Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 4
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Economía

EU libra una guerra contra el Imperio Británico

por John Hoefle

John Hoefle, experto en economía de EIR.

Estados Unidos libra una guerra contra el Imperio Británico, una guerra por su porvenir como nación y por el futuro del planeta. Con la embestida furiosa de la geopolítica liberal angloholandesa, la guerra, la peste, el hambre y la muerte se propagan por el orbe entero. Se desestabiliza a las naciones, se destruye a los pueblos, la civilización misma agoniza. Es deliberado, es genocida, y es la política del Imperio Británico.

Ésta es una guerra de ideas, una pelea por las ideas que decidirán la naturaleza del sistema político que imperará en el planeta a resultas del peor desplome financiero de la historia. Lo que el Imperio Británico ofrece es un mundo maltusiano de escasez de recursos, austeridad y una reducción demográfica apocalíptica, regido por banqueros fascistas y carteles privados. Lo que EU —o sea, el Sistema Americano de economía política— ofrece es un progreso científico y tecnológico que transformará la economía y le traerá prosperidad y libertad a todos. Los británicos nos llevarían de regreso a los modelos fallidos del pasado que le acarrearon miseria a la vasta mayoría de la población mundial, en tanto que una restauración del Sistema Americano elevaría el nivel de vida tanto en EU como a escala internacional, y traería una nueva era de paz, prosperidad y estabilidad.

Semejante optimismo casi parece no tener cabida en el mundo actual, donde al público se le manipula con el miedo para que renuncie a su libertad, las nuevas tecnologías se usan más que nada para el control social y la guerra, y a la ciencia se la pinta en general como un peligro para la humanidad. Muchos nos hemos convertido en conejitos agazapados en nuestras madrigueras, en la esperanza de no llamar la atención de los depredadores. La nación que alguna vez consideró su misión liberar al mundo se ha puesto a la defensiva, protegiéndose de amenazas imaginarias y autodestruyéndose, en un vano intento por salvar la riqueza ficticia de un pequeño segmento de su población al arrojar al resto a los lobos. Se ha convertido —o al menos su clase acomodada— en aquello contra lo que libró una revolución.

El ascenso del fascismo

Según la Constitución estadounidense, los ciudadanos gobiernan, comunican sus ideas a través de los representantes que eligen, todo en el marco del preámbulo de dicha Constitución; el gobierno está al servicio del pueblo. Todos sabemos que eso ya no es así, que el gobierno cada vez más se considera amo del pueblo, el pastor que arrea y explota su rebaño. Esta desconexión se ha vuelto cada vez más evidente con el vicepresidente Dick Cheney y el presidente George Bush, quienes han supervisado la construcción de la estructura de Estado policíaco más grande de la historia de EU. A los ciudadanos ahora se les espía de manera rutinaria a través de una red creciente de videocámaras y sistemas de rastreo cibernético; se les somete a ultrajes en los aeropuertos; sus movimientos, compras y preferencias se almacenan en bases de datos gigantescas, a partir de las cuales pueden generarse los expedientes que se quieran. Se nos dice una y otra vez que es por nuestro propio bien, que el que nada debe, nada teme, pero es mentira. Nos llevan por el camino del fascismo, y lo sabemos.

Lejos de ser un fenómeno estadounidense, el fascismo es la política del Imperio Británico y de la oligarquía financiera internacional que lo dirige. Este aparato es el que produjo a Benito Mussolini y a Adolfo Hitler como testaferros políticos —del mismo modo que produjo a Al Gore—, títeres de una dictadura de los banqueros. El fascismo les permite a los intereses financieros y empresariales privados dominar una nación corrompiendo a su gobierno y volviéndolo contra su pueblo. Ésa es una descripción apropiada del Imperio Británico, el EU de Bush y Cheney, y de Europa con el tratado de Lisboa

El modelo del Estado policíaco moderno es Gran Bretaña, a la que se ha convertido en un sociedad vigilada, con cámaras por todas partes, un rastreo amplio de las actividades personales y un aparato de seguridad que pasa por alto los derechos humanos elementales. Eso es lo que viene aplicándose en EU y otras naciones. Se nos dice que estos pasos se dan para protegernos de los terroristas que, como el coco, están en todas partes: debajo de la cama, en el clóset, escondidos entre las sombras, al acecho para asestar el golpe. Detrás de la guerra psicológica, el verdadero objetivo de estas medidas es la propia población. La pregunta es: ¿que nos tienen preparado que exige estos poderes extraordinarios?

Cayéndonos a pedazos

La civilización misma se desintegra, con el derrumbe económico y financiero, la parálisis política, las conflagraciones, la hambruna, las crisis en cada rincón del planeta. El mundo resbala hacia una nueva Era de Tinieblas.

La crisis empeora, conforme las secuelas de la bancarrota del sistema financiero se propagan por las instituciones. Los informes de pérdidas casi billonarias son ahora rutina, pero prácticamente insignificantes, porque las pérdidas verdaderas son órdenes de magnitud más grandes, y las instituciones son ya cadáveres ambulantes a los que parece mantenérseles con vida mediante fraudes contables y de regulación.

A pesar de las inyecciones extraordinarias de liquidez de la Reserva Federal estadounidense, el Banco Central europeo y otros, la crisis bancaria empeora día con día. La caída del banco privado alemán Düsseldorfer Hypobank refleja el contagio de un nuevo estrato de instituciones; no cayó por algo que haya hecho, sino porque los mercados en los que funcionaba están desintegrándose. En EU, las inyecciones descomunales de capital para Wachovia, National City Corp. y Washington Mutual indican un problema parecido. Aunque se manifiesta como pérdidas de instituciones individuales, la crisis es consecuencia de la parálisis del propio sistema financiero. Lo que hemos visto hasta ahora son más que nada las quitas al valor de títulos para los que ya no hay mercado, con pérdidas más grandes por venir conforme las declaraciones de bancarrota y los incumplimientos aumentan. Esto es inevitable, pues el sistema que sostenía a estas instituciones ya no existe.

Los parásitos no se rendirán tan fácilmente, como muestran su exigencia de que los rescaten y su especulación criminal con los alimentos y la energía. La idea de condenar a millones, si no es que a miles de millones a morir de hambre en nombre de la ganancia, muestra la inmoralidad monstruosa de quienes participan en semejantes actividades, y la de los gobiernos que las permiten.

El mercado del petróleo tiene una función decisiva en esto. Con los timos petroleros de los 1970 se creó el mercado de entrega inmediata, el cual, a su vez, generó un gran fondo de dólares con centro en el cartel petrolero internacional asentado en Londres. En esencia, a través de este mecanismo, el Gobierno estadounidense perdió el control del dólar, el cual se convirtió en un arma especulativa contra EU. Hoy el precio del petróleo no lo fija la OPEP, sino los mercados financieros, que se llevan una tajada cada vez más grande de lo que el consumidor paga por la gasolina y el diésel. Cabe señalar que a la OPEP la crearon las grandes petroleras, que tomaron como modelo la intervención de la Comisión Ferroviaria de Texas en el establecimiento de cuotas de producción para apoyar el precio del petróleo a principios de los 1900, cuando Texas era el principal productor del mundo. Son las grandes petroleras del cartel con centro en Londres, y no la OPEP, las que controlan el negocio y que, a su vez, son un tentáculo de la oligarquía financiera.

La parálisis política de Washington y otras capitales del mundo también refleja esta desintegración global. El Gobierno de Bush es peor que disfuncional, en tanto que los congresistas demócratas —gracias a la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi— han abdicado a las responsabilidades por las que los eligieron y promueven su propio estilo de fascismo so capa del fraude del calentamiento global de Al Gore. Ambas partes impulsan políticas que destruirán a EU, bajo la guía y para provecho del Imperio Británico.

Obama, con su retórica vacía, es otro reflejo de la decadencia de EU. A Obama lo venden como una celebridad, como una especie de estrella de rock o tal vez como una marca de pasta dental, todo estilo y nada de sustancia. Su estribillo del cambio en realidad distrae la atención de los problemas clave que debe abordar cualquier candidato presidencial serio. La campaña de Obama es una distracción gigantesca diseñada para mantener la realidad fuera de la contienda presidencial.

¿Cui bono?

Parte de esto pudiera parecer fuera de lugar en lo que ostensiblemente es una artículo de economía, pero no es así. Podríamos dar montones de datos sobre las pérdidas, los comentarios de los expertos financieros y más estadísticas de las que uno podría revisar, pero nada de eso vendría al caso. El asunto en realidad es quién se beneficia. ¿Quién se benefició con la creación de la burbuja financiera más grande de la historia, y quién con su desplome? La sencilla respuesta a ambas preguntas es el Imperio Británico, que echó mano de su poder financiero y de sus agentes dentro de EU para convertir la economía de esta nación, de una potencia industrial, en un casino; y ahora aprovecha la caída de ese casino para destruir a EU y al sistema del Estado nacional. Este derrumbe, en combinación con la desastrosa fantasía del imperio estadounidense neoconservador que alentaron Cheney y Bush, ha neutralizado la capacidad de EU para tener una influencia positiva en el mundo, lo que le deja el campo abierto al Imperio Brutánico y sus secuaces fascistas.

Los británicos gobiernan con lo que Lyndon LaRouche llamó “la tiranía de la estupidez”, de subyugar a la gente volviéndola demasiado estúpida para entender cómo la manipulan. Funciona, pero sólo si los dejas. Esta tiranía puede derrotarse fácilmente reuniendo el coraje para dejar de lado los temores y pensar. En esta guerra de ideas, nosotros llevamos la de ganar, si nos decidimos. Sólo entonces tendremos una economía de qué hablar.

 

La globalización es genocidio

por John Hoefle

La globalización es genocidio. ¿De qué otro modo llamarías a una política en la que se gastan billones de dólares para rescatar al sistema bancario, billones más en la guerra, y a la gente se le mata de hambre adrede con una combinación de maquinaciones y medidas financieras del cartel de los alimentos? Sin duda es una política antihumana dirigida a restaurar lo que la oligarquía financiera internacional con eje en Londres considera el orden natural de las cosas: ellos al mando y todos los demás a la basura.

La globalización es una política explícitamente fraguada para destruir el Estado nacional. Los globalizadores alegan que es anticuado, que fracasó y debe remplazársele con una forma más “moderna” de administración global; pero mienten. El Estado nacional, y en particular la forma de república que establecieron la Declaración de Independencia y la Constitución estadounidenses, es la forma de organización política más perfecta que jamás haya creado el hombre, diseñada de manera específica para fomentar el bienestar general de todos los ciudadanos.

La mayor ironía es que lo que los “modernizadores” impulsan es en realidad un sistema mucho más viejo y represivo, ideado para proteger a la élite y mantener a raya a los campesinos. De emprender lo que estos modernizadores proponen, regresaríamos el reloj del tiempo 250 años atrás, a los días en que el Imperio Británico regía y Estados Unidos no era más que un fulgor en la mirada de Benjamín Franklin.

El Estado nacional

¿Cómo construyes un Estado nacional? Edificas ciudades con toda la infraestructura necesaria: energía, agua, alcantarillado, vivienda, transporte, escuelas, hospitales, bibliotecas, centros culturales, todas las cosas que necesitas para que la población sea productiva. Creas industrias para fabricar bienes y emplear a la gente. Desarrollas la agricultura en los alrededores para alimentar a las ciudades. Eriges sus sistemas de transporte, para que las personas y los productos puedan moverse con eficacia. Construyes las redes de transporte y de comunicaciones necesarias para mover personas y bienes entre las ciudades. Y, sobre todo, estableces un sistema educativo en el que los estudiantes puedan revivir la experiencia de los grandes avances científicos y filosóficos del pasado, de modo que puedan realizar los nuevos que exige el futuro.

El activo más grande que cualquier sociedad tiene es el poder de la razón de la mente humana individual, pues es la mente la que realiza los descubrimientos científicos y tecnológicos con los que aumenta la fuerza productiva del trabajo humano. Las sociedades que nutren este proceso prosperan, y las que no, fracasan. Un Estado nacional organizado en torno a estos conceptos representa la estructura política más poderosa y moderna posible.

Ve la globalización desde esta perspectiva. Uno de los dogmas principales de la globalización es el de mudar la producción a las zonas donde la mano de obra es más barata. Esto se presenta como un beneficio, cuando, de hecho, es una carrera sumamente destructiva hacia el precipicio. El pago justo por el trabajo de la gente es un elemento fundamental de una sociedad estable. Las familias deben tener un ingreso que alcance para pagar sus gastos básicos (con algo extra para el ahorro), y el tiempo y el dinero para desarrollar intereses intelectuales y culturales. La gente no debiera trabajar todo el tiempo sólo para que le alcance; eso es mala economía, así como una mala política social.

Además, mudar la producción de zonas con un nivel tecnológico superior a otras con uno menor en realidad reduce su beneficio económico. Lejos de hacer más productivo al mundo, la globalización lo debilita.

Así que, ¿quién se beneficia? Los emporios, obviamente, porque aumentan sus utilidades, y los banqueros, porque pueden sacarle más dinero a estos emporios. Pero estos beneficios son ilusorios, un aumento de corto aliento en las ganancias a costa de la degradación de largo plazo del planeta. Es una forma de canibalismo económico.

Este canibalismo es deliberado, una directriz diseñada para disminuir la capacidad productiva del mundo, para reducir la población. Contrario a la propaganda maltusiana, la razón para esto es impedir que las naciones de Asia, África e Iberoamérica desarrollen su potencial y tomen el lugar que les corresponde en el mundo.

Por siglos, la oligarquía, en distintos momentos centrada en Europa en torno a los imperios Romano, Veneciano, Español, Británico y otros, ha considerado al mundo como su patio de recreo, y así quiere conservarlo. Ven los recursos naturales del orbe como propios, sin importar dónde se encuentren, y no tolerarán que las naciones interfieran con sus “derechos”.

La historia del mundo esta llena de ejemplos de gobiernos derrocados y fronteras nacionales vueltas a trazar para proteger estas prerrogativas de saqueo imperial. Si estas naciones se desarrollaran como lo hizo EU, los oligarcas saben que eso alteraría el equilibrio de poder en el planeta, para tumbar a esos asnos pomposos de su niveísimo trono. La City de Londres y sus satélites ya no podrían dictar la política global.

No sólo eso, sino que, con un nivel de vida más alto, incluyendo una nutrición mejor y una educación adecuada, estos dizque países del Segundo y el Tercer Mundo producirían una población más capaz de hacer avances científicos y tecnológicos propios, incluso en el campo de la fuerza atómica. Las tecnologías de la era nuclear ayudarían a aplastar el dominio de la oligarquía sobre materias primas clave, tales como el petróleo y los minerales estratégicos.

Ante esta perspectiva, la oligarquía emprendió un ataque total contra EU y otros Estados nacionales bajo el eufemismo de la “globalización”.

La globalización

El objetivo de la globalización es asegurar el dominio del sistema liberal angloholandés sobre el planeta. Ésta es la misión de los banqueros y los cuatro jinetes del Apocalipsis, con métodos que el perverso lord Bertrand Russell calificó de desagradables, pero, ¿qué con eso? O como diría el vicepresidente estadounidense de la guerra, Dick Cheney: “¿Y qué?”

Su fin es la reducción drástica de la población mundial mediante una combinación de hambre, enfermedades, conflagraciones y guerra financiera. Esto destruye, en efecto, la capacidad de un país para convertirse en una nación soberana que pueda resistir los designios imperiales.

Los ejemplos abundan. Las guerras son una forma eficaz de matar a un gran número de personas, como lo hemos visto en varios países africanos; en Camboya, con los nacionalistas camboyanos; en la antigua Yugoslavia; y en el oeste de Asia, por nombrar sólo algunos.

Los británicos son expertos en organizar tales guerras, al provocar y venderles armas a ambos bandos para echarlas a andar, y sabotear los intentos por parar la pelea. Las enfermedades son otro gran asesino, como da fe de ello la devastación de África con el sida, la malaria y otras padecimientos mortales.

El hambre es un arma parecida. En lugares como África, por mucho tiempo sometida al colonialismo europeo, la combinación de guerras, hambre y enfermedades prácticamente ha destruido el Continente, en especial al África negra.

La guerra financiera cumple un fin similar. La manipulación del precio de las materias primas en los “mercados libres” de los banqueros les permite a los carteles de las mercancías pagarle poco a la nación productora, en tanto que le cobra caro al consumidor, estafando a ambos en una sola operación.

Más insidiosos aun son los ataques reiterados emprendidos por los financieros occidentales contra las monedas nacionales, de los cuales son indicativas la “crisis asiática” de fines de los 1990 y la de la vieja deuda que arrastra Iberoamérica. Engancha a una nación a una deuda (pagadera en dólares), oblígala a devaluar su moneda declarándole la guerra financiera, y luego llévala a la quiebra forzándola a dedicar una parte cada vez mayor de su producto interno bruto (PIB) al pago de dicha deuda, imposibilitándole así cada vez más financiar la clase de obras de infraestructura a gran escala que se necesitan para construir una nación.

El efecto acumulado de décadas de esta orientación destruye el tejido social de estas naciones. Se forman oligarquías locales cuya lealtad no está con las naciones, sino con sus capataces coloniales. Estas oligarquías frustran con afán los intentos de los ciudadanos por reencauzar a sus países, de modo muy parecido a como los anglófilos lo hacen en EU. La élite combate los esfuerzos del movimiento larouchista porque EU retome los principios de los padres de la patria, y de los presidentes Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt.

Ve lo que le han hecho a EU. Otrora la potencia industrial más grande del orbe, lo han reducido a importar la mayoría de sus productos manufacturados. Esto no se lo impusieron China o Japón; EU se lo hizo solo, conforme las empresas nominalmente estadounidenses mudaban su producción al extranjero, ya fuera deslocalizando o construyendo plantas nuevas donde hubiera mano de obra más barata.

Como EU no pasó a ser una economía nuclear, ahora depende más que nunca del cartel de la distribución del petróleo, y es común que importe comida de países cuya propia población no tiene qué llevarse a la boca. Lejos de beneficiarse de la globalización, EU es su principal víctima, un zurrón de lo que fue, dependiente cada vez más del sistema de un cartel centrado en Londres para satisfacer sus necesidades básicas, al tiempo que su propia economía se derrumba.

Esto es genocidio deliberado, y hay que pararlo si es que el mundo ha de librarse de una nueva Era de Tinieblas. Tenemos que rechazar la represión arcaica del Imperio Británico y sus socios genocidas, y empuñar el poder del Estado nacional moderno para reconstruir el mundo.