedad es por lo general un
virtual crimen, en especial en el ejercicio de la ciencia, el arte y la
política. Tan sencillo como que la ironía clásica es una
expresión de la creatividad humana, en tanto distanciamiento del
intelecto individual del aburrimiento, la vileza, y de una consiguiente
tendencia de éstas a la estupidez. Todo gran arte y ciencia se fundan en
un espíritu rebelde de alborozo creativo, un estado de felicidad en una
misión útil de resolver problemas, una percepción de que un
disparate es inherentemente ridículo, y de que las criaturas pomposas
tienden a un comportamiento como el que un asno decente se avergonzaría
de ver, con tristeza, en un ser humano. La ironía es el nacimiento de una
risa, una expresión del júbilo creativo de formar parte de la
humanidad. Los hombres y mujeres demasiado sobrios no son de fiar. Ser feliz,
incluso reír con amor ante la muerte, es ser bueno. El alumno y amigo de
Abraham Kästner, Gotthold Lessing, estaría de acuerdo.
La torre de Babel, así como la de Pisa, siempre fue, al igual que
ahora, una mala idea.
La cooperación esencial
Llegar a la Luna y la sofisticación creciente de la
exploración de algunos rasgos irónicos del paisaje de Marte, son
experiencias típicas que nos han dado una visión retrospectiva,
cada vez más inquietante en lo emocional y lo intelectual, de la Tierra
en su conjunto. El problema aquí es de una clase parecida a ese conflicto
de perspectiva entre el pronosticador económico común y corriente,
que proyecta su cálculo del futuro como una extrapolación
estadístico–mecanicista, y mi visión, que ubica la secuencia
de acontecimientos observada desde la óptica de las repercusiones que la
condición límite pertinente abordada tiene en determinar
cómo el futuro define las opciones del desenlace de sucesos actuales
ahora en marcha.
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Apoyados en Kepler y Cusa, debemos educar a las próximas dos
generaciones de ciudadanos en una misión de cumplir “los objetivos
comunes de la humanidad”. Con la ayuda de cohetes nucleares y de
fusión, podemos trabajar de la mano con otras naciones para desarrollar
el sistema solar. La sonda de exploración marciana de la NASA abandona
con éxito su cápsula de aterrizaje el 31 de enero de 2004, lista
para darle al hombre un conocimiento más detallado del planeta.(Foto: NASA) |
Así, en la astrofísica que se perfeccionó por merced
de Kepler, del modo que consideramos hoy al sistema solar, tenemos que buscar,
como desde el futuro, un concepto unificado y unificador de las alternativas de
desarrollo de todo el complejo de lo que debieran ser las culturas soberanas
respectivas de la Tierra. Tenemos que ver a la humanidad como por los ojos de
Dios. ¿Quieres ser imagen del Creador? Acepta el reto de verte como lo hace
el Creador de nuestro universo en evolución
antientrópica.
Tenemos que definir una misión común en, al menos, la esfera
de los planetas interiores y cuerpos relacionados de nuestro sistema solar, y
pensar en el desarrollo propio y otros avances necesarios para elevar a las
diferentes naciones a una condición en la que todas estén
preparadas para alguna misión nacional, en una división del
trabajo bien ordenada entre las naciones de todo el planeta. En ese sentido,
tenemos que trabajar por separado, pero en cooperación, por objetivos y
fines comunes.
Para este fin, debemos regresar al tema de la obra de Johannes Kepler.
Kepler, el estudiante profeso de Nicolás de Cusa y, en un respecto menor,
pero importante, también de Leonardo da Vinci, se enfrascó en la
creación de una astrofísica moderna competente a partir de las
diversas clases de defectos clave de predecesores notables tales como
Copérnico y Tico Brahe. La civilización moderna no resultó
de una revolución copernicana, sino de la obra prestante de
Nicolás de Cusa y su seguidor, Johannes Kepler. Cusa definió el
principio; Kepler descubrió el que hace que el sistema solar funcione,
donde todos los intentos de otros habían fracasado en captar el elemento
decisivo de la solución a este desafío.
Tenemos que enfocarnos en aprovechar la formación progresiva de las
dos generaciones adultas (de aproximadamente 25 años cada una), la
primera de las cuales está ahora andando, para llevar el desarrollo de
los pueblos y su ambiente, no a un estado de “globalización”,
sino a una paridad aproximada en su capacidad de participar en lo que el finado
científico Edward Teller una vez llamó “los objetivos
comunes de la humanidad”. Una suerte de hito para alcanzar ese objetivo
está implícito en las funciones obvias de la fisión nuclear
y de la región de trabajo que se asocia con la fusión
termonuclear, las cuales regirán la evolución de cualquier cultura
del orbe que esquive la amenaza inmediata de descender hacia lo que es al menos
una forma catastrófica de edad oscura planetaria, como asociamos esos
términos con la caída del Imperio Romano en Occidente.
Si la civilización escapa a la presente amenaza de un desplome
prematuro en una nueva Era de Tinieblas planetaria, las próximas dos
generaciones, que ahora entraron a la adultez, y las que sigan, manejarán
cada vez más asuntos planetarios por lo que resta de este nuevo siglo al
que acabamos de entrar. Las implicaciones tanto de la exploración del
espacio relativamente cercano como de una gama de tecnologías congruentes
con las implicaciones de la fusión termonuclear, y más
allá, será la visión que gobernará el
tránsito exitoso por ese siglo. Si revisamos la historia de la
civilización europea y sus ramificaciones desde hace medio milenio, en
especial el desarrollo interno de formas decisivas de descubrimientos
fundamentales en la ciencia física, podemos imaginar un momento futuro de
referencia desde un lugar afuera del sistema solar, desde el cual considerar, de
un modo del todo racional, las condiciones límite futuras que
definirán, más y más, la evolución necesaria de la
vida en toda la Tierra.
Lo más importante de esta visión, desde donde nos ubicamos en
la historia hoy, es adoptar esta forma de pensar, más que esperar
procurar una elaboración detallada de respuestas a las preguntas que
semejante visión emplea. La clave es cuidarnos de las políticas
que adoptamos, que son estúpidas desde la perspectiva de esas
consideraciones generales. En esencia, debemos pensar en fortalecer el potencial
del planeta, del modo que lo expresa la calidad de desarrollo de las
próximas generaciones, de la infraestructura económica
básica de cada nación, y del planeta. Así, debemos
considerar la necesidad de cambiar el modo de pensar que hemos adoptado, en
tanto naciones, en las últimas dos generaciones. Debemos cambiar la forma
en que la mayoría de nuestra población ha venido a pensar de las
necesidades de las dos generaciones futuras, y no menos que eso. Tenemos que
aceptar, ahora, la responsabilidad implícita de afianzar una
característica antientrópica en el mejoramiento del
desempeño de la población humana del planeta tomada de
conjunto.
Si lo necesario parece imposible, ¡entonces haz que suceda!
No podemos eludir las condiciones límite de culturas
específicas que definen la autonomía necesaria de las culturas
nacionales que integran el orbe entero. No obstante, no son esas diferencias las
que han de definir los objetivos planetarios o las perspectivas del desarrollo
interno de las naciones soberanas respectivas. En cambio, los objetivos
necesarios han de satisfacerse con eficacia en común, a pesar de que
ciertas diferencias entre las culturas nacionales son manifestaciones de las
soberanías independientes necesarias de dichas naciones. El hecho
inevitable de que el asunto del desarrollo y aplicaciones amplios de las
tecnologías de fisión nuclear y fusión termonuclear es
necesario en la práctica y, por tanto, en lo moral para toda la humanidad
y todas las naciones, es típico de este desafío. Algunas
diferencias de opinión son legítimas, en tanto que otras son
intolerables; debemos conocer las diferencias reales que definen esa
distinción.
Este aspecto sensible que surge en la noción que ciertas personas
tienen de la función de la soberanía, se resuelve al reflexionar
en la función esencial de la verdad como medida de la razón.
Nuestro deber en tanto república estadounidense, no es dictar lo que se
llama “verdad” a otras naciones; sin duda, el desempeño del
actual Gobierno de EU no nos confiere el privilegio de dictar “cambios de
régimen”. La autoridad de la verdad empieza con imponérnosla
nosotros mismos, que es el primer paso indispensable para que otros la
acepten.
Tenemos que escoger qué orientación a la misión
asignarnos nosotros mismos, a nuestra república. Luego, cuando lo hayamos
hecho, debemos decírselo a otras naciones y ofrecerles la oportunidad de
que cooperen con nosotros. Sin objeción razonable, tenemos la mejor
constitución jamás redactada para una república; nos ha
servido bien cada vez que le hemos servido bien. Como hecho histórico, no
hay prueba racional alguna en contrario desde que emergimos como una potencia
mundial, con la victoria contra el proyecto de la Confederación del lord
Palmerston de la Gran Bretaña imperial. Nuestra Constitución fue
redactada como una destilación de toda la experiencia de la
civilización europea hasta entonces, desde, literalmente, el poema de
Solón. Como muestra el desempeño del presidente Franklin
Roosevelt, el mundo en general estaba en su mayor parte dispuesto a aceptar
nuestra política de posguerra de reconstrucción mundial de las
relaciones entre Estados soberanos, de no haber traicionado, nosotros mismos, el
compromiso que ese presidente había representado.
Hoy el mundo no podría escapar de la embestida de la amenaza de una
crisis de desintegración general planetaria, sin que ofrezcamos la
iniciativa decisiva en torno a la cual los gobiernos racionales del mundo pronto
se unirían, sin un motivo más remoto que una franca
percepción de su propio interés inmediato urgente y desesperado
por sobrevivir en tanto naciones. Ningún gobierno actual de Europa
Occidental y Central podría hacer esto, ni de Asia ni de otras partes de
las Américas. En eso estriba nuestra misión nacional en beneficio
de las naciones justamente soberanas de toda la humanidad.
Por encima de todo, no construiremos un imperio ni toleraremos uno nuevo,
ni siquiera de nuestra propia hechura, en este planeta. Es la naturaleza de lo
que fuimos creados para convertirnos, en el establecimiento de colonias europeas
para refugiarnos de la Europa oligárquica en Norteamérica, lugares
creados conforme a la naturaleza de los principios de nuestra
Constitución federal, aborrecer cualquier forma de imperio en este
planeta, de cualquier potencia nacional o de otra índole, incluyendo la
nuestra. Lo que necesitamos es un mundo de vecinos, y una política que
establezca que defenderemos, con todas nuestras fuerzas, el derecho de toda
persona en este planeta a disfrutar de la misma libertad.
Sin embargo, para esto, tenemos que cambiar nuestras costumbres, para
volvernos de nuevo, como con el liderato del presidente Franklin Roosevelt, lo
bastante sabios para representar esa política con eficacia.
4. Las gestiones legislativas de este
Congreso
Con la sesión inaugural del nuevo Congreso el 4 de enero de 2007,
hay muchas tareas pospuestas que cumplir, muchas lo antes posible. El asunto
central de entre todas ellas es la cuestión medular de definir e
instituir la forma de presupuesto de capital que EU necesita.
Sin esa forma de presupuesto de capital, nuestra república no
sobrevivirá ahora.
El principio que rige la formulación y aplicación de un
verdadero presupuesto de capital es un reflejo de los principios de la
economía física, más que de un sistema monetario como tal.
Aunque esta norma para hacer presupuestos de capital se ha incorporado a la
práctica contable en otras partes, en especial en el pasado, el principio
rector es en esencia uno distintivamente estadounidense. Ésta era la
norma administrativa y el pensamiento en la inversión en el propio EUA
desde 1861,[23] hasta el rabioso
arranque “desregulador” que hubo a iniciativa de las reformas
instauradas por la Comisión Trilateral que encabezaba el asesor de
seguridad nacional del Gobierno de Carter, Zbigniew
Brzezinski.[24]
De modo notable, para dejar claro el aspecto técnico, ha de hacerse
hincapié en que este cambio radical y destructivo que trajo la
Comisión Trilateral a la política estadounidense, reflejaba el
apoyo de Brzezinski de fines de los 1960 al viraje de la economía
estadounidense, de sus normas económicas tradicionales, al mundo de
fantasía de la “teoría de la información” y la
“inteligencia artificial” que se presentaron como la noción
de Brzezinski de una era
“tecnotrónica”.[25]
A este mismo respecto, debe añadirse que, para 1982, con la
aprobación de la francamente desaforada ley Kemp–Roth y las muy
radicales estafas que urdieron el sistema de la Reserva Federal y el informe
anual de la Casa Blanca sobre la economía, la doctrina federal vigente, y
las normas fiscales y de inversión generales, prácticamente
perdieron hasta la última pizca de cordura económica.
El rechazo del secretario general soviético Yuri Andrópov a
considerar la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) que le propuso el
presidente Ronald Reagan el 23 de marzo de 1983, no sólo condenó a
la economía soviética a su subsiguiente derrumbe, sino que
prácticamente eliminó la última oportunidad de hacer que EU
retomara esa prioridad económica nacional de motor científico que
hubiese tendido a darle marcha atrás a las locuras económicas y
relacionadas que imperaron en los
1970.[26]
Como recompensa por los errores de política nacional indicados,
nuestra república ha sufrido mucho, en especial el ochenta por ciento de
nuestros hogares más pobres, con la posibilidad inmediata de que pronto
la cosa empeore bastante para todos nuestros hogares. Sin un viraje a lo que
exige e implica el regreso a una orientación y norma de presupuestar el
capital en EU, no hay esperanza de preservar nuestra república en el
período inmediato y se aseguraría la condena del continente
eurasiático a una nueva Era de Tinieblas planetaria. La locura ha seguido
su curso por demasiado tiempo como para seguir tolerándola. Es hora de
despertar de golpe al Congreso estadounidense, entre otros, a las realidades de
la actual situación mundial.
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La cuestión central que encara el nuevo Congreso estadounidense es
definir e instituir un necesario presupuesto de capital que se funde en la
economía física, y no en un sistema monetario como tal. Esto
significa anular las reformas que trajeron el Zbigniew Brzezinski del Gobierno
de Carter y su Comisión Trilateral. Brzezinski habla en el Centro para el
Progreso Americano en marzo de 2007. (Foto: Dan
Sturman/EIRNS). |
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Dicho lo anterior en cuanto a antecedentes, vayamos ahora al meollo de
presupuestar el capital:
La porción de una inversión que puede considerarse que se
consumió en un año fiscal, es la que se ha usado físicamente. No debemos registrar el saldo de la inversión,
tras descontar lo que se usó en el año concerniente en curso, como
un gasto corriente. Del mismo modo, registrar todo desembolso federal para
proyectos de capital de varios años de duración en el mismo
año en que se autorizaron, representa un caso de incompetencia crasa de
juicio y una fuente de catástrofes potenciales, si tales prácticas
erradas continúan. De hecho, si al presente seguimos actuando como si, de
modo de suyo evidente, los fondos federales asignados a mejoras de capital en el
sector público o privado fueran gastos vigentes, nuestra economía
nacional estaría condenada ya a sufrir algo mucho peor que una
depresión económica, un desplome general como el que la Europa
medieval experimentó en la forma de una “Nueva Era de
Tinieblas”.
Lo que tenemos que hacer ahora es aumentar la emisión de
crédito del gobierno federal, la única agencia autorizada para
hacerlo en nuestro sistema constitucional, de modo que el monto total asignado a
cada uno de los siguientes años inmediatos exceda por mucho la suma
gastada en el año fiscal pertinente en curso. Es claro que éste es
un negocio delicado, pero indispensable, y representa una tarea que debemos
realizar —como puedo escuchar ahora decir en mi mente a la voz de mi
valiente y ahora fallecido amigo ruso, el profesor Taras Muranivsky—
“de la mejor manera”.
La “mejor manera” significa que los intereses que se cobren por
los fondos emitidos tienen que ser decentemente bajos, quizás por el
orden del 1 a 2% de interés simple, y que la acumulación de
capital (físico) real agregado exceda la deuda federal neta así
creada. A su vez, esto implica que tenemos que concentrar la asignación
de los gastos federales concernientes lejos de una “economía de
servicios”, excepto en tanto medida social temporal de alivio en el
interés público, y alejarse por completo de las formas financieras
especulativas de inversión o de desviación de los flujos de la
renta nacional hacia el juego o el uso recreativo de drogas o porquerías
afines. El ritmo de aumento del producto físico neto de la nación
debe exceder la acumulación de deuda federal.
Esto, por supuesto, implica una dedicación proporcional amplia al
aumento de la intensidad de capital de la inversión en, a su vez, el
aumento de la productividad física de toda la economía nacional.
El equilibrio necesario de la inversión apunta a un sector público
con desembolsos en la infraestructura económica básica por el
orden del bien calculado cincuenta por ciento, y exige un acento en el progreso
científico y tecnológico, con hincapié en la
producción física e inversión relacionada. El aumento de
los poderes productivos del trabajo definidos de manera física debe
medirse desde una perspectiva absoluta, y no porcentual, y debe expresar
progreso tecnológico, más que intensidad de trabajo.
El avance de la economía física deben guiarlo las
implicaciones de una inversión a gran escala en la fisión nuclear
en tanto fuente energética, como una modalidad primordial de un gran
programa de desalación dirigido a curar enfermedades de la
economía física, tales como la dependencia de las fuentes de agua
fósil, y para la conservación de otros acuíferos, del modo
que el caso de la región que va de Dakota del Norte hasta el oeste de
Texas es típico de esto último. Esto debe ir acompañado del
cometido enérgico de reunir la variedad de tecnologías conocidas y
en potencia conocibles que se asocia con la conquista relativamente
próxima de la fusión termonuclear, tanto como fuente
energética para la economía, como para que desempeñe una
función decisiva en acrecentar y de otro modo administrar los llamados
recursos fósiles.
La ampliación del programa espacial debe considerarse, en esencia,
como un motor científico que sea la punta de lanza para muchos de los
avances aplicables en la tecnología necesaria para mejorar la
economía ligada a la Tierra.
El paradigma de Roosevelt
Semejante programa exige restablecer la clase de pensamiento que se asocia
con una economía de “comercio justo”, más que
“libre”, y pensar en el capital físico y financiero como lo
hacíamos con Franklin Roosevelt.
El principio del que depende el éxito de un programa tal es el de
fomentar el aumento de la productividad física, per cápita y por
kilómetro cuadrado, mediante el progreso tecnológico impulsado por
la ciencia en el mejoramiento de los poderes productivos del trabajo. Esto
significa un progreso tecnológico como el que expresa el acento en una
economía de motor científico, de la clase que llevó a EU y
sus aliados a derrotar a Hitler y compañía en los preparativos
para la Segunda Guerra Mundial y su conducción.
En contra de los críticos mordaces habituales de tales medidas,
considera lo siguiente.
De haber vivido Franklin Roosevelt, la liberación del mundo del
legado imperial del colonialismo y cosas parecidas hubiera creado un vasto
mercado de capital para los productos de una concentración de
producción de guerra estadounidense reconvertida, y la reinversión
de los márgenes de la deuda de guerra en nueva formación de
capital, aquí y en el extranjero, aunque se hubiera asociado con la
combinación de una austeridad temporal, hubiera significado una
acumulación saludable de capital real. Nuestra experiencia en el
período del Gobierno de Truman comprendió pruebas significativas
en apoyo de este beneficio de la continuación de una orientación
rooseveltiana, en vez de una churchilliana pro colonialista; pero, con las
políticas descaminadas de Truman, la proporción del beneficio fue
simplemente insuficiente.
El concepto es claro si consideramos los hechos desde la perspectiva de los
principios de la economía física, más que de la mera
teoría monetaria. Sin duda, el pensamiento monetarista es en sí el
origen del gran error pertinente de juicio en este asunto.
El dogma monetarista presume que prestar dinero genera lo que el mismo
considera valor económico. De hecho, como dijo alguna vez el finado John
Kenneth Galbraith sobre el dinero que se perdió en el crac de 1929 y su
secuela: sólo es papel. En el sistema constitucional
estadounidense, que es en esencia uno físico–económico,
más que uno fundado en la usura, el valor que se asocia con el dinero es
lo que un gobierno puede hacer que éste haga. Como ejemplo de esto,
considera la manera en que EUA tiene que actuar ahora para evitar lo que un
desplome profundo del valor percibido del dólar haría en desatar
un hundimiento de reacción en cadena de la economía mundial entera
en una virtual, o incluso verdadera “nueva Era de
Tinieblas”.
El nuevo dólar
Contrario al dogma monetarista, en realidad el valor del dólar desde
1945 ha tenido como premisa principal la percepción de que su valor
futuro es más o menos seguro. Así que, al término de la
Segunda Guerra Mundial, el dólar era prácticamente la única
moneda estable del mundo, un dólar cuyo valor estaba sujeto a la
garantía de un sistema de tipos de cambio fijos ligado, no a un
patrón oro, sino a algo muy diferente, un sistema de reservas de
oro.
Dicho sistema lo socavó más que nada la combinación de
las secuelas de la mal concebida guerra de EU en Indochina, y la ruina de la
economía física del Reino Unido con el primer Gobierno de Harold
Wilson. La sucesión de las crisis de la libra esterlina y el dólar
entre 1967 y 1968 intersecó las consecuencias del tronido de los
sesentiocheros a principios de 1968, cuando los ataques de éstos contra
el estrato “obrero” destruyeron la influencia del legado de Kennedy
en el Partido Demócrata. Así, la elección general de 1968
le abrió la puerta a una explosión de monetarismo desaforado a
todo lo largo de los 1970. En el transcurso de esta explosión, la
devaluación del dólar y el establecimiento de un sistema de tipos
de cambio flotantes en 1971–1972, seguidos por la conferencia de
Rambouillet, crearon lo que en efecto fue un sistema monetario internacional
fundado en el acuerdo de creer en la función del dólar como la
moneda de reserva del sistema mundial de paridades flotantes.
La embestida del debilitamiento de la función de ese dólar
mundial en tanto moneda implícita de reserva y la amenaza de que se le
pierda la fe, presagian el derrumbe más bien inmediato, como de
reacción en cadena, de un sistema norteamericano y europeo ya podrido;
con el desplome de estos sectores, el planeta entero cae en una nueva Era de
Tinieblas mundial. Entre tanto, el estado de agitación de la burbuja
financiera que se construyó en razón de la expansión del
sector de los valores hipotecarios en EUA, España y otras partes,
está entre los detonadores más importantes de una implosión
general de todos los mercados financieros del orbe.
El potencial de un desplome económico y monetario–financiero
de esa clase perdurará. Sin embargo, la realidad de esa amenaza puede
controlarse, de poder mantenerse el valor estable percibido del dólar en
el mediano a largo plazo. No es el valor monetario del dólar el que ha de
considerarse, sino la percepción política de que EUA, en concierto
con otros socios, se compromete a mantener la paridad del dólar, que
funciona como una virtual moneda de reserva mundial, para los propósitos
de la liquidación programada de las cuentas en una o más
generaciones. El valor nominal del dólar es, por consiguiente, su valor
político, que se funda en la confianza razonable de que la
liquidación de las cuentas puede distribuirse a lo largo de ese
período venidero.
La capacidad de hacer y, lo que es aun más delicado, mantener tales
promesas, exige erigir un sistema de acuerdos y medidas proteccionistas entre
naciones importantes, que sea típico de las regiones pertinentes del
mundo. Los acuerdos de Estado a Estado, de grupos de Estados a grupos de
Estados, en especial los de largo plazo, los que favorezcan el proteccionismo,
serían el baluarte del que depende evitar la embestida actual de un
derrumbe general.
Los acuerdos proteccionistas son necesarios para las relaciones de Estado a
Estado; también es indispensable una anulación enérgica de
los acuerdos “librecambistas” vigentes, a fin de crear las
condiciones necesarias para darle impulso a virajes de las economías
nacionales, de un llamado modelo de “economía de servicios”,
a uno de producción con un uso intensivo de capital. Esta forma de
proteccionismo no implica una reducción del comercio mundial; demanda una
nueva estructura de capital físico para ponerle un acento ampliado al uso
intensivo de capital en un comercio mundial tecnológicamente progresista
de bienes duraderos.
La creación de crédito nuevo
El impulso inicial de cualquier programa federal de recuperación
económica se concentrará en inversiones en la infraestructura
económica básica, con un acento en las categorías con un
uso intensivo de capital, tales como la energía, en especial la de
fisión nuclear; la gestión de aguas; el transporte colectivo; la
reconstrucción de infraestructura para la agricultura familiar
progresista en lo tecnológico en las que han sido regiones
agrícolas tradicionales; y la reconfiguración de las zonas
urbanas. Se necesitarán cortes drásticos al costo de la
educación superior para los estudiantes, y una reorientación de la
educación primaria y secundaria hacia una modalidad de motor
científico–tecnológico y cultural clásico en aulas de
lo que hace una o dos generaciones era un tamaño tradicional
moderado.
La reconstrucción de infraestructura, en especial la de modalidades
con un uso intensivo de capital, será el motor inicial que le dé
marcha atrás a la tendencia anterior de ir de una economía
agroindustrial a una de “servicios” y desempleo. El estímulo
a la recuperación de la contratación privada y el apoyo
relacionado a la instalación de infraestructura impulsará el
proceso hacia una reanudación de la misión primera de EUA en tanto
economía agroindustrial descollante del mundo.
La perspectiva general de recuperación y desarrollo de más
largo plazo tendrá como premisa el efecto del uso de la fisión
nuclear a una escala muy grande, además de una orientación hacia
las tecnologías futuras relacionadas con la fusión termonuclear.
Estas tecnologías de punta en esencia son manifestaciones de efectos de
“alta densidad energética” en la tecnología y, cuando
se emplean de este modo, representan la fase superior de la productividad per
cápita y por kilómetro cuadrado de toda la
economía.
El furor actual, que con justicia se describe como el fraude de la
energía verde, es típico del problema en la forma de pensar que
tiene que corregirse, si es que ha de evitarse un derrumbe económico. La
fisión nuclear es al presente la fuente más eficiente de
energía. En ciertas modalidades, es una fuente de generación local
de combustibles de hidrógeno y relacionados a partir del agua, lo que
elimina la dependencia del factor de costo del transporte a distancias largas y
caras de una materia prima pobre que tiene un mejor uso como insumo
químico, el petróleo. La noción de que el maíz
podría ser la fuente de combustible nacional para los automóviles
es, en esencia, un fraude y un robo deliberados. La amenaza para el abasto de
alimentos que implica dedicar zonas agrícolas a un programa de gasolina
de alcohol u otro afín es monstruosa, en especial si se proyecta como lo
pronostican ahora ciertas fuentes pertinentes. El costo físico real no
justifica sus afirmaciones, y la consecuencia de depender de tales fuentes de
combustible consumiría tanta tierra de cultivo como para ser la
tatarabuela de todas las catástrofes ecológicas, pues las familias
sobrevivientes de alguna gente vivirán para maldecir por siempre la
memoria de los creadores de semejante “elefante blanco” asesino y de
suyo antieconómico.
 |
Ver ampliación
Necesitamos plantas de fisión nuclear que produzcan hidrógeno
y combustibles relacionados a partir del agua. “La noción de que el
maíz podría ser la fuente de combustible nacional para los
automóviles es, en esencia, un fraude y un robo deliberados”.
Diseño de General Atomics que acopla un reactor de helio de alta
temperatura, el GT–MHR, con una planta de producción de
hidrógeno. (Foto: General Atomics) |
Probablemente el aspecto más interesante e importante del proceso de
generar crédito para la inversión productiva a gran escala sea el
que representan las perspectivas del desarrollo eurasiático con la clase
de políticas que aquí formulo.
En nuestro sistema constitucional estadounidense, el crédito se
genera por el compromiso legítimo del gobierno federal de emitir dinero.
La alternativa, en los mercados mundiales, son los tratados de largo plazo entre
las naciones. En este último caso, al considerar las posibilidades de
cooperación entre naciones europeas y asiáticas, nuestra
atención debe centrarse en lo principal en tratados de peso con plazos de
entre veinticinco y cincuenta años, acuerdos que abarquen inversiones de
largo plazo en infraestructura a gran escala y programas productivos. De nuevo,
el costo recomendado del crédito primario de largo plazo sería de
entre 1 y 2% de interés simple.
Al considerar el tamaño y condición de la población de
Asia como tal, gran parte de la capacidad otrora industrial y relacionada de
Europa Occidental y Central se movilizará para satisfacer la demanda.
Cuando vemos lo que presagian las tendencias, a una escala más limitada
ahora, el programa general para Eurasia con esos lineamientos se
inclinará a seguir el flujo de las capitales, de Berlín a
Moscú, a Pekín y a Delhi, así como, de modo parecido, a
otras pertinentes. EUA, aunque en cooperación a través del
Atlántico y el Pacífico, pondrá el acento en su
asociación con naciones revitalizadas a nuestro sur. Juntos, los de
Eurasia y las Américas, asumiremos la responsabilidad primordial de
rescatar a África.
Sin semejantes perspectivas, no hay esperanza inmediata para la amenazada
civilización mundial de hoy. Para esta misión, necesitamos
líderes que piensen de cierta manera, que se comprometan y cumplan de esa
cierta manera. ¿Quién hace lo necesario por cumplir esos objetivos,
y quién siempre actúa como lo que Federico Schiller
identificó como “ciudadanos del mundo y patriotas”, hombres y
mujeres que son verdaderos líderes, líderes que han adoptado una
misión por su nación, y también por toda la humanidad?
Tenemos que pensar en hombres y mujeres que ven posarse sobre ellos los ojos del
Creador en todo lo que hacen por el bien de las naciones y sus pueblos,
según lo exija la situación. La confianza y el cumplimiento en la
dedicación a la misión es lo que aportará la confianza
popular necesaria para que dicha misión prospere. Así que no hay
que temer a la gran crisis que ahora encaramos en lo inmediato. Es la confianza
restaurada de los pueblos en sus gobiernos, una confianza renovada de la gente
en el significado del desenlace de su propia vida que, si lo permitimos, nos
llevará, llevará al mundo a puerto seguro a través de la
tormenta monstruosa de crisis que ahora se ciernen sobre nosotros desde todas
direcciones.
—Traducción de Emiliano Andino, Fernando Espósito,
Diego Bogomolny, Oscar Valenzuela, Ingrid Torres, Jonás Velazco, Mariana
Toriz y Laura Flores del LYM.
[1]Esto
sería (o tal vez “será”) evidente en los efectos de
reacción en cadena de un desplome de la economía estadounidense en
el futuro inmediato. Un desplome de esta economía significaría una
caída de EU como importador para el mundo (como a Asia). También
significaría un derrumbe de reacción en cadena de todo el sistema
monetario–financiero del planeta, a menos que se proporcionara casi de
inmediato un sustituto a la Franklin Roosevelt. La pérdida de
productividad neta por tales efectos de reacción en cadena en Asia, por
sí sola, disminuiría el rendimiento productivo neto per
cápita de todo el mundo. Así, al considerar la economía
mundial de conjunto, en el intervalo de 1971–2006 el potencial productivo
de la especie humana menguó, en su efecto neto, en el transcurso de este
período de treinta y cinco
años.
[2]La
fábula de las abejas, de Bernard
Mandeville.
[3]La
Paz de París de febrero de 1763 estableció al sistema liberal
angloholandés como el núcleo de un virtual imperio mundial que
tomó como modelo el sistema medieval de la asociación de la
oligarquía financiera veneciana con los carniceros antisemitas y
aborrecedores de los musulmanes conocidos como la caballería normanda. En
un sentido significativo, cuando la oligarquía financiera veneciana
perdió su capacidad de funcionar como una potencia marítima con
sede en el Adriático, en los últimos veinticinco años del
siglo 17, esos venecianos que seguían los pasos de Paolo Sarpi se mudaron
al norte, a bases marítimas en Inglaterra y la vieja región
hanceática que va de los Países Bajos hasta el Báltico.
Este sistema de Sarpi y sus seguidores se ha conocido hasta nuestros días
como liberalismo. Esto es contrario a las imágenes infantilmente
románticas de un Imperio Británico producto de una
monarquía; esa monarquía, desde Guillermo de Orange, pero de modo
más categórico desde 1714, es un instrumento siempre en potencia
prescindible de una formación social como de moho lamoso, que representan
los oligarcas financieros que colaboran y compiten en la tradición de
banqueros medievales tales como la Casa de Bardi de Lucca. La idea de la
“globalización” como la eliminación de la existencia
de la institución del Estado nacional republicano moderno, es un calco
explícito, en su intención, del sistema medieval que entró
en la Nueva Era de Tinieblas a mediados del siglo
14.
[4]En
la segunda versión de la ópera, este soliloquio aparece como una
modificación de Verdi, a instancias de
Boito.
[5]En
cuanto al concepto del ser humano individual, la necedad del llamado
“fundamentalista” es que piensa como cartesiano, que ve a los
individuos como pequeñas partículas que se bombardean unas a otras
en un sistema gaseoso. La existencia de los sistemas vivos nunca es
cinética, sino siempre dinámica, en el sentido del término
“dinámica” que se encuentra en la obra de los
pitagóricos, Platón y Godofredo Leibniz. La sociedad ha de
diseñarse para fomentar las condiciones de la vida humana. No podemos
convertir una sociedad mala en una buena, simplemente una por la otra; tenemos
que cambiar el diseño axiomático de toda la sociedad, tal como el
sistema constitucional estadounidense es superior en lo moral a cualquiera de
las reliquias de tradición feudal de Europa, aun hoy. Para fomentar la
vida humana, tienes que fomentar con eficacia la creatividad científica y
relacionada como el principio constitucional de legitimidad que la
función de la sociedad tiene como
premisa.
[6]Al
final de su vida, en el Instituto Princeton, en compañía de Kurt
Gödel, Einstein abundó aun más en el razonamiento que
planteó contra las sofisterías reduccionistas de las
célebres conferencias científicas de los 1920. Hizo
hincapié en que el alma de los logros de la ciencia física moderna
se aloja entre los extremos de las contribuciones fundamentales de Johannes
Kepler y Bernhard Riemann. La famosa demostración de Gödel de 1930,
de lo absurdo de la premisa fundamental del Principia
mathemática de Bertrand Russell (por lo que el casi autista de
John von Neumann y los de su ralea nunca aceptaron en realidad a Gödel),
apunta a las afinidades pertinentes de Einstein y Gödel. El concepto de
dinámica que se refleja en la evolución del pensamiento de
Einstein y la perspectiva del principio de dinámica que encarnaba la obra
del académico V.I. Vernadsky, son hoy la llave al dominio práctico
de la economía como un departamento de la ciencia física
antientrópica. La distinción entre las hipergeometrías
meramente formales y las de veras físicas es decisiva para cualquier
representación de la obra de
Riemann.
[7]A
este respecto, la obra explícita de Riemann se asocia con la manera en
que se trata la noción de análisis situs, como la introdujo
Leibniz, como un concepto decisivo en la propia obra de Riemann. La
comparación del tratamiento de esta noción de análisis
situs por Riemann, como lo había planteado Leibniz, nos lleva a
reconocer antecedentes de este aspecto clave de la noción de dinámica como inherente al tratamiento pitagórico de las
nociones distintas de punto, línea y sólido, de un modo por
completo contrario a las definiciones de Euclides. Se le asocia con el famoso
aforismo de Heráclito, como esto viene al caso en el razonamiento de
Platón en su Parménides. Está
implícito en De docta ignorantia de Cusa, y empapa el
método de desarrollo de la fundación de la astrofísica
moderna en la obra de
Kepler.
[8]Aunque
esto ya está implícito en la obra de los pitagóricos y
Platón,
etc.
[9]Mystérium
cosmográphicum, Astronomía nova y Harmonices
mundi, por Johannes
Kepler.
[10]Por
ejemplo, Spécimen dynánicum, de Leibniz (1965). Ver
la decisiva “Una breve demostración. . .” (1688) de
Leibniz, en Cartas y documentos filosóficos de Godofredo Guillermo
Leibniz, donde aparece la famosa crítica específica a la
incompetencia metodológica de
Descartes.
[11]Los
principios de la esférica fueron preservados en la escuela de la
Academia de Platón, como lo ejemplifica la obra de Eratóstenes.
Con la muerte de Eratóstenes y de su correspondiente, Arquímedes
de Siracusa, y con el ascenso de Roma a una condición imperial, la
ciencia europea prácticamente murió, pero con excepciones tales
como el cenit cultural del Califato de Bagdad e Ibn Sina. Estos principios
perdidos los revivió, en lo principal, De docta ignorantia del Cardenal de Cusa, entre cuyos seguidores estaban, de manera más
notable, Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y Kepler. Esto se refleja con
más claridad en los elementos decisivos de la obra de Pierre de Fermat y
de Leibniz, así como en el principal maestro de matemáticas desde
mediados hasta fines del siglo 18, el maestro de Gauss, Abraham Kästner.
Esto, para poner de relieve que la tradición de la esférica antieuclidiana se remonta a la astrofísica del antiguo Egipto, de la que
los griegos de marras derivaron los cimientos de sus propios cánones. No
sólo sería justo, sino preciso decir que Riemann se percató
de los principios de la geometría física antieuclidiana ya con
claridad implícitos en la obra de Cusa, Leibniz, Jean Bernoulli, Gauss,
Dirichlet y
otros.
[12]How
the Nation Was Won (Cómo se ganó la nación), de H.
Graham Lowry (Washington D.C.: Executive Intelligence Review,
1988).
[13]Los
adultos jóvenes asociados conmigo han fundado una publicación de
internet en inglés llamada Dynamis, cuya edición de
diciembre de 2006 (vol. 1, núm. 2) incluye una traducción al
inglés de Tarrjana Dorsey y otros, de la introducción de Carl F.
Gauss a su Allgemeine Theorie des Erdmagnetimus (Teoría
general del magnetismo de la Tierra). Ver www.seattlelym.com. Este trabajo de
Gauss tiene implicaciones que sacaron a relucir Dirichlet y Riemann, de manera
sucesiva.
[14]Esto
es como decir que es una cualidad antientrópica de poder del universo a
la que la mente humana puede “colarse”, pues ninguna otra especie
muestra este potencial. La claridad a este respecto la posibilitó la
definición rigurosa de Vernadsky de biosfera; esa distinción
dinámica entre la biosfera y la química del dominio inerte
mostró que existía una separación comparable del
espacio–fase, en la función del hombre, en relación con la
biosfera: la noosfera. Esta afirmación refleja una noción similar
que adopté en el intervalo inmediato posterior a la Segunda Guerra
Mundial, una noción que cristalizó, para mí, en 1948, del
modo que la incitó mi reacción al absurdo obvio que
subyacía en el tema principal de la Cibernética de
Norbert Wiener. Mi visión del nexo entre esta noción de 1948 y el
concepto de Vernadsky de la noosfera surgió aproximadamente una
década después, como una consecuencia de mi reconocimiento gradual
de las implicaciones más amplias de mi identificación previa, en
1952–1953, de la importancia del principio de
Riemann.
[15]El
uso popular negligente del lenguaje hoy día aplica la palabra
“creatividad” a toda clase de innovaciones que no tienen ninguna
relación con el uso del término “creatividad”, para
significar una prueba validada por experimento de un principio físico
universal definido. Aquí, sólo se permite el uso estricto del
término para la ciencia física o la composición
artística
clásica.
[16]Esa
expresión, “la búsqueda de la felicidad”, la tomaron
los fundadores de nuestra república de los Nuevos ensayos sobre el
entendimiento humano de Godofredo Leibniz. El trabajo en el que esa
expresión estaba ubicada, para Franklin y compañía, la
había escrito Leibniz como una parte prevista de su debate literario de
principio en curso con John Locke. La muerte de Locke hizo que Leibniz retrasara
la publicación de los Nuevos ensayos. Sin embargo,
más tarde grupos alemanes asociados con el principal maestro de
matemáticas de la época, el alemán Abraham Kästner, se
aseguraron de que este documento de Leibniz se le enviara a Franklin vía
Londres. Hubo problemas para su entrega inicial, pero después le
llegó.
Esta obra representa un elemento
significativo del paso del trabajo de Leibniz sobre política, y a partir
de su fundación de la ciencia de la economía física en
1671–1672, a la definición posterior de esas características
del sistema constitucional estadounidense de autogobierno y economía
política que reflejó el trabajo de Alexander Hamilton. Estas
conexiones con la obra de Leibniz tuvieron una función primordial
decisiva en definir el sistema constitucional federal de EU, en oposición
directa y total al pensamiento de empiristas ingleses tales como John
Locke.
A.G. Kästner nació en Leipzig en
1719, poco después de que muriera Leibniz. Como relatan algunos detalles
biográficos pertinentes que ahora están, más bien de manera
conveniente, disponibles para los investigadores en la obra publicada, con un
prefacio de Johann Ehrenfriend Hofmann, en una reedición de 1970 de Geschichte der Mathematik (Nueva York: Olms, 1970) de
Kästner. Kästner fue hijo de un jurista de la Universidad de Leipzig,
quien, a su vez, devino en una figura muy influyente de su época como
matemático, pero también en el renacimiento de la cultura
clásica en Europa. Kästner, quien adoptó una
dedicación de toda la vida a la defensa de los principios de la obra de
Leibniz y Juan Sebastián Bach, es por otra parte famoso como el maestro y
amigo del Gotthold Lessing que, junto con Moisés Mendelssohn,
emprendió el movimiento cultural que posibilitó el apoyo europeo a
la causa americana.
Con el tiempo, la carrera
académica de Kästner lo llevó, como profesor de física
y matemáticas, a la Universidad de Gotinga, donde fue el anfitrión
de una visita de Benjamín Franklin. Kästner, como el fundador de una
geometría explícitamente antieuclidiana moderna, también es
famoso en la historia de las matemáticas por su participación,
junto con Zimmerman, como una de las figuras clave en la educación de
Carl F. Gauss. Por desgracia, la representación de Hofsmann de las
cuestiones de la defensa que hace Kästner de Leibniz en contra de los
fraudes de Euler, D’Alembert, Lagrange, Laplace y demás, es una
maquinación artificial directamente contraria a la realidad, como lo
muestra el hecho de que su alumno, Carl F. Gauss, pulverizó a los
newtonianos, en cuanto a método, con su disertación de 1799, una
disertación sobre el tema de lo que luego se rebautizó como su
primera versión de El teorema fundamental del
álgebra.
[17]A
Myron Scholes se le identificó como coautor, junto con Robert Merton, de
la fórmula Black–Scholes, a la que se le adjudicó el
crédito técnico por la catástrofe del LTCM de 1998. El
Black de la fórmula Black–Scholes era la Fisher Black que
murió en
1997.
[18]La
introducción de lo que vino a conocerse como Newton en las sandeces
ideológicas de las Islas Británicas, la llevó a cabo un
clérigo veneciano de la tradición de Paolo Sarpi que
residía en París, un tipo conocido como Antonio Conti. Conti, un
adorador confeso de Descartes, buscó la manera de llevar una enfermedad
mental, el cartesianismo, de Francia a una Inglaterra que en ese tiempo
oficialmente solía odiar todo lo que fuera francés. Para ello, los
cómplices ingleses de Conti escogieron a un pobre aficionado a la magia
negra, Isaac Newton, como su “pichón”, por así
decirlo. (Al abrirse más tarde el arcón de documentos de Isaac
Newton, bajo la dirección de John Maynard Keynes, se reveló un
montón de magia negra y cosas por el estilo dignas de un manicomio,
¡pero ni una brizna de trabajo científico verdadero! Keynes, tras
dar a conocer las hórridas porquerías así descubiertas,
atacó el contenido del arcón cómo locuras dignas del
sacerdocio babilónico, y, de hecho, de la secta prestamista leonina del
Apolo délfico pitio de Gaia; sugirió cerrar para siempre el
cofre). No hay ningún misterio propiamente en esto; la
falsificación fracturada de trabajos escogidos de Kepler y demás
en realidad la habían realizado equipos, fundados en fraudes del lacayo
de Sarpi, Galileo, e incluía las marañas de figuras como Hooke.
Por la artimaña de asignarle la autoría de lo que dizque era el
trabajo de Newton a un idiota científico como él, habían
escogido a una persona que no representaba potencial alguno de proferir ninguna
explicación verdadera de sus supuestos descubrimientos, y, por ello,
mantuvieron el escrutinio de los descubrimientos que fraudulentamente alegaba
Newton fuera del alcance de un escándalo público. El principio
así expresado es que, si algún charlatán alega que un
maniquí de plástico ha hecho un gran descubrimiento, no hay
peligro de que el maniquí diga algo que avergüence a los que
hicieron las afirmaciones del caso en nombre del muñeco. Sin embargo, fue
el converso cartesiano, el propio Conti veneciano, el que, con la ayuda de
Abraham de Moivre y D’Alembert, mantuvo el fraude de Newton entre los
salones que proliferaron en el continente europeo hasta la muerte misma de Conti
en 1749 y
después.
[19]Fue
típica mi experiencia de 1941 al leer partes del texto de Luther
Eisenhart de Princeton sobre física riemanniana, el cual evitó que
examinara más de cerca la obra de Riemann sino hasta 1952–1953,
cuando me regresaron a él aspectos problemáticos con los que
topé en lo que había sido mi estudio apasionado del trabajo a
menudo brillante de George Cantor de los 1880, pero también el defectuoso
de los 1890. Mi propia asociación con la función de las
transformaciones tecnológicas del proceso productivo, “en el lugar
de producción”, el cual me ha incitado a atacar las nociones de la
“teoría de la información” de Norbert Wiener y John
von Neumann como fraudes ontológicos, fue clave en mi
reconciliación con el método riemanniano. Mis reflexiones de
1952–1953 sobre mi experiencia previa con el texto de Eisenhart me
llevó entonces, y desde entonces, a poner el mayor acento en la cualidad
absoluta de la distinción funcional entre las meras matemáticas y
las por lo general parecidas por encima, cuyo objeto es primariamente
ontológico en cuanto a eficiencia, en vez de en esencia
formal.
[20]Cf.
H. Graham Lowry, op. cit. (nota
12).
[21]Así,
en el mismo espíritu, el perverso Galileo se especializaba en darle
asesoría estadística a una clientela de jugadores compulsivos de
su
tiempo.
[22]En
defensa de la poesía, aunque se acabó de escribir en 1821,
se publicó por primera vez en 1840, como parte de una colección de
sus ensayos y alguna correspondencia. Es importante que la apreciación de
esta obra se sitúe en el marco de los estudios de Shelley y de su
ambiente en la época en la que se escribió. La experiencia de
Shelley se empalma con la sucesión y contrastes —que considera la
obra de mi esposa, la especialista en Cusa y Schiller, Helga
Zepp–LaRouche— entre Federico Schiller y Heinrich Heine en Alemania,
que se expresaron en sus escritos en el período concerniente de la vida
de
Shelley.
[23]La
toma de posesión del presidente Abraham Lincoln trajo lo que en esencia
eran las características agroindustriales y sociales de las doctrinas del
Sistema Americano de Henry A. Carey a la norma federal estadounidense, las
mismas políticas que Carey en persona le dio a conocer a la Alemania del
canciller Bismarck a fines de los 1870 y, de modo indirecto, a Japón.
Éstas fueron las mismas políticas que Mendeléiev le
llevó a la Rusia del zar Alejandro III, de la exhibición del
Centenario de 1876 en Filadelfia. Aunque las habían incorporado a la
república estadounidense Franklin, Alexander Hamilton y otros, los
reveses que le dieron a los intereses estratégicos de EU la
Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, y la llegada a la
Presidencia del paniaguado de Wall Street de Martin van Buren, notorio por el
timo del banco agrario, Andrew Jackson, pospusieron la consolidación de
las directrices económicas del sistema constitucional estadounidense
hasta lo que aconteció con la presidencia de
Lincoln.
[24]El Proyecto para los 1980 (Nueva York: Magraw–Hill, 1977) de
1975–1976, del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York, fue un
proyecto que supervisaron la Comisión Trilateral, de manera notable el ex
director de la Comisión (1973–1976), el asesor de seguridad
nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski; el secretario de Estado Cyrus Vance; y
Mariam
Camp.
[25]Brzezinski
fue el autor de Between Two Ages: America’s Role in the Technotronic
Era (En medio de dos eras: El papel de Estados Unidos en la era
tecnotrónica. Nueva York: Viking press, 1971) e International
Politics in the Technotronic Era (Política internacional en la
era tecnotrónica. Tokio: Universidad de Sofía, 1971). Al abordar
las presiones que fueron surgiendo en el viraje de la “era
industrial” a una de servicios, automatización y
cibernética, escribió en el volumen de 1970 que la
Revolución Tecnotrónica está empezando a romper al Estado
nacional en una “ciudad global; una red nerviosa, agitada, tensa y
fragmentada de relaciones
interdependientes”.
[26]Puedo
informar, como un conocedor importante de estos acontecimientos, que este cambio
no sólo se hubiera efectuado en EUA, sino también en buena parte
de Europa Occidental y Central continental. Cuando Andrópov
rechazó de plano siquiera su deliberación oficial con el
presidente Reagan, no sólo prácticamente se condenó
él, sino que los oponentes estadounidenses de la IDE se me abalanzaron a
la yugular, lo cual llevó a cierta desazón que mis colaboradores y
yo experimentamos, tanto en EUA como en Europa, de manera más acentuada,
de principios de 1983 a la fecha. La historia verdadera suele ser
así.
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