Internacional

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 3
Versión para imprimir

Regrese al inicio

 

Ciencia y cultura

Para los adultos jóvenes de hoy:
Kepler y Cusa

 

6 de febrero de 2007.

El descubrimiento de Kepler del principio físico universal de la gravitación nos da hoy la representación pedagógica necesaria del significado, no sólo de la expresión “principio físico universal”, sino que refuta el absurdo de todos esos supuestos físico-matemáticos y afines como los de los dogmas económicos ahora en boga, fundados en lo que se representa, y con razón, como una perspectiva euclidiana. He aquí la continuación esencial del crimen de Wenck y compañía en contra del hombre, la ciencia y el Creador.

Prólogo: Para aquellos de nosotros que queremos entender estas cosas como se debe, la inmortalidad de la personalidad humana individual soberana es, en primera aproximación, formalmente distinta al cuerpo mortal que moran las facultades creativas de la mente humana.[1] Esto lo demuestra la función cognoscitiva humana, de la que carecen todas las especies vivientes conocidas aparte del hombre, pero que le es peculiar a la individualidad que expresa la biología de la persona humana. Esto se manifiesta en esos actos mentales creativos inmortales que, en efecto, son contrarios a las opiniones que expresan los británicos T.H. Huxley y Federico Engels, actos que distinguen el aumento deliberado de la densidad relativa potencial de población de la especie humana de modo absoluto, de las características de las especies de los simios superiores.

Sin embargo, el cuerpo humano mortal es, sin duda, específicamente apropiado en lo funcional para el trabajo de la cognición, como no podría serlo ninguna especie de organismo rival.

Éstos son datos esenciales de hasta la mera existencia de la sociedad secular, tanto como de la creencia de cualquier denominación religiosa en particular. Por desgracia, en las culturas europeas de hoy, en particular, a menudo se ha suprimido el conocimiento de esta facultad específica única del miembro individual de la especie humana, como vemos en la presente influencia de una nueva sofistería existencialista, persistente, de sello pro ludita.

Hoy esa supresión es una manifestación contemporánea de una sofistería que ha sido, del modo más notable, una influencia engendrada en la generalidad de esa generación especial de los “encorbatados”, la generación “sesentiochera” de Europa y las Américas. Ésta ha sido, en específico y de modo más concreto, una influencia filosófica pro existencialista que se instaló con amplitud en el estamento “de cuello blanco” de los que nacieron en las Américas y en Europa Occidental y Central más o menos entre 1945 y 1956. Este síndrome, de modo implícito “existencialista” de los sesentiocheros, como lo fomentó el Congreso a Favor de la Libertad Cultural (CFLC) en la Europa posterior a 1945, que había extraviado adrede el hecho de ese nexo real con ese sentido de inmortalidad implícito en el principio fundamental de nuestra Constitución federal de EU, el principio fundamental de su preámbulo.[2]

 

En su De docta ignorantia, Nicolás de Cusa (der.) presentó su “programa proyectado para la creación y desarrollo de todo esfuerzo competente en la ciencia experimental moderna europea”. El más notable de entre los discípulos declarados de Cusa fue Johannes Kepler (arriba). En este diagrama de su La armonía del mundo (1619), Kepler muestra, por aproximación, que las órbitas planetarias con elípticas, y no circulares. Desde este punto de partida, él derivó las propiedades armónicas de las órbitas. (Fotos: www.arttoday.com y Biblioteca del Congreso de EU).

 

Sin embargo, la corrupción general entre la clase “encorbatada” de la generación “sesentiochera” y otros, constituye una patología no del todo original a quienes nacieron en esos tiempos y circunstancias. Las corrientes existencialistas europeas pertinentes de la actualidad son una excrescencia de la herencia del antiguo “modelo oligárquico” de Babilonia, del imperio de los aqueménidas del culto al Apolo délfico, de Esparta y del Imperio Romano, de Bizancio, y de la tiranía medieval de la oligarquía financiera veneciana y sus aliados normandos. Es el legado del Zeus olímpico, que atacó el Prometeo encadenado de Esquilo, en donde su figura sirve como la representación del modo en que las sociedades oligárquicas y sus tradiciones bestializan adrede la cultura de esa gran mayoría de la humanidad dominada por la oligarquía hasta el día de hoy.

De manera notable, Estados Unidos de América fue consecuencia de la obra de los europeos que llevaron las mejores tradiciones culturales antioligárquicas de Europa a las Américas, con la esperanza de que a éstas se le permitiese prosperar a una distancia relativa segura de esa cultura oligárquica de tradición “antiamericana” que siguió dominando en Europa. La penetración permanente en EUA, en particular, de lo que ha sido, desde un principio y sobre todo, la influencia continua del liberalismo

angloholandés de la Compañía de las Indias Orientales británica del siglo 18 en la Norteamérica posterior a 1763, constituye, de cabo a rabo, la fuente principal de la corrupción política y moral que encontramos en las clases del mundillo financiero de la élite liberal angloamericana en EUA y otras partes de las Américas, aun hoy.[3]

De este modo, los “sesentiocheros” de la estirpe de “cuello blanco” que hoy encontramos tanto en las Américas como en Europa, expresan una variedad peculiar de deterioro funcional y moral de las facultades cognoscitivas humanas naturales, una variedad que también se encuentra, como en las sociedades antigua y medieval, como una suerte de tosquedad, una especie de “castración” intelectual, una pérdida de fecundidad intelectual; una pérdida inducida, por medio de la cual, las clases oligárquicas le imponen algo parecido a la idiota tosquedad liberal de alguien que emborracha con ginebra a sus víctimas de las clases dizque inferiores.

El “liberalismo” angloholandés moderno y formas afines, o lo que por otro lado con razón se identifica, en lo técnico, como sofistería del siglo 20, también constituye un modo de inducir una cualidad de irracionalidad deseada, una “idiotización” relativa de la población. Esta forma moderna de sofistería se emplea con liberalidad como “cadenas mentales” para clases sociales que, al parecer y de modo engañoso, están libres de formas de represión más obvias tales como la de los esclavos, siervos y judíos de la antigüedad y el medievo. Describimos a las víctimas de tal condicionamiento, en ese grado y con justicia, como más o menos deshumanizadas en sus hábitos cotidianos, los que a menudo incluyen sus toscas inclinaciones a las creencias religiosas.

Ese principio fundamental de la creatividad (al cual atacan, para tal efecto, nuestros sofistas liberales contemporáneos) cobra expresión en el mismo sentido de inmortalidad que el griego de Platón llama ágape, un sentido que refleja el gran principio del tratado de Westfalia de 1648. Este principio de la creatividad lo expresa el principio de la naturaleza específica antilockeana de “la búsqueda de la felicidad” de Godofredo Leibniz, un principio encarnado en la médula de la Declaración de Independencia de EU, y en el principio fundamental de Derecho natural que expresa el preámbulo de la Constitución federal estadounidense, y también en la restauración de la vigencia de dicho preámbulo que emprendió el presidente Franklin Delano Roosevelt en la conducción de los asuntos nacionales y mundiales.

La “búsqueda de la felicidad” expresa los motivos del alma inmortal que mora en el cuerpo mortal; la felicidad que incita la devoción a que la vida mortal de uno le sea de provecho a las generaciones por venir. Ésa es una devoción que era más bien emblemática del americano y europeo moral antes de la influencia regresiva del Congreso a Favor de la Libertad Cultural sobre la generación “encorbatada” nacida en el intervalo de 1945-1956, una devoción que, en gran parte, hoy han perdido de ese legado los “sesentiocheros”, quienes envejecen.

El asunto del conflicto entre la verdad y la sofistería, de una veracidad que casi le arrancaron a la niñez y la juventud de la mayoría del tipo pertinente de “encorbatados” de la generación de 1945-1956, tiene otro aspecto complementario. La sofistería es una especie de legado con frecuencia otorgado por ciertos teólogos, como muestra un debate ejemplar que abordamos en las páginas siguientes; un debate que ilustra la antigüedad de la cuestión de las tradiciones oligárquicas europeas de corrupción moral que se plantean a la sociedad trasatlántica, aun hoy.

Introducción

Lo que aquí digo expresa una misión que tuve la intención de elaborar para su publicación a mediados de los 1980. Intervinieron sucesos conocidos. Aunque he tocado con frecuencia aspectos decisivos de la misma materia del método científico de forma reiterada en los 1990 y después, el tema del comentario siguiente sobre la obra de Jasper Hopkins, Nicholas of Cusa's Debate with John Wenck (El debate de Nicolás de Cusa con John Wenck),[4] ha tenido que esperar, una y otra vez, el momento oportuno para su divulgación. La reciente publicación del informe del Movimiento de Juventudes Larouchistas (LYM) sobre los descubrimientos que presenta Johannes Kepler en La armonía del mundo, ha proporcionado la ocasión.[5]

Mi contribución especial a esta materia aquí es, hasta donde yo sé, predominantemente única. No obstante, esta contribución en sí descansa sobre los cimientos de descubrimientos respecto a los principios del conocimiento humano que han hecho muchos otros que han vivido en épocas anteriores, incluso más allá de todo cálculo histórico conocido. Estos descubrimientos provienen, del modo más notable, de aquellos cuya obra resumen las contribuciones de los pitagóricos, Sócrates, Platón, los apóstoles cristianos Juan y Pablo, y, en la era moderna, Nicolás de Cusa, Kepler, Pierre de Fermat, Godofredo Leibniz y el gran sucesor de Carl F. Gauss, Bernhard Riemann, y también el gran académico Vladimir I. Vernadsky. Mi contribución esencial, como aparece aquí, debe presentarse, como lo hago, en el marco de aquellos sobre cuyos hombros reposa mi descubrimiento.

La pertinencia especial de la presentación de este material en este momento atañe a su relación con la labor de investigación especial en marcha que llevan a cabo los grupos de estudio científico del LYM internacional. Mi función al respecto es sentar las bases sobre las cuales esos actores independientes en la investigación científica puedan desarrollar y darle rienda suelta a sus propias facultades de desempeño creativo.

En materia de los asuntos fundamentales que plantea la ciencia misma de Cusa, Hopkins, en su introducción, que, de otro modo le da un tratamiento adecuado al debate, no aborda la cuestión de la sustancia de la creatividad humana científica y artística como tal. Como lo hará patente mi trabajo aquí, la introducción de Hopkins es, por tanto, débil en el lado científico como tal; en ese aspecto, se aparta de la cuestión más decisiva y pertinente del método científico, la cuestión medular sobre la que Cusa funda los preceptos más decisivos para el inicio de la ciencia física moderna. Al respecto, para llenar el vacío, es necesario considerar el asunto de la fundación efectiva de un método competente para la ciencia física moderna, en sus propios términos, como lo hago aquí.

 

El trabajo de Kepler en la música y la astrofísica pone el acento en la unidad de la ciencia y la composición artística clásica. “Esta última consideración es esencial para una comprensión cabal de la actividad de practicar una ciencia económica competente como rama de la ciencia física”. Las científicas del LYM, Tarranja Dorsey (izq.) y Megan Beets (der.), participan en una clase sobre La armonía del mundo de Kepler. A la derecha, un octaedro truncado. (Fotos: EIRNS).

El marco de esa cuestión es, en resumen, el que sigue.

La obra de marras es la De docta ignorantia de Cusa, a la que Hopkins con justicia defiende en general, y la que en esencia es la primera de una serie de obras publicadas que definen lo que ha sido, en realidad, el programa proyectado para la creación y desarrollo de todo esfuerzo competente en la ciencia experimental moderna europea. Por tanto, esa serie de escritos de Cusa sobre la ciencia no puede estudiarse de modo competente desde ningún punto de vista que no sea el de considerarla como la fundación de la práctica de la ciencia física moderna, en tanto que esa práctica la avanzaron, sobre los cimientos que él aportó, prestantes seguidores declarados de Cusa tales como Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y, del modo más notable, Johannes Kepler, y de ahí en adelante, los seguidores de Kepler, como lo reflejan las obras de tales como Pierre de Fermat, Godofredo Leibniz, Carl F. Gauss y Bernhard Riemann.

El tema que trato aquí, por tanto, es el aspecto especial más alto de la ciencia experimental en su conjunto: el papel de las funciones creativas de las facultades cognoscitivas humanas en generar el aumento de la densidad demográfica relativa de la humanidad, per cápita y por kilómetro cuadrado; la función de las propias facultades cognoscitivas humanas individuales en forjar la evolución del planeta, del sistema solar y más allá. Por otra parte, éstas pueden identificarse con validez como la pura esencia espiritual que sustenta todas las nociones competentes de la ciencia física y la economía.

Permítaseme subrayar, una vez más, que Hopkins me decepcionó, no por lo que dice, sino por lo que no trata en esto que acabo de señalar; pero mi querella al respecto se modera al reconocer que los auspicios bajo los cuales compuso la obra de marras, hubiesen tendido a advertirle del riesgo que enfrentaba de distintas fuentes de hacer ciertos ataques, un riesgo que se requiere para tratar de modo competente el papel explícito de Cusa en la fundación de la ciencia moderna de Johannes Kepler y demás.

La amenaza latente que restringe a Hopkins de modo implícito, al igual que a otros, es la bruta enemiga política en contra de Cusa y tales de sus seguidores como Kepler, no sólo por parte de los antiguos partidos oligárquicos europeos, sino, y en específico de las instituciones liberales modernas establecidas bajo la conducción de Paolo Sarpi y fomentadas por quienes odian a Kepler y a sus seguidores científicos, en particular, como los notorios Robert Fludd y Galileo Galilei, y los liberales angloholandeses modernos en general.

Por tanto, mi razonamiento aquí es, en esencia, el siguiente.

Armonías entre dos planetas

 

Movimientos diurnos aparentes

 

Armonías entre los movimientos de planetas individuales

Divergente Convergente

Saturno en el afelio
  en el perihelio

1'46''  a.
2'15''  b.
1'48'' : 2'15'' = 4 : 5.
  tercera mayor
     
Júpiter en el afelio
 en el perihelio
4'30''  c.
5'30''  d.
4'35'' : 5'30'' = 5 : 6,
 tercera menor
     
Marte en el afelio
 en el perihelio
26'14''  e.
38'1''  f.
25'21'' : 38'1'' = 2 : 3,
 la quinta
     
La Tierra en el afelio
 en el perihelio
57'3''  g.
61'18''  h.
57'28'' : 61'18'' = 15 : 16,
 semitono
     
Venus en el afelio
 en el perihelio
94'50''  i.
97'37''  k.
94'50'' : 98'47'' = 24 : 25,
 sostenido
     
Mercurio en el afelio
 en el perihelio
164'0''  l.
384'0''  m.
164'0'' : 394'0'' = 5 : 12,
  octava y tercera menor
Tras descubrir que las órbitas planetarias eran excéntricas, Kepler trató de develar un “principio más fundamental” que explicara la razón de las excentricidades particulares que presentaban. Midió la velocidad máxima de cada planeta cuando estaba más cerca del Sol (el perihelio), y la mínima en el punto más alejado (el afelio), como si observase su movimiento desde el propio Sol. Luego, al comparar las velocidades de los planetas vecinos, descubrió que las proporciones de estos intervalos correspondían a las de los que los humanos consideraban armónicos en las composiciones musicales. Tabla de las proporciones en el perihelio y el afelio (arriba), y sus representaciones en tanto intervalos musicales (abajo), tomadas de la versión en inglés de La armonía del mundo.

La importancia de Cusa para la ciencia

La cuestión es que la perspectiva de, en particular, la doctrina de la ciencia de Nicolás de Cusa, no podría presentarse de modo competente sin incluir un enfoque, en esencia, de modo predominante, de lo que he identificado arriba como los principios medulares de una ciencia física moderna competente en sí. La perspectiva necesaria tiene que desarrollarse enfocando en las diferencias entre la realidad y la mera descripción de la ciencia, por un lado, y por otro, el examen de las definiciones fraudulentas de esa materia que han expresado como afirmaciones a priori teólogos en general ignorantes o que incluso sienten una hostilidad apasionada contra la disciplina esencial que se requiere de una dinámica escogida de modo competente en el progreso de la ciencia física.

Por ejemplo, en la cuestión de la ciencia, muchos teólogos han tendido a hacer lo mismo que ese sofista, el notorio apriorístico Euclides, el de los Elementos, en su mutilación de la obra original que parodió, de modo destructivo, sobre todo, de los pitagóricos y del entorno de Sócrates y Platón. Considera los ejemplos de quienes han cometido el terrible error de escoger entre dos conceptos fraudulentos del universo: la farsa desvergonzada del sofista Claudio Ptolomeo, por un lado, y la del lacayo de Paolo Sarpi, Galileo Galilei, por el otro.

La ignorancia general en materia de ciencia entre los teólogos, en particular, atañe de modo decisivo a los problemas del riesgo intrínseco en el modo en que, como demostraré aquí, Hopkins, en su introducción, evitó las cuestiones pertinentes más decisivas que sustentan a la ciencia misma.

Para el cristiano que sigue la tradición del apóstol Pablo o de Cusa, en especial, la nueva visión de la relación entre el Creador y la humanidad que se refleja y encarna en la personalidad y la misión de Jesucristo, eleva a la humanidad, en lo teológico y lo científico, por encima del miope infantilismo espiritual, a una nueva cualidad de responsabilidad personal, una cualidad de verdad congruente en la práctica con los preceptos verificables en lo científico que se plantean en el Génesis I:26-31..[6] No podríamos tan sólo educir una descripción de principios verdaderos del universo sobre el cual quisiéramos actuar, dentro de los límites de supuestos a priori. Somos responsables de mucho más que una doctrina apenas descriptiva; somos responsables de las consecuencias prácticas eficaces de nuestra opción de método, al igual que de las consecuencias prácticas de dichas creencias para la humanidad y, aun más, por el bienestar del universo del Creador en el que habitamos y a cuyo servicio estamos.

A consecuencia, como en el caso particular de los cristianos que siguen los pasos de los apóstoles Juan y Pablo, ya no tenemos permiso para seguir en una condición previa de la historia, una como la de niños crédulos. Esos apóstoles nos han bendecido con el privilegio de asumir, cuando menos de modo implícito, la responsabilidad plena de un adulto por el cuidado de toda la humanidad pasada, presente y futura, y del universo que habita esa humanidad. Sería entonces, por tanto, hora de que nosotros también egresemos agradecidos del primitivismo de la conducta infantil crédula, y alcancemos la madurez moral de una humanidad adulta presente y futura que sirva esa intención de manera idónea.

En ese respecto, por tanto, debiera desprenderse de ahí que, si Cusa estuviere en lo correcto en términos del resultado manifiesto de su fundación de una ciencia europea de cualidad veraz, ese hecho, en y de por sí, constituye el desafío decisivo a transmitírsele a esos teólogos despistados que, en un grado u otro, trataron de desacreditar el principio central del razonamiento planteado por él en tales escritos como su De docta ignorantia.

Después de todo, el examen de la validez de una opinión sobre la composición del universo del Creador es una muestra de las pruebas de la misma, las cuales tienen que extraerse de las pruebas decisivas aportadas por la expresión más esencial de la ciencia física: una comprensión sistemática de nada menos que la astrofísica. Es sólo examinando el conjunto de las obras de Cusa asociadas con De docta ignorantia y las que siguen en esa perspectiva, que tenemos las bases en la ciencia moderna para educir si las implicaciones teológicas de De docta ignorantia corresponden o no a la naturaleza de los poderes que rigen ese universo real en el cual ha de ubicarse el tratamiento que Cusa le da a la materia de la ciencia y la teología.

Finalmente, a manera de introducción, debo referirme a mi propia autoridad especial en estas cuestiones científicas.

Mi gran logro al respecto es doble. Lo más fácil de reconocer es el trabajo original que he realizado en lo que respecta a la posición ontológica especial de la ciencia de la economía física en el dominio de la ciencia física en su conjunto. Aquí está la cuestión de los principios de la economía física, como han de reconocerse en tanto expresión de la dinámica riemanniana, contrario a la confianza popular de los estadísticos en los métodos estadísticos mecanicistas de las excrecencias reduccionistas en grado radical del cartesianismo. La consideración más sutil, aunque más esencial, es el énfasis que pongo en la unidad de la ciencia física y la composición artística clásica, como ya lo ilustraba en conjunto la obra de Kepler sobre la música y la astrofísica. Esta última consideración es esencial para una comprensión cabal de la actividad de practicar una ciencia económica competente como rama de la ciencia física.

1. Conoce la ciencia moderna

Para la civilización actual, la primera prueba experimental decisiva del principio de Cusa para la práctica moderna de la ciencia física como un todo, llegó con el descubrimiento único original de Johannes Kepler del principio de la gravitación universal.[7] El significado del descubrimiento de Kepler de este principio de método experimental, y el que hizo después, de la composición armónica de las órbitas planetarias, representa la noción de principio universal por la que la ciencia europea moderna debió guiarse a partir de entonces. La opinión contraria expresada por un teólogo respecto a esos descubrimientos a menudo se manifiesta como un sofismo mañoso escondido en el método adoptado por dicho teólogo.[8].

Esto fue un cambio moderno en el contexto de la ciencia física. En la civilización europea antes conocida, por ejemplo, la tarea prevaleciente era el desarrollo del poder de una agrupación de algunos de los individuos de toda la sociedad. Esta limitación frecuente se manifestaba en la baja productividad física, per cápita, de la población, de los sistemas imperantes oligárquicos y afines, como el llamado “modelo asiático”. Lo que significó la erupción de la civilización europea moderna en el siglo 15, centrada en el gran concilio ecuménico de Florencia, como lo había expresado en lo político antes la De monarchía de Dante Alighieri y, luego, Concordantia cathólica y De docta ignorantia de Cusa, fue un viraje cualitativo que puso el acento en la idea de la república, de la que son ejemplo la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII, en vez de las ventajas deseadas concedidas a una oligarquía gobernante. Esto significó que necesitábamos un cambio de énfasis, de hombres y mujeres que se desarrollaban dentro de los confines de las condiciones existentes en nuestro planeta, al avance de la humanidad entera que desarrolla su función creciente en la evolución de ese mismo universo que habitamos: arribar a la adolescencia moral de la humanidad y al anhelo de que logre la madurez adulta verdadera que aún no alcanza, una madurez al servicio de las intenciones, que pueden descubrirse, del Creador.

La oposición acostumbrada a tal avance necesario de ese autoconcepto de la humanidad para la práctica ha sido, por lo general, brutal.

Por ejemplo, el escrutinio científico moderno ha presentado pruebas decisivas de que la obra de Claudio Ptolomeo siempre fue un fraude intencional total. No se trata sólo de que Ptolomeo enterró bajo sus mentiras intencionales las pruebas veraces conocidas que presentaron Aristarco de Samos y también, de modo similar, la obra de los pitagóricos antes, sino que, al pergeñar los datos ficticios para sustentar su razonamiento, Ptolomeo se ponía a sí mismo al descubierto, por tanto, como el autor de un claro fraude deliberado. De otro modo, la prueba es que Copérnico en verdad no entendió el asunto; y aunque Tico Brahe hizo un trabajo mucho mejor, él también falló, en tanto que Kepler tuvo éxito con singular originalidad. Así que, como Kepler fue el primero de los seguidores declarados de los preceptos de Cusa que en verdad comprobó un conjunto de principios del universo como tal, es la obra de Kepler, y la de quienes siguieron fielmente su línea de investigación, la que presenta la clase de métrica con la cual poner a prueba la previsión con la que Cusa definió la ciencia moderna, como en De docta ignorantia.

Por tanto, como lo planteó el físico matemático Albert Einstein, la esencia de los verdaderos logros de la ciencia física europea moderna yace en el concepto eficiente de la relación de la mente humana con el desarrollo del universo mismo, lo astrofísico, a diferencia de un simple universo astronómico. La interrogante es: ¿es el universo físico, como lo resume Einstein, finito y, no obstante, sin límites externos, y es ése, como tal, un concepto de lo que es ese universo, como insiste Einstein? ¿Es la característica de ese universo, como lo define Einstein de modo implícito, antientrópica, y no entrópica?[9]

El concepto de Einstein es uno que una ciencia moderna honesta ha obtenido de sus logros; la esencia de una forma válida de ciencia moderna ha de ubicarse en un proceso de desarrollo del conocimiento de verdaderos universales, desde los orígenes prácticos de la obra de Kepler y más allá, a través de las consecuencias expresadas de modo singular, como Godofredo Leibniz definió el concepto matemático de lo que el descubrimiento de la gravitación de Kepler determinó como el infinitesimal, y como también lo especificó Einstein de resultas de la obra de Bernhard Riemann.

“‘Universo’ es —al iniciar nuestras indagaciones, como la esférica que los pitagóricos adoptaron de sus predecesores egipcios— la imagen para la mente del hombre, cuando observa hacia fuera, como hacia arriba, lo que envuelve toda la existencia ante nuestra vista. Significa el viajero oceánico que navega, a través de mares y estaciones, por medio de las estrellas”. El astrónomo, de Johannes Vermeer, se pintó en 1619, el mismo año en que Kepler publicó La armonía del mundo.

A modo de contraste, la incompetencia de la obra de los enemigos de Leibniz, tales como De Moivre, D’Alembert, Euler, Lagrange y demás, con respecto al teorema fundamental del álgebra, fue puesta al descubierto por Carl F. Gauss en su disertación doctoral de 1799. Este caso ejemplifica los fraudes que con probabilidad se generan al excluir la norma de los verdaderos universales, como lo hicieron Euler y Lagrange.[10]

Después de todo, “universal” significa, ora, “universo” funcional que existe en lo empírico, o el uso del término mismo sería sólo un galimatías pretencioso, ya sea por parte de aquellos clasificados como teólogos o por cualquier otro. “Universo” es —al iniciar nuestras indagaciones, como la esférica que los pitagóricos adoptaron de sus predecesores egipcios— la imagen para la mente del hombre, cuando observa hacia fuera, como hacia arriba, lo que envuelve toda la existencia ante nuestra vista. Significa el viajero oceánico que navega, a través de mares y estaciones, por medio de las estrellas.

Quiere decir más que eso. Significa el descubrimiento de lo que es, de modo eficiente, invisible a nuestros sentidos, pero que, no obstante, es manifiesto de modo innegable en los efectos experimentados, como un poder de cambio universal (es decir, dúnamis) en el universo. Significa “cambio”, en el sentido del famoso aforismo de Heráclito y cómo Platón captó las implicaciones de ese aforismo en su propio diálogo Parménides, y en el sentido de las definiciones sucesivas de Leibniz y de Bernhard Riemann sobre la función del principio de dúnamis de los pitagóricos y de Platón, como el concepto del universo físico, cual en la forma de la dinámica física moderna del cálculo de Leibniz y la dinámica de las hipergeometrías físicas de Riemann.

De este modo, antes de hablar de cuestiones de astrofísica, la teología está obligada a entrar en este dominio práctico universal de la esférica, el dominio del dúnamis, ya que la noción misma del alma humana, en tanto refleja el concepto del hombre que ofrece Génesis I:26-31, define una distinción ontológica absoluta, una distinción de poderes (dúnamis) que aparta al individuo humano, no sólo de procesos no vivientes, sino de toda forma de vida inferior.

La capacidad de la especie humana para aumentar a voluntad su densidad relativa potencial de población en el transcurso de generaciones sucesivas, es la prueba empírica de la proposición de que el individuo humano expresa una distinción que se manifiesta como una facultad de la persona individual. Éste es un individuo que posee una cualidad esencial, un poder de ser que es de algún modo inmortal de modo eficiente, como se le distingue con un poder a semejanza del Creador para cambiar al universo en el que la humanidad existe; hacer tales cambios cualitativos en la relación de la especie humana con el universo, e incluso cambiar la cualidad del universo en el que habita nuestra especie, de hacerlo con creatividad, al servicio fiel de la obra continua del Creador.

Por tanto, es desde esta perspectiva que debemos definir lo que queremos decir con el uso del término “principio físico universal”. Esta cuestión se nos plantea, de manera emblemática, del modo que Kepler, seguidor de Cusa, nos revela la existencia eficaz de un poder universal de modo eficiente invisible (dúnamis) de gravitación en su Nueva astronomía, primero, y en La armonía del mundo, las implicaciones del cuadro más inclusivo del ordenamiento armónico del sistema solar.

Kepler, el seguidor de Cusa, logró esto en oposición al legado de los que adversaron a éste último durante su vida, y a tales contrarios posteriores al método de ambos como los seguidores de Fludd y Paolo Sarpi, entre ellos el lacayo de éste último, Galileo Galilei. En la lista de defectuosos están los empiristas, positivistas y existencialistas modernos que en común han adoptado esos métodos filosóficos indiferentistas de ese Guillermo de Occam, al que Sarpi y sus seguidores en extremo reduccionistas —como John Locke, René Descartes, el sin duda malvado Bernard Mandeville, François Quesnay, David Hume, Adam Smith, Leonhard Euler, Emanuel Kant, Joseph Lagrange y Jeremías Bentham— introdujeron en la práctica europea moderna hasta el día de hoy.

El concepto de Albert Einstein

Cabe señalar que, para entender las conclusiones de marras de Albert Einstein sobre la importancia de los logros generales de la práctica de la ciencia moderna, desde Kepler hasta Riemann, tenemos que reconocer la prueba de que el principio de la gravitación, como lo descubrió Kepler, es "invisible" a la simple percepción sensorial. Esto es así, porque es, de modo eficiente, tan grande como el universo y, de este modo, como todo verdadero principio físico universal, le aporta a ese universo una cualidad de finitud sin límite como totalidad, pero es también, por tanto, tan grande, por así decirlo, que su manifestación local eficiente es, en apariencia, infinitesimal en lo ontológico.[11] Esta implicación de los descubrimientos de Kepler luego adquiere una mayor eficiencia de comprensión mediante la hipergeometría física de modo explícita antieuclidiana, dinámica, de Bernhard Riemann, en tanto se contrasta con el simplón universo mítico neoeuclidiano, mecánico–estadístico, que admiran los incautos empiristas modernos que han seguido el método de Descartes, tales como Emanuel Kant y compañía.[12]

Éste era ya el concepto esencial de la ciencia y también de cuestiones relacionadas, de los practicantes de la ciencia de la esférica, tales como los antiguos pitagóricos y sus aliados en los círculos de Sócrates y Platón. Esto, en oposición al concepto incompetente aristotélico de la astronomía que representaban el sofista romano y farsante manifiesto, Claudio Ptolomeo, y el sofista declarado Euclides.[13]

¿Se muere nuestro universo?

Es de notar que, si adoptamos una noción reduccionista como la de Aristóteles, habremos adoptado de modo implícito el mismo concepto que subyace en la consigna de Friedrich Nietzsche: “Dios ha muerto”. Porque si viéremos la creación como algo terminado, en el sentido de “perfeccionada”, estaríamos suponiendo que el Creador mismo sería incapaz de intervenir a voluntad para alterar su composición. Sin embargo, si definimos el universo como antientrópico, como un proceso que manifiesta un ordenamiento coherente en estados sucesivos de existencia superior mediante el desarrollo, tenemos un universo en el que nuestro Sol, en su juventud, era un objeto solitario que giraba con rapidez en su esquina del espacio sideral, pero que generaba esos estados superiores de la tabla periódica de los elementos a partir de los cuales se compusieron en su mayor parte los planetas y otros cuerpos de nuestro sistema solar: un universo que representa un principio antientrópico universal. Éste es un universo como el del aforismo de Heráclito, en el que el Creador y el hombre colaboran en un proceso deliberado de desarrollo del universo hacia estados superiores; un universo en el que nada es permanente, excepto un principio universal de cambio antientrópico. El proceso ilimitado de actos sucesivos de creación a voluntad realizados por individuos hechos a semejanza del Creador, nunca termina.

El principio fundamental del reduccionismo, que domina el reino sofista de los Elementos de Euclides, al igual que el principio universal arbitrario de la farsa de Claudio Ptolomeo, es el mismo “principio” que expresa el satánico Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo. El Zeus que acusó a Prometeo del delito de permitirles a los hombres y mujeres mortales descubrir el uso del “fuego” o, como quizás diríamos hoy, el destino de la humanidad de descubrir y usar el principio de la fisión nuclear controlada. Bajo el gobierno de ese Zeus, todos los hombres y mujeres son tratados apenas como semejantes en términos específicos al ganado, ora como hatos de ganado manso criado y podado al gusto del dueño, o como ganado salvaje para cazarlo como deporte, hasta el exterminio incluso, como hacían a menudo las legiones de una antigua Roma malvada o como los jóvenes de la Esparta de Licurgo, que cazaban hilotas por deporte.

Así, el Imperio Romano impuso la doctrina del Prometeo encadenado del Zeus olímpico como ley universal. Ésta no sólo fue la doctrina de la Roma imperial, sino que ha sido la doctrina elemental de la práctica de todas las manifestaciones de lo que se conocía, de modo explícito desde la época de Filipo de Macedonia, como el “principio oligárquico”, misma que domina las culturas de Europa de pe a pa y, de modo axiomático, aun hoy.[14]

Ésta era también la doctrina principal implícita de los antiguos sofistas y de su expresión moderna, los maltusianos y los “luditas” de hoy, conocidos como “ambientistas”. El mismo dogmatismo del “Zeus olímpico” caracteriza de modo sistemático la ley imperial de la antigua Roma y Bizancio, el sistema medieval ultramontano bajo la égida de la oligarquía financiera veneciana y sus carniceros cruzados normandos, y lo que ha surgido como el modelo monetarista, de modo intrínseco lineal, del Imperio Británico de los financieros liberales angloholandeses neovenecianos en sus diversas fases, hasta la fecha.[15]

Aunque poseemos elementos decisivos de información que reflejan actos creativos de descubrimiento científico de principios físicos en épocas anteriores a las obras científicas de la antigua Grecia clásica, y como lo expresan cepas culturales viejas que no tendría sentido clasificar como europeas, sabemos, a partir de las pruebas de la existencia de facultades cognoscitivas humanas ausentes en las especies inferiores en general, y, de modo más preciso, en relación con los grandes simios, que las facultades creativas que se muestran en los confines de la civilización europea son las mismas que siempre han situado a la especie humana aparte de las formas inferiores de vida, y ello en los términos exactos que expresan los célebres versículos del Génesis I:26-31. Con ese trasfondo, el estudio de la evolución de la ciencia física y los modos clásicos de composición artística, nos presenta un conjunto de pruebas que demuestra que todas las formas de progreso fundadas en principios de la civilización europea, tanto en la ciencia como en la función de la composición artística clásica, conforman un cuerpo de conocimientos unificado a sabiendas, coherente; un cuerpo de conocimientos congruente con la distinción fundamental, con el principio físico universal, de la diferencia entre el hombre y las bestias.

2. ‘¿Quién soy?’: ciencia y teología

En la sección que acabó de escribir de este informe ya recalqué la importancia de reconocer el papel nocivo que desempeñan ciertas capas de supuestos apriorísticos y afines, como las que representan las definiciones, teoremas y postulados de una geometría euclidiana u otras reduccionistas; una geometría con la cual la gente por lo común evade sus propias dudas cartesianas sobre la realidad de su existencia en tanto personas conscientes. La manifestación central de tales impulsos patológicos es la noción de lo que a menudo denominamos “certeza sensorial”.

A diferencia de lo que es el caso para las generaciones nacidas antes de la Segunda Guerra Mundial, ese problema está muy agravado hoy, y en especial desde mediados de los 1960. Tal ha sido el efecto de las olas sucesivas de degeneración de la educación pública y universitaria en la posguerra, y también de la pérdida de racionalidad en la cultura popular en comparación con la era en que el presidente Franklin Roosevelt estaba al frente. Por ejemplo: hoy, desde fines de los 1940 y 1950, ya casi no existe una educación honesta en materia de historia, en comparación con lo que era la norma hasta en las escuelas públicas respetables durante la juventud de la generación de la preguerra. Así que la ciencia que de común se enseña bajo la influencia de los sesentiocheros hoy día, es una monserga articulada de puras fórmulas matemáticas para la mayoría o una forma de educación superior profesional saturada de las atrocidades que piden los seguidores del hombre más malvado del siglo 20, el Bertrand Russell cuyos partidarios incluían no sólo a Aldous y Julian Huxley, sino también al profesor Norbert Wiener (el autor putativo de la farsa de la “teoría de la información”) y al John von Neumann que complementó la insensatez de Wiener con la noción mecanicista de la “inteligencia artificial”.[16]

Más que nada como subproducto de dichas sectas irracionalistas en lo axiomático como la de la “teoría de la información”, la cultura popular de hoy se ha contaminado en grande por los efectos que ha tenido sobre las generaciones aun más jóvenes el lavado cerebral colectivo al estilo “sesentiochero”, del resurgimiento del “ambientismo” dionisíaco anticientífico del culto délfico a Gaia, de los luditas modernos de la generación del 68. La destrucción de la pauta de conducta racional por la influencia de sectas tales como la de la “teoría de la información”, ha fomentado la proliferación de modas existencialistas depravadas contemporáneas como esas que se encuentra entre los académicos seguidores de la secta ACTA (Consejo Estadounidense de Fiduciarios y Ex Alumnos) neofabiana de la “nueva derecha” internacional de la señora Lynne Cheney. Esa secta y sus semejantes andan desatadas en el mundillo académico trasatlántico, complementando a las formas paganas de sectas religiosas rabiosas en la sociedad en general. La mente del joven adulto típico de hoy, incluso en las profesiones relativamente mejor pagadas, es agredida por avalanchas de creencias fragmentarias impulsivas más o menos populares. Dante Alighieri vería, por tanto, un mundo que espera en la antesala de una nueva Era de Tinieblas que arremete.

Ésa es la situación general en la que las cuestiones que trata la obra referida de Hopkins podrían atraer la atención del estrato en apariencia mejor educado de hoy día. No obstante, las cuestiones mismas, como las aborda Hopkins en la obra de marras, existen, así como también las más de fondo con las que yo complemento lo que dice la misma. A pesar de las recientes fuentes adicionales de dificultad que presenta la mayoría del público ahora, incluso el educado sólo de nombre, las cuestiones son aun más importantes y urgentes que lo que eran antes. Son cuestiones que deben tratarse con el mismo rigor, y tal vez hasta más, que lo que hubieran requerido hace dos generaciones o más.[17]

La amenaza del apriorismo

El problema que Hopkins en esencia no toca en su tratamiento de la polémica entre Wenck y Cusa, son las implicaciones decisivas pertinentes para la vida real, profundísimas en lo ontológico, de la noción de la certeza sensorial. Éste es un problema de método científico que no puede tratarse de modo adecuado con sólo cambiar el enfoque para subrayar las implicaciones de la ciencia para la teología. Tenemos que hacer a un lado a Wenck y sus simpatizantes de modo eficiente, si hemos de cumplir con los requisitos implícitos en la elaboración competente de una doctrina cristiana adoptada, que ataña a la organización de una noción de ley natural necesaria para la sociedad.

El carácter patológico del uso de la certeza sensorial en los programas educativos y relacionados, coincide con las implicaciones del ataque de Wenck a Cusa del modo siguiente. Para ello, hay que tomar en consideración ciertos antecedentes esenciales sobre cuestiones de método científico.

El universo funciona en realidad en base de los que se clasifican de modo estricto como principios físicos universales, como lo ilustra el descubrimiento original de Kepler de un principio universal de la gravitación. El número de dichos principios es ilimitado, del modo en que la obra de Bernhard Riemann lo ha aclarado para la ciencia moderna, al establecer los principios de la dinámica de una hipergeometría física. La obra de Mendeléiev, del modo más notable, al abrir el dominio de la física nuclear, la obra de Luis Pasteur y de sus seguidores hasta Vernadsky, al definir la distinción de principio del fenómeno de los procesos vivientes, y el planteamiento de Vernadsky sobre el carácter de la cognición humana en tanto categoría que va más allá de los procesos no vivientes y los físico-químicos vivos, nos presentan con la imagen de una pauta de acumulación sin fin de descubrimientos de principios físicos universales. La ciencia debe proceder siempre con respeto a su propia ignorancia de tales principios universales aún por descubrir. Aquí, el genio de la obra de Cusa sobre la De docta ignorantia, se nos muestra de este modo hoy.

A partir de la obra fragmentaria aplicable de Carl F. Gauss sobre el tema de las hipergeometrías, y del desarrollo más amplio de Riemann de este campo, la ciencia física moderna competente hoy se ubica en lo fundamental en la obra sucesiva de, sobre todo, Godofredo Leibniz, Gauss y Riemann, al develar los métodos estadístico-mecanicistas incompetentes del empirista Descartes; esto, resultado de la reintroducción que hace Leibniz del antiguo concepto pitagórico-platónico de la dinámica. A partir de los ataques de Leibniz contra el método cartesiano en este respecto, toda ciencia competente se fundamenta en el uso amplio del principio leibniziano de la dinámica como lo muestra Gauss, pero, como lo desarrolla Riemann sobre todo. Hoy todas las definiciones competentes de los sistemas económicos se basan en los principios de la dinámica riemanniana, en oposición a los residuos actuales de los sistemas estadístico-mecanicistas cartesianos de suyo incompetentes como los de Mach, Boltzmann, y los de los analistas y pronosticadores económicos actuales.

Este concepto de la dinámica lo introdujo a la ciencia física moderna, como ya he señalado antes, sobre todo el cardenal Nicolás de Cusa, del modo más relevante, a partir de su De docta ignorantia. El método de Cusa fue el que adoptó de forma explícita Johannes Kepler para su fundación de originalidad señera de la astrofísica moderna, obra que sirvió de fundamento para el desarrollo de pautas competentes de descubrimiento y práctica en la ciencia física moderna. En la economía, en particular, los métodos de prognosis y análisis afines de suyo incompetentes que por lo general se emplean, son los de la prognosis estadística-mecanicista cartesiana, como ilustra la calamidad fomentada por la obra de Morton Scholes y sus asociados que desembocó en la célebre crisis monetaria de 1998. De allí que la mayoría de los principales pronósticos contemporáneos públicos y privados, sean producidos por métodos en esencia incompetentes, que tarde o temprano llevan a resultados de suyo terribles.

De este modo, entre sus otros defectos relevantes, el razonamiento de Wenck expresa la misma charca de incompetencia estancada inherente a los métodos reduccionistas, lo cual consiste en el mismo error de origen que luego, y aún hoy, caracteriza los métodos estadístico-mecanicistas cartesianos en general. Así, el resultado de adoptar nociones de principios apriorísticos es que la fe ciega en la realidad de la experiencia de la percepción sensorial como tal, conduce a los problemas que subyacen a los motivos de toda esa opinión que tiende a caer en el mismo nicho del ataque de Wenck a la De docta ignorantia de Cusa.[18] He ahí la importancia de desenmascarar el fraude de Wenck y sus seguidores hoy día.

Donde caben los métodos a priori

Si tratamos a la especie humana como si fuese otra especie animal, comparada a los simios superiores, debiera chocarnos hoy comparar la densidad relativa potencial de la población relativamente fija de los simios que habitan en los ambientes apropiados para su especie, con el aumento de la densidad relativa potencial de la población humana actual. Para resumir: lo que logra la especie humana mediante las mejoras revolucionarias en la tecnología de la cultura, sin ningún grado de cambio relevante en la genética humana, define a la humanidad como una especie cuyo modo de existencia característico expresa un nuevo tipo de principio de “genética”, ausente en todas las formas de vida sólo animal.

Desde la labor de los pitagóricos en el campo de la esférica, “toda obra científica competente en la llamada ‘ciencia física’ y demás, se fundamenta en la noción de principios universales eficientes en lo físico, de la calidad que esos griegos asociaban con el concepto de dúnamis”. Este detalle de la Escuela de Atenas de Rafael (1509) muestra a Pitágoras rodeado por sus estudiantes, entre ellos Arquitas, quien está sentado detrás de él tomando notas. La tablilla que sostiene el joven muestra las armonías musicales de Pitágoras.

Si nos remontamos a la relación histórica de la existencia humana, y en especial a su autodesarrollo durante las decenas de miles de años de prehistoria e historia reciente, desde la perspectiva de los efectos sociales del progreso científico moderno, y si lo examinamos en términos de cambios en la densidad relativa potencial de población, hallamos el prototipo de la cualidad de cambio que distingue al hombre de la bestia en los efectos de los descubrimientos de principios físicos universales puestos en práctica. Una vez que tomamos en cuenta esos descubrimientos, tenemos a mano las pruebas del avance en la densidad relativa potencial de población, tal como el cambio, a partir de una sociedad feudal, a la forma de sistema sociopolítico nacional de la república bien ordenada como la proponían, de modo sucesivo, Dante Alighieri y Nicolás de Cusa, como en la De monarchía de Dante y la Concordantia cathólica de Cusa y su De docta ignorantia. Ésta es la forma de república que en realidad introdujo Luis XI de Francia, y de quien la copió Enrique VII de Inglaterra y santo Tomás Moro. Asimismo, tomamos en cuenta los efectos de esos cambios revolucionarios en la cultura artística que la civilización europea llegó a considerar como clásicos, que tienen una cualidad similar de utilidad para fomentar mejoras en la capacidad de la población para cooperar con promover las que podrían denominarse con claridad como mejoras “físicas” en la densidad relativa potencial de población.

Todos estos factores inherentes a las formas cualitativas de aumento en la densidad relativa potencial de población de la sociedad tienen el tipo de efecto neto que, por otra parte, es emblemático en los descubrimientos válidos de principio físico universal. En realidad, hemos demostrado de modo experimental que los principios de las modalidades del bel canto florentino de la composición coral e interpretación, de acuerdo con el legado de J.S. Bach, tienen, como lo muestra la obra de Johannes Kepler, un significado fundamental en tanto son, en efecto, principios físicos universales en el dominio de la astrofísica. Las matemáticas parecen indispensables en la física, pero sin los principios del contrapunto coral que define la obra de Bach y la generación de Leonardo da Vinci antes, les falta la pasión necesaria para convertir los principios descubiertos de lo que en cierto modo se mal llama “ciencia física”, en acción eficaz, y todo científico de veras cuerdo sabe esto por experiencia.

Tengo una imagen de Albert Einstein, el físico, tocando su violín en los oficios religiosos que se llevaban a cabo en el gran sitio de culto judío en Berlín, antes de la dictadura de Hitler.

Lo que desarrollo en esta coyuntura del informe es, en esencia, lo siguiente.

Desde la obra de los pitagóricos, en el campo que ellos y los del entorno de Platón identificaban como la esférica, toda obra científica competente en la llamada “ciencia física” y demás se fundamenta en la noción de principios universales eficientes en lo físico, de la calidad que esos griegos asociaban con el concepto de dúnamis, el concepto que Leibniz y Riemann, más que nadie, asociaban con el término moderno de dinámica. Éste fue, a su vez, un concepto que los griegos de marras obtuvieron de la astrofísica egipcia, una ciencia establecida en Egipto mucho antes de erigirse las grandes pirámides, y cuyas características se remontan a las funciones de la navegación astronómica empleada por una cultura marítima en el período de la última gran glaciación del hemisferio septentrional de la Tierra.

Lo que demuestra de la manera más sencilla lo que distingue la geometría física por lo común empleada por los pitagóricos, tales como Arquitas y el entorno de Sócrates y Platón, es que la relación entre el punto, la línea y el sólido de ningún modo es “autoevidente”. Tal como la solución de Arquitas para doblar el cubo por construcción ilustra el concepto de dúnamis asociado con la esférica, las relaciones de acción en el espacio-tiempo físico las define una fuerza de acción sobre ese espacio al parecer “externa”: la noción moderna de espacio-tiempo físico que evoluciona a partir de la obra del seguidor de Cusa, Kepler, y la perspectiva posterior que desarrolla Albert Einstein. El trazar una línea en la arena, y el generar una línea de desplazamiento físico en el espacio-tiempo físico, no son acciones mentales equivalentes. Contrario a lo planteado por el sofista moderno Descartes, el espacio y el tiempo, por sí mismos, no tienen una existencia real independiente en las acciones del universo verdadero.

El sistema euclidiano del sofista, que fue un fraude creado a despecho de toda la ciencia física anterior de los egipcios y los griegos, destruyó en efecto la ciencia verdadera dondequiera que se le dio cabida. La destruyó al acabar con el respeto a la existencia de la acción física eficiente para el cambio de estado, como materia de la práctica humana cognoscible. De este modo, los métodos reduccionistas como los de Euclides efectuaron un cambio que degradó la cultura de la Grecia clásica; de los niveles alcanzados en la Magna Grecia y su Atenas antes, retrocedió al ideal representado por la Esparta licurga del culto délfico a Gaia y Apolo. El efecto fue que la civilización griega reculara hacia el estado mental perverso ordenado por el Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo, un estado en que la sociedad (al menos la mayoría de la población), el grueso de los hombres y mujeres, eran tratados como ganado de cría o de caza, a quienes se les negaba, mediante una política malvada de “cero crecimiento tecnológico” como la de nuestros “ambientistas” contemporáneos, el derecho a cambiar la práctica acostumbrada que los tiranos gobernantes le habían asignado a los antepasados de esa población en general. Incluso, como en el caso de los “ambientistas” lunáticos de hoy, los obligaban a reducir el nivel de la práctica cultural y las relaciones humanas a un estado de brutalidad relativa peor que la acostumbrada, como han impuesto este tipo de depravación moral general de nuevo, por influencia de los “sesentiocheros”, durante las últimas casi tres décadas. La esperanza del futuro de la humanidad descansa ahora en las manos voluntariosas de los que la liberarán de ese maldito “neomaltusianismo” lunático difundido por los tantos “luditas” en las filas de la llamada generación “sesentiochera” de la actualidad.

Dinámica: de Arquitas a Einstein

El fundamento de la ciencia moderna es, como debía serlo, la astrofísica moderna de Johannes Kepler. Los dos descubrimientos más señeros de Kepler, el de la gravitación universal primero, y segundo, el de la composición armónica del ordenamiento interno del sistema solar, son los fundamentos de los que sigue dependiendo toda la práctica general científica moderna competente.

Este conjunto de descubrimientos de Kepler nos dio la base para el restablecimiento moderno, por parte de Leibniz, de ese concepto de dúnamis que en gran medida había estado sepultado bajo pilas de cenizas desde que murió Platón y, en especial, desde la muerte de Eratóstenes y su colaborador Arquímedes, hasta el destacado protagonismo de Cusa en la puesta en marcha de nuevo de la ciencia física experimental. La introducción de ese principio de dinámica de Leibniz, del cual depende ahora toda la ciencia moderna competente, surge de cómo éste, de hecho, llevó a cabo lo que Kepler había prescrito como el desarrollo necesario de un cálculo infinitesimal, una necesidad que se identifica con el papel que desempeña lo infinitesimal en la función de la gravitación universal.

Así, sobre los fundamentos aportados sobre todo por Cusa, Leonardo da Vinci y Kepler, respectivamente, y el descubrimiento de Pierre de Fermat de un principio de acción mínima, Leibniz desarrolló los fundamentos de una forma extensiva de la ciencia física moderna universal.

Desde esta óptica, Leibniz demolió de hecho las pretensiones del sofista Descartes y, con la ampliación del cálculo mediante el principio físico universal de acción mínima fundado en la catenaria, estableció el principio de dinámica del cual ha dependido todo método científico competente de entonces a la fecha.

Sin embargo, a pesar de ese logro de Leibniz y tales de sus seguidores notables como Gauss y Riemann, los partidarios del oligarquismo y antiguos enemigos de la libertad humana desde los tiempos brutales del vasallaje de la esclavitud han persistido, incluso en el campo de la ciencia física misma. El epítome de esa regresión obscena dentro de la ciencia moderna y su sociedad, ha sido la obra y pasión del malvado Bertrand Russell y de tales de sus lacayos en el campo de la ciencia como Norbert Wiener y John von Neumann. No obstante, a pesar de los sofistas modernos, los logros indelebles de la ciencia moderna siguen vivos en lo fundamental; el descubrimiento de Kepler de la gravitación universal todavía es el paradigma más eficiente para hacer patentes los principales problemas de la ciencia actual. Es desde este punto de vista que la maldad intelectual brutal de Wenck cobra mayor claridad.

El descubrimiento de Kepler del principio físico de la gravitación universal hoy nos proporciona la representación pedagógica necesaria del significado, no sólo del término “principio físico universal”, sino de la refutación del absurdo de todos esos supuestos físico-matemáticos y afines, como los de los ahora populares dogmas económicos que se fundamentan en lo que con razón cobra expresión como una perspectiva euclidiana. He aquí la continuación esencial del crimen de Wenck y compañía contra el hombre, la ciencia y el Creador.

Albert Einstein goza de todo el crédito por aclararme a mí, como a otros, el hecho de que el descubrimiento de Kepler del principio de la gravitación universal define al universo de la ciencia física, en esencia, como riemanniano. Ésta es, como señalo arriba, la prueba de que la gravitación se expresa de manera singular en la forma local de un infinitesimal matemático, como lo hace Kepler, que no sólo la define como un principio universal, sino como uno cuya eficiencia abarca al universo. Kepler no lo afirmó de modo explícito en esos términos, pero así lo reconocieron Einstein y otros que estaban calificados para ver en retrospectiva la obra de Kepler desde la distancia histórica apropiada. Kepler ya entendía esto de modo implícito o una conclusión equivalente.

“El epítome de esa regresión obscena dentro de la ciencia moderna y su sociedad, ha sido la obra y pasión del malvado Bertrand Russell (izq.) y de tales de sus lacayos en el campo de la ciencia como Norbert Wiener (centro) y John von Neumann (der.)”. (Foto de Russell: Biblioteca del Congreso de EU).

Este concepto, como lo expresa Einstein, había sido la posición adoptada ya por Leibniz en su refutación de Descartes, y la de Carl Gauss en su disertación doctoral de 1799, contra aquellos como Euler y Lagrange que porfiaban en negar las implicaciones infinitesimales del descubrimiento de Leibniz del llamado cálculo moderno. Lo que implica la versión relativamente perfeccionada del cálculo de Leibniz, su principio físico universal de acción mínima basado en la catenaria, luego evolucionó en la forma riemanniana de la hipergeometría física, como Einstein reconocería los nexos del caso en su momento.

Lo que logró Riemann de ese modo, fue el establecimiento de la noción de una dinámica general. He aquí la prueba medular de la acusación específica de Wenck y todos los necios que lo han seguido.

En el universo real, el aumento de las facultades productivas del trabajo, medidas por cápita y por kilómetro cuadrado, es posible gracias al descubrimiento y el uso por parte del hombre de conceptos que califican de modo eficiente, ya sea como principios físicos universales o como sus derivados. Todos esos principios, tales como el de la gravitación universal, delimitan el universo de nuestra experiencia. Es la exploración de las implicaciones prácticas de un concierto de principios físicos universales y otros comparables, lo que capacita a la humanidad para aumentar el poder que expresa el universo, obtenido por las acciones del individuo o de la sociedad mediante la aplicación de esos principios y de sus acciones combinadas.

Todos esos principios son invisibles a los sentidos, pero sus efectos, como los de la gravitación, como es obvio, no lo son. Estos principios son los objetos de la penetración cognoscitiva, una cualidad perceptiva única de las facultades de la mente humana individual (y de las del Creador).

De ahí el principio de la Docta Ignorantia de Cusa.

Como debiéramos saber del avance en los descubrimientos científicos a partir del siglo 15, tales como, por ejemplo, el de Kepler del principio de la gravitación, éstos no sólo fueron revolucionarios con respecto al poder potencial del hombre en el universo desconocido, ¡sino que la existencia de principios físicos desconocidos era conocida! En tales casos, como lo deja claro la obra científica de Cusa, nuestro conocimiento paradójico de que existe algo como principio eficiente, pero que ese “algo” es aún desconocido, es la esencia de la pasión, como la del gran contrapunto de Bach o como la expresa su gran seguidor, Ludwig van Beethoven, y es el motor de la ciencia y la creatividad humana en general.

Entonces, la civilización moderna explora el espacio entre el sistema solar, no porque sepamos lo que hay ahí, sino porque no osamos pasar por alto lo que pudiese existir, y porque tenemos que descubrir lo que hay más allá de nuestras certidumbres actuales. Es por esta precisa razón que Nicolás de Cusa es el fundador de todas las corrientes válidas de la ciencia física europea moderna. Cualquiera que se oponga a este enfoque por este motivo, claramente es un adversario de la ciencia y, por tanto, de la intención del Creador hacia la humanidad.

La dinámica en la economía

Por las mismas razones que sustentan mi razonamiento hasta aquí en este informe, es que casi todos los economistas del mundo que he conocido, de mis estudios, son relativamente incompetentes en sus esfuerzos por tratar las clases más urgentes de problemas que enfrenta el mundo entero en la actualidad. Casi todos esos economistas dependen de un método estadístico cartesiano o cuasicartesiano para tratar el espacio económico, como si el ordenamiento de éste fuera mecánico, es decir, cinemático. Ni el universo ni ninguna economía real opera acorde a normas congruentes con tales métodos cartesianos.

Esto no significa que ninguno de esos economistas sean buenas personas. Muchos de ellos son inteligentes y útiles, además de que, en algunos casos, tienen buenas intenciones. Significa, en términos llanos, que la eficiencia de cualquier economista o profesionista semejante que crea en la existencia propia de un sistema monetario-financiero como fundamento de la organización de cualquier sistema de economía nacional o de las relaciones entre naciones soberanas en el mundo en general, es limitada. El único sistema competente es uno de economía física, cuyas relaciones financieras estén organizadas más o menos como pretendía hacerlo el de Bretton Woods: como un sistema de crédito internacional con tipos de cambio relativamente fijos, de una calidad tal, que hubiera complacido a nuestros Henry C. Carey y Benjamín Franklin, y a Alexander Hamilton también.

Cualquier estado de organización de una economía que funcione acorde a las formas generales de guías de acción existentes está de suyo condenado a la destrucción, por el simple hecho de que opera, más o menos, sobre la base de un conjunto falso de principios universales supuestos de modo implícito. Las peores de todas las doctrinas económicas importantes son las que se fundan, como el actual sistema global de “libre comercio”, en la función primordial de la usura, sin importar cuál sea la corriente del liberalismo angloholandés de su sistema monetario.

De hecho, de no abolirse más o menos en lo inmediato las normas que en la actualidad rigen el comercio internacional, la tecnología y los asuntos monetarios, la civilización en este planeta, están ya a punto de desaparecer por un buen tiempo. No es segura cuál pueda ser la fecha de su expiración; nunca lo es, lo cual es uno de los motivos colaterales por los que mis rivales entre los pronosticadores de costumbre siempre se equivocan respecto a la derrota funcional trazada por las matrices de formulación de planes que hoy imperan. No obstante, ya estamos al borde de un derrumbe general de la civilización en todo el orbe, salvo que se abandonen, más o menos de una vez, las reglas por las que hoy se rige este planeta, en especial las mortíferas políticas monetaristas y “pro maltusianas”, y se cambien por unas más apropiadas y honestas.

La verdadera función de los procesos físico-económicos no puede ubicarse en el ámbito de la cinemática estadística. Tanto la ciencia de la economía como la política económica nacional competentes se fundamentan en la dinámica, no en la cinemática estadística. La verdadera función de las economías se ubica en la forma riemanniana pertinente del conjunto de la dinámica en el que ahora opera el proceso económico.

Cualquier conjunto de principios físicos universales, como el descubrimiento de la gravitación universal de Kepler ilustra la noción de un principio tal, ha de considerarse como una condición límite en la que la economía del caso opera en la actualidad; los confines, como las paredes de un acuario, en los cuales opera dicha economía.

En cualquier estado tal relativamente fijo de una economía, operan tres condiciones generales. El ritmo de cambio de una forma capital intensiva de densidad relativa potencial de población, cuyo acercamiento a una condición límite lo define una gama limitada de principios físicos universales en uso, y los límites impuestos por la falta de desarrollo de la infraestructura económica general en que opera la economía. Estas condiciones definen un límite relativo en el que opera un estado relativamente fijo de ese sistema. En breve: en tanto el proceso físico-económico se acerca a esos límites, aparece una barrera. A menos que se introduzca una forma de cambio tecnológico cualitativo, la tasa de crecimiento de la economía, medida en términos físicos, per cápita y por kilómetro cuadrado, pasará a una fase de disminución acelerada y, de ahí en adelante, a una condición de crecimiento negativo. En cuanto se entra a esta fase del proceso, las tasas de cambio a este efecto tienden a volverse hiperbólicas, como el proceso complejo de decadencia y desintegración inminente de la economía estadounidense del que hemos sido testigos durante el período de 2001 a 2007 del Gobierno de George W. Bush hijo (ver gráfica 1).

GRÁFICA 1

Esta desintegración que amenaza, podría ocurrir si la economía estuviese operando sin apartarse para nada de las tendencias preexistentes en la formulación de planes, como fue el caso con la caída de la economía de EU durante el Gobierno del presidente Clinton. Fuere de una cualidad peor, con relación a los del Gobierno de Clinton, si el ritmo de desintegración económica acelerara de manera radical por los cambios en la directriz que se introdujeron, una y otra vez, de manera irresponsable y lunática, bajo la presidencia de George W. Bush hijo, en especial un cambio como los monstruosos efectos económicos de ruina y despilfarro que acarrearon las políticas bélicas y de seguridad nacional del Gobierno de Bush.

En realidad, la situación es mucho, mucho peor que eso. Contrario al mito del economista de hechura británica, Karl Marx, las “crisis decenales del mercado” ni nada parecido, jamás son inevitables en términos científicos. Cierto, hubo crisis que más o menos encajaban con esa descripción, del mismo modo que un animal rellenado por el taxidermista puede parecerse a uno vivo, pero nunca ocurrieron por las características intrínsecas del sistema moderno de economía agroindustrial de progreso tecnológico. Todas esas crisis tuvieron causas subyacentes específicamente políticas, no económicas; todas esas crisis de las economías modernas fueron consecuencia de “maltrato infantil” contra las economías nacionales por parte de intereses político-financieros rapaces.

Por supuesto, hubo depresiones económicas modernas, como la que ya arremete en EU y más allá. Pero, la causa misma nunca fue económica. Más bien, siempre fueron, en efecto neto, las ofensas políticas contra el bienestar de la economía. La causa y los remedios de dichas crisis y calamidades afines, ha de entenderse desde la óptica de la ciencia de la economía física; pero, ni la economía mejor diseñada ni el niño más educado pueden necesariamente aguantar las consecuencias del abuso depredador.

La geopolítica y las crisis económicas

La muerte del presidente Franklin Roosevelt representó un desastre relativo para lo que hubieran sido, de otro modo, las perspectivas de la economía de EU y el estado del mundo en general. No obstante, en tanto que las medidas del sistema monetario internacional y estadounidense siguieron haciéndose eco del patrón “proteccionista” de las reformas de Franklin Delano Roosevelt en la conducta de la política nacional e internacional, todavía pudo mantenerse una tendencia de crecimiento físico neto, per cápita, en la economía nacional y mundial. A pesar de todas las insensateces del presidente Truman y las posteriores, este estado relativamente mejor de la economía estadounidense siguió hasta después del asesinato del presidente John F. Kennedy.

Sin embargo, dicho asesinato fue el comienzo de una crisis existencial para EU, y para la seguridad y el bienestar económico del mundo en general. Esta tendencia descendente ya se había asentado casi desde la toma de posesión de Kennedy; su asesinato desató la pesadilla que su Gobierno había tendido a resistir o hasta detener. Varias tendencias en la formulación de la política de su Gobierno, entre ellas su progresividad en lo físico-económico, su resistencia a la pretendida extensión de la guerra en Indochina y su cometido de enviar un hombre a la Luna, fueron motivo para que ciertos estamentos angloamericanos desearan la eliminación del presidente Kennedy y una probable candidatura presidencial futura de su hermano Robert. Kennedy estaba empeñado en repetir los logros del Gobierno de Franklin Roosevelt, una posición diametralmente contraria a lo que los intereses financieros angloamericanos de marras querían lograr. Este mismo eje de intereses financieros angloamericano había llevado al poder a Benito Mussolini, Adolfo Hitler, Francisco Franco y a otros de esa ralea en el período desde el Tratado de Versalles, hasta que Hitler inició la guerra.

La Primera y Segunda Guerras Mundiales no fueron inevitables; los preparativos y el lanzamiento de esos conflictos geopolíticos se iniciaron en aras de lo que la facción liberal angloholandesa percibía como sus intereses mundiales; fueron intervenciones deliberadas contra el modo en que tendían a moverse los asuntos internacionales desde el intervalo que siguió al triunfo estadounidense del presidente Abraham Lincoln contra los agentes británicos de la Confederación de lord Palmerston.

El triunfo de Lincoln había hecho realidad el propósito del compromiso del ex secretario de Estado y ex presidente John Quincy Adams con la consolidación de una república soberana ubicada entre dos océanos y sus fronteras canadiense y mexicana. Con el desarrollo sólido logrado por el Gobierno de Lincoln, EU se había convertido en una potencia independiente que no podía ser conquistada por ningún invasor, sólo induciendo desde afuera la corrupción de su política y moral.

Frente a este hecho de un EU soberano en tanto potencia continental, lo acaecido a partir de la conmemoración del centenario de su fundación en Filadelfia en 1876, la influencia en Eurasia continental de inspiración estadounidense, trajo los preparativos británicos para una guerra geopolítica contra ese continente eurasiático, por considerar que era una amenaza a los intereses imperiales de la potencia marítima liberal angloholandesa. Ésa era la opinión de dicha potencia y sus cómplices dentro y fuera de los centros financieros del propios EU. En el transcurso de los 1870, como muestran los casos de las reformas a la americana adoptadas en Japón, la Alemania de Bismarck, la Rusia de Mendeléiev y Alejandro III, y en otras partes, la imitación de la economía estadounidense amenazaba con levantar el poder económico de Eurasia, al grado que amenazaba el dominio imperial por la potencia marítima del liberalismo angloholandés.

Las dos Guerras Mundiales del siglo 20 fueron el producto típico de la reacción liberal angloholandesa al conflicto geopolítico entre las potencias independientes emergentes de EU y sus amigos de Eurasia continental, y lo que lord Shelburne de Gran Bretaña se había propuesto establecer como un imperio mundial angloholandés liberal permanente que superara la durabilidad del Imperio Romano.

No fue la rivalidad económica como tal lo que llevó a los intereses liberales angloholandeses a su ininterrumpido, hasta ahora, empeño geopolítico-imperial en lograr un imperio unipolar “unimundista” (ni a la destrucción de las economías de EU y Europa continental que ahora embiste, dirigida por el liberalismo angloholandés, y desatada por Thatcher y Mitterrand a partir de 1989). Fue un conflicto entre dos sistemas sociales opuestos irreconciliables: el imperial liberal angloholandés, que apunta a un gobierno mundial permanente (por ejemplo, la “globalización”), versus el concepto de un sistema de Estados nacionales republicanos, cada uno de ellos perfectamente soberanos, como el que representa el Sistema Americano que describe el secretario del Tesoro de EU, Alexander Hamilton, quien fue asesinado por un espía británico, el Aaron Burr de lord Shelburne y Jeremías Bentham.

No existe la inevitabilidad de las depresiones recientes o futuras en este planeta, sino sólo la oposición, de la que es típica la perspectiva que expresan H.G. Wells y Bertrand Russell, a ese desarrollo económico impulsado por la ciencia que pasaría al planeta por las capas límite en ciernes, en lo que toca a revoluciones científico-tecnológicas sucesivas de la economía mundial. Mientras persistíamos en las políticas económicas implícitas en nuestra lucha por la independencia, nuestra Constitución y el sistema de crédito nacional que establece, en vez de un sistema monetario, nunca hubo ninguna inevitabilidad sistémica inherente de crisis económica generada a lo interno de nuestra república soberana.

El reto que nos presenta la presente crisis mundial y el papel perverso que desempeña un Gobierno de EU de Bush y Cheney, cuya corrupción es monstruosa, no es una crisis económica inevitable, ni ningún otro enemigo potente externo, sino los cómplices nacionales y extranjeros de esa administración de gobierno y su política nacional y exterior. De cambiar EU el binomio de Bush y Cheney por un ejecutivo competente —y tenemos los medios para realizar ese cambio de modo constitucional—, ya están a mano los medios de cooperación con las principales potencias del mundo, y otras, para dominar, y rápido, la económica y otras amenazas siniestras contra la civilización.

Por tanto, en cuanto entendamos quién y cuál es, a fin de cuentas, el adversario de nuestra república, y actuemos acorde, estaremos en posición de bregar con lo que debiéramos atender: el verdadero asunto de la economía mundial y nacional. En ese momento, el objeto de la política económica viene a ser la materia de un enfoque inteligente para enfrentar el desafío de transformar una economía, ya en gran medida en ruinas, en una saludable y siempre próspera.

El principio de la prosperidad

La intención apropiada de la política económica, no es la de hacer rica a la gente, sino la de hacerla feliz, en el sentido en que los autores de la Declaración de Independencia de EU eligieron la devastadora repulsa de Godofredo Leibniz al depravado John Locke, “la búsqueda de la felicidad”, como la intención manifiesta esencial de lo que nos proponíamos que fuese la política dominante de nuestra recién creada república.

Dado que tarde o temprano todos morimos, para la gente cuerda, la felicidad no podría encontrarse en alcanzar la condición de la muerte, sino en nuestra certeza de haber vivido una vida con el feliz resultado de contribuir a las aspiraciones virtuosas de las generaciones previas y al provecho de las futuras.

Para esto, tenemos que desarrollar nuestra economía física de manera congruente con esa definición de felicidad. Para un entendimiento más claro de esa intención, debemos emplear el término “felicidad” como corolario del término ágape, del modo que lo emplean Platón y el apóstol Pablo en Corintios I:13. Esto no significa que simplemente debemos divertir a otros o a nosotros mismos; más bien debiéramos divertir a nuestro Creador, en cuya custodia reposa nuestra inmortalidad. Estoy seguro de que ese Creador tiene un sentido del humor muy bien desarrollado, porque si no, ¿cómo podrían tolerarse las necedades generales de los pueblos? A condición de que pongamos nuestra parte en hacer avanzar el desarrollo del universo y de la humanidad, Él se divertirá con nuestras pequeñas necedades, como todo buen padre muestra amorosa tolerancia hacia sus hijos a menudo necios. La felicidad, para nosotros, consiste en lo que hacemos para garantizar el futuro de la humanidad, y en lo que hacemos para lograr esto mediante empresas tales como mejorar el estado habitable de nuestro planeta hoy, y de nuestro sistema solar para el futuro.

De este modo, un abuelo amoroso, sabio, le dice a su nieto: “¡Yo ayudé a construir eso!”

El desafío económico característico de la humanidad consiste en la urgencia de aumentar lo que podría describirse como la densidad relativa potencial de población, per cápita y por kilómetro cuadrado. Para lograrlo, tenemos que tomar en cuenta el hecho de que cada descubrimiento de principio físico universal constituye tanto una fuente de aumento del poder de la especie humana como una condición límite, que amenaza con convertirse en una crisis, a medida que nuestras actividades convergen en ella.

Hoy el más obvio de esos límites de principio lo representa la urgente tarea de desarrollar con celeridad el uso de la fisión nuclear y, asimismo, la de dominar las tecnologías propias de la fusión termonuclear. Estamos acercándonos a una situación en la que humanidad está a punto de “quedarse sin recursos”; nos acercamos al punto en que el costo físico relativo de proveer esos recursos aumentará de manera acelerada, a menos que introduzcamos las tecnologías más avanzadas necesarias para abaratar esos costos relativos en términos físicos. Al respecto, con relación a casos tales como la mengua en el agua potable para el consumo humano, si no desatamos el uso de aplicaciones de energía de fisión nuclear de modalidades de alta temperatura, la condición de gran parte de la humanidad podría tornarse desesperada dentro de poco.

Con eso en perspectiva, debe ser evidente que la expresión esencial de la producción es la cualidad de progreso tecnológico en los modos de producción física que representan un aumento neto en la producción real utilizable, per cápita y por kilómetro cuadrado, sobre el cual avanza el progreso secular en la tecnología impulsada por la ciencia. Es la ciencia, en tanto producción de los medios para generar la calidad superior necesaria de los medios de producción, y también del producto, que debe reconocerse como el principio subyacente que gobierna todas las nociones competentes sobre la práctica de la economía.

Ésta no es una obligación que se le impone a la humanidad. El desarrollo de las facultades intelectuales del individuo humano es, tanto una obligación moral de toda persona, como el principio fundamental de las nociones competentes de economía.

Esta tarea sólo puede lograrse fomentando el desarrollo del individuo en la sociedad a estados de una superioridad cualitativa, y significa, por supuesto, precisamente lo que destacaba Nicolás de Cusa como el principio de la docta ignorancia.

¿Qué es el alma humana?

El académico Vladimir I. Vernadsky, quien en 1935-1936 le dio al mundo una comprensión científica rigurosa sobre la naturaleza de la vida, también nos aportó la base para uno de los descubrimientos más grandes: ¿cómo podríamos definir el alma humana ontológicamente respecto al descubrimiento de Vernadsky del significado relativo de la vida, la vida como algo distinto en lo absoluto a los procesos no vivientes?[19] Más adelante, Vernadsky hizo un razonamiento similar al distinguir el intelecto humano de la forma relativamente inferior de existencia llamada “vida”. Me referí a esta cuestión en mi escrito de 2005, Vernadsky y el principio de Dirichlet.[20] Resumo aquí los aspectos de ese razonamiento que son pertinentes a la materia de la teología en el actual contexto inmediato.

Sobre la cuestión de la vida, Vernadsky afirmó que, aunque los componentes químicos que participan en los procesos vivientes eran en apariencia los mismos que se encuentran en la tabla periódica, la organización de los procesos vivientes que empleaban este material era de una dinámica y calidad diferente a la de los no vivientes.

Vernadsky también llegó a reconocer que esta distinción de los procesos vivientes de los químicos que usan los mismos constituyentes químicos, es una cuestión de dinámica riemanniana.[21]

Vladimir I. Vernadsky

El científico ruso Vladimir Ivánovich Vernadsky, “en 1935-1936 le dio al mundo una comprensión científica rigurosa sobre la naturaleza de la vida, [y] también nos aportó la base para uno de los descubrimientos más grandes: ¿cómo podríamos definir el alma humana ontológicamente respecto al descubrimiento de Vernadsky del significado relativo de la vida, la vida como algo distinto en lo absoluto a los procesos no vivientes?”

Como recalqué en el mismo informe de 2005, la razón creativa humana constituye una cualidad específica de principio dinámico que está por encima de los procesos vivos del cuerpo humano que la hospeda. Entonces, en tanto que la vida sólo viene de la vida, y nunca es producto de material no viviente como tal; del mismo modo, la razón creativa humana sólo viene del principio superior de la razón humana, y no del seno de los límites de organizaciones vivientes en tanto tales. Debemos decir que el cuerpo viviente del individuo humano es de un tipo biológico apropiado para sostener la función dinámica de la razón creativa humana.

Por ejemplo, así como un principio físico universal como la gravitación es, tanto para Kepler como para Leibniz, al mismo tiempo, una forma de existencia tan extensa como el universo y, por ende, en apariencia infinitesimal en su expresión localizada, esas funciones cognoscitivas de la mente humana que en propiedad asociamos con las funciones de principios físicos universales, expresan un principio físico universal superior al de los procesos vivientes, en tanto principio que actúa de modo eficiente sobre las expresiones apropiadas de los procesos vivientes. En suma, la intervención de este principio universal de la cognición en los procesos biológicos de marras, emplea esos procesos como un medio para su manifestación eficiente.[22]

De este modo, mediante la acción sintética de las facultades creativas universales de la razón humana, la dinámica de la razón creativa utiliza los aspectos pertinentes de los procesos biológicos, así como el principio dinámico de la vida utiliza el material inorgánico de los vivientes.

Así, el dominio no viviente, la vida, y la razón creativa humana, expresan principios dinámicos del universo en su conjunto relativamente distintos, pero que interactúan.

Como lo expresa Cusa en su crítica al error de Arquímedes sobre la cuestión del principio isoperimétrico que expresa el círculo, que es similar al concepto del caso, las facultades cognoscitivas de la mente individual de suyo humana no son una secreción del cuerpo viviente, sino un principio que lo incluye dinámicamente.

Este principio dinámico de la razón humana refleja la idea de la imagen del Creador. No hay lugar a dudas sobre esta comparación específica, dado que sólo el intelecto humano creativo, cuyas características no existen en las formas inferiores de vida, puede participar en la cualidad de ideas que asociamos con la persona del Creador. Al respecto, el hecho de que los intelectos creativos de los individuos humanos son creativos desde la óptica de las normas de la dinámica, no permite dudar de la existencia del Creador en tanto ser intencional.

Una cuestión de importancia correlativa, es que el acto de verdadera creatividad, en la ciencia física o en las modalidades clásicas de composición artística, o en ambas, se asocia con la forma más elevada del placer, placer que expresa una cualidad que experimentamos como serenidad, como una sensación apasionada de agradable contento. Las más grandes composiciones musicales clásicas, por ejemplo, que se apegan a los principios corales del bel canto florentino y del contrapunto de J.S. Bach y sus seguidores, como Joseph Haydn, Wolfgang Mozart y Ludwig van Beethoven, tienen el poder maravilloso de tocar algo que resuena en el interior de la persona. Es la misma cualidad de pasión clásica que se experimenta con relación a un descubrimiento científico, que es también fundamental para la ciencia.

El tratamiento que le da Cusa al círculo, al corregir el error de Arquímedes, es, por tanto, de significación clínica fundamental en nuestro afán de intuir, de extendernos en nuestro celo por tocar la sustancia del alma humana dentro de nosotros mismos o en otros. Nosotros, con facultad similar, podemos oler la maldad, o si no, el vacío espiritual en uno, como el farsante que trabaja como mercachifle en el púlpito, quien, en efecto, ha perdido su alma o más bien parece nunca haberla tenido. Yo he visto que a menudo, si no siempre, puedo “olfatear”, en el sentido espiritual, a un farsante en mi entorno, y reaccionar como corresponde a esa sensación.

La creatividad, tanto la artística clásica como su gemela necesaria, la científica, no son tanto medios para un fin, sino un fin, un verdadero bien, en y de por sí. Sé paciente; hará bien cuando toque la ocasión. La creatividad, así definida, es el verdadero manantial del genio, de las grandes creaciones artísticas clásicas y científicas de y para la humanidad. Es mediante el bien expresado por el acto de descubrir un principio físico universal, como el de experimentar de nuevo el descubrimiento de la gravitación universal de Kepler, que el estudiante vive la cualidad ontológica de la existencia humana individual, la famosa cualidad “espiritual” que la personalidad humana comparte con el Creador. Tal es la cualidad ontológica de la espiritualidad de la interpretación, con la pasión apropiada y el bel canto florentino, de una obra de contrapunto coral como el Jesu, meine Freude de Bach. Tal es la creatividad de Wolfgang Mozart y Ludwig van Beethoven.

Es ese sentido del alma humana lo que falta por completo en la lectura de la traducción de Wenck que da Hopkins. Mi excelente juicio en esta materia es que esa deficiencia no vino de la habilidad académica de Hopkins. De manera similar, la obra de Norbert Wiener sobre el tema de la “teoría de la información” nunca expresó verdadera creatividad, ni tampoco el razonamiento a favor de la “inteligencia artificial” de John von Neumann. A los que tenemos alma, y la conocemos, nos entristecen los “teóricos de la información”, en quienes, como en las criaturas o el autor de La isla del doctor Moreau de H. G. Wells, no se encuentra el rastro de la actividad de un alma humana cerca.

La teología fracasada de Wenck

Desde esta perspectiva, debiéramos reconocer que el problema de Wenck no es su diferencia manifiesta con Cusa, tanto como sus propias dudas no resueltas respecto a la idea misma de Dios. Quiere creer que puede presentarse como creyente en el Creador, quizás hasta como creyente apasionado, a pesar de lo que su propio documento revela como su carencia implícita de una prueba rigurosa o apasionamiento por lo que desea creer. De todas las obras de Cusa que pudo haber atacado, es decisivo en términos clínicos que Wenck haya escogido la fundación de la ciencia física experimental moderna de Cusa como su objetivo; esa elección es singular y en esencia reveladora de la existencia y naturaleza de sus propias dudas teológicas, bastante típicas y bien arraigadas. Su polémica contra Cusa no manifiesta una mente que conoce al Creador.

Por ejemplo, la noción de la existencia de un Creador es en potencia problemática para casi todo supuesto creyente o ateo, por igual. No hay vergüenza en eso en sí; la ignorancia honesta no es vergonzosa. El riesgo está en que la ignorancia no reconocida pueda tentar a la mente humana descarriada, como por desesperación, a un supuesto más o menos nominalista, como sofista, a uno que parezca explicar dudas penosas, pero que, en realidad, contamina la incertidumbre con la locura. Esto a menudo atañe a una experiencia personal con una crisis existencial, como la de los existencialistas confesos respecto a la creencia en la realidad del sentido de uno, incluso de la existencia de uno mismo. De no resolverse, esto puede llevar a concebir creencias de una falsedad peligrosa tocantes a las nociones de la mortalidad e inmortalidad individual humana.[23]

Por ejemplo, la idea misma de la muerte plantea la cuestión de la inmortalidad, una que aflige a todo niño en cuanto experimenta la muerte de un miembro de la familia o algo parecido.

Por ejemplo: “¿Corresponde el ‘yo’ cartesiano a una existencia real, inmortal?” Aquí viene al caso el dilema existencial del retoño de Husserl y filósofo del partido nazi, Martin Heidegger, y sus amigos neokantianos sin credencial nazi, Max Horkheimer, Theodor Adorno y Hannah Arendt: “De ser así, ¿cuál sería una expresión eficiente de esta inmortalidad después de que yo muera?” “Si soy un alma sin cuerpo, incluso ‘arrojado’, por depender de los métodos reduccionistas como los de los cartesianos, a una sociedad de la cual yo no soy una parte integral en términos funcionales, ¿cómo puede un ser inmaterial, que imagina que vive en un mundo tal, actuar de modo eficiente sobre el universo material? ¿Por qué deberían siquiera tratar de hacerlo un Heidegger o un Descartes o un John Locke?”

Por tanto, por ejemplo, en razón de tales consideraciones, lo que el supuesto creyente, con frecuencia angustiado, pensaba que era su Creador, ha sido un reflejo de lo que su creencia religiosa lo lleva a creer sobre el modo en que está organizado el universo. Éste es el caso, sea que la persona considere o no al individuo humano como parte funcional de ese universo, o al universo como sólo un vehículo en el cual da la casualidad que esté de pasajero en ese momento, pero cuya naturaleza verdadera le sea de otra forma ajena.

En la sociedad moderna hay implícito un problema conceptual que hace al caso. “¿Permiten las doctrinas ahora aceptadas de la ciencia oficial la forma incluida, eficiente, de existencia de un alma humana inmortal?”

Es de notar que la reacción de Wenck en este respecto a la De docta ignorantia, no es un suceso singular en ese período general de la historia. A los intentos de Wenck, que de manera manifiesta estaban arraigados en motivos políticos del momento, le siguieron los ataques a la De docta ignorantia de Cusa por nada menos que el espía veneciano Zorzi (alias Giorgi), quien fungió en el papel singularmente desagradable de consejero matrimonial del ogro conocido como el rey Enrique VIII de Inglaterra.[24]

Por ejemplo, durante las vidas de Cusa y Wenck, el principal enemigo contra el cual el verdadero cristianismo tenía la obligación de luchar era, en lo inmediato, la influencia pasada y renaciente de una oligarquía financiera veneciana, una oligarquía que antes había gobernado Europa durante el período que va de la época de la cruzada albigense y la conocida como la conquista normanda, y después.

Es notable, en este sentido, que la sociedad de los cruzados normandos, dominada por la intervención de la oligarquía financiera veneciana, fue, de modo sistémico, una sociedad forjada en el modelo “espartano” del Zeus olímpico pagano que describe el Prometeo encadenado de Esquilo, una llamada sociedad “oligárquica” o “tradicional” que le prohibía a la mayoría de sus súbditos expresar esos poderes creativos de la mente individual que distinguen al ser humano individual de las bestias, una sociedad en la cual la imagen de un Dios reinante se moldea en la de una bestia que es una bestia para la humanidad, como lo fueron el gran inquisidor Tomás de Torquemada, el conde francmasón martinista revolucionario Joseph de Maistre, y como lo fueron los seguidores de éste, Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler, o como el vicepresidente de EU, Dick Cheney, hoy.

Así que los conflictos experimentados por esos contemporáneos de Cusa, Wenck y Zorzi estuvieron dominados por el proceso que llevó, a partir de 1459, a lo que vinieron a ser las guerras religiosas de 1492-1648 emprendidas a través del mismísimo gran inquisidor Tomás de Torquemada. Éste fue el Torquemada que también fue el Gran Inquisidor de la perceptiva novela de Fiódor Dostoievski, y que fuera empleado por la francmasonería martinista del conde Joseph de Maistre para defender el Terror jacobino, el reino del Terror francés, y para el diseño que hizo Maistre de la personalidad rehecha de ese emperador Napoleón Bonaparte que luego serviría como modelo para la tiranía de Adolfo Hitler.

Este mismo período de 1492-1648 fue también el de la transición en Venecia a la influencia hegemónica del modelo empirista, a imitación del dogma de Guillermo de Occam, un viraje iniciado por el Paolo Sarpi que es la figura central de esas corrientes de la cultura europea moderna que constituyen ahora la principal fuente intelectual de las amenazas contra la existencia de nuestra república constitucional de EU. Occam y Sarpi constituyen la raíz especial de los dogmas basados, al igual que ese promotor de apuestas, Galileo, en la irracionalidad usurera de las estadísticas de los juegos de azar, tanto en la ciencia como en la teología, del liberalismo angloholandés imperial. Fue contra ese liberalismo angloholandés, sobre todo, que yo me vi obligado a luchar desde la niñez hasta el presente.

La cuestión política de la obra más destacada de Nicolás de Cusa fue el efecto combinado de su esbozo del principio del Estado nacional republicano soberano moderno, como en Concordantia cathólica, y el establecimiento complementario de la ciencia física moderna, con sus obras a partir de De docta ignorantia. Ambas de estas contribuciones al surgimiento de la sociedad moderna, que se levanta de la podredumbre de los sistemas de gobierno oligárquico precedentes, han sido motivo, en combinación con los acostumbrados, para toda suerte de ataque a la obra de Cusa, e incluso para los ataques contra Kepler, Leibniz y demás lanzados por los seguidores del empirismo, tales como los liberales angloholandeses pro imperialistas creados por la influencia del neooccamista Paolo Sarpi.

“Ahora hace 18 meses que he visto el primer rayo de luz, hace tres meses que he visto el alba, pero hace muy pocos días que el Sol de ese estudio, más radiante que nunca, se mostró sin velos ante mis ojos; nada me detiene. Soy libre de mofarme de los mortales, con la franca confesión de que he robado los vasos de oro de los egipcios para erigir con ellos un tabernáculo a mi Dios, muy lejos de los confines de Egipto. Si me perdonan, me regocijaré; si se enojan, lo soportaré. La suerte está echada, y escribo mi libro; lo leerán mis contemporáneos o bien la posteridad, pero eso no importa. Bien puede esperar cien años un lector, puesto que Dios mismo ha esperado seis mil quién lo interprete”.

—Johannes Kepler, en La armonía del mundo.

Al repasar lo que he planteado hasta aquí en este informe, el problema de Wenck es que comparte con el malvado Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo, la intención oligárquica de degradar a la masa de individuos humanos a un estado casi de ganado, domesticado o de caza. Negarle a esas personas el derecho a cumplir con su obligación esencial como criaturas hechas a imagen del Creador, como se estipula en Génesis I, y como lo expresa el principio omnipresente de De docta ignorantia.

La falla de Wenck, por tanto, coincide con la acusación que Filón de Alejandría hace contra Aristóteles: que las doctrinas de éste degradan el papel del Creador mismo a la condición de una Personalidad que se hace impotente por la Mano de Su Propia Creación de un universo de un orden fijo, en el cual la existencia del poder antientrópico de la Creación continua se le niega hasta al propio Creador, para degradarlo. Wenck es el lacayo de un sistema oligárquico, un sistema que niega la existencia de esa cualidad de acción específica que define al individuo humano como hecho a semejanza del Creador, como lo expresa el principio de Cusa del aprendizaje desconocido.

Mi propia experiencia con estas cuestiones, desde la niñez y la adolescencia, ilustra con precisión esta naturaleza general de la disputa teológica que expresa el ataque por motivos políticos de Wenck contra Cusa.

3. Euclides: la paradoja apropiada

Repasa la cuestión que acabo de situar ante nosotros desde mi propio punto de vista autobiográfico. Compárala con tu propia experiencia del caso. Ya que el desafío esencial que enfrentamos es cómo velar por el fomento del desarrollo de los niños, para que sean adultos jóvenes de la calidad necesaria hoy día, examina esto desde la perspectiva de mi propia experiencia personal aplicable, al tratar el desafío que señalo aquí.

Un discernimiento perspicaz, a modo de examen clínico de las raíces de semejantes paradojas existenciales aparentes como esas, exige tanto la adopción del punto de vista de la dinámica riemanniana como un reconocimiento correlativo de que dicha dinámica es un renacimiento, en forma amplificada, de lo que ya se entendía como el principio de acción de la esférica (dúnamis). Es decir, la dinámica de Leibniz y la dinámica física antirreduccionista de Gauss y Riemann, legadas a la era moderna por los antiguos griegos de esa tendencia, tales como los pitagóricos y los otros en el entorno de Sócrates y Platón.[25]

“En la cuestión de la ciencia, muchos teólogos han tendido a hacer lo mismo que ese sofista, el notorio apriorístico Euclides [a quien mostramos aquí], el de los Elementos, en su mutilación de la obra original que parodió, de modo destructivo, sobre todo, de los pitagóricos y del entorno de Sócrates y Platón”.

Las paradojas existenciales esenciales encarnadas en las creencias más acostumbradas de hoy, se expresan en una forma patológica que equivale a la del reduccionista radical: “Tu no puedes evadir las tendencias inevitables de la historia actual”. El pesimista que manifiesta este punto de vista reduccionista, rechaza la idea de actuar sobre el cuerpo de supuestos, en apariencia axiomáticos, que parecen regir. Ese pesimista se ve a sí mismo como un trebejo mecánico-estadístico que se mueve estadísticamente como si fuese el habitante típico de un sistema gaseoso machiano de Boltzmann. La popularidad de las muy admiradas proyecciones de tendencias económicas de suyo mecánico-estadísticas, es emblemática de lo infectadas que están la opinión vulgar y otras corrientes dominantes con la patología de semejante pesimismo cultural existencialista.

Una enseñanza de la experiencia

Es probable que el paradigma más provechoso para el estudio pedagógico de esa forma de pesimismo implícitamente existencialista, sería el caso del sofista Euclides, a quien conocemos, sobre todo, por la influencia de la enseñanza de sus Elementos o de algún derivado. Como he propuesto aquí, tome mi propia experiencia a manera de ilustración.

En algún momento de mi niñez cobré conciencia de la existencia de la causa real de mi duda sobre el origen de mis creencias más incómodas, por lo general inducidas, aunque también producto del hábito.

Comencé a entender este conflicto en el momento en que me vi enfrentado a un curso normal de geometría plana (pro euclidiana) para adolescentes secundarianos. Para entonces, después de estudiar la geometría de las vigas estructurales en una base cercana de la Armada de EU, yo ya había reconocido, como los reformadores de la torre Eiffel en tiempos más recientes, la importancia de la elección de geometría para optimizar la proporción de la fuerza con respecto el peso de la masa en dichas estructuras. Pero, hasta ese primer día en la clase de geometría, no me había enfrentado con eficacia y a conciencia con las implicaciones contrarias, y sin duda falsas, de la idea de una geometría abstracta fundada en las llamadas definiciones, axiomas y postulados de Euclides. Hasta ese día, sencillamente nunca se me había ocurrido la idea de una matriz apriorística euclidiana. En consecuencia, contaba con la ventaja relativa de reconocer, más o menos de inmediato, la falsedad de los sistemas euclidianos y relacionados desde el principio de ese encuentro.

Mi reacción a este encuentro en el aula vino dos años después de que empecé a desarrollar lo que vino a ser un hábito de leer traducciones al inglés, del francés y el alemán, además de las obras inglesas de filósofos notables de los siglos 17 y 18. La experiencia del encuentro con la clase de geometría tuvo dos efectos complementarios principales. Encaminó mi atención hacia lo que pronto vino a ser mi apego a la obra disponible de Leibniz, a la vez que aclaró mi propia renuencia, en apariencia instintiva y de una poderosa persistencia, a aceptar la mayor parte de lo que me habían presentado como el dogma convencional del aula y la sociedad en general, por igual.

En esa época, excepto por los escritos de Leibniz, casi no se me presentó una perspectiva clara de las fuentes disponibles, hasta después que regresé de prestar mi servicio militar durante la guerra. Yo tenía claras mis opiniones desde la adolescencia, al igual que ciertos elementos esenciales que había adoptado de Leibniz. Sin embargo, por otra parte, hasta bien entrada mi adolescencia, apenas si estaba cada vez mejor informado de las perversiones del empirismo en general, y del kantianismo en particular. Al respecto, mi situación reflejaba el grado al cual la mayoría de los jóvenes ciudadanos de esa época compartían mi saludable desprecio, típicamente americano, por las tradiciones oligárquicas europeas imperantes. Por otra parte, estaba atrapado en un ambiente más o menos dominado por la corrupción anglófila general de la cultura estadounidense. Esta corrupción de mi entorno cultural incluía el ambiente de la educación pública y superior de entonces, que era, como el grueso de la opinión popular, casi un desierto de empirismo desenfrenado o una ideología aun peor.

Mi primera reacción filosófica de posguerra a esa situación fue mi lucha por entender el concepto de un principio de vida como tal, una preocupación de la que mi batalla con un texto de Pierre Lecomte de Noüy fue apenas un ejemplo.[26] No obstante, el suceso decisivo fue mi posterior reacción hostil a la noción de la "teoría de la información", que se destacaba de mi lectura, por otra parte afable, a principios de 1948, de una versión de reseña de la Cibernética[27] del profesor Norbert Wiener. Mi reacción al dogma sectario del culto a la "teoría de la información" a partir de esta lectura de la obra de Wiener, se convirtió de inmediato en el objeto central de mi vida intelectual hasta el momento en que, en 1952–1953, el estudio sucesivo de los escritos más destacados de Georg Cantor y, luego, de la disertación doctoral de 1854 de Bernard Riemann, provocó mi definición del principio de densidad relativa potencial de población, como la distinción funcional esencial de la economía del individuo humano y su especie, de la de las bestias.

Esta reacción contra la “teoría de la información” de Wiener, integrada a mi interés continuo en lo que distingue a la vida de los procesos no vivientes, y a las ideas de principio físico universal del mero formulismo matemático, se complementó con mi fascinación por el tema de la función de la ironía clásica en la poesía, la prosa y los efectos afines de la composición e interpretación musical clásica. Luego de forcejear con la tesis de disertación doctoral de Riemann, todos esos temas se unificaron para mí como facetas de un solo concepto abarcador. El mismo sustenta mi reacción al título de marras de Hopkins, y puede concentrarse en un solo foco sobre el tema de la sofistería de los Elementos de Euclides.

Yo ya había rechazado la geometría euclidiana en mi adolescencia, a favor de la influencia ejercida por los escritos notables de Leibniz. La idea de una geometría física le dio a mis pensamientos cierta dirección, si bien no una definición completa de dicha geometría hasta más o menos cumplir los treinta años, cuando la disertación doctoral de Riemann me arrancó la venda de los ojos y aclaró mis pensamientos sobre esta materia. Las influencias esenciales que definieron el rumbo de mi razonamiento en el intervalo de 1945 a 1953, fueron, primero, la noción de que los procesos vivientes y sus residuos eran un espacio físico distinto y no sencillamente parte de una física de procesos no vivientes, y segundo, de 1948 en adelante, que, contrario a Wiener, las facultades creativas de la mente individual constituían un proceso de una calidad diferente, tan distinto de los procesos vivientes y no vivientes, como los procesos vivientes lo eran de los no vivientes. La disertación doctoral de Riemann cristalizó este mapa de la realidad para mí, y allanó el camino para mi posterior adopción gradual de la obra de Vernadsky, cada vez más, como algo fundamental para un entendimiento más adecuado del universo.

En todo esto, desde mi adolescencia en adelante fui siempre un defensor de la noción de un principio de la dinámica leibniziana, a diferencia de un sistema mecánico-estadístico euclidiano y cartesiano.

Al presente la experiencia y sus correlativos me han aclarado muchas cosas, una clarificación que se corresponde con el concepto de “docta ignorancia” de Cusa. El grueso del provecho así obtenido no fue del estudio individual como tal, sino de tratar con algunos científicos destacados de mi generación y la anterior, y con otros, lo cual incluye las obligaciones en las que incurrí en mi colaboración con mis colaboradores inmediatos y muchos otros. En todo esto, el paso más decisivo del indispensable “desaprendizaje” ha sido mi reconocimiento de los efectos inhumanos y de suyo destructivos de una creencia en la forma de la sofistería conocida como geometría euclidiana.

Para LaRouche, “el paso más decisivo del indispensable ‘desaprendizaje’ ha sido mi reconocimiento de los efectos inhumanos y de suyo destructivos de una creencia en la forma de la sofistería conocida como geometría euclidiana”. LaRouche dialoga el 18 de noviembre de 2006 con miembros del Movimiento de Juventudes Larouchistas en Leesburg, Virginia, EU. (Foto: George Hollis/EIRNS).

Para entender este efecto de la enseñanza de la geometría euclidiana, debemos remontarnos a una época en que se había completado la mayor parte del núcleo del antiguo conocimiento de geometría con los pitagóricos y los otros círculos de Sócrates y Platón. Casi no hay ningún teorema o material afín de cualquier importancia que esos círculos no entendieran correctamente, antes de la falsificación de ese conocimiento incorporado en lo que hoy conocemos como los Elementos de Euclides.

Ese hecho debería llevar a cualquier persona pensante a preguntarse: “¿Por qué habría cometido Euclides un crimen intelectual de esa especie específica contra la humanidad?” Como he señalado antes, la respuesta esencial a esa interrogante es que Euclides era un sofista. La importancia de ese hecho se hace accesible a través del estudio de las pruebas que sobreviven de los verdaderos principios de la geometría física que desarrollaron los círculos de Pitágoras, Sócrates y Platón durante un período que concluyó con la muerte de Platón.

Los sofistas fueron la más importante de las sectas reduccionistas engendradas, en lo principal, por el culto al Apolo délfico. Éste introdujo un método, después copiado por agencias corruptoras tales como la de los fanáticos existencialistas del Congreso a Favor de la Libertad Cultural, para pervertir las mentes de los jóvenes de las familias importantes de Atenas, en una forma luego imitada para condicionar a los recién nacidos de las familias de la categoría encorbatada de una clase media promedio o alta entre 1945 y 1956. Las peores expresiones de la generación sesentiochera, que en lo esencial han contribuido a destruir la economía y la vida social de EU y Europa Occidental y Central desde la primavera, verano y otoño de 1968, son brotes del tipo de influencia que representaban las odiosas criaturas existencialistas que seguían a Heidegger, Horkheimer, Adorno, Arendt y similares, y de la influencia del brazo de guerra psicológica británica de la Clínica Tavistock de Londres.

La importancia de Euclides, durante su vida y hasta el presente, ha sido usar la enseñanza de su geometría como un medio para destruir el potencial creativo de la mente humana. Toma esto en cuenta para entender el papel de una interpretación de Euclides llamada “teoría de la información” e “inteligencia artificial” en la destrucción de la moralidad y la productividad de la mente de los ciudadanos estadounidenses hoy día.

La peste del ‘ambientismo’

Euclides fue producto precisamente de esa clase de intención y producto en su época y desde entonces. La clave para entender este hecho es una referencia a las implicaciones históricas reales del Prometeo encadenado de Esquilo.

Como el lavado cerebral casi idéntico de las capas más descollantes de la generación “sesentiochera”, la antihumana secta “ludita” neodionisíaca del llamado “ambientismo”, fue una idea que surgió en el intervalo posterior a 1945 como un elemento decisivo de una política social que tiene el propósito de erradicar la existencia e influencia de EU de la futura historia universal.

La batalla de EU contra la Confederación fue incitada por el Imperio Británico al lanzar esa rebelión esclavista como herramienta de lord Palmerston. Nuestra guerra civil fue una batalla contra el propósito declarado del Imperio Británico de dividir a EU en un conjunto de feudos en pugna entre sí, cuyas pendencias garantizarían la degradación de los elementos en disputa a un estado virtual de imbecilidad bucólica rural, del tipo difundido en las regiones de los estados esclavistas.

La intención de los intereses liberales angloholandeses hoy, es hacer real el mismo tipo de intención: inducir un estado bucólico de imbecilidad económica en las América y en toda Europa continental. Ése es el propósito imperial de la forma liberal angloholandesa del imperialismo financiero-oligárquico neoveneciano. Ése es el significado de “mundo unipolar”, de la torre de Babel llamada “globalización”, y del lanzamiento del actual régimen títere estadounidense de Bush y Cheney como instrumento para ocasionar la autodestrucción del propio EU.

Es un choque entre dos sistemas sociales opuestos, el de la forma liberal angloholandesa de un imperio unimundista, y el Estado nacional republicano soberano que EU se creó para ser. Ésa era la cuestión en febrero de 1763, en julio de 1776, y en lo que el presidente Franklin Delano Roosevelt pretendía que sería el orden de cosas en todo el mundo de la posguerra. Sólo mediante el establecimiento de Estados nacionales republicanos de verdad soberanos, en tanto derecho de todos los pueblos del mundo, como se lo proponía el presidente Franklin Roosevelt, en oposición a Winston Churchill de Gran Bretaña, puede este planeta ser un lugar seguro para que alguien viva en la próxima generación o dos. Esto es, a condición de que un compromiso que promueva la realización de los beneficios económicos del progreso fundamental, científico, cultural clásico y tecnológico, sea la norma moral para la educación, la política económica y la moralidad personal en los tiempos por venir.

Las implicaciones del caso de la defensa de John Wenck por ciertos círculos hasta el presente, han de reconocerse a esa luz.

NOTAS:

[1] Cabe señalar, desde el principio, que las categorías fundamentales a las que se hace referencia implícita en este escrito están relacionadas incluso con las categorías establecidas para la ciencia experimental por las definiciones del académico V.I. Vernadsky de la biosfera y de la noosfera, respectivamente, dinámicas. Los procesos vivientes en general pertenecen a la biosfera, mientras que la función de la inteligencia creativa específicamente singular al individuo humano (entre las criaturas vivientes), pertenece al dominio de la noosfera. La dinámica, como la define la interpretación que hace Godofredo Leibniz del griego pitagórico–platónico dúnamis, y de dinámica, según la define la obra de Bernhard Riemann, son también tácitas en todo el informe.

[2] Aunque este síndrome se describe con razón como que tiene el efecto de una característica de la personalidad individual, se fundamenta en el "comportamiento de grupo", como un aspecto dinámico producido por un proceso social, y es propio de un tipo de conducta de grupo, en vez de ser una peculiaridad individual que se expresa hacia el exterior como tal. Es una patología que se desata por una sensación de la presencia de una clase específica de relación de grupo, que produce lo que parece ser una personalidad de una cualidad diferente en un marco social de esa índole que en otros ambientes.

[3] Ver Britain's Assault on America Revisited, por Jeff Steinberg en la revista EIR del 24 de febrero de 2007.

[4] Minneapolis: The Arthur J. Banning Press, 1980, 1984), pp. 3–18.

[5] Ver la página web del LYM: http://wlym.com/~animations/harmonies/index.php.

[6] Notablemente, por las definiciones rigurosas de la biosfera y la noosfera que proporciona la prueba experimental crucial que presenta el académico V.I. Vernadsky.

[7] Lo que aportaron Cusa y demás para que se estableciera un renacer de la ciencia en el transcurso del Renacimiento de mediados del siglo 15 fue, en gran medida, revivir el ya casi perdido conocimiento científico de Tales, Heráclito, los pitagóricos, Sócrates y Platón, de la antigua Grecia previa a los sofistas. Esta aclaración de Cusa y demás puso los cimientos para que Kepler estableciera una base en verdad universal (es decir, astrofísica), para una forma moderna, universal, de ciencia física .

[8] Muy pocos científicos modernos han sido tan autoconscientemente francos con sus lectores como Johannes Kepler. Por ejemplo, después de que Carl F. Gauss había demolido el ataque sistémico contra la noción del infinitesimal de Godofredo Leibniz, ataque emprendido por empiristas tales como D'Alembert, Euler y Lagrange, Gauss no volvió a ser nunca explícito en sus publicaciones sobre el tema de las cuestiones de la geometría física antieuclidiana, incluso cuando ese punto de vista era, con frecuencia, el fundamento implícito del método empleado para la materia sobre la que escribía. Es sólo con la obra de Bernhard Riemann, que esas implicaciones de la orientación de Gauss en cuanto a enfoque metodológico se presentaron con franqueza. En el caso de la De docta ignorantia de Cusa, la obra de Rudolf Haubst de la Cusanus Gesellschaft ha llevado la delantera en abrir las puertas de la academia a las raíces más a fondo de los logros de Cusa; pero, incluso entonces, esas raíces tienen sus propios antecedentes profundos en el campo de la historia europea clásica desde la época de Tales, Heráclito, Solón, los pitagóricos y Platón; y aun eso no se adentra lo suficiente en las raíces del pasado. De allí que, Hopkins encara el reto de explorar la descarada composición engañosa que satura el escrito de Wenck y su influencia, teniendo que bregar con las falacias relativamente obvias, y hasta con errores más burdos de supuestos en el contenido y las implicaciones históricas posteriores del escrito éste. Como ilustra el problema la sofistería esencial expresada en el uso de definiciones arbitrarias (a priori), axiomas y postulados de Euclides, debemos probar siempre las raíces verdaderas de los supuestos que emplean las prácticas a priori para proteger las afirmaciones apriorísticas y otras de calidad similar.

[9] "Entropía negativa" ("negatoentropía") como la presentó el pelele de Bertrand Russell, el profesor Norbert Wiener, era en esencia un fraude que significaba, como en la cosmovisión machiana de Ludwig Boltzmann, una cuestión de entropía prestada localmente (de manera abstracta, matemática).

[10] La cuestión era la negación de la existencia del infinitesimal, como evidencia este error el caso del loco de remate Euler.

[11] Debido a que el universo cambia de modo antientrópico, mediante el proceso de generación de descubrimientos de principios universales. Lo que marca los límites del universo es la antientropía.

[12] No es la acción como tal, sino la dinámica (la geometría física en la que se ubica la acción) lo que es primario. Por tanto, la obra fundamental de Bernhard Riemann data de su disertación de habilitación de 1854:Über die Hypothesen, Welche der Geometrie zu Grunde liegen en Bernard Riemanns Gesammelte Mathematische Werke, H. Weber, ed. (Nueva York; Dover Publications reedición de 1953). Ver también Sobre el principio noético: Vernadsky y el principio de Dirichlet, por Lyndon H LaRouche (Resumen ejecutivo de EIR de la 1ª quincena de agosto de 2005, vol. 22, núm. 15).

[13] Esto lo señala Proclo de pasada en su comentario sobre el Diálogo de Parménides de Platón, pero lo confirma cualquier comparación sistemática del método de los Elementos de Euclides con el método antirreduccionista y de modo patente de suyo antieuclidiano de los pitagóricos y los círculos de Platón.

[14] El sistema liberal angloholandés moderno derivado de la influencia dominante de Paolo Sarpi, es una excepción limitada de la norma general de la mayoría de los sistemas oligárquicos de la historia europea anterior y relacionada. Sarpi reaccionó ante el hecho de que la oligarquía financiera veneciana cometería un grave error estratégico, en contra de sus propios intereses, si tratase de regresar el reloj de la historia a los sistemas oligárquicos normando–venecianos del siglo 13 y principios del 14. Sarpi adoptó el irracionalismo del Guillermo de Occam medieval, como sustituto del formalismo estricto del sistema aristotélico. Esto permitía que hubiera algo de avance científico y tecnológico en la economía, pero a condición de que se mutilasen los métodos de descubrimiento de los principios físicos fundamentales mismos o que incluso se suprimieran.

[15] Como lo he detallado antes, el Imperio Británico, que de hecho se estableció como un imperio de facto de la Compañía de las Indias Orientales británica mediante el Tratado de París de febrero de 1763, se distingue del tipo anterior de imperialismo veneciano–normando por el ascenso del "nuevo partido veneciano" de Paolo Sarpi, que adoptó el irracionalismo medieval de Guillermo de Occam como la base de lo que se llegó a conocer como el liberalismo angloholandés, como un sistema de gobierno imperialista de una oligarquía financiera como moho lamoso, cuya meta era establecer un imperio "unipolar", de modo axiomático "monetarista", dizque "libre comercio", un imperio basado en la imagen de la antigua Torre de Babel.

[16] El proyecto de "cibernética" que destacaba al profesor Norbert Wiener del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, en inglés) fue armado por Margaret Mead y otros desde la Fundación Josiah Macy, Jr., para que entrara en funcionamiento después de la muerte del presidente Franklin Roosevelt. Estaba dirigido desde el programa R.L.E. del MIT. El programa de "inteligencia artificial" de John von Neumann, que se introdujo con las conferencias que dictó en Yale publicadas de manera póstuma, también contó con asesoramiento prominente de MIT, un esfuerzo asociado con Marvin Minsky y Noam Chomsky.

[17] Notablemente, Nicholas of Cusa's Debate with John Wenck (El debate de Nicolás de Cusa con John Wenck) de Hopkins se escribió y publicó antes de que se extinguiese la parte principal del público potencial para dichas publicaciones, y fuese sustituido de ese modo por el ascenso de la generación sesentiochera a una influencia dominante en la formación tanto de la cultura que suponemos culta como de la popular.

[18] El libro de Hopkins nos presenta a un Wenck que, en la traducción al inglés, representa en lo intelectual un personaje brutal y crudo, un personaje de más significación política que teológica, que no sería merecedor de la consideración de Hopkins, o mía, excepto para llamar la atención de los pobres notables desgraciados que, más que todo por motivos políticos, han citado los ataques de Wenck contra Cusa como una fuente autorizada. En este respecto, el libro de Hopkins es adecuado por su intención implícita y declarada. Mi propósito aquí es enfocar la necesidad de reconocer a Cusa no sólo como el fundador de la ciencia experimental europea moderna, sino aclarar la importancia de Cusa para comprender el significado especial de la necesidad de definir las implicaciones teológicas de la ciencia de la economía física, como lo hago de modo explícito donde corresponde en este informe.

[19] El contemporáneo ruso de Vernadsky, A.I. Oparin, escribió un texto muy apreciado, publicado en inglés como What Is Life? (¿Qué es la vida?), pero cuando comparamos el razonamiento de Oparin con el planteamiento esencial de Vernadsky al respecto, fechado a mediados de los 1930, el razonamiento de Oparin resulta un claro error ontológico.

[20] Op. cit.

[21] Casi a finales de los 1980, el profesor Robert Moon de la Fusion Energy Foundation, reaccionó a mi razonamiento sobre la importancia de la Armonía del universo de Kepler para las cuestiones físicas contemporáneas, retomando su propio trabajo previo de desafiar la doctrina de reduccionismo radical de los "números mágicos" con respecto a los isótopos. Esto llevó a la consideración de las implicaciones de fondo del mismo ordenamiento acorde con los sólidos truncados arquimedianos que surgen de la Armonia del universo de Kepler. Esto plantea cuestiones de dichas armonías físicas, en tanto tiene que ver con la química viviente, asuntos que conciernen a la "economía de isótopos" en vías de emerger.

[22] Es patente que hay algo sobre la base fisiológica del proceso cognoscitivo de la mente humana individual, que resulta "resonante" para la función de la cualidad de cognición humana que se expresa como descubrimiento de un principio físico universal válido, u otro comparable en lo ontológico, de conocimiento eficiente. Sin embargo, lo que produce esta facultad no deriva de la base fisiológica, salvo como semilla de una cualidad de existencia superior que encuentra el "suelo" fisiológico del caso adecuado para plantar el germen de la cognición. Por ejemplo, en la educación del aula contemporánea típica, se induce al alumno a responder a la solicitud de la identificación de un principio físico, ¡identificando una fórmula matemática! Para el estudiante, ¡el principio en sí no existe! Ese es uno de los efectos típicos de los modos reduccionistas en la educación.

[23] El razonamiento aplicable al caso de Wenck, es uno que también hizo Filón de Alejandría, a quien hoy estimamos como rabino y amigo del apóstol Pedro, y quien con frecuencia es citado por teólogos católicos notables como una autoridad. Filón condena la doctrina de Aristóteles que favorecen los admiradores de Bernard Mandeville, François Quesnay, Adam Smith, Jeremy Bentham, y Satanás, quienes insistían que el acto de creación de Dios, al crear un universo perfecto, le impide a Dios Mismo cambiarlo; así dejan de modo implícito el poder de cambio a Satanás o a esa puta de Babilonia mejor reconocida como el Imperio Romano de esos residentes de Capri, César Augusto y el Tiberio que asignó a Poncio Pilatos a Judea. El universo real no es aristotélico, sino más bien es en lo conceptual un sistema platónico de creación continua (es decir, antientrópica).

[24] En su obra principal, Harmonice Mundi, Francesco Zorzi (Giorgi) ataca la Docta Ignorantia de Cusa. En lo que habría de llegar a conocerse como la declaración fundadora de la francmasonería especulativa, Zorzi expresa: "El que busca la monas [lo uno] puede refugiarse en la teología negativa y la Docta ignorantia o puede procurar seguir la monas divina en su expansión por los tres mundos" (citado por Francis A. Yates, The Rosicrucian Enlightenment; Oxford, Routledge, 1986).

[25] Como recalqué arriba: En la ciencia física competente, hay una distinción necesaria entre las matemáticas como tales, como se propone como la falacia característica de los euclidianos, y las matemáticas que se emplean como el mero vehículo del mensaje de la ciencia física. Esta distinción, que Bernhard Riemann hizo de modo enfático para todas las corrientes competentes de la ciencia moderna, le ha dado una dimensión brillante más amplia a la obra del académico V.I. Vernadsky, con su definición rigurosa en lo experimental de las distinciones entre lo no viviente, la biosfera, y la noosfera. Antes de Riemann y Vernadsky, esto ya era una característica sistémica de los métodos de geometría física que presenta Kepler en su La nueva astronomía y Armonía del universo.

[26] Pierre Lecomte de Noüy, Human Destiny (Londres; Longmans, Green & Co., 1947).

[27] Norbert Wiener (Nueva York; Wiley, 1948). La presentación de Wiener de las nociones de diseño de mecanismos de control fue muy satisfactoria. Fue su filosofía, contaminada por todos lados con la influencia de Bertrand Russell, la que resultó repugnante.