Internacional

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, nums. 13-14
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Economía

La implosión del sistema financiero desata el pánico

por John Hoefle

La pataleta que hizo al aire el analista financiero Jim Cramer el 3 de agosto por la cadena de televisión CNBC, al afirmar que la Reserva Federal “no tiene ni idea de lo mal que están las cosas”, muestra el pánico que ha hecho presa de los financieros y banqueros de Wall Street y demás, conforme empiezan a percatarse de que su sistema financiero está despareciendo tan rápido como la oscuridad que desaparece ante la luz. “La gente está perdiendo sus empleos y estas firmas van a quebrar”, y la Reserva Federal no hace nada, gritó Cramer. “¡La reserva está dormida!. . . Bajen los intereses. Abran la ventanilla de descuento. ¡Bajen las tasas de interés! ¡Reduzcan la presión! ¡Es el Harmagedón! Tenemos un Harmagedón en el mercado de renta fija. Tenemos un Harmagedón. . . [en el que] 14 millones de personas adquirieron una hipoteca en los últimos tres años. Siete millones de ellas agarraron tasas de interés engañabobos o concatenadas; perderán sus viviendas. ¡Es una locura!. . . ¡No es momento de dormirnos en nuestros laureles!”

Los mercados financieros de hecho enfrentan una suerte de Harmagedón, aunque no como se lo presentan al público. El problema no es el “crédito”, sino la deuda y los trucos que se han empleado para encubrir la forma en que la usan para “empapelar” una economía —y un sistema bancario— que ya está en bancarrota. Los bancos centrales han decidido dejar que una buena parte del sistema truene, con la vana esperanza de que al sacrificar a algunos puedan salvar al resto.

Inseguridad hipotecaria

Si nos creyéramos lo que leemos, esta conflagración creciente empezó como una serie de incumplimientos en las hipotecas de alto riesgo, lo cual reventó a los acreedores de estas hipotecas, que a su vez llevaron al caos al mercado hipotecario al provocar el desplome de algunas negociaciones de títulos privados y la evaporación de algunos fondos especulativos, y, finalmente, que se desencadenara una crisis crediticia más grande. Todo, como lo explica con tanto candor Diana Olick de la CNBC, porque “los propietarios de vivienda estadounidenses se pusieron codiciosos, y punto”. Una vez más esos pobres banqueros internacionales ingenuos fueron víctimas de “Juan Pueblo”, que tomó su dinero y luego se negó a pagarles. ¡Qué groseros!

El problema con ese cuento es que nada en él es cierto; es una mentira de pe a pa, que pone la realidad de cabeza al culpar a las víctimas y presentar a los perpetradores como los afectados. Es el equivalente moral del violador que se queja: “Ella se lo buscó. Me obligó a hacerlo”.

Para captar lo que pasa en los mercados financieros y por qué los apostadores están tan aterrados, tenemos que empezar por entender que la economía estadounidense lleva cerca de cuatro décadas que funciona con pérdidas, pues la productividad ha caído a plomo y los gastos han aumentado. Para salvar la diferencia, hemos creado a paso acelerado una deuda gigantesca que no podrá pagarse nunca. Con una combinación de desregulación, trucos contables y esa fantasía conocida como los mercados de derivados, los banqueros mágicamente convirtieron este barril de deuda sin fondo en una montaña de valores, que usaron como garantía para pedir prestado aun más, apalancando y especulando en una estafa piramidal tan grande, que su tamaño casi rebasa la comprensión.

Uno de los timos que los banqueros usaron para que el juego siguiera fue aumentar adrede los precios de los bienes raíces, ya que su “valor” en ascenso creó “garantías” con las cuales especular. El mecanismo que se usó fue la creación del mercado de valores hipotecarios, en el que los iniciadores les vendían las hipotecas a los grandes bancos y apostadores financieros; estas hipotecas luego se combinaban en paquetes que se usaban como base para crear títulos hipotecarios. Mientras que en el sistema tradicional de ahorro y crédito quien otorgaba la hipoteca conservaba el préstamo hasta que se saldaba, el de títulos hipotecarios permitió vender rápidamente la hipoteca, y usar ese capital para crear otra hipoteca. Para alimentar la creciente burbuja de deuda que crearon los bancos, el sistema de financiamiento de vivienda pronto se convirtió en un triturador de hipotecas en el que el objetivo real no era vender casas, sino hipotecas en cantidades y precios cada vez mayores para alimentar la burbuja. Este “mercado de la vivienda” en realidad era un instrumento clásico para ordeñar deudas al estilo piramidal.

Como este sistema de ordeña demanda que se vendan cada vez más propiedades a un precio cada vez mayor, al tiempo que el ingreso real de la mayor parte de la población cae, fue necesario que los banqueros diseñaran alternativas hipotecarias para cerrar la brecha creciente: las normas de préstamo se relajaron, los requisitos de préstamo se atenuaron para permitir pagos iniciales más bajos y continuó la venta de hipotecas sobrevaluadas a personas que en realidad no podían pagarlas. El mercado de las hipotecas de alto riesgo lo crearon los banqueros para seguir inyectándole dinero a la burbuja, y las verdaderas víctimas fueron las personas a las que se obligó a pagar precios artificialmente altos por su vivienda.

Este plan para esquilmar deudas le trajo a los bancos y a todo el sistema financiero un flujo tremendo de liquidez de las hipotecas originales, los títulos hipotecarios, y hasta de las más desquiciadas obligaciones prendarias y otros “valores” parecidos, todos los cuales podían venderse, revenderse y usarse como garantía para seguir pidiendo prestado, lo que creó una “riqueza” de decenas y tal vez cientos de billones de dólares a partir de hipotecas y avalúos ficticios que nunca podrían pagarse.

Obviamente semejante timo no podía durar para siempre, pues a la larga el precio de la vivienda tenía que sobrepasar la capacidad del público para pagarlo, y eso es lo que ha sucedido. Las olas principales de embargos se han dado más que nada en las ciudades del oeste medio de Estados Unidos, devastadas por el desplome de la industria, y en lugares como California y Florida, donde se había especulado a manos libres con los bienes raíces. Con la reducción del flujo de dinero de hipotecas nuevas al sistema, la emisión de los valores hipotecarios empezó a menguar. Y, desde la perspectiva de los banqueros, lo más desastroso fue que el precio de la vivienda empezó a caer en muchas regiones, lo que desató todo un proceso de apalancamiento inverso de la burbuja. Como la viabilidad de los valores hipotecarios, las obligaciones prendarias y papeles relacionados dependía del alza en el precio de los bienes raíces, toda la estructura empezó a desmoronarse. Aunque las fallas empezaron en la periferia, el problema era sistémico; lo que se venía abajo no era el mercado de alto riesgo, sino el propio sistema financiero, del cual la quiebra del primero era el aspecto más visible y escandaloso.

La vergüenza de Bear Sterns

El alboroto de la firma Bear Stearns es un caso ilustrativo. Dicha empresa había hecho pingües ganancias en la especulación con bienes raíces de alto riesgo, al comprar créditos de alto riesgo para emitir valores hipotecarios usándolos como garantía. Cuando el mercado empezó a avinagrarse, Bear Stearns hizo lo que todo banco grande: sacar los papeles malos de su contabilidad vendiéndoselos a los fondos especulativos cautivos o a otros especuladores. Para mala fortuna de Bear Stearns y sus fondos especulativos, las pérdidas en el sector de estos últimos aumentaron tanto que sus acreedores empezaron a tomar las garantías prendarias y a venderlas, sólo para descubrir que no podrían hacerlo ni lejanamente al valor nominal con el que los fondos las tenían registradas en su contabilidad. Fue ahí que el juego se acabó.

Lo que revela este pequeño episodio es que los avalúos contables no eran reales y, aunque el dinero involucrado en la crisis de Bear Stearns era relativamente poco, las implicaciones de los valores fraudulentos causaron ondas de choque que reverberaron por todo un sistema que de por sí está el cogote de tales avalúos amañados, billones y billones de dólares en papeles cuyo fundamento, en última instancia, es una deuda impagable.

La avería de la bomba de dinero inmobiliario ha desatado, como dominó, una cascada de quiebras en todos los mercados. Cerca de 80 empresas relacionadas con las hipotecas de alto riesgo han desaparecido en lo que va del año, o porque quebraron o cerraron para dejar el negocio hipotecario, o porque las vendieron. Una tercera parte de esas empresas se ubicaba en California, con núcleos adicionales en Nueva Jersey, Florida, Texas y Carolina del Norte. Conforme estas compañías truenan, le pasan las pérdidas a sus accionistas y acreedores, encima del daño que causa el constreñimiento del crédito hipotecario.

Al mismo tiempo, la reducción del flujo de liquidez al sistema financiero, tanto de los créditos hipotecarios como de los valores que sustentan, en combinación con la evaporación del valor de los títulos, ha creado una “contracción aguda del crédito” que está desatando todo el pánico. De pronto los especuladores se percatan de que el dinero con el que contaban para hacer sus transacciones está desapareciendo. Los fondos especulativos truenan a diestra y siniestra, otros sufren pérdidas tremendas, y otros más no dejan que los inversionistas retiren su dinero. A las empresas las están obligando a posponer la venta de bonos, y las firmas de inversión privadas que anunciaron una nueva marca de compras apalancadas de 616 mil millones de dólares en el primer semestre de este año, se topan ahora con que dichas negociaciones están en problemas, porque el dinero para completar las transacciones ya no existe. El sistema mismo se está evaporando porque ya no tiene valor; de hecho, nunca lo tuvo. El nuevo sistema financiero de sir Alan Greenspan y Félix Rohatyn está saliendo a relucir como un fraude total.

El sistema bancario es el que está en el epicentro de todo esto. Ésta no es “una crisis de las hipotecas de alto riesgo” ni una “contracción crediticia”, sino una crisis bancaria y un desplome del sistema financiero mundial entero. Hasta ahora el sistema bancario ha sobrevivido por una combinación de consolidaciones para encubrir quiebras disfrazadas, limpia de papeles malos de la contabilidad vía el mercado de derivados y contabilidad fraudulenta, con la complicidad de reguladores que adrede permiten esta corrupción. Los bancos han caído en bancarrota varias veces, y sólo los protege la ilusión de que los activos en sus libros y los mercados a los que sirven tienen algún valor, pero esas ilusiones —que son todo lo que mantiene abiertos los bancos— se esfuman con rapidez.

Conforme aumente el pánico, a los bancos centrales les lloverán llamadas pidiéndoles que rescaten los mercados para parar las pérdidas. Aunque estos bancos declararon su intención de mantenerse firmes, esa firmeza desmayó al final de la semana del 6 de agosto, cuando abrieron la llave del crédito. Como observó LaRouche, entraron en pánico cuando se dieron cuenta de la dimensión de las pérdidas del sistema y temieron que todo se vendría abajo, e hicieron lo que sabían que no debían hacer. Esto es en sí mismo una señal de los tiempos, porque lo que ahora impera es el miedo irracional. Los mercados están en pánico, los bancos están en pánico, los bancos centrales están en pánico, y el sistema está fuera de control. El juego se acabó.