Internacional

Resumen electrónico de EIR, Vol. XXVI, núm. 1
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Por qué los académicos suelen errar en economía

por Lyndon H. LaRouche

19 de diciembre de 2008.


Lyndon H. LaRouche explica, en este documento, por qué éste es el peor momento para escuchar a los dizque expertos económicos. (Foto: KM.ru)

Una consternación creciente turba a la prensa internacional y a círculos importantes de gobierno de Estados Unidos de América, de Europa Central y Occidental, de Rusia, de China y del mundo en general. A despecho suyo, dichos círculos empiezan a comprender que prácticamente nada de esencia decisiva ha ocurrido en esas tendencias de la economía mundial en general que yo no haya pronosticado en la videoconferencia internacional que di por internet el 25 de julio de 2007.

Entre las fuerzas del mal que aún parecen regir a algunas potencias gobernantes del mundo, impera ahora la sensación paulatina de que, si fuera posible, destruirían al profeta, pero entonces la profecía los destruiría a ellos.

Lo que pronostiqué el 25 de julio de 2007 fue una crisis de desintegración general, que advertí se desenvolvería para fines de ese mes. Tres días después de esa videoconferencia empezó la desintegración del actual sistema monetario mundial, tal como lo advertí. Desde entonces, la voz de alarma de que una tragedia global se propaga entre las naciones de este planeta se escuchó aquí, luego allá, y después acullá, cada vez con más fuerza, con una resonancia creciente, una resonancia que atenaza al planeta entero.

A partir de ese momento, la crisis global de desintegración física general en marcha del actual sistema monetario–financiero del mundo no ha dejado de empeorar. Se torna cada vez más fea, amplia, honda y profunda, y, para quienes se han considerado las fuerzas imperantes de nuestro planeta, al parecer más desesperada de lo que era hace sólo un instante.

No hemos tenido nada como esto, del modo que lo advertí de manera repetida desde la campaña de las primarias presidenciales de 2000 en EUA. No ha habido nada comparable a esto en la historia de la civilización europea, desde que el desplome de la Casa de Bardi estalló en la “Nueva Era de Tinieblas” que afectó a toda la Europa medieval del siglo 14. Avanza como una tragedia planetaria. Como advertí en repetidas ocasiones desde entonces, lo que viene avanzando es una crisis de desintegración general del al presente perdido sistema monetario–financiero de cada rincón de este planeta.

Uno siente el momento que se acerca, como ese silencio que escucharon aquellos en los botes salvavidas o los que nadaban en las gélidas aguas del océano Atlántico en el instante en el que el S.S. Titanic desapareció bajo las olas.

Así que, desde el 25 de julio de 2007, casi tan pronto como círculos gubernamentales prestantes de cualquier nación de las Américas, Asia y otras partes pretendieron negar la posibilidad de una condición contra la que advertí, hizo erupción precisamente esa clase de señal de una crisis de desintegración general planetaria inminente. En esencia, no sólo los acontecimientos alrededor del mundo procedieron conforme a la pauta que detallé en esa videoconferencia, sino que cada uno de ellos al parecer estalló momentos después de declaraciones categóricas recientes en contrario hechas por gobiernos importantes del mundo y otros negando que acontecimientos tales como los que había pronosticado fuesen posibles.


De Los caprichos, de Francisco Goya (1799).

De manera que ahora, en la venidera toma de protesta de una nueva presidencia estadounidense el 20 de enero, la crisis arrecia cual tormenta terrible. No obstante, por un momento hay una quietud pasmosa, mientras este legendario Titanic se hunde en las profundidades, donde descansará bajo toda el agua del mundo.

Sin embargo, irónicamente, al mismo tiempo, aun hoy, aun después de la clara acumulación de pruebas sobre la precisión de mi advertencia del 25 de julio de 2007, hay voces de opinión que a menudo responden con una curiosa suerte de empeño por aferrarse a la negación, en momentos en que el virtual Titanic moderno ya se hunde. Aun así, por absurdo que sea, la gran prensa y círculos de gobierno pretenden, de nuevo, negar lo que sucede, tranquilizándose unos a otros diciendo que yo no soy un egresado titulado del departamento de Economía de prácticamente ninguna universidad.

Con orgullo puedo confirmar su opinión de que me niego a asociarme con nada demostrablemente tan ridículo como lo que pasa por calificación académica en Economía entre los académicos hoy en voga. Entre tanto, ellos, al escuchar su propia voz sobre el tema, parecen estar cada vez más asustados, esta vez, al escuchar la reverberación de su pretendida negación, que cuando la profirieron más o menos un instante antes.

De pronto, en estos momentos, las amenazas de mis supuestos críticos parecen más trágicamente ridículas que ominosas. Éste es un momento de advenimiento en mi mundo, no uno de triunfo, sino uno como el que vivió un Noé que flotaba en un océano vasto y silencioso. De modo que la funesta tragedia global venidera ha sobrecogido ahora al mundo; para aquellos dispuestos a escuchar y a actuar de conformidad.

Yo no soy ningún hechicero. Mi historial repetido y singularmente excepcional de éxitos como pronosticador de largo plazo no entraña ningún milagro sobrenatural. Sólo es ciencia. Como ya había puesto de relieve durante los primeros cuatro meses de 1971, lo que venía enseñándose como economía en la mayoría de las universidades conocidas, incluso entonces, no era más que producto del creciente nivel de incompetencia en lo que con frecuencia se ha enseñado como economía en las universidades de prestigio, desde que Harry S. Truman tomó posesión como presidente.

Retrocede al verdadero tiempo y lugar de partida de la tragedia que ahora se desenvuelve.

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Mi experiencia

La tragedia comenzó en el instante en que la opción derechista de Wall Street para vicepresidente, Harry S. Truman, aprovechó la oportunidad de la muerte del presidente Franklin Delano Roosevelt para sabotear las intenciones hamiltonianas que éste tenía para la posguerra. Lo que Truman introduciría, en vez del Sistema Americano de economía política del secretario Alexander Hamilton, es la incompetencia intrínseca del economista —por un tiempo pro nazi— John Maynard Keynes.[1] Hasta la fecha, los muy difundidos métodos de pronóstico estadístico hoy en boga son los peores a este respecto. Por otra parte, en general, la ineptitud de mis rivales académicos como pronosticadores recae, al presente, en la manera en que definen el tema mismo. Han empleado un método de pronóstico que podría compararse con el celo de un pasajero que procura conseguir un mejor camarote en un bote que se hunde.[2]

Esta tendencia decadente en la calidad de pensamiento sobre las economías, decadencia contra la que he advertido, como pronosticador, en el transcurso de las últimas dos generaciones, ha sido la principal responsable del actual fracaso de los economistas académicos más connotados, así como de los amos de las finanzas empresariales a escala más o menos mundial. Ésta es una tendencia que puede verse de modo más claro, más aciago, a partir de lo que quedó de los últimos grandes líderes de la resurrección de la posguerra en Europa, tales como el presidente francés Charles de Gaulle y el canciller alemán Konrad Adenauer.

Esta cuestión de la difundida incompetencia académica en la enseñanza de la economía ha sido un tema recurrente de mi debate memorable de 1971, y de otros posteriores con voceros de economistas académicos de renombre. Salió a relucir una vez más en una conferencia de prensa que ofrecí en Estrasburgo el miércoles pasado (17 de diciembre de 2008). Ese mismo día y el siguiente, en un reportaje sobre el tema, Corriere della Sera escribió de manera notable: “LaRouche se remonta al siglo 18 y al [primer] secretario del Tesoro Alexander Hamilton” como lo hizo, de hecho, el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt. En esto, Corriere no pudo ser más atinado.

Al recordar la fatídica toma de posesión del presidente Harry Truman, tenemos que reconocer que el año fiscal de 1967–1968 del Gobierno estadounidense destaca como el momento en la historia de la economía del país, tras la presidencia de Franklin Roosevelt, en el que sufrió una contracción neta del producto físico, a diferencia del meramente monetario, per cápita y por kilómetro cuadrado, una contracción que no sólo ha perdurado, sino acelerado, de entonces a la fecha. Una caída previa, pero menos grave, fue característica del EUA posterior a Franklin Roosevelt, una caída en el ritmo de crecimiento obra de las directrices impuestas con los presidentes Harry S. Truman y Dwight Eisenhower, del modo que lo reflejó lo que pronostiqué a mediados de 1956 como una profunda recesión que golpearía más o menos para febrero de 1957.

Después hubo una reanimación parcial e incluso prometedora de la economía con el presidente John F. Kennedy, una reanimación que paró con su asesinato y con la subsiguiente decisión fraudulenta de mandar a EUA a la guerra en la región de Indochina. Sin embargo, aunque esta guerra larga y desgastante sí contribuyó de manera significativa a la ruina económica de EU, no fue la verdadera causa de ese desplome que ha continuado hasta la coyuntura actual de una forma global, general, de crisis de desintegración física en cadena, que tiene ahora al mundo entero al borde de una inminente y prolongada “nueva Era de Tinieblas” planetaria.

La mayor parte de mi experiencia como adulto desde lo que se conoce como la Segunda Guerra Mundial, hemos tenido una fracción menguante, ahora diminuta, de economistas de renombre competentes; pero en cada uno de tales casos, dicha competencia se obtuvo en contra, y no gracias a la enseñanza de esa materia por la que se les ha otorgado un título profesional a los graduados de economía de las universidades más importantes en las décadas que siguieron a Roosevelt.

Esta crisis no es una falla de EU, sino global, a pesar de aquellas personalidades excepcionales conocidas, o poco conocidas, que son importantes para entender el despliegue del carácter de nuestra tragedia mundial ahora inminente. Por ejemplo, la ineptitud que los soviéticos y otros marxistas han compartido con sus rivales políticos y académicos de Europa y las Américas, es consecuencia directa de la influencia de los estúpidos seguidores del René Descartes del siglo 17, y de los reduccionistas radicales David Hume, Abraham de Moivre, Jean le Rond D’Alembert y Leonhard Euler del 18, y demás, en el pensamiento científico. Ésta fue la incompetencia característica de seguidores de la Escuela Haileybury de la Compañía de las Indias Orientales británica tales como el plagiario de Anne Robert Jacques Turgot, Adam Smith, así como del seguidor declarado de éste, Karl Marx, o de la perspectiva de Emanuel Kant, quien no se atrevió a publicar sus famosas Críticas sino hasta que el gran Moisés Mendelssohn estuvo —a juicio de Kant— bien muerto.[3]

El mundo no nos decepcionó. Los ejemplos de héroes competentes, de prominencia diversa o poco reconocidos, son prueba de la corriente voluntariosa contraria en medio de la amenaza de una tragedia planetaria que ahora avizoramos.

La economía en tanto ciencia

Lo que debió enseñarse como una forma competente de abordar la economía sería en esencia una rama de la ciencia física, específicamente la perspectiva de la ciencia física desde la óptica de los descubrimientos de Godofredo Leibniz y Bernhard Riemann, o la visión refinada de la obra de éstos que proporciona el tomar en consideración el descubrimiento del académico Vladimir I. Vernadsky de los conceptos de biosfera y noosfera.

Que se sepa, esta pizca de ironía no tiene nada de misteriosa. La única ciencia económica que ha habido en cualquier parte de la civilización europea moderna es la introducida por Godofredo Leibniz, la cual fue una ciencia explícitamente anticartesiana de la dinámica de la economía física (en vez de las variedades monetaristas de economía). Así, puesto en lenguaje llano, la incompetencia que hoy impera entre la mayoría de los dizque “expertos económicos” de las naciones es producto de lo que ellos, y gobiernos mal dirigidos, han tomado como premisa de la competencia académica declarada de la que presumen en esta esfera.

A pesar de los muchos avances importantes, e incluso grandiosos en el desempeño de la ciencia física en general, estos logros individuales se han convertido cada vez más en excepciones notables de la tendencia más general que inició con el remplazo de líderes de la Ecole Polytechnique de Francia como Gaspard Monge y Lázaro Carnot, por los charlatanes que nombraron los británicos, el marqués de Laplace y Agustín Cauchy. Como una afrenta para los círculos de Alejandro de Humboldt, Carl F. Gauss, Lejeune Dirichlet, Bernhard Riemann, Max Planck y Albert Einstein, la ciencia del siglo 20 emergió, en tanto tendencia vigente, bajo el dominio de una sucesión de timadores de los que fueron típicos, primero, el disparate mecanicista de Ernst Mach, y poco después de eso, la numerología sicótica del perverso Bertrand Russell y especímenes tales de entre sus víctimas típicas como el profesor Norbert Wiener, John von Neumann y la russellita escuela del análisis de sistemas de Cambridge.[4]

El hito de referencia para esta larga tendencia de corrupción de la enseñanza de la “ciencia” anglófila ha sido esa secta del practicante de magia negra Isaac Newton (quien, para crédito suyo, probablemente no descubrió nada en realidad), pero a quien se le ha atribuido el descubrimiento de la expresión matemática para designar una gravitación que Johannes Kepler ya conocía, como consta por escrito y a gran detalle, una fórmula matemática que le robaron los promotores de Newton.

Tendremos una instrucción apta de la economía en las universidades e instituciones afines, sólo si o cuando lo que al presente pasa por competencia en dichas instituciones se haya remplazado como es debido.

Ahora explico la naturaleza de la incompetencia extendida de los departamentos de economía de las universidades e instituciones parecidas. Mi acento es en la economía, pero no se puede ser apto y pasar por alto, en especial luego de considerar la ruina actual de la economía mundial, que la economía competente es una rama de la ciencia física, y no la brujería pueril de la mera estadística monetaria y relacionada.

Por tanto, decidámonos a aprender esta enseñanza, antes de que sea demasiado tarde para rescatar al planeta del borde de la nueva Era de Tinieblas planetaria hacia la que ahora se tambalea.

I. El príncipe Felipe, ¿hombre o bestia?

La tendencia actual de los sustitutos de un modelo económico competente la ejemplifican las directrices pro genocidas de corte nazi del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) de los príncipes Felipe de Gran Bretaña y el ya finado Bernardo; directrices que son el producto lógico de las ideas que comparten con el lacayo del primero, el ridículo, pero detestable ex vicepresidente estadounidense Al Gore.

Cabe notar que antes de su matrimonio con una princesa holandesa, Bernardo fue miembro de las Waffen SS, a las cuales renunció con el saludo de “¡Heil Hitler!” el día de su boda. El príncipe Felipe, por su participación en la dupla del Fondo Mundial para la Naturaleza junto con el príncipe Bernardo, ha salpicado los anales de la literatura con referencias a afinidades relacionadas en sus propios antecedentes familiares. No importa qué tanto los admiradores confesos de este par traten de negar sus nexos pro nazis, el hecho fundamental sigue siendo que las políticas demográficas del Fondo Mundial para la Naturaleza son un eco de las creencias y prácticas que este par comparte, en lo axiomático, con la tradición de su predecesor, Adolfo Hitler.


El presidente Harry Truman y su esposa (izq.) se encuentran con el príncipe Bernardo y la reina Juliana de los Países Bajos en 1952. Bernardo era miembro de las Waffen SS nazis; su carta de renuncia la firmó con un efusivo “¡Heil Hitler!” (Foto de Truman: Archivos Nacionales de EU).

Así, de manera similar, cuando se nos cae la venda de los ojos y vemos a los anglófilos estadounidenses de marras de los 1920 y 1930, no podemos pasar por alto las implicaciones sistémicas, para entonces y para hoy, del historial de dogmas raciales y demográficos homicidas de la familia del mismo Averell Harriman cuya firma, Brown Brothers Harriman, tuvo un papel decisivo, junto con Montagu Norman del Banco de Inglaterra, en poner a Adolfo Hitler en el poder en Alemania.[5]

Para penetrar la mente moralmente trastornada de un príncipe Felipe o de su virtual payaso deslustrado, el ex vicepresidente estadounidense Al “Bozo” Gore, tenemos que abordar la cuestión fundamental de principio subyacente de estas conexiones: que Soros, el príncipe Felipe y Al Gore, a juzgar por la pauta de consecuencias de sus actos, no consideran en realidad humana a la gente común y corriente, sino ganado al que los de la ralea de George Soros podrían narcotizar, destazar o sencillamente matar de hambre, al capricho de los propietarios feudales de una masa de gente a la que se trata como virtual ganado humano. Como estos oligarcas modernos niegan la distinción de principio eficiente entre el hombre y la bestia, a pesar de ser también hombres, se comportan cual bestias depredadoras con la humanidad y proclaman como correctamente ético su comportamiento porque tienen “la palestra perfecta” para hacerlo.


George Soros a la televisora CBS en 1998, sobre sus años de adolescente como un mensajero judío que ayudó a los nazis a apoderarse de propiedades judías en la Hungría ocupada: “De un modo curioso, es como en los mercados, de que si no estuviera ahí. . . podría estárselos quitando alguien más. Yo sólo era un espectador; tomaban las propiedades. No tuve ninguna participación en quitar las propiedades, así que no tenía ningún sentimiento de culpa”. (Foto: Christian Lambiotte/©EC 2008).

Por desgracia para la humanidad, el mal del que son típicos un príncipe Felipe, un príncipe Carlos, un príncipe Bernardo o un Gore no es raro en la historia. Veamos más allá de cómo el Imperio Romano trataba a los gladiadores o de cómo la tomaba contra ciertos grupos étnicos. Tomemos el caso de la depravación panteónica de ese Juliano el Apóstata al que lord Shelburne escogió como modelo para el papel que debía tener el Imperio Británico. Éste modelo se ha perpetuado en las acciones británicas contra Sudán, Zimbabue, el Congo y demás en África. Remontémonos a los 1790, al caso del juez Lowell del Imperio Británico y los seguidores de la Compañía de las Indias Orientales británica en Nueva Inglaterra en cuanto a la política sobre el opio, desde entonces hasta la función que desempeña hoy el narco y agente imperial británico George Soros. Tomemos el caso de los agentes británicos que sirvieron como la dirigencia de los Estados Confederados de América, o el de cómo los británicos usaron a la monarquía española del siglo 19 para dirigir la trata de esclavos en el interés y con la protección de la monarquía británica.

Estas cuestiones, así planteadas de manera resumida, se consideran más a menudo como asuntos morales, más que científicos. Se entiende que la idea de un libre albedrío soberano en la definición del poder del gobierno incita al crédulo a degradar la discusión del asunto moral aparente a la sofistería de un debate “legítimo” sobre la ética entre culturas que difieren, en vez de una cuestión absoluta de diferencia entre las que apropiadamente se consideran, en lo científico, como normas científicas universales, más que meras “diferencias de gusto entre las culturas escogidas de un mundo pluralista”.

La dinámica de Leibniz y Vernadsky

Los comentarios que acabo de externar despiertan cierta pregunta: ¿existe alguna norma estrictamente científica de veracidad a aplicar en estos casos? Examinemos esta cuestión desde la perspectiva que retomaré de manera repetida en este informe: la de la distinción que hace el académico Vladimir I. Vernadsky entre la dinámica de la ecología animal de la biosfera y la de la noosfera. La sugerencia inmediata es que empecemos ese examen contrastando los potenciales ecológicos animales de los simios superiores en general con los de las poblaciones humanas.

Por tanto, sigámosle la pista a las implicaciones que nos plantea, cual reto, la experiencia del surgimiento de la civilización europea moderna a partir de una “Nueva Era de Tinieblas” en el siglo 14. Este Renacimiento tuvo como eje el gran concilio ecuménico de Florencia y el inicio de toda la ciencia moderna competente a partir de De docta ignorantia del cardenal Nicolás de Cusa. Examinemos las consecuencias de la propia participación de Cusa en esta labor, como se remonta al descubrimiento de la gravitación universal que realizó un seguidor suyo, Johannes Kepler; eso, en un proceso que nos lleva a —y a través de— la definición que hizo el académico Vladimir Vernadsky de la biosfera y la noosfera.

Realicemos esta exploración desde la perspectiva medular del restablecimiento, por parte de Godofredo Leibniz, de los principios del dúnamis clásico antiguo de los pitagóricos y Platón en su expresión como la dinámica moderna. La diferencia esencial entre las dos nociones, la antigua y la moderna, pero que por otra parte son equivalentes, yace en el verdadero restablecimiento del concepto de dúnamis en las obras de Nicolás de Cusa que fundaron la ciencia moderna, empezando con De docta ignorantia, pero con la diferencia —como la expresó el trabajo de Leibniz de los 1690 en adelante— de que se fundó en el descubrimiento único original de Kepler del principio universal de la gravitación, como en La armonía del mundo. El significado de este descubrimiento único original de Kepler, del modo que Albert Einstein puso de relieve esta conexión, representa la primera demostración experimental del carácter autoconfinado del universo por un principio físico universal descubierto, el restablecimiento de la noción griega clásica de dúnamis, por parte de Leibniz, como la dinámica moderna.

El principal obstáculo para reconocer la importancia de la obra de Cusa, Kepler, Leibniz, Riemann y Einstein a este respecto, han sido los esfuerzos absolutamente fraudulentos de los seguidores tanto de los aristotélicos como de los empiristas de Paolo Sarpi, por negar la existencia de un descubrimiento tal como el de Kepler.


George Soros sobre la mariguana y otras drogas (Soros sobre Soros, 1995): “Sencillamente creo que toda la idea de erradicar el problema de las drogas es falsa. Tal como no puedes erradicar la pobreza o la muerte, tampoco puedes erradicar la adicción. . . Podría considerar la legalización como una forma eficaz de reducir el daño de las drogas”.(Foto: Stuart Lewis/EIRNS).

Esto plantea la interrogante: si hay constancia plena de un registro detallado del proceso pertinente de descubrimiento de la gravitación universal por parte de Johannes Kepler, ¿por qué los lacayos de Paolo Sarpi, tales como Galileo, corren un riesgo tan grande, como lo corrieron, en su esfuerzo por falsificar uno de los casos más grandes y claramente elaborados del descubrimiento de un principio físico universal? ¿Qué interés existencial podría haber llevado a los seguidores de Sarpi a correr el riesgo inherente al fraude de atribuirle el descubrimiento de la gravitación a un infeliz ramplón como Isaac Newton? ¿Por qué hombres y mujeres que de otro modo son científicos creíbles hoy, siguen defendiendo el fraude de atribuirle el descubrimiento de la gravitación al ridículo especialista en “magia negra” Isaac Newton?

Una vez que se reconoce la prueba original de principio claramente comprobada en la obra de Kepler, la naturaleza fundamental del fraude que perpetraron los newtonianos y sus seguidores positivistas contra la ciencia moderna se vuelve evidente. Como es imposible enderezar prueba de verdad racional alguna en contra del descubrimiento de Kepler, todo el empirismo y sus excrescencias positivistas o aristotélicas no han recurrido sino a mentiras de plano descaradas para fundamentar sus argumentos generales. ¿Por qué corrieron ese riesgo por el que yo, en lo personal, estoy más que ansioso por hacerlos responsables? Si uno entiende a Paolo Sarpi y su legado, la respuesta a esta pregunta es elemental.

II. Liberalismo: el caso de Paolo Sarpi

Dadas contribuciones a la ciencia moderna tales como el descubrimiento de Filippo Brunelleschi de ese principio de la catenaria que usó para construir la cúpula de Santa María del Fiore en Florencia, el establecimiento de principio de la ciencia física moderna fue la culminación de una serie de obras del cardenal Nicolás de Cusa, empezando con su De docta ignorantia. Cusa, quien inspiró el viaje de Cristóbal Colón para el descubrimiento de tierras y pueblos al otro lado del Atlántico, topó con una resistencia financiera veneciana fuerte y continua tanto al establecimiento de la ciencia física como de la forma soberana moderna del Estado nacional, una resistencia que se centró en la toma del poder imperial de las monarquías austrohúngara y española por parte de la oligarquía Habsburga. La guerra religiosa declarada en la forma de la Inquisición española desató olas sucesivas de enfrentamientos religiosos, iniciados por esa Inquisición, que continuaron por toda Europa y más allá, hasta la firma de la Paz de Westfalia en 1648. Esta conflagración continua llegó a un momento crítico en una combinación de acontecimientos que tuvieron lugar en el período que va del reinado del Enrique VIII de Inglaterra hasta la conclusión del concilio religioso de Trento.


La procesión, de Francisco Goya (circa 1816). Flagelantes durante la época de la Inquisición española. La ola de guerras que desató la Inquisición por toda Europa no paró sino hasta 1648, con la Paz de Westfalia. (Foto: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid).

El significado de este momento decisivo se define mejor al examinar la participación crucial de dos caballeros venecianos: primero, Francesco Zorzi (alias Giorgi), y después, Paolo Sarpi. Quienes aún desconocen la participación clave de estos dos caballeros en toda la historia moderna hasta la fecha, se privan de cualquier comprensión eficaz de los aspectos más característicos de dicha historia hasta la experiencia de la crisis global actual.

Zorzi, quien prácticamente tenía el rango de jefe del servicio de inteligencia veneciano en ese entonces, cobró fama permanente por dos razones principales. Por un lado, atacó la De docta ignorantia de Nicolás de Cusa, que hasta la fecha sigue siendo el modelo de ataque contra los principios fundamentales de la ciencia moderna. Por el otro, también se apareció en Inglaterra con la función fatídica que adoptó como consejero matrimonial del rey Enrique VIII. Zorzi, mientras trabajaba con truhanes de dominio veneciano como Thomas Cromwell y el cardenal y heredero de los Plantagenet, Reginaldo Pole, urdió el comienzo de la serie de divorcios sangrientos de Enrique VIII que causó el rompimiento de las que habían sido relaciones relativamente pacíficas entre las monarquías española, francesa e inglesa. Así, al convertir a Enrique VIII, Zorzi definió el rumbo continuo del largo enfrentamiento de las fuerzas protestantes septentrionales con base en el Atlántico, contra los pueblos europeos nominalmente católicos asentados en el Mediterráneo. Éste fue un período de guerras que continuó hasta que le puso fin esa Paz de Westfalia de 1648 que organizó el cardenal Julio Mazarino, a quien su propio auspiciador, el Papa, había desplegado a Francia como propuesto sucesor de Richelieu.

Entre tanto, tras el concilio de Trento, un nuevo maestro veneciano de la manipulación, Paolo Sarpi, surgió para aunar a un sector importante de los intereses financieros de Venecia a la Europa septentrional protestante que la manipulación de Enrique VIII de Inglaterra a manos de Francesco Zorzi había unido. De ahí que Sarpi haya tenido una participación clave en la orquestación previa de una sucesora, la llamada guerra de los Treinta Años, de esa fase de la conflagración religiosa permanente que se organizó en torno a los matrimonios de Enrique VIII de Inglaterra. El Sarpi que prácticamente tramó de antemano esa guerra de los Treinta Años en realidad continuaba la misión estratégica de Francesco Zorzi, pero en condiciones un poco modificadas. De modo que a veces en la historia, como de 1492 a 1648, entre más cambian las cosas, más permanecen igual.

Pero entonces, de pronto, surgió una nueva fase de gran alcance de la historia, una nueva fase que se extiende como para abarcar al planeta entero.

Para tener una apreciación adecuada de lo que fueron las guerras religiosas de 1492–1648 de conjunto, debemos pasar de esos acontecimientos de la tradición de Zorzi y Sarpi de los siglos 16 y 17, al traspaso contrastante del poder a la monarquía británica de Jorge I de Gran Bretaña, pero, de manera más categórica, al surgimiento de un imperio privado de los financieros liberales angloholandeses en febrero de 1763, el Imperio Británico que, hasta la luz de hoy, estableció un largo período de la historia, uno que se creó bajo la dirección primordial del lord Shelburne de la Compañía de las Indias Orientales británica. Entre la insensatez de Luis XIV de Francia y el inicio de la así denominada guerra de los Siete Años, dio inicio una nueva onda larga de la historia.

Dejando de lado a las víctimas de opiniones contrarias, el único imperio mundial que existe de verdad hoy sigue siendo el que se conoce, de manera nominal, como el Imperio Británico, un imperio regido por especuladores aglutinados en torno a intereses financieros internacionales, entre ellos los intereses especulativos estadounidenses de Wall Street. Éste es un imperio con centro en Londres, asentado al presente en esas oligarquías angloholandesas y sauditas que han llegado a dominar al mundo en general desde el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy y, de modo más obvio, el conjunto de crisis financieras y sociales internacionales de 1968–1973 que condujeron a la función imperial de lo que devino en el eje central del terrorismo internacional hoy, el “mercado de entrega inmediata” de petróleo y el narcotráfico tradicionalmente liberal angloholandés del principal narco de Gran Bretaña en el mundo: el “burrero” consumadamente perverso, George Soros.

¿Por qué Paolo Sarpi?

No veo ninguna diferencia esencial entre las intenciones de Francesco Zorzi y las de su sucesor más notable, Paolo Sarpi. La pretensión de ambos era la misma en general. Fueron las cuestiones del concilio de Trento las que dieron pie a una diferencia circunstancial, en esencia sólo aparente, entre los dos. Para captar este aspecto del asunto, uno tiene que virar la atención al efecto que tuvo la fundación de Nicolás Maquiavelo de lo que devino en la estrategia militar moderna.

Dos grandes documentos de Nicolás de Cusa, su Concordantia cathólica (el concepto ecuménico de la forma soberana moderna del Estado nacional) y lo que representó su fundación posterior de la ciencia moderna, De docta ignorantia, llevaron a desenlaces relativamente duraderos, como el establecimiento de la monarquía francesa con Luis XI y la gran reforma inglesa que inspiraron los cambios de éste con Enrique VII. El efecto combinado de la obra de Brunelleschi, Cusa y tales de entre sus seguidores como Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y Rafael Sanzio, echaron a andar una gran revolución en la ciencia, la economía y la composición artística clásica, un conjunto de logros cuyos resultados se habían ampliado bastante en las reformas políticas, sociales y económicas que cobraron expresión en la Francia de Luis XI y en Inglaterra con Enrique VII. Maquiavelo, quien fue una figura prestante secundaria en la república de Florencia asociada con la influencia de Leonardo da Vinci, surgió, bajo “arresto domiciliario”, como el historiador profético que inauguró de hecho la ciencia militar moderna. Las implicaciones de que Maquiavelo fundara la ciencia militar moderna son las que definieron que la facción veneciana de Paolo Sarpi reaccionara rompiendo con Aristóteles. Fue sobre este rompimiento que Sarpi y sus partidarios fundaron ese liberalismo angloholandés imperial moderno, hasta el presente.[6]

El principio unificador de la oposición oligárquica a Cusa y al gran concilio ecuménico de Florencia fue ese principio oligárquico con centro en el dominio que ejercieron los intereses financieros internacionales con sede en Venecia. El concilio de Florencia, que estuvo influenciado por el concepto de Nicolás de Cusa de una comunidad ecuménica de Estados nacionales soberanos modernos, era un anatema para las facciones oligárquicas en general, y para los intereses de esos usureros venecianos que no sólo dominaron la Europa feudal con la decadencia del poder bizantino, sino cuya práctica de la usura hundió a toda Europa en la “Nueva Era de Tinieblas” de mediados del siglo 14 que redujo a su población casi en un tercio.

El aumento de la fuerza productiva del trabajo que trajo el Renacimiento del siglo 15, y que echó a andar la labor de personalidades como Brunelleschi (1377–1446 de la era cristiana), Cusa (1401–1464), etc., y las reformas de Luis XI, había transformado las características de las poblaciones urbanas, llevando a la sociedad en una dirección sistemáticamente prometeica de progreso científico y tecnológico. El efecto añadido de esto fue un cambio en las condiciones bélicas y económicas de Europa.

Este cambio de las relaciones sociales en Europa creó una nueva dificultad para las tradiciones pro feudales en su intento por revivir formas medievales de librar la guerra contra el nuevo sentimiento de la gente en general, en especial en los nuevos acontecimientos que tenían lugar en y alrededor de las ciudades. Las reformas económicas revolucionarias emprendidas en la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII son típicas. Los depravados Habsburgo españoles nunca se recuperaron de su ruina autoinfligida, y el poder relativo de los Habsburgo austríacos probó no poder romper las defensas de una Francia del siglo 18 que evolucionó como un legado de Mazarino y su protegido, Jean–Baptiste Colbert.[7] El descubrimiento único original de Johannes Kepler del principio de la gravitación solar sistémica fue un rasgo central perdurable de esta revolución continua en la ciencia y la economía. Maquiavelo definió la naturaleza de este desafío para la norma estratégica europea moderna.


De “Newton el hombre”, de John Maynard Keynes (1951): “Newton no fue el primero de la edad de la razón. Fue el último de los magos, el último de los babilonios y sumerios. . . Sus instintos más profundos eran ocultos, esotéricos. . . Todas sus obras inéditas sobre cuestiones esotéricas y teológicas están marcadas por un aprendizaje cuidadoso. . . Fueran tan cuerdas como la Principia, si todo su contenido y propósito no fuera mágico”. Keynes había inspeccionado el arcón de escritos secretos de Newton.

Fue en contra de este nuevo factor político–económico estratégico de progreso científico y relacionado progresivamente cambiante que Paolo Sarpi, un verdadero heredero de Francesco Zorzi, enderezó su doctrina revolucionaria del liberalismo. La medida que tomó la facción de Sarpi, de permitir cierta innovación, pero negar la existencia de cualquier principio verdadero del universo, fue el motivo que los agentes de la facción de Sarpi, tales como Galileo, usaron para contrarrestar el reconocimiento del descubrimiento bien documentado de la gravitación de Kepler. De ahí el nacimiento político del mito de Isaac alias “Ciencia para Tontos” Newton.

Tenemos que tomar la enseñanza del Prometeo encadenado de Esquilo, y leerlo con la Ilíada como telón de fondo, si es que hemos de entender los supuestos axiomáticos subyacentes sobre los que se construyó el imperio financiero saudi–angloholandés. Para erigir y mantener un imperio, es fundamental estupidizar de cierta manera a la gran masa de los pueblos sometidos. Lo esencial es degradar al grueso de la población con lo que pasa por determinadas creencias religiosas o antirreligiosas, como en el modelo panteónico del bizantino Juliano el Apóstata, que es lo que el Imperio Británico ha tenido como premisa desde sus comienzos con lord Shelburne, Jeremías Bentham, etc. La ideología antinuclear de los desgraciados prácticamente trastornados de hoy que nos conciernen es típica de la forma en que supersticiones paganas extrañas se han usado para llevar a un pueblo otrora grandioso a bestializarse a sí mismo. El principio fundamental que mueve a todo imperio ha sido el objetivo de suprimir el avance científico o comparable de la mente humana, como Esquilo lo revela en su Prometeo encadenado.

Así, a partir de semejante lectura del Prometeo encadenado, tenemos que reconocer cómo esa forma de degeneración moral que se convirtió en el feudalismo posterior a Carlomagno tomó el derrotero de la ruinosa “Nueva Era de Tinieblas” del siglo 14. Esta nueva degeneración se revivió en contra de la influencia del gran concilio ecuménico de Florencia, como se hizo con la conquista de Constantinopla bajo la dirección de Venecia, en un empeño por arruinar el logro revolucionario asociado con el papel que tuvo Nicolás de Cusa, eso del modo que lo expresa su intervención en ese perdurable concilio. Éste fue el eco de una larga onda en la historia de la civilización europea, una que data de las repercusiones de la guerra peloponesa, una onda muy larga de lucha entre el principio oligárquico de la secta de Delfos y los impulsos humanistas contrarios que se asocian con el legado de los pitagóricos y Platón.

De manera que la oligarquía europea, de la que son típicos los casos de las supuestas murmuraciones de los dioses y semidioses perversos de la Ilíada homérica, y de las tragedias clásicas griegas subsiguientes de las tradiciones pro satánicas de la secta del Apolo dionisíaco, se ha puesto en una suerte de conflicto en vaivén entre las tradiciones oligárquica y humanista de la cultura europea. En estos conflictos, la oligarquía siempre ha entendido que su adversario más mortífero son esos poderes creativos de la razón humana individual que cobran expresión en los descubrimientos aplicados de principios universales del progreso físico científico y artístico clásico. Éstos son los principios que definen a la humanidad, al modo del Génesis I, como única entre las especies vivientes, como una especie de suyo sagrada, distinta de todas las demás formas de vida animal.

La tradición del oligarquismo siempre ha consistido en la supresión enérgica de los poderes creativos del descubrimiento de principios superiores, descubrimiento que típicamente se expresa en formas tales como el progreso científico fundamental. Esta supresión de los poderes creativos de los miembros de la sociedad por lo general se manifiesta en la forma del atraso cultural popular de lo que podría mal llamarse “naturaleza humana”, en contra de los impulsos dizque “agresivos” contrarios de la creatividad humana científica o artística clásica. El enemigo al que más teme Satanás es el alma prometeica que ubica al ser humano individual aparte y por encima de la bestialidad que los necios denominan “naturaleza humana”.

De este modo, la “Nueva Era de Tinieblas” del siglo 14 la acarreó la práctica depredadora de la usura de esos intereses venecianos a los que encubrían los banqueros lombardos de la época, quienes, como los usureros pro satánicos responsables de las estafas con derivados financieros de hoy, siempre han sido manifestaciones típicas de los adversarios intencionados, del hombre como el lobo de la humanidad, de los intereses y las características más fundamentales de nuestra especie humana, de eso que, dentro nuestro, nos separa de las bestias de manera categórica.

La cultura y la inmortalidad humana

Sin embargo, a algunos se les dificulta captar esta realidad del ser humano en tanto distinto de la naturaleza animal, mientras se aferran a la ilusión de que el significado de la vida humana empieza con el nacimiento del individuo y termina con su muerte. La verdad yace en pruebas que atañen a esa cualidad única del progreso humano, en tanto distinto del de todas las demás criaturas vivientes, por medio de un proceso que encarna, como por principio, una sucesión significativa de generaciones, desde un ancestro remoto hasta generaciones futuras distantes. La distinción entre la humanidad y las bestias estriba, en esencia, en esos poderes creativos de la mente humana que no se manifiestan en ninguna forma de vida animal, poderes creativos de los que son típicos el descubrimiento único original de Johannes Kepler del principio de un universo circunscrito, él mismo, por un principio universal de gravitación y otros principios descubribles de la misma importancia ontológica.

Por ahora, en este capítulo, baste con hacer hincapié en el aspecto decisivo de que nuestra capacidad para reproducir la experiencia del progreso, como se define en relación con los descubrimientos válidos de nuevos principios universales, expresa una cualidad de inmortalidad humana que está ausente entre las bestias.

En esencia, mi perspectiva en cuanto a esto no tiene nada de novedosa si y cuando las cosas se consideran desde la óptica de la historia de la astronomía, desde la antigua hasta la moderna, y de la ciencia en general.

Las cuestiones de principio físico–científico aquí planteadas han de ubicarse en dos niveles:

Primero, en lo más inmediato, la perspectiva del dominio físico de nuestra experiencia desde la óptica de los efectos de la física experimental como tal, como nuestro tema de investigación.

Segundo, la perspectiva contrapuesta de los poderes distintivamente humanos; en esta ocasión nos enfocamos en descubrir la naturaleza de los propios poderes creativos de la mente del ser humano individual en la sociedad, eso desde el punto de vista de encontrar los principios comprobables de descubrimiento de la mente humana como tales, del modo que estos poderes se nos han presentado como tema mediante las pruebas de los logros prácticos de la física experimental, por ejemplo.

El primer reto es el que se entiende mejor con el desarrollo de la mente para el trabajo científico en general. El segundo, más profundo e importante, es el significado único del potencial creativo de la mente humana individual, del modo que esto se convierte en conocimiento descubrible, a través del cual la labor de esa mente se ilumina al atender a los poderes creativos que sólo conocemos por consideración, no sólo a la función de la mente humana en el acto de descubrir semejantes principios, sino a éstos como dependientes, en sí, de lo que nos parece es la ventaja espiritual —que continúa el desarrollo alcanzado en el transcurso de generaciones sucesivas— del poder de la mente humana soberana individual para efectuar descubrimientos sucesivos, un proceso continuo a lo largo de generaciones, de resultados superiores en la generación de tales principios físicos.

III. El principio de Kepler, y mío

He hecho dos comentarios que ahora tienen que formularse y también recalcarse de nuevo, si es que hemos de asimilar las implicaciones más profundas de lo que Albert Einstein reconoció y expresó en su visión retrospectiva del descubrimiento de Kepler.

En esa visión, Einstein subrayó que toda la ciencia física moderna competente ha de ubicarse, desde la perspectiva del método de Bernhard Riemann, en las implicaciones del descubrimiento único original de Kepler del principio de la gravitación universal. Estas implicaciones son, primero, su comentario de que el espacio–tiempo físico que define de manera tácita el descubrimiento de Kepler es implícitamente riemanniano, y segundo, el de que esta visión del descubrimiento de Kepler de ese principio de la gravitación universal inherente a la organización del sistema solar entero, cuando se considera desde la óptica de los descubrimientos de Riemann, define al universo, en una primera aproximación, como una unidad autoconfinada, sin más límite externo que los que contiene dentro de sí y que su propio espacio–tiempo físico universal, de suyo antientrópico, expresa.


 

Vista del mundo abiótico, la biosfera y la noosfera. Una cámara a bordo de una nave espacial (producto del proceso de pensamiento creativo del hombre) capta una bella imagen de la Tierra biótica y su Luna. El descubrimiento de Kepler arroja luz sobre la distinción categórica entre los tres dominios, como luego abundó sobre ellos Vladimir I. Vernadsky. (Foto: NASA).

  El académico Vladimir I. Vernadsky (1863-1945), el biogeoquímico ruso-ucraniano que fue pionero del programa nuclear de la Unión Soviética, fundó su obra, incluyendo su concepto de la “noosfera”, en la física riemanniana.

La intersección de estas implicaciones hasta ahora casi desconocidas es el fundamento indispensable para cualquier identificación cabal de ese aspecto del comportamiento que es exclusivamente humano, el principio de la noosfera en tanto tal, y, así, ubica el principio esencial de cualquier visión científica competente de la economía.

Abundo en la elaboración necesaria de ese argumento en los siguientes pasos sucesivos.

Para empezar: el aspecto decisivo del propio descubrimiento único original de Kepler del principio universal de la gravitación en el sistema solar fue que él ubicó la experiencia de la existencia de ese principio por fuera de la percepción de la vista o del oído como tales. Es decir, se apartó del supuesto popular, pero absurdo, de que la realidad se encuentra en la clase de certeza sensorial que puede atribuírsele a los supuestos a priori de un Euclides o un Aristóteles. En vez de la certeza sensorial, Kepler trató los sentidos humanos, en la práctica, como comparables a los instrumentos científicos de suyo imperfectos fabricados con el propósito de educir el significado de un fenómeno ubicado, por experimento, más allá de una escala astronómica o microscópica, o submicroscópica.

Reformulemos esta cuestión decisiva como sigue:

Tratemos las percepciones sensoriales humanas como si nos presentaran sombras virtuales, sombras proyectadas sobre el medio de percepción sensorial por un acto que, en sí, no vemos de manera directa en realidad. Como lo he planteado en ocasiones anteriores, esto significa que debemos tomar el caso de Helen Keller, quien era ciega y sorda, pero adquirió una poderosa penetración social del mundo, la de la humanidad que no podía ver ni oír. Lo que los sentidos le dan a la mente humana son meras sombras; la mente, entonces, tiene que formar y poner a prueba, mediante experimento, una imagen del verdadero proceso que proyecta esas sombras que conocemos como percepciones sensoriales. De modo que, en el caso del descubrimiento de Kepler de la composición de las órbitas solares, éste contrastó y combinó tanto la imagen de la vista como la de la audición armónicamente ordenada para permitirle a la mente experimentada, pero no vista ni oída, educir la realidad física de las pruebas “invisibles”, como aquellas que proyectaron las sombras de la percepción sensorial.

Para resumir hasta aquí esta cuestión: lo que probó el descubrimiento de Kepler de la gravitación es que lo que nuestros sentidos nos inducen a percibir no es la sustancia de la realidad, sino las sombras que la realidad proyecta en la forma de percepciones sensoriales. Entonces, ¿qué objeto leibniziano “ontológicamente infinitesimal” no captado por los sentidos generó esas sombras que se conocen como tales percepciones? Ésa es la pregunta ontológica decisiva de la que depende toda la ciencia moderna competente. Albert Einstein, echando mano del descubrimiento de Bernhard Riemann como punto de referencia medular, deja claras esas cuestiones como sigue:

Esta idea de la obra de Kepler que tenía Einstein se mantiene, conforme recorremos la trayectoria de los descubrimientos, desde el de la De docta ignorantia de Cusa, hasta los de Kepler, Fermat, Leibniz y el tratamiento que se le dio al tema de las funciones elípticas en el siglo 19, y hasta los decisivos descubrimientos originales adicionales de Riemann.

Johannes Kepler (1571–1630) le proporcionó a la ciencia su primer concepto científico práctico del universo astronómico. Las ilustraciones son del proyecto “Sótano” del Movimiento de Juventudes Larouchistas o LYM sobre La armonía del mundo de Kepler. El LYM explica esta obra monumental con el uso de gráficas animadas y ejemplos musicales (www.wlym.com/~animations).

El grabado es de la portada de las Tablas rudolfinas de Kepler (1627). En él se muestra a Copérnico y Tico Brahe al centro, con Hiparco y Ptolomeo como observadores. En la base, el panel de la izquierda muestra al propio Kepler trabajando a la luz de una vela.

Las escalas musicales (abajo) son de La armonía de Kepler, y muestran las “tonalidades” de las órbitas armónicas de los planetas (que pueden escucharse en el sitio electrónico). Arriba se muestra la escala mayor, y abajo la menor.

El más significativo de tales efectos de la interpretación de las sombras de la percepción sensorial es la prueba experimental del principio de la existencia eficaz de un concepto que, aunque comprobado en tanto cuestión de principio experimental, existe de verdad para la mente humana, pero cuya existencia las sombras proyectadas como percepciones sensoriales apenas reflejan. Dicha existencia experimentalmente comprobada y apenas adumbrada de los principios se manifiesta como la existencia ontológica, más que sensorial, atribuible a esos infinitesimales leibnizianos que corresponden a la presencia de principios físicos universales eficaces.

Esas existencias cuya presencia se refleja en la forma de semejantes sombras, tales como el infinitesimal de la función elíptica de Kepler para la gravitación en la órbita planetaria, como en su Nueva astronomía, no son infinitesimales en términos matemáticos, sino ontológicos; no representan una cantidad de espacio, sino la ubicación de un momento ontológicamente infinitesimal de un principio de acción universal en el espacio–tiempo, un lugar infinitesimal que corresponde a la sombra inmediata que proyecta un principio de acción universal expresada en su existencia eficaz como lo que en apariencia es infinitesimalmente pequeño.[8]

El experimento de marras se presenta en la relación que hace el Movimiento de Juventudes Larouchistas (LYM) en su portal electrónico, de la elección única de un método exitoso con el que Kepler definió lo que se refleja como su formulación general para el ordenamiento armónico de la composición del sistema planetario solar, del modo que detalla el proceso de descubrimiento en La armonía del mundo.

Sin embargo, el primer paso gigantesco en esa dirección es el que dio Kepler en su Nueva astronomía. Una vez que reconoció el carácter elíptico de la órbita de la Tierra, así como el significado de esa forma elíptica de la función física —eso desde la perspectiva de las áreas iguales recorridas en tiempos iguales—, Kepler ya había descubierto, así, el meollo del concepto de un infinitesimal ontológico, que no matemático, como característico de la órbita elíptica.[9]

Esto probó ser decisivo cuando Kepler pasó a la composición del sistema solar como tal, como en La armonía. Así que procedió, de manera pedagógica, de un primer acento en el concepto platónico–pitagórico de un progreso ordenado en el universo, a un principio armónico de acción subyacente en el efecto platónico que impera entre las relaciones determinadas del modo establecido, en una primera aproximación, en una yuxtaposición irónica de la visión y del sonido armónicamente ordenado. Así, tenemos que Einstein consideró la cuestión de la relación de Kepler y Riemann desde la perspectiva que compartía con Max Planck, en común con su argumento contra los reduccionistas positivistas que aparecieron a raíz de las depravaciones morales de la “mecánica” cuántica de los seguidores de Ernst Mach y Bertrand Russell.

Es la función de la armonía en esa configuración experimental la que instiga los aullidos fantasmagóricos de protesta de los reduccionistas, tales como los empiristas en general o los positivistas de la ralea de los machianos y las víctimas de los embelecos de Bertrand Russell. Como el pastor fundamentalista que escribió en su Biblia, “Texto confuso, ¡grita como endemoniado!”, el físico víctima del empirismo o cosas parecidas no razona, sino que, como he observado con frecuencia esto de primera mano, tan sólo grita cual alma en pena cuando la discusión pasa a temas comparables al del descubrimiento de Kepler de la gravitación universal.

Sin embargo, mi tema principal aquí no es la física aparente de Kepler; menciono su descubrimiento para indicar la intuición pertinente con la que contribuye a reconocer la naturaleza esencial de los poderes creativos inherentes a la distinción entre el ser humano individual y las bestias: la distinción categórica entre la noosfera y la biosfera. El problema urgente que examino en este informe no es el del ser humano que atiende a una cuestión física, sino más bien a la naturaleza de aquello al interior de esa naturaleza del ser humano individual que le permite organizar los procesos mediante los cuales se llevan a cabo semejantes descubrimientos de principios físicos.

En el caso del descubrimiento de Kepler del principio general de la gravitación solar, es la “función ondulatoria” armónica, a diferencia de la de partículas, la que, cuando se manifiesta en la calidad de un infinitesimal ontológico, más que meramente matemático, expresa la distinción entre percepción y conocimiento. No percibimos tales infinitesimales como si los conociéramos como partículas; los conocemos como las causas eficientes que proyectan esas sombras que los principios físicos universales representan respecto a los principios de verdad universales por los que se rige el universo que experimentamos. Aquí yace la distinción esencial entre la mecánica, como la de los seguidores de Ernst Mach o Bertrand Russell, y los principios físicos científicos. Aquí no hay ciencia sin moral, y no hay moral sin esta noción de la misión de la ciencia.

La naturaleza e importancia de esta distinción se hace evidente al comparar tales experiencias del dominio de la ciencia física con las de la composición artística de verdad clásica. En mi propia experiencia, esto me quedó claro al reflexionar en el párrafo con el que Percy B. Shelley concluye En defensa de la poesía, una clarificación a la que contribuyó el ver su obra (por ejemplo) desde la perspectiva de aplicar su razonamiento al dominio de la suerte de contenido empírico que se me presentó en 1947, en la segunda edición de los Siete tipos de ambigüedad de William Empson. El contenido implícito de la obra de Shelley, del modo que se resume el asunto en su En defensa de la poesía, implícitamente va mucho más allá de Empson, pero aplicar su razonamiento al dominio de la ironía como lo presenta Empson nos ayuda a captar el principio de la humanidad que comprende el lado creativo tanto del descubrimiento científico como del dominio del hombre sobre los procesos sociales del progreso humano que se llevan a cabo con ayuda de lo que conocemos como los fundamentos del progreso físico científico. La verdad científica es, así, la que nos lleva a cumplir el propósito moral de la existencia de la humanidad al servicio de su Creador.

A esta sazón, toda composición artística clásica válida salta a la palestra de la mente. El principio de Shelley de la composición artística clásica, como la resume el último párrafo de En defensa de la poesía, apunta a la clave de cualquier forma manifiesta de una gran composición artística clásica en el escenario, ya sea de poesía, teatro o música, o sencillamente de la creatividad humana en general.

Esto nos lleva, en palabras del académico Vernadsky, a la naturaleza de principio de la distinción fundamental entre el hombre y la bestia, entre la biosfera y la noosfera.

El significado de ‘principio físico’

A estas alturas del informe, procedamos ahora directamente a la cuestión crucial aquí. Las implicaciones “espirituales” de la forma sistémica de una distinción existencial entre la humanidad y todas las formas de vida inferiores. La pregunta pertinaz que aún tenemos que clarificar a más cabalidad aquí, es: ¿representa la humanidad una forma de vida animal o más bien una cualidad de existencia del todo diferente que se presenta con el “empaque” aparente de una forma superior de vida animal? En otras palabras, ¿existe una distinción física científica absoluta entre todas las especies animales y las características de la especie humana? Si esto es así, ¿cómo demostramos esa distinción de manera categórica, como la presentan a nuestra consideración personalidades concernientes tales como el académico Vernadsky?

La distinción experimental esencial categórica entre el reino animal (que Vernadsky sitúa en la biosfera) y la humanidad (que ubica en la noosfera) ha de hacerse desde la perspectiva de la dinámica propia del tema de la ecología animal. Me refiero a la dinámica como la definió Leibniz de manera repetida en los 1690, en contra de Descartes, y como se elaboró aun más desde la perspectiva de su seguidor a este respecto, Bernhard Riemann.

Ahora bien, antes de avanzar más en esa dirección, detengámonos para aclarar lo que digo haciendo hincapié en lo que no digo.

El mentiroso de Galileo y el zopenco de Descartes

En el método del seguidor de Sarpi y Galileo, René Descartes, no hay principios, sino sólo fórmulas matemáticas o algo por el estilo, como ilustra esto, en aspectos esenciales, el desenmascaramiento de Leibniz del fraude del método neoeuclidiano de Descartes. Estas formulaciones cartesianas u otras comparables son característicamente sarpianas; son matemáticas o sustitutos cuasimatemáticos para identificar lo que se supone es un principio físico real o comparable. Representan, en el mejor de los casos, la sombra que podría haberse proyectado sobre la pantalla del dominio matemático ontológicamente imaginario. No hay física en la obra de Descartes, sino, sea lo que sea que se considerara lo de Isaac Newton, sólo matemáticas. De manera implícita, cualquier método cartesiano y relacionado ubica la acción en una forma de espacio que, como tal, es en sí, por axioma, a priori, un espacio–tiempo euclidiano perfectamente vacío.

En la ciencia física competente, las consideraciones físicas, como las de Cusa y Leibniz, hacen a un lado el método cartesiano u otros métodos meramente matemáticos parecidos. El universo real se nos presenta, de forma experimental, como un conjunto de espacios–fase físicos que se entrelazan e interactúan, cada uno definido mediante experimento como una acción que se expresa entre un conjunto de principios. Cada uno de tales espacios–fase se define, en lo ontológico, como una cierta combinación, no de geometrías en tanto tales, sino de geometrías físicas, del modo que Leibniz plantea ese razonamiento en sus documentos de los 1690 sobre la dinámica, y como su colaboración con Jean Bernouilli define la noción de un principio físico universal de acción mínima. Así, cada una de tales cuestiones la definen sus límites distintivos característicos, más que las meras interacciones matemáticas por pares u otras afines. Estos límites funcionales son la manifestación, en una ciencia de la economía física, de los principios físicos pertinentes.

Dicho lo anterior, comparemos ahora las características dinámicas de la biosfera (la ecología no humana) con las de la noosfera (la ecología humana). Veamos el resultado desde la óptica de Vernadsky.

El espacio–fase que al presente conocemos como el que representa la Tierra en su conjunto, lo componen tres dinámicas principales: a) el dominio abiótico; b) la biosfera; y c) la noosfera. Toma en consideración los cambios que atañen a la masa relativa total de cada una. O sea que, dejando de lado por el momento la adición o disminución de la masa total del planeta Tierra, la evolución positiva implica una transferencia de masa del dominio abiótico a la biosfera y, de modo comparable, de la biosfera a la noosfera. Esto lo complica el hecho de que la única forma de que la biosfera del planeta crezca es a través de la intervención de un principio, la vida, que está ausente en el dominio abiótico, al convertir materia abiótica en una ya sea viva o que tenga la cualidad inherente de ser producto de un proceso viviente. De manera parecida, el aumento en la masa de la noosfera ocurre mediante una modalidad de acción que no se encuentra en la mera materia viva, sino sólo a través de la transformación de la calidad de la sustancia de la biosfera, que convierte la materia viva en seres humanos cognoscitivos y sus productos.

Esto lo complica el hecho de que el crecimiento de la noosfera exige una base más grande en la evolución de la biosfera. Esto procede en una dirección tal, que la noosfera asimila, de manera ostensible, la totalidad de la masa del planeta e incluso, en última instancia, del sistema solar, mediante su propia evolución, a un grado superior de desarrollo por unidad de medida (antientrópica).

Con ese telón de fondo a grandes rasgos definido, concentrémonos ahora en la distinción entre la biosfera y la noosfera.

La ecología animal

En cualquier aproximación competente de una ecología animal, la interacción dinámica entre los procesos vivientes de los que está compuesta toda esa ecología es lo que define la magnitud potencial ecológica relativa de las poblaciones. Así, comparemos la ecología de la Australia prebritánica, fundada de manera significativa en los marsupiales, con la ecología superior de los mamíferos. La forma en que la población de conejos se propagó cuando fueron llevados a Australia ilustra el caso. Australia estuvo, en gran medida, aislada de la evolución de las poblaciones de mamíferos y, por ende, representaba más que nada el dominio de una evolución premamífera, el cual era un pobre rival para el orden dinámico de la especie de los mamíferos en su conjunto.

Lo más significativo es la distinción apropiada entre la especie humana y todas las demás especies vivas. La clave no es la especie individual de un hábitat, sino más bien la dinámica del conjunto de esas especies que componen el hábitat entero. Lo interesante, por tanto, es el efecto de añadir o eliminar una especie o una variedad de especies del hábitat común.

Así, el surgimiento de la especie humana y su evolución progresiva redefine la ecología de las especies animales, al aumentar vastamente la población y el desarrollo biológico de algunas, y extinguir a otras. Es más, aunque la humanidad no puede generar vida a partir del dominio abiótico, de la nada, sí deriva nuevas formas de especies vivientes de la materia biótica viva.

Tomemos, por ejemplo, a los simios y la humanidad. ¿Qué es, hablando en cuanto a la dinámica leibniziana o riemanniana, la diferencia crucial? En esencia, la humanidad aumenta la densidad relativa potencial de población de su propia especie a voluntad, al hacer innovaciones cualitativas en su ambiente, pero también, de manera más categórica, en la densidad relativa potencial de población de su especie humana.

Por consiguiente, las ecologías animales, como diría Julian Huxley, son, en efecto, genéticamente fijas en su potencial dinámico relativo. La especie humana cambia ese potencial dinámico relativo de un modo cualitativo, a menos que esa cualidad de cambio relativo se suprima, como con los métodos que corresponden a los presentados en el Prometeo encadenado de Esquilo o, lo que prácticamente es lo mismo, los métodos genocidas del “ambientismo”, como los prescribe el Fondo Mundial para la Naturaleza del príncipe Felipe de Gran Bretaña y del ex vicepresidente estadounidense Al Gore.

Esto que distingue al ser humano individual y la especie humana de las bestias es fundamental, en el sentido de que no se ha informado de ningún descubrimiento de principio que explique esta superioridad cualitativa (en tanto categoría de especie) en términos meramente biológicos. En otras palabras, hay una línea que divide al hombre de la bestia, que es comparable a la que distingue entre procesos vivientes y no vivientes. Dónde yace la distinción física, como podría expresarse en función de un experimento físico, aún lo desconocemos. Debemos sospechar, con razón suficiente, que el ser humano individual definido en lo biológico está de algún modo en sintonía con un principio que explica cómo la persona desempeña una función noética humana. Sabemos, cuando consideramos a la humanidad y toda su historia, y tomamos en consideración el proceso histórico concerniente, que semejante distinción cualitativa de algún modo existe. Conocemos mucho de lo que atañe a los hechos de esta distinción, pero, por el momento, lo que se impone es un respeto decente por la integridad del misterio mismo.

IV. El principio humano de la economía física

El hecho más importante en esto es que, mientras que el animal individual no evoluciona como las culturas humanas impulsadas por la ciencia, por ejemplo, la distinción característica de la especie humana que conocemos es que sabemos que esta cualidad de una distinción cultural se asocia con un fuerte elemento de inmortalidad individual en cuanto a su efecto. Esto quiere decir, por ejemplo, que el acto de generar una idea con el carácter de un principio eficiente puede inspirarlo el acto incompleto de descubrimiento de una persona que murió en el ínterin. En la historia conocida de la ciencia y el arte europeo, por un lapso más largo que el que se remonta a la muerte de Pitágoras, esta suerte de cualidad causal eficiente de conexión es característica de la distinción entre el hombre civilizado y la bestia.


Ludwig van Beethoven. El avance revolucionario en la ciencia física y la cultura artística clásica, escribe LaRouche, “muestra que la comunicación de ideas descubiertas que corresponden a formas eficientes de ideas de principio físico universal tiene una eficacia física en sus efectos cualitativos. En cuanto a eso, la pasión del intelecto humano creativo suele ser más poderosa, por mucho, que el músculo humano”.

Los grandes descubrimientos de principios científicos fundamentales y las revoluciones afines en las modalidades de composición artística clásica, tales como las de un Bach, un Haydn, un Mozart o un Beethoven (en la música), o un Leonardo da Vinci, un Rafael Sanzio o un Rembrandt (en la pintura), o un Shakespeare o un Federico Schiller (en el teatro), crean una calidad superior de estados de las formas eficientes de existencia en esos medios, estados que reproducen los frutos entre otros, todo en una pauta que corresponde a un concepto de creación de órdenes de existencia en el universo superiores a los que existían antes. Cuando reflexionamos sobre esto, nos conmueve leer de nuevo el Génesis I con esto como referencia.

De otro modo, el progreso de la ciencia es una sucesión de actos de descubrimiento, una sucesión que se manifiesta a lo largo de generaciones sucesivas y a veces en grandes saltos sobre períodos que abarcan varias generaciones. Es como si la mortalidad del ser humano individual como tal fuera un medio por el cual se sostuviera la evolución multigeneracional de una cultura a través de la comunicación de formas físicamente eficientes de ideas, eso en el transcurso de generaciones sucesivas; una manifestación de lo que los teólogos a veces identifican como una simultaneidad de la eternidad. El hecho de esta ironía única de la función de la creatividad humana individual, del modo que se expresa en el caso de una personalidad mortal individual en la continuidad potencial de un proceso social multigeneracional, es una distinción de la vida social humana que no encontramos en el reino animal.

Aquí, de hecho, yace la dificultad que representa la noción de la singularidad ontológica del alma humana individual, como distinta de la especificidad que muestra cualquier categoría inferior de vida.

Lo que puede y tiene que decirse a este respecto, es que sabemos que esta diferencia, en apariencia milagrosa, entre la humanidad y las formas de vida inferiores es una físicamente eficiente. La función de los avances revolucionarios en la ciencia física y las calidades de efecto similar en materia de cultura artística clásica, muestra que la comunicación de ideas descubiertas que corresponden a formas eficientes de ideas de principio físico universal tiene una eficacia física en sus efectos cualitativos. En cuanto a eso, la pasión del intelecto humano creativo suele ser más poderosa, por mucho, que el músculo humano.

Y volvemos al enigma de Helen Keller. También hemos aludido a la noción de la inmortalidad humana individual de un modo fundamental.

La simultaneidad de la eternidad

La cualidad más decisiva de la mente humana individual es la que ha demostrado ser una característica potencial para pronosticar con cierto grado de certeza física la apariencia futura de estados mentales antes desconocidos, no sólo entre personas individuales, sino entre culturas enteras e incluso toda la humanidad. Este talento ha resultado ser, en lo social, la función más significativa que he desempeñado en mi vida, pero es una cualidad cuya existencia entendían ya muchos de mis predecesores; de manera notable y nada accidental, los mejores teólogos.


El enigma de Helen Keller, quien no podía ver ni oír, alude a la noción de la mortalidad del ser humano individual de un modo fundamental. Helen Keller contempla las vibraciones de la música que no puede escuchar. (Foto: Biblioteca del Congreso de EU).

Tales son los únicos profetas verdaderos, como mi propio caso aterriza la cuestión de las profecías en sus expresiones políticas prácticas y relacionadas.

De manera notable, esta noción de una facultad profética también es precisamente lo que se demuestra en el caso de cualquier descubrimiento válido verdadero de un principio físico universal.

La noción subyacente que indico aquí sólo se ubica en el concepto de una antientropía universal, un rechazo al concepto errado y de suyo bestial de payasos de efluvio empirista y positivista de la ciencia física moderna tales como Descartes, De Moivre, D’Alembert, un Euler ya añoso,[10] Savigny, Kant, Laplace, Cauchy, Clausius, Grassmann, Helmholtz, y los decadentes seguidores posmodernistas de Ernst Mach y Bertrand Russell. La comprensión de lo que es realmente un principio físico universal es lo que define al científico capaz o al profeta secular moderno competente; es la norma que separa a los profetas verdaderos de los payasos.

Entre las muchas maneras en que la mala ciencia moderna mata la inmortalidad del alma humana, hay dos que sobresalen. Una de estas urdimbres repulsivas es el Apolo pagano llamado Aristóteles, o su seguidor, Euclides; la otra, el Dionisio pagano, la ejemplifica el “santo” patrono pro satánico de Sarpi y de todo el liberalismo angloholandés moderno: la “teoría del caos” implícita del Guillermo de Occam de Paolo Sarpi.

Como el reconocimiento de las que aún son novas celestes que desconocemos debiera refrescar nuestro conocimiento del universo que moramos, el rasgo esencial de esté o sencillamente de la propia existencia humana es lo otrora desconocido. Éstos son casos que ocurren o que parecen sucedernos sin que los provoquemos y, más importante, son esos cambios en nuestro universo que representan productos originales de la intervención de la voluntad humana. Son esos cambios cualitativos en las características sistémicas de nuestro ambiente causados por la voluntad humana los que tienen la mayor importancia en determinar esos actos que definen el proceso por el cual la humanidad escribe su propia historia.

El más significativo de estos cambios es el atisbo de las cualidades del desenvolvimiento de aquellos caracteres que aún no se han experimentado; el único y verdadero “mercado de futuros” de la práctica científica del hombre. Cualquier descubrimiento fundamental válido de un principio físico es típico de esta categoría de pronóstico.

Hay dos aspectos de semejante pronóstico que tienen tales cualidades. El primero es la facultad de pronosticar el efecto de la iteración de una forma de acción que se asocia con algún principio físico universal u otro comparable. El segundo, obviamente, es la forma de acción que no ha ocurrido todavía en realidad, pero que probablemente ocurrirá, ya sea de manera inevitable o si no intervenimos para impedirlo.

Todos mis pronósticos económicos de largo plazo proyectados desde la primera “serie de pruebas” a corto plazo relativo de 1956–1957 para la economía estadounidense, ejemplifican este concepto del pronóstico. Desde la perspectiva de la aplicación establecida del método científico europeo moderno, y también de sus precedentes antiguos, dividimos esta aplicación de los métodos de pronóstico competente entre las condiciones probablemente recurrentes y aquellas de la clase que, hasta donde sabemos, nunca han ocurrido antes. En el caso del comportamiento humano, la idea del pronóstico es, de manera inevitable, la que asociamos con el descubrimiento y la validación de nuevas calidades de pronóstico, tales como las que relacionamos con el conocimiento establecido de estados de la naturaleza otrora desconocidos. La segunda clase de indagación ha sido la más significativa para mí en mi labor.

Mis pronósticos de esta clase se han enfocado con más resolución en dos casos íntimamente relaciones, pero respectivamente distintos: a) condiciones (por ejemplo) económicas nuevas de la humanidad que pueden pronosticarse como una cuestión de estudiar los precedentes; y b) condiciones de la humanidad antes inexistentes, pero cuya problemática debe abordarse. Como ilustra el asunto de modo bastante gráfico el caso del descubrimiento de elementos transuránicos, una sociedad inteligente nunca supone que el diagnóstico de acontecimientos peligrosos podría limitarse de manera responsable al ámbito de los precedentes de la experiencia pasada reconocida o de las clases posibles de condiciones sobre las cuales podríamos haber especulado antes. El surgimiento súbito de lo totalmente inesperado siempre acecha, pero en una forma razonable pertinente, libre de pánico, en las márgenes de la conciencia de un intelecto de verdad creativo.

Tomemos como ejemplo de esto la especulación competente sobre las implicaciones de pruebas que apuntan a los principios de acción de la materia y la antimateria, que serían varios órdenes de magnitud más poderosos que los esperados en las reacciones de fusión termonuclear.

El dominio espiritual de la ciencia física

Hay otro ámbito más de interés para aquellos de nosotros a los que nos preocupa pensar más allá.

Como ya he indicado hasta ahora en este capítulo, el hecho mismo de nuestra experiencia con el pronóstico en ese ámbito de la acción científica que, de manera más notable, La armonía de Johannes Kepler abrió para Fermat, Leibniz y Riemann, nos impulsa a tratar de liberarnos de las garras de la tradición de la certeza sensorial. Como acabo de poner de relieve en este capítulo, hasta el momento, el hecho que no puede disputarse de manera competente es que, para el caso de cualquier principio físico universal verdadero, cuando se define como riemanniano, como lo hace la obra de Planck, Einstein y Vernadsky, cualquier principio físico verdadero de nuestro universo delimita el presente con la simultaneidad física eficiente del futuro.

Por consiguiente, cuando empleamos términos tales como “universo físico”, como lo experimentamos hasta el presente, del modo que mencionado eso aquí, enfrentamos la prueba eficiente del efecto causal eficaz que tiene el futuro sobre el presente. Esta prueba, que en ese sentido es concluyente, nos obliga a apartar nuestra mente de una fe a priori en una simple causalidad en el universo gobernada por el tiempo. La capacidad de la mente, no sólo para prever acontecimientos futuros, sino para aprovechar el conocimiento de ese futuro en conformar el presente, quizás sea la más importante de las nociones del pensamiento científico a poner más plenamente en juego en la definición del pensamiento científico y político–económico del siglo 21.

Este consejo mío, aquí, también atañe al concepto espiritual de la naturaleza del ser humano individual que tiene nuestra sociedad, y al de la relación de ese individuo con una divinidad consciente imperante. Desde la perspectiva que acabo de identificar, el Creador no es una víctima del espacio–tiempo, sino un ser de veras universal, del modo que corrientes importantes de la teología cristiana han expuesto el concepto de una simultaneidad de la eternidad. En esta perspectiva, es el autodesarrollo del universo el que representa la consideración esencial, y la de un Creador eterno y voluntarioso, como lo consideraba Filón de Alejandría, de y dentro de dicho universo. Así, es como si estuviéramos parados en el Todo de ese proceso continuo de creación y permitiéramos que una consciencia aguzada de lo que hoy llamamos “el futuro” nos llevara a adquirir un sentido del significado de nuestra naturaleza mortal, en nuestra obligación de servir ese proceso de desarrollo que se conoce, en lo que al mural de Rafael Sanzio toca, como la simultaneidad de la eternidad.

Entre tanto, debe ocurrírsenos que la ciencia física, y la de la economía física también, deben someterse al imperativo moral que implica la noción de semejante simultaneidad de la eternidad. Elevemos así a la humanidad, al fin, por lo menos, de la barbarie que impera aun en nuestro tiempo.

Es hora de imponer semejante forma de pensar acerca de la humanidad.


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Rafael Sanzio nos muestra, en la Escuela de Atenas, a grandes pensadores y científicos que definieron el curso de la historia, trabajando todos en la simultaneidad de la eternidad.


[1]. Keynes identificó su afinidad con la economía nazi en la edición de 1937, en alemán, de su Teoría general. El mismo problema fue un aspecto decisivo cuando develé el carácter pro fascista de la doctrina de Keynes en mi célebre debate de 1971 con el profesor Abba Lerner en el Queens College de Nueva York. La aptitud de Keynes ha descansado, en esencia, en la precisión con que demostró los orígenes británicos del dogma económico nazi, como con Hitler entonces, o el presidente George W. Bush hijo cuyo abuelo, Prescott Bush, financió el ascenso de Hitler a la Cancillería alemana. No hay ninguna coincidencia entre los principios de la Constitución federal estadounidense y la doctrina monetaria de suyo imperialista que Keynes expresaba. Economistas competentes admiraron a Keynes, pero sólo en la medida que no tomaron en cuenta las implicaciones inherentemente supranacionales de su sistema.

[2]. Esto no es algo nuevo. Mi función como pronosticador de situaciones nuevas en la economía en general empezó en 1956, cuando pronostiqué el estallido de la recesión más sería del período de la posguerra en EU para febrero de 1957. A principios de septiembre de 1971 reté a todos los economistas académicos a responder a mi acusación de que su incapacidad para prever la disolución del sistema de Bretton Woods, que acababa de ocurrir con el presidente Nixon, mostraba que eran una partida de “farsadémicos”. Finalmente, escogieron un campeón: un vocero Keynesiano, el profesor Abba Lerner, quien comprobó su ineptitud al debatirme. La mayoría de los pronósticos de los académicos desde entonces no han sido mejores, desde una perspectiva científica, que los de Lerner.

[3]. El principal científico del siglo 18 y mentor del joven Gotthold Lessing. Lessing y su amigo Moisés Mendelssohn fueron las figuras centrales que iniciaron el renacimiento cultural de mediados a fines del siglo 18 en Europa, hasta que vino el reinado del Terror de la Revolución francesa.

[4]. Los positivistas Ernst Mach y Bertrand Russell representan estados sucesivos de decadencia moral e intelectual en la dirección establecida por expresiones del deconstruccionismo tales como la básicamente fraudulenta Principia mathemática de Russell, su patrocinio del análisis de sistemas de Cambridge, y excrescencias suyas tales como el envilecido profesor Norbert Wiener y el hasta más radical John von Neumann. La práctica de hacer grabaciones digitales en materia de composición musical clásica es típica del reduccionismo tanto de Mach como de Russell.

[5]. La verdad no se dice como es debido hasta que tomamos en cuenta la participación de ciertas casas bancarias nominalmente judías que apoyaron de manera abierta a Hitler, hasta cierta etapa en la evolución de su régimen. Cuando consideramos las abiertas prácticas antisemitas de los nazis hasta el momento de la Kristallnacht, este hecho rebasa la capacidad de la mayoría de los poderes de comprensión, hasta que tomamos en cuenta una cuestión relacionada de la historia personal del agente británico George Soros. Lo que hay que recalcar más no es el hecho aislado de la participación de Soros como mandadero adolescente en el procesamiento nazi de judíos para enviarlos a los campos de la muerte, sino el hecho de que este defecto moral de su historia personal ha salido a relucir como la calificación para que lo escogieran para la función de degeneración moral que manifiesta hoy en sus políticas financieras y narcotraficantes al servicio de la Corona británica.

[6]. Los dizque historiadores necios ubican la raíz de los imperios en las naciones; a todo imperio, desde el viraje que se conoció como la guerra del Peloponeso, lo ha definido un principio supranacional, más que uno nacional, del modo que lord Shelburne adoptó el modelo de Juliano el Apóstata para explicar lo que definió como el Imperio Británico. Así, el británico no es un imperio del Reino Unido, sino que representa un imperialismo liberal saudi–angloholandés como el de Juliano el Apóstata, como hoy.

[7]. Por ejemplo, las defensas de lugares tales como Belfort y Nueva Brissach. La dificultad terrible que enfrentaron las fuerzas prusianas al mando de Helmuth de Moltke en Belfort durante la guerra franco–prusiana, es reveladora. Las fortificaciones, en esencia intactas, que todavía se veían la última vez que visité Nueva Brissach hace casi diez años, son impresionantes, en principio, y ayudan a comprobar el asunto en cuestión.

[8]. Las doctrinas actuales del reduccionismo filosófico circuladas en el nombre de la ciencia física se introdujeron como una sugerencia de De Moivre a D’Alembert, de que estas discontinuidades aparentes (“singularidades”) tenían que considerarse como imaginarias. Su seguidor, Leonhard Euler, codificó esa sugerencia en un ataque famoso, pero de suyo incompetente, contra Leibniz, que le abrió paso a los fraudes de Laplace y Cauchy.

[9]. Las referencias a Nicolás de Cusa en los informes de Kepler con frecuencia tienen una importancia probatoria decisiva, como en el caso de este elemento en su Nueva astronomía. La primera fuente moderna para lo que Kepler razonó sobre el carácter de la órbita planetaria como tal, fue el descubrimiento de Cusa de que Arquímedes erró al proponer que la generación de la trayectoria circular podía atribuírsele a una construcción por cuadratura.

[10]. Que Euler se pasó, como en el período que estuvo en Berlín, al bando de los empiristas del siglo 18, es un hecho; pero exactamente cómo y por qué abandonó el de Leibniz y Jean Bernouilli, nunca lo he tenido claro. A veces en la obra de Euler, su viejo y relativamente admirable ingenio aparece de nuevo, como en la forma sagaz con la que aborda las jugadas del caballo en el ajedrez, pero, al mismo tiempo, también sale a relucir lo peor. Después de todo, el propio diseño del ajedrez, aun como Kriegspiel, carece inherentemente de futuro.