Internacional

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 1
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El sistema ha muerto; ¿y ahora, quién podrá ayudarnos?

por John Hoefle

El 2007 fue un año de cambios extraordinarios en el sistema financiero mundial; el principal de ellos, que fue el año en que el casino de deudas impagables y fantasías extracontables finalmente quebró, para que viéramos propagarse de manera inexorable las ramificaciones de ese desplome por todo el planeta. Fue el año en que vocablos financieros que la mayoría de la gente nunca había oído, tales como “vehículos de inversión estructurales”, “obligaciones con garantía prendaria” y “monolíneas”, devinieron en palabras cotidianos; el año en el que la llamada “crisis de las hipotecas de alto riesgo” se convirtió en el mentado “apretón crediticio”, sólo para revelarse al fin como una crisis de liquidez del propio sistema bancario internacional. Fue el año en que los bancos centrales pasaron del lenguaje fuerte sobre afirmar la disciplina de los mercados y dejar que los especuladores asuman sus pérdidas, a emprender planes cada vez más desesperados para impedir que la pulverización del sistema acabe en parálisis.

Ahora, en 2008, entramos a territorio desconocido. Los problemas que vimos en 2007 sólo empeorarán, y nuevos horrores están por descubrirse conforme los estertores de la muerte se intensifican. Las pérdidas de los bancos en 2007, que probablemente asciendan a los 100 mil millones de dólares cuando se den a conocer los informes finales, son sólo el principio. La economía entera, en particular en Estados Unidos, ha dependido de la acumulación de una deuda ingente; los hogares, las empresas, los gobiernos y los mercados financieros están supeditados a su capacidad de financiar su existencia. La capacidad de financiar esa deuda depende, a su vez, de la de los bancos de convertir los préstamos en valores que puedan vendérsele a los especuladores, para pasarlos de la contabilidad de los bancos a lo que eufemísticamente se conoce como la comunidad inversionista. Este juego de convertir activos financieros en valores ya se acabó, y su muerte arrasará la capacidad de la economía para financiarse con deuda. La ola de pérdidas que hemos visto hasta ahora no es sino una probadita de lo que está por venir, conforme el desplome devore la contabilidad mundial y corra implacable hasta los estados de cuenta de los bancos comerciales, los bancos de inversión, las aseguradoras y otras instituciones financieras, y la vida de la gente.

Guerra de todos contra todos

Aunque la muerte del sistema se desenvuelve ante nuestros ojos en la prensa financiera, la telenovela de las fichas de dominó que caen y los duelos entre expertos no hacen sino encubrir una batalla mucho más de fondo, la batalla sobre la naturaleza del sistema que surgirá de las cenizas. Están aquellos pobres imbéciles que pretenden salvar el sistema actual, que lo sucedido no pasó, para guardar su ilusión de riqueza; pero no importan y sencillamente serán barridos por acontecimientos más allá de su comprensión y control. La verdadera batalla es entre los que saben que el sistema se acabó y quieren decidir cuál será la naturaleza del que lo va a remplazar.

Por un lado están las fuerzas en torno a Lyndon LaRouche y el Sistema Americano de economía, que quieren someter al sistema financiero a un proceso de bancarrota y erigir muros de contención que protejan el bienestar general de la ciudadanía, al parar los embargos de vivienda y congelar el raudal de acreencias financieras hasta que pueda separarse el trigo de la cizaña. Las acreencias especulativas y los valores ficticios pueden eliminarse con el tiempo, en tanto que los elementos necesarios para el funcionamiento adecuado de la economía pueden protegerse y la economía reconstruirse. La esencia del enfoque de LaRouche es que el bienestar de la población es primero y debe protegerse a toda costa.

Por el otro tenemos a las fuerzas de la oligarquía financiera internacional, organizadas en torno al modelo rentista financiero angloholandés. Su propósito es aprovechar la crisis para destruir los Estados nacionales y restaurar el poder de los imperios, en un mundo regido por financieros imperiales y sus carteles comerciales. Para esta gente, la población no es más que campesinos desechables, poco más que un rebaño de ganado a manejar y, a veces, sacrificar. La motivación de la oligarquía es el poder, la capacidad de regir el mundo para beneficio de una pequeña clase gobernante. Para ellos, los Estados nacionales, y en particular el histórico Estados Unidos, usurparon su poder, y ahora pretenden recuperarlo. En realidad ya han dado grandes pasos en esa dirección.

Por supuesto, estos chacales tienen riñas que nos interesan a quienes los combatimos, pero lo que tienen en común es más importante que sus diferencias. Para la presa, las peleas entre los chacales sobre quién comerá primero no hacen mucha diferencia.

Lo que hay que tener claro es que se trata de una lucha política, más que financiera. El sistema ya está muerto, y no puede resucitársele ni hay intentos serios por hacerlo. Las medidas de los bancos centrales y los reguladores no pretenden revivir la burbuja, sino tratar de controlar su desintegración y ganar tiempo para establecer un sistema que lo remplace. El dinero ya desapareció.

Las jugarretas británicas

El centro de este asalto imperial global es la City de Londres, la cual conspira abiertamente para convertirse en la capital del nuevo orden. Para ello tiene que eliminar o al menos debilitar de gravedad a sus rivales, empezando por Estados Unidos y su centro financiero, Wall Street.

Los británicos adoptan la perspectiva de largo plazo de las cosas, y hace años que empezaron a prepararse para este desplome. En 1986 la City de Londres se transformó a sí misma, al acabar con su sistema financiero endogámico, en lo que se dio en llamar la “gran explosión”, para ubicarse como el centro de un nuevo sistema global fundado en el comercio y la especulación. La mayoría de los bancos mercantiles británicos de la vieja guardia se vendieron a socios con una capitalización mejor; S.G. Warburg pasó a manos de lo que ahora se conoce como UBS; Kleinwort Benson, a las de Dresdner Bank; Hambros, a las de Société Générale; y Schroeder, a las de Citigroup, por mencionar algunos de los más destacados. Estos bancos no abandonaron la City, sino que se quedaron para ayudar a urdir un cambio que atrajo a los bancos extranjeros a Londres. De este modo, Londres devino en el centro financiero del nuevo juego de los derivados financieros, en tanto que los riesgos y, en última instancia, las pérdidas recayeron en Nueva York, Tokio, Fráncfort y Zúrich. La City adoptó el papel del casino que lucra con las apuestas de los demás y, a través de sus centros de ultramar, como las islas Caimán, atrajo a sus rivales a la trampa.

Ahora la trampa se cerró. Los británicos echan mano de sus agentes propagandísticos como Rupert Murdoch y su News Corp., para atacar a Wall Street. El canal de televisión por cable Fox Business que inauguró Murdoch, y su compra del Wall Street Journal, le dan a la City una plataforma para minar la credibilidad de las instituciones estadounidenses.

Todo empezó con Citigroup

Un ejemplo es la crisis que golpeó a Citigroup en noviembre. Empezó con un informe que emitió la analista del Banco Imperial de Comercio de Canadá, Meredith Whitney, quien también aparece seguido en Fox News. Whitney dijo que Citigroup tenía tremendo lío, que le urgían miles de millones de dólares en capital fresco, y que probablemente se dividiría. El Wall Street Journal luego luego publicó el informe, lo cual ocasionó (o quizás encubrió) una caída drástica en el valor de las acciones de Citigroup. En cosa de días, la crisis obligó a renunciar al presidente y director ejecutivo de Citigroup, Chuck Prince.

Citigroup recibió otro golpe británico cuando el Hong Kong and Shangai Bank —o HSBC, infame por ser el banco de “Narcotráfico, S.A.” de la Compañía de las Indias Orientales británica— anunció que estaba incorporando 45 mil millones de dólares en vehículos de inversión estructurales a su contabilidad, presionándolo a seguir su ejemplo. Hasta ahora Citigoup ha sobrevivido, pero debilitado, y su nuevo presidente es sir Winifred Bischoff, un caballero británico que se le sumó con la compra de Schroeders.

Los británicos también tuvieron mucho que ver en reventar a los prestamistas de hipotecas de alto riesgo. En marzo Barclays obligó a la firma hipotecaria New Century, la gran prestamista de alto riesgo, a recomprar hipotecas, lo que, en efecto, la dejó con la víbora chillando y empeoró la crisis de desintegración de los prestamistas de alto riesgo. Barclays también participó en el fiasco del fondo especulativo Bear Sterns que estalló en junio, como un acreedor importante de los quebrados fondos Bear.

El asunto no es si los problemas que identificaron los británicos eran reales, pues sí lo son, sino por qué decidieron exacerbarlos. En crisis financieras anteriores, facciones más interesadas en mantener la ilusión de calma hubieran encubierto semejantes problemas, pero la naturaleza de la batalla ha cambiado. Ahora nos jugamos el todo por el todo, donde en lugar de cooperar todos tratan de transferirle el máximo de daño al rival. Los chacales pelean ahora entre sí para ver cuál sobrevive.

Es hora de movilizarse

Lo que viene es algo que ninguno de nosotros ha visto jamás. De triunfar el plan británico, el mundo caerá en una pesadilla fascista cheneyesca. Los gobiernos perderán lo poco que les resta de su capacidad para proteger al pueblo del saqueo imperial, los carteles privados estafarán al público de maneras que recordarán lo que Enron le hizo a California; una verdadera nueva Era de Tinieblas de austeridad, reducción demográfica y caos total, en la que la City de Londres reinará sobre la pila de escoria que sobreviva.

Lo irónico es que el Estado nacional es muy superior al imperio en tanto estructura política, y que, de decidir usarla, la palanca para darle marcha atrás a esta pesadilla está a nuestro alcance. Así que hagamos del 2008 el año en que América se reafirmó, empezando con la aprobación de la ley de Protección a los Bancos y Propietarios de Vivienda de LaRouche. Pensar en la otra alternativa no nos deja más que una opción.