Internacional

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 1
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La Reserva Federal reescenifica la hiperinflación de Weimar

Sí, ése es un paquete de estímulo, y no, no me alegra verte

por el Equipo del Sótano

La única ocasión en que una nación se destruye a sí misma, en que una civilización se destruye a sí misma, es cuando se torna eficiente en imponer la mediocridad.

Lyndon LaRouche, 16 de diciembre de 1977.

El frenesí hiperinflacionario que devoró a la Alemania de Weimar en los años inmediatos que siguieron a la Primera Guerra Mundial, es un ejemplo impresionante de lo que puede sucederle a una nación cuando destruye su capacidad productiva y recurre a la impresión monetaria para proteger su economía. También sirve como una guía de hacia donde se dirige Estados Unidos y, sin duda, el mundo, si seguimos por el camino que llevamos.

La mayoría de la gente piensa hoy en la economía en un sentido monetario y, por ello, tiende a juzgar que la hiperinflación de Weimar la causó una política monetaria; pero esa idea es errónea. La crisis de la Alemania de Weimar ocurrió como resultado de un esfuerzo coordinado para destruir a esa nación después de la Primera Guerra Mundial, que urdió más que nada del Imperio Británico, con la ayuda de Francia. Así, se despojó a propósito a la economía agroindustrial de Alemania de su capacidad productiva, al mismo tiempo que las exigencias extenuantes de que pagara las reparaciones de guerra la golpeaban, dejándola en la disyuntiva de imponerle una austeridad despiadada a su propia población o echar a andar la imprenta.

Gutenberg y la imprenta de los miles de millones
Gutenberg y la imprenta de los miles de millones: “¡Ésta nunca fue mi intención!” De la revista satírica alemana Simplicissimus, en 1923.

Los alemanes, que no estaban dispuestos a cometer un suicidio nacional mediante la austeridad, escogieron el método de la impresión, en la esperanza de que de algún modo podrían salir del paso y, en el proceso, desataron una dinámica hiperinflacionaria que destruyó el valor de su moneda. Los alemanes terminaron activando la misma austeridad que esperaban eludir.

El paralelo con nuestra situación actual debiera ser obvio. Como en la Alemania de Weimar, se ha destruido adrede la capacidad productiva de nuestra economía agroindustrial, y hemos optado por vivir de deudas que se pagan con la imprenta y sus equivalentes electrónicos. Sin embargo, a diferencia de la Alemania de Weimar, a la que se obligó a punta de pistola, nosotros mismos nos hicimos esto al aferrarnos a creer en la globalización.

La desintegración controlada

Tras su derrota en la Primera Guerra Mundial, el káiser Guillermo II de Alemania renunció al trono y la monarquía fue remplazada por una república, la cual se comprometió a aliviar el sufrimiento que la población experimentó durante la guerra. Este nuevo gobierno acudió a la conferencia de paz de Versalles en junio de 1919, con la esperanza de recibir un trato justo, pero lo que obtuvo, en cambio, fue el azote del vengativo látigo británico. Las potencias victoriosas responsabilizaron a Alemania del costo total de la reconstrucción de Europa, una carga imposible para una nación derrotada. También se le ordenó que cediera prácticamente toda su flota de buques mercantes y buena parte de sus ferrocarriles, lo que baldó su capacidad comercial. A pesar de ser una importadora neta de alimentos, también se atacó la producción alimentaria de Alemania, y se le obligó a entregar gran parte de su ganado equino, bovino, lanar y otros animales de corral. Además, se le ordenó entregar territorios importantes, ricos en tierra fértil, minerales y gente. Con estos métodos se aplastó la capcidad produtiva del pueblo alemán. Lo que siguió fue la consecuencia inevitable de la intención política.

triple curva punto critico La “triple curva” de LaRouche muestra cómo la hiperinflación canibaliza la economía física. Si EU no cambia pronto su orientación, el ritmo al que crece la emisión monetaria y financiera convergirá en algo como la hiperinflación de Weimar de 1923.
triple curva punto critico
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Marks por dolar estadounidense

Las sociedades humanas prosperan al aumentar su dominio de los principios que gobiernan el universo, tanto en cuanto a los descubrimientos científicos y la aplicación de las tecnologías nuevas que se fundan en ellos, como también en la capacidad de comunicarlos mediante modalidades mejoradas de comunicación—o sea, la ironía—, todo impulsado por el poder de la razón de la mente humana. En la medida que una sociedad avanza en lo intelectual, su capacidad de mantener a una población más grande por unidad de área del territorio aumenta; esto lo medimos en función de la densidad relativa potencial de población. Con el tiempo, la población aumenta en respuesta a este potencial creciente.

También puede pasar lo contrario cuando a una nación se le somete a una caída drástica en la calidad de vida como la que se le impuso a la Alemania de Weimar. Ahí, el retraso tecnológico impuesto minó la capacidad de la nación para mantener a su población. También causó una depreciación del capital físico de Alemania, pues el declive económico redujo los beneficios económicos de dicho capital.

Este declive económico, que se impuso mediante una política deliberada diseñada para que Alemania dejara de ser una potencia mundial y rival del Imperio Británico, fue lo que sembró la semilla de la hiperinflación que pronto habría de germinar.

El estallido

En mayo de 1921 el primer ministro británico Lloyd George le presentó a Alemania las exigencias finales de reparaciones de guerra de los aliados: tendría que pagar 132 mil millones de marcos de oro, o si no ocuparían militarmente su corazón industrial en el Ruhr. El Gobierno alemán rechazó la demanda y, en protesta, renunció, pero el Gobierno sucesor de Josef Wirth capituló e hizo el primer pago de 2 mil millones de marcos. Cinco meses después la Liga de las Naciones le dio otro golpe más a Alemania, a favor de los británicos, al entregarle la rica cuenca industrial de la Alta Silesia a Polonia y Checoslovaquia.

Para pagar estas reparaciones, el Gobierno le impuso duros gravámenes nuevos a un pueblo y una economía que no podían pagarlos, y las imprentas empezaron a trabajar. El reichsmark o marco alemán, que en 1918 tenía una paridad de 5 a 1 con el dólar estadounidense, se desplomó a 62 por dólar cuando Lloyd George planteó sus demandas, y para noviembre de ese año había caído a 262.

La situación empeoró con el asesinato del ministro de Relaciones Exteriores alemán Walter Rathenau después de lo de Rapallo, en junio de 1922, y con la toma del Ruhr en enero de 1923, lo que desmoralizó aun más a los alemanes y debilitó su voluntad política de resistir. En un mes el reichsmark se hundió de 345 por dólar a 1.254, y terminó el año en los 7.600.

Con las devaluaciones vinieron aumentos exhorbitantes en el costo de la vida, agravados por la escasez creciente de alimentos y otros productos básicos. Este proceso de pagar más para recibir menos aceleró la implosión de la economía alemana y la hiperinflación. Para mayo de 1923, el reichsmark había caído a 48.000 por dólar, y luego se precipitó a los 110.000 y los 353.000 en los meses subsiguientes. Con todo lo mal que estaban las cosas, apenas era el comienzo, conforme una onda de choque inflacionaria azotaba con fuerza casi inimaginable al país. El reichsmark se desplomó a 4,6 millones por dólar en agosto de 1923, a 98,9 millones en septiembre, a 25.300 millones en octubre y a 2,2 billones en noviembre, para terminar el año a 4,2 billones de reichsmarks por dólar.

bacas en ferrocarril saliendo de Alemania
“Ciertamente no tienen visa. . .”, de Simplicissimus, en 1923. El tratado de Versalles no sólo significó una prisión monetaria para los alemanes. El grueso del pago de las reparaciones obligó a Alemania, una nación importadora de alimentos, a entregarle a las naciones aliadas su ganado y sus productos agropecuarios. La intención no era reparar el daño que supuestamente cometieron los alemanes durante la guerra, sino destruir a Alemania y a su pueblo.

Friederich Kroner, en sus Überreizte Nerven (Nervios Alterados), retrató los efectos que este proceso de desintegración tuvo en la población alemana:

A diario crispa los nervios la demencia de las cifras, el futuro incierto hoy, y mañana se torna de nuevo mudable de un día para el otro. Una epidemia de miedo, la necesidad descarnada, en la que las filas de compradores —desde hacía tiempo un espectáculo desusado— se forman de nuevo frente a las tiendas, primero enfrente de una, después enfrente de todas. . . El arroz, ayer a 80.000 marcos la libra, hoy cuesta 160.000, y mañana tal vez el doble. . . El pedazo de papel, el maravilloso billete bancario nuevo, todavía húmedo de la imprenta, que se pagó hoy como el salario de una semana, se devalúa de camino a la tienda de abarrotes. Los ceros, ¡los ceros multiplicadores!

El odio, la desesperación y la necesidad aumentan junto con el dólar; son emociones cotidianas como el tipo de cambio diario. El dólar en aumento es motivo de burla y de risa: ‘¡Mantequilla más barata! ¡De 1.600.000 marcos, a sólo 1.400.000!” Esto no es ninguna broma; es una realidad escrita a lápiz en serio, colgada de la ventana de la tienda, y leída con gravedad”.1

Al filo

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Hoy, advierte LaRouche, la economía mundial entera pasa por un período equivalente al de la Alemania de Weimar en el otoño de 1923, condiciones en sazón para la misma clase de choque hiperinflacionario que estalló entonces. Las inyecciones desquiciadas de cada vez más liquidez por parte de los bancos centrales es el equivalente monetario de echarle gasolina al fuego. El plan de estímulo que promueve el secretario del Tesoro estadounidense Henry Paulson es pan con lo mismo. Inyectarle más dinero a un sistema hiperinflacionario es lo peor que puedes hacer, es una repetición del error de la Alemania de Weimar, uno que tendrá consecuencias parecidas.

Tal como el Imperio Británico deliberadamente hizo blanco de la Alemania de Weimar para borrarla del escenario mundial como rival, los británicos, que ahora nos están incitando a que estimulemos nuestra economía, también han hecho blanco deliberado de Estados Unidos.

A estas alturas la única forma de romper esta dinámica mortal es admitiendo la verdad, que nuestro sistema financiero se ahoga en billones de dólares de papeles sin valor que no pueden rescatarse, y aceptando que, al intentar hacerlo, sólo nos destruimos a nosotros mismos. A diferencia de la Alemania de Weimar, nadie nos obligan a punta de pistola; tenemos una alternativa y una oportunidad, si decidimos tomarla.

De prosperidad hasta estarvacion

1. Tomado de Culture and Inflation in Weimar Germany (La cultura y la inflación en la Alemania de Weimar), por Bernd Widdig (Los Ángeles: University of California Press, 2001).