Crisis mundial de alimentos

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 4
Versión para imprimir

Regrese al inicio

 

Crisis mundial de alimentos

Produzcamos comida,
no biocombustibles

por Helga Zepp-LaRouche

La política alemana Helga Zepp–LaRouche, fundadora del Instituto Schiller y presidenta del partido Movimiento de Derechos Civiles Solidaridad (BüSo), encabeza una enérgica campaña internacional para doblar la producción mundial de alimentos en el corto plazo. (Foto: Olaf Sünneke/EIRNS).

Lo que ocurre ahora era totalmente previsible: hay una explosión desastrosa del hambre y disturbios por la comida en 33 naciones de África, Asia e Iberoamérica. Sin duda, el mundo está al borde de un tsunami de hambruna, que es consecuencia directa del intento de los bancos centrales de posponer el derrumbe del irremediablemente quebrado sistema financiero mundial con cada vez más inyecciones de liquidez, así como el de los especuladores, que se han apresurado al sector alimentario a destruir de manera inhumana la comida para producir biocombustibles.

El Banco Mundial publicó cifras que indican que, hasta febrero, el precio del trigo subió 181% en los últimos 36 meses, y el de los alimentos en general, 83% en el mismo período. Si hemos de detener los disturbios mundiales, una hambruna catastrófica que amenaza la vida de miles de millones de personas y una nueva Era de Tinieblas, entonces debemos ponerle fin de inmediato a la destrucción criminal de la comida para la producción de biocombustibles, y echar a andar un programa mundial acelerado que duplique la producción alimentaria.

Para dejar clara la cosa: tenemos disturbios y protestas por el hambre en Liberia, Nigeria, Senegal, Costa de Marfil, Egipto, Camerún, Burkina Faso, Mauritania, Kenia, Mozambique, Uzbekistán, Yemen, Jordania, Bolivia, Indonesia, Haití, Guatemala, Nicaragua, Honduras, El Salvador, y se avizoran más en otras naciones. Para muchos países y las cerca de 2 mil millones de personas que por décadas han padecido desnutrición, el actual estallido hiperinflacionario de los precios es cosa de vida o muerte.

Aunque debía ser claro para cualquiera, al menos para cuando estalló la fase final del derrumbe sistémico del aparato financiero global en julio de 2007, que muy pronto esta crisis catastrófica de hambre azotaría a los pobres del mundo y, en especial, por supuesto, a los países en vías de desarrollo, de repente los disturbios y la inflación en torno a la comida se han convertido en el tema de innumerbles conferencias, declaraciones e informes noticiosos. Pero en vez de identificar el problema real, en particular la prensa financiera —desde el Economist y el Financial Times de Londres, hasta el Wall Street Journal—, han salido con sus viejos argumentos maltusianos de que demasiada gente quiere comer comida siempre mejor. Y al mismo tiempo atacan a países como India o China, que procuran proteger el abasto de alimentos para su propia población, restringiendo las exportaciones e insistiendo en el libre comercio.

En realidad, la crisis es una declaración de la bancarrota de la globalización, que por décadas, con el lema de “compra barato y vende caro”, ha insistido que los países con salarios bajos exporten sus productos alimenticios, aunque no puedan abastecer de ellos a su propia población. Pero es más que nada el aprovechamiento del maíz, los cereales, la soja y otros productos agrícolas para la producción de biocombustibles —es decir, la transformación de un producto de gran valor en uno de calidad inferior— lo que más ha incidido en la explosión de los precios. Uno no tiene que estar de acuerdo con Fidel Castro en todo para coincidir en su pronóstico de que el intento de salvar buena parte de la brecha energética con biocombustibles, en potencia, le costaría la vida a 3 mil millones de personas.

Tanto más escandaloso es el hecho de que, pese a la debacle manifiesta del etanol, que ha dejado claro que la mayoría de los automóviles, el ambiente y la agricultura no pueden funcionar con los biocombustibles (se talarían las selvas tropicales, los pantanos se desecarían y habría un alza en el precio de los alimentos para animales), el ministro alemán de Medio Ambiente Sigmar Gabriel insiste, por pura necedad ideológica, que en 2009 la cuota de biodiésel aumentará, de 5%, a 7%, como está previsto. Y si el presidente checo Vaclav Klaus considera el “ecologismo” como la mayor amenaza para la humanidad, entonces, si uno piensa en sus consecuencias en cuanto a la catástrofe mundial del hambre, de seguro lo ha reconocido como uno de los peligros más grandes.

Todo lo contrario fue el tenor de la deliberación en la reunión cumbre entre India y la Unión Africana (UA) que acaba de celebrarse en Nueva Delhi. Toda una serie de oradores culparon de gran parte de la explosión en el precio de los alimentos al trueque en la producción de comida por biocombustibles. Se indicó que sólo en Estados Unidos, desde 2006, ocho millones de hectáreas en las que antes se sembraban maíz, cereales y soya para alimentos y forrajes pasaron a la producción de biocombustibles. En 2008 se espera que 18% de la producción estadounidense de cereales se desperdicie en los biocombustibles, con proporciones similares para Brasil, Argentina, Canadá y Europa Oriental, ¡en tanto que cientos de millones se ven amenazados de muerte por inanición!

Esta reunión cumbre de India y la Unión Africana también mostró el enfoque diferente que se necesita hoy. El director general de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), Kandeh K. Yumkella, puso de relieve que India y África, con una cooperación continua en la agricultura, podrían alimentar al mundo. India aportaría la capacidad tecnológica, y África la tierra y la fuerza laboral.

Yumkella se refirió a la Revolución Verde de los 1970 y 1980 en la India, la cual demostró que la tecnología puede elevar la

productividad y aumentar de manera impresionante las cosechas de cereales con la mayor rapidez. Pero también pueden lograrse mejoras parecidas en el procesamiento y el transporte de alimentos. El primer ministro indio Manmohan Singh prometió ayudar a África a resolver la catástrofe del desabasto de alimentos. Sin duda, la Unión Africana comparó esta reunión con la que sostuvo a fines del año pasado con la Unión Europea en Lisboa, en la que la canciller alemana Ángela Merkel no sólo se convirtió en vocera del primer ministro británico Gordon Brown y su política de recolonización de África, sino que el Continente no recibió ninguna ayuda real.

Si bien la Unión Europea prometió aumentar su ayuda a África a 2 mil millones de euros, cuando uno considera la magnitud del desastre y que cientos de miles de millones se dilapidan en el supuesto rescate de los bancos, eso no es sino migajas. Y en vez de alamarse por la participación de China, Rusia e India en la construcción de infraestructura en África, las naciones europeas deberían seguir su ejemplo y contribuir a eliminar la causa de las vulnerabilidades del continente africano; a saber, la ausencia general de infraestructura.

El estallido actual de la hambruna mundial es la declaración de bancarrota de la globalización, que sencillamente pone de relieve que ahora el sistema librecambista está varios órdenes de magnitud más quebrado de lo que lo estuvo el comunista entre 1989 y 1991. Y deben recordarse las palabras del papa Juan Pablo II sobre el derrumbe del CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), cuando comentó que, a partir del derrumbe del sistema comunista, uno no debiera concluir que el sistema económico de libre mercado es más moral. Esto se vuelve obvio al considerar la situación de los países en vías de desarrollo.

“Uno no tiene que estar de acuerdo con Fidel Castro en todo para coincidir en su pronóstico de que el intento de salvar buena parte de la brecha energética con biocombustibles, en potencia, le costaría la vida a 3 mil millones de personas”. Un Saab 9–5 “bioalimentado” se estaciona frente a una planta de etanol en Alemania. (Foto: Saab).

Qué hacer

No hay motivo racional alguno para no aplicar de inmediato un paquete de medidas que superen la catástrofe mundial del hambre lo antes posible. El objetivo debe ser vencer la hambruna y la desnutrición de aproximadamente una tercera parte de la humanidad previa a la crisis actual.

Por tanto, necesitamos:

• doblar la producción mundial de alimentos a la brevedad posible;

• dejar de desperdiciar de inmediato la comida en la producción de biocombustibles;

• construir infraestructura en África, Asia e Iberoamérica cuanto antes;

• proporcionar ayuda integral para procesar productos alimenticios, incluso con irradiación;

• aprovechar de inmediato la superficie cultivable ociosa;

• construir con presteza reactores de alta temperatura inherentemente seguros que desalen agua de mar a gran escala para la irrigación; y

• desplegar al Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EU, a los agricultores y a la mediana empresa, según lo dispongan los acuerdos de gobiernos soberanos e iguales.

Ya que la hambruna global no es más que consecuencia del derrumbe del sistema financiero mundial, debe ponerse sobre el tapete de inmediato el asunto de la edificación de una nueva arquitectura financiera, un nuevo Bretton -Woods.

Como cualquier persona razonable sabe que sería fácil resolver el problema, de movilizarse la voluntad política, con esta vara se medirá a quienes detentan puestos de responsabilidad. El mundo tiene toda la capacidad tecnológica e industrial para emprender, en muy poco tiempo, un Plan Marshall mundial, un Nuevo Trato planetario.

¿Cuáles son los obstáculos?

La oligarquía financiera internacional, que en estos momentos está por ampliar el Imperio Británico a uno mundial, con un EU debilitado como satrapía al otro lado del Atlántico y una dictadura de la Unión Europea que amenaza con robarle toda su soberanía a las naciones de Europa continental, está totalmente decidida a sumir al mundo en una nueva Era de Tinieblas, antes que aceptar una reorganización racional del sistema financiero y un nuevo orden financiero mundial.

Por el contrario, no pocos de ellos ven en los cuatro jinetes del Apocalipsis un instrumento eficaz para eliminar lo que consideran la sobrepoblación actual. El príncipe Felipe ha hecho innumerables declaraciones expresando su deseo de resolver el supuesto problema de la sobrepoblación, entre otras formas, por ejemplo, reencarnando como un “virus particularmente mortífero”.

En ese sentido, Felipe escribió en 1988, en el capítulo titulado “El factor demográfico” del libro Down to Earth (Con los pies en la tierra): “Lo que se ha descrito como el ‘equilibrio de la naturaleza’ simplemente es la forma en que ésta se limita a sí misma. Tras compensar por las pérdidas, la fertilidad y el éxito reproductivo crean excedentes. La depredación, las variaciones del clima, las enfermedades, el hambre —y en el caso del mal llamado Homo sapiens, las guerras y el terrorismo— son los principales medios por los que las cifras demográficas se mantienen bajo algún tipo de control”.

Y, en una entrevista que publicó la revista People el 21 de diciembre de 1981, dijo: “El crecimiento de la población humana es quizá el peligro de largo plazo más grave para la sobrevivencia. Si no se frena ese crecimiento, nos encaminamos a un gran desastre, no sólo para el mundo natural, sino para el humano. Entre más gente haya, más recursos consumirán, más contaminación crearán y más pelearán. No tenemos otra alternativa: si no se controla voluntariamente, se controlará de manera involuntaria mediante el aumento de las enfermedades, el hambre y la guerra”.

La catástrofe de la hambruna mundial, que empeora con rapidez, pone a prueba a todos los gobiernos del orbe. Es el mejor momento para echar por la borda los axiomas políticos responsables de la crisis existencial inminente de la humanidad. Y éstos son, sobre todo, el neoliberalismo, el maltusianismo, el ecologismo, el imperialismo y el colonialismo.

Lo que necesitamos, en cambio, es un mundo de Estados nacionales soberanos que trabajen juntos por los objetivos comunes de la humanidad, en función del principio de la Paz de Westfalia, es decir, por el intéres del prójimo. La condición absoluta para esto es el sistema del Nuevo Bretton -Woods que desde hace mucho propuso Lyndon LaRouche. ¿Tenemos en Europa la fortaleza moral para tomar una decisión a favor de esta perspectiva?