Internacional

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 11
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La elección en EU

fue un repudio a Bush

Ahora que ya pasó la elección presidencial de 2008 en Estados Unidos y con el conteo de boletas finalizado, una sencilla verdad resuena por encima de toda la alharaca de la prensa sobre la victoria del senador Barack Obama: la elección significó un claro repudio a George Bush, ni más ni menos.

Tras ocho años de destrucción de la economía estadounidense a manos de Bush y el vicepresidente Dick Cheney, dos guerras, el menoscabo de la imagen de Estados Unidos en todo el mundo, Abu Ghraib, la bahía de Guantánamo y la desarticulación brutal de las libertades civiles en su nación, el electorado estadounidense estaba más que listo para el “cambio”. El mandato era: “quien sea, menos Bush o el Partido Republicano de Bush, Cheney y Karl Rove”.

Así, el candidato presidencial republicano John McCain, quien no es ningún amigo de la familia Bush, y sí un enemigo declarado del vicepresidente Cheney, se vió en la ingrata necesidad de librar una guerra política en dos frentes, en una campaña simultánea en contra de su rival demócrata Barack Obama, así como del intenso odio popular hacia la Casa Blanca de Bush y todo lo relacionado con ella.

No hubo cambio en el número de votantes

Las estadísticas sobre el porcentaje del electorado que en realidad votó, como las recopiló y dio a conocer el Centro para el Estudio del Electorado Estadounidense de la American University, sustentan la hipótesis de que la elección fue un mandato en contra de Bush y cualquier cosa relacionada con su familia.

Según los datos del centro, y contrario al rejuego de los órganos informativos, la participación de los votantes el 4 de noviembre sólo fue ligeramente superior a la de cuatro años antes. Entre 126,5 y 128,5 millones de estadounidenses emitieron su sufragio en la elección presidencial este año, un 60,7 a 61,7% de los que podían hacerlo. En 2004, 122 millones asistieron a las urnas; 60,7% de quienes tenían derecho al voto.

En sintonía con el sentimiento anti Bush, la reducción más grande en el número de votantes la registraron los republicanos, con una caída de 1,3% en el número de votos, a 28,7%, en comparación con 2004. El número de votantes demócratas registrados aumentó 2,6%, de 28,7% en 2004, a 31,3% este año.

Curtis Gans, quien encabeza este centro de la American University y es uno de los analistas de tendencias electorales más astutos de Estados Unidos, lo dijo llanamente: “A fin de cuentas, a esta elección la movieron las hondas preocupaciones económicas y el ambiente emocional imperante. Aunque es probable que no hayamos tenido, desde 1932, la confluencia de factores que subyacieron en esta elección —90% del pueblo estadounidense que ve que la nación va por mal camino, 75% que desaprueba el desempaño del presidente, más de 80% que percibe una recesión y que siente que las cosas empeorarán, y la realidad de una creciente zozobra económica—, en cierto sentido fue típica. Cuando las condiciones económicas se ponen feas, se culpa al partido que está en la Casa Blanca y éste pierde”.

Combínese la crisis económica con el odio general contra Bush y Cheney por la guerra de Iraq, la supresión de las libertades en Estados Unidos, y todos los demás factores que hicieron de George W. Bush el presidente estadounidense menos popular de la historia, y el resultado de la elección se muestra como un marcado repudio a estos ocho años de catástrofe, todo asociado con el nombre de la familia Bush.

Nada está resuelto

Ocho años del Gobierno de Bush han hecho trizas la fibra política y moral de EU, devastado la economía y llevado a la muerte a miles de estadounidenses con guerras absurdas. (Foto: Marco Castro/ONU)

En sus primeros comentarios después de la elección, Lyndon LaRouche, el principal economista político y presidente del Comité de Acción Política Lyndon LaRouche (LPAC), declaró: “Esta elección resolvió absolutamente menos que nada. . . Tenemos en nuestras manos una verdadera crisis. Tenemos a un tipo al que se eligió y que no está calificado para hacer nada. Y tenemos una de las peores crisis de la historia, que es la otra parte del asunto; y tenemos quienes dicen: ‘Bueno, esto sí va a cambiar el destino de la humanidad’. Bueno, pueda que sí, pero no del modo en que piensan”.

Es el gran alcance de esta realidad de la crisis mundial actual la que llevó a LaRouche a emitir una declaración el 30 de octubre en la que preguntó: “¿Es el asesinato de Obama el siguiente paso de Gran Bretaña?” (ver EIR del 7 de noviembre de 2008). La declaración empezaba: “La amenaza muy probable de que Barack Obama, en especial si gana la elección el 4 de noviembre, pudiera ser asesinado, es ahora una cuestión de la mayor preocupación entre círculos políticos serios de ambos partidos. Por tanto, urge que se establezca un compromiso bipartidista para bregar con esta amenaza potencial”.

Fiel a su palabra

Precisamente en convergencia con esta advertencia de LaRouche, la prensa de Londres de inmediato empezó a regodearse por la perspectiva de que el Senador de Illinois tal vez no viva para tomar protesta el 20 de enero de 2009.

Típico de la suerte de “propaganda por el hecho” que satura las páginas de la prensa británica desde la elección del 4 de noviembre, fue el encabezado alarmista del tabloide Daily Express del 6 de noviembre: “EL BLANCO ES OBAMA: SE TEME QUE OBAMA NUNCA LLEGUE A LA CASA BLANCA”.

El texto del artículo, que decía en el subtítulo que “Ayer, a horas de su victoria, se efectuó una operación estilo MILITAR para mantener con vida a Barack Obama”, incluía un informe detallado sobre el Presidente electo y la protección del Servicio Secreto para su familia, así como los pormenores de la disputa de Obama con sus guardaespaldas porque no quería usar un chaleco blindado todo el tiempo.

El reportaje del Daily Express, que recogieron los periódicos británicos y otros órganos de difusión de toda la Mancomunidad, empieza con una descripción gráfica de los escudos antibalas, de metro y medio de alto, que rodeaban a Obama mientras saludaba a la gente en el parque Grant de Chicago, instantes después de su victoria. “Los estadounidenses tendrán que acostumbrarse a semejantes escenas”, regurgitó el artículo. “La preocupación por la seguridad del señor Obama es tal, que muchos están externando su temor de que tal vez ni siquiera llegue a la Casa Blanca. . . El temor por la seguridad del señor Obama empezó en el momento en que entró a la contienda por la Casa Blanca y se investigan amenazas potenciales de grupos de odio racial dentro y fuera de Estados Unidos”. El resto del reportaje lo adornaban comentarios como: “Muchos temen que un intento de asesinato sea sólo cuestión de tiempo. . . Ya se han descubierto dos conspiraciones de asesinato y se arrestó a los confabuladores, mientras que la fuerza especial encargada de proteger al señor Obama vigila la internet y llamadas telefónicas en busca de pistas”.

Y en una escarnecida referencia amenazante al magnicidio británico previo de un presidente estadounidense, el artículo cita del portal electrónico del Servicio Secreto: “Tras el asesinato del presidente William McKinley en 1901, el Congreso le ordenó al Servicio Secreto proteger al Presidente de Estados Unidos”.

“Esta clase de comportamiento de los medios británicos no me sorprende en lo más mínimo”, comentó LaRouche el 7 de noviembre. “Los británicos se regodean en público sobre sus planes para asesinar al Presidente electo de Estados Unidos. Hay que parar esto a como dé lugar”.

En su advertencia del 30 de octubre, LaRouche señaló que los británicos difundieron la campaña presidencial de Obama, “pero sería muy estúpido olvidarse de la tradición milenaria de traicionar dando un beso”.

LaRouche también advirtió: “En medio de la inédita crisis de desintegración económica en marcha, no hay nada que la élite financiera angloholandesa quiera con más desesperación que destruir al Estados Unidos constitucional soberano. Sin embargo, el peligro inminente es que los británicos, tras conseguir poner a ‘su’ hombre en la Presidencia de Estados Unidos, decidan que asesinarlo acomoda mejor a sus objetivos”.

Y concluyó: “Ante la amenaza, los republicanos y demócratas cuerdos tienen que unirse como una fuerza nacional para defender la integridad del país y adoptar las medidas que lo salven”.