Internacional

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, nums. 13-14
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Economía

Traigan al enterrador

por John Hoefle

“Se fueron llorando, y se acabó la fiesta”. Ese versillo de la canción de Carlos Vives, Altos del Rosario, prácticamente resume la situación financiera mundial hoy. Reventaron tu preciado globo, la farsa se acabó y es hora de que te limpies el maquillaje. ¿Cuál es la siguiente parada para el sistema financiero? El enterrador.

La economía estadounidense, por ejemplo, ha venido funcionando por debajo del punto de equilibrio por cerca de cuatro décadas, su productividad industrial se ha desmantelado de manera sistemática en favor de la informática, los servicios y la especulación; se ha abandonado la infraestructura hasta el grado que ahora nos agobian problemas que pudieron haberse evitado; y la población y las instituciones cargan con deudas tan grandes que nunca podrán pagarlas. Nosotros, el pueblo de las naciones, vivimos de prestado para comprar productos que se fabrican en condiciones de mano de obra esclava —o casi— alrededor del mundo. Lo que nos convencimos que era la prosperidad ha resultado ser un fraude irresponsable y obcecado. Ahora el globo ya reventó y la fiesta se acabó.

Qué lindo pensar que las autoridades y los expertos tienen todo bajo control, ¿pero quién puede seguir comiéndose ese cuento? ¿Los políticos? Olvídate. ¿Los tecnócratas? ¡Ni de chiste!

Uno de los temas recurrentes en la prensa financiera por estos días es la confusión; la cosas no están funcionando como debieran. “Bajo la superficie todo se reduce a. . . la percepción de que está propagándose de maneras que no pueden anticiparse”, le dijo un analista al New York Times. Otro comentó: “El estado de ánimo es terrible. La gente dice, ‘Bueno, ¿eso es todo? Si se equivocaron en tantas cosas, ¿es posible que sigan equivocados?’ ” Otra forma de decirlo es, si han estado tan equicovados acerca de todo, ¿qué persona cuerda les creería nada de lo que digan ahora?

Hace unos pocos meses la mayoría de la gente nunca había escuchado hablar de “vehículos de inversión estructurada”, “obligaciones prendarias” o “papeles comerciales con garantía en valores”. Tuvimos lo que se describió como una “crisis de las hipotecas de alto riesgo”, obra de unos cuantos estafadores, pero nada de qué preocuparse, porque es manejable, dijeron. Entonces la “crisis de las hipotecas de alto riesgo” se extendió a los títulos con garantía hipotecaria, y a las obligaciones prendarias, y al mercado de papeles comerciales con garantía en valores, y a los vehículos de inversión estructurada. . . Y muy pronto, nada menos que el secretario del Tesoro estadounidense Henry Paulson impulsaba un plan —condenado al fracaso antes de arrancar— para rescatar a los bancos más grandes de sus propios riesgos con estos “vehículos”.

Y esto no es más que la punta del témpano. Apenas si empezamos a vislumbrar las pérdidas de los bancos, y más allá de ellas tenemos las de los fondos especulativos, los traficantes de derivados financieros, los aseguradores de bonos y los vendedortes de derivados de crédito, todos los cuales están tan incestuosamente entrelazados, que la pérdida de uno desata la de todos los demás. Las pérdidas ascienden a billones de dólares, a la caza de estados contables que destruir conforme se derraman como cascada por todo el sistema.

La cuestión aquí no es el sistema financiero, porque ya está en la morgue, donde los embalsamadores pueden practicarle una autopsia y estudiar los efectos de la enfermedad. Este sistema está muerto, y ya no volverá a la vida.

Hay dos cuestiones sobre el tapete en estos momentos. La primera es, ¿cuál será la naturaleza del sistema que ocupará su lugar? Y la segunda, ¿cuál es el problema con nuestra forma de pensar, que dejamos que las cosas llegaran tan lejos?

Sabemos qué es lo que quieren los banqueros internacionales: fascismo, austeridad y control absoluto de las materias primas, el comercio y nuestra propia vida. De imponerse, el mundo devendrá en un lugar brutal en el que la escasez, la austeridad y la muerte serán el pan de todos los días, de modos que difícilmente podemos imaginar. La oligarquía financiera ha venido, y viene erigiendo este sistema en nuestras propias narices, en un golpe continuo.

No tiene por qué ser así, pero lo será, a menos que le pongamos un alto. Y aquí es donde entran los defectos en nuestra forma de pensar. Cualquier timador que se precie de serlo sabe que no puedes engañar a un hombre honesto; las mejores víctimas son las que quieren algo a cambio de nada, que están dispuestas a aprovecharse de otro. Esta debilidad es la que los hace susceptibles a las mañas del timador. Los banqueros internacionales, y la oligarquía financiera a la que encubren, saben esto, y dependen de la corrupción para manipular a la población.

A su modo, Wall Street es como Las Vegas, donde se construyen grandes edificios con las ganancias producto de separar a la gente de su dinero con el señuelo de que van a pegarle al gordo. Nos hemos convertido en una sociedad de apostadores, no de simples observadores, sino de participantes en nuestro propio saqueo, y en el de nuestros vecinos y nuestras naciones. El embaucador viene trabajando duro para destruirnos, pero son nuestros propios defectos los que le han dado el éxito. Conocimos al enemigo, y resulta que lo llevamos dentro.

Ahora enfrentamos una sencilla decisión que definirá todo: o corregimos nuestros defectos y restauramos el Sistema Americano, o sin duda caeremos en el fascismo y una nueva Era de Tinieblas. Para bien o para mal, el dinero se esfumó. Ahora tenemos que erigir los muros de protección necesarios y proteger primero a la población.