Editorial

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 2
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¡LaRouche tuvo razón!

A fines de 1971, desde que el presidente estadounidense Richard Nixon hundió el dólar, el movimiento larouchista definió su dedicación a la perspectiva que Lyndon LaRouche delineó en las semanas posteriores a su declaración del 31 de agosto sobre las implicaciones de las medidas de Nixon. Y, más tarde ese año, un debate en la Universidad de Queens definió su visión y compromiso internacionales con la historia entonces en curso y la subsiguiente.

Desde entonces, no ha habido un momento de la historia en que el curso de los acontecimientos no haya correspondido con las características que LaRouche identificó como el desenvolvimiento continuo de la perspectiva que planteó desde el 31 de agosto de 1971, como las determinó su advertencia medular en el debate que tuvo con el profesor Abba Lerner en la Universidad de Queens.

Allá entre septiembre y diciembre de 1971, la reacción a la perspectiva de LaRouche fue inmediata y políticamente explosiva. LaRouche fue uno de los pocos economistas que pronosticaron la desintegración del sistema monetario, y el único que planteó una alternativa política acertada al desastre del fascismo global, inminente de no adoptarse reformas antimonetaristas en el acto. Conforme las cuestiones fundamentales de la supervivencia económica pasaron a primer plano, los jóvenes, en particular, se apresuraron a unirse al movimiento larouchista para pelear por el futuro de toda la humanidad.

Hoy, con el estallido del sistema financiero internacional, hemos llegado a lo que podría llamarse el “otro lado” de 1971. El proceso de destrucción del dominio de los gobiernos soberanos sobre sus monedas, y de su capacidad y disposición para defender el bienestar general, que empezó cuando se separó el dólar del oro, ha llegado al grado en que surge la interrogante política: ¿recuperarán los ciudadanos el dominio de sus gobiernos, de modo que puedan defenderse de la destrucción, o un nuevo Imperio Británico global se apoderará del planeta, con una consiguiente ola de guerras y despoblación sólo comparable a la de la peste negra del siglo 14?

Contrario a las estupideces de los periódicos o de los candidatos presidenciales estadounidenses, la profundidad de la crisis es bien conocida. Políticos de todo el mundo han respondido de manera instintiva a la noticia del rescate financiero de Bear Stearns, y los banqueros centrales han entrado en pánico, reconociendo que “LaRouche tuvo razón”. Esto no es ninguna sorpresa; hasta el más sandio puede ver que hemos vivido acontecimientos impresionantes que comprueban que LaRouche estuvo en lo correcto. Sólo un idiota o un mentiroso negaría la verdad hoy.

Pero lo que necesitamos ahora no es un mero reconocimiento honesto de esa verdad. Ha llegado la hora de que las acciones definan el liderato político, específicamente las que consisten en aplicar las medidas que pueden darle marcha atrás a la crisis de desintegración mundial y llevar al orbe por la vía de la recuperación.

En lo inmediato, el ímpetu necesario para actuar vendrá, no del Congreso de EU, sino de los dirigentes políticos locales, de aquellos individuos que trabajan con sus bases y se preocupan por ellas, por el 80% de menores ingresos. En las últimas semanas este estrato de la población ha reaccionado de modo cada vez más positivo a una necesaria aprobación de la ley de Protección a los Bancos y Propietarios de Vivienda de LaRouche. Estamos al borde de una estampida, conforme la gente comprende lo que LaRouche ha dicho todo este tiempo: ¡ésta es una crisis bancaria, no una hipotecaria, y necesitamos un muro de contención de inmediato! Y cuando esta estampida arranque, el Congreso de EU captará el mensaje muy rápido.

Las otras medidas urgentes que deben adoptarse tras la aprobación de la ley de LaRouche se establecen en sus “Tres pasos para sobrevivir”.

Como en 1971, hemos llegado a un punto de inflexión histórico. Ningún político de los 70, los 80 o los 90 tuvo el valor de romper con la norma y decir la verdad sobre el rumbo que llevaba el sistema financiero mundial. Ningún líder, sino el propio LaRouche, tuvo las agallas para prescribir las soluciones.

Hemos sufrido las consecuencias de esto, pero ahora no nos queda de otra. Atiende a las palabras de LaRouche: o hacemos que se den sus tres pasos para sobrevivir, o podemos despedirnos de la civilización.