Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, núm. 7

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Estudios estratégicos

 

Los fosos de la superstición popular

La danza de los ibiotas

por Lyndon H. LaRouche

18 de enero de 2007.

Se conocieron y casaron durante una sesión espiritista. Ella era un espectro. Su mayor atractivo, al parecer de él, pese a lo quejosa que era, es que no le costaría mucho alimentarla.

huerfanos

(Caricatura: Brian McAndrews)

No importa cómo saques la cuenta, sólo sería posible defender la actual promoción de lo que hoy en día llaman “biocombustibles” con un cálculo fraudulento. Los creyentes de la secta de los “ibiotas” no pueden culpar a nadie excepto a sí mismos por el resultado inevitable de aferrarse a semejante política. Esto es lo más relevante de la situación, aun sin tomar en cuenta el costo de seguro enorme en vidas asesinadas por el efecto de continuar introduciendo de forma repetida esta política; el efecto sobre el abasto de alimentos y, por tanto, también sobre la esperanza de vida de los seres humanos en general. Recomiendo el uso de ese término de oprobio: “ibiota” o “biotimado”. No lo hago por crueldad, sino más bien por ser los menos ofensivos entre los eufemismos veraces disponibles.

La “ibiotez” ahora en boga es la clase de fraude intrínseco, y con efectos parecidos, que algunos tipos podrían admirar como los encantos de una prostituta portadora de una enfermedad transmisible y probablemente fatal. El riesgo debió ser evidente de una vez para cualquiera con un mínimo de competencia científica, de no haberlo corrompido el encanto de una oportunidad tentadora. De allí que, entre los embaucados por la ibiotez, son relativamente pocos los seres humanos adultos a los que realmente les importe ahora si el concepto del “pedóleo” tiene sentido o no. En general, entre los motivos aducidos a favor de este esquema, el principal es como el del apostador compulsivo: un oportunismo fanático temerario y, casi igual de alocado, el simple deseo de creer.

Para muchos de estos culpables, la elección especifica de motivo es un taimado “creo que puedo sacarle ventaja (o un voto en la siguiente elección) a este fraude”. Para los fanáticos, que comparten esta misma calidad general de degeneración con los “neoconservadores”, esto les ofrece otra oportunidad para rebajar la norma de creencia y conducta popular de la población al nivel moral de una especie inferior a la noble clorofila; de hecho, al nivel cultural sistémico del carbón, aproximadamente.

Mis compañeros al presente preparan unas pruebas de primera aproximación más que adecuadas, que ponen al descubierto aspectos decisivos del fraude de los biocombustibles, fraude que también ha hecho presa de las mentes de los mentecatos del caso en el Congreso, y en algunas legislaturas estatales de Estados Unidos.[1] En este escrito, me propongo añadir algo más profundo, que vaya cualitativamente más allá de las tareas necesarias que llevan a cabo mis colaboradores. Mi misión es introducir el tema de una cualidad profunda de inmoralidad pagana, una inmoralidad que el fraude de la ibiotez refleja en la forma corrupta de pensar, a la que las tendencias culturales actuales han inducido a muchos tontos de la población mundial en general.

alquimista

El alquimista (detalle), de Pieter Bruegel el Viejo.

En una lista de causas, el fraude de los “biocombustibles” también podría clasificarse como “genocidio”. De hecho, es una forma peculiar de genocidio, que se fomenta por medios tales como inducir a las víctimas pretendidas a someterse al estilo de los individuos de una turba, que se ofrecen de voluntarios para ayudar a su propio linchamiento o degüello.

1.  El fraude llamado ‘termodinámica’

Hay dos niveles cualitativamente distintos del fraude llamado “biocombustibles”. A nivel superficial, lo que se aduce a favor de la promoción de los biocombustibles es un timo sencillo que le imponen a la suerte de crédulos hipócritas entre nosotros. En su expresión supuestamente más sofisticada, y más perversa, el fraude de los biocombustibles tiene implicaciones morales más profundas, más ominosas para la existencia de la especie humana en general. A esto es lo que me refiero aquí. La palabra clave para este fraude más profundo es “termodinámica”.

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Primera aproximación de Kepler a la geometría de las órbitas planetarias, en Mystérium cosmográphicum. Cada sólido platónico está alojado en una esfera, cada cual define el radio de las órbitas. Su descubrimiento posterior de la elipsidad de las órbitas generó un concepto más complejo, mismo que desarrolló en La armonía del mundo.

Lo que hoy se conoce como “termodinámica” lo pusieron en circulación de manera oficial, a partir de 1850, lord Kelvin, Rudolf Clausius y el matemático Hermann Grassmann, ente otros autores de lo que vino a ser el fraude conocido como “la segunda ley de la termodinámica”.[2] El pretexto que le sirvió de premisa a este menjurje al principio, fue una interpretación pervertida de una obra excelente de 1824 del científico francés relacionado con la Ecole Polytechnique, Sadi N.F. Carnot: Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego.[3]

Sadi N.F. Carnot (a quien no debe confundirse con el presidente Sadi M.F. Carnot) presentó un concepto valioso; pero un cuarto de siglo después Clausius y Kelvin le endilgaron una interpretación ontológicamente fraudulenta a esa prueba. El fraude fraguado por Kelvin, Clausius, Grassmann y compañía vino a conocerse como la “termodinámica”.[4]

Para comprender la naturaleza, y los efectos que tiene hoy día el fraude de Clausius, Kelvin, Grassmann y demás, es necesario estudiar las peculiaridades específicas y los conflictos relacionados de la historia de la ciencia europea, desde las raíces de esa ciencia en la obra de tales personalidades de la Grecia antigua como Tales, Heráclito, los pitagóricos y Platón.

Los antecedentes históricos

El más notable de los orígenes “genéticos” europeos del menjurje patológico de Clausius y Kelvin, es el engendro de métodos mecanicistas como los de los antiguos sofistas griegos, tales como el del célebre Euclides de los Elementos.

La ciencia europea competente nació mucho antes de Euclides, en los confines del desarrollo de la astrofísica y también la astronavegación, de predecesores entre los que se contaban los diseñadores de las grandes pirámides del antiguo Egipto. Entre los principales seguidores de los egipcios se cuentan los pitagóricos y el entorno de Platón. El método de esos científicos clásicos griegos era conocido en la antigüedad como la esférica. La esférica también es el fundamento del método de Godofredo Leibniz, al que éste llamó “dinámica”, por el antiguo término griego “dúnamis”, en su refutación al método mecanicista incompetente de René Descartes. Éste también fue el método de Bernhard Riemann, como lo expresó en su famosa disertación de habilitación de 1854, y en su posterior elaboración del concepto de hipergeometrías físicas.[5]

La esférica no tenía supuestos axiomáticos ni otras cualidades formales parecidas, como aquellas afines a las suposiciones ontológicas que se asocian, aun en épocas más modernas, con esas nociones ficticias de definiciones apriorísticas, axiomas y postulados relacionados con el seguidor de la tradición sofista, Euclides.

Los fundadores antiguos de lo que vino a ser la única corriente válida de la ciencia europea, remontaron la mirada hacia el firmamento, tal y como lo habían hecho los grandes navegantes de Egipto y sus predecesores. Para ellos, el firmamento era como el interior de una gran esfera en la que las estrellas parecían haber sido pintadas, y que servía de telón de fondo sobre el que se movían esos objetos que los griegos llamaban “errantes”: los planetas. [6]

Como lo llegó a reconocer Alberto Einstein, para experimentar de nuevo lo que los egipcios y otros fundadores del método de la esférica, bastaría con estudiar —dedicándole algún tiempo provechoso a un telescopio, aun uno modesto— las páginas de los escritos del caso sobre astronomía de Kepler, comenzando con su Mystérium cosmográphicum.

Para los observadores competentes, tales como los antiguos peritos griegos de la esférica, no era tolerable ningún supuesto a priori. Ninguna línea podía generarse como una simple extensión del punto. Ninguna superficie podía generarse como una simple extensión deductiva implícita de una línea. Ningún sólido podía generarse como una simple extensión deductiva implícita de una superficie. Cada uno de estos estadios sucesivos requería alguna forma de principio de acción física eficaz, el dúnamis que el gran Arquitas y otros del entorno de Platón habían establecido como el fundamento para todas las corrientes del desarrollo de la ciencia física desde entonces.[7]

Como recalcó el gran Eratóstenes de sus propias reflexiones alrededor del 200 a.C., la construcción de Arquitas para doblar el cubo le permitió al estudiante la experiencia decisiva de reproducir el experimento original, y con ello comprender el significado de una geometría física competente, diferente en lo absoluto de una simple geometría formal semejante a la de aprioristas tales como el sofista Euclides.

La resurrección de la ciencia en la Europa posterior al medioevo, que ocurrió como el nacimiento de una ciencia física moderna competente, y que estaba implícita en la obra de Brunelleschi, tuvo su inicio formal, en cuanto a especificación de principio, en la obra del caso de Nicolás de Cusa, comenzando con su De docta ignorantia. La ciencia física integral sistémica que funda Johannes Kepler le hace eco explícito a Cusa. El resultado de la iniciativa de Kepler y otras relacionadas, lo presenta de modo tácito el singular descubrimiento original del cálculo infinitesimal de Godofredo Leibniz, quien explícitamente sigue la intención de Kepler a este respecto específico. Estos sucesos caracterizan el resurgimiento de la ciencia europea moderna y la extensión de la ciencia de la esférica relacionada con los colaboradores de Arquitas y Platón.

La historia de la ciencia moderna en relación con su fundación ocurre por el trabajo de los adalides del Renacimiento del siglo 15, tales como Filippo Brunelleschi, quien usó la catenaria como un principio de construcción, y el fundador del concepto general de la ciencia moderna, el cardenal Nicolás de Cusa.

Sin embargo, el nacimiento de la civilización moderna en el siglo 15 de Cusa enfrentó, y aún hoy enfrenta el reto del resurgimiento de las reliquias de un pasado medieval, de una reacción neofeudalista en contra de la civilización simbolizada por el gran inquisidor Tomás de Torquemada. El intento del rabioso antisemita y antimusulmán Torquemada de reimponer la Era de las Tinieblas, ánimo que hoy expresa el antimusulmán Samuel P. Huntington, marcó el inicio de un nuevo intervalo de lo que había sido una cualidad medieval inquisicional, neofeudalista, de terror genocida que se extendió desde 1492 hasta el tratado de Westfalia de 1648.[8]

A partir de 1648 Francia, bajo la conducción del protegido del cardenal Mazarino, Jean–Baptiste Colbert, sentó la pauta para que hubiera un gran estallido de progreso científico. Sin embargo, aún entonces, la sandez de Luis XIV de empantanar a Francia en las guerras holandesas, abrió las puertas para el ascenso neoveneciano de las compañías de Indias angloholandesas a la posición de potencia marítima imperial mundial a partir de febrero de 1763, posición que solamente fue desafiada en serio por el surgimiento de Estados Unidos de América. Este sistema liberal angloholandés fue una forma imperial específicamente geopolítica de poder financiero. Ése es el poder financiero que hoy manifiesta la ofensiva para inducir a EU a su destrucción por la complicidad en las acciones bélicas y las políticas monetario–financieras económicas de los cabritos del ultradecadente Gobierno de Bush y Cheney.[9]

De Kepler a Riemann

Al remontarse uno a los orígenes de la ciencia moderna, fue Johannes Kepler, a partir de modo explícito de la perspectiva aportada sobre todo por Nicolás de Cusa, quien estableció los cimientos para todas las corrientes competentes de esa manera de proceder universalizante conocida como la ciencia física moderna; tenemos lo siguiente:

Este conjunto de conexiones fue identificado de la forma más útil por Alberto Einstein en las postrimerías de su vida, al recalcar que los cimientos de la ciencia moderna competente deben ubicarse en la obra de Kepler, y en el perfeccionamiento de lo que éste fundó como lo expresa la obra de Bernhard Riemann.

No obstante, como atestiguan las experiencias de finales de los 1970 y la década de los 1980 en las filas de una asociación científica de primera, la Fundación de Energía de Fusión, la gran mayoría de hasta los más prestantes físicos nucleares y profesionales afines de esa época, ¡o nunca llegó a entender u olvidó algunos elementos decisivos de lo que significan estos fundamentos históricos más profundos de la ciencia física europea moderna!

En la mayoría de estos grupos había más chismorreo superficial que conocimiento real de esos descubrimientos originados por Kepler. Estos eran descubrimientos de los que aún hoy depende toda ciencia física moderna competente. Sin embargo, hasta la última década más o menos, prácticamente no había ninguna traducción adecuada disponible en inglés de esas obras de Kepler, las que todavía constituyen el fundamento de todos los futuros avances competentes de las matemáticas físicas modernas. Peor aun, el plan de estudios en materia de ciencia moderna de las escuelas públicas y universidades, había sido diseñado con la mala intención que campeaba entre la suerte de “sacerdocio babilónico”, que controlaba de arriba a abajo las normas de la doctrina aceptada de las que dependían las carreras científicas y relacionadas. Las carreras dependían menos de las pruebas experimentales de laboratorio, y más de los dogmas oficiales decretados a lo “Laputa” que regían la manera de proceder ante el pizarrón.

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John Maynard Keynes, quien abrió el arcón secreto de Isaac Newton que contenía su trabajo sobre alquimia y magia, dijo que, “Newton no fue el primero de la Era de la Razón. Fue el último de los magos, el último de los babilonios y sumerios” (disertación de 1946 sobre “Newton, el hombre”). (Caricatura: Jen Yuen/EIRNS).

Un reduccionismo crudo y lleno de supersticiones, que se traduce como un asunto de creencias religiosas, tal como el creer en la obra del especialista en magia negra Isaac Newton, con frecuencia ha baldado hasta lo que de otro modo hubieran sido logros genuinos de la mayoría de los principales científicos del siglo 20. Aún hoy, lo que prácticamente es un “sacerdocio babilónico” domina las instituciones de arbitraje científico, lo que paraliza el desarrollo científico y sus programas educativos, ahora a un grado peor que cuando la Fundación de Energía de Fusión llevaba a cabo sus deliberaciones.[10]

Típicamente, el método científico real, como lo han experimentado por sí mismos equipos del Movimiento de Juventudes Larouchistas (LYM), es el ejemplo crucial que demostró Johannes Kepler, del intento problemático por definir las órbitas solares de modo congruente con la noción de un ecuante. Todas las nociones abarcadoras de la ciencia física moderna competente están arraigadas de modo implícito en las implicaciones de la naturaleza problemática del supuesto del ecuante.[11] Es este descubrimiento de Kepler el que le aportó a la ciencia moderna una noción definida de forma rigurosa, de una realidad ontológicamente eficiente de lo que con propiedad consideramos un principio físico universal, tal como la gravitación. El que Kepler reconociera la falacia del ecuante fue lo que, según él, lo llevó a su concepción del reflejo infinitesimal en lo muy pequeño, por un principio universal en lo muy grande. Toda ciencia moderna competente tiene como premisa una noción libre de apriorismos, de un universo definido por un proceso de desarrollo de un conjunto de principios físicos que, en sí mismos, son del mismo tipo de cualidad ontológica, definida mediante experimento, como la noción de Kepler de la gravitación universal.[12]

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La Conferencia de Solvay de 1927. Einstein (quinto desde la derecha en la primera hilera) le advirtió a sus fanáticos adversarios empiristas: Dios no juega a los dados con el universo.

Así tenemos la imagen, como recalcó Alberto Einstein, de un universo finito, pero ilimitado. La acción de este universo se caracteriza por principios universales, reunidos dinámicamente bajo el dominio de un principio universal de acción física antientrópica que los subsume.

Estudia la obra de Kepler al respecto, como Alberto Einstein llegó a definir toda la ciencia moderna competente como algo que abarca en esencia todos los avances desde Kepler hasta Bernhard Riemann.

El descubrimiento de Kepler del principio funcional que gobierna las alineaciones del Sol, la Tierra y Marte, representa el nacimiento real de la aplicación de una ciencia física moderna competente, y, por tanto, también de la ciencia de la economía física. Tratamos el fraude de la “ibiotez” aquí desde la óptica de las implicaciones ya arraigadas en la forma en la que Kepler descubrió la naturaleza física de los principios físicos universales, en las implicaciones paradójicas con atención al asunto del ecuante.

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2.  Los principios físicos universales

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Como los estadounidenses de la época debieron haber aprendido, de la penosa experiencia que sufrió nuestra nación por el golpe de la calamidad que causó en 1998 la codiciosa “dependencia” de LTCM en la fórmula Black–Scholes; como Alberto Einstein le advirtió a los fanáticos en las conferencias de Solvay: el Creador no juega a los dados con el universo.

A ninguna persona de veras pensante debiera sorprenderle que, la experiencia conocida de la humanidad ha demostrado que, el concepto de principios físicos universales resultó de lo que con razón se denominó astrofísica; que resultó de la aplicación de lo que de otra forma al parecer era solamente astronomía, pero no obstante reflejaba su aplicación en tales asuntos prácticos como la navegación transoceánica y relacionada. La tierra, en la que es sabido que reside nuestra especie, está bajo el cielo. Estamos situados, así, en el reino aparente de un gran dominio esférico: nuestro universo. Esa es la perspectiva a partir de la cual los egipcios y otros predecesores de la civilización clásica griega de Tales, Solón, los pitagóricos y Platón concibieron la noción de principios físicos universales.

La distinción crucial aquí es práctica. ¿Acaso el universo cambia con respecto a sus principios manifiestos? Si es así: ¿Qué ordena los cambios?

Los empiristas ingenuos engañados de la secta de Isaac Newton, tales como De Moivre, D’Alambert, Leonard Euler y Joseph Lagrange, argumentaron de modo implícito, pero enfático, que el universo es fijo, como lo son todos los sistemas mecánico–estadísticos, incambiables en lo que toca a principios. En su disertación doctoral de 1799, Carl F. Gauss no sólo discrepó con los empiristas, sino que en efecto demolió sus opiniones científicamente. El universo, contrario a los empiristas y sus semejantes, no es entrópico; es en esencia dinámico y, por tanto, antientrópico y antieuclidiano en lo que respecta a su física geométrica característica.

Gráfica 1
La cuadratura del círculo

cuadrar el círculo

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Fidelio

Nicolás de Cusa demostró que el intento de Arquímedes de “cuadrar el círculo” —aproximación al valor de pi— fue incompetente en lo ontológico. Los tres primeros dibujos muestran el proceso para calcular el área de un cuadrado aproximadamente igual a la de un círculo dado, como el área promedio de dos polígonos regulares. En el último dibujo, aunque el polígono inscrito de de 2 16 lados parezca aproximarse mucho al área del círculo, en realidad implica una paradoja devastadora. El polígono inscrito tiene poco más de 182 ángulos a cada grado de arco circular.

Un principio físico universal es una ley del universo, que acota la acción observable dentro del universo perceptible de sucesos, pero que, no obstante, ni es un objeto discreto de los sentidos, ni una forma mecánico–estadística de interacción cinemática entre partes en movimiento. Tal es, por ejemplo, la naturaleza dinámica antimecánica del principio de gravitación universal, de la forma en que lo descubrió por primera vez Johannes Kepler.

Esta noción de un principio dinámico de gravitación, le llegó a Kepler, debe recalcarse, de la influencia que tuvo en él la obra de Nicolás de Cusa. Por ejemplo, Cusa informó en uno de sus sermones y en otros escritos, que él había descubierto una falacia en el argumento de Arquímedes sobre el círculo (gráfica 1). En lugar de verlo como la convergencia de una serie de polígonos regulares en un círculo como su límite implícito, el conjunto bien ordenado de polígonos regulares debe verse como determinado por un principio universal de acción mínima, un conjunto que podía expresarse, en las circunstancias apropiadas, con respecto a su contraste ontológico con la forma de lo que fundamentalmente sería un perímetro circular.[13]

Para aquellos de nosotros que, al igual que Cusa, Kepler y Leibniz, estamos familiarizados con la obra de Platón y demás en la práctica de la esférica, como representa éste conocimiento el descubrimiento de Teetetes sobre el completar las series de cinco sólidos Platónicos, el anuncio de Cusa, de que es necesario corregir el argumento de Arquímedes sobre el tema del círculo, no es una gran sorpresa. Sin embargo, para tales seguidores de Cusa como Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y Kepler éste redescubrimiento de Cusa fue crucial. Empero, lo decisivo para el descubrimiento de Kepler fue la atención que le prestó a la importancia de los cinco sólidos regulares a los que Platón hace referencia en el Timeo.[14]

La forma válida de la concepción moderna de los principios físicos universales se remonta entonces, en esencia, a Platón, y en especial a su Timeo. Ese concepto también está arraigado, de forma implícita, en los escritos de Cusa. Sin embargo, fueron los descubrimientos de Kepler en el campo que, de forma única, expresa la idea de un universo, el campo llamado astronomía o, mejor dicho, astrofísica, los que establecieron la idea de un principio físico universal para la modernidad. [15] El descubrimiento singularmente original de Kepler de la gravitación, en el caso del Sol, la Tierra y Marte, primero, y luego en cuanto a la composición armónica del sistema solar conocido por él, es la fundación de una ciencia física moderna competente; ésta es una ciencia universal arraigada de modo riguroso en el dominio de lo que a veces se denomina “singular” (según Riemann) o, como lo llaman otros, experimentos físicos “cruciales”.

El asunto de un principio físico universal eficaz, así planteado para enfoques experimentales, se encuentra en el dominio de lo que son, respectivamente, tanto los inconmensurables en lo pequeño y en lo grande. Al encarar tales cuestiones clave de principio físico universal y sus implicaciones prácticas, como lo es el definir el dominio experimental de la economía física, falla el enfoque mecanicista intrínseco a los prejuicios característicos de una geometría euclidiana o cartesiana, y, por tanto, presenta tales enfoques como fracasos irremediables en el dominio de la práctica del caso.

Esta falla conceptual que domina la visión informada de la mayor parte de los métodos científicos modernos aún hoy, no es un accidente. La falla ha sido intencional, como he detallado en la historia de éste problema en escritos anteriores. Lo que tiene que establecerse al respecto es de tal importancia para tratar el tema a mano, que ahora, en el contexto presente, debo replantear de nuevo el argumento pertinente sobre las implicaciones más profundas, al parecer termodinámicas, del fraude actual de los “biocombustibles”.

Las inclinaciones de Galileo

Para entender y, esperamos, curar la corrupción tan difundida en la enseñanza científica hoy, es muy útil tomar en cuenta el papel desempeñado por un hombre avieso, que también fue un bribón muy influyente en su era: Galileo Galilei. Lo que tenemos que entender entonces, es la podredumbre de Galileo y algunos de entre sus sucesores tales como René Descartes y la en gran medida ficticia figura de sir Isaac Newton, expresada en formas tales como los casos ya mencionados del siglo 18 de Moivre, D’Alambert, Euler y Lagrange, y también Laplace, Agustín Cauchy y demás.

El acceso de Galileo Galilei a algunas de las obras en curso de elaboración de Johannes Kepler, vino de la correspondencia sobre la afinación musical entre Kepler y el padre de Galileo. De adulto Galileo era un farsante y lacayo doméstico del infame Paolo Sarpi, el fundador de ese nuevo partido veneciano a partir del cual el liberalismo angloholandés actual invadió las partes del caso en el norte de Europa en el intervalo de finales del siglo dieciséis hasta principios y finales del siglo diecisiete. Sarpi, en lo personal, desempeñó un papel clave en relegar al todavía fértil William Shakespeare al proverbial “Coventry” en las postrimerías de su vida. Esto resultó de instalar a sir Francis Bacon como un poder en la Inglaterra de Jacobo II. El lacayo de Sarpi, Galileo, personalmente adiestró a Tomás Hobbes. Por otra parte Galileo desempeñó un procaz papel paralelo al de Robert Fludd en la campaña de difamación en curso a la sazón contra la obra de Kepler. La cruda mutilación de la obra de Kepler que Galileo llevó a cabo, tuvo una función clave en los fraudulentos reclamos ingleses atribuidos al producto literario de la secta de los “verdaderos creyentes”, misma que se erigió en torno a la figura del especialista en magia negra Isaac Newton.[16]

El logro principal de Galileo, poniendo a un lado sus diversos fraudes en nombre de la ciencia, fue ser asesor en materia del reduccionismo matemático en las apuestas, de jugadores empedernidos bien dotados de recursos financieros. En este sentido hay una línea que se extiende desde esta empresa de Galileo, entonces, hasta las sandeces del Morton Scholes del LTCM y Ben Bernanke y sus embaucados hoy día. En el método de Galileo la mentira es que, o Dios o algún rival de la deidad juega a los dados con el destino humano. De hecho, hay una conexión esencial que viene al caso entre estos aspectos de las actividades de Galileo, y las seudocientíficas apologías de farsantes semejantes tales como Bernard Mandeville, François Quesnay y el embaucador y plagiario Adam Smith, respecto a la perspectiva liberal angloholandesa de los procesos monetario–financieros. Esta ideología específicamente empirista, de la que apenas son característicos Galileo, Descartes y su calaña, domina no sólo el pensamiento monetario–financiero aceptado, sino también los supuestos axiomáticos subyacentes en la enseñanza formal del método científico hasta el sol de hoy.

Por tanto, ha llegado el momento de tomar en consideración un asunto muy pertinente para el futuro, algo que, cabe admitir, he abordado con bastante frecuencia en escritos previos: las implicaciones sistémicas de la influencia de Paolo Sarpi en forjar lo que ha venido a ser la experiencia constante de la Europa moderna con el liberalismo angloholandés, y su expresión como una forma de imperialismo neomedieval.

Los elementos esenciales de los procesos históricos del caso, que conducen a la emergencia del liberalismo angloholandés, y a la evolución de ese liberalismo en la forma que ha dominado al mundo de forma creciente, durante muchas décadas, desde el triunfo de Londres sobre Europa continental en la paz de París de febrero de 1763, son, en suma, los siguientes. Aunque ya he abundado sobre este asunto de la llamada “geopolítica” en otras ocasiones, es necesario, para que quede claro el asunto de marras, relatar de nuevo esa historia, por su pertinencia, precisamente ahora en este informe.

‘El modelo oligárquico’

La historia de lo que hoy es la civilización extendida a todo el orbe desde la caída de Atenas, lo que ocurrió gracias a su propia estupidez con la guerra del Peloponeso, es en gran parte una historia del imperialismo europeo. Por “imperialismo” entendemos aquí el triunfo de lo que se conoce como el “modelo oligarca” sobre el republicanismo relacionado con la memoria histórica de Solón de Atenas.[17] Las expresiones más notables de esta veta “genética” del imperialismo, que surgió en las postrimerías tanto de la victoria de Alejandro Magno en las llanuras de Arbela, como del infortunio que representó su muerte para la humanidad, son: el Imperio Romano, Bizancio, el sistema ultramontano medieval de las cruzadas, y el surgimiento del intento liberal angloholandés, al igual que hoy, de imponer en el poder un sistema descendiente del ultramontano de las cruzadas. Vemos el efecto de esa historia imperialista hoy en el uso geopolítico de agentes como el Vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney y compañía. La “globalización”, de la manera en que avanza, es una expresión precisa de la forma de gobierno imperial mundial que los liberales angloholandeses neovenecianos pretenden imponer. Esta es la clave de la “guerra geopolítica” que emplean el implícitamente traidor Gobierno estadounidense de Bush y Cheney y la red internacional neoconservadora, como su principal y más inmediata arma “globalizadora” para la destrucción deliberada de Estados Unidos en la actualidad.

La clave para entender la amenaza que representa para Estados Unidos en particular, y para la civilización en general la actual geopolítica angloholandesa, la encuentran las personas con competencia en la historia de la cultura europea en específico, en el concepto del “modelo persa” o, genéricamente, el “modelo oligarca” que emergió en el marco del ascenso del poderío de Macedonia luego de la guerra del Peloponeso. El rey Filipo de Macedonia, a diferencia de su heredero y principal adversario político Alejandro Magno, conspiraba con el Imperio Persa. Implicado en el avieso plan estaba Aristóteles, agente de la facción del rey Filipo y también de la secta de Apolo en Delfos, y enemigo personal de Alejandro Magno.

Como saben los estudiosos, Alejandro logró una gran victoria contra los varios aliados del designio de su padre, pero murió, muy probablemente a causa de una suerte envenenamiento, un acto o de asesinato o de gran calumnia, a la cual parecen propicias figuras incómodas de entre los adversarios más capaces de la oligarquía de hoy.[18]

zombis Adorno y Arendt

Los zombis de la laguna negra:

“¡No creo en conspiraciones!”

(Caricatura: Brian McAndrews/EIRNS)

El proyecto de marras, conocido en la época del rey Filipo y del muy eficaz Alejandro Magno como el proyecto de los enemigos de éste último para crear un imperio mundial de dos fases, oriente y occidente, se relacionaba con lo que se denominaba tanto “modelo persa” como, más genéricamente, “modelo oligarca”. El Imperio Persa se destruyó pero el modelo sigue hasta la fecha.[19]

En cuanto al asunto de las formas competentes de conspiraciones reales en la historia: en las discusiones habituales sobre este conjunto de hechos históricos se hace un énfasis engañoso en el supuesto de una conspiración real o presunta, creada por personas que parecieran estar estrellándose dentro de los límites de una multiplicidad cartesiana mecánico–estadística, cuando en realidad las conspiraciones bien organizadas en verdad importantes para la historia toman forma a causa del conflicto entre ideas de principio, como en el caso de la diferencia orgánica entre la tradición de la Declaración de Independencia y la Constitución federal de EU, por un lado, y la “constitución” oligarca del tipo expresamente veneciana frecuente entre los liberales angloholandeses. Es el conflicto de ideas, no de simples complots, lo que determina el potencial de acción en el que yace el curso principal de la historia.

La fuente más común tanto de los tipos como acusaciones de conspiración tontas es la falta de competencia epistemológica en la elaboración de las opiniones expresadas.

Esta cuestión, referente a las características ontológicas de las conspiraciones reales en la sociedad, es ejemplar de la diferencia entre los seres humanos y los simios, y de la sociedad en tanto proceso, y las especies y conjuntos de especies inferiores en general. La conspiración en tanto expresión funcional de la función de las ideas de principio en la historia, es el tipo de existencia más natural de y entre las sociedades humanas. Una noción sana del papel de la conspiración en la sociedad, comparte las cualidades de desarrollo de la mente adulta humana individual, que son esenciales tanto para el funcionamiento de la ciencia física como para la composición artística clásica. El hombre o mujer que no cree en las “teorías de conspiración”, por tanto, nos muestra su propia falta de capacidad para funcionar de forma racional en la sociedad.

Así que, la verdad sobre la conspiración relacionada con los acontecimientos en el siglo que siguió a la guerra del Peloponeso yace en las principales ideas que relacionamos con sucesos de la oligárquica secta del Apolo pitio en Delfos, por un lado, y lo que representan Solón de Atenas y Platón y su legado, por el otro.

La idea del principio oligárquico de aquel tiempo se conserva de la referencia que tenemos en el fragmento de la trilogía Prometeo encadenado de Esquilo. El Zeus olímpico del Prometeo encadenado es la imagen de la figura tiránica, tales como las creaciones de Carl Schmitt de la dictadura de Adolfo Hitler, y la teoría relacionada del “papel del ejecutivo” adoptada en la práctica por la presidencia de George W. Bush. Esa tradición, que se remonta al Zeus olímpico del drama de Esquilo, amenaza con degradar a la mayoría de la población en lo personal y en general a la condición del ganado humano con el cerebro decorticado de una concentración nazi en Nuremburg. La amenaza se expresa del mismo modo en que Zeus prohibió el uso de formas de energía como el fuego (y la fisión) por el común de los humanos. Es la noción de que los pocos privilegiados reinantes, como en el sistema de Bernard Mandeville, tienen que ser exitosos y el resto de la sociedad debe relegarse a la norma de “sálvese quien pueda”.

La doctrina existencialista actual es este mismo dogma oligárquico, la doctrina del sistema de 1933–1945 en el que el nazi Martin Heidegger desempeñó su papel con su política en Friburgo al proscribir las ideas reales de toda deliberación social, como también lo cumplieron Theodor Adorno y Ana Arendt, a su manera, en el período de la posguerra con La personalidad autoritaria. La frasecita “yo no creo en las teorías de conspiración” es el síntoma emblemático de un zombi lavado de cerebro que sale, chorreando agua, con los brazos extendidos al frente, de la “laguna negra”.

El poder de elaborar y actuar conforme a ideas del mismo tipo que expresan los descubrimientos de principios físicos validados por experimento, y las formas clásicas de ideas de la cultura artística (a diferencia de la simulación humanoide de las “culturas” de los simios y de los macacos en una jaula) es lo que distingue a los seres humanos y sus culturas de las formas de ser habituales de las especies inferiores. En el reinado del principio oligarca, se divide a la mayoría de los individuos en la sociedad entre “ganado domesticado”, para arrear y sacrificar cuando sea debido, y “ganado salvaje” para practicar la caza deportiva, de la suerte que quiere llevar a cabo en las regiones del suroeste asiático la alianza de Blair, Bush y Cheney.

La distinción interna entre la civilización europea extendida al orbe, misma que viene desde el ascenso de la Grecia clásica antigua, es el conflicto aún vigente entre aquellos que expresan su compromiso legal en común con Solón de Atenas y el preámbulo de la Constitución federal de EU, y, por la parte contraria, aquellos cuya idea de organización social se basa en la supremacía arbitraria de alguna mezcla de las clases oligarcas reinantes. La “globalización” es el nuevo nombre del imperialismo, un imperio cuya sede está en los habitats de la oligarquía financiera neoveneciana de los liberales angloholandeses.

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Templos en Delfos. Los intereses financieros locales llevaban a cabo una forma de comercio parecida a la de la posterior oligarquía financiera veneciana.(Foto: archivo Guggenbuhl/EIRNS).

La estrategia de la nueva Venecia de Sarpi

Desde sus primeros vestigios, como una influencia de la cultura asiática sobre la antigua civilización europea emergente, el imperialismo fue siempre un nombre específico para lo que acontecía dentro de una categoría inclusiva más grande, como la expresada por la “globalización” hoy día. El sentimentalismo popular romántico pretende definir un imperio como el producto de un emperador, mientras que en la historia real un emperador, en tanto institución, podría ser o no un rasgo de un imperio. El sistema ultramontano de la oligarquía financiera veneciana y su caballería normanda anexa es un caso típico, como también lo es el caso de la “globalización” en la actualidad. El rasgo característico de un imperio estriba en el papel de la oligarquía del caso, no en las instituciones especiales que esa oligarquía decida emplear o rechazar.

Por ejemplo, en la antigua Grecia histórica, el “imperio” fue una expresión de la secta de Apolo en Delfos.

Una mirada a las ruinas del lugar, aún hoy, capta las características indicativas. Primero, alrededor del templo mismo hay pequeñas estructuras que nominalmente representan la riqueza de cada conjunto de ciudades griegas. Estos lugares fueron, en efecto, tesoros. Luego, mira hacia la costa cercana desde donde los barcos relacionados con los intereses financieros de Delfos llevaron a cabo una forma de comercio que evoca la forma en que la oligarquía financiera veneciana de la Europa medieval controlaba el corazón marítimo del sistema imperial ultramontano, que abarcaba lo que había sido una colonia délfica establecida un poco río arriba de la desembocadura del Tíber, sobre un bastión centrado en las colinas de Roma, extraído del territorio de los rivales de Delfos en el Mediterráneo occidental: los etruscos.

Por ejemplo, después de que el emperador romano Diocleciano por prudencia dividiera el decadente Imperio Romano en sus componentes oriental y occidental, respectivamente, creando así una parodia del proyecto oligárquico modelo de los tiempos de Filipo de Macedonia, el emperador Constantino, protegido de Diocleciano, intentó capturar a los cristianos como apéndices del panteón imperial romano invocando, como ocurrió en Nicea, la autoridad de ‘póntifex máximus”para nombrar y mandar a los obispos. El constante esfuerzo del emperador bizantino era por obtener el mandato imperial, lo que incluía el poder exclusivo, negado a los simples reyes, de definir los principios de ley, y de esa forma usar el intento por controlar las iglesias cristianas como instrumento de dominio imperial. Dicho sistema llegó a su fin sólo con la crisis del papado, cuando el sistema ultramontano cayó, a mediados del siglo 14, en la llamada “Nueva Era de Tinieblas” de esa centuria.

Por ejemplo: aunque el sistema ultramontano, regido por los venecianos, designó a los Habsburgo como sucesores del remanente destruido de sistema de Carlomagno en Europa, el régimen Hohenstaufen de Federico II y sus infortunados herederos, luego de la destitución de los Anjou en Sicilia, el sistema imperial de Roma nunca pudo restaurarse con éxito en su forma cesariana, después de que la oligarquía financiera veneciana medieval emergió como un poder superior al destrozado sistema bizantino. Desde que Venecia ascendió a una posición superior a la de Bizancio, a la que derrotó, saqueó y destruyó, el sistema oligárquico ha continuado en el modo veneciano de una tiranía financiera liberal angloholandesa. Por tanto, continúa en la actualidad como un sistema posterior al Estado nacional llamado “globalización”.

Sin embargo, ha habido dos modelos sucesivos de la función dominante de Venecia en tanto imperio oligárquico financiero de hecho: el reino, no del emperador, sino del puñal.

El primero concluyó por las reverberaciones causadas a raíz de la caída de la casa bancaria lombarda de los Bardi; el primero renació, en el sentido del Drácula de Bram Stoker, con la caída de Constantinopla y el surgimiento de la institución moderna del gran inquisidor con Tomás de Torquemada de España. Pero el propósito de Torquemada tuvo una expresión más astuta, cuando el mismo fue reformado por conducción del partido “nueva Venecia” encabezado por Paolo Sarpi.

Posteriormente, en el transcurso del siglo 17 en Europa, la nueva Venecia de Sarpi sufrió una metamorfosis para adaptarse, y emergió como un componente interno de la forma oligárquico–financiera de gobierno imperial del sistema liberal angloholandés. En 1763, al concluir la exitosa manipulación de los liberales angloholandeses de lo que vino a llamarse la guerra de los “Siete Años”, su sistema oligárquico–financiero, con sede en Londres, se convirtió en el nuevo imperio mundial, el que ahora recién vuelve a expresarse de nuevo en lo geopolítico, en la ruina que su influencia ha causado en nuestro Estados Unidos en la forma de su pretendida “globalización”.

zombis Adorno y Arendt

Paolo Sarpi, el “padrino” de Galileo, dirigió la metamorfosis del poder veneciano en el liberalismo angloholandés. Su objetivo era mantener el dominio oligárquico de la ciencia, al tiempo que destruía a los nacientes Estados nacionales.

En la historia moderna, la destitución del rey Ricardo III le había traído un eco del sistema republicano de Luis XI de Francia a la Inglaterra de súbito moderna de Enrique VII. Esta república inglesa fue minada desde adentro por un partido veneciano representado a la sazón por el consejero matrimonial del rey Enrique VIII, Zorzi (alias Giorgi). Sin embargo, la monarquía británica fue tomada por segunda vez por el rey Jacobo I, bajo la dirección del Paolo Sarpi del partido nuevo veneciano.

Aunque Venecia hizo mucho por arruinar los esfuerzos de fundar el nuevo sistema de Estados nacionales soberanos en el intervalo de 1492–1648, [20] los frecuentes y enormes contratiempos para la civilización que ocurrieron por la influencia de la Inquisición y los Habsburgo no habían podido vencer la existencia, y el progreso pertinaz de la economía física del joven sistema del Estado nacional europeo, ni en Europa ni en las colonias de las Américas. Desde la perspectiva de Paolo Sarpi, los dogmas teológico–filosóficos de la antigua Roma, de Bizancio y de los sistemas medievales no habían podido mostrar su capacidad de desarraigar al nuevo sistema de construir Estados nacionales soberanos, que arrancó en torno al gran concilio ecuménico de Florencia de mediados del siglo 15. Para Sarpi eso significó que el Aristóteles que había resucitado el Imperio Romano era un instrumento incompetente para encarar el desafío que representaba el sistema emergente de Estados nacionales soberanos, en el resurgimiento del pensamiento clásico artístico y científico físico.

Así, igual a como Paolo Sarpi regresó al irracionalismo sistémico medieval de Guillermo de Occam, los enemigos británicos del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y sus cómplices en EU, a la muerte de éste recurrieron al irracionalismo radical de la “Escuela de Francfort” y a existencialistas afines.

Estos existencialistas e influencias relacionadas se adoptaron como instrumentos para diseñar las normas culturales que ahora, con ayuda de los sesentiocheros, prácticamente han destruido la ciencia y el arte en EU y Europa, sustituyéndolos con una pretendida codificación sistémica de rabioso irracionalismo dionisiaco (que algunos de los internos en la Clínica Tavistock de Londres han adoptado la visión de la locura como una forma de libertad) de los seguidores de Voltaire, el marqués De Sade y, como recalcó el dramaturgo, el bruto lunático francés Marat (agente del “comité secreto” del Jeremías Bentham de la cancillería británica). Estas influencias están arraigadas de otro modo en los dogmas de Friedrich Nietzsche y compañía, de la forma en que se usaron después de 1945 para imponer el Congreso a Favor de la Libertad Cultural, creado en EU, sobre la Europa central y occidental golpeadas por la guerra. La misma suerte de lavado cerebral en masa se le hizo a la nueva generación de estadounidenses de clase media nacidos entre 1945 y 1956, aproximadamente.

El precedente de estas políticas estratégicas de locura colectiva existencialista que se le introdujo a los europeos y estadounidenses de clase media a partir de 1945, compartió la misma intención estratégica arraigada que el liberalismo, que vino a llamarse “empirismo”, entre los seguidores de la orientación “nueva Venecia” de Paolo Sarpi.

El británico Bertrand Russell (centro) lamentaba el hecho de que, como un hombre que venía de una era en la que Benjamin Disraeli (izq.) y William Gladstone (der.) “aun se enfrentaban entre sí en medio de la estabilidad victoriana”, el Imperio Británico parecía eterno, y nunca podría sentirse cómodo en un mundo en el que EU dominara. (Foto de Russell: Biblioteca del Congreso de EU).

Interludio: El verdadero Imperio Brutánico

La victoria de Paolo Sarpi nos lleva a un interludio en nuestro relato. Asómate, desde la perspectiva de finales del siglo 16, al dominio relativamente futuro de la historia posterior a 1688 del ascenso y establecimiento de un Imperio Británico, de otro modo conocido como el sistema imperial liberal angloholandés. Para entender el presente, primero tenemos que dar un salto adelante a una perspectiva futura todavía por venir y, desde ésta, remontar la mirada hacia el presente para ver el futuro que se avecina. El método que se requiere para semejante ejercicio de prognosis es deponer la perspectiva del pronóstico mecánico–estadístico del presente, y centrar la atención en las condiciones límites que yacen en el futuro por venir, y que contiene las opciones de resultados disponibles para el presente. Éste es el método de prognosis físico–económica a largo plazo necesario para la elaboración de presupuestos competentes de capital, y fue el que empleó Kepler para descubrir la gravitación, y también otras cuestiones de principio físico universal.

Éste es, por tanto, el método específicamente dinámico necesario para llevar a cabo cualquier trabajo científico o pronóstico competente en la historia.

El concepto de la ”geopolítica” surgió bajo el británico príncipe de Gales Eduardo Alberto en la carrera hacia lo que vino a conocerse como la “Primera Guerra Mundial”. La función achacada a ese término vino a reconocerse como una reacción del Imperio Británico a la derrota que sufrieron los planes de lord Palmerston contra ambos el Estados Unidos del presidente Lincoln y el México de Benito Juárez. EU bajo Lincoln emergió en el transcurso de 1863 a 1865 como una potencia continental desde el Atlántico hasta el Pacífico, que no podía ser derrotada por medios militares, sino sólo por la clase de corrupción que caracteriza, de un modo extremo, al presente Gobierno de Bush y Cheney.

El asunto estratégico que animó a la Gran Bretaña del príncipe Eduardo Alberto fue la rápida difusión del modelo del Sistema Americano de economía política, especialmente después de la Exposición Centenaria de Filadelfia de 1876, entre las principales naciones de América Central y del Sur, y muchas de las de Eurasia, tales como la Alemania de Bismark, la Rusia del zar Alejandro III, el Japón de la Restauración Meiji, y otras. La reacción imperial británica a esos sucesos expresaba la tradición de la facción gobernante, que era la de esos intereses financieros liberales angloholandés que antes estuvieron relacionados con la Compañía de las Indias Orientales británica de lord Shelburne y el banco Barings, y que habían establecido su posición como una potencia marítima imperial con el tratado de París de 1763.

Cómo puntualizó el malvado Bertrand Russell:

En cuanto a la vida pública, cuando cobré conciencia política, Gladstone y Disraeli todavía se enfrentaban en medio de la estabilidad victoriana, el Imperio Británico parecía eterno, era inconcebible una amenaza a la supremacía naval británica. . . Para un hombre de edad con tales antecedentes, es difícil sentirse a gusto en un mundo de. . . supremacía estadounidense.[21]

El sistema liberal angloholandés establecido en Inglaterra bajo el depredador Guillermo de Orange, obtuvo su posición en tanto potencia imperial de propiedad privada en febrero de 1763, mediante urdir una serie de guerras ruinosas en Europa continental, la que culminó con la llamada guerra de los “Siete Años”. Es de este proceso que deriva la existencia de la Compañía de las Indias Orientales como potencia imperial. Pese a la derrota implícita temporal que sufrió el Imperio Británico en su intento de aplastar la independencia de Estados Unidos de América, logró recuperarse y triunfar a través de instigar, con ayuda de ese instrumento de la masonería expresamente martinista, de lo que vino a conocerse a partir del 14 de julio de 1789 como la Revolución Francesa y su secuela, que arruinó a todos los rivales de los británicos en el continente europeo por medio de las guerras napoleónicas.

Algunos engendros. Jeremías Bentham fue el instrumento de lord Shelburne. Bentham fue el controlador de la escuela Haileybury, la cual engendró las doctrinas económicas antiamericanas del sistema británico, y también engendró la carrera de economista de Karl Marx. Bentham estaba a cargo del brazo de inteligencia secreta del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, y le pasó la batuta a un sucesor, lord Palmerston. El blanco de Bentham en las Américas (aparte de ser prácticamente el propietario del traidor Aaron Burr) era Sudamérica, donde se sentaron los cimientos para el control férreo que Palmerston ejercería sobre las redes subversivas de la Joven Europa y la Joven América a través del mismo Mazini que patrocinaba y prácticamente era el dueño de Karl Marx. De ese modo Palmerston creó lo que vino a ser la Confederación sureña, y haló los hilos de su marioneta Napoleón III de Francia para imponer a un genocida dictador Habsburgo en México.

La derrota que sufrieron las operaciones de Palmerston, lo que dependió de forma decisiva de la actuación del presidente Abraham Lincoln, le volteó la tortilla a las ambiciones imperiales de lo británicos en todo el mundo.

La reacción a estos sucesos por parte del Londres del príncipe Eduardo Alberto fue la determinación de aislar y, de ser posible, destruir el sistema político–económico estadounidense, por medio de desatar un conflicto intrínsecamente muy destructivo en el continente Eurasiático. La intención era erradicar el potencial de las naciones en vías de desarrollo de Eurasia de seguir el modelo americano como se veía desde el exterior, en términos del resultado de la victoria que obtuvo el presidente Lincoln. La ejecución inicial de lo que Londres había pretendido que fuera la llamada “Segunda Guerra Mundial” había expresado, desde principios hasta mediados de los 1930, la misma intención subyacente para la que se diseñó la Primera Guerra Mundial bajo Eduardo VII: “completar la tarea sin terminar”, por así decirlo.

En realidad, la guerra se ganó por las iniciativas del presidente estadounidense Franklin Roosevelt. Por tanto, cuando éste murió, el imperio activó a sus agentes en EU para deshacer la victoria estadounidense lo más pronto posible. A Londres le tomó más de dos décadas destruir el sistema de tipos de cambio fijos del Bretton Woods de Roosevelt.

El giro súbito contra las políticas del presidente estadounidense Franklin Roosevelt que dio el Gobierno de Truman, puso al descubierto la mano de los intereses imperiales liberales angloholandeses basados en la ciudad de Nueva York, y cuyo cometido era imponerse sobre EU.

Todos estos hechos son ciertos y, no obstante, por sí solos son demasiado sencillos, demasiado fáciles de malinterpretar desde la óptica de esas criaturas ingenuas que ven al mundo como un sistema estadístico–mecanicista de interacciones percutientes entre individuos y, por tanto, no toman en cuenta el papel eficiente de las verdaderas ideas, de aquéllas afines en cuanto a calidad con las de la ciencia física competente. Los seres humanos no son bolas de billar percutientes; al menos no debieran ser juguetes tan desgraciados como esos.

Estas reflexiones sobre la historia reciente, nos traen nuevamente al asunto de la revolución empirista de Paolo Sarpi. ¿Cuál fue el pasado que engendró el futuro de Paolo Sarpi?

La revolución empirista de Sarpi

Allá por el siglo 16 europeo, la nueva situación que impulsó a la mayoría de la oligarquía financiera centrada en Venecia a pasarse al partido neoveneciano de Sarpi, fue definida sobre todo por dos factores decisivos de cambio introducidos en la cultura europea como un todo por los logros relacionados con el gran concilio ecuménico de Florencia de mediados del siglo 15. El primer factor fue la creación del Estado nacional soberano moderno, también conocido como república. El segundo fue la restauración— después de dos milenios de hegemonía del modelo oligárquico, y un milenio y medio desde las muertes del Eratóstenes de la Academia de Platón y su correspondiente Arquímedes— de la forma de principio en el que se fundaba el progreso científico en el movimiento pitagórico en tiempos de Platón.

Sir Tomás Moro, retrato de Hans Holbein. La aventura política de Moro abarcó la mejor época del rey Enrique VII, hasta que la cosa se puso fea con Enrique VIII. (Foto: www.arttoday.com).

Mira la nueva situación que hubo en Europa a principios del siglo 16 como la hubiera visto Nicolás Maquiavelo, según lo describió en su El príncipe y en su Discurso sobre la primera década de Tito Livio.

Hasta la caída de Constantinopla en 1453 d.C. Italia había sido inspirada de un modo que tiene que compararse con el estado mental relativamente optimista que Percy Shelley expresa en su En defensa de la poesía de 1821.[22] La creciente influencia de Nicolás de Cusa en la secuela de la caída de Constantinopla tiene un paralelo importante con la posterior erupción del movimiento clásico en Alemania y más allá, lo que inspiraron Abraham Kästner, su protegido Gotthold Lessing, y el gran amigo de Lessing, Moisés Mendelssohn. Luego, temprano en el siglo 19, más o menos coincidente con la muerte de la voz más grande del clasicismo alemán de ese tiempo, Federico Schiller, y en particular después del Congreso de Viena de 1815, Europa pasó de la cima del optimismo cultural, que ocurrió a la par de la victoriosa guerra de Independencia de EU, al estado de pesimismo cultural expresado por el correspondiente y no muy secreto admirador del príncipe de Metternich, el protofascista G.W.F. Hegel.

Después, para Heinrich Heine, el enemigo fue la escuela romántica, que emergió en torno a las victorias de Napoleón Bonaparte y que ahora había triunfado. Heine vivió y trató de encontrar un modo de actuar bajo el yugo de los males gemelos del kantianismo y la escuela romántica, a la que odiaba. Igual Maquiavelo, en una situación parecida, después de 1512 se vio inmerso— como lo fue santo Tomás Moro, de ser una mente de, digamos, una era mejor, la del rey Enrique VII— en los desafíos planteados por la reprensible situación bajo Enrique VIII. Es con este trasfondo que podría extraerse el meollo, pertinente a nuestros propósitos, del libro de Maquiavelo, Discurso sobre la primera década de Tito Livio.

Velo desde la perspectiva del siglo 16 en Europa, cuando algunos jaeces de la Venecia de principios de ese siglo llevaron a los seguidores de Sarpi a adoptar las políticas neovenecianas del abad Antonio Conti, a la sazón radicado en París, políticas que fueron dominantes al emerger en su nuevo ropaje liberal angloholandés bajo Guillermo de Orange a finales del siglo 17. Tomados en cuenta esta serie de hitos, ¿cuál es la lección que guarda para la Venecia de Paulo Sarpi el Discurso de Maquiavelo? ¿Cuál es la presciencia del futuro, la condición límite que hay en el futuro, que arroja su sombra presciente del futuro sobre el Maquiavelo que escribe ese Discurso?

La respuesta a ese conjunto de preguntas que he venido planteando en las últimas páginas, yace en el dominio de la dinámica, a diferencia de la cosmovisión del método mecánico–estadístico de prognosis y análisis del “luego entonces”. A mediano y largo plazo, el curso de la historia lo determina las condiciones límite del período de marras al que se aproxima. Así, desde la perspectiva del pronosticador mecánico–estadístico: “siempre es el futuro que determina al presente”. El destino expresado al lograr Sarpi la supremacía sobre las políticas de la vieja Venecia a lo largo del siglo 16, ya estaba determinando el curso de ese siglo a partir de 1492 d.C. No estaba creando lo “inevitable”, pero sí definiendo las encrucijadas de elección en las que escoger el destino a seguir, del mismo modo en que lo que ocurra ahora con el principio del presupuesto de capitales a largo plazo determinará si EU y muchos otros continuarán existiendo o no. Los signos turbulentos de un futuro desenlace decisivo se expresan en esa interpretación del Discurso de Maquiavelo, que podríamos adoptar al verlo escribir lo que leemos ahora en las páginas que escribió entonces.

Nicolás Maquiavelo. La evolución futura de la Venecia de Paolo Sarpi “arroja su sombra presciente” sobre el Maquiavelo que escribe el Discurso sobre Tito Livio. Cualquier esfuerzo por continuar el viejo modelo veneciano, contra la corriente del nacionalismo europeo moderno, estaba claramente condenado al fracaso.

En otras palabras, ¿cómo descubrió Johannes Kepler la gravitación?

Ésa, debe recalcarse aquí y ahora, es la forma en la que debemos prever los cambios cualitativos inminentes dentro de nuestra propia situación venidera al mirar hacia el futuro, como en la actualidad.

A pesar de los grandes reveses que sufrió el Renacimiento Dorado, expresados por la caída de Constantinopla y la orgía a lo nazi que desató en España el gran inquisidor Tomás de Torquemada,[23] la combinación del desplome del sistema medieval normando–veneciano y los logros del Renacimiento de mediados del siglo 15, causaron cambios “estructurales” casi irreversibles en la cultura de Europa. Luego del gran concilio ecuménico de Florencia, los principios relacionados del republicanismo y del Estado nacional soberano introdujeron efectos revolucionarios profundos en la cultura, los que resultaron ser irreversibles en el curso de las generaciones futuras. La reacción de corte fascista, de la que la Inquisición del gran inquisidor Tomás de Torquemada es apenas un ejemplo, fue contra el Renacimiento, pero también fue precisamente una reacción contra el cambio fundamental, axiomático que se dio en el carácter de la cultura europea.

La facción de la “vieja” Venecia a la que representaba Torquemada odiaba, pero también subestimó mucho, la profundidad del cambio efectuado por el concilio de Florencia.

En su Discurso, que refleja la crisis continua del siglo 16 que expresan los sucesos de 1512 d.C., Maquiavelo reflexiona no sólo sobre la derrota de su causa particular a la sazón, la alianza con la Francia de Leonardo da Vinci; sino también sobre el seguro fracaso al que está destinado cualquier esfuerzo por continuar el modelo de la vieja Venecia contra la marea del nacionalismo europeo moderno desatada por el gran concilio ecuménico de Florencia. Las fuerzas derrotadas de su época, de las que Maquiavelo era parte, sufrieron un revés, mas no fueron eliminadas. El Discurso reflejaba, ahora y entonces, las realidades estratégicas de la época que los herederos de los enemigos de Maquiavelo no podían escapar. El papel del pueblo, y en especial de esos cambios relacionados encarnados en los avances técnicos y sociales urbanos que emergían, eran hechos reales a los que los neovenecianos tendrían que adaptarse o fracasar.

La adaptación de Sarpi, su revolución se expresó como el liberalismo de lo que nosotros justa y llanamente identificamos aquí como su partido nueva Venecia, engendro que vino a sustituir el poder veneciano en el liberalismo angloholandés de Walpole y Shelburne en los siglos 17 y 18, y en el de los imperialistas británicos del siglo 19 que los siguieron. Ese fue el liberalismo monetarista contra el que EU libró su Guerra de Independencia, y en contra de cuya maldad los defensores de la civilización adoptaron el preámbulo de su Constitución federal.

La revolución liberal de Sarpi no fue en contra de Venecia, sino que más bien significó un cometido para perpetuar a la oligarquía financiera veneciana en el poder en una forma nueva, con frecuencia, pero no siempre, de cuño en apariencia protestante. Era, de hecho, en esencia ni protestante ni católica sino en realidad el culto pagano a la tiranía del dinero. Ello representaba una revolución en las pautas de conducta de la oligarquía financiera veneciana, una revolución que esta oligarquía adoptó como la conducta necesaria para contender con la nueva clase de amenaza establecida por las repercusiones del gran concilio ecuménico de Florencia.

El principio del liberalismo

De ser el hombre el simio superior de la definición de T.H. Huxley y su contemporáneo Federico Engels, el planeta no podría haber sostenido más que unos pocos millones de representantes vivos de esa especie en ningún momento de los últimos dos millones de años. Lo que distingue al hombre del simio es, en esencia, la distinción que hace V.I. Vernadsky, de la Academia de Ciencias rusa, entre la biosfera y la noosfera. Este es el quid del asunto que ocupó la atención de Sarpi.

Ambas partes de la controversia entre la vieja y la nueva facción de la oligarquía financiera veneciana en el siglo 17, en esencia coincidían con la deidad pagana maligna del Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo. Ambas estaban de acuerdo en que, el mantener el poder del modelo oligárquico de sociedad dependía de la bestialización relativa de la mayoría subordinada de la población humana. Ambas convinieron en principio con la doctrina “rompemáquinas” del ludismo de principios del siglo 19, y con los fanáticos dionisíacos llamados “ambientistas” de nuestro estrato “sesentiochero”, en que la idea del progreso científico revolucionario en sí debe contenerse, y hasta erradicarse y dársele marcha atrás.

Sin embargo, en el Imperio Romano este legado del culto al Zeus olímpico y a la Esparte de Licurgo se hizo un axioma del sistema romano. A este fin, la secta de Aristóteles y el sofista Euclides se convirtió en una doctrina religiosa patrocinada por el Estado.

Esto no significó que no hubiera ningún progreso; significó que la mayoría de humanidad debía ser condenada a contentarse pacíficamente con esos estados de relativa servidumbre, tales como la esclavitud o el vasallaje implícito, en el que a las clases bajas no se les permitía apartarse de un nivel de relativo estancamiento tecnológico hereditario digno de los “simios superiores” de T. H. Huxley y Federico Engels.[24] A este fin, la cultura del Imperio Romano adoptó la sofistería aristotélica de Euclides, como en el caso del embustero Claudio Ptolomeo. A través de los canales imperiales de Roma, a partir del emperador Constantino en adelante este legado doctrinario del Zeus olímpico de la secta del Apolo délfico se introdujo como un factor aun en las enseñanzas del cristianismo.

La catedral de Florencia. Las tres doctrinas principales de estadismo, ciencia y diálogo ecuménico de Nicolás de Cusa surgieron del concilio de Florencia de mediados del siglo 15, como la liberación de la humanidad del legado de los imperios.

Estas cuestiones fueron el meollo de las deliberaciones de los concilios de la Iglesia que llevaron a recrear un papado descarnado en torno a un principio de humanismo cristiano, en el contexto del concilio de Florencia del siglo 15. Las tres doctrinas principales de Nicolás de Cusa —Concordantia cathólica (el establecimiento de un sistema de Estados nacionales soberanos vinculados eucuménicamente); De docta ignorantia (el renacimiento de una ciencia física libre de los fosos del dogmatismo ignorante en cuanto a ciencia); y su diálogo ecuménico De pace fidei—, emergieron de los elementos más destacados de ese concilio como la liberación de la humanidad de los legados de los imperios.

La oligarquía financiera veneciana había fundado su esfuerzo para resurgir en la destrucción de esos tres rasgos, de los que dependió el gran renacer de la Iglesia cristiana y la dignidad del alma individual humana en la sociedad del Renacimiento. La trama con la que se traicionó a Constantinopla estuvo en el centro de la “contrarrevolución” de Venecia contra el Renacimiento.

Lo irónico, como atestiguan los casos ejemplares de Luis XI de Francia y su seguidor Enrique VII de Inglaterra, es que las políticas del genio egregio del cardenal Nicolás de Cusa habían infectado la sociedad con un nuevo poder del individuo humano, per cápita y por kilómetro cuadrado. El derecho de liberarse de los grillos de la esclavitud de dogmas pervertidos, tales como el del fraude astronómico de Claudio Ptolomeo, había encendido la chispa de la humanidad verdadera en las filas de individuos típicos de la sociedad. Esta liberación del derecho a expresar esos poderes de creatividad que ponen al individuo humano por encima de las bestias, creó una forma de sociedad físicamente más poderosa, per capita y por kilómetro cuadrado, que ninguna vista en Europa desde el ascenso del Imperio Romano a finales de la segunda guerra Púnica.

Hasta la época de Maquiavelo, ningún seguidor de Nicolás de Cusa expresó esta liberación de la creatividad científica y artística innata de la naturaleza humana individual mejor que el reconocido seguidor de Cusa, Leonardo da Vinci, y nadie después de Leonardo de forma más completa que el fundador de una forma sistemática de ciencia práctica, Johannes Kepler. Cuando leemos el Discurso con lo que he presentado hasta ahora en este capítulo como telón de fondo en mente, hemos de reconocer las implicaciones militares y estratégicas relacionadas de lo que Maquiavelo escribe allí. Sin embargo, tenemos que leerlo en el contexto de la revolución científica y cultural puesta en marcha por la insurgencia de la revolución política y social relacionada con el principio republicano que expresan los casos de Luis XI y Enrique VII.

La ostentosa tumba del especialista en magia negra sir Isaac Newton se encuentra en Westminster Abbey, Londres.

Por lo tanto, Paolo Sarpi y su lacayo Galileo le prestaron mucha atención al trabajo de Johannes Kepler. Plagiarían y luego mutilarían los descubrimientos de Kepler, pero después actuarían para suprimir el conocimiento de la obra original que habían plagiado con malicia de este modo.

Lo que el partido nueva Venecia de Sarpi y Galileo reconoció, fue que sus fuerzas no debían quedarse a la saga de las capacidades tecnológicas que generaba la ciencia europea moderna porque, de otro modo, las fuerzas de la civilización los aplastarían por su descuido. Sin embargo, tenían que mostrar una dedicación fanática a suprimir el conocimiento de los métodos que en realidad generaban el progreso científico, si es que iban a impedir que el progreso arrollara el interés oligárquico representado por la facción Veneciana.

El resultado abarcó el fenómeno de la educación “basada en libros de texto”. En otras palabras, el fomento del “adoctrinamiento” bajo la jerarquía de un conjunto de sacerdocios “científico” y “artístico–cultural” al estilo babilónico, para los cuales el conocimiento es algo que se transmite acorde a “cánones”, sobre todo por “imposición de manos”. Esta fue la esencia de la adopción de Paolo Sarpi del legado del irracionalista medieval Guillermo de Occam: la innovación está permitida, pero hay que rendirle culto en la forma de un “misterio religioso”, como lo simbolizan las doctrinas arraigadas en el irracionalismo de Galileo, sir Francis Bacon, Tomás Hobbes, Descartes, John Locke, David Hume, François Quesnay, el Adam Smith de Shelburne y los francamente pro satánicos Bernard Mandeville y Jeremías Bentham.

De esto despréndense los dogmas irracionalistas del positivismo de siglo 19, y los arranques más radicales de total depravación moral del siglo 20 relacionados con Bertrand Russell y las sectas existencialistas de los seguidores de Husserl y demás. Podrá tolerarse la ciencia física, pero a condición de que las raíces del poder del hombre de descubrir principios universales eficientes de ciencia física y obras artísticas clásicas se encubra con el manto de esas formas descabelladamente arbitrarias y, en últimas, dionisíacas de misticismo existencialista que refleja en extremo el lunático misticismo contemporáneo de un Alan Greenspan o Ben Bernanke, y de esos depredadores puros, sucesores moderno de la secta de John Law: los “fondos especulativos” de la actualidad.

Para estas criaturas no hay principios físicos universales, sólo acumulaciones reduccionistas al extremo de las formulas matemáticas que emplean, como el dogma Black–Scholes de LTCM, como substituto para el verdadero pensamiento humano.

En lo afirmativo

Como subrayó el amigo del apóstol Pedro, Filón de Alejandría, el sustituto aristotélico para “Dios” fue el arquitecto, y así la víctima de un designio inmutable de Su propia creación. Los gnósticos presumieron que, ya que Satanás no había celebrado ningún contrato, el dios aristotélico estaba en libertad de dar tumbos por el mundo de la existencia del hombre mortal sin muchos estorbos. Contrario a tales doctrinas estúpidas, el Creador no le ha fallado la humanidad; más bien, la humanidad con frecuencia ha traicionado a su Creador. Para algunos de nosotros esto es claro, pero todavía es un “hueso duro de roer” para la mayoría de los que viven hoy.

Este fue un trago muy fuerte para aquellos que le daban cuerda al especialista en magia negra, el mentecato sir Isaac Newton, y le atribuyeron dichos curiosamente perversos a su marioneta. Incorporaron al libreto que le dieron la noción de que el Creador le dio cuerda al universo como a un reloj, y que después se quedó ocioso hasta cuando, como puntualizó Godofredo Leibniz, hubo que despertarlo para darle cuerda al reloj de nuevo.

Creencias como ésas insultan tanto al Creador como al hombre; son un insulto cuanto más congruente con las intenciones de la doctrina empirista de Paolo Sarpi: la doctrina del Satanás conocido de otra forma como el Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo, doctrina que le veda al hombre conocer el acto de descubrimiento de cualquier principio físico universal. Más bien, es muy revelador lo que el plagiador pro satánico y empirista Adam Smith dice en su Teoría de los sentimientos morales

. . . la custodia de la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es asunto de Dios y no del hombre.. . . La naturaleza nos ha conducido a buena parte de ellos por instintos originales e inmediatos. Hambre, sed, la pasión que une a los dos sexos, el amor al placer y el temor del dolor, nos impulsan a aplicar esos medios sólo por lo que son, y sin consideración alguna de si tienden a esos beneficiosos fines que el Gran Director de la naturaleza intentó producir por medio de ellos.

Gnósticos paganos tales como René Descartes, John Locke, Bernard Mandeville, François Quesnay y el plagiador Adam Smith, niegan que existe esa cualidad que le es única al Creador y a la mente humana individual, de descubrir y emplear los principios físicos universales que deben guiarnos a cumplir lo que Génesis 1:26–31 especifica como las obligaciones mosáicas. Como V.I. Vernadsky demostró de modo riguroso por medio de la ciencia física experimental, los principios de los procesos vivientes definen un dominio de espacio–fase físico superior del trabajo de los procesos vivos: la biosfera. Y los principios de la cognición humana ponen al individuo humano y a la sociedad por encima del nivel de simples procesos vivientes: la noosfera, donde yace el descubrimiento de formas cognoscibles de principios físicos universales. Tal es el caso para el descubrimiento único, original de Kepler, del efecto infinito pero infinitesimal de la gravitación universal. El descubrimiento eficiente de tales principios, y la reproducción de semejante experiencia, expresa la separación absoluta entre el hombre y las bestias autoprofesadas, tales como sir Isaac Newton y los perversos asquerosos Bernard Mandeville y Adam Smith.

Satanás, por tanto, puede echarse una siesta mientras Paolo Sarpi está de turno en la Casa Blanca y en el despacho de ese presidente del vicio: Dick Cheney.

Son aquellos poderes creativos inherentes a la mente humana individual los que, cuando se les nutre para que fructifiquen, definen al individuo humano como a un ser que cobra expresión en la forma de un cuerpo vivo mortal, pero cuya distinción esencial es la de un ser cognoscitivo implícitamente inmortal. Es típico encontrar esta ironía en la realidad en la inmortalidad del acto de transmitir esas ideas de veracidad inmortal tocantes al proceso de la Creación sin límites: el universo en el que existe la humanidad. Estas son ideas que cobran expresión en la forma de descubrir y aplicar principios físicos universales y artísticos clásicos. Esta es la belleza y la pasión que la composición artística clásica le imparte al acto de descubrimiento, y el reconocimiento del trabajo de propagar principios físicos universales cognoscibles que, unidos en la práctica, distinguen la esencia del hombre de la bestia.

No hay nada que no pueda conocerse en el acto de descubrimiento de un principio físico universal válido, ni en el principio mismo.

A diferencia de ese bruto devoto del Zeus satánico, Tomás de Torquemada, el sirviente gracioso de Satanás, tal como el seguidor del empirista Paolo Sarpi, no objeta a la ciencia; más bien, la adopta y la sodomiza. A diferencia del aristotélico, que rehúsa aceptar una realidad contraria a su dogma, que sólo puede defender a fuerza bruta, el taimado Mefistófeles seguidor de Paolo Sarpi, como el “Uriah Heep” que nos pinta Charles Dicken o los personajes manipuladores que aparecen en el Retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde, adopta al chico y le da a esa víctima su nombre real escogido por Sarpi: empirismo. Eso, para que acarrease su propia destrucción con que el chico tontamente adopte ese premiado legado académico o uno semejante.

Es así cómo han inducido a miembros relevantes del Congreso de EU y a otros a morder el anzuelo de la ilusión de los “biocombustibles”.

3.  El poder intrínseco de las ideas

Lo prácticamente criminal que Clausius, Grassmann, Kelvin, y demás le hicieron a la obra de Sadi Carnot, fue tomar una expresión de la cualidad de la mente humana, el efecto de la práctica del descubrimiento de principio físico de una misma calidad que el descubrimiento de la gravitación universal de Kepler, y tratarla como el lacayo del satánico Sarpi, Galileo, trató de violar sodómicamente la sustancia de los descubrimientos de Kepler del principio físico universal del Creador.

En este asunto, como demostraré aquí, los descubrimientos de V.I. Vernadsky respecto a la biosfera y a la noosfera son de importancia decisiva para poner en evidencia el fraude que impregna la estafa de los “biocombustibles”.

Primero, hago algunas observaciones esenciales sobre cómo la opinión popular crédula tiende a impulsar a los políticos y a otros ciudadanos hacia un estado de virtual estupefacción, en materia de los “biocombustibles”.

El propósito de mi planteamiento en este informe es, como lo he hecho en otros parecidos, ayudar al ciudadano que desea librarse de su susceptibilidad a caer en la trampa de la clase de estafas que describo aquí. Al respecto, es justo decir que el peor pecado del ciudadano común es su acostumbrado orgullo en su propia estrechez mental. Por ejemplo, piensa en: “Baja las cosas a mi nivel; ¡yo soy una persona práctica”.

Ese sentimiento común y, francamente corrompedor, ha de reconocerse como el meollo de la cuestión en el caso clínico planteado y abordado en el cuento famoso de Daniel Vincent Benet: El diablo y Daniel Webster. Para mi gusto de la historia verdadera, Benet le da a Webster demasiado crédito, pero el cuento es bueno, un relato bien narrado por un artista con oficio.

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¿Cómo es que el fraude de los “biocombustibles” ha seducido a tantos congresistas estadounidenses? El senador John Thune (izq.) y el representante Jeff Fortenberry se montan al tren del etanol en 2006. (Foto: Ford Motor Co.).

Sobre el particular, es con frecuencia la estrechez mental y, por tanto, la intrínsecamente errónea noción del interés propio del individuo infectado con la a veces fatal necedad llamada el “sentido común”, lo que desespera a aquellos de nosotros, como yo, que tenemos que mirar una y otra vez con horror compasivo lo que la mayoría de nuestros conciudadanos se hacen a sí mismos y a nuestra civilización; lo que con frecuencia se hacen a sí mismos, y también a sus familias y a nuestra república, con su insistencia autoembrutecedora, cada vez que se discute cualquier asunto serio de ciencia o de una cualidad de principio relacionada, de “pon los pies en tierra”, esa misma tierra en la que el creyente y hasta nuestra nación pueden ser enterrados, y muy pronto. Nada ilustra esto mejor, y tarde o temprano del modo más dramático, que la taimada estupidez que ve un determinado interés propio en fomentar la causa de los “biocombustibles”.

Así que el taimado yanqui del cuento de Benet, acepta el equivalente moral del cebo de los “biocombustibles”, como lo representa el más marrullero “señor Scratch” [raspa] (notable por “ráspate unos pesos”), y nos deja a aquellos de nosotros (como yo), que somos menos dados a tragarnos el sentimentalismo popular, la tarea de rescatar al pobre embaucado del destino que le había deparado el “señor Scratch” desde un principio. Por tanto, te lo suplico, no dejes que te conviertan en otro pobre “ibiota”.

La misma necedad populista que manifiesta el tonto con los pies en tierra embaucado por el “señor Scratch”, la encontramos también a un nivel relativamente más alto de la vida intelectual, digamos, en el estudiante de posgrado en una carrera científica que acepta la propuesta de graduarse con los honores conferidos por una versión académica del “profesor Scratch”, en vez de tomar en cuenta las pulsaciones de la historia faccional de las culturas, lo que lleva a algunos a adoptar ésta o aquella fórmula impartida, y no otra más o menos igual de disponible. Así que el “deseo de creer” es la premisa subyacente del dogma falsificado que con frecuencia pasa por la sabiduría científica aceptada. ¿Cuántas veces no he oído la premisa del sofista embaucado: “Pero, yo tengo que creer. . .”?

De lo que debe de haberse reconocido, de lo que yo ya he reiterado de nuevo en este informe, como ciertas pulsaciones entre epistemologías en conflicto en el desenvolvimiento de las tradiciones científicas y artísticas desde la antigüedad hasta la Europa contemporánea, el pensamiento científico y relacionado competente tiene que encontrar un nivel de juicio superior a lo que con frecuencia pasa como una premisa “autoritativa”, pero errónea de un sistema de creencia particular. En otras palabras, el juicio socrático, del que los métodos de los pitagóricos y Platón son modelo de esta pauta superior en la búsqueda de la verdad. La señal moderna más eficiente de esta precaución esencial, no es otra que la que expresa de modo explícito el titulo de la disertación de habilitación de 1854 de Riemann: Sobre las hipótesis en las que se fundamenta la geometría. Para efectos de precisión, lo que reza el título lo subrayan los tres primeros párrafos de esa misma obra.

Para lo que tratamos aquí, tiene una pertinencia política práctica notable el que yo empecé la segunda fase de la evolución de lo que se conoce internacionalmente como el “Movimiento de Juventudes Larouchistas” (LYM), aseverando que, la educación científica no podría prestarle el servicio deseado al estadismo, a no ser que el principio de contrapunto relacionado con el ejemplar Jesu, meine Freude de J.S. Bach, fuera tratado como un rasgo integral, dinámico de la tarea de reexperimentar lo más esencial del descubrimiento científico. Es la pasión que incita el papel de la coma pitagórica en expresiones coherentes de contrapunto bien temperado, como en el reto de interpretar una expresión del bel canto florentino en esta obra de Bach, lo que aporta el elemento apasionado de la veracidad, como hábito, a la tarea de buscar la verdad científica. El científico que de común se acepta en nuestros días sueña en blanco y negro; el interprete consumado de música clásica sueña a colores. Ese donde los dos coinciden, que la creencia se vuelve realidad, que adquiere la calidad de la verdad.

Lyndon LaRouche charla con miembros de su Movimiento de Juventudes Larouchistas (LYM) luego de una videoconferencia que dio en Washington, D.C. El enfoque doble de LaRouche para educar al LYM consiste en el dominio de los descubrimientos científicos de Kepler, Gauss y Riemann, por un lado, y de los principios del contrapunto de J.S. Bach, por el otro, para así aportar “el elemento apasionado de la veracidad, como hábito, a la tarea de buscar la verdad científica”. (Foto: Stuart Lewis/EIRNS).

La verdadera ciencia, al igual que la obra artística clásica que nos legaron Leonardo da Vinci, Rafael Sanzio, Rembrandt, J.S. Bach, Wolfang Amadeus Mozart, Beethoven y demás, une la vida mental con referencia a principios comunes subyacentes, que abarcan la gama de todo lo que en verdad sabemos sobre las experiencias de la evolución de la cultura, que expresan la ciencia y el arte clásico en el lapso de la historia conocida de Europa hasta la fecha, y aun más allá. Este principio es lo que separa la ciencia y la cultura artística verdaderas, de los trucos de monos que con frecuencia pasan como substitutos de la ciencia, y el entretenimiento popular hoy día.

Por tanto, mi misión ha consistido en reunir lo esencial de la historia del progreso político–cultural y científico europeo de los últimos tres mil años aproximadamente, y algunos elementos esenciales previo a eso. El reto ha sido ver los sucesos históricos de marras desde arriba, con la meta de examinar esta historia como una unidad funcional, en cuanto a su esencia subyacente irreducible.

En esto he contado con la colaboración de mi esposa y otros en Europa, como en el caso de los notables aportes originales que ella hizo al entendimiento del gran concilio ecuménico de Florencia y al papel de Nicolás de Cusa en general, y en lo que toca a la contribución específica decisiva de Cusa a la puesta en marcha de una orientación a favor de las exploraciones transatlánticas y transoceánicas, y de fomentar de forma directa, aunque póstuma, el primer viaje de Cristóbal Colón. Ello lo ha complementado de modo similar con sus extensos estudios de la obra de Federico Schiller, que tuvo una función importante en profundizar nuestra comprensión de las raíces europeas de la Revolución Americana.

La historia de la civilización europea, y también las raíces de esa civilización definida en términos más amplios en milenios previos, ha hecho que mi vida interna sea genuinamente feliz. Esta felicidad se ha fundado en un sentido de la existencia del hombre en total, como un proceso que puede entenderse como la lucha por la superación de la condición humana. La especie humana es una sola, sin divisiones esenciales, pero únicamente variaciones de acción recíproca en su experiencia histórico–cultural, una experiencia que se sustenta, con efectos determinantes, en una convergencia implícita en una meta futura común, a la que se llega por esas distintas rutas de viaje que hoy nos encaran con la necesidad de hacer valer el principio del Estado nacional soberano, en defensa de los diversos intentos pasados y presentes de arruinar a la humanidad, a través de hacerla descender al infierno virtual de un nuevo eco “globalizado” de la Torre de Babel.

En total, para mí la consideración más importante ha sido la de escapar de esa maldita pequeñez de espíritu y opinión que hoy pasa por “opinión popular”, de esa execrable mezquindad que es el argumento, en la unidad de efecto, de la batalla de Benet contra el demonio del populismo, de principio a fin, en su El diablo y Daniel Webster. Tal es el reto de salvar las almas de los “ibiotizados” del infierno, a la que su necedad oportunista amenaza con acarrarle a ellos, a nuestra nación y a toda la sociedad en su conjunto también.

Ahora, regresemos a la dinámica

En sus escritos de 1935–1936 y posteriores sobre el asunto de la biogeoquímica, el fundador de esa rama de la ciencia física, V.I. Vernadsky, recalcó que, en tanto los procesos vivos al parecer se componían de los mismos elementos químicos que los no vivos, la organización de los procesos vivos reflejaba un principio ausente del dominio de los que por naturaleza eran procesos no vivos.[25] Esta declaración de Vernadsky le dio una sustancia científico–experimental decisiva a la noción de un principio físico universal de la vida, como algo que abarca un espacio–fase universal distinto en calidad al de los procesos no vivos. Esta era y sigue siendo, la única definición competente de una biosfera.

Con efecto similar, Vernadsky luego introdujo el concepto de la noosfera como un dominio en el cual un proceso vivo, la especie humana, difería de un modo cualitativo de los límites de la biosfera, de forma comparable a la diferencia entre el dominio de la biosfera y los procesos característicamente no vivos (por ejemplo, los sub bióticos). Este concepto de la noosfera nos dio una definición física de lo que con propiedad clasificamos como los procesos noéticos del intelecto humano, esos poderes potenciales en realidad creativos de la mente humana individual, que apartan a los miembros de la especie humana de cualquier otro tipo de proceso vivo.

Estas comparaciones llevan nuestra atención al asunto de la clorofila, a la que representa una placa de moléculas con forma de renacuajos que transforman la luz solar que absorben a una densidad de flujo energético baja, por el rasgo “tipo antena” de la molécula, en una densidad de flujo energético relativamente alta del pulso emitido desde dentro del átomo central de la “cabeza” de esa placa; el pulso de una densidad de flujo energético relativamente más alta que la de la luz solar incidente; la densidad necesaria para separar el oxígeno y el carbono del dióxido de carbono.

Por tanto, cuanto mayor sea la cantidad de dióxido de carbono disponible para esta función de la clorofila, menor la temperatura media relativa del ambiente, y también mayor el reciclado de la humedad de agua a través de la ecología. Las hierbas son útiles en este sentido, pero el desempeño de los árboles es fuente de un efecto mucho más placentero para los habitantes locales, y mi opinión sobre las pautas a seguir en lo que toca a los árboles de mango híbridos, coincidió con la de la primera ministra Indira Gandhi en su momento. [26] Eso basta en cuanto a la creencia lunática en el dogma religioso de los “gases de invernadero”, los cuales las bocas de los llamados ecologistas parecen, de hecho, suministrar en grandes volúmenes.

En un sentido más amplio, la función de energía no se ubica en esencia en el número de calorías contabilizadas, sino en la “densidad relativa del flujo energético” de la fuente que la provee. La ingeniosa actividad que realiza la humilde clorofila para crear un ambiente habitable, nutrir y proporcionarle otras comodidades a la vida humana, sólo ilustran un principio general que abarca el total de cualquier enseñanza y práctica competente de la ciencia de la economía física, y el diseño de políticas de cualquier gobierno moderno relativamente cuerdo.

En general, aparte de los procesos vivos como tales, el poder de la humanidad de existir, medido per cápita y por kilómetro cuadrado de las condiciones de la superficie terrestre, siempre ha dependido del progreso en las formas de energía empleadas, de “densidades de flujo energético” relativamente bajas a más altas en calidad. Por ejemplo hoy, la existencia continua de una población humana en el planeta de un modo comparable con el actual, requiere cambiar en lo inmediato de la combustión del petróleo y el gas natural, a la energía de fisión, y a la fusión termonuclear como recurso primario en más o menos una generación; y para nuestra futura relación con nuestro sistema solar, de dominar de algún modo las implicaciones de la densidad mucho más alta que implica la llamada reacción “materia–antimateria”.

Como el caso de la clorofila apenas lo ilustra, un asunto crucial relacionado es, que el desarrollo del sistema solar en el que hoy vivimos se remonta a su evolución a partir de un sol joven, solitario que giraba rápido (algo de esto puede explorarse como un tema de discusión posterior). La emergencia de lo que vino a conocerse como la tabla periódica de los elementos, al igual que la evolución del propio sistema planetario, refleja el mismo vector antientrópico de desarrollo que encontramos en lo que le aportó la evolución de la clorofila a la posibilidad de la vida humana aquí.

De allí que, por ésta y razones relacionadas, debería quedar implícitamente claro que la llamada “segunda ley de la termodinámica”, es un fraude total cuando se la presenta como un supuesto principio general de procesos físicos. Si fuere en realidad un principio físico, el sistema solar habría comenzado con la existencia de la humanidad y descendido a partir de entonces hasta bajar al reino de los gusanos en la actualidad, y, de ahí, a los procesos no vivos en general, hasta que todo el universo acabe en un estado pasivo gruñón de “muerte calórica universal”.

En breve, fue el papel de la llamada “densidad de flujo energético”, como este concepto se generalizó en las filas de los científicos nucleares entre los años 70 y 80, lo que vino a ser la consideración determinante que rige cualquier tratamiento del asunto de la energía.

Sin embargo, ahí no acaban los temas que presentamos aquí para su consideración.

Esto lleva nuestra atención de nuevo al asunto de la dinámica.

Como ya he recalcado, el principio de la dinámica aparece en la historia de la ciencia europea como el principio central, dúnamis, de la obra de los pitagóricos y los grupos relacionados con Sócrates y Platón.[27] Leibniz lo introduce en este sentido en su ataque demoledor contra la perspectiva incompetente y el método mecanicista de René Descartes y los seguidores de éste y Newton. Sin embargo, la forma en que lo usó Leibniz, aparece otra vez de modo explícito cuando Riemann posteriormente avanza las hipergeometrías de Gauss a la forma de hipergeometría física, [28] algo que ya estaba presente de forma implícita en el método que Riemann empleó en su disertación de habilitación de 1854. Esta noción de la dinámica en la física (en lugar de una simple matemática formal) hipergeométrica es el meollo de los métodos competentes de las formas dinámicas de prognosis económica hoy.

En esencia, como ya implican los párrafos iniciales de la disertación de habilitación de Riemann de 1854, la noción de principios físicos universales, tales como la elaboración de Kepler de un principio universal de gravitación, corresponden al asunto de la hipótesis tratada en la presentación de 1854.

Resumiendo ese asunto provisional, cualquier principio físico universal, tal como el principio de gravitación universal, un descubrimiento original de Kepler, define un objeto tan grande como el mismo universo ilimitado (como el de Alberto Einstein), un principio de acción de grano tan fino como un infinitesimal virtualmente absoluto. El que Kepler reconociera que la acción eficaz de este principio universal tiene que ubicarse dentro de los límites de un infinitesimal, fue lo que lo motivó a encomendarle a los matemáticos del futuro la elaboración de un cálculo en específico infinitesimal, y lo que llevó a Leibniz a elaborar precisamente tal solución, a partir de un informe sobre la materia que le entregó a un editor parisino en 1676, y que culminó cuando introdujo los conceptos de un principio universal entrelazado con la catenaria de un modo dinámico de mínima acción física, más o menos a fines del siglo 17 y comienzos del 18.

La perspectiva que resulta ahora en materia de ciencia física, incluyendo la economía física, es que el mundo real de nuestra experiencia está circunscrito en lo “externo”, por así decirlo, por principios físicos universales, comparables a la gravitación universal descubierta por Kepler. Queda implícito que el dominio es un universo finito, sin límites externos, pero que a lo interno lo delimita la extensión del alcance de principios físicos universales. Por tanto: un universo finito, pero no limitado externamente.

Los poderes bióticos y cognoscitivos

Hasta aquí en nuestro argumento hemos recurrido a una aproximación, la de tratar a nuestro universo como si todo fuera un asunto de espacio–fase abiótico. Ahora tenemos que volcar nuestra atención a ciertas observaciones pertinentes breves, pero de importancia decisiva en materia de la biosfera y la noosfera, respectivamente.

El hombre nunca ha podido demostrar que la vida puede generarse de procesos no vivos, ni que pueden generarse procesos cognoscitivos humanos de cualquier forma de vida que no sea la de individuos humanos. De allí que, la vida existe como un principio universal cuyo poder yace fuera del dominio abiótico, pero tiene la capacidad de organizar dicho dominio. Por tanto, los poderes cognoscitivos de la mente humana individual que se relacionan con descubrimientos de principio eficiente validables en forma de ciencia y arte clásico, están fuera, pero actúan con eficacia sobre los dominios biótico y abiótico.

De ese modo, la “historia” de nuestro planeta es la de la transformación continua de su masa total, en la que la biosfera prevalece. Asimismo, esa historia enseña que la noosfera aumenta a un ritmo que acelera en general en cuanto a masa, en relación tanto a la biosfera como al planeta en su totalidad.

La vida y la cognición son principios universales relativamente distintos, donde la cognición infecta el estrato biológico apropiado en la biosfera, y el planeta como un todo cada vez más viene a ser una expresión de un proceso vivo.

En este sentido, el tratar de usar un elemento de la biosfera, los productos alimenticios, como energía abiótica, no distaría mucho en los anales de la ciencia o la moralidad, de que uno criara y se comiera a sus propios hijos como forma práctica de producir comida.

Por tanto, hasta que hayamos tomado en cuenta ese reto, el rasgo más interesante de esa disposición sigue siendo que, cada descubrimiento agregado de aun otro principio físico universal define un universo de una calidad aun finita, pero ilimitada, pero que cambia a voluntad del hombre en la medida en que éste impone ese principio descubierto en ese universo. Entonces, en ese sentido específico, tales principios le dan al universo, cuya existencia es eficaz, un nuevo carácter autolimitado, siempre y cuando el hombre aplique esos principios, en tanto cambios, al universo como si hubiera existido eficientemente un momento antes.

La geometría física que supone semejante disposición define un universo antientrópico por naturaleza; un universo en el que el sol genera un sistema planetario, cuyo desarrollo proporciona una fundación para la expresión de procesos vivos, los que, a su vez, crean las premisas para que entren en juego los poderes creativos del individuo humano como una fuerza de cambio en últimas cada vez más poderosa en el sistema solar como un todo.

Esta es la calidad de un universo congruente con la función de la dinámica de la acción voluntaria de mentes individuales dentro de los confines de la noosfera de Vernadsky.

Por tanto, la existencia de la sociedad la delimita el poder que los principios descubiertos en uso le brindan a la humanidad, medido per cápita y por kilómetro cuadrado de superficie del planeta de conjunto, y también, por tanto, cualquier región significante de ese planeta. La posibilidad de que continúe la existencia humana depende, por tanto, de descubrir y aplicar nuevos principios físicos, principios ordenados, al menos en su mayoría, acorde a un principio de antientropía universal en un universo físico antieuclidiano.

En cualquier momento en este proceso, el principio expreso de acción necesario tiene la forma que excluyen de modo axiomático los reduccionistas tales como los cartesianos y la escuela de termodinámica de Clausius y Kelvin, y sus sucesores radicales positivistas, tales como los seguidores de los ideólogos rabiosos Ernst Mach (verbigracia: Ludwig Boltzmann), y de modo enfático, Bertrand Russell (verbigracia: Norbert Wiener y John von Neumann).

En este orden de asuntos universales, la antientropía es la regla penetrante de principio.

En este universo, el reduccionista al extremo maltusianismo moderno de la secta del “calentamiento global”, la de los seguidores de Kelvin, no expresa nada que no sea comparable con el mismo Satanás.

Cada estadio de la existencia de la sociedad lo delimita de modo antientrópico la necesidad de desarrollar el poder físico del hombre per cápita y por kilómetro cuadrado, como aproximaciones pedagógicas mensurables de “densidad de flujo energético” per cápita y por kilómetro cuadrado. A medida que nos acercamos al límite actual, esa condición reacciona sobre el proceso contenido dentro de tales límites. Esto requiere que la sociedad cambie de conducta, que tome el rumbo equivalente a aumentar la “densidad de flujo energético”, per cápita y por kilómetro cuadrado. Ello significa una nueva categoría de avances técnicos revolucionarios, y que una proporción creciente de la población total se dedique a tareas característicamente antientrópicas de progreso científico y cultural congruentes, a diferencia de otras funciones.

No sería posible lograr esta ventaja sin la adopción de un concepto del hombre que fuere congruente con el cuadro que acabamos de resumir, sobre la característica antientrópica de la autoconcepción autoconsciente por naturaleza del individuo adulto del tipo con viabilidad permanente en la sociedad.

Este es el significado práctico de la dinámica para propósitos de sentar pautas para EU y otras naciones hoy.

Así, en últimas, promover biocombustibles no sólo es una estupidez; a los ojos del Creador, también es perverso.

—Traducción de Ingrid Torres, Jonás Velazco, Carlos Cota Moreno, Liza Niño, Abraham Ortega, Mariana Toriz, Fernando Espósito, Diego Bogomolny, Fernando Barrera, Emiliano Andino y Oscar Valenzuela del LYM.


[1]Los efectos monstruosamente destructivos de alentar en general el uso de los llamados “biocombustibles” se documentan en informes publicados por mis colaboradores.
[2]Bernard Riemann planteó un desafió de principio matemático implícito contra el menjurje de Rudolf Clausius en su “Ein Beitran zur Elektrodinamik” de 1858, el cual, a su vez, fue cuestionado en defensa de Clausius por Hermann Grassmann, quien para ello tuvo el apoyo de Henrich Weber, el editor de “Riemanns Werke”. La obra de marras de Riemann se sustentaba en una de las corrientes del avance de la termodinámica (como subrayó mi colaborador en la Fundación de Energía de Fusión, el ahora difunto profesor Robert Moon, un discípulo del profesor William Draper Harkin). Es irónico que el método que Riemann aplicó a la electrotermodinámica vino del trabajo que el llevó a cabo con el hermano de Heirich Weber, Wilhelm, con el respaldo de Carl F. Gauss. El asunto aquí es uno de método: el resultado de la dinámica de Leibniz en el método científico de Riemann, versus el método reduccionista (neocartesiano) de Clausius, Grassmann, J. C. Maxwell, y demás, y de los aun más radicales reduccionistas seguidores de Ernst Mach, tales como Ludwig Boltzman. Éste es el método reduccionista en termodinámica, el de tratar un efecto que tan sólo es frecuente, como sustituto nominalista de un principio físico del simple matemático. Esta perversión ontológica es la raíz de la doctrina posterior, y aun peor, de tales devotos de Bertrand Russell como Norbert Wiener y John von Neumann, una doctrina en extremo mucho más incompetente que la de los autores de la llamada “segunda ley”. La falacia metodológica fundamental del argumento de Clausius y Grassmann la ilustra su ignorancia de lo que todo estudiante moderno de ciencia física debe estudiar: las implicaciones decisivas de cómo trata Johannes Kepler la materia del ecuante y, por tanto, la función de la verdadera dinámica en el avance singularmente original anticartesiano que realiza Leibniz en el cálculo del infinitesimal kepleriano.
[3]Lázaro Carnot (1753–1823), famoso científico y genio militar, y oficialmente el “organizador de la victoria” de Francia, estuvo vinculado con Gaspar Monge en la fundación y evolución de la Ecole Polytechnique, a la sazón la principal asociación científica del mundo, y estuvo relacionado del mismo modo con Alejandro de Humboldt de Alemania. Entre los del entorno de la Ecole Polytechnique estaba el Sadi Carnot (1796–1832), quien elaboró sus propias “Reflexiones”. La tradición familiar de Carnot la continuó Sadi M. F. Carnot. Cabe notar que Carnot fue el Presidente de Francia asesinado en 1894. El asesinato del presidente Carnot fue el segundo de tres sucesos, que empezaron con el derrocamiento del canciller Bismarck de Alemania y culminaron con el caso Dreyfus, el cual puso en marcha el designio geopolítico del príncipe Eduardo Alberto (luego rey Eduardo VII) de Inglaterra, designio que más tarde se conoció como la Primera Guerra Mundial.
[4]El que la entropía se le atribuya a la naturaleza como uno de sus principios, es el quid del fraude que Clausius, Grassmann, Kevin, Helmoltz, Maxwell y los machianos le achacaron a los que han sido clasificados como procesos termodinámicos. La introducción de un enfoque reduccionista, en y de por sí empotra la entropía en lo implícito en el sistema conceptual; el hacerlo explícito, como la llamada “segunda ley”, transforma una ofensa nacida de la ignorancia en una intención criminal. El calor es en esencia un efecto. En primera aproximación lo importante del “calor” está en la “densidad del flujo energético” relativo que expresa la calidad de la acción calórica. Por ejemplo, el “calor” que expresa la acción de la clorofila, es de un orden superior que el obtenido de quemar combustibles creados por la acción de la clorofila. De allí el timo de la “ibiotez”.
[5]“Üer die Hypothesen, welche der Geometrie zu Grunde liegen” (Sobre las hipótesis en las que se fundamenta la geometría), en Bernard Riemann Gesammelte Mathematische Werke(La obra matemática de Bernhard Riemann), editada por H. Weber (Dover Publications, Nueva York. Reimpresión de 1953). También la reimpresión editada por Hans R. Wohlend (Sändig Verlag, Vaduz, Liechtenstein).
[6]El lapso prolongado previo al derretimiento del hielo del más reciente período de glaciación general (en Europa y Norteamérica, por ejemplo) nos presenta con una serie de cambios complejos, entre ellos el descenso de los océanos a unos 400 pies por debajo de los niveles característicos de los últimos 3.000 a 5.000 años. La invasión del lago de agua dulce por una ola marina atlántico–mediterránea, que ahora se conoce como el mar Negro, puede describirse con razón como un “parteaguas” de importancia, para que las civilizaciones marítimas se movieran a los estuarios de los grandes ríos, y para el subsiguiente proceso prolongado de desarrollo río arriba de formas organizadas de civilización que se asentaron en el interior. Los calendarios cuyas fechas pueden confirmarse de modo retroactivo, tales como a los que hace referencia Bal Gangadhar Tilak en su Orión y Arctic Home in the Vedas (El país ártico de los vedas), demuestran que la influencia de las culturas marítimas que se desplazaban por los océanos se remonta hasta ocho mil años o más. Es de notar que, a partir del segundo milenio antes de Cristo, de los asentamientos en el litoral, las civilizaciones más avanzadas eran culturas marítimas, como las que hubo en Cirenaica, las que en Europa tendían a fortificarse contra los habitantes hostiles del interior. Todavía participamos en una onda larga de desarrollo de las regiones del litoral y grandes regiones riparias río arriba, del dominio de una cultura marítima hacia el pleno desarrollo de una cultura realmente terrestre.
[7]El libro de referencia más conveniente al respecto, es Selections Illustrating The History of Greek Mathematics (Selecciones que ilustran las matemáticas griegas), traducido por Ivor Thomas, Vols. I y II (Harvard University Press, Cambridge, Massachusets, 1939–1980). Vale confrontarlo con los interesantes pero problemáticos comentaristas neoplatónicos, tales como Pappus y Proclo. Sin embargo, hasta la obra de Ivor Thomas debe abordarse con mucha cautela, como él mismo le recomienda de forma reiterada a sus lectores. El único remedio para este problema es repetir de nuevo uno mismo los descubrimientos a los que alude, cosa de que las creencias que se extraigan sean, de hecho, de uno mismo.
[8]El modo en que el Imperio Británico ha empleado esas guerras que instigó entre las naciones de Europa y otras partes en el pasado, ha sido para debilitar la oposición potencial de las fuerzas continentales a un imperialismo marítimo. De allí que, la geopolítica de hoy, como fue el caso con las dos “guerras mundiales” del siglo 20, evoca el espectro de una amenaza que se le achaca a mil millones o más de musulmanes, del mismo modo en que Bizancio y sus sucesores venecianos emplearon el antisemitismo y el odio a los musulmanes para mantener su poder imperial sobre las naciones de Europa continental.
[9]El sistema liberal angloholandés evolucionó bajo la influencia del partido neoveneciano de Paolo Sarpi, en imitación al precedente que sentó la alianza medieval ultramontana del moho lamoso de la oligarquía financiera veneciana con su instrumento armado favorito: la caballería normanda. Por razones estratégicas, la oligarquía financiera venecianas de finales del siglo 17 engendró una cubierta angloholandesa como potencia marítima financiera. El liberalismo angloholandés es el resultado hasta la fecha. La “globalización” es el nombre actual del imperialismo en la tradición veneciana y liberal angloholandesa.
[10]En una apreciación de los papeles encontrados en el cofre de Isaac Newton, John Maynard Keynes le dio al mundo un vistazo de quién era Newton de verdad: un muñeco de paja que prefiguró a Jeremías Bentham, y a quien se usó como prestanombre para las obras de timadores más duchos tales como Hooke, el seguidor de Galileo, que en verdad hizo el trabajo que oficialmente se le atribuye al virtual títere “Mortimer Snerd” del miembro del Parlamento: Isaac “abre la ventana” Newton. El “proyecto Newton” fue ideado por el clérigo veneciano residente en París, Antonio Conti, para meter una versión apenas disfrazada del cartesianismo francés en Londres.
[11]Por ejemplo: The New Astronomy (La nueva astronomía) de Johannes Kepler, traducción de W.H. Donahue (Cambridge University Press. Cambridge, Inglaterra, 1992). Véase también el Apéndice que acompaña este artículo y las animaciones que aparecen en www.wlym.com/∼animations/.
[12]De allí la noción de Einstein de que el universo es finito pero sin límites externos.
[13]Lo que sabemos sobre este asunto se lo debemos al difunto padre Haubst de la Cusanus Gesellschaft. El hecho al que hacemos referencia apareció en lo que Haubst documentó de los sermones escritos por Cusa. El acceso que Helga Zepp-LaRouche tuvo a esta información crucial vino de su asociación de décadas con Haubst, en conexión con los estudios de ella sobre la obra de Cusa y Federico Schiller. (Helga también comparte un origen en común en Mosel y afinidades con ambos Haubst y Mosel). De otra forma, lo que yo conozco de Arquímedes en materia del círculo y la parábola vino de un estudio penoso de las porciones del caso de una colección de las obras de Arquímedes editada en Francia.
[14]El proceso completo de descubrir la singularidad de lo que se conoce como los cinco “sólidos platónicos”, se logró en un caso célebre, el de Teetetes, pupilo de Sócrates. La primera fase la lograron los pitagóricos en Siracusa; pero el argumento completo se remonta a Teetetes, quien fue un célebre matemático de su época. El nombre “sólidos platónicos” se refiere a la relevancia que Platón le da a este tema en su diálogo Timeo. En realidad debemos ir más allá, como Kepler lo hizo, a examinar la función de los sólidos truncados arquimedianos, para develar algunos rasgos cruciales sobre cómo el universo físico se organiza en lo pequeño.
[15]Cusa ya había hecho referencia al descubrimiento preptoloméico de Aristarco de Samos, de que los planetas giran alrededor del Sol.
[16]El fraude de “Isaac Newton”, que aún hoy contamina la educación científica, en realidad proviene de Venecia. (cf. educación científica todavía hoy día, fue verdaderamente de proveniencia veneciana (cf. Cómo se volvió malvado Bertrand Russell, por Lyndon H. LaRouche, Executive Intelligence Review, Washington, D.C., 1998). La operación, cuyo pivote era la figura de Godofredo Leibniz y que se llevó a cabo desde el último cuarto del siglo 17 hasta finales del 18, se centró en un estudio que Leibniz fue obligado a realizar en aras de los reclamos feudalistas de la casa Hannover, a la que Leibniz sirvió en las postrimerías de su vida. A este fin se desplegó toda suerte de agentes venecianos a Italia, Alemania y Francia; pero el que más viene al caso fue un tal abad Antonio Conti, quien operó desde París durante casi toda su vida adulta, hasta su muerte en 1749. Conti cobró fama en París como seguidor asiduo de René Descartes, y, luego, durante la primera mitad del siglo 18, como el coordinador de una red paneuropea de cenáculos contra Leibniz en la que figuraban tales cómplices de Conti como Voltaire, D’Alembert, Leonard Euler, Maupertuis, Joseph Lagrange, etcétera, y también la operación de Londres que creó la personalidad sintética del especialista en “magia negra” Isaac Newton. La función decisiva que desempeñó Conti en este sucio negocio, fue su autoría de un plan, montado en París, para crear un “Descartes sintético” en Inglaterra, un timo en el que el reverendo Samuel Clark desempeñó un papel destacado (ver Loemker op. cit., págs. 675–721). Ya que en Inglaterra predominaba un antigalicismo fuerte en el período de marras (ver “How the Nation was Won” —Cómo se ganó la nación—, por H. Graham Lowry, Executive Intelligence Review, Washington, D.C., 1988), se creó un Descartes sintético, Newton, con el auxilio de verdaderos científicos ingleses, tales como Hooke, lo que dependía en gran parte del legado intelectual del timador Galileo Galilei. Los blancos explícitos de la disertación doctoral de Carl F. Gauss de 1799 eran típicos de los agentes británicos del “neocartesianismo” fabricado bajo los auspicios de las redes de los cenáculos de Conti.
[17]Véase la charla que dictó Federico Schiller en Jena sobre los sistemas encontrados del republicanismo de Solón y el oligárquico de Licurgo.
[18]A sus opositores timoratos la oligarquía les dice, en un estilo muy suyo: “Sé impotente hazte el tonto, y pueda que no te torturemos y matemos para que le sirva de escarmiento a otros; como hemos asesinado o arruinado a tantos de nuestros adversarios capaces hasta ahora. ¡Puedes dártelas de ser nuestro adversario nominal, siempre y cuando no pases de ser un necio impotente”.
[19]Es historia pertinente que, Alejandro era cirenaico por parte de madre, y como atestigua su visita estratégicamente crucial al templo de Amón en Cirenaica, compartía la creencia que tenían en común los seguidores de Platón hasta la muerte de ese famoso egresado de la Academia platónica, el cirenaico Eratóstenes. Cirenaica había venido a ser, aún antes de la época de Platón, un centro de cultura marítima, y de la tecnología de navegación empleada por Egipto para zarpar flotillas transoceánicas de grandes naves de madera. Desde aproximadamente el siglo 7 a.C. la cultura marítima egipcia, de la que es representativa la función de Cirenaica, estuvo aliada con los etruscos y la cultura del mar de los jónicos en contra de las fuerzas enemigas centradas en Tiro. Fue el hecho de que el sacerdocio cirenaico se sumara a la causa de Alejandro lo que desató una serie de sucesos en Egipto y en otras partes, que condujo a la derrota de Tiro, y a la posterior condena del Imperio Persa.
[20]Desde que el gran inquisidor de corte nazi Tomás de Torquemada emprendió su pogromo contra los judíos en 1492, hasta la paz de Westfalia.
[21]Citado de The New Dark Ages Conspiracy (La conspiración de la nueva edad de las tinieblas), por Carol White, et al. (New Benjamin Franklin House, Nueva York, 1980), pág. 77.
[22]Escrito en 1840, y publicado por primera vez en Essays, Letters From Abroad, Translations and Fragments(Ensayos y cartas desde el exterior; traducciones y fragmentos), por Mary W. Shelley (Edward Moxon, Londres, 1840).
[23]La conexión de Torquemada con el modelo de Adolfo Hitler no es forzada. Torquemada fue usado por el destacado francmasón martinista conde Joseph de Maistre para diseñar la nueva personalidad que creó y le dio a Napoleón Bonaparte. Ese modelo de Bonaparte, fundado en el precedente del asesino antisemita Torquemada, se usó de forma explícita para elaborar la personalidad sintética del dictador antisemita nazi Adolfo Hitler. El mismo modelo se extendió a la dictadura de Pinochet en Chile, y tuvo expresión en las operaciones de los escuadrones de la muerte de inicios de los 1970 en el Cono Sur de Sudamérica.
[24]La absurda doctrina de Engels del “pulgar opuesto”, al igual que su absurdo Anti–Dühring, ponen de manifiesto un cierto fanatismo “cuasirreligioso”, tanto como su disposición a un temerario analfabetismo científico y su empecinamiento contra Gotthold Lessing, Bismark y Henry C. Carey.
[25]Vernadsky incluyó los residuos de procesos vivos en el dominio de la biogeoquímica de la biosfera. Cf.“Sobre el principio noético: Vernadsky y el principio de Dirichlet”, por Lyndon H. LaRouche. Resumen ejecutivo de EIR, 1?? quincena de agosto de 2005, vol. 22, núm. 15.
[26]Durante una gira por India, fui invitado al instituto de agricultura de Delhi, donde me mostraron unos árboles de una variedad de mangos híbridos que parían con eficiencia y, según los informes, todos los años. Debido a que ciertos cambios previos de política habían obligado a los agricultores del sur de India a talar árboles para combustible, allí había ocurrido un aumento brutal en la temperatura media. Para mi era obvio que esto mostraba, una vez más, la necesidad imperante de desarrollar la energía nuclear, de remplazar el empleo del sistema ferroviario para el pernicioso transporte del carbón y, también, de usar el árbol mejorado de mango, que ningún agricultor desearía talar como combustible, para ayudar a darle marcha atrás al aumento nocivo de la temperatura media en esa región sur. Compartí mi opinión con un colaborador de la señora Gandhi, quien me deleitó con la noticia de que ella era del mismo parecer.
[27]El decisivo Teetetes, como notamos su papel aquí antes, aparece como un pupilo de Sócrates, y como una figura típica y de importancia trascendental para la obra del entorno de Platón y sus seguidores.
[28]Gauss Werke, Vol. VIII (La obra de Gauss, vol VIII) págs. 99–117, en la primera de dos notas por Fricke que aparecen allí.