Internacional

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, nums. 13-14
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Economía

Las deudas no son activos

por John Hoefle

“No se cómo el sistema financiero va a sobrevivir hasta octubre”, dijo Lyndon LaRouche desde el 31 de agosto (y hay que ver en el lío en el que estamos metidos ahora), tras analizar los acontecimientos recientes en el frente financiero mundial. Necesitamos erigir un muro de contención rápido para proteger la población, agregó.

El crecimiento del sistema financiero mundial tiene como premisa una estafa muy sencilla, a saber, que se trata a las deudas impagables como si fueran activos. Estos “activos” se apalancan entonces muchas veces, lo que convierte miles de dólares en millones, y en miles de millones, y en billones en apuestas financieras. Cada año que pasa el sistema financiero se divorcia cada vez más de la realidad, hasta rebasar el borde del abismo.

Adquirir una deuda puede ser útil cuando el dinero se usa para aumentar la capacidad productiva de una sociedad, pero cuando sustituye la actividad productiva, entonces sólo empeora la situación. Ése es el problema que enfrentamos hoy. Como nuestra economía funciona con dinero prestado (los hogares, los negocios y los gobiernos), cada incumplimiento acarrea el peligro de desatar una avalancha de pérdidas y un derrumbe de reacción en cadena del sistema mismo. Cada pérdida nos acerca más a esa reacción en cadena, y las pérdidas aumentan a gran velocidad.

Lo peor aún está por venir

En los últimos años los bancos centrales, para mantener el juego andando, aumentaron el ritmo al que le inyectan dinero al sistema financiero. La derrama de liquidez era tan grande que el ritmo al que aumentaban las emisiones monetarias superó el de los agregados financieros (el total de las acciones, bonos, derivados, etc,), lo que generó una hiperinflación de los haberes financieros. Hace rato que pasamos el momento en que esto era el problema de una deuda que podía rescatarsee.

Lo que está pasando sólo puede entenderse desde la perspectiva de la triple curva de LaRouche (ver gráficas 1 y 2), con una caída de los activos físicos y un aumento hiperbólico de los agregados monetarios y financieros, que no se dan como procesos separados, sino como parte de una función continua. Entre más se saquee la economía física para alimentar la burbuja, más rápido se erosiona la base de todo ese dinero y especulación, en un desplome que se alimenta solo. Si uno deja de alimentar la burbuja, se desploma, y si sigue haciéndolo, también cae. Semejantes conceptos están fuera del alcance de los algoritmos de Wall Street.

Cuando se trata las deudas como si fueran activos, los valores del sistema se convierten en un gran problema, y una burbuja que se erige apalancando estos valores sin valor caerá en una reacción en cadena de apalancamiento inverso mucho más rápido de lo que se erigió. Cada vez que se desploma uno de estos valores, acelera la caída de los demás valores y del sistema entero. En períodos como el actual, cuando casi todos los especuladores tratan de vender sus papeles de alto riesgo y corren a refugiarse en los títulos del Tesoro de Estados Unidos, los valores bursátiles caen cada vez que alguien intenta vender. Si nadie los compra, pierden su valor, y también si alguien lo hace.

Este desplome cobra diferente velocidad en diferentes países, pero todo englobado en una caída mundial general de la productividad física y en un aumento hiperinflacionario de las obligaciones monetarias y financieras. El ritmo de este desplome aumentará de manera hiperbólica y el sistema habrá desaparecido para mediados de octubre, dijo LaRouche. Los estallidos que vemos ahora son meras granadas, pues otros mucho más grandes están por venir. Si el sistema topa con una mina grande, a lo mejor no llega ni a octubre. Entre más grandes sean las pérdidas, más inestable se volverá el sistema.

La única forma de evitar una explosión catastrófica, dijo LaRouche, es congelando el sistema para construir un muro de contención que proteja a la población y al sector productivo de la economía, como lo planteó en su ley de Protección a los Bancos y Propietarios de Vivienda. Hay que enfrentar el problema de conjunto; tratar de bregar con aspectos individuales escogidos no resolverá nada.

El déficit económico

Desde el viraje en la orientación política y económica de 1967–1970 que dirigió la oligarquía financiera, EU ha desmantelado adrede lo que alguna vez fue la máquina industrial más poderosa del mundo, que contaba con el apoyo de una sociedad dedicada al desarrollo científico y tecnológico, y la ha remplazado con una economía informática y de servicios que se funda en las computadores, los servicios y la especulación financiera. Con este régimen, el ingreso —en términos reales— de la mayoría de la población empezó a reducirse, en particular el de quienes perdieron sus sus empleos industriales bien remunerados; y al mismo tiempo el costo de la vida empezó a subir. Para salvar la diferencia, los hogares empezaron a endeudarse, en lo principal vía tarjetas de crédito y préstamos para carros e hipotecas. Las empresas también empezaron a pedir más dinero prestado, a través de préstamos bancarios, papeles comerciales y bonos. La deuda devino en un modus viviendi, y poco a poco dejó de ser un estigma. Al tiempo, estábamos tan enviciados que empezamos a pretender que controlábamos nuestras deudas, cuando eran éstas las que nos controlaban a nosotros.

Gráfica 1

Gráfica 2

Esta deuda creció y creció, y empezó a acumularse en el sistema financiero. Los bancos no podían con tanto. Todos sabían que, aunque las deudas individuales podían pagarse, la deuda total no, así que se estableció un elaborado sistema de refinanciamiento de deudas viejas, y los bancos empezaron a convertirlas en paquetes de valores y a vendérselas a inversionistas en cantidades inéditas. Pueda que estos papeles se fundaran en deudas impagables, pero aún calificaban como valores en la contabilidad de los inversionistas, quienes pedían prestado usándolos como garantía o los convertían en nuevos títulos que podían vender. Muy pronto el valor de todos los títulos, derivados y demás apuestas eclipsó a la deuda en la que nominalmente se fundaban, y rebasaron por mucho el valor de los activos físicos sobre la que descansaba toda la estructura. Y en la medida que este desorden creció, se suprimió cada vez más de la contabilidad de los bancos, al volcarlo al inframundo extracontable de los mercados de derivados y los fondos especulativos, que operan en guaridas de piratas desregulados como las islas Caimán de la City de Londres.

Este casino especulativo creció tanto, que se apoderó de la economía mundial, y entre más crecía, más voraz se hacía su hambre de fondos. Se catapultó el precio de los bienes raíces en EU, Europa, Japón y otras partes para crear nueva deuda que alimentara la máquina que aspiraba todo el dinero de los hogares, los negocios y los gobiernos, chupándose la economía real hasta dejarla seca. A la larga, como tenía que suceder, el casino se volvió tan grande que no había dinero que alcanzara para mantenerlo andando.

Uno de los componentes claves de esta burbuja, el mercado estadounidense de la vivienda, se estrelló en 2005. El ritmo de aumento del precio de la vivienda se estancó y empezó a caer, al grado que muchas regiones no sólo experimentan un ritmo cada vez más lento de crecimiento, sino una caída absoluta en el precio de la vivienda. Para tratar de seguir el juego en medio de esta caída, los financieros empezaron a relajar las normas hipotecarias y las condiciones de los préstamos; lo que fuera para seguir vendiendo. No se trataba de vender viviendas, sino hipotecas que mantuvieran el flujo de dinero para el casino. La vivienda, desde la perspectiva del casino, era un subproducto de su plan de cultivar deudas.

Las ondas de choque

Como el sistema financiero mundial es básicamente un fraude piramidal gigantesco, que tiene que crecer o si no se desploma, la reducción del flujo monetario propagó ondas de choque de pérdidas que reverberan por todo el sistema. Conforme los precios caen, quienes compraron en el apogeo del mercado son los primeros en meterse en problemas, pues tienen hipotecas que valen más que su propia vivienda. Muchos de estos compradores también tenían hipotecas engañabobos; algunas de interés variable, por lo que ahora pagan mensualidades cada vez más altas, aun mientras sus viviendas se devalúan; otros compradores quedaron desempleados o tienen problemas de salud; y otros tantos compraron con la mera intención de especular. Cualquiera que sea la razón, los incumplimientos y los embargos ya empezaron, y siguen en aumento al tiempo que los precios caen, y eso pone en riesgo los billones de dólares en papeles financieros que se fundan en el valor de los bienes raíces.

Estos incumplimientos desencadenaron lo que ha venido a conocerse como la “crisis de las hipotecas de alto riesgo”, a la que se le achaca la culpa del desbarajuste actual. Nos dicen que si tan sólo los compradores hubieran sido más responsables, si los prestamistas de alto riesgo hubieran sido menos ambiciosos, entonces no hubiéramos tenido este “contagio” que infecta a un sistema de otro modo saludable. En cuanto al encubrimiento que impusieron los banqueros y los carteles informativos, tuvo bastante éxito.

No obstante, aunque un buen reportaje puede encontrar un chivo expiatorio, no puede ocultar las pérdidas, que crecen día con día. Como hoy día los activos no son sino la deuda de otro, cada incumplimiento acaba con los activos de alguien más, y conforme se acumulan las pérdidas, generan ondas de choque de incumplimientos por todo el sistema. Y para empeorar las cosas, el sistema tiene billones de dólares en papeles apalancados, cuyo valor depende de que aumente el de los bienes raíces. Es decir, su valor percibido se funda en la expectativa de que podrás venderle a otro por más de lo que tú pagaste. Cuando los precios dejan de subir, se acaba el jueguito.

Un buen ejemplo de cómo funciona esto es Bear Sterns, un imporante prestamista de alto riesgo que le metió miles de millones de dólares en valores hipotecarios y obligaciones con garantía prendaria a los fondos especulativos que controlaba, sólo para ver a éstos reventar a mediados de año. Merryll Lynch, que le prestó a uno de estos fondos una suma considerable, confiscó y trató de vender algunos de los valores del fondo que servían como garantía, pero resulta que sólo pudo recuperar un 50% de su valor nominal, así que suspendió la venta.

Las implicaciones de esta venta fallida son enormes, porque revelan que los avalúos oficiales eran ficticios. La rebatiña para salirse del juego ya empezó, y no parará hasta tocar fondo en tanto no se adopte la propuesta de LaRouche.